El movimiento estudiantil de 1986/87 en el Estado español y el papel de los marxistas

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La huelga estudiantil de 1986/87 en el Estado español fue un movimiento que marcó una época: duró tres meses, participaron tres millones de estudiantes de instituto y universitarios, con cientos de miles en manifestaciones, y acabó con una victoria contra el gobierno del Partido Socialista. Este documento, escrito en su momento por Alan Woods, es un informe detallado del movimiento en el que se destacan los principales aspectos políticos. Alan estuvo en el Estado español durante la mayor parte de la lucha, participando en discusiones diarias con los principales marxistas españoles que dirigieron el movimiento.

El movimiento tuvo lugar casi diez años después de los acontecimientos revolucionarios de la lucha contra la dictadura franquista en los años 1970. La derrota de aquel movimiento, descarrilado por los dirigentes de los partidos socialista y comunista hacia los cauces seguros de una democracia burguesa limitada (coronada por la odiada monarquía que Franco había restaurado y con impunidad para los crímenes de la dictadura) había abierto un periodo de reflujo y desmoralización entre la clase obrera y los activistas juveniles de aquella generación.

Todos los comentaristas oficiales, periodistas, sociólogos eruditos y similares, habían determinado que la generación de jóvenes que siguió a ese periodo era apática y desinteresada por la política, decían que era la generación del pasotismo (“me da igual – paso de todo”). Ciertamente, existía una profunda desconfianza hacia la política oficial, en un momento en que el PSOE (Partido Socialista) había obtenido una mayoría aplastante en 1982, pero luego procedió a llevar a cabo políticas contrarias a la clase obrera.

Habiendo prometido no entrar nunca en la OTAN, luego dio una voltereta de 180 grados y abogó por el “sí” en el referéndum de 1986. Habiendo prometido mejorar la educación y la sanidad, procedió a aplicar recortes. Tras llegar al poder con la promesa de beneficiar a la clase trabajadora, llevó a cabo un brutal asalto al empleo en la llamada “reconversión industrial”, cerrando empresas estatales y destruyendo comunidades enteras. Además, lanzó una guerra sucia contra los nacionalistas vascos, creando los escuadrones de la muerte paramilitares del GAL.

No es de extrañar que los jóvenes estuvieran indignados y pensaran que “todos los políticos son iguales”.

Esto preparó el escenario para una de las mayores explosiones de lucha que España había visto en mucho tiempo. Pero las condiciones objetivas por sí mismas no garantizaban que movimiento adquiriera las proporciones que adquirió, ni que durara tanto y menos aún que acabara en victoria. La dirección fue un factor clave, y lo proporcionó la tendencia marxista.

En aquel momento, Nuevo Claridad, como se conocía a la organización, que tomaba el nombre del periódico del ala izquierda del Partido Socialista en los años 30, acababa de alcanzar los 1.000 miembros, pero muchos de ellos eran veteranos de la lucha contra la dictadura franquista, que se habían vuelto inactivos y eran realmente simpatizantes más que militantes activos.

La organización contaba apenas con un puñado de jóvenes y había organizado la agitación estudiantil en torno al referéndum de adhesión a la OTAN de finales de 1985, sobre todo en Álava y Navarra. De ahí nació la idea de un Sindicato de Estudiantes (SE), pero el sindicato todavía no tenía una base de masas ni estatal. Sólo contaba con unos pocos puntos de apoyo en Madrid, Catalunya, Málaga, Sevilla y el País Vasco.

Sin embargo, esa pequeña organización tomó una iniciativa audaz. Después de haber analizado correctamente la situación de rabia contenida que existía entre la juventud, y habiendo visto los resultados de la convocatoria inicial de una manifestación en Madrid el 20 de noviembre de 1986, lanzó una convocatoria de huelga estudiantil a escala estatal para el 4 de diciembre.

Era una apuesta arriesgada. Nadie sabía si la convocatoria iba a tener repercusión y, desde luego, no disponíamos de fuerzas para organizarla adecuadamente. Sin embargo, la huelga se propagó rápidamente y fue el punto de partida de todo el movimiento. Las condiciones estaban dadas y sólo se necesitaba un punto de referencia. En el ámbito estudiantil, con muy pocas o nulas tradiciones organizativas, incluso una pequeña organización, en las condiciones adecuadas, podía tener un impacto masivo.

El documento explica los diferentes aspectos del trabajo que supone dirigir un movimiento de masas de este tipo. Desde la cuestión de la autodefensa contra los ataques de los fascistas y la policía, hasta cómo tratar con los medios de comunicación, cómo dar al movimiento una dirección democrática y unificada frente a sectarios y reformistas, y la cuestión de cómo ganarse la simpatía de los trabajadores por el movimiento estudiantil. Alan Woods destaca muchos de estos aspectos de los que se pueden extraer lecciones generales.

Una de las lecciones más importantes se refiere al papel de la dirección. Es posible que se hubiera producido un movimiento estudiantil sin el papel desempeñado por la tendencia marxista, pero probablemente habría adoptado la forma de una explosión espontánea de ira, que habría estallado en diferentes partes del país en momentos diferentes, y que habría desembocado en disturbios y enfrentamientos desorganizados con la policía (como resultado de la acción de provocadores policiales). Seguramente no habría durado tanto, no habría tenido el mismo carácter unitario y, desde luego, no habría acabado en victoria.

El papel de una dirección marxista, con ideas claras, comprensión de las lecciones de movimientos pasados, del carácter del Estado y de la policía, una firme orientación hacia el movimiento obrero y sentido de la táctica y la estrategia fue crucial.

El movimiento tuvo un gran impacto en la clase trabajadora en general y eso no fue por casualidad. Los marxistas al frente del Sindicato de Estudiantes tenían una política deliberada de orientar a los estudiantes hacia el movimiento obrero, tanto haciendo llamamientos a sus dirigentes como intentando establecer vínculos desde abajo.

Luchábamos contra un gobierno del PSOE que había sido elegido con los votos de millones de trabajadores apenas cuatro años antes. Nuestro planteamiento era “este gobierno fue elegido por los trabajadores, pero gobierna para la patronal: somos hijos de la clase obrera y exigimos que se antepongan los intereses de la mayoría”. Esto conectó claramente con la masa de trabajadores sin cuya simpatía y apoyo, los estudiantes no habrían podido ganar.

Un incidente ilustra el nivel de apoyo que hubo. En Tarragona teníamos un comité de huelga estudiantil dirigido por el SE que se reunía a diario, formado por representantes de unos 40 institutos diferentes. Cuando se planteó la cuestión de ir al movimiento obrero, un estudiante que era delegado de uno de los institutos más grandes de la ciudad dijo que su padre era delegado sindical en el puerto de Tarragona. Gracias a eso conseguimos que nos invitaran a dirigirnos a la asamblea obrera masiva en la que se repartía el trabajo entre los trabajadores a primera hora de la mañana.

Así que un grupo de estudiantes de entre 15 y 17 años fuimos al puerto al amanecer para dirigirnos a una reunión de cientos de estibadores. ¡Fue una experiencia aterradora! Los trabajadores escucharon lo que teníamos que decir y nos aplaudieron con entusiasmo. Se hizo una colecta para la caja de resistencia estudiantil en la que recaudamos 100.000 pesetas (mucho dinero en aquella época, quizás 4.000€ de hoy). Además, el comité de empresa dijo entonces que igualaría esa cantidad de sus propios fondos y que plantearía la necesidad de una acción solidaria en la reunión nacional de la Coordinadora, la organización nacional de trabajadores portuarios. Finalmente, la Coordinadora acordó un paro de una hora en todos los puertos del estado en solidaridad con los estudiantes.

De hecho, al final, uno de los factores que empujaron al Ministerio de Educación a hacer concesiones sustanciales fue precisamente el temor a que el movimiento se extendiera a la clase trabajadora.

La victoria del movimiento estudiantil tuvo un enorme impacto en la sociedad española en general. Era la primera vez que un movimiento lograba derrotar al gobierno del PSOE. Esto animó a diferentes sectores de trabajadores a la lucha. Inmediatamente después del movimiento estudiantil se produjo una insurrección en la ciudad obrera de Reinosa, en Cantabria, en la que los trabajadores que luchaban por defender los puestos de trabajo en la acería local se enfrentaron a la brutal represión de la Guardia Civil (un cuerpo de policía militar), que utilizó munición real, vehículos blindados y un helicóptero.

Un año más tarde, cuando el gobierno introdujo el mal llamado “plan de empleo juvenil”, se produjo otro movimiento masivo de los estudiantes que culminó en una huelga general de 24 horas convocada por los principales sindicatos el 14 de diciembre de 1988, que paralizó el país. Sin duda, el ejemplo del movimiento estudiantil de 1986/87 sirvió de inspiración a esa poderosa huelga que obligó al gobierno a dar marcha atrás.

Esperamos que este documento sea útil para armar a una nueva generación de activistas estudiantiles revolucionarios, sacando a la luz algunas de las principales lecciones del movimiento estudiantil español de 1986/87 y la forma en que fue dirigido por marxistas revolucionarios.


Análisis y conclusiones de la lucha estudiantil 1986-87

Introducción por Alan Woods

El presente documento fue escrito durante un periodo de 3 meses, comenzando en diciembre de 1986 y acabando con la firma del histórico acuerdo entre el Sindicato de Estudiantes español y el Gobierno de Felipe González.

Se trata de un informe que relata paso a paso el movimiento sin precedentes protagonizado por millones de jóvenes españoles, que lograron derrotar a todas las fuerzas combinadas del Estado español y conquistaron importantes concesiones, abriendo las compuertas de la masiva ola de huelgas y manifestaciones que siguió a continuación.

No puede caber la menor duda de que el movimiento masivo de la juventud, organizado y dirigido por el Sindicato de Estudiantes, bajo una dirección marxista consciente, actuó como detonante del movimiento de la clase obrera española. Esto lo admiten todos los comentaristas burgueses serios, tanto en España como internacionalmente.

Así, la revista norteamericana Time, en su número del 27 de abril de 1987, analizando las huelgas que paralizaron a la sociedad española antes y a lo largo de la Semana Santa, hacía la siguiente observación:

“Los primeros estallidos surgieron el pasado mes de enero, cuando cientos de miles de estudiantes de enseñanzas medias y universidad (…) realizaron una serie de manifestaciones contra las reformas educativas anunciadas. Los estudiantes exigían más presupuestos para educación, tasas educativas más baratas, y la abolición de la selectividad. Al menos en una docena de ocasiones, las marchas degeneraron en batallas campales con la policía (?). Cuando el Gobierno, finalmente, concedió la mayor parte de las reivindicaciones estudiantiles, las concesiones produjeron una reacción en cadena: médicos, enfermeras, maestros, campesinos, tenderos, farmacéuticos, e incluso los mensajeros motorizados se lanzaron a la huelga. Un alto funcionario gubernamental dijo: ‘La protesta estudiantil fue el detonante de todas las demás. Los estudiantes, tomando las calles, consiguieron lo que querían. Ahora, todo el mundo se pone en huelga por la cosa más insignificante’”.

Dejando a un lado la valoración errónea de las manifestaciones juveniles masivas, que nunca“degeneraron en violencia”, a pesar del mito asiduamente cultivado por los comentaristas burgueses hostiles, las peculiaridades generales de la significación del movimiento quedan claramente perfiladas. Se podrían traer a colación multitud de citas semejantes a ésta.

El papel jugado por el movimiento de las masas juveniles como aglutinante del descontento acumulado de millones de trabajadores, justificaría, por sí solo, un análisis detallado por parte de los marxistas. Pero está igualmente claro que sin el programa, la política, la táctica y la estrategia seguida por la dirección del movimiento, éste nunca habría tenido el efecto que tuvo y, desde luego, habría sido rápidamente derrotado. Esta segunda consideración es incluso más importante desde un punto de vista marxista, ya que pone de relieve el papel crucial del factor subjetivo en la lucha de clases, o, para ser más claros, el papel de la dirección.

Incluso una publicación tan descaradamente antimarxista como el New Stateman británico, se vio obligada a rendir tributo, bien a su pesar, al papel de los marxistas españoles en la organización del movimiento victorioso de las masas de la juventud. En su número del 24 de abril, leemos lo siguiente:

“Los estudiantes de enseñanzas medias, que acapararon los titulares de los periódicos a principios de año, habían estado organizados muy eficazmente por una tendencia ‘militante’ agrupada en torno a un semanario (sic) llamado Nuevo Claridad. La explosión de actividad política de los adolescentes cogió por sorpresa y fue saludada con entusiasmo por la UGT, que ayudó a Nuevo Claridad y al Sindicato de Estudiantes facilitándoles sus imprentas, sus locales y su dinero”.

Este tardío reconocimiento del papel de los marxistas en la prensa capitalista internacional —la misma prensa que creyó más oportuno silenciar las noticias sobre el movimiento de tres millones de jóvenes mientras éste estaba teniendo lugar—, es sólo un pálido eco del tremendo impacto que tuvo sobre la psicología de todas las clases en la sociedad española, y en particular sobre la clase obrera, que vio en la práctica cómo era posible enfrentarse y derrotar al Gobierno, en base a la acción de masas unificada y militante.

En los meses siguientes al final de la huelga estudiantil, la sociedad española se ha visto sacudida por una ola de huelgas tras otra, afectando prácticamente a todos los sectores de la clase obrera. Los trabajadores españoles están redescubriendo en la acción las grandes tradiciones revolucionarias del pasado. Y, sin embargo, los líderes de las principales organizaciones obreras se han convertido en el principal obstáculo interpuesto en el camino del movimiento obrero. Su completa falta de confianza en la clase obrera y su total abandono de cualquier perspectiva socialista, se vieron resumidos en las palabras de un dirigente del partido “comunista” calalán, el PSUC, que escribió en las páginas de El País: “Al día siguiente del día D [se refería al día después de una posible huelga general] en los centros de trabajo la pregunta sería ‘¿Y ahora qué?’ Como nosotros no tenemos la respuesta, es preferible no dar ocasión a la pregunta”.

Sólo los marxistas españoles, los seguidores de Nuevo Claridad, han defendido la idea de una huelga general de 24 horas, vinculada a la lucha por transformar los sindicatos y el Partido Socialista y al combate por una auténtica política socialista, como la única alternativa a la política derechista del Gobierno González.

Marx dijo una vez que, para las masas de la clase obrera, vale más un paso adelante real en la lucha que un centenar de programas correctos. Dirigiendo a tres millones de jóvenes, conduciendolos a una victoria histórica, los marxistas españoles han probado la superioridad de sus ideas no sólo en la teoría, sino también en la práctica. En el curso de la reciente oleada huelguística, muchos activistas obreros comentaban que “debemos hacer lo mismo que los estudiantes”. Con esto, lo que querían decir es que debían adoptar el programa, la política, los métodos y las tácticas del marxismo como la única vía para conseguir los objetivos por los que luchaban. Esa es una conclusión a la que inevitablemente llegarán los obreros de todos los países en base a su experiencia en el periodo que se avecina.

1 de Junio de 1987

Primera parte

Las recientes movilizaciones en Francia y en España, nos proporcionan otro signo más de la situación extremadamente inestable y volátil del capitalismo europeo. Son un importante síntoma y un precedente de futuras movilizaciones aún mayores que afectarán no sólo a la juventud sino al conjunto de la clase obrera.

Todas las tendencias, excepto los marxistas, descartaban la posibilidad de que se produjeran movimientos de este tipo, prefiriendo creer que había un giro general a la derecha, una “reacción”; se suponía que la juventud era “apolítica”, etc., etc., etc.

No obstante, era inevitable que los procesos de descontento, indignación y frustración acumulados silenciosamente en el seno de las masas, estallara repentinamente en un momento dado. En esto estriba la inevitabilidad de cambios bruscos y repentinos en la situación.

También era previsible —y fue previsto— que las primeras capas en movilizarse serían los jóvenes, y, especialmente, los jóvenes estudiantes, la capa más sensible al ambiente general en la sociedad. Está claro que el movimiento estudiantil, en general, no tiene una significación independiente. Sin embargo, históricamente, puede actuar como un barómetro extremadamente sensible con el que medir el ambiente que se fragua en el seno de las masas.

El significado de los acontecimientos de Francia es evidente, y será analizado en otra parte.

No obstante, desde un punto de vista marxista, el movimiento de España fue aún más importante. La deliberada conspiración de silencio de la prensa burguesa internacional no fue un accidente. Por su desarrollo y envergadura, la situación de España era noticia de primera página.

Se trataba de la mayor movilización de los últimos diez años en España, y del mayor movimiento de enseñanzas medias de la historia de este país. ¡Y, sin embargo, el británico The Guardian dedicó más espacio a la lotería de Navidad en España! Esta actitud refleja la de los medios de comunicación extranjeros en general.

La significación de los acontecimientos del Estado español reside en que el movimiento huelguístico, desde el principio, fue organizado, planificado y dirigido por la corriente Marxista española, representada por el periódico Nuevo Claridad y por la organización juvenil fundada por los compañeros expulsados de las Juventudes Socialistas de España (JJSS) hace diez años, Jóvenes Por el Socialismo (JPS).

No es estrictamente correcto describir las movilizaciones en España como una consecuencia de los acontecimientos de Francia. Indudablemente, los acontecimientos franceses tuvieron un gran efecto sobre la conciencia de la juventud española. Pero el llamamiento a la huelga del 4 de diciembre había sido emitido mucho antes por el Sindicato de Estudiantes (SE), una organización fundada alrededor de un año antes por los seguidores de Nuevo Claridad y JPS.

Durante tres meses, a partir de septiembre, éstos compañeros realizaron una labor de agitación de masas y propaganda en los centros de estudio de toda España, pero particularmente en Madrid. Esta agitación previa fue utilizada como un medio para pulsar el ambiente de la juventud. Los resultados fueron una verdadera sorpresa incluso para los compañeros más optimistas.

Mucho antes de la explosión en Francia, los jóvenes compañeros españoles venían informando del ambiente explosivo que existía en los institutos. Sobre esta base, decidieron lanzar una convocatoria de huelga general en los centros de estudio para el 4 de diciembre.

El programa de austeridad del Gobierno González ha producido ataques salvajes contra el nivel de vida, cierres de fábricas y recortes salariales. Los jóvenes, como siempre, son uno de los sectores más nocivamente afectados.

Las condiciones educativas en España son de las peores de Europa. La educación no era gratuita. Muchos centros de estudio cobraban por las clases. Todos los libros de texto y materiales escolares (a partir del nivel primario) tenían que ser pagados y constituían una seria merma en el presupuesto de las familias obreras. Al nivel universitario, había que pagar las matrículas. Sólo un insignificante número de estudiantes conseguían becas, y éstas eran ridículamente bajas.

En un contexto de paro masivo (22%, oficialmente), muchos padres de la clase obrera hacen sacrificios para intentar garantizar la mejor educación posible para sus hijos, con la vana esperanza de darles un mejor punto de partida en la vida. No obstante, en las universidades españolas, en mayor medida aún que en cualesquiera otras, predominan los hijos de los ricos. De ahí que la consigna de El hijo del obrero a la universidad haya tenido

un eco importante entre los trabajadores, probablemente mayor que en otros países europeos.

El problema inmediato que se planteó fue la exclusión de la universidad de varios miles de estudiantes procedentes de enseñanzas medias que habían pasado todos los exámenes necesarios para entrar en ella. Se formó un comité de estudiantes no admitidos. El SE intervino, convocando una manifestación en Madrid el 12 de noviembre. La respuesta a esta manifestación, que congregó a 5.000 estudiantes, convenció a los compañeros de que la huelga del 4 de diciembre podía obtener una gran respuesta, aunque nadie sospechaba las dimensiones que iba a adquirir.

Las principales reivindicaciones en esos momentos eran las siguientes:

1) Admisión en la universidad de todos los estudiantes no admitidos en la facultad de su elección.

2) Supresión del numerus clausus; abolición de la selectividad.

3) Reducción inmediata de las tasas académicas.

4) Mantenimiento de los exámenes de septiembre.

5) Reforma progresista de la LODE: Consejos escolares compuestos a partes iguales por profesores, padres y alumnos.

6) Retirada inmediata de la circular del Ministerio de Educación que regulaba las actividades escolares y extraescolares. Abolición inmediata del párrafo 9.2 de la circular, por su carácter represivo, y su sustitución por normas de convivencia elaboradas a partes iguales por profesores, padres y alumnos, para regular la vida democrática en los centros de educación.

7) Aumento drástico de los presupuestos dedicados a la enseñanza pública.

Esas reivindicaciones reflejaban, en general, los principales motivos de queja de los estudiantes en ese momento concreto. No representaban aún un programa político plenamente elaborado, pero reflejaban la etapa inicial del despertar del movimiento.

No obstante, aún así, representaban un ataque fundamental al programa de austeridad del Gobierno. Para llevar a cabo esas reivindicaciones era necesario dar marcha atrás a los recortes en educación y aumentar mucho el gasto público.

Dos de los puntos reivindicativos precisan de alguna explicación. El ministro, posteriormente, negó con vehemencia que él hubiese pretendido abolir los exámenes de septiembre. Sin embargo, hay pruebas firmes de que semejante plan existía, y sólo fue atajado por las huelgas del 4 y el 17 de diciembre. Este retroceso por parte del Gobierno fue uno de los primeros triunfos del movimiento.

El punto 6 se refiere al estatuto que regulaba la disciplina en las escuelas. Éste fue elaborado en 1954, en plena dictadura franquista, y representaba una regulación extremadamente reaccionaria y draconiana. A consecuencia de las luchas de los últimos diez años, ese reglamento había quedado en letra muerta. Y, sin embargo, ahora el Gobierno “socialista” pretendía volver a ponerlo en funcionamiento, lo que habría supuesto algo parecido a una contrarrevolución en el régimen interno escolar. A resultas de la huelga de diciembre, el Gobierno se vio obligado a retroceder también en lo que respecta a esa reivindicación.

La labor de organizar y preparar la huelga fue llevada a cabo por el SE. No obstante, en teoría, otras fuerzas estaban implicadas. La huelga fue convocada en nombre de tres organizaciones: el sindicato, el comité de no admitidos y una “coordinadora” que fue establecida, en primer lugar, para coordinar los institutos y las universidades. Puesto que nadie cuestionaba el papel dirigente del SE, los marxistas dominaban de hecho las tres organizaciones al principio. Es importante dejar claro este punto, a la vista de los acontecimientos posteriores. Se eligió una comisión negociadora compuesta por 15 personas, controlada en la práctica por los marxistas, pero con mayoría de estudiantes de enseñanzas medias no organizados, y con la presencia de un sectario (lambertista) y un miembro del PCE.

En el periodo de preparación de la huelga, todos los centros de estudio de Madrid fueron visitados varias veces. El sindicato sacó panfletos sistemáticamente y distribuyó carteles impresos convocando la huelga y la manifestación para el día 4.

Dada la naturaleza semibonapartista de las leyes en el Estado español, es necesario obtener permiso policial con diez días de antelación para realizar una manifestación legal. Era importante que la manifestación fuera legalizada para animar a las más amplias capas de la juventud a asistir, y reducir así el riesgo de ataque policial.

Hay que subrayar que la mayoría de estas iniciativas fueron tomadas por los propios compañeros dirigentes juveniles. Los dirigentes marxistas tenían casi toda su atención concentrada en la campaña de las elecciones sindicales y en la de las elecciones autonómicas vascas, que tuvieron lugar al mismo tiempo y que plantearon una serie de problemas tácticos difíciles y complicados. El grueso del trabajo de organizar la huelga se dejó, por tanto, en manos de los jóvenes, los cuales, justo es decirlo, se comportaron ejemplarmente.

A la vista de la reacción de los jóvenes madrileños, cada vez estaba más claro que había grandes posibilidades. Así pues, se hizo hincapié en las provincias para que siguieran el mismo camino.

La reacción de los compañeros en las provincias fue desigual. Algunas zonas, como Catalunya (Barcelona, Tarragona) respondieron bien; también en el sur se llevó adelante el trabajo (Sevilla, Cádiz, Málaga). Sin embargo, otras zonas quedaron rezagadas. Algunas alegaban que no había ambiente propicio entre la juventud. El País Vasco, que había abierto el camino con las huelgas de miles de estudiantes convocadas por el SE el año anterior en Álava y Navarra, estaba volcado en las elecciones autonómicas. Sólo a última hora se convocó la huelga en Álava, un punto fuerte de la tendencia marxista.

Mientras, en Madrid, los esfuerzos por obtener el apoyo de la universidad eran obstaculizados por el escepticismo pernicioso y el sabotaje descarado del PCE y de las sectas. Su actitud era en parte dictada por su hostilidad hacia la tendencia marxista, pero era también consecuencia de su completa falta de perspectivas y de su ciego empirismo. Ellos creían que nada iba a ocurrir. “No hay ambiente propicio”, “No es el momento adecuado”. La hora de la verdad les cogió a todos con el culo al aire.

Los compañeros estaban seguros de que el día 4 habría una buena respuesta. Esperaban que unas pocas decenas de miles de estudiantes acudirían a la manifestación de Madrid. Pero se vieron completamente sorprendidos por la enorme cifra de estudiantes que salieron a la calle, que fueron más de 100.000.

El modo en que un grupo relativamente pequeño de marxistas condujo a semejante cantidad de gente, que por momentos amenazaba con desbordar a los organizadores, fue impresionante.

El número de organizadores era completamente insuficiente para controlar la situación. Además, éstos estaban desarmados. A pesar de todo, si no hubiera sido por el pequeño grupo de compañeros, podría haber ocurrido un desastre. Bandas de jóvenes neonazis atacaron a la manifestación con navajas, palos y cadenas. Cuando los manifestantes le explicaron esto a la policía, que había presenciado impasible cómo varias chicas eran apaleadas en el suelo, ésta replicó: “Es vuestro problema”. Pero cuando los jóvenes se enfrentaron con los fascistas y les echaron, la policía cargó inmediatamente con las porras, no contra los fascistas, sino contra los estudiantes. Ésta fue una lección vital para los jóvenes sobre la naturaleza del fascismo y del Estado burgués. Hubo que pagar un precio por esa lección. Algunos manifestantes acabaron en el hospital. De no haber sido por la intervención activa de los organizadores, las cosas habrían sido mucho peores.

En Barcelona, mientras los manifestantes se iban concentrando, con 8.000 personas ya presentes, la policía cargó salvajemente sin previo aviso, hiriendo a varios estudiantes y haciendo seis arrestos.

Desde toda España llegaban noticias de la enorme respuesta a la huelga. Las cifras que aquí reproducimos son provisionales y, ciertamente, conservadoras. Los recursos limitados del sindicato no permitían recoger toda la información ni siquiera en aquellos sitios en que éste había convocado a los estudiantes. Sin embargo, es evidente que el impacto de la convocatoria de huelga llegó mucho más allá de esas zonas, y pueblos y ciudades donde el sindicato no tenía nada salieron a la huelga. En muchos casos, poblaciones enteras se pusieron en huelga únicamente en base a convocatorias por carta o por llamadas telefónicas a los institutos. Por tanto, estas cifras han de ser dobladas o triplicadas para dar una idea precisa de la cantidad de gente implicada en la lucha.

En la ciudad de Barcelona, al menos 20.000 estudiantes salieron a la huelga (21 institutos confirmados) y 15.000 participaron en la manifestación. Sin embargo, también hubo una gran respuesta en las poblaciones industriales del cinturón rojo de Barcelona, como Hospitalet, Baix Llobregat, etc.

En Zaragoza, la respuesta fue del 100%, con 29 institutos y 50.000 estudiantes en huelga, y una manifestación de 15.000 personas. En términos relativos, éste fue el resultado más importante de todos. CCOO declaró inmediatamente su apoyo. La universidad, que en principio no iba a participar, fue rápidamente paralizada por los piquetes. El movimiento se extendió hasta los pueblos más recónditos. Tres o cuatro asociaciones de padres dieron

su apoyo. A la manifestación acudió una delegación de 25 obreros despedidos de la compañía TUZSA (Transportes Urbanos de Zaragoza). Cuando éstos intentaron dirigir la palabra a los manifestantes, fueron atacados por la policía, pero los manifestantes evitaron que fueran detenidos.

A las 4 de la tarde hubo una reunión de 60 delegados de todos los centros en huelga, convocados por el SE. Se leyó un comunicado redactado por los representantes del sindicato, que fue unánimemente aprobado. La tarea de captación de nuevos miembros para el sindicato comenzó en serio.

En Sevilla, salieron a la huelga al menos 11 centros y 15.000 estudiantes. En la manifestación participaron 2.000 personas. Pero la respuesta más importante se produjo en los pueblos de la provincia, sobre los que se obtuvo poca información el día 5, pero donde la respuesta fue casi con total seguridad del 100%. En Málaga, pararon 10 centros con 15.000 estudiantes, y 5.000 asistieron a la manifestación.

En la atrasada Galicia, hubo una respuesta del 100% en Ferrol. Éste fue uno de los pocos sitios en que la dirección de la huelga no estaba en manos del sindicato (aunque éste participó), sino de una coordinadora que se había formado anteriormente. Pararon 7 centros con 12.000 estudiantes, y 3.000 participaron en la manifestación.

En Vigo pararon 9 centros y 10.000 estudiantes. Pero aquí la situación se complicó por el hecho de que una capa de los estudiantes recelaba del sindicato y no quisieron celebrar una manifestación conjunta. Hubo dos manifestaciones, con 1.000 y 500 asistentes respectivamente (estas discrepancias, más tarde, se solucionaron fácilmente).

En Euskadi, la convocatoria de la huelga se vio obstaculizada por razones que ya hemos explicado. En Álava la huelga fue convocada con muy poca antelación. Sin embargo, la convocatoria fue atendida mayoritariamente en Vitoria (pararon 4.000 estudiantes), y hubo una concentración con 500 personas, a las que dirigieron la palabra los dirigentes locales del SE.

La situación más increíble se produjo en Navarra, donde los marxistas (que habían sido los pioneros del Sindicato y habían dirigido grandes huelgas un año antes) malinterpretaron el ambiente existente en los centros. En honor a la verdad, aquí teníamos la característica enormemente enrarecedora de la cuestión nacional, La organización juvenil de Herri Batasuna, Jarrai, con un típico estilo ultraizquierdista aventurero, había agotado a los jóvenes con una convocatoria de huelga tras otra. Los compañeros, temiendo que otra huelga más no tuviese respuesta, se limitaron a hacer una declaración pública apoyando la huelga estatal y expresando solidaridad con sus objetivos, pero proponiendo convocar movilizaciones en una fecha posterior. Sin embargo, al día siguiente, la huelga fue secundada unánimemente, al 100%, en Navarra. Afortunadamente, debido al excelente trabajo realizado por los compañeros en los doce meses anteriores, no tuvieron que pagar un precio demasiado elevado por el error cometido. Aunque la huelga no había sido formalmente convocada por el sindicato en Navarra, en todos los centros los estudiantes se identificaban con el sindicato y defendían públicamente sus reivindicaciones. Más que nada, la situación de Navarra demostró dos cosas:

  1. Que existía un ambiente de lucha entre las masas de estudiantes de enseñanzas medias y
  2. que el SE había adquirido ya una enorme autoridad.

Después del día 4

El impacto del movimiento fue inmediato. En Madrid, la policía había autorizado la manifestación, pero con un recorrido que llegaba sólo hasta la Plaza de España y no hasta el Ministerio de Educación, como habían solicitado inicialmente los organizadores. Pero, enfrentada con una combativa manifestación de 100.000 jóvenes, la policía decidió que una retirada a tiempo es una victoria y permitió que la manifestación continuase hasta las puertas del Ministerio, donde, para sorpresa de todos, se franqueó la entrada a la comisión negociadora (o parte de ella) para discutir sobre los motivos de queja de los estudiantes.

En semejante situación, habría sido un craso error el negarse a negociar. Estaba claro que el movimiento había cogido al Ministerio y al Gobierno completamente desprevenidos. El ambiente existente entre las autoridades, según todo el mundo, rayaba en el pánico. Hay que tener en cuenta que las movilizaciones acababan de estallar en Francia. Las calles de París eran escenario de manifestaciones masivas y choques violentos. Esto, claramente, tuvo su efecto sobre la imaginación tanto del Gobierno como de los estudiantes españoles. Sabemos de fuentes dignas de crédito que las altas esferas de Madrid eran un hervidero de rumores sobre la posibilidad de una nueva situación similar a la de 1968 en España; esto es, la convergencia de la agitación estudiantil con una explosión masiva de la clase obrera.

¡Es una de esas ironías que tanto abundan en la historia el hecho de que Maravall, el ministro de Educación, había participado, como estudiante, en la manifestación de París en 1968!

Estos rumores no eran una charla vana o un espejismo. Tal posibilidad estaba —y aún está—implícita en la situación, aunque ese desarrollo de los acontecimientos no necesariamente tendrá lugar como consecuencia de la situación actual.

La corriente subterránea de descontento entre la clase obrera en España se puede calibrar por los resultados de las recientes elecciones sindicales, en las que, bajo la legislación española, se eligen cada cuatro años todos los delegados de empresa. La central socialista (pro-gubernamental) UGT sufrió una serie de derrotas contundentes en las grandes empresas estratégicas (Telefónica, ferrocarriles, etc.). Desde luego, la dirección “comunista” de Comisiones Obreras es tan reformista como la de UGT. Pero el voto en esas elecciones se interpretó correctamente en la prensa internacional como un signo de advertencia al Gobierno González de que la paciencia de los trabajadores está llegando a sus límites.

No cabe duda de que esta derrota precipitó la crisis de UGT. Nicolás Redondo, el secretario general de la UGT, pronunció en esos momentos un discurso que fue recogido por la prensa española, viniendo a decir que el Gobierno francés había sido obligado a echarse atrás por la movilización de los estudiantes, y esto era algo que el movimiento obrero español debía tomar muy seriamente en cuenta. También advirtió al Gobierno que los trabajadores habían hecho ya suficientes sacrificios y no estarían dispuestos a seguir siendo la cabeza de turco de la crisis del capitalismo.

Estos elementos, en sí mismos, ilustran las contradicciones explosivas que están madurando dentro de la sociedad española. Todo lo que hace falta es un catalizador. Y los marxistas comprendían que no estaba teóricamente descartado que incluso un movimiento de los estudiantes pudiese proporcionar ese catalizador.

A todo el mundo le cogió por sorpresa la explosión del 4 diciembre, desde la burguesía y el Gobierno, pasando por la prensa, los dirigentes del PSOE y el PC, hasta la secta más insignificante. Sólo la tendencia marxista había comprendido el proceso de antemano, y fue, por tanto, capaz de jugar un papel dirigente en la preparación y guía del movimiento.

Ahí tenemos una brillante ilustración de la definición de Trotsky de la teoría como “la superioridad de la previsión sobre la sorpresa”. Todas las demás tendencias, desde la izquierda hasta la derecha, se quedaron con la boca abierta. Su grado de estupefacción fue tal que tardaron mucho tiempo en reaccionar.

En contraste, los marxistas españoles se vieron sorprendidos sólo por las dimensiones del movimiento, que sobrepasó con mucho los pronósticos más optimistas. No obstante, fueron capaces de reaccionar rápidamente para consolidar el éxito inicial.

La cuestión de las consignas asumió entonces una importancia candente. Una tendencia marxista digna de tal nombre debe poseer, junto con una firme comprensión de los fundamentos teóricos, suficiente flexibilidad intelectual para ser capaz de cambiar de rumbo en un momento dado en el terreno de la táctica.

Al principio, la táctica prevista era comprobar primero el terreno con una convocatoria de huelga general de 24 horas en los centros el 4 de diciembre y luego, dada la proximidad de las vacaciones de Navidad, preparar nuevas acciones para enero.

Pero la lucha de clases no se puede realizar “por decreto”, ni se la puede forzar a seguir una secuencia preestablecida, como una orquesta bajo la batuta de su director. La lucha de clases está determinada por fuerzas vivas que adquieren unas leyes y una dinámica propias.

El enorme éxito de la huelga obligó a los dirigentes a reconsiderar sus consignas. El ambiente y la presión desde abajo era tal, que intentar posponer las nuevas acciones hasta enero estaba claramente fuera de lugar. La única cuestión era: ¿cuál era el próximo paso que había que dar?

El viernes 5, el sindicato había llamado a realizar asambleas para valorar los resultados de la acción. Además, las negociaciones preliminares con el Ministerio indicaban que éste ya estaba dando concesiones (abandono de la circular ministerial, mantenimiento de los exámenes de septiembre, etc.), aunque no sobre las cuestiones centrales de la admisión de los estudiantes no admitidos y del aumento de los presupuestos para educación.

La dirección había decidido, correctamente, continuar negociando con el Ministerio y tratar de obtener nuevas concesiones, aunque se tenía la sensación de que las reivindicaciones fundamentales no serían satisfechas. Se opinaba que lo mejor era agotar el potencial de las negociaciones principalmente para mostrar que el sindicato era serio y tenía “voluntad de diálogo”, y para responsabilizar al Ministerio y al Gobierno por una eventual ruptura de las negociaciones y la subsiguiente “renovación de las hostilidades”.

Sin embargo, también se tenía conciencia de los peligros de esa táctica. En primer lugar, el Ministerio intentaría, claramente, una táctica dilatoria alargando las conversaciones hasta el periodo vacacional. Emplearía el tiempo en preparar una campaña de trucos sucios para socavar al sindicato, dando, probablemente, al mismo tiempo, algunas concesiones. Y lo más importante de todo: ¿cómo serían interpretadas las negociaciones por los jóvenes? El sindicato no podía ser visto como un freno para la acción. Habría sido desastroso que la juventud radicalizada nos hubiese visto como meros charlatanes o como gente demasiado preocupada por detalles legalistas.

De hecho, el viernes, aunque la mayoría de los centros reanudaron las clases siguiendo las indicaciones del sindicato, otras zonas aún se mantenían en huelga. En Barcelona existía una situación especial. Debido a la brutalidad policial y a la detención de 6 estudiantes, el sindicato en Barcelona llamó a continuar la huelga. Este llamamiento fue atendido por la gran mayoría de los estudiantes. La dirección estatal advirtió que, si no se ponía en libertad a los detenidos, el sindicato convocaría una huelga indefinida desde el siguiente martes. Acto seguido, los compañeros detenidos fueron rápidamente liberados.

Llegados a este punto, hay que explicar un factor que complicaba las cosas. El fin de semana siguiente a la huelga era una fiesta estatal de tres días, incluido el lunes. Las clases se reanudaban el martes. Por eso el ultimátum del sindicato se basaba en ese día.

Además de Barcelona, muchas zonas, especialmente pueblos aislados que no habían participado en la huelga simplemente porque no les había llegado la convocatoria, entraron en acción por su propia iniciativa. Éste fue el caso, por ejemplo, de Leganés, una ciudad-dormitorio obrera con casi 200.000 habitantes en la periferia de Madrid, y también de Guadalajara. Los estudiantes de esas zonas pensaron: “¿Por qué hemos de quedarnos nosotros al margen?” No obstante, en todos los casos los jóvenes telefoneaban al sindicato para explicar por qué estaban en huelga y para pedir consejo.

En general, el sindicato gozaba de una enorme autoridad entre amplias capas de jóvenes que reconocían su papel como organizador y líder de la lucha.

Hay, sin embargo, una gran diferencia entre esta generación y los jóvenes que lucharon contra el régimen de Franco en la clandestinidad y durante las convulsiones revolucionarias de 1975-77. Aquella generación creció bajo la dictadura, estaba altamente politizada, pero tenía grandes ilusiones en la perspectiva de la democracia burguesa y ponía toda su confianza en los líderes del Partido Socialista y, sobre todo, del Partido “Comunista”.

Casi toda aquella generación, especialmente los estudiantes, se perdió en el último periodo. Ante la ausencia de la necesaria formación y perspectiva marxista, los jóvenes de aquella generación se desmoralizaron y se desilusionaron, asqueados por las desvergonzadas traiciones de los líderes reformistas y estalinistas del PSOE y el PCE.

La nueva generación que ahora entra en la lucha por primera vez se compone de capas nuevas, sin experiencia política y con muchas menos ilusiones en las viejas direcciones. Muy al contrario. Como consecuencia de la amarga experiencia del pasado reciente, existe un profundo y no del todo negativo escepticismo hacia todos los partidos, programas y “líderes” políticos.

Estos factores abren enormes posibilidades y, al mismo tiempo, crean ciertas dificultades a una tendencia revolucionaria. Lo más importante es la frescura de las nuevas capas, libres de prejuicios estalinistas y reformistas y abiertas a las ideas más revolucionarias. No obstante, el recelo hacia todo lo que sea “organización” y el temor a la manipulación burocrática, junto con un pronunciado elemento de extrema “democratitis” que inevitablemente caracteriza un movimiento de este tipo, son factores todos que deben ser tenidos en cuenta. Una dirección marxista que fuese insuficientemente sensible a estas cuestiones, se estrellaría contra un muro muy rápidamente.

La dirección del sindicato reveló una instintiva comprensión de estos factores en la postura que tomó hacia las esporádicas huelgas espontáneas del día 5 y los días posteriores. El consejo dado a los centros que hicieron huelga sin haber sido convocados era el siguiente: “El sindicato no ha llamado a la huelga para hoy. Nuestra posición es la de realizar asambleas en los centros para discutir la postura. Sin embargo, si los estudiantes en vuestro centro habéis votado por la huelga en una asamblea democrática, entonces adelante, el sindicato os respalda.”

Esta respuesta encajaba muy bien con el ambiente y las ideas de la mayoría de los estudiantes en ese momento.

La idea de un sindicato había tenido una gran acogida en una amplia capa de estudiantes de enseñanzas medias. Inmediatamente después del día 4, el único teléfono del sindicato estuvo permanentemente bloqueado por llamadas, principalmente de centros pidiendo consejo e información, pero también de padres y maestros expresando apoyo y preguntando cómo podían ayudar, ofreciendo dinero, etc. El sindicato se vio igualmente asediado por los medios de comunicación, sobre cuyo papel trataremos más adelante.

Los compañeros hicieron una labor maravillosa, a pesar de la escasez de recursos. Poniendo siempre sus fuerzas a la máxima tensión, formaron pequeños piquetes volantes de dos o tres compañeros para visitar los centros, empezando por los que se mantenían en huelga y por aquellos que habían solicitado la visita de un representante del sindicato. En Leganés, que hizo huelga el viernes, los estudiantes improvisaron una manifestación con 1.000 participantes a las puertas del ayuntamiento. Pero no tenían mucha idea de qué hacer, hasta que aparecieron dos compañeros y les dirigieron la palabra, provocando entusiastas aplausos. Esta zona sólidamente obrera —junto con la mayoría de las ciudades-dormitorio del cinturón rojo en la periferia de Madrid— demostró ser un pilar firme como una roca para el sindicato. Por contraste, en el centro de Madrid, con una población más heterogénea y con un cierto componente pequeño burgués en los centros de estudio, los compañeros encontraron una respuesta más variada, aunque siempre con una clara mayoría favorable a las movilizaciones.

Planes para una nueva huelga

Habiéndose ganado la iniciativa, era claramente imperativo el mantenerla a toda costa.

Los compañeros tenían la ventaja del elemento sorpresa. La rapidez vertiginosa del movimiento cogió desprevenidos a todos los demás grupos. Esto proporcionó un cierto margen de tiempo para organizar la acción.

Sin embargo, los recursos humanos y materiales eran lamentablemente insuficientes para encarar un movimiento de esta envergadura. Sólo una o dos líneas telefónicas más habrían supuesto una enorme ventaja. Tal y como estaban las cosas, era prácticamente imposible comunicar con el sindicato.

Por razones de seguridad, que es mucho más necesaria aquí que en cualquier otro país europeo debido a la existencia de grupos fascistas muy activos y virulentos, no era aconsejable hacer pública la dirección del local central del sindicato (un pequeño piso que, para colmo, estaba en una zona con una significativa presencia fascista).

Desde el principio, los activistas del sindicato recibieron amenazas de los fascistas. Hacía pocos años que una joven líder estudiantil había sido secuestrada y asesinada por los fascistas en Madrid. La cuestión de la seguridad, por tanto, asumía una importancia clave. Sin embargo, la imposibilidad de tener un local público era un grave inconveniente, aliviado sólo en parte más tarde por la cesión temporal de locales por parte de UGT y CCOO.

Como reacción inmediata ante los acontecimientos, la dirección de la tendencia marxista estuvo reunida prácticamente en sesión permanente durante el fin de semana del 6 y 7 de diciembre, junto con los jóvenes compañeros dirigentes del sindicato.

El hecho de que el periodo del sábado al lunes fuera una fiesta pública tenía su lado negativo: era una interrupción temporal de las movilizaciones y suponía un respiro para el enemigo. Pero, en lo fundamental, fue algo providencial para los marxistas, ya que les permitió disponer de un tiempo precioso para movilizar sus recursos a nivel estatal y elaborar una estrategia y una táctica correctas.

No estaba completamente claro cuál iba a ser el ambiente cuando se reiniciasen las clases el martes siguiente. Pero se tenía la sensación de que lo más probable era que el movimiento continuase con vigor renovado. Se discutió la táctica de la comisión negociadora con cierto detalle. Estaba claro que el Ministerio trataría de entorpecer y alargar las negociaciones, con la esperanza de que las vacaciones de Navidad desvanecerían las movilizaciones.

Había que trazar una trayectoria clara, evitando los peligros del aventurerismo ultraizquierdista, sin dar, al mismo tiempo, el menor indicio de indecisión o falta de voluntad de lucha.

El peligro más grave era que los sectores más combativos de la juventud interpretasen la postura del sindicato como oportunista. Existía el riesgo de que el movimiento estallase simplemente en una serie de huelgas espontáneas y manifestaciones con choques con la policía y ataques de los grupos fascistas, en los que los estudiantes, careciendo de la necesaria dirección, organización y defensa, serían derrotados.

Dada la ausencia de una organización estatal seria, lo mejor hubiera sido, desde un punto de vista abstracto, convocar una nueva huelga general de toda la enseñanza para enero. Sin embargo, esa posición habría estado absolutamente divorciada del ambiente real de la juventud. Esta idea, que era la postura del sindicato antes del 5 de diciembre, se había quedado completamente vacía de contenido en veinticuatro horas.

Lo principal, cuando se trata de cualquier forma de movilización de masas, es que las principales consignas deben ser claras y absolutamente inequívocas, de modo que no pueda haber confusión acerca de los auténticos objetivos e intenciones de la dirección.

Así pues, se decidió convocar otra huelga general de 24 horas y manifestaciones en todo el Estado español para la fecha más próxima que fuera posible. Dado el carácter semibonapartista de las leyes españolas, hay que obtener permiso del gobierno civil para celebrar una manifestación legal, al menos con diez días de antelación. Esto significaba que la fecha más próxima posible era el 17 de diciembre. Los compañeros, en consecuencia, decidieron intentarlo para esa fecha.

Esta decisión acarreaba también varios riesgos. ¿Serían capaces los compañeros en las provincias de conseguir el permiso a tiempo? (en ese momento, era domingo por la tarde). Y lo que era más importante, ¿considerarían suficiente los jóvenes la idea de otra huelga de un día y de manifestaciones? ¿No estaríamos quedándonos a la zaga del movimiento?

Se consideró la idea de lanzar una huelga indefinida hasta Navidades. El ambiente en los centros era eléctrico. Existía la posibilidad de que, incluso aunque el sindicato no la convocase, los centros se pusieran espontáneamente en huelga indefinida.

No obstante, tras una consideración cautelosa, se rechazó esta postura. El principal problema era que el propio sindicato no había tenido tiempo para organizarse. Una huelga indefinida, inevitablemente, supondría un desbordamiento de la gente en la calle, a nivel local. Los fascistas seleccionarían las zonas más débiles para atacar. Todas las manifestaciones serían ilegales y, por tanto, la policía cargaría contra ellas. Habría muchos heridos, detenidos e incluso podría haber algún asesinato. Las movilizaciones podrían ser rotas en una zona tras otra.

Las consignas de ¡Todos a la huelga el día 17! no era simplemente una repetición de la jornada de lucha anterior. Aquella jornada había sido un éxito, pero no al 100%. Zonas importantes como el País Vasco (excepto Álava), Valencia y Asturias no habían participado. Los estudiantes universitarios, con muy pocas excepciones (como la de Sevilla, por razones peculiares) habían permanecido pasivos. El objetivo era, por tanto, asegurar una respuesta al 100%, y paralizar todo el sistema educativo, incluso las universidades.

De hecho, otras capas ya habían sido atraídas a la lucha. Los estudiantes de nocturno, un sector muy cercano a la clase obrera, hicieron huelga en solidaridad la noche del 4 de diciembre. Incluso las clases de adultos de la escuela de alfarería de Madrid (un sector muy atrasado) realizaron una concentración en apoyo de sus propias reivindicaciones.

Los elementos fundamentales de la táctica a seguir eran:

  1. Mantener la iniciativa, ofreciendo unos objetivos claros para unificar la lucha y empujarla hacia adelante y
  2. elevar el nivel dando al movimiento una perspectiva mayor, ampliando gradualmente las reivindicaciones y dándoles un carácter más político, de acuerdo con la experiencia concreta de los jóvenes en la lucha.

Por lo que concierne al segundo aspecto, se añadieron algunas reivindicaciones nuevas en la plataforma inicial, que, en su versión ampliada, se convirtió en ese momento en la plataforma oficial de la comisión negociadora del sindicato.

La necesidad de autodefensa

En la manifestación del 4 de diciembre en Madrid, los estudiantes de enseñanzas medias recibieron una importante lección sobre la naturaleza del Estado, no por la lectura de El Estado y la Revolución de Lenin, sino por las porras de la policía y las navajas y los palos de las bandas fascistas que actuaban como auxiliares de la policía.

A fin de presionar a las autoridades locales socialistas de Madrid, el sindicato exigió la dimisión de la gobernadora civil. Lo mismo hizo en Barcelona. Esta exigencia se demostró eficaz, al menos en Madrid, donde se produjo un notable cambio de actitud por parte de la gobernadora civil (una militante del PSOE) de la primera manifestación a la segunda, en la que se desvivió por colaborar, hasta el punto de exculpar al sindicato de toda responsabilidad por los desórdenes causados por los provocadores tras la manifestación. Dada la vulnerabilidad del sindicato por el lado legal, este hecho fue sumamente útil. ¡Estas damas y caballeros son siempre tan sensibles cuando sus carreras y rentas están en la cuerda floja!

En cuanto a los fascistas, sus brutales ataques a los estudiantes en Madrid proporcionaron al sindicato todos los argumentos que necesitaba para exponer la naturaleza de estos chacales y exigir su expulsión de los centros de estudio.

Aunque parezca mentira, esta exigencia encontraba alguna oposición y cierta confusión entre sectores de los estudiantes de enseñanzas medias. Para esta generación, que no tiene experiencia directa de la dictadura de Franco y ha entrado en el mundo de la política con cierta ingenuidad y confusión de ideas, el “fascismo” es sólo una tendencia más, que puede ser buena o mala, pero que debe ser tolerada. La actividad demagógica de ciertas organizaciones fascistas (¡¡incluida la Juventud de Falange!!), que intentaron sacar provecho del movimiento estudiantil para atacar al Gobierno PSOE —instigando huelgas, atacando a la policía e, incluso, repitiendo demagógicamente algunas consignas de los marxistas—, sólo vino a aumentar la confusión.

Pero los salvajes ataques de los criminales nazis sirvieron como punto focal para la reivindicación de la expulsión de los fascistas, que obviamente no puede ser llevada a cabo por el Estado, sino únicamente desde abajo, por la movilización de los propios estudiantes, apoyados por las organizaciones obreras. Su inclusión en la plataforma de negociación se entendía con fines más propagandísticos que otra cosa. Es gracioso que, durante las negociaciones, el representante del Ministerio comentó que, aunque él personalmente simpatizaba con la reivindicación de expulsar a los fascistas, “eso es algo que tenéis que hacer vosotros”.

La intención del sindicato era llevar a cabo una sistemática campaña antifascista en los centros. Pero esto tuvo que pasar a un segundo plano ante la organización de la huelga. No obstante, se estableció en cada centro un comité de cuatro miembros, en el que, junto a un secretario, un tesorero y un encargado de propaganda, se incluía un responsable de seguridad. La importancia que esto tenía se reveló plenamente el 17 de diciembre.

El ambiente en los centros tras el 4 de diciembre quedó ilustrado en una reunión de delegados convocada el sábado día 6 por el sindicato en Madrid. Cuando se explicó el tema de las negociaciones, surgieron voces advirtiendo a la comisión negociadora que no se dejase estafar: “No os creáis lo que os digan. La única forma de conseguir nuestras reivindicaciones es luchando”. Alguien sugirió ocupar todos los centros durante las vacaciones navideñas. ¡Y cuando se tocó el tema del papel de los fascistas, un delegado propuso la formación de piquetes especiales para dar batidas y matar nazis!

Una cosa estaba absolutamente clara: Los jóvenes no iban a volver a enfrentarse desarmados e indefensos en las calles a las navajas y las porras de los matones fascistas.

Las otras reivindicaciones principales añadidas a la plataforma eran: Por el mantenimiento y expansión de todos los cursos nocturnos (esto era importante para representar los intereses de un sector de los estudiantes muy próximo a la clase obrera) y por “el derecho de cada alumno a estudiar en su propio idioma, en las comunidades bilingües, y el derecho a estudiar en cualquiera de los dos idiomas”. Esto tenía el objeto de reflejar las aspiraciones de los jóvenes de las nacionalidades oprimidas, y era importante para consolidar el movimiento en Catalunya, Galicia, Valencia y, especialmente, en Euskadi, donde la existencia de la cuestión nacional demostró ser un factor que complica enormemente la situación.

Acudir a los trabajadores

Desde el primer momento, el movimiento estudiantil gozó de un considerable apoyo entre amplios sectores de trabajadores, empezando por los padres y los profesores. El sindicato juzgaba importante vincular el movimiento con las organizaciones obreras, y también con las asociaciones de padres y profesores, algunas de las cuales prometieron ayuda e incluso dinero.

Se publicó un panfleto pidiendo solidaridad al movimiento obrero para ser repartido en todas las fábricas, comités de empresa, agrupaciones sindicales y asociaciones de padres y profesores. Se abrió una cuenta corriente especial para recibir donativos, y se organizaron colectas.

Una de las armas más importantes que el sindicato tuvo en sus manos fue la ayuda de la corriente Marxista a la hora de editar toda la propaganda necesaria.

El enorme sacrificio personal de los compañeros de la imprenta, que trabajaron toda la noche para producir una propaganda de calidad extremadamente alta, panfletos y carteles para el día 17, carnés del sindicato, e incluso una pegatina especial, permitió al sindicato sacar rápidamente un torrente de material que enseguida era absorbido por los institutos.

En unos pocos días, con unos recursos limitados, el sindicato fue capaz de producir mucho más material, y de mucha mejor calidad, que cualquier organización mucho más grande que él, dejando a todos sus enemigos con la boca abierta.

Desde el día 4, todos los periódicos burgueses del Estado español habían venido haciéndose la misma pregunta: “¿Quién está detrás de todo esto?”.

Sólo un periódico conocía muy bien la respuesta: El País. El autoproclamado diario “liberal” e “independiente” se convirtió en ese momento en el principal portavoz de la burguesía española. No es extraño que ese periódico tenga excelentes relaciones con los líderes del ala derecha del PSOE. El País está, en consecuencia, extremadamente bien informado de las actividades de la corriente Marxista, la mayoría de cuyos seguidores fueron expulsados del PSOE hace algunos años.

El País siempre había hecho todo lo posible para ocultar y acallar toda información sobre las opiniones y actividades de la corriente Marxista, no sólo en el Estado español, sino también de sus compañeros en Gran Bretaña. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que un periódico supuestamente “liberal” que tiene su propio corresponsal en Londres, publique artículos sobre el Partido Laborista británico sin mencionar ni una sola vez a la corriente

Manxista Militant? ¡Una difícil proeza! Pero, a lo que parece, nada es imposible para El País.

Este periodicucho burgués jugó el papel más pernicioso en relación al sindicato. Desde el principio, su actitud fue de abierta hostilidad. No escatimó ningún esfuerzo para minimizar el papel del sindicato, aduciendo primero que las movilizaciones eran un asunto puramente “espontáneo”; proclamando más tarde que habían sido organizadas por misteriosas “coordinadoras autónomas” de las que nadie había oído hablar nunca. Finalmente, cuando se vio obligado a mencionar al SE, aseguró que éste estaba dirigido por los sectarios lambertistas (sabiendo perfectamente que estos elementos se oponían violentamente al sindicato), en un intento por ensuciarlo con la basura sectaria. ¡Se negó a publicar los desmentidos del sindicato, ni siquiera en el apartado de cartas al director!

Algunos periodistas simpatizantes (de los que ya quedan pocos) confirmaron al sindicato que la prensa conocía la naturaleza exacta del movimiento y de su dirección. No obstante, El País —ampliamente leído por la gente de izquierdas y los círculos progresistas— permaneció mudo. Esto, evidentemente, no era accidental, sino que obedecía a una conspiración consciente en la que El País actuaba en nombre de y en confabulación con el Ministerio y el Gobierno para socavar la influencia del sindicato y de la corriente Marxista, que es la fuerza dominante dentro de él.

Irónicamente, los periódicos derechistas y conservadores habían sido mucho más objetivos en sus informaciones. Evidentemente, esto no se consideraba peligroso, puesto que esos periódicos no son leídos por muchos estudiantes y trabajadores que pudieran verse influenciados. La mejor información, al principio, la daba el diario católico conservador Ya, que ofrecía una cobertura generalmente correcta de las actividades del sindicato. Esto, sin embargo, estaba lejos de ser suficiente para reparar el daño hecho por El País.

Dicho esto, lo cierto es que la audiencia de El País está principalmente entre los estudiantes universitarios y los profesionales (también entre los obreros avanzados y los activistas sindicales). Su efecto directo entre los estudiantes de enseñanzas medias es mucho menor.

Para poner las cosas en su sitio y ganar la guerra en el terreno de la propaganda, el sindicato improvisó precipitadamente un pequeño departamento de prensa que, a pesar de las caóticas condiciones en las que trabajaba, jugó un importante papel, emitiendo comunicados de prensa a diario y convocando ruedas de prensa casi con la misma frecuencia. Como consecuencia, gran cantidad de material del sindicato apareció en la prensa. Se hizo buen uso de los periódicos regionales y las emisoras de radio. Un par de veces, los compañeros lograron una buena cobertura informativa de la televisión. Finalmente, en especial después del 17 de diciembre, también hubo una amplia información en los diarios estatales, incluido El País.

El pernicioso papel de las sectas

En cuanto se reiniciaron las clases, el martes 9 de diciembre, los representantes del sindicato comenzaron a presionar al Ministerio para el inmediato comienzo de las negociaciones. Tal y como se preveía, el Ministerio trató de dar rodeos, y sólo al final se avino a dialogar el jueves.

La táctica de la comisión negociadora del sindicato era intentar llevar las cosas a su punto decisivo tan rápido como fuera posible, y en el caso de que las principales reivindicaciones no fuesen concedidas, retirarse y convocar nuevas movilizaciones.

El sindicato había llamado a realizar asambleas en todos los centros el viernes para discutir la oferta del Ministerio y votar sobre la acción a tomar. Todo el mundo sabía que el sindicato estaba preparando una huelga estatal para el día 17.

La única preocupación que quedaba era si la gente no consideraría que el sindicato, al aceptar la oferta de diálogo para el jueves, estaba haciéndole el juego a la táctica dilatoria del Ministerio. Era, en consecuencia, tanto más necesario continuar insistiendo una y otra vez en la idea de huelga del 17 de diciembre y mantener los ojos de los estudiantes fijos en ella.

En la reunión, el Ministerio reiteró su voluntad de hacer concesiones, pero no respecto a las cuestiones centrales. Las negociaciones acabaron a altas horas de la noche del jueves.

El viernes por la mañana, muchos centros en Madrid habían votado ya espontáneamente por una huelga indefinida. No estaba del todo claro qué cantidad real de gente estaba implicada en estas acciones, pero la tendencia general era inequívoca. ¿No estaría quedándose el sindicato a la zaga del movimiento? Se expresaron algunas dudas en este sentido, y más de un compañero expresó la opinión de que el sindicato debía declararse en favor de una huelga indefinida desde el lunes, al menos en Madrid.

Con muy poco tiempo de anticipación, se había convocado una asamblea general del sindicato en Madrid para el sábado por la tarde. Éste sería un buen momento para pulsar el ambiente de la juventud.

Desgraciadamente, antes de que la asamblea se reuniera, hubo que sortear otro obstáculo.

Las sectas ultraizquierdistas, que hace 10 años se jactaban de tener decenas de miles de miembros —con una fuerte base entre los estudiantes—, han quedado reducidas en España a un patético puñado de gente, hundidas por su completa falta de perspectivas, su política aventurera y su gangsterismo organizativo. Estas criaturas contemplaron con la boca abierta cómo el movimiento cuya misma existencia negaban insistentemente, pasaba por delante de sus narices.

No habiendo jugado papel alguno en el movimiento hasta el 6 de diciembre (de hecho, se opusieron a él), intentaban ahora subirse al carro de las movilizaciones. Para hacerlo, y ante su carencia de base entre los estudiantes de enseñanzas medias, se aferraron cínicamente a la coordinadora, que formalmente había sido uno de los organizadores de la huelga, aunque en la práctica todo el trabajo lo había realizado el sindicato.

La coordinadora había elegido formalmente a la comisión negociadora. En esta etapa no había duda de que el sindicato tenía la mayoría. No obstante, se había acordado volver a convocar la coordinadora para el sábado 13 por la mañana con el objeto de escuchar el informe de la comisión negociadora,

A esta convocatoria acudieron en tromba las sectas, que asistieron con la única intención de dar al traste con la reunión, atacar al sindicato y, sobre todo, destituir a la comisión negociadora. Viendo la probabilidad de que tal cosa ocurriera, un sector de compañeros se manifestó favorable a desconvocar la reunión. De hecho, la marcha de los acontecimientos había dejado obsoleta a la coordinadora. Toda la organización la llevaba ahora el sindicato. Sin embargo, el problema era que las nuevas capas de jóvenes no comprendían el papel de las sectas, ya que no tenían experiencia previa acerca de ellas. Incluso algunos miembros de la comisión negociadora, en esa etapa, no habrían comprendido la desconvocatoria de la reunión.

Los Marxistas más experimentados, al principio, eran partidarios de desconvocar la reunión, pero se convencieron de que probablemente sería necesario pasar por esa experiencia, al objeto de convencer a los jóvenes más inexpertos del auténtico estado de cosas.

Al final, el sindicato y los Marxistas salieron triunfantes en todos los debates. Pero eso no tenía mucha importancia para las sectas (apoyadas incondicionalmente por el PC “eurocomunista”), que estaban totalmente resueltas a provocar una ruptura de todos modos. El comportamiento histérico de esta gentuza les sirvió para ganarse la antipatía de los elementos sanos que se hallaban presentes, cuyo apoyo al sindicato se reafirmó. El único sectario de la comisión negociadora dimitió. Entonces, las sectas se apresuraron a sacar un comunicado de prensa mentiroso, afirmando que “la vieja comisión negociadora ha dimitido”. El significado de esta cínica maniobra se hizo sobradamente claro más adelante.

En contraste, la asamblea realizada por la tarde fue un enorme éxito. La UGT, que había estrechado su relación con el SE, le cedió una gran sala para la reunión. A pesar del mal tiempo, y de que la reunión se produjo un sábado por la noche en un lugar difícil de encontrar, asistieron más de 800 estudiantes de enseñanzas medias. En un día laborable, la asistencia habría sido varias veces superior.

La reunión fue muy dinámica. El portavoz del sindicato explicó nuestras ideas. Luego, varios estudiantes tomaron la palabra para dar breves informes de las provincias. Los pocos sectarios que allí había intentaron sembrar la confusión y atacar al sindicato y a la corriente Marxista, pero se les hizo oídos sordos.

¡Los jóvenes querían discutir sobre la lucha!

Un sector de los presentes, cuyos institutos estaban ya en huelga, exigieron el derecho a presentar una resolución llamando a la huelga indefinida. Se les concedió su derecho. Pero después de un debate breve y bastante tenso, dos tercios de los asistentes votaron contra la huelga indefinida y en favor de concentrar las fuerzas el día 17. Tras la votación, la presidencia de la asamblea dejó perfectamente claro que, sin perjuicio de la postura adoptada, cualquier instituto en huelga podía contar con el total apoyo del sindicato. Este debate reveló, por encima de todo, el grado de madurez de los jóvenes.

Cómo “coordinar”… ¡Una escisión!

En la práctica, los sectarios y sus aliados “comunistas” se revelaron como secuaces, conscientes o inconscientes, del Gobierno. No teniendo el menor interés en el éxito o el fracaso de la huelga, les movía exclusivamente el deseo de controlar el movimiento y un odio ciego hacia quien se interponía en su camino: el sindicato y la corriente Marxista. Como siempre, su grito de guerra era “¡Dominar o arruinar!”

En este trabajo sucio, contaron con la hábil ayuda de El País, que en su edición del domingo (ampliamente leída) llevaba en la primera página una gran fotografía de la manifestación del 4 de diciembre, pero acompañada de grandes titulares que encabezaban la “noticia” de que la coordinadora de Madrid iba a celebrar una importante reunión en la universidad el martes 16 de diciembre. El propósito de esta reunión era elegir una dirección “representativa” del movimiento estudiantil. ¡Ni una palabra sobre la asamblea del sindicato del sábado, ni sobre el hecho de que ésta ya había elegido un comité de 50 delegados que representaban a la mayoría de los institutos de Madrid! Más tarde se supo (gracias a un amable periodista de televisión) que la prensa y la televisión habían recibido instrucciones de no asistir a la asamblea del SE.

Comprendiendo lo que se tramaba, la dirección del sindicato sacó rápidamente un panfleto exponiendo el fraude que suponía esa reunión y llamando a los estudiantes universitarios a celebrar elecciones democráticas, facultad por facultad, para establecer un auténtico comité que coordinase con los institutos la acción del día 17.

El día señalado, pese a la masiva publicidad gratuita de El País, sólo hubo 300 asistentes a esa reunión. ¡De éstos, al menos 100 eran jóvenes sanos que habían sido confundidos por la publicidad, y en su mayoría pensaban que la reunión había sido convocada por el sindicato! Restando un cierto número de elementos confusos y vacilantes, y también a los seguidores del PC prosoviético —que más tarde dieron un giro de 180 grados, pasando de oponerse al sindicato a apoyarlo (al menos de palabra)—, quedaban unas 100 ó 150 personas. ¡Y esto es todo lo que las sectas y el PCE pudieron reunir en una ciudad de 4 millones de habitantes, después de buscar hasta debajo de las piedras!

Ni que decir tiene que ninguno de estos señores había sido elegido por nadie. Sólo se representaban a sí mismos. Pero todo lo que les faltaba en cuanto a representatividad les sobraba en histeria y vulgar gangsterismo. Intentaron impedir que los representantes del sindicato tomaran la palabra, y luego les interrumpieron con insultos y burlas. No obstante, una vez más, su táctica empujó a los elementos sanos hacia el sindicato. El panfleto del SE, con su tono inflexible tuvo un efecto arrollador. Pero los sectarios lograron concluir su vergonzosa farsa eligiendo un comité y —éste era el punto central— aprobaron la resolución de que estarían a la cabeza de la manifestación del día siguiente y de que organizarían un “servicio de orden paralelo”.

En alguna otra zona, también aparecieron “coordinadoras” de repente. En Getafe, una ciudad industrial de la periferia de Madrid, apareció propaganda con el anagrama del sindicato falsificado por la secta morenista, que intentó sacar partido del SE usurpando cínicamente su nombre. Cuando una compañera del sindicato acudió a la reunión, intentaron impedirle el paso, hasta que ésta armó un escándalo y los jóvenes exigieron que se le permitiese entrar. Cuando supieron la verdad, la mayoría de los jóvenes se indignaron y se unieron al auténtico sindicato,

No cabe duda de que los culpables de esas tácticas escisionistas estaban haciendo el trabajo sucio del Gobierno, dividiendo y desorientando al movimiento, en vísperas literalmente de la lucha. El comportamiento de El País, el representante más consciente de la burguesía española, demostró de qué iba la cosa. Después de haber reflejado ostensiblemente la movilización estudiantil en sus páginas del domingo para anunciar la reunión de las sectas y el PC, en la mañana del 17 de diciembre (cuando todos los demás periódicos recogían noticias sobre la huelga) El País guardó silencio. ¿Anunciar las actividades de los boicoteadores? ¡Por supuesto! ¿Dar publicidad a la causa de la huelga? ¡No lo permita Dios!

La cuestión nacional también contribuyó a complicar la situación. En Valencia y Catalunya, los nacionalistas pequeño burgueses intentaron boicotear la huelga, pero se les contrarrestó eficazmente. En Euskadi, la huelga y el sindicato tropezaron con la rabiosa oposición, desde el primer momento, de los partidarios de ETA, representados por Herri Batasuna y su organización juvenil, Jarrai.

Por primera vez en diez años, Herri Batasuna veía como su influencia entre la juventud vasca era seriamente amenazada por una corriente Marxista Internacionalista. Reaccionó con un arranque de histeria sorprendentemente violento incluso para una organización como HB.

En un intento desesperado por desviar el movimiento, Jarrai convocó una huelga general en los centros de estudio para el viernes 14 de diciembre por el tema de las extradiciones de miembros de ETA desde Francia. Para disgusto de Jarrai, la convocatoria de huelga fue un fracaso.

Su ulterior histerismo sólo tiene una explicación: el miedo. ¡Habían recibido un durísimo golpe precisamente en una zona en la que siempre habían dominado a sus anchas! Se pusieron a lanzar coces ciegamente, en todas direcciones. A través de las páginas de su diario, Egin, Herri Batasuna lanzó una campaña rabiosa de injurias y mentiras contra el sindicato. De la huelga del 4 de diciembre dijeron (en una reseña escrita en euskera) que había sido organizada por “comunistas” y “fascistas”. El SE fue descrito como un “sindicato policial” formado de acuerdo con el gobernador civil (este lenguaje basta para que le peguen un tiro a cualquiera en el País Vasco), etc., etc., etc.

Tras el fracaso de la aventura del 14 de diciembre, Jarrai se vio obligada a llamar de mala gana a la huelga para el 17 de diciembre. Indudablemente, debieron producirse contradicciones y presiones internas de sus propios militantes y simpatizantes. Pero esa llamada a la huelga en modo alguno supuso ninguna disminución de su campaña de injurias contra el sindicato. ¡Insistían en que “su” huelga era un asunto exclusivamente vasco y que no tenía nada que ver con el resto del Estado! Pero, con todas sus amenazas y bravuconadas, Herri Batasuna y Jarrai habían sufrido, en realidad, una humillante derrota en su propio terreno…¡y ellos lo sabían!

La huelga del 17 de diciembre

La huelga del 17 de diciembre fue un éxito excepcional. La respuesta en la gran mayoría de los institutos estatales fue del 100%. Ese, ciertamente, fue el caso de Madrid. También en Barcelona la huelga fue del 100%, es decir, de 260.000 estudiantes sólo en esa ciudad. El cinturón rojo de Barcelona (como el de Madrid) fue unánime: 100% en Sabadell, Gerona, Lérida, Tarragona, Reus y muchos pueblos de toda Catalunya. En Tarragona, hasta la Universidad Laboral se puso en huelga. El sindicato crecía a pasos agigantados. En Tarragona, se formaron grupos del SE en todos los centros. Diez días antes, no había ninguno.

Cincuenta mil estudiantes se manifestaron en Barcelona; 4.500 lo hicieron en Tarragona (la mayor manifestación en la historia de esa ciudad). Como resultado de las movilizaciones, la Generalitat de Catalunya se avino a abrir negociaciones con los representantes estudiantiles.

En Valencia, la huelga fue del 100% en toda la provincia, y se manifestaron 50.000 estudiantes. En Alicante, también el 100%, lo mismo que en Murcia: no sólo en Cartagena, sino en numerosos pueblos (Mula, Fuente Álamo, Caravaca, etc.).

Toda Andalucía estaba en huelga. Incluso la televisión oficial admitió una incidencia del “80-85%”. En Málaga, habían tomado la precaución de hacer ese día exámenes en los centros. Fue en vano. Inmediatamente después de los exámenes, los estudiantes se pusieron en huelga el resto del día.

Hubo huelgas y manifestaciones en Granada y Motril; 100% en Sevilla, con parte de la universidad también en huelga, y 15.000 personas en la manifestación encabezada por la pancarta del SE. Cien por cien, así mismo, en todos los pueblos: Morón, Carmona, Alcalá, etc. Comisiones Obreras y la Federación de Enseñanza de UGT declararon públicamente su apoyo.

Toda Galicia saltó a la huelga: Ferrol, Vigo, Coruña,… En Vigo confluyeron los jóvenes de los pueblos para salir a la manifestación, que contó con 1.500 participantes. Los estudiantes de Ferrol acudieron a los astilleros pidiendo apoyo, y recibieron donativos. Se recibió apoyo de CCOO y de dos sindicatos nacionalistas (INTG y CXTG), así como de la Asociación de Vecinos de Ferrol.

Las zonas que no habían participado el 4 de diciembre, ahora entraron en la lucha con todas sus fuerzas. Asturias se puso en huelga al 100%, con una manifestación en Gijón (organizada por una coordinadora en la que las sectas tenían cierta influencia) y en Avilés, donde el SE sacó a la huelga a 10.000 estudiantes y organizó una manifestación de 4.000 (un récord para esta importante ciudad siderúrgica). En las zonas mineras, los institutos del Nalón pararon totalmente. En Santander la huelga fue total.

Zaragoza, una vez más, se superó a sí misma con una huelga total y una manifestación dirigida por el SE de 20.000 personas. Pero aún más significativo fue el hecho, reconocido por la prensa burguesa, de que la huelga fue unánime en todo Aragón (según la televisión, sólo funcionó un centro en toda la región). Huesca, Teruel, Andorra y muchos otros pueblos participaron en la huelga.

En el País Vasco, a pesar del sabotaje inicial de Herri Batasuna y Jarrai, la huelga fue total. En Vitoria, 3.000 personas se manifestaron tras la pancarta del sindicato; un duro golpe para Jarrai. En Navarra, la huelga fue del 100% no sólo en Pamplona, sino en todas las demás ciudades: Tudela, Estella, Tafalla,… Hubo una manifestación en Pamplona de 5.000 estudiantes, y otra de 1.000 en Tudela (un récord para esta pequeña ciudad). Los compañeros de Álava sacaron a la huelga a los institutos de Guipúzcoa en base a poco más que una llamada telefónica. El pueblo industrial de Deva se puso al 100% en huelga.

Sin embargo, Herri Batasuna y Jarrai prosiguieron con su campaña de ataques contra el sindicato incluso durante el propio transcurso de la huelga. Los seguidores del SE en Vizcaya convocaron una reunión en Baracaldo. No cabía duda de que esa reunión iba a ser masivamente concurrida. Así que Jarrai convocó una manifestación a la misma hora en Bilbao. En consecuencia, sólo 50 estudiantes se presentaron a la reunión del sindicato. Así pues, los compañeros decidieron que lo mejor que podían hacer era participar en la manifestación de Bilbao.

Una vez más, los nacionalistas radicales pequeño burgueses y los sectarios demostraron que no tenían el menor interés en el avance de la lucha, sino únicamente en arrebatar el control del movimiento y en eliminar toda oposición por las buenas o por las malas. Dada la actitud provocadora y criminal de estos elementos, los alrededor de 50 seguidores del sindicato tuvieron que echarle mucho valor para presentarse en la manifestación.

Al final, los compañeros fueron objeto de una lluvia de insultos. Los partidarios de Jarrai y sus compinches lambertistas hicieron uso del megáfono para lanzar desvergonzadas calumnias y mentiras contra el SE, al que calificaban de “sindicato españolista”, y acusaron de estar “a sueldo de la policía”, etc. Los lambertistas rompieron la pancarta del sindicato e intentaron atacar a los que la portaban. Finalmente, cuando el portavoz del sindicato intentó hablar, le golpearon. No obstante, los compañeros no se dejaron intimidar, sino que fueron a la otra punta de la manifestación, lograron dirigirse a los manifestantes y obtuvieron una buena acogida por parte de los jóvenes.

La manifestación de Madrid

En Madrid, los organizadores de la manifestación celebraron una reunión la noche anterior para organizar el servicio de orden. Asistieron 200 jóvenes. Se planificó la táctica a seguir, y cada miembro del servicio de orden de la manifestación recibió un brazalete del sindicato y un gran palo de madera con un cartel adosado a modo de pequeña pancarta, principalmente con propósitos decorativos. Se pidió a cada asistente a la reunión previa que llevase a un grupo de su instituto a la manifestación para reforzar el servicio de orden.

Además, se decidió invitar a Nicolás Redondo y a Marcelino Camacho —secretarios generales de UGT y CCOO respectivamente— a marchar en la cabeza de la manifestación. Esto tenía tres propósitos: en primer lugar, promover la campaña del sindicato de vincular a los estudiantes de enseñanzas medias con las organizaciones obreras, llamando a la unidad por arriba y por abajo. En segundo lugar, proteger más a la manifestación contra una eventual agresión policial. Por último, era posible obtener miembros experimentados para el servicio de orden de algunos de los dos sindicatos, o de ambos.

Se hicieron enormes esfuerzos por conseguir que los trabajadores de al menos una fábrica en huelga proporcionasen gente para el servicio de orden. Pero debido a la falta de tiempo y a la fuerte presión de trabajo, este tema no llegó a cuajar. La UGT se ofreció a aportar gente para el servicio de orden. Al final, esa gente llegó demasiado tarde como para ser de alguna utilidad. Así pues, el servicio de orden quedó por completo en manos de jóvenes de 14 a 18 años de edad, organizados por la corriente Marxista.

Estos jóvenes del servicio de orden tuvieron un comportamiento magnífico. Llegaron a centenares por la mañana temprano y ocuparon los puntos estratégicos alrededor de la plaza donde partía la manifestación. El sindicato suministró un par de coches con una potente megafonía, y llevó walkie-talkies alquilados, que fueron utilizados por el servicio de orden para patrullar en torno a la manifestación y dar la voz de alerta si fuera necesario.

Los miembros del servicio de orden cogieron las manos y formaron un cerco de hierro alrededor de toda la parte frontal de la manifestación, con instrucciones de no dejar pasar a nadie en ningún sentido. Un par de periodistas cometieron el error de poner

esto a prueba y tuvieron que marcharse con alguna que otra magulladura.

La hora en que debía ponerse la manifestación en marcha se acercaba y ya había decenas de miles de jóvenes presentes con pancartas de muchos institutos. Súbitamente, algo parecido a una avalancha humana apareció en el horizonte, un enorme número de jóvenes surgió como de la nada. Es imposible calcular cuánta gente había allí, pero la cifra estaba entre 100.000 y 150.000 personas. El sindicato estableció finalmente la asistencia en 120.000 manifestantes, lo que probablemente era una estimación demasiado baja.

La manifestación anterior había sido atacada por los fascistas. Pero esta vez les habría hecho falta mucho valor a los fascistas para atacar. El número total de miembros del servicio de orden era superior a los 1.000. En cuanto se producía una alarma en cualquier punto de la manifestación, se corría la voz rápidamente y 200 jóvenes blandiendo en el aire sus palos (sin ninguna decoración) se apresuraban a acudir al lugar de que se tratase. Muchos jóvenes habían llevado sus propios medios improvisados de autodefensa, que constituían todo un arsenal aterrador. Algunos fascistas se aventuraron a acercarse demasiado y, para utilizar la célebre frase de Trotsky, “entraron en contacto directo con el pavimento”. A uno de ellos se le descubrió una bomba de fabricación casera en las manos. Se le agarró, se le dió una paliza de muerte y acabó el día en el hospital. En contraste, ni un sólo manifestante resultó herido. La policía guardó una discreta distancia.

Los problemas más importantes surgieron, no de los fascistas, sino de la chusma sectaria de la coordinadora. Cinco minutos antes del momento en que la manifestación debía ponerse en marcha, aproximadamente un centenar de estos señores lograron situarse delante de la primera línea del servicio de orden que precedía a la manifestación.

Esta cínica maniobra puso a los organizadores en un grave dilema. Indudablemente, el sindicato tenía fuerzas suficientes para quitar a esta gente de enmedio. Sin embargo, no habría sido una operación tan sencilla. Estos elementos no habían venido solos, sino que, claramente, habían reclutado a un grupo de lúmpenes a los que, probablemente, habían traído de las zonas más deprimidas a base de prometerles que habría “jaleo”. Estos elementos llegaron con bolsas llenas de barras de hierro, potentes tiradores e instrumentos por el estilo. Los sectarios estaban histéricos, y estaba claro que buscaban camorra.

Quitar a esta gente de enmedio habría provocado, sin duda, una batalla callejera al inicio de la manifestación, con heridos por ambas partes. Pero el problema más serio era la presencia de 150.000 personas concentradas en una masa compacta. Una batalla cruenta podría haber provocado el pánico y el caos. Esto, desde luego, habría dado la excusa para la intervención de la policía, que habría cargado para restaurar el “orden”. La manifestación se habría disuelto antes de comenzar. En otras palabras, los sectarios se comportaron como típicos agentes provocadores policiales. De hecho, es muy probable que estuvieran infiltrados por los fascistas o la policía, o por ambos, con el único propósito de crear el caos.

Dadas las circunstancias, los organizadores decidieron no arriesgarse a una confrontación, denunciando después de la manifestación la conducta provocadora de la “coordinadora”.

A pesar de que se produjo cierta confusión introducida por estos elementos, la manifestación fue un enorme éxito. Todo el centro de Madrid en las proximidades del Ministerio de Educación quedó paralizado por el enorme número de manifestantes.

La coordinadora intentó superar en la táctica al sindicato, enviando una pretendida “comisión negociadora” al Ministerio. Esto sólo dió al Ministerio una excusa para proclamar que había un “problema de representación” y que, por lo tanto, no habría más negociaciones, sino únicamente ‘‘conversaciones exploratorias”. En la práctica, sin embargo, las negociaciones posteriores fueron llevadas a cabo por la comisión negociadora del sindicato.

Una vez más, la comisión negociadora del sindicato entró en el Ministerio, y el sindicato dio por finalizada la manifestación. La gran mayoría de los estudiantes se dispersaron. No obstante, los elementos agrupados en torno a la coordinadora se quedaron rezagados para continuar con sus provocaciones, levantando barricadas y arrojando piedras y botellas a la policía. También es prácticamente seguro que había fascistas implicados. La policía, en consecuencia, cargó, hiriendo a varias personas, una de las cuales acabó en estado de coma. Al día siguiente, con la excepción de Ya —que sacó toda la portada con una foto de la manifestación y el titular: “DOS MILLONES DE ESTUDIANTES CONTRA MARAVALL”—, el resto de la prensa sólo mostraba fotos de los choques con la policía ocurridos cuando la manifestación ya había finalizado.

Después del 17 de diciembre

A pesar de los inevitables obstáculos y los rasgos que complicaban la situación, la huelga general había sido un éxito histórico. Las cifras arriba indicadas sólo dan una idea muy parcial de la dimensión de las movilizaciones. Ya reconoció hasta 2 millones de huelguistas. La cifra real fue, probablemente, aún mayor, si tomamos en consideración el hecho de que, en algunas zonas, también se pusieron en huelga otros sectores, como la universidad.

Aún más significativo que las grandes manifestaciones de Madrid, Barcelona, Zaragoza, etc., fue el hecho de que las movilizaciones afectaron incluso a los pueblos más pequeños de las provincias más atrasadas: Zamora, Ávila, Cuenca, Toledo, Soria, Algeciras,… Se pusieron todas en lucha. Todas estas zonas nuevas, sin excepción, miraban al sindicato confiando en su dirección. Todas ellas son una enorme reserva de nuevas capas de jóvenes, que no están corrompidas por el cinismo de los reformistas, los estalinistas y los sectarios.

En un sentido general, el movimiento ya había tenido el efecto de obligar al Gobierno a hacer concesiones. El ministro salió por televisión al día siguiente de la huelga, prometiendo una serie de mejoras; incluida entre otras un aumento del 25% en todas las becas estudiantiles.

El movimiento se dejó sentir en la vida política del país. La oposición exigió un debate parlamentario y la comparecencia del ministro responsable.

La movilización estudiantil sacudió a todas las organizaciones políticas y tuvo su efecto en los sindicatos. No por casualidad el Comité Confederal de UGT, después de una discusión de cuatro horas, decidió finalmente enviar un mensaje de apoyo y que dos de sus miembros marcharan en la manifestación (Nicolás Redondo tenía “compromisos previos”), y Camacho acudió en representación de CCOO.

La maniobra de la coordinadora planteó un problema a Camacho, que comenzó marchando con ellos, pero luego cambió de opinión y marchó tras la pancarta del sindicato. Los representantes de la UGT permanecieron con el sindicato. ¡Por otra parte, Gerardo Iglesias, secretario general del PCE “eurocomunista” se quedó con la coordinadora, lo mismo que Javier de Paz, secretario general de las JJSS! Cuando se le preguntó por qué marchaba con la coordinadora, compuesta por estalinistas y ultraizquierdistas, en vez de ir con el sindicato, Javier de Paz contestó: “Porque hay un grupo detrás del sindicato al que no podemos apoyar bajo ninguna circunstancia”.

Eso era lo que más miedo infundía a toda esta gente: el “grupo que había detrás del sindicato”, la corriente Marxista española representada por Nuevo Claridad y su grupo juvenil, JPS (Jóvenes Por el Socialismo).

Las movilizaciones consiguieron dividir a las JJSS, o, mejor dicho, a lo poco que queda de esta organización tras las expulsiones masivas de la segunda mitad de los años 70. Incluso antes del 4 de diciembre, la burocracia de las JJSS envió una circular a todos sus miembros prohibiéndoles apoyar al sindicato o la huelga. Esto tuvo exactamente el efecto contrario. En Zaragoza, el intento de los burócratas de las JJSS de prohibir que sus militantes apoyasen la huelga, consiguió empujar a los mejores elementos de esa organización tras el sindicato y la corriente Marsta. Lo mismo ocurrió en el País Vasco. ¡En Álava, las JJSS fueron expulsadas por apoyar la huelga! En Valladolid, el secretario general de las JJSS entró en contacto con el sindicato, junto con un grupo que había abandonado anteriormente las JJSS debido a su postura sobre la OTAN.

Los efectos de la huelga también tuvieron un gran impacto en el campo estalinista. Las pequeñas juventudes del partido “oficial” eurocomunista, desoyendo los consejos de Comisiones Obreras y de al menos algunos de los dirigentes más inteligentes del partido, optaron a favor de las “coordinadoras” y libraron una virulenta campaña contra el sindicato, exactamente igual que las sectas.

Esa actuación, de hecho, significó su suicidio político en los institutos: En el pasado, sin duda, los estalinistas habrían entrado inmediatamente en el sindicato para coparlo. Pero, después de décadas de degeneración reformista, la actual UJCE (Juventudes Comunistas), con una composición abrumadoramente pequeño burguesa y absolutamente ignorante del ABC del marxismo, fue completamente incapaz de repetir la experiencia de los años 30, cuando los estalinistas lograron apoderarse de las Juventudes Socialistas, con trágicas consecuencias para el destino de la revolución española.

Estos ignorantes pequeño burgueses, en primer lugar, no comprendieron los procesos subterráneos de la sociedad. Negaban firmemente toda posibilidad de una movilización juvenil masiva antes del 4 de diciembre, y, por lo tanto, se vieron completamente sorprendidos por los acontecimientos. Sus hábitos mentales, prácticamente idénticos a los de las pandillas universitarias de los sectarios, les llevaron a no comprender la significación del Sindicato de Estudiantes, que por su papel en la lucha, era universalmente reconocido como la organización “oficial”, y, en consecuencia, permanecieron fuera de sus filas.

Sin embargo, aún si hubieran entrado en el SE, es dudoso que hubiesen ido muy lejos. Dada la aplastante superioridad de las ideas de la corriente Marxista, que estaba en la dirección del sindicato, y el ínfimo nivel político medio de los miembros de la UJCE, habrían acabado perdiendo gente en vez de ganarla. Así pues, dentro de su locura sectaria, su actuación tenía alguna lógica.

Esto se demostró por la experiencia de la organización juvenil estalinista prosoviética, que inicialmente adoptó una actitud ambigua y vacilante hacia el sindicato. Estos elementos, opuestos en principio al sindicato, cambiaron de idea cuando vieron cómo éste ganaba apoyo. Después del 17 de diciembre, se acercaron a la dirección del SE para entablar discusiones. ¿Qué actitud debía tomar el sindicato hacia esta gente?

Los marxistas adoptaron, desde el primer momento, una actitud muy cautelosa hacia los distintos componentes de la “coordinadora”. Al principio no estaba claro en absoluto cuál iba a ser la correlación de fuerzas. Eso se comprobaría en el curso de la propia lucha. Los marxistas estaban “aislados” en la dirección del Sindicato de Estudiantes. Todas las demás tendencias políticas, desde los fascistas hasta la ultraizquierda, se unieron después del 4 de diciembre, y aún más después del 17 de diciembre, en un bloque unido hostil contra el sindicato.

Es verdad que el sindicato había conseguido unir en la acción bajo su bandera a la inmensa mayoría de las masas de estudiantes de enseñanzas medias. No obstante, sus estructuras aún eran débiles, la organización misma aún estaba en proceso de formación. En muchas provincias el SE no existía. Las universidades eran un punto especialmente débil.

A primera vista, los demás grupos combinados tenían mucha más fuerza que la tendencia marxista. Existen pocas dudas de que, si hubiesen tenido la menor idea de cómo actuar, podrían habernos complicado gravemente las cosas.

La cuestión de cómo tratar a esos grupos, por tanto, adquirió una importancia central en las discusiones sobre táctica que se produjeron tras el 17 de diciembre. La táctica desvergonzada y divisionista de la coordinadora de Madrid descartaba la posibilidad de una colaboración franca y honesta. Las sectas jugaron un papel particularmente nefasto; su única obsesión era la oposición histérica a los marxistas y al sindicato.

Las juventudes comunistas “oficiales” y las JJSS siguieron ciegamente esta locura sectaria. No obstante, como ya se ha indicado, la organización juvenil prosoviética, probablemente empujada por los líderes adultos de su partido —que tienen más “instinto” para captar el movimiento—, intentó distanciarse de los demás y adoptar una posición “intermedia”.

La política de los marxistas se dirigió a escindir el campo enemigo, tratando constantemente de alejar a los estalinistas y, en la medida de lo posible, a las JJSS, del resto de los grupos, en un intento por aislar a los sectarios, que no representaban nada. De acuerdo con esta táctica, los dirigentes del sindicato aceptaron inmediatamente la oferta de las juventudes estalinistas prosoviéticas y entraron en discusiones con ellas. Esto no era, de ningún modo, una maniobra maquiavélica por parte de los marxistas. Si los demás grupos hubieran estados dispuestos a entablar una colaboración honesta, si se hubieran avenido a unificar sus fuerzas para llevar a cabo acciones concretas y para construir el sindicato (por ejemplo, en la universidad y en Catalunya), esto habría supuesto un gran paso adelante para la unidad del movimiento, que era una consideración fundamental. Las diferencias políticas podrían haberse encauzado en un debate interno saludable, que habría beneficiado a todos los militantes. Los marxistas estaban dispuestos incluso a discutir la posibilidad de hacer ciertas concesiones en el plano organizativo, para facilitar la participación de estos compañeros en el sindicato. Sin embargo, todos estos planes se quedaron en nada, como consecuencia de los cínicos manejos de los estalinistas de la “línea dura” que, en la práctica, demostraron no ser mucho mejores que sus colegas “eurocomunistas”.

20 de diciembre de 1986

Segunda Parte

El Gobierno esperaba, desde luego, que las movilizaciones de diciembre se quedarían en un estallido meramente pasajero. Las vacaciones de Navidad tendrían un efecto desmovilizador, y el final de la movilización estudiantil en Francia también reduciría el interés de los estudiantes españoles por las huelgas y manifestaciones.

El análisis de la corriente Marxista se oponía diametralmente a este punto de vista. Contrariamente a la opinión del Ministerio, recogida con frecuencia en la prensa, según la cual el movimiento estudiantil español sólo era una “imitación” de los acontecimientos en Francia, los marxistas de Nuevo Claridad vieron en él la expresión de un descontento profundamente arraigado entre los jóvenes españoles.

Estos jóvenes habían despertado a la vida política con las primeras huelgas de diciembre. El intervalo navideño, por tanto, sólo supondría una tregua, tras la cual estallarían rápidamente de nuevo las hostilidades.

Estaba claro, no obstante, que la nueva etapa de la lucha iba a ser mucho más complicada de lo que ésta había sido hasta entonces. El Gobierno tendría tiempo para preparar una contraestrategia. La estructura del sindicato se encontraba todavía en una etapa incipiente, con unos recursos humanos y materiales muy limitados. Por otra parte, todos los enemigos políticos del sindicato, tanto de “izquierdas” como de derechas, entrarían ahora en acción, profundizando las divisiones y sembrando la confusión entre la juventud, con resultados potencialmente desastrosos.

Actitud hacia las “coordinadoras”

Las actividades divisionistas de los estalinistas y los sectarios, auxiliados y animados por la organización juvenil del PSOE, ya habían causado cierto daño el 17 de diciembre. Era necesario elaborar una estrategia que resolviera este problema en enero.

En general, no hay motivo alguno por el que la existencia de coordinadoras deba entrar en conflicto con las actividades de un sindicato en la lucha. Podría darse el caso —especialmente allí donde la organización del sindicato aún era débil y no abarcaba a la mayoría de los estudiantes— del establecimiento de coordinadoras de representantes democráticamente elegidos en los institutos con objeto de organizar la lucha. Estos organismos “de base” no serían una alternativa a la estructura permanente del sindicato, pero podrían jugar un papel útil en el curso de la lucha, disolviéndose cuando ésta hubiera finalizado. Algo similar parece que ocurrió en Francia.

En realidad, en muchas zonas del Estado español surgieron coordinadoras que, efectivamente, eran auténticos órganos representativos de los estudiantes de enseñanzas medias, especialmente en las zonas donde el sindicato no existía. En varias zonas, el sindicato y la “coordinadora”coexistieron y colaboraron sin ninguna dificultad. En muchas zonas rurales, en particular, las “coordinadoras” locales se establecieron en el curso de la lucha. Aunque al principio no había ningún miembro del sindicato, sin embargo, contactaron inmediatamente con el SE en Madrid y siguieron sus directrices y consejos de cabo a rabo.

El problema era, no tanto la existencia de “coordinadoras”, sino la bancarrota política de las sectas que, como siempre, trataron de contraponer las coordinadoras al sindicato “oficial”, intentando ganar el control de las coordinadoras por las buenas o por las malas y utilizarlas, no para fomentar la lucha, sino para hacer la guerra contra el sindicato, maniobrando, dividiendo, saboteando y boicoteando el movimiento dondequiera que lograron poner un pie.

En todo caso, lo que menos les preocupaba a estos señores eran los intereses de los estudiantes. Sus dos consideraciones supremas eran: cómo maniobrar para situar a su propio grupito en una posición dirigente, y cómo destruir al sindicato. Su papel durante todo el conflicto, independientemente de sus intenciones subjetivas, fue el de rompehuelgas y agentes del Gobierno.

Después del 17 de diciembre, la dirección de la corriente Marxista discutió qué actitud tomar hacia la “coordinadora” de Madrid, que tan despreciable papel había jugado en la manifestación del 17 de diciembre.

Este grupo, completamente manipulado por las sectas estudiantiles de la universidad, con una base mínima en los institutos y las escuelas de formación profesional, ya había anunciado que iba a celebrar una “conferencia” para el 10 de enero, seguida por una “conferencia estatal de coordinadoras” una semana después. Dado que el comienzo de las clases era el 8 de enero, estaba claro que estos elementos, que habían sido cogidos con el culo al aire en diciembre, estaban obsesionados con una única idea: convocar una movilización tan pronto como fuera posible en enero, con objeto de “tomarle la delantera” al sindicato.

Éstas eran malas noticias en más de un sentido. No era lo mejor para los intereses del movimiento el entrar inmediatamente en acción prácticamente el primer día de clase. El sindicato habría preferido una cierta dilación con objeto de dar tiempo a la realización de asambleas que pudieran debatir libremente y decidir qué acciones emprender, y también para que el sindicato pudiera organizarse y prepararse para una movilización eficaz.

El mismo argumento vale por lo que respecta a la celebración de una conferencia, fuera ésta de Madrid o a nivel estatal. No podía ni pensarse en una conferencia democrática que se celebrase sólo dos días después del inicio de las clases. No habría tiempo para realizar asambleas adecuadamente, ni discusiones, ni elección de delegados.

Se planteó la posibilidad de que el sindicato enviase gente a la reunión de la coordinadora para tratar de ganar a la mayoría. Pero rápidamente se comprendió que esa no iba a ser una reunión democrática de delegados electos, sino meramente una reunión amañada por las sectas. No cabía ni pensar en que estos gamberros permitiesen siquiera hablar al sindicato, no digamos ya ganar la mayoría. Se decidió, por tanto, no asistir a la reunión, sino denunciar estos manejos con un panfleto e ir hacia una reunión verdaderamente representativa del sindicato en una fecha posterior.

Entre tanto, ya que las negociaciones con el Ministerio no habían producido ningún resultado concreto, la dirección del sindicato decidió elaborar planes contingentes de nuevas movilizaciones para la segunda mitad de enero. Se opinaba que estas movilizaciones tendrían que suponer un ascenso en el nivel de la lucha, y no ser meramente una repetición de las dos huelgas anteriores. Esta vez se planificó una semana de acción, con asambleas el lunes 19 de enero y una huelga general de cuatro días en los institutos del 20 al 23 de enero, culminando con manifestaciones de masas en todo el país el viernes 23. Se fijó la fecha de una reunión estatal del sindicato para el domingo 18 de enero. Este calendario daría tiempo suficiente para las necesarias discusiones, debates y votaciones en los centros, asegurando así el carácter unánime de la próxima huelga.

No obstante, aquí había un problema. Nadie podía decir cuál iba a ser exactamente la situación en los centros tras el 8 de enero. No estaba totalmente descartado que los cálculos del Gobierno fuesen correctos. La necesidad de “pulsar el ambiente” antes de lanzar la consigna de la acción era otra poderosa razón para retrasar la nueva convocatoria de lucha y dar tiempo para la discusión y el debate en el seno del movimiento. Pero ¿y si ocurría todo lo contrario? ¿Y si las movilizaciones estallaban inmediatamente? Esto le parecía a la dirección una situación mucho más probable. Y, desde este punto de vista, se corría el peligro de que la gente considerase al sindicato como una rémora para el movimiento. Las sectas agrupadas en torno a la “coordinadora” podrían entonces estar en posición de ganar de la mano al sindicato, Pese a todas las dudas, la dirección del SE decidió que lo mejor era no precipitarse y actuar según lo planeado. Esta táctica, en los hechos, demostró ser la correcta.

La “huelga general indefinida”

Los temores del sindicato acerca de las actividades de la “coordinadora” demostraron tener fundamento. La “conferencia” del día 10 no fue en absoluto representativa, ni organizada, ni ordenada, ni democrática. No hubo ninguna votación, pero al final el presidente de mesa gritó en medio del tumulto general, y para estupefacción de todo el mundo, que la reunión había “decidido” convocar una huelga general indefinida.

Esta táctica irresponsable, rechazada desde el principio por el sindicato, demostró en la práctica su total bancarrota. Los centros que, equivocadamente, secundaron esa convocatoria, se quedaron rápidamente vacíos. La gran mayoría de los estudiantes se fueron, sencillamente, a sus casas, y allí permanecieron viendo la televisión durante el resto del conflicto. En contraste, el sindicato trató de que los jóvenes permaneciesen en los centros, incluso durante la huelga, para mantenerlos unidos en asamblea permanente, discutiendo la táctica y la estrategia y planificando las acciones. Ahí residía la diferencia entre una huelga pasiva, en la que la mayoría de los estudiantes actúan como meros espectadores que observan cómo una minoría de “activistas” (mezclados con gamberros y provocadores) luchan contra la policía, y un movimiento de masas organizado, disciplinado y consciente que demostró en la práctica cómo combatir y cómo derrotar a la clase dominante y al Estado.

En sus acciones, sin embargo, la “coordinadora” de Madrid reveló su debilidad. En un mal disimulado (y nada recomendable) intento por demostrar su fuerza, convocó una manifestación para el sábado 17 de enero, que sólo logró aglutinar a 5.000 estudiantes. Este intento fallido tuvo todas las características de las manifestaciones posteriores de esta gente: total falta de organización, ausencia de un servicio de orden, escasa asistencia y fuerte infiltración de provocadores, cuya actuación condujo finalmente a la disolución de la manifestación por la policía (algo que nunca lograron hacer en ninguna de las manifestaciones organizadas por el sindicato, ¡y no porque no lo intentaran!).

Tácticas similares se pusieron de manifiesto en otras partes del país. En Catalunya, el PC prosoviético se las arregló para tomar el control de la coordinadora, con ambiciones de crear su “propio” organismo nacional, independiente de la pandilla de Madrid. En Valencia, la “coordinadora” estaba dirigida por los “euros” en desgraciada alianza con los burócratas de las JJSS, católicos de derecha e incluso algunos miembros de la extrema derecha. ¡Estos jóvenes “comunistas” se negaron siquiera a permitir que un representante del sindicato de Madrid dirigiese la palabra a la coordinadora! Así es como el PC entiende un “frente único”: un órgano que abarca a todo el mundo… ¡excepto a los Marxistas!

Complicaciones en el País Vasco

Lo más grave de todo era que, en el País Vasco, Herri Batasuna y su organización juvenil, Jarrai, resentidos aún por la humillante derrota que habían sufrido en diciembre, elevaron ahora el tono de sus ataques barriobajeros contra el sindicato y la corriente Marxista. Todos los intentos del sindicato en Euskadi por conseguir la unidad de acción con la autodenominada “coordinadora de Euskadi” (que en realidad era un frente de HB y Jarrai) fueron rechazados sin más. El diario Egin y la revista Punto y Hora intensificaron sus embustes y calumnias contra el sindicato. Como era de esperar, en los institutos se creó una atmósfera de confusión y desorientación. Muchos jóvenes temían unirse al sindicato por miedo a los ataques de los partidarios de Jarrai. Cualquiera que fuese sospechoso de simpatizar con el sindicato, era seguido por las calles e insultado públicamente, sus padres eran visitados y advertidos, etc.

Esta táctica, indudablemente, causó graves dificultades al sindicato en Euskadi. Pero, lejos de demostrar fuerza, mostraba precisamente todo lo contrario: debilidad y miedo. Durante más de 10 años, los grupos abertzales han monopolizado prácticamente el apoyo de la juventud vasca. El extremo oportunismo de las direcciones de los partidos obreros oficiales les ha conducido a una rápida pérdida de apoyo, aún en los círculos de la clase obrera, pero especialmente entre la juventud. El PC de Euskadi dejó de existir cuando la mayoría de este partido se fusionó con un grupo nacionalista (Euskadiko Ezkerra). Las sectas adoptaron una actitud servil hacia ETA y Herri Batasuna, lo que sólo les sirvió para reducir casi a cero el apoyo que habían tenido en el pasado. La única alternativa real de izquierda estaba representada por la corriente Marxista, que se conoce en el País Vasco como la Coordinadora Socialista de Izquierdas y Ezkerra Marxista. Sin embargo, la influencia de estos grupos se limitaba a dos provincias, Álava y Navarra, con poco apoyo en Vizcaya y Guipúzcoa.

En cierto sentido, el Sindicato de Estudiantes había nacido en Euskadi, donde dirigió una serie de huelgas en los institutos de Álava y Navarra, con miles de estudiantes implicados, en el invierno de 1985-86. Pero su rápido surgimiento como una fuerza seria tras las huelgas del 4 y del 17 de diciembre provocó una ola de pánico en los círculos nacionalistas radicales pequeño burgueses.

Por primera vez, la dirección de HB y la de su rama juvenil, Jarrai, se sintieron gravemente amenazadas. Podían hacer frente con facilidad a sus adversarios por la derecha: nacionalistas burgueses, reformistas y “eurocomunistas”. Pero una corriente revolucionaria Marxista seria, que defiende una política internacionalista y de clase, representaba una amenaza mortal para su hegemonía entre la juventud vasca.

Detrás de las bravatas y fanfarronadas de sus ataques histéricos al sindicato se esconde un miedo mortal a la extensión de las auténticas ideas del Marxismo entre sus seguidores tradicionales. El éxito inicial del sindicato les provocó una reacción de pánico. Pero había, claramente, razones más profundas detrás de esa reacción. En las páginas de Egin comenzaron a aparecer artículos, escritos en un tono de preocupación, quejándose del surgimiento de “peligrosas tendencias españolistas entre la juventud vasca”. Una capa de la juventud —se lamentaban— ya no mostraba el debido respeto hacia los “símbolos de la nación [vasca]” e, incluso, califican a la ikurriña como “un trapo”.

Como ya hemos visto, la nueva generación de jóvenes es, en general, mucho más crítica y escéptica respecto a la “política” que la juventud de hace diez años. Esto es cierto en Euskadi tanto como en el resto del Estado español. La generación que entró en la vida política en los últimos años de la dictadura franquista tenía una perspectiva diferente. Las cosas parecían mucho más fáciles entonces. Todo lo que hacía falta era derribar a Franco y todo se resolvería con la varita mágica de la “democracia”. A pesar del enorme potencial revolucionario de la clase obrera, demostrado una y otra vez en huelgas generales, manifestaciones y enfrentamientos con la policía, había ilusiones profundamente arraigadas en la democracia burguesa, fomentadas con denuedo por los líderes reformistas y estalinistas del PSOE y el PCE. Estos partidos y sus sindicatos tenían un aplastante predominio entre la clase obrera y la juventud. Al mismo tiempo, había sectas bastante grandes, de todos los colores del arco iris: maoístas, anarquistas y las cincuenta y siete variedades habituales de “Trotskismo”.

Con la ayuda de los dirigentes del PSOE y, en la primera fase, especialmente de los del PCE, los capitalistas españoles, contra todo pronóstico, lograron mantenerse en el poder.

Como resultado de esta traición, la militancia de los partidos obreros sufrió un completo colapso. Hasta los sindicatos, que habían crecido rápidamente en los primeros años de la “transición”, quedaron reducidos a proporciones irrisorias. Probablemente sólo un 10% de los trabajadores españoles están ahora organizados sindicalmente. La situación es aún peor en las organizaciones juveniles. Hace 10 años, las Juventudes Socialistas (JJSS) y las Juventudes Comunistas (UJCE) eran organizaciones de masas. Ahora, diezmadas por las expulsiones, han quedado reducidas casi a cero. Las sectas también han desaparecido prácticamente. De las tres organizaciones maoístas que una vez tuvieron decenas de miles de miembros, sólo queda una secta (exmaoísta), el “Movimiento Comunista” (MC), con una base sumamente precaria, principalmente entre los estudiantes. Las sectas que se autodenominan “Trotskistas” han dejado de existir en todo excepto en el nombre, mientras que los anarquistas, tal y como Trotsky predijo antes de la guerra, se han mostrado incapaces de recobrar su antigua fuerza y sólo son una secta más, y ni siquiera la más grande.

La única zona en la que la juventud tenía, aparentemente, una alternativa de “izquierdas” a finales de los años 70 era el País Vasco. No hay que olvidar que en las primeras elecciones generales celebradas tras la muerte de Franco, el PSOE ganó la mayoría en Euskadi por primera vez en la historia. Esto mostraba que los obreros vascos, que habían jugado un destacado papel en la lucha contra Franco, estaban buscando una solución de clase a sus problemas. Sin embargo, el giro a la derecha de los dirigentes del PSOE condujo rápidamente al colapso del voto socialista, que fue capitalizado por Herri Batasuna. El ultraizquierdismo, como Lenin explicó, es el precio que el movimiento ha de pagar por el oportunismo. Los jóvenes vascos se pasaron en masa a Herri Batasuna.

Sin embargo, después de diez años de “lucha armada”’ (esto es, de terrorismo individual) y de huelgas y manifestaciones aventureras, los obreros y los jóvenes vascos no han sacado nada en limpio. El fracaso de la táctica terrorista de ETA ha provocado una crisis en las filas de los abertzales. El asesinato a sangre fría de Yoyes, una mujer que había decidido abandonar ETA y aceptar un “indulto” con el consentimiento, según parece, del recientemente fallecido líder de ETA(m), Txomin, provocó una oleada de repulsa en la sociedad vasca. Por primera vez, los seguidores de HB eran hostigados e insultados por las calles. Esto ocurría sólo un par de meses antes del estallido en los institutos.

La nueva generación no acepta seguir ninguna línea política con obediencia ciega. Después de varios años de traiciones, hay una fuerte corriente de escepticismo hacia todos los partidos políticos. Sin embargo, los jóvenes no son “apolíticos”, tal y como las movilizaciones han demostrado. Los jóvenes demandan explicaciones y argumentos. Hay un ambiente mucho más serio y reflexivo entre la juventud ahora que hace diez años.

Esto no es así por casualidad. Refleja las profundas transformaciones que están teniendo lugar en la sociedad capitalista, vinculadas a la crisis económica que está llevando a la sociedad en general a un callejón sin salida a todos los niveles. El ambiente de descontento, frustración e indignación acumulado entre las masas, encuentra una expresión en el movimiento de los estudiantes.

Hace diez años, la crisis económica no había hecho más que empezar. Hoy ha alcanzado proporciones espantosas, con 30 millones de parados sólo en los países capitalistas avanzados. No hay salida para los jóvenes. Las “sencillas” consignas del pasado, cuando todo era tan “simple”, se han evaporado como el agua en una olla al fuego. Ahora las cosas ya no son tan “simples”, sino muy complejas. Los viejos dirigentes, partidos y programas, las viejas consignas superficiales de “democracia”, “progreso” y “nacionalismo”, no han resistido la prueba de la práctica. Una nueva generación de jóvenes, que no tiene futuro, necesita ideas, explicaciones y perspectivas claras. Pero sólo una corriente Marxista puede dárselas.

Los seguidores de Herri Batasuna y Jarrai, en ese terreno, son más débiles que en ningún otro. La experiencia ha demostrado que dondequiera que se celebra una asamblea y los jóvenes vascos pueden contrastar las claras ideas revolucionarias del marxismo con la demagogia barata y la cantinela nacionalista de HB, aceptan las ideas del marxismo. Esta lección no ha pasado inadvertida para los líderes de HB. No es ninguna casualidad que Jarrai, en su reciente congreso, por primera vez haya declarado formalmente su apoyo al “marxismo” y al “internacionalismo proletario”. ¡El hecho de que, en la práctica, su “internacionalismo” se interrumpa bruscamente en la orilla del río Ebro es sólo un pequeño detalle! Lo más importante es que esa gente está sintiendo la presión de la corriente Marxista. Sus concesiones meramente verbales al marxismo y al internacionalismo proletario, sin duda, se volverán en su contra más adelante. La historia del nacionalismo vasco, y la de ETA en particular, está plagada de escisiones en líneas de clase. En los próximos años, quedará despejado el camino que conducirá a la corriente Marxista directamente hasta las capas más combativas y abnegadas de la juventud vasca.

Está comprobado que el auge y el declive de los grupos nacionalistas radicales pequeño burgueses está en proporción inversa al auge y el declive de la lucha de los trabajadores. En el punto álgido de la lucha de clases en todo el Estado español, los nacionalistas pequeño burgueses no tuvieron mucha incidencia entre la clase obrera. Sólo con el colapso del movimiento obrero durante los años sombríos de 1978-81 consiguieron los abertzales el control de un sector de obreros y jóvenes radicalizados.

La crisis del capitalismo español ya ha comenzado a tener un efecto devastador en la economía vasca. En el punto más alto de las movilizaciones estudiantiles, un portavoz del Gobierno anunció la necesidad de llevar a cabo 30.000 despidos en las industrias del carbón y siderúrgica, mencionando específicamente a Altos Hornos de Vizcaya (el corazón de la industria siderúrgica vasca, situado en Bilbao) como uno de los primeros candidatos a recibir el hachazo.

Durante varios años, los obreros vascos disfrutaron de un nivel de vida de los más altos del país. Prácticamente no se conocía el paro. Ahora, todo eso ha cambiado. La entrada en la CEE plantea la amenaza de despidos y cierres masivos en Euskadi. Fácilmente podría producirse una nueva oleada de huelgas, con ocupaciones de fábricas a la orden del día (*). La clase obrera vasca buscará, ante todo, soluciones de clase a sus problemas. Esto, por otro lado, profundizará aún más la crisis en el campo del nacionalismo. Sólo si se produjeran toda una serie de derrotas serían capaces los nacionalistas radicales de recobrar apoyo entre la clase obrera. La idea de la “independencia”, que nunca ha tenido mucho apoyo entre los trabajadores, podría entonces comenzar a adquirir popularidad, con una escalada de la actividad terrorista y el peligro de que se desarrolle una situación al estilo de Irlanda del Norte.

El factor subjetivo juega aquí un papel decisivo. El futuro de Euskadi dependerá de la rapidez con que la corriente Marxista se gane a las capas decisivas de los trabajadores y jóvenes vascos y corte el paso a la venenosa influencia del nacionalismo.

En diciembre, la corriente Marxista había infligido una derrota a HB. En enero, HB contraatacó. Basándose en la táctica habitual de las “coordinadoras”, los nacionalistas convocaron una manifestación para la primera semana del nuevo trimestre. Sin embargo, no estaban de suerte, ya que las fuertes nevadas y las atroces condiciones meteorológicas hicieron que sólo un puñado de estudiantes atendieran a la convocatoria.

La táctica de los marxistas vascos estaba determinada por su relativa debilidad. Mientras que en Madrid se podía desafiar directamente a la “coordinadora”, en Euskadi se vieron obligados a aplicar la táctica del frente único, llamando a los estudiantes a apoyar las manifestaciones y huelgas de la “coordinadora”. Como era de esperar, los de HB rechazaron todas las ofertas de unidad de acción e incrementaron su campaña de injurias.

Esta conducta de los abertzales no les sirvió para aumentar su apoyo. Muy al contrario, la repugnancia que muchos estudiantes vascos sentían ante esta táctica barriobajera quedó demostrada por un hecho ocurrido en San Sebastián, uno de los puntos fuertes del nacionalismo radical. Bajo la influencia del sindicato, hubo una manifestación en esta ciudad de unos 1.200 estudiantes de enseñanzas medias. Unos 50 miembros de HB acudieron con una pancarta de la coordinadora y se situaron en la cabeza de la manifestación. Los estudiantes, que no eran miembros del sindicato, no pusieron objeción alguna. Pero cuando los “líderes” comenzaron a gritar consignas contra el sindicato, tales como “Sindicato, policía: la misma porquería”, el resto de la manifestación ahogó sus gritos coreando: “El hijo del obrero a la universidad”. Al llegar a la sede local del Ministerio de Educación, los de HB, como siempre, comenzaron a arrojar ladrillos y botellas al edificio. Viendo que esto iba a provocar una rápida y violenta represión policial, 1.150 manifestantes se alejaron de allí inmediatamente para realizar una sentada en el bulevar central. Cuando, finalmente los “líderes” cayeron en la cuenta de que se habían quedado sin manifestación, recogieron su pancarta y salieron corriendo tras sus “seguidores”. Estos últimos, sin embargo, no tenían ganas de bromas y les dieron a entender a los abertzales que, si no mantenían una distancia apreciable, recibirían una contundente lección de buenos modales por parte de algunos de los manifestantes más vigorosos. ¡Tras lo cual, los “líderes” se vieron obligados a situarse en el otro lado de la calle, desde donde profirieron insultos contra los manifestantes tales como “traidores”, “españoles” y “seguidores del sindicato”!

Este incidente era sumamente significativo y completamente inaudito en el País Vasco. Demuestra hasta qué punto ha comenzado a erosionarse el apoyo a los nacionalistas radicales, incluso entre la juventud. Esto abrirá grandes posibilidades para los marxistas vascos en el futuro. Por el momento, no obstante, las actividades de esos elementos, que aún tienen una fuerte implantación, representan un factor enormemente distorsionador, como los acontecimientos posteriores de la lucha en Euskadi vinieron a demostrar.

La huelga del 19-23 de enero

Las primeras semanas de enero se dedicaron a preparar la semana de movilizaciones masivas del 19 al 23 de enero. El teléfono de la sede central del sindicato no había dejado de sonar durante semanas. Entre los que llamaban, muchos lo hacían desde las provincias. A éstos, se les convocó ahora a acudir a Madrid para participar en la primera reunión estatal del sindicato el domingo 18 de enero. En esa reunión, representantes de 38 provincias informaron de la situación en sus zonas y, finalmente, aprobaron el plan de acción presentado por la dirección del sindicato. Este plan constaba de los siguientes pasos:

1) Asambleas en los centros el lunes 19 de enero para discutir y votar el plan de acción.

2) Una huelga general de cuatro días en todo el Estado, que comenzaría el martes 20 y culminaría con

3) manifestaciones de masas en todo el país a mediodía del viernes 23 de enero.

La reunión estatal salió a pedir de boca, y los representantes volvieron a las provincias llenos de entusiasmo para organizar las asambleas al día siguiente. No se puede decir lo mismo de la “reunión estatal” de la coordinadora, cuyos participantes acabaron a bofetadas. Esto provocó carcajadas en el sindicato, pero había un dato de esta “reunión” que no era nada divertido. ¡Después de no haber logrado juntar más de 5.000 personas en su manifestación del viernes 16, esta gente proclamó ahora ruidosamente que ellos también iban a “convocar” una manifestación para el viernes 23!

La posibilidad de que se repitiera el espectáculo del 17 de diciembre era algo que los compañeros no podían aceptar. Pero impedir que estos gánsteres sectarios usurparan la cabeza de la manifestación podía ocasionar una pelea sangrienta. La probabilidad de que los sectarios convocaran una manifestación separada el día 23 era remota. Se trataba claramente de una cínica maniobra para acaparar la manifestación del sindicato. Esto se confirmó cuando llamaron por teléfono al sindicato para solicitar, con todo el descaro del mundo, una reunión para “negociar la cabeza de la manifestación” ¿Cómo reaccionar? ¿Era correcto hacerles concesiones al objeto de evitar problemas? Lo peor que podía ocurrir era que se produjese un choque violento. Eso había que evitarlo a toda costa. Además, el ambiente favorable a la unidad era muy fuerte entre los jóvenes. Pero no se podía permitir que esta gente usurpase las manifestaciones impunemente. Se decidió hacerles una oferta razonable. Desde luego que podían participar en la manifestación, que estaba abierta a todo el mundo excepto a los fascistas. Incluso permitiríamos que dos de ellos marcharan al frente. Pero debían hacerlo bajo la pancarta del sindicato, ya que era el sindicato, y no ellos, quien organizaba la manifestación.

Se tenía la sensación de que podrían aceptar la oferta, lo cual nos ahorraría muchas molestias. Si la rechazaban, había otra posibilidad: que se produjese una ruptura entre los elementos sectarios más nocivos y aquellos elementos que, al menos, tienen ciertos vínculos con las organizaciones de masas (esto es, las JJSS y las juventudes “eurocomunistas” y “prosoviéticas”). El sindicato estaba interesado en esa ruptura que, en caso de darse, facilitaría las relaciones del SE, especialmente con Comisiones Obreras. Esta organización insistió en la necesidad de la “unidad” entre el SE y la coordinadora, haciendo a menudo de esa “unidad” una condición para la acción conjunta. Detrás de esto se encontraba, obviamente, la mano del PCE. Sus muchachos estaban en la coordinadora. ¿Cómo darles de lado? Los marxistas, por lo tanto, siempre distinguieron muy cuidadosamente, como hemos visto, entre las sectas (MC, mandelistas y lambertistas) y estas otras organizaciones juveniles, hacia las que se hicieron repetidos intentos de aproximación. Si los dirigentes de estos grupos hubieran tenido la más mínima idea sobre táctica, podríamos haber logrado separarles de las sectas. Pero la experiencia ha demostrado que la degeneración pequeño burguesa de esas organizaciones ha llegado tan lejos que han olvidado todo lo que en el pasado pudieran haber comprendido. En realidad, no piensan ni actúan de modo distinto al de las sectas. Se sienten mucho más a gusto con las sectas que con los auténticos marxistas. Así pues, no respondieron a las ofertas y, hasta el final, dejaron que las sectas lunáticas les llevaran la delantera. Éstas, naturalmente, rechazaron nuestra oferta sin contemplaciones. Uno de los mandelistas comentó con sarcasmo que, si no accedíamos a sus pretensiones, tendríamos “que atenernos a consecuencias”. La posibilidad de que se produjeran graves altercados se hizo patente, y la manifestación iba a celebrarse sólo un par de días después.

Al final, los marxistas se las arreglaron para superar por completo en la táctica a los sectarios, y evitar un choque, manteniendo al mismo tiempo el control efectivo de la manifestación. El sindicato convocó a una reunión conjunta a CCOO, UGT, las Asociaciones de Padres y la coordinadora. Los representantes de la coordinadora se pusieron en evidencia como gánsteres sectarios. Uno de los representantes de CCOO presente en la reunión, después de escuchar la intervención histérica de uno de estos elementos, le comentó al oído a un compañero del sindicato: ¿Cómo puede un chaval tan joven ser tan hijo de puta?”. Finalmente se llegó a un acuerdo “de compromiso”, por el cual la manifestación sería precedida por una ‘‘pancarta unitaria”, que no estaría firmada por ninguna organización, con una consigna aprobada de común acuerdo: “Contra la política educativa del Gobierno”. Esa pancarta sería portada por los representantes del sindicato, la coordinadora, CCOO, UGT y las Asociaciones de Padres. Inmediatamente detrás, iría la pancarta del SE. Dado que la pancarta “unitaria” sería llevada en la mano, no la vería casi nadie, mientras que la pancarta del sindicato, alzada sobre largos palos, sería vista por todo el mundo. Así, en la práctica, no habría duda de quién dirigía la manifestación. (Todo el mundo estaba contento excepto los sectarios, cuyo disgusto no tenía límites cuando cayeron en la cuenta de lo que había ocurrido!

Las movilizaciones de esa semana fueron las más grandes hasta la fecha. Ya el lunes, muchos centros habían “madrugado” y se habían puesto en huelga. Hacia la mitad de la semana, el Ministerio se vio obligado a admitir que la huelga era general, con una participación de 2 millones y medio de estudiantes.

Los dirigentes del sindicato hicieron nuevos intentos de aproximación a las dos principales centrales sindicales —CCOO y UGT— para la unidad de acción. Pero, una vez más, los dirigentes de esas centrales salieron con evasivas. Aunque verbalmente apoyaban al sindicato, y también le proporcionaban ayuda práctica muy útil (tanto dinero como locales), eludían cuidadosamente cualquier compromiso sobre el tema de la acción.

Hay que decir que una huelga de cuatro días encerraba ciertos peligros. En particular, siempre estuvo presente la posibilidad de que se produjeran saltos descoordinados en las calles y choques con los fascistas y la policía. La táctica del sindicato era intentar dirigir a los estudiantes de enseñanzas medias hacia las fábricas y el movimiento obrero.

El papel clave lo jugaron los comités de huelga. En cada centro, el sindicato abogó por la formación de esos comités para dar una expresión organizada al movimiento. El núcleo de un comité de huelga era el “comité de cuatro miembros” del sindicato: un secretario, un tesorero, una persona a cargo de la propaganda y otra a cargo de la seguridad. A este núcleo se le venía a añadir un representante electo por cada clase. Cualquiera podía ser elegido, fuera o no miembro del sindicato, a condición de que defendiese las reivindicaciones del sindicato y actuara bajo su disciplina. Cada comité de huelga enviaba un delegado al Comité Central de Huelga, que fue el órgano que realmente organizó y coordinó la lucha.

Las consignas del sindicato, sus planes de acción, su táctica y su estrategia, se transmitían a los centros por medio de esta reunión de delegados, que se reunía una o dos veces a la semana, según las necesidades del momento. Los comités de huelga de los centros se reunían cada mañana para elaborar un plan de acción. Había una tendencia general a salir a la calle y formar barricadas humanas atravesando las calles para provocar embotellamientos de tráfico. Esta táctica, como a veces provocaba conflictos entre los manifestantes y trabajadores normales, era combatida por el sindicato y, en su lugar, propugnaba la formación de equipos de estudiantes que acudieran a las fábricas de cada zona para explicar la lucha y pedir apoyo y dinero.

Dondequiera que esto se hizo, los resultados fueron enormemente estimulantes. En Zaragoza, los trabajadores locales de autobuses de TUZSA (Transportes Urbanos de Zaragoza), dejaron viajar gratis a los estudiantes de enseñanzas medias durante la huelga. Los estibadores, que se encontraban inmersos en su propio conflicto laboral, convocaron una huelga para el 23 de enero, y votaron por convocar asambleas siempre que se les solicitase, para permitir a los estudiantes de enseñanzas medias hablar y hacer colectas. Siempre que los jóvenes salían con cajas de colectas a las puertas de las fábricas o a los mercados, las cajas se llenaban de dinero, como expresión del apoyo potencial. En Tarragona, los compañeros pusieron en práctica una original variedad de la típica táctica de “cortes de tráfico”, que se demostró bastante rentable. Sencillamente, recorrían la fila de coches del atasco con huchas de cartón y conseguían mucho dinero.

La huelga fue unánime. El apoyo público estaba ahí para el que lo quisiera ver. Según un sondeo realizado después de la semana de movilizaciones, el 67% de los encuestados apoyaban a los estudiantes y sólo un 13% apoyaba al Gobierno. Y aún así, los dirigentes de los principales sindicatos obreros se resistían a convocar acciones de solidaridad y una huelga general de 24 horas.

Con cada manifestación convocada por el sindicato, la experiencia y la capacidad de los compañeros crecía. La organización del servicio de orden funcionó ahora como un reloj. Al igual que el 17 de diciembre, una reunión de los compañeros delegados responsables de seguridad discutió la táctica a seguir. No se descartaba que hubiera graves enfrentamientos con los fascistas. Estos habían anunciado una contramanifestación que, partiendo de un punto diferente, iba a concluir a la puerta del Ministerio, precisamente a la misma hora que la manifestación del sindicato. Pese al carácter descarado de la provocación, la gobernadora civil “socialista” dio permiso legal a los fascistas para que realizaran su manifestación.

En la mañana del 23 de enero, no menos de 2.000 miembros del servicio de orden formaron un cerco de hierro en torno a la cabeza de la manifestación, que ascendía a unas 200.000 personas. La manifestación se inició con perfecto orden.

Los fascistas, ahora, habían cambiado completamente de táctica. No hicieron ningún intento por atacar a la manifestación directamente. La impresionante disciplina del servicio de orden era suficiente para disuadir a cualquier agresor potencial. Pero media hora antes de que la manifestación llegara a su punto de destino, las bandas fascistas ya estaban en acción, atacando a la policía en las puertas del Ministerio con ladrillos, tiradores y cócteles Molotov. Volcaban e incendiaban coches y rompían ventanas de bancos y oficinas. No obstante, la policía lo presenció sin hacer nada.

No cabe duda de que allí había una cantidad de policías más que suficiente para dispersar a los provocadores fascistas. El arsenal policial incluía rifles, pistolas, escopetas, balas de goma, gases lacrimógenos, bombas de humo, furgones blindados, motos, cañones de agua y policía a caballo. Pero no se emitió ninguna orden de atacar a los fascistas y provocadores, a los que se permitió cometer todo tipo de desmanes impunemente.

Poco antes de que la manifestación llegara a Cibeles, muy cerca del Ministerio, el servicio de orden, informado de la situación, ordenó hacer un alto. Un grupo de unos 100 miembros del servicio de orden, armados con porras, fue enviado como avanzadilla para despejar el camino de provocadores y permitir el paso de la manifestación. Pero tan pronto como el servicio de orden apareció en escena, la policía recibió la orden de cargar.

En la confusión que se produjo a continuación, varios furgones blindados se lanzaron a toda velocidad justo frente a la manifestación, con las luces encendidas y haciendo sonar los cláxones. Algunos jóvenes asustados se dispersaron en todas direcciones, perseguidos por los policías antidisturbios, que apaleaban a todo el que se les ponía por delante. Sin embargo, a pesar de estar siendo bombardeados por el cañón de agua, los miembros del servicio de orden, con una valentía y una disciplina ejemplares, se mantuvieron firmes. El cordón del piquete de defensa se mantuvo. La manifestación se había salvado. Un grupo de policías motorizados cometió el error de internarse entre la multitud. Tras fracasar en su intento de romper la manifestación, estos policías fueron arrojados al suelo, pisoteados y golpeados, y se vieron obligados a correr para ponerse a salvo abandonando sus costosas motocicletas en el suelo, donde fueron rápidamente reducidas a chatarra por los enfurecidos estudiantes.

A todo esto, en algún punto de la manifestación, una joven de 14 años de edad fue tiroteada en la pelvis por la policía. Los policías, más tarde, aseguraron que se habían visto rodeados por una muchedumbre encolerizada y que se habían protegido “disparando al aire”. Pero las fotografías tomadas por la prensa demostraban la falsedad de estas afirmaciones.

La noticia del tiroteo causó una oleada de conmoción y repulsa. Marcelino Camacho, más tarde, confió a los dirigentes del sindicato que, sí la chica hubiese muerto, CCOO habría convocado una huelga general. Lo cierto es que, si hubiese muerto, se habrían producido movilizaciones espontáneas de los trabajadores, con o sin convocatoria de los líderes.

Los acontecimientos del día 23 provocaron una ola de pánico en los círculos gubernamentales. Dándose cuenta de la peligrosa situación existente, los medios de comunicación, empezando por El País, dieron un giro de 180 grados y comenzaron a presionar al Gobierno. El prestigioso director de El País, Juan Luis Cebrián, escribió un editorial en primera página advirtiendo a Felipe González sobre las consecuencias de perder el contacto con los trabajadores y los jóvenes. En un gesto sin precedentes, El País concedió media página de su edición del domingo, leída por millones de personas, a una Carta abierta al ministro de Educación, firmada por Juan Ignacio Ramos, sin cambiar ni una sola palabra (ver Apéndice).

Tampoco tenía precedentes el hecho de que cuatro policías implicados en el tiroteo fueran inmediatamente suspendidos de empleo y sueldo, y que el reaccionario ministro del Interior, José Barrionuevo, trató de desmarcarse del comportamiento de la policía en esa manifestación.

Cuando el sindicato conoció la noticia del tiroteo, inmediatamente convocó una día más de huelga de protesta para el lunes. Es interesante apuntar que muchos de los propios policías se quejaron, a través de su sindicato, de la táctica utilizada el día 23 y de las instrucciones dadas por sus jefes. En modo alguno se culpaba a los organizadores de la manifestación. El lunes, El País reveló incluso que la gobernadora civil, Ana Tutor, había sido advertida por los servicios de inteligencia de que “grupos de ultraderecha” estaban planeando sabotear la manifestación, y que con todo, no se había tomado ninguna medida.

¿Quiénes eran los provocadores?

Una constante amenaza durante todo el conflicto la constituyeron los “elementos incontrolados”, que llevaron a cabo acciones violentas en torno a las manifestaciones.

El papel reaccionario de estos grupos estaba claro. Sus acciones destructivas y provocadoras le hicieron el juego a la policía, la prensa y el Gobierno. Pero, ¿quiénes eran esos grupos? La pregunta no admite una respuesta sencilla.

Está perfectamente claro que había grupos fascistas organizados implicados en todas esas acciones. Ni siquiera está descartado que hubiera agentes de policía implicados. Ciertamente, desde el principio hasta el final, la actitud de la policía hacia estos provocadores tuvo la apariencia de una acción coordinada para romper las manifestaciones y causar todo el daño que fuera posible. Es bastante curioso que, igual que en Gran Bretaña, muchos de estos elementos estaban organizados en torno a los clubs de fútbol —en este caso, los seguidores del Real Madrid (Ultra Sur) y del Atlético—, una mezcla de lúmpenes y fascistas o cuasi-fascistas. Esta gente es bien conocida por la policía. La prensa informó del caso de un famoso “camorrista” conocido como El Cojo, que apareció ante millones de televidentes destrozando tranquilamente una estación de metro con una de sus muletas mientras mantenía un precario equilibrio con la otra. Este individuo (que difícilmente podía pasar inadvertido) fue detenido y luego liberado; más tarde apareció en Sevilla, donde se le detuvo y se le liberó de nuevo, para continuar probablemente su carrera de turismo con destrucción de cabinas telefónicas, sin ser molestado por la policía o las cámaras de televisión.

Sin embargo, había otros elementos implicados. Está fuera de toda duda que los dirigentes de la coordinadora habían llevado a la manifestación del 17 de diciembre una serie de delincuentes lúmpenes, probablemente extraídos de las zonas más deprimidas a base de prometerles que habría “jaleo”. Pero estos elementos resultaron incontrolables, y posteriormente acudieron a todas las manifestaciones simplemente para causar destrucción y luchar contra la policía. ¡En una manifestación en Barcelona, destrozaron un local de McDonald y huyeron con la caja registradora!

La prensa, naturalmente, se aferraba a este tipo de cosas, y daba muy poca información de las manifestaciones masivas de 100.000-200.000 participantes, pero, en cambio, exageraba continuamente el elemento de vandalismo y gamberrismo.

Es verdad que, mezclados con estos provocadores fascistas y lúmpenes, había algunos jóvenes sanos que estaban dispuestos a “ir a por todas”. Como dijo un compañero: “¡Hay algunos jóvenes que se apuntan a un bombardeo!” Pero éstos eran una pequeña minoría. La gran mayoría de los estudiantes de enseñanzas medias se oponían a estas tácticas y hacían valer su postura al grito de: “¡Somos estudiantes, no maleantes!” En las dos últimas manifestaciones, como expresión gráfica de su comprensión de la naturaleza de la provocación, estudiantes de enseñanzas medias se interpusieron a menudo, desarmados, entre la policía y sus atacantes, intentando parar a los que arrojaban piedras.

Según algunas informaciones de la prensa, hacia el final del conflicto ciertas sectas ultraizquierdistas, al parecer, se mezclaron con los provocadores. Dado que la fuente de estas informaciones eran los servicios de inteligencia, hay que tomarlas con cautela. Pero no se puede descartar que los elementos lunáticos de la coordinadora estuvieran implicados, en alguna medida. Desde luego, la táctica insensata de convocar manifestaciones ilegales a las puertas del parlamento y del Palacio de la Moncloa, estaba calculada para provocar choques violentos. Había firmes sospechas de que lo que se pretendía era causar la muerte de algún desdichado estudiante para así repetir, de algún modo, lo ocurrido en Francia. Naturalmente, la víctima no sería uno de los sectarios, que invariablemente eran los primeros en poner pies en polvorosa al primer destello de los cascos de la policía.

Según estos informes de prensa (cuya veracidad no está comprobada), el principal grupo de la “coordinadora” de Madrid, el MC, había recibido fondos de Libia y estaba discutiendo su pase a la “lucha armada”, es decir, al terrorismo individual. No hay forma de saber si esto era verdad o no, pero dado el historial de ese grupo, no se puede descartar. En cuanto a los demás grupos aludidos —la LCR (mandelistas) y el POSI (lambertistas)—, su importancia es meramente anecdótica. No obstante, el hecho de que los lambertistas agredieran físicamente a un compañero en Bilbao, es un indicio de lo bajo que puede llegar a caer esta gente. No es imposible que también ellos apoyaran tácticas “revolucionarias” tales como romper cristales, quemar coches y atacar a la policía… desde una distancia prudente, ¡por supuesto!

Los estallidos violentos de una capa de la juventud española (dejando aparte el juego sucio de provocación llevado a cabo por los fascistas y las bufonadas ultraizquierdistas de las sectas) también forman parte de un fenómeno internacional. Se trata de algo similar a la mentalidad de las capas más desposeídas de la juventud que participan en los motines de Gran Bretaña. Es una expresión del callejón sin salida en que se encuentra la juventud bajo el capitalismo, del sentimiento de rabia, frustración y desesperación que se está generalizando y que, debido a la falta de autoridad de la dirección reformista de las organizaciones obreras tradicionales, se expresa a través de estallidos de violencia ciega. El odio hacia la policía es otro gran factor de estos estallidos. Con una dirección marxista, una gran parte de esta capa lumpenizada podría ser ganada para una auténtica causa revolucionaria.Pero las actividades de los maniáticos ultraizquierdistas sólo sirven para “educar” a los jóvenes en un sentido contraproducente.

Nuevas negociaciones

Vista en retrospectiva, la semana del 19 al 23 (y especialmente las manifestaciones del viernes 23), fue un punto de inflexión decisivo. El Gobierno y la clase dominante, indudablemente, se asustaron. Al día siguiente de la manifestación, el centro de Madrid ofrecía todo el aspecto de un campo de batalla. Las imágenes ofrecidas por los periódicos parecían escenas sacadas de una guerra civil. El balazo a una chica de 14 años estremeció a la opinión pública. Para colmo, esta chica era de una familia obrera (su padre es un pintor de brocha gorda) que había sido una de las afectadas por el escándalo del aceite de colza. Su padre y su hermana habían estado gravemente enfermos. Su padre, al tiempo que defendía firmemente la decisión de su hija de acudir a la manifestación, comentó amargamente: “Han envenenado a una de mis hijas y ahora casi me matan a la otra”. La declaración de este obrero, que se negó a estrecharle la mano al ministro cuando éste visitó a su hija en el hospital, debió conectar con la sensibilidad de millones de trabajadores: “Yo soy un obrero”, explicaba, “y como tal, soy de izquierdas…” Valentín contó que él es un hombre poco instruido. “Cuando estaba en edad de ir a la escuela”, explicó, “ tuve que trabajar para comer. Por eso quise que mis hijos estudiaran: no para que consigan puestos de poder, sino para su propia realización como personas”.

Las presiones sobre el Gobierno se estaban volviendo insufribles. El lunes siguiente, el ministro de Educación, José María Maravall, se ofreció por primera vez a negociar en persona con los estudiantes. Éste fue el primer indicio claro de que el Gobierno estaba perdiendo la sangre fría. Sin embargo, la batalla no había acabado, ni mucho menos. Estaba claro que el Gobierno, cogido entre dos fuegos, se encontraba dividido. La presión desde la calle y las fábricas estaba creando una situación peligrosa. Pero la presión de los banqueros, reflejada a través del ministro derechista de Economía, Solchaga, pretendía resistir todo intento de hacer concesiones financieras que significaran el abandono de la política de austeridad del Gobierno. Si los estudiantes abrían una brecha en la política de austeridad, las reivindicaciones salariales de los trabajadores se desbordarían a través de esa brecha.

La oferta inicial del Ministerio, expresada en términos que la hacían aparecer como generosa, concedía mucho menos de lo que el sindicato estaba pidiendo. No obstante, la enorme publicidad dada a la oferta, y el hecho de que las concesiones en ella contenidas no tenían precedentes, provocó una amplia sorpresa en los medios de la clase obrera. La mayoría de la gente no esperaba que el Gobierno ofreciera nada. Si el sindicato hubiera aceptado la primera oferta, esto habría sido considerado indudablemente como una victoria por la gran mayoría de los trabajadores. Es más, los dirigentes de UGT comenzaron a presionar al SE para que aceptase esa oferta “razonable”.

No se descartaba completamente que el sindicato pudiese aceptar. Aunque rechazaba explícitamente la abolición de la selectividad, el Gobierno ofrecía:

1) Un incremento del número de plazas escolares para 1987-88.

2) Un aumento de las becas para el mismo periodo.

3) Aumento de las tasas universitarias según la tasa oficial de inflación (5%).

4) Modificación del acceso a la universidad, y

5) Aumento de la participación de los estudiantes en la política educativa.

Rechazar esta oferta era una estrategia sumamente arriesgada. La lucha llevaba ya cerca de dos meses. La actividad divisionista de las sectas y del PC se estaba convirtiendo en un factor cada vez más distorsionador. El Gobierno aprovechaba conscientemente este hecho. En Valencia, donde la UJC y las JJSS tenían prácticamente el control de la coordinadora, se firmó un acuerdo por separado. Mantener una postura intransigente también implicaba el riesgo de perder el apoyo de la mayoría de los trabajadores y de los padres, que cada vez estaban más preocupados, no sólo por la pérdida de días de clase de sus hijos, sino también por la violencia, tan profusamente aireada por la prensa.

El Ministerio adoptó entonces una nueva táctica, destinada a socavar al sindicato y acentuar las divisiones. Desde diciembre, la única gente que había venido participando sistemáticamente en las negociaciones con el Ministerio habían sido los miembros de la comisión negociadora del sindicato. Ahora, el Ministerio dejó claro que “todas las fuerzas del movimiento estudiantil” serían invitadas a las negociaciones. Eran plenamente conscientes de que la única fuerza representativa en el movimiento estudiantil a nivel estatal era el SE. Las “coordinadoras” no tenían una estructura estatal y, siempre que habían intentado formarla, habían acabado a bofetadas. El Ministerio soslayó este hecho hábilmente, invitando a la “coordinadora” de Madrid. También invitó a la CEAE (Confederación Estatal de Asociaciones Estudiantiles), cuyos componentes resultaron ser miembros de las Juventudes Socialistas que no representaban a nadie más que a sí mismos, ¡pero que tenían el mérito de estar completamente de acuerdo con el Ministerio!

La táctica del Gobierno estaba bastante clara: utilizar las negociaciones para apagar las críticas que se le hacían de “cerrilismo”, desmovilizar a los estudiantes prolongando las conversaciones y acentuar las divisiones entre los estudiantes. Al final, después de haber socavado el movimiento, podrían dar por terminadas las negociaciones y, si fuese necesario, firmar un acuerdo con “sus muchachos” de la CEAE.

El sindicato acudió a las negociaciones decidido a intentar arrancar más concesiones del Gobierno. Al mismo tiempo, era plenamente consciente de que la presión de los banqueros a través del ala derecha del PSOE hacía esto prácticamente imposible, que la única garantía de éxito era la presión de un movimiento masivo de obreros y estudiantes, y que la prolongación de las negociaciones podía ser peligrosa desde el punto de vista de la moral de los estudiantes. Pese a ello, era absolutamente necesario participar en las negociaciones, sacando todo el provecho posible de la publicidad que ellas nos proporcionaban para explicar las posturas del sindicato. Haber rehusado a hacer esto, especialmente cuando el ministro había accedido a participar en persona, habría sido una locura ultraizquierdista. Hasta los de la “coordinadora”, después de hacer un poco de ruido “revolucionario”, al final entraron silenciosamente por la puerta del Ministerio y se sentaron enfurruñados en un rincón de la mesa de negociaciones.

Después de haber demostrado que sabían cómo luchar, los marxistas demostraron ahora que sabían cómo negociar. En tanto que los de la CEAE no tenían nada que decir (como suele ocurrir con los títeres del mundo entero) y los de la “coordinadora” se limitaban a repetir consignas y generalidades, los negociadores del sindicato iban perfectamente preparados y ponían sobre la mesa montones de datos, cifras y argumentos. Esto desconcertaba al enemigo. En más de una ocasión, los representantes ministeriales fueron incapaces de contestar a los argumentos del sindicato. Desde el principio hasta el fin, aquel fue un combate singular entre el Ministerio y el SE. Una divertida anécdota fue la incómoda posición en que se vio José María Maravall. Este ministro “de izquierdas”, en su juventud, había participado en las manifestaciones estudiantiles de Francia en mayo de 1968; y la prensa le estuvo recordando constantemente ese embarazoso asunto. En una de las centenares de caricaturas que aparecieron en la prensa por aquellos días, había una de Maravall diciéndole a Felipe González: “Pero, ¿acaso no nos manifestábamos también nosotros cuando éramos estudiantes?” A lo que González replicaba: “¡Sí, pero entonces no estábamos nosotros en el Gobierno!” Maravall no jugó ningún papel independiente en las discusiones. Todo el tiempo estuvo flanqueado a ambos lados por los dos miembros de la “línea dura”, Rubalcaba y Barroso. En un momento determinado, Juan Ignacio Ramos, por el sindicato, hizo una oferta concreta, y Maravall tuvo valor suficiente para decir que él pensaba que podía ser aceptable, pero fue rápidamente atajado por Rubalcaba, que soltó un brusco “No”. Y fue que “no”. Este incidente vino a remarcar gráficamente las divisiones existentes en el Gobierno, y a demostrar quién tenía la sartén por el mango.

Igual que en diciembre, era evidente que la participación en las negociaciones acarreaba el riesgo de que, si no se hacía una oferta seria, el movimiento estallase y el sindicato se quedara a la zaga de la juventud. La coordinadora convocó una manifestación para el martes (un día antes del comienzo de las negociaciones), aparentemente para protestar contra la brutalidad policial del día 23. También amenazaron con boicotear las negociaciones (¡después de haber gritado más fuerte que nadie que exigían negociar directamente con el ministro!). Sólo asistieron 4.000 personas a su manifestación y, como era de prever, pronto olvidaron su “boicot” a las negociaciones.

No obstante, era necesario evitar que el sindicato quedara divorciado de las masas y que cayera en la trampa del “cretinismo parlamentario”. El sindicato decidió que la mejor defensa contra ese peligro era mantener a la base plenamente informada del estado de las negociaciones. La prensa había dado una amplia publicidad a la oferta ministerial. Era necesario contrarrestar esa publicidad suministrando una detallada exposición de las reivindicaciones del sindicato, lo que se hizo mediante la divulgación de una plataforma plenamente elaborada. Las viejas consignas generales eran ya insuficientes. Habían sido útiles como gritos agitativos con los que movilizar a las masas juveniles, pero después de dos meses de lucha era necesario tener la perspectiva de cómo iba a concluir todo esto. Era vital dar al “estado de ánimo” existente un contenido concreto, definir las aspiraciones del movimiento en una lista de reivindicaciones y decidir cuáles de esas reivindicaciones eran fundamentales para llegar a cualquier acuerdo, separar lo esencial de lo secundario y, si fuese necesario, preparar una retirada en el caso de que el movimiento entrase en declive.

Esto no era nada fácil. Las posturas del sindicato y del Ministerio estaban muy alejadas. Las ideas de “no a la selectividad” y “no a las tasas” habían sido recogidas y ampliamente coreadas en las manifestaciones. Sin embargo, era difícil ver cómo se podía satisfacer la primera de estas reivindicaciones en la práctica dentro de los límites del sistema capitalista. La idea de que todos, sin excepción, puedan acceder a la educación universitaria, era atractiva. Pero la factibilidad de llevar esto a cabo, era otra cuestión. Las universidades españolas sufren una masificación espantosa, con clases de más de 100 alumnos y aulas donde sólo cabe la gente de pie. O bien se construía toda una serie de nuevas

universidades, o la consigna de “no a la selectividad” prácticamente implicaría que los estudiantes tuviesen que amontonarse unos encima de otros. El Gobierno no tardó en valerse de lo que era, claramente, un punto débil en la argumentación de los estudiantes para ridiculizar la idea en su conjunto.

Como respuesta, el sindicato exigió la construcción de nuevas universidades, una en el sur de Madrid y otra en Navarra. Pero, desde luego, era necesario reelaborar la postura sobre ésta y otras reivindicaciones.

Sería extremadamente ingenuo pensar que las masas de estudiantes de enseñanzas medias, hijos de la clase obrera, estaban luchando contra la “selectividad”, cuando la gran mayoría de ellos no tenían intención de ir nunca a la universidad. En realidad, algunos jóvenes se quejaban, ya en diciembre, de la excesiva orientación hacia la universidad de la lucha. Aún no hay suficientes plazas escolares de enseñanza primaria en el Estado español. Muchos edificios docentes se encuentran en un estado escandaloso y lamentable. Durante el mismo conflicto, muchos alumnos se pusieron en huelga porque, con las temperaturas bajo cero del mes de enero, no había calefacción en sus aulas. El sindicato no dejó de incluir toda una serie de reivindicaciones relativas a los estudiantes de formación profesional, los nocturnos y los aprendices, para ensanchar la base del movimiento y darle un claro contenido de clase.

El Ministerio declaró demagógicamente que la reivindicación de la abolición de las tasas era “reaccionaria”, porque afectaría por igual a los hijos de las familias ricas y a los de las pobres. Por otra parte, el Ministerio se mostraba dispuesto a ayudar a los hijos de la clase obrera a ir a la universidad mediante un incremento de las becas.

En realidad, la consigna central del movimiento: “El hijo del obrero a la universidad”, se podía concretar en la eliminación de todas las trabas innecesarias para el acceso a la universidad, la abolición de las tasas para los hijos de familias obreras y de clase media baja, y la consecución de un nivel decente de becas, al menos para cubrir los libros, el transporte y los gastos básicos. Los negociadores del sindicato elaboraron, en consecuencia, una lista de reivindicaciones que hiciesen practicables todas estas cuestiones.

El problema era que el Ministerio, presionado por el ala derechista del Gobierno, no estaba por la labor de facilitar el dinero adicional necesario para cubrir éstas y todas las demás reivindicaciones planteadas por el sindicato. Esta cuestión fue bien aprovechada en la propaganda de los marxistas, que explicaban que el dinero estaba ahí, en manos de los banqueros y capitalistas, y también bajo la forma de los monstruosos gastos armamentistas. Este último aspecto prendió especialmente en la imaginación de los jóvenes y se hizo patente en todas las manifestaciones posteriores, lo que da una prueba más de la naturaleza crecientemente politizada del movimiento.

El ambiente entre los trabajadores

El problema fundamental era que la conquista de los objetivos básicos del movimiento significaba un desafío frontal a la política económica del Gobierno. Ningún otro grupo había conseguido hasta el momento obligar al Gobierno a cambiar de rumbo. ¿Podían conseguirlo los estudiantes de enseñanzas medias?

En el calor de la lucha, cuando millones de jóvenes se estaban percatando de la fuerza de un movimiento de masas organizado, era fácil que los activistas de los institutos se dejaran entusiasmar demasiado con una idea exagerada de lo que el movimiento estudiantil podía lograr por sí solo. Para los insensatos sectarios que no comprenden una palabra de táctica o estrategia, el problema era muy simple. Pero un general cuya comprensión del arte militar se limitase a una sola orden: “¡Avanzar!”, se quedaría rápidamente sin ejército. Los marxistas españoles comprendieron la necesidad de decir la verdad a los estudiantes en cada etapa de las movilizaciones; para utilizar la expresión de Trotsky, no tuvieron miedo de “llamar a las cosas por su nombre”.

Sin el apoyo de la clase obrera, los estudiantes de enseñanzas medias no podían tener la esperanza de derrotar al Gobierno, tras el cual se alzaba todo el poder de la clase dominante. No bastaba con las buenas palabras y propósitos, lo que hacía falta era un ejemplo claro de movilización conjunta de estudiantes y obreros.

Tras dos meses de áspera lucha, los efectos de las movilizaciones se estaban empezando a sentir. ¡Los profesores comenzaban a aprender de sus alumnos! Una huelga estatal de profesores estaba en ciernes, tanto en la enseñanza pública como en la privada.

Entre tanto, tras varios años de descontento larvado, el sur estalló. La primera semana de febrero, hubo una huelga general de los jornaleros en Andalucía y Extremadura. Este sector enormemente oprimido y explotado de la clase obrera, que había votado socialista casi como un solo hombre, estaba habituado desde hacía mucho tiempo a la pesadilla del paro y los salarios de miseria. Pero cuando el Gobierno socialista, en el que los jornaleros habían depositado su confianza, decidió recortar el número de jornaleros con derecho a subsidio de desempleo en unas 100.000 personas, su cólera se desató. Imitando la táctica de los estudiantes, organizaron cortes de tráfico en Andalucía y, sobre todo, en Extremadura. El fermento se extendió a todos los pueblos, forzando a los líderes sindicales a ponerse al frente. El Gobierno, atemorizado, se echó atrás rápidamente y prometió que sólo proyectaba una “pequeña” modificación. Esto fue suficiente para satisfacer a los dirigentes de UGT. Pero no a los de CCOO, que convocaron una “Marcha a Madrid”.

En el plano parlamentario, la oposición estaba exigiendo que tanto Maravall como Barrionuevo comparecieran en persona para responder de sus actos.

Entre tanto, estaban surgiendo problemas en otro frente. El descontento larvado de la minoría oprimida musulmana de Melilla se desbordó en una serie de violentos disturbios. La causa inmediata fue el exilio a Marruecos del líder nacionalista Mohamed Dudú y la brutalidad policial. En la noche del sábado 31 de enero, la policía española entró a saco en la zona musulmana, irrumpiendo en las casas y apaleando a hombres, mujeres y niños. Los disturbios que se produjeron a continuación acabaron con cuatro musulmanes heridos de bala (uno de los cuales —un trabajador— murió más tarde) y 32 dirigentes de la comunidad musulmana detenidos.

Para echar más leña al fuego, el ministro derechista Solchaga anunció públicamente una “gran contracción del empleo” en la industria (mencionando concretamente la construcción naval, la siderurgia, la industria química, maquinaria-herramientas,…) y, a renglón seguido, ¡prometió reducir en un 1% la contribución de los empresarios a la Seguridad Social en el curso de 1987, lo que se financiaría con un incremento en el IVA!

Para colmo, unos tres meses después de las elecciones al parlamento autónomo vasco, el enésimo intento por formar un Gobierno de coalición había fracasado.

Si quedaba alguna duda de que el Gobierno pudiera proponer alguna oferta razonable, las declaraciones provocadoras de Solchaga pronto vinieron a clarificar las posiciones. No cabía la menor duda. El ala derechista había triunfado en toda la línea. No había nada que hacer, excepto preparar nuevas movilizaciones una vez más.

Para los líderes de la “coordinadora”, no existían estos problemas tácticos. Su asistencia a la mesa de negociaciones era una mera formalidad, ya que no tenían realmente nada que decir.Trotsky, en cierta ocasión, definió a un ultraizquierdista como un oportunista asustado de su propio oportunismo. Por eso, el ultraizquierdista más lunático puede pasarse sin pestañear al oportunismo más cobarde. La “contribución” de estos elementos a las negociaciones fue…¡desconvocar su “huelga general indefinida” en Madrid dos días antes de la reunión con el ministro! Desde un punto de vista lógico, esto tenía bastante sentido, puesto que sólo un puñado de institutos habían secundado esta táctica totalmente errónea y perjudicial. Los marxistas se habían opuesto a esta idea desde el principio. Pero en política, “el momento oportuno es lo esencial”. Había sido incorrecto convocar una “huelga general indefinida” en primer lugar, pero era doblemente incorrecto desconvocarla justamente en el momento en que iban a empezar las negociaciones. Esto, indudablemente, contribuyó a convencer al Ministerio de que el movimiento estaba en declive y a endurecer aún más su postura. Dicho sea de paso, Ia decisión de convocar la huelga se había tomado antidemocráticamente, sin votación alguna. ¡Pero la decisión de desconvocarla se tomó sin celebrar ni tan siquiera una reunión! Una simple frase pronunciada como de pasada por la figura principal del MC en una rueda de prensa, fue suficiente. ¡Y estas damas y caballeros tienen el descaro de presentarse como “demócratas” frente al SE!

¡Del ultraizquierdismo al oportunismo, y vuelta a empezar! Aunque las negociaciones aún seguían su curso, la “coordinadora” anunció nuevas “movilizaciones”. Todo este episodio puso en evidencia los auténticos móviles de esta gente. La causa de los estudiantes les tenía sin cuidado; su única obsesión permanente era cómo “hacerlo mejor” que el sindicato.

La “coordinadora” convocó una manifestación para el martes 3 de febrero a las puertas de las Cortes, y otra para el 6 de febrero que, pomposamente, denominaron “Marcha al Palacio de la Moncloa”. Pese a las repetidas advertencias de que no estaba permitido celebrar manifestaciones en ninguno de esos dos sitios, los organizadores ni siquiera intentaron solicitar permiso a las autoridades. Por el contrario, dejaron perfectamente claro, en declaraciones a la prensa, que les tenía sin cuidado si las manifestaciones eran legales o no. En una situación en que una chica de 14 años había sido gravemente herida de bala, está justificado preguntarse sobre las motivaciones de unos elementos dispuestos a llamar a los jóvenes a salir a la calle en esas circunstancias. ¿Era posible que alguien deseara la muerte de un manifestante con la esperanza de que ésta produjese de algún modo una explosión como en Francia? Quizá esa teoría no se corresponda con la realidad. Quizá tras las acciones de los sectarios no había tanto una estrategia consciente como una simple locura aventurera. Como quiera que sea, estas acciones, por completo irresponsables, podrían haber provocado un desastre absoluto…si hubiesen sido secundadas por los estudiantes. Afortunadamente, no fue ese el caso.

Hasta ese momento, el SE había adoptado una táctica flexible hacia las acciones convocadas por la “coordinadora”. En general, el sindicato, aunque no las apoyaba, tampoco se había opuesto abiertamente a ellas, sino que se había limitado a explicar positivamente su alternativa, para luego añadir: “.. pero si vuestro instituto ha votado democráticamente por apoyar esta acción, adelante”. Esta vez, sin embargo, fue distinto. La naturaleza provocadora de estas acciones era demasiado evidente. El peligro de una catástrofe sangrienta estaba implícito en la situación. Por primera vez, el sindicato dejó perfectamente claro que se oponía a esas manifestaciones y llamó a los estudiantes a no secundarlas.

Al final, todo se quedó en agua de borrajas. Sólo acudieron unas 400 personas a las puertas de las Cortes, lúmpenes en su mayoría, que durante unas horas se dedicaron a bombardear a la policía con botellas, piedras, cócteles Molotov, tuercas y tornillos. Ni que decir tiene que la prensa dedicó a estas escaramuzas intrascendentes un tratamiento de primera página. Al día siguiente, un grupo de 500 estudiantes invadió la Bolsa de Barcelona, y hubo sentadas y otros incidentes en Sabadell, Cornellá, Gavá, Sardanyola y Terrassa, en Catalunya.

El Sindicato no quería asumir las responsabilidades de romper las negociaciones, ni ser acusado de “no negociar en serio”. Pero, después de muchas horas de conversaciones, todo el mundo tenía claro que no había ningún acuerdo a la vista. Para utilizar las palabras de un presidente norteamericano, la política adoptada por por el sindicato fue la de “hablar suavemente, con un gran garrote en la mano”. Agotando la vía de la opinión pública, el SE demostró que la responsabilidad de la reanudación de las hostilidades recaía sobre el Ministerio.

Los dirigentes del SE realizaron un cuidadoso balance de la situación. La perspectiva con la que se las tenían que ver no era sencilla en modo alguno. Estaban llegando informes de que existía cierto cansancio entre los jóvenes después de una lucha tan larga. Desde luego, este ambiente era contradictorio, con capas nuevas que entraban en la lucha y otras que se quedaban en la cuneta. Pero el panorama general no era, francamente, nada alentador. Estaba claro que, si el movimiento no se veía reforzado por los trabajadores, era improbable que el Gobierno variase su posición.

Hubo discusiones largas y, en ocasiones, acaloradas, sobre cuál era el mejor camino a tomar. ¿Debíamos convocar inmediatamente una huelga general de estudiantes? ¿O concentrar las fuerzas en una ofensiva nueva y más amplia? Se adoptó esta última postura, con la plena conciencia de que, muy probablemente, esta sería la última vez que podríamos llevar a cabo algo así. En vista de que se había convocado una huelga estatal de profesores de tres días para la semana siguiente, se acordó que no se perdía nada convocando una huelga de una semana. No obstante, se vio la necesidad de llevar a cabo un tipo de táctica diferente, algo nuevo e impresionante que prendiera en la imaginación de los jóvenes de todo el Estado. La idea de realizar una Marcha a Madrid había sido barajada anteriormente. Ahora, se adoptó esa idea como el acto culminante de la semana de huelga. Había dudas al respecto. Semejante acción tenía algo de salto en el vacío. España es un país muy extenso, y desplazar a un gran número de jóvenes a cientos de kilómetros de sus casas, demandaba unos fondos que el sindicato no tenía. Sin embargo, la idea se había apoderado de la imaginación de los compañeros en las provincias. Muy pronto, se organizaron colectas en fábricas, agrupaciones sindicales, ayuntamientos e incluso algunos alcaldes, individualmente, aportaron dinero.

Una vez más, el SE se puso en contacto con los sindicatos. Esta vez, sin embargo, la UGT se había enfriado. Estaba “decepcionada” por la negativa del SE a aceptar una oferta tan “razonable”‘ como la que había hecho el Ministerio, etc., etc., etc. No quería romper las relaciones, pero tampoco estaba dispuesta a mover un dedo para apoyar las nuevas movilizaciones.

La respuesta de los dirigentes de CCOO fue muy diferente. Habían variado un tanto su posición original, desde luego bajo la presión de la base. Uno de los líderes de CCOO de Madrid dijo: “Nos hemos dado cuenta de que los trabajadores están muy sensibilizados con este tema. Es comprensible, ya que más o menos todos tienen algún hijo en los institutos”. Presionados sobre la cuestión de la unidad de acción con los estudiantes, los líderes de CCOO, después de prolongadas discusiones, realizaron por fin una propuesta concreta de acción que, si bien estaba muy por debajo de lo que el sindicato propugnaba, no obstante, representaba, en esencia, un salto cualitativo. Básicamente, ofrecían dos cosas: convergencia en la acción de estudiantes, profesores y obreros del campo (puesto que éstos últimos ya estaban envueltos en movilizaciones) y manifestaciones unitarias de obreros y estudiantes, convocadas conjuntamente por el SE y CCOO en todo el país.

Naturalmente, había que tomar esta oferta con las dos manos. Pero había cierto número de factores que venían a complicar seriamente la situación. En primer lugar, las manifestaciones conjuntas que se habían propuesto parecían desbaratar la idea, ya lanzada por el SE, de una Marcha a Madrid. La actitud reacia de los líderes de CCOO a convocar una huelga, significaba que habría que celebrar las manifestaciones conjuntas por la tarde. ¿Acudirían los estudiantes a una manifestación a las 7 de la tarde? Se expresaron dudas sobre las aptitudes organizativas de los dirigentes de CCOO y sobre su capacidad de movilizar a un gran número de trabajadores. Estas dudas, más tarde, demostraron

estar bien fundadas. Finalmente, no estaban claros los motivos que animaban a algunos de los líderes de CCOO. La sinceridad del apoyo de Camacho a una alianza combativa con el SE, estaba fuera de duda. Pero otros elementos de la dirección de CCOO, especialmente aquellos vinculados al PCE de Gerardo Iglesias, habían estado jugando a dos barajas desde el principio, maniobrando entre el SE y la “coordinadora” de Madrid, con una clara inclinación hacia ésta última. A esto no era ajeno el hecho de que la UJC —un puñado de snobs pequeño burgueses sin remedio— estaba fuertemente comprometida con la “coordinadora”. Iglesias y los líderes del PCE también estaban desesperados por “meter las narices” en todo este asunto. ¿No intentarían estos elementos poner a “su gente” en primer plano a costa del SE?

A pesar de los serios recelos de algunos compañeros, se decidió adoptar la oferta de CCOO, pero manteniendo la Marcha a Madrid para el viernes. Celebrar dos manifestaciones en Madrid en menos de 48 horas iba a ser una prueba muy dura. Pero,

al menos, el SE siempre podría dar marcha atrás en el caso de que la manifestación del miércoles, por la razón que fuera, resultara un fracaso. Todo el mundo se apercibía de que esa semana iba a ser el combate final y decisivo de la lucha, y los compañeros estaban decididos a echar el resto.

El plan de acción del sindicato para la semana de lucha era el siguiente:

1) Una semana de huelga general que paralizase todo el sistema educativo.

2) Manifestaciones conjuntas de estudiantes y obreros, convocadas por CCOO y el SE, el miércoles 11 de febrero a las 7 de la tarde en todo el país.

3) Una marcha a Madrid, en la que miles de estudiantes de todas las provincias convergerían en el Ministerio en una masiva demostración de fuerza.

Tras el patético fracaso de su manifestación ante las Cortes, se tenía la sensación de que la “coordinadora” abandonaría la loca idea de realizar una ilegal “marcha a la Moncloa”. Pero estaba claro que la locura de las sectas no conoce límites. Los sectarios emitieron comunicados de prensa llamando a los estudiantes a acudir a esa “marcha” el viernes por la mañana, con o sin permiso legal. ¡La prensa puso su granito de arena, publicando descaradamente mapas del itinerario previsto de la manifestación ilegal! Desde luego, alguien estaba interesado en provocar una confrontación violenta.

Las consecuencias eran previsibles. El punto donde debía empezar la marcha fue ocupado por una masiva fuerza policial. Los policías estaban “hartos de ser utilizados como blancos para la diversión de cierta gente”, y ardían en deseos de venganza. Al final, no se congregaron más de 1.000 personas, que fueron inmediatamente disueltas por la policía, apaleando sin piedad a todo joven que caía en sus manos. Las violentas imágenes fueron profusamente recogidas por los medios de comunicación, en una campaña claramente orquestada para calumniar a los estudiantes y socavar el apoyo público a su causa.

Aunque pueda parecer increíble, los ignorantes sectarios estaban muy satisfechos de sus actos. ¡Evidentemente, el éxito de una manifestación se mide por el número de cabezas rotas con que acaba! A todo esto, los temores más sombríos del SE se confirmaron. Una vez más, la coordinadora recurrió al manejo de “convocar” una manifestación para el día 11. Y los dirigentes de CCOO insistieron en el carácter “unitario” de la manifestación, argumentando que la “coordinadora” debía ser invitada a la reunión preparatoria, e indicando firmemente que algunas “personalidades políticas” debían estar presentes en la cabeza de la manifestación. ¡La mano del PC se ponía claramente de manifiesto! Indignados por estas maniobras entre bastidores, los líderes del sindicato hicieron saber a los de CCOO que no sería una buena idea el que esas “personalidades políticas” (esto es, Gerardo Iglesias) apareciesen en la cabeza de la manifestación, ya que eso no sería ni comprendido ni aceptado por la mayoría de los jóvenes. Esto no era mentira. La sospecha de que los partidos políticos estaban intentando manipular el movimiento tenía raíces, hasta el punto de que muchos estudiantes de enseñanzas medias preguntaban incluso por qué se permitía a Marcelino Camacho encabezar sus manifestaciones. Cuando se les explicaba a estos estudiantes el papel de los sindicatos obreros y la necesidad de la unidad con la clase trabajadora, lo comprendían enseguida. Pero la intromisión a última hora de las prima donnas parlamentarias, que no habían jugado ningún papel en la lucha, y que iban claramente a lo suyo, habría provocado una oleada de indignación. Los dirigentes de CCOO, comprendiendo que una retirada a tiempo es una victoria, desistieron inmediatamente.

Sin embargo, sobre la cuestión de la “coordinadora” fueron más persistentes. En la reunión conjunta, a la que asistieron representantes del SE, CCOO, las Asociaciones de Padres y la coordinadora (la UGT, en aquel momento, ya se había retirado), los sectarios, engreídos por la importancia que se daban en su imaginación, presentaron unas exigencias intolerables, insistiendo de hecho en que ellos, y no el sindicato, debían encabezar la manifestación. El representante allí presente de CCOO adoptó una postura ambigua sobre este tema. Cuando se informó de todo esto a los compañeros de la dirección fue tal su indignación que se contempló seriamente la ruptura de las negociaciones con CCOO. No obstante, en aras del mantenimiento de la unidad de acción, aunque limitada, con las organizaciones obreras, se acordó presionar a los líderes de CCOO y a las Asociaciones de Padres para que clarificasen su postura sobre este tema. A continuación se produjo un tira y afloja verbal que, por momentos, pareció estar a punto de conducir a una ruptura abierta. Pero, al final, prevaleció el punto de vista del SE. En el último minuto, tanto CCOO como las Asociaciones de Padres se pusieron claramente en favor de la fórmula del sindicato, que era idéntica a la de la anterior manifestación del 23 de enero: una “pancarta unitaria” con una consigna convenida, seguida inmediatamente por la pancarta del SE sostenida en lo alto. Y, por si las cosas no habían quedado claras, tanto CCOO como las Asociaciones de Padres advirtieron a los sectarios que les convenía no intentar ningún truco para saltarse la decisión de la mayoría.

Hasta el último momento, la fiabilidad de los aliados del sindicato permaneció en tela de juicio. Sólo unos días antes del comienzo de las movilizaciones, la federación de maestros de ensefianza pública de CCOO firmó inesperadamente un acuerdo con el Ministerio de Educación; un acuerdo que, a pesar de que los dirigentes de CCOO lo definían como una victoria “histórica”, en realidad representaba una rendición cuando la batalla ni siquiera había comenzado. Increíblemente, los representantes de los profesores declararon a la prensa que “el Ministerio de Educación está atravesando una situación muy delicada, y no es la intención de los sindicatos echar leña al fuego e incrementar la conflictividad” (El País, 5 de febrero).

Esto significaba un golpe muy duro. La convocatoria por parte del sindicato de una semana de huelga se basaba, en parte, en el cálculo de que, en cualquier caso, los institutos se paralizarían durante tres días por la huelga de profesores. Ahora sería necesario redoblar los esfuerzos para asegurar una respuesta sólida. Pero los informes que llegaban desde las provincias no eran nada estimulantes. Había un ambiente general de cansancio. Muchos compañeros eran pesimistas ante la perspectiva de otra huelga, particularmente si ésta era de una semana de duración. La táctica destructiva de Herri Batasuna en el País Vasco había generado un ambiente muy malo entre la juventud. En otras provincias había noticias alarmantes de que se estaban firmando acuerdos locales, en la línea de la oferta inicial del Ministerio. El Ministerio estaba en contacto con las delegaciones de Educación locales y regionales, y estaba organizando claramente una campaña para promover acuerdos locales con objeto de dividir al movimiento. Mientras tanto, la prensa, de acuerdo con el Gobierno, dio un giro de 180 grados. Las informaciones sobre el movimiento estudiantil prácticamente cesaron, con una excepción. La convocatoria de movilización del sindicato fue eficazmente silenciada por la prensa y la televisión. Pero todas las acciones violentas de los vándalos, los lúmpenes y los provocadores fueron continuamente difundidas. Los buitres de los medios de comunicación explotaban a tope las actividades lunáticas de la “coordinadora”.

En el pequeño local de Madrid del sindicato, los teléfonos no dejaban nunca de sonar, y se informó a todas las zonas del plan de acción. Para concretar más las cosas, se convocó una reunión estatal del sindicato para el domingo día 8 de febrero en Madrid. Llegaron representantes de sitios tan lejanos como Ceuta y Melilla, que viajaron hasta Madrid para asistir a la reunión. El ambiente de esta reunión fue solemne y serio. Varias zonas señalaron las dificultades con las que se enfrentaban. Pero las propuestas del sindicato fueron unánimemente aceptadas. Una nota estimulante de la reunión fue la presencia, por primera vez, de delegados procedentes de Valencia. En esta zona se había firmado un acuerdo local —a instancias de una “coordinadora” dominada por la UJC y las JJSS— que significaba un cheque en blanco para el Gobierno. Cuando los estudiantes se percataron de lo que había sucedido, su indignación se desató en un torrente de huelgas “salvajes”. La coordinadora quedó totalmente desacreditada; los mejores estudiantes buscaron, y encontraron, la dirección del sindicato.

Lo mismo estaba ocurriendo en muchas otras zonas. Antiguos seguidores de las “coordinadoras”, institutos enteros y, cada vez con más frecuencia, coordinadoras enteras (en zonas como Granada, donde los jóvenes se habían mantenido en principio alejados tanto del SE como de los sectarios), pasaron ahora a apoyar al sindicato. Esto no tenía nada de casual. Durante dos meses de lucha, el sindicato había probado la superioridad de sus perspectivas, su programa, su estrategía y su táctica. En consecuencia, había ganado una autoridad colosal a los ojos de la juventud, y particularmente de sus capas más activas. “Ésta es la única gente sería. Estos son los únicos a los que tenemos que hacer caso. Los otros son una pérdida de tiempo:”

Esta opinión, dura pero acertada, era frecuentemente expresada por la gente joven de todo el país en esos momentos. La táctica aventurera que habían seguido la semana anterior, perjudicó enormemente a los sectarios. Desgraciadamente, también perjudicó al movimiento en su conjunto. Muchos padres que al principio simpatizaban con el conflicto, comenzaron ahora a retrotraerse. Esto fue especialmente nefasto para la Marcha a Madrid, ya que se intensificaban las presiones de los padres para evitar que sus hijos acudieran a Madrid.

Por el lado positivo, CCOO parecía estar dando pasos concretos para organizar la lucha; imprimió un cartel y convocó una rueda de prensa a la que asistió el propio Camacho junto a Juan Ignacio Ramos y los representantes de los demás grupos implicados. En esta rueda de prensa, los periodistas presionaron a Camacho para que dijera si CCOO iba a convocar o no una huelga general la semana siguiente. El secretario general de CCOO dio una respuesta cautelosa y evasiva. El representante del SE replicó inmediatamente que, en opinión del sindicato, las condiciones para una huelga general de 24 horas estaban maduras, y que los dirigentes de CCOO y UGT deberían convocarla. Cuando la rueda de prensa hubo concluido, Camacho le comentó en privado a Juan Ignacio que CCOO había decidido ya convocar una huelga general “en la primavera”, y le preguntó si podían contar con el apoyo del SE. Juan Ignacio le contestó que, desde luego, el sindicato apoyaría esa convocatoria, pero puntualizó que los estudiantes habían estado en lucha durante más de dos meses y se hallaban prácticamente agotados. Si el Ministerio hacía una oferta aceptable, se verían obligados a aceptarla. Esta postura les pareció muy razonable a los dirigentes de CCOO que, correctamente, replicaron que una victoria de los estudiantes animaría a los trabajadores a luchar por sus reivindicaciones.

La misma forma de plantear la cuestión mostraba las limitaciones que tenían incluso los mejores de esos líderes sindicales obreros. La clase obrera y la juventud no son un grifo que pueda ser abierto y cerrado a voluntad. La clase tiene su propia lógica. La idea de que los jóvenes podían continuar su lucha indefinidamente hasta que los líderes sindicales se decidieran a actuar, era una receta segura para la derrota. Las vacilaciones e indecisiones de los líderes sindicales indicaban su completa falta de confianza en la clase obrera. Los acontecimientos de los 7 días siguientes (y los posteriores) demostraron que los líderes supuestamente “realistas” de los sindicatos estaban equivocados, y que los marxistas tenían mil veces razón en sus análisis de la situación.

El problema fundamental de todos los líderes sindicales, incluso los mejores de ellos, es que imaginan que es posible conseguir sus objetivos en el marco del sistema capitalista. Esta falsa perspectiva les impide apreciar el potencial revolucionario y la capacidad de lucha de la clase obrera. No comprenden que las reformas reales, en la medida en que éstas aún son posibles, son el subproducto de la lucha revolucionaria por la transformación de la sociedad. De una perspectiva y una política falsas, se derivan una estrategia y una tácticas falsas. De éstas, a su vez, se deriva, por último, la mojigatería y la ineptitud organizativas.

La incapacidad de los líderes de CCOO, con todos sus recursos, de organizar movilizaciones serias de los trabajadores, fue una desagradable revelación para los compañeros. Esta incapacidad ya se había revelado el miércoles 5 de febrero, cuando un gran número de obreros del campo que habían llegado a Madrid efectuaron una manifestación en la capital, supuestamente organizada por CCOO. Se pidió al SE que la apoyara, y así lo hizo, pero no tomó parte en su organización. El resultado fue sumamente pobre; sólo asistieron unos pocos miles de personas.

La ausencia de una dirección seria por arriba se vio, sin embargo, ampliamente compensada por la magnífica movilización de los trabajadores desde abajo. En las mejores tradiciones de la clase obrera española, los trabajadores se movilizaron espontáneamente en todo el país durante la semana del 9 al 13 de febrero. Por fin, los estudiantes de enseñanzas medias, con su ejemplo, habían roto el hielo. El resultado fue un movimiento de tales proporciones que no tenía precedentes en los últimos diez años en el Estado español. ,

El lunes y el martes, los mineros asturianos llevaron a cabo una huelga de 48 horas contra el “plan de reestructuración” del Gobierno, que significaba miles de despidos. En la otra punta del país, en el sur, los mineros del cobre del gigantesco complejo de Río Tinto, en Huelva, realizaron una huelga de cuatro días por razones similares, enviando 15 autocares a Sevilla para manifestarse ante el parlamento autónomo andaluz. Los mineros de Teruel también se pusieron en huelga contra la imposición de un tercer turno y la actuación represiva de la patronal. Como los estudiantes, realizaron cortes de carretera para detener el movimiento de los camiones que transportaban carbón. El conflicto de los jornaleros estaba en plena ebullición. Los estibadores realizaron una huelga de 24 horas. Hubo huelgas en la Renault y también en las grandes factorías de SEAT en Pamplona y Barcelona, donde los trabajadores del automóvil realizaron una manifestación conjunta con los estudiantes dirigidos por el SE.

Sólo entonces los dirigentes de CCOO hicieron público su llamamiento a “incrementar” los conflictos laborales en el mes de marzo y comenzaron a hablar de una “movilización de carácter general”. Al mismo tiempo, la tensión largamente incubada entre Nicolás Redondo, secretario general de la central socialista UGT, y el ministro del ala derecha de la socialdemocracia de Economía, Carlos Solchaga, estalló en una confrontación violenta en la prensa e incluso en la televisión. El lenguaje combativo de los líderes de CCOO, y la negativa de UGT a aceptar el tope salarial del 5% propugnado por el Gobierno, eran claros indicios de las enormes presiones que estaban surgiendo desde abajo.

Pero el escenario central aún estaba claramente ocupado por los estudiantes, que expresaban toda la rabia, la amargura y la frustración acumuladas que sentían millones de trabajadores.

No obstante, después de una lucha tan larga, el movimiento estaba empezando a erosionarse. En todo el Estado, la huelga estudiantil comenzó de forma un tanto desigual. En Madrid, la huelga pronto fue unánime, pero las mayorías de muchas de las asambleas favorables a la movilización superaban por poco el 50%. En muchas zonas costó arrancar, pero gradualmente comenzó a funcionar el “efecto bola de nieve”, que ya se había dejado notar en ocasiones anteriores. Nuevas capas entraron en la lucha, especialmente los centros privados, que se vieron también afectados por la huelga de los profesores del sector. En algunas zonas, también se unieron los estudiantes universitarios. Zonas como Guadalajara, sin tradición de lucha, salieron a escena con una fuerza que demostraba la enorme reserva de energía existente entre la juventud. Hacia la mitad de la semana, sorprendentemente, la participación de estudiantes alcanzaba la cifra récord de 3 millones de huelguistas.

Bajo la dirección del sindicato, se organizaron de nuevo grupos de estudiantes que acudían a las fábricas, los mercados y los barrios obreros para pedir dinero y apoyo. Esto se llevó a cabo de forma más sistemática que en ocasiones anteriores. En todas partes, los jóvenes encontraban una respuesta solidaria de los trabajadores.

Había llegado el momento de hacer converger el movimiento obrero y el estudiantil en una acción conjunta. Las manifestaciones unitarias de obreros y estudiantes convocadas para la tarde del miércoles día 11, habían sido organizadas con unos pocos días de antelación. Para colmo, hacía un tiempo espantoso, con fuertes lluvias incluso en Madrid. A medida que se acercaba la hora de la verdad, la incertidumbre crecía. ¿Sería éste el primer fracaso del sindicato? Todos los ojos estaban fijos en Madrid, el verdadero centro de la lucha. Más de un compañero salió a la calle esa tarde con la sensación de un desastre inminente.

Sin embargo, una vez más, los escépticos se equivocaban. Primero fueron concentrándose pequeños grupos de estudiantes y obreros por las esquinas; luego, de repente, apareció la acostumbrada “avalancha humana” de jóvenes portando pancartas, gritando y coreando consignas. En unos pocos minutos, las calles se abarrotaron con más de 150.000 personas, en su mayoría estudiantes de enseñanzas medias, pero con una buena cantidad de obreros de todas las edades.

Incluso a estas alturas, las sectas dieron la nota discordante intentando maniobrar para partir en dos la manifestación. Su intento fue en vano. El ambiente de la inmensa mayoría de la gente era de euforia y combatividad. Los viejos se sentían rejuvenecer, olvidaban sus años, entusiasmados por el optimismo exultante y el impulso revolucionario de los jóvenes que les rodeaban.

Los miembros del servicio de orden, que ya eran veteranos en la lucha, funcionaron como un reloj bajo la disciplina de sus probados y experimentados dirigentes marxistas. Durante todo el recorrido se mantuvo un perfecto orden. No hubo ningún intento de ataque contra la manifestación. Sin embargo, una vez más, los provocadores se entregaron a su juego sucio, y, una vez más, la policía les dejó suficiente campo de acción.

Los organizadores de la manifestación habían pedido a las autoridades que la policía se mantuviera alejada, ya que su sola presencia constituía una provocación. El servicio de orden bastaba para mantener el carácter pacífico de la manifestación. Y, en efecto, así ocurrió.

Pero el cometido de los organizadores era mantener el orden en la manifestación, no hacer las veces de policía protegiendo todo el centro de Madrid. La policía reaccionó cínicamente, retirándose completamente del centro. Así que, cuando unos 300 provocadores aparecieron a las puertas del Ministerio antes de que la manifestación hubiera llegado allí, se encontraron con que tenían el campo libre. Cuando la manifestación llegó, el servicio de orden se enfrentó a ese puñado de gamberros y, muy pronto, los tuvo bajo control. Pero tan pronto como los organizadores dieron por finalizada la manifestación, los vándalos se divirtieron de lo lindo destrozando ventanas y cabinas telefónicas, y volcando coches. Sin embargo, la policía no apareció en escena hasta 35 minutos después del comienzo de los disturbios. Estaba perfectamente claro que, en esta ocasión como en las anteriores, todo estaba preparado de antemano. Al día siguiente, toda la prensa rebosaba de información sobre las acciones de un minúsculo puñado de gamberros, pero no publicó ni una sola fotografía de la mayor manifestación de obreros y estudiantes de los últimos años.

Después de haberse alcanzado, contra viento y marea, un éxito espectacular en la tarde del miércoles, sólo quedaban 24 horas para organizar algo mucho más difícil: la Marcha a Madrid. Parecía una tarea imposible. Las noticias que llegaban de las provincias no eran especialmente alentadoras. Las escenas de violencia en Madrid hicieron que la presión de los padres para que sus hijos no asistieron a la marcha se intensificase. Había habido poco tiempo para organizar autocares y trenes y para reunir el dinero necesario. Y, por otra parte, ¿estarían dispuestos los estudiantes de Madrid a manifestarse masivamente dos veces en menos de 48 horas? Las 24 horas siguientes pusieron a prueba los nervios de los dirigentes del sindicato.

No obstante, en medio de este panorama, hubo una nota optimista. ¡Por fin, parecía que los maniobreros sin principios de la “coordinadora” habían decidido no “convocar” manifestaciones ajenas! Como dice el refrán, “más vale solos que mal acompañados”. Esta vez, al menos, no habría absolutamente ninguna duda de quién había organizado y dirigido la movilización. Cada vez que las sectas habían convocado movilizaciones en nombre de la “coordinadora”, nunca habían logrado reunir más de 4.000 ó 5.000 personas. Cada vez que el SE había convocado una manifestación, nunca habían asistido menos de 100.000 personas. La Marcha a Madrid era, por completo, responsabilidad del SE. Pero, ¿tendría éxito? Más de un compañero estaba lleno de temores.

El viernes 13 de febrero amaneció un día luminoso y soleado. También resultó un día histórico para el movimiento estudiantil español. Cuando la población de Madrid encendió sus aparatos de radio por la mañana, se encontraron escuchando algo parecido a los comentarios de un partido de fútbol. Las emisoras de radio más populares estaban informando de la llegada de numerosos autocares procedentes de todo el país. Intercalando de vez en cuando canciones de música rock, ofrecieron un relato paso a paso de la manifestación, desde el primer momento hasta el último.

Esta vez, los organizadores tomaron todo tipo de precauciones. El SE y CCOO ya habían denunciado públicamente a la gobernadora civil de Madrid por lo que había sucedido la noche del miércoles. Se dejó perfectamente claro que, si bien el sindicato asumía plena responsabilidad por la defensa de la manifestación y el mantenimiento de su carácter pacífico, no podía aceptar ninguna responsabilidad por cualquier incidente que tuviese lugar fuera de la misma. Se había organizado un servicio de orden con un número récord de gente: más de 3.000 jóvenes. Su nivel de disciplina y organización era casi militar. Estos chicos y chicas, con cuatro manifestaciones de masas a sus espaldas, se sentían ya como veteranos. Su pericia, tan rápidamente adquirida, en la lucha callejera, se demostró una vez más en los acontecimientos que ocurrieron a continuación.

La manifestación fue un éxito excepcional, una coronación apoteósica de todo el conflicto estudiantil. Los estudiantes de Madrid salieron a la calle en masa por segunda vez en 48 horas. Pero todos notaban que había un cambio cualitativo en la situación. Por primera vez, estudiantes procedentes de todo el Estado español marchaban juntos bajo las mismas pancartas y consignas. La mayoría de las pancartas eran del Sindicato de Estudiantes, pero las banderas de la corriente Marxista, Jóvenes Por el Socialismo y Nuevo Claridad, eran bien visibles. En cuanto a los sectarios y los estalinistas, no aparecieron por ninguna parte; le hicieron un gran favor a todo el mundo no asistiendo a la manifestación.

Los 200.000 jóvenes que abarrotaban las calles de Madrid, ofrecían un impresionante y colorido espectáculo. Las banderas catalanas, de barras rojas y amarillas, ondeaban junto a las verdes, blancas y negras de Extremadura, la bandera blanca y azul de Galicia, la ikurriña bicrucífera roja, blanca y verde de Euskadi, e incluso la enseña morada de Castilla. Y, por todas partes, la bandera roja de la clase obrera y el emblema del sindicato. Las consignas estaban en gallego, catalán y otras lenguas. Pero todas decían lo mismo; exigían, en un solo clamor fraternal, un futuro para la juventud.

Un hecho inesperado ocurrido al comienzo de la manifestación vino a ilustrar hasta qué punto el movimiento estudiantil tuvo profundas repercusiones en la conciencia de las masas. Un escuadrón de unos 300 jóvenes en motocicletas aparecieron de repente y se situaron a la cabeza de la manifestación. Eran los mensajeros, jóvenes de la clase obrera que trabajan por una miseria para empresas, en condiciones peligrosas, sin derechos laborales ni seguridad social de ningún tipo. Habían acudido, por propia iniciativa, para manifestar su solidaridad. Estuvieron abriendo camino a la manifestación, aproximadamente durante la mitad del recorrido, gritando: “¡Los mensajeros también somos obreros!” Por primera vez, este sector enormemente oprimido y explotado de la clase obrera sentía la fuerza de la organización y de la unidad en la lucha.

La manifestación continuó de este modo, coreando consignas, y con el máximo orden, hasta que hizo un alto ante la sede de CCOO, cercana a Cibeles, en el centro. Allí estaba celebrándose una conferencia de 3.000 delegados de empresa. Los organizadores de la manifestación les habían invitado a participar en ella y, a este fin, Juan Ignacio Ramos acudió a la reunión de delegados para dirigirles unas palabras.

La fracción estalinista prosoviética insistió en que debía tomar la palabra en primer lugar un representante de la “coordinadora”, quien así lo hizo, recibiendo unos aplausos poco entusiastas. Pero cuando el presidente de la asamblea anunció a Juan Ignacio Ramos, toda la conferencia se puso en pie para darle una ovación cerrada. Su discurso fue interrumpido cinco veces por los aplausos, y cuando, al final, llamó a los delegados a unirse a la manifestación, la conferencia, como un solo hombre, salió a la calle, donde los delegados fueron saludados con aplausos entusiastas y gritos de: “¡Obreros y estudiantes, unidos y adelante!”

La manifestación se aproximaba ahora al tradicional punto crítico, la esquina de Cibeles y Alcalá, donde había que girar a la izquierda para llegar al Ministerio de Educación, donde esta vez la policía se hallaba masivamente desplegada, teóricamente para dispersar a los provocadores y “garantizar” el ejercicio pacífico del derecho de manifestación. Pero los organizadores no tenían ninguna confianza ni en la capacidad ni en la voluntad de la policía para cumplir con su teórica misión.

Nadie sabía qué iba a ocurrir. La cabeza de la marcha estaba precedida por no menos de cinco filas de piquetes del servicio de orden, por si una fila era rota, la segunda entraría en acción. El cerco de hierro que rodeaba la mayor parte de la manifestación tenía instrucciones estrictas de mantenerse unido a toda costa y de no dejar entrar ni salir a nadie. Sin embargo, el clima de tensión era palpable a medida que la manifestación se aproximaba al punto crítico.

De repente, un gran grupo de provocadores armados irrumpió desde una calle lateral y echó a correr hacia la policía, lanzándole ladrillos y botellas, y a continuación corrió en dirección a la manifestación, intentando romper los piquetes de defensa. Éstos se mantuvieron firmes. El peligro de que se produjera una cruenta batalla callejera era evidente.

La situación se salvó por la rápida iniciativa y el increíble coraje de un grupo de miembros del servicio de orden, que no dudaron n en avanzar para interponerse entre la policía y los provocadores. Fue preciso un alarde de sangre fría para mantenerse firmes entre dos fuegos, con un aluvión de ladrillos que venían de frente y la policía antidisturbios con todo el material preparado, a la espalda.

Con gran determinación, los organizadores se acercaron a la policía y le exigieron que se retirase. La policía, en efecto, se retiró. Entonces, el servicio de orden se lanzó contra los provocadores, desarmando a algunos, “disuadiendo” a otros y obligando al resto a huir por la misma bocacalle por la que habían llegado. El servicio de orden bloqueó esa calle y la manifestación pudo continuar su recorrido. De no haber sido por la valentía y la rapidez de los jóvenes del servicio de orden, podría haberse producido un trágico resultado. Una vez más, no cabe duda de que la policía estaba actuando de acuerdo con los provocadores para romper la manifestación. Pude escuchar cómo un delegado de CCOO comentaba con el rostro crispado: “Aquí lo que hace falta son unas cuantas metralletas”. No lo decía en broma. Casualmente, se vio que algunos provocadores llevaban pistola. Este dato indica firmemente la implicación de fascistas o de agentes policiales, una sospecha que el sindicato tuvo desde el principio. No obstante, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron romper ni una sola de las manifestaciones de masas convocadas por el sindicato. Como nota anecdótica, diremos que Egin, el diario pro-Herri Batasuna, afirmó que “el servicio de orden impidió que miles de estudiantes (?), que estaban gritando ‘Policía asesina’, pudieran participar en la batalla (?). Frente a las puertas del Ministerio, además de las vallas metálicas, había un doble cordón de miembros del servicio de orden que protegían el edificio”.

Nuestros amigos nacionalistas cometen aquí el pequeño error de confundir la revolución con la contrarrevolución. Sin embargo, es cierto que los miembros del servicio de orden, con una disciplina ejemplar, permanecieron en su sitio hasta por lo menos una hora después de que los organizadores hubieran llamado a disolver la manifestación. Su intención, por supuesto, no era proteger el edificio ministerial, sino defender a los manifestantes contra el riesgo de un posible ataque de última hora por parte de los fascistas o la policía, un fenómeno harto común a esas alturas. Como consecuencia, ningún manifestante fue herido, aunque los provocadores volvieron a escena una vez que el servicio de orden se hubo retirado, y estuvieron divirtiéndose un rato destrozando el centro de la ciudad, lo que abasteció a la prensa de las “noticias” que había estado aguardando desesperadamente desde que comenzó la manifestación. Al día siguiente, los periódicos estaban llenos de fotos de jóvenes enmascarados arrojando piedras, y no apareció ni una sola imagen de la manifestación juvenil más grande de la historia del Estado español.

Una vez más, negociaciones

La semana de movilizaciones había sido un enorme éxito. Los trabajadores estaban empezando a comprometerse en serio. La Marcha a Madrid había coronado la semana maravillosamente. Incluso aunque el sindicato no consiguiera más concesiones, con todo, la lucha había merecido la pena. Los estudiantes podían volver a clase con la cabeza bien alta.

Pero a Ia dirección no le cabía duda de que se había gastado el último cartucho. Llamar a la continuación de la lucha acarrearía un riesgo muy alto. Los síntomas de cansancio eran muy claros. En todas las provincias, el movimiento estaba decayendo. Gracias al sabotaje de Herri Batasuna, los estudiantes vascos estaban desmoralizados y poco dispuestos a continuar la lucha. Es cierto que algunas zonas nuevas, como Guadalajara, estaban entrando en la lucha. Los estudiantes de esta zona habían organizado un mítin con 2.000 asistentes que aclamaron entusiásticamente a Juan Ignacio, y organizaron un tren para acudir a Madrid. Pero esa no era la actitud general. Incluso en Madrid, estaban empezando a aparecer grietas.

El Ministerio estaba aprovechando las divisiones del movimiento estudiantil y, asimismo, la creciente preocupación de los padres. La prensa mercenaria estaba llena de historias alarmistas sobre violencia, vandalismo y gamberrismo, excluyendo todo lo demás. La extensión del conflicto al sector privado, especialmente a los centros de la Iglesia, provocó el repentino final de la información relativamente correcta que hasta el momento había venido ofreciendo el diario católico Ya, que llegó al extremo de cambiar a su corresponsal educativo. Después de haber ofrecido un poco de información sobre las actividades del sindicato (a modo de advertencia al Gobierno) tras la manifestación anterior, El País volvió a las andadas. El acceso del sindicato a los medios de comunicación quedó reducido prácticamente a cero.

Al sindicato le advirtieron que, o bien comenzaba a negociar “en serio”, o “el partido [socialista] volcaría todas sus fuerzas contra él”. Esta amenaza no fue tomada muy en serio, ya que las “fuerzas” del PSOE, en esos momentos, no eran gran cosa, fuera de unas cuantas decenas de miles de concejales, alcaldes, burócratas y demás elementos por el estilo. Pero la influencia del Gobierno sobre los medios de comunicación era un arma muy seria en sus manos. Además, había noticias inquietantes de las Asociaciones de Padres, donde los miembros del PSOE estaban preparando una contraofensiva. Si la huelga continuaba una o dos semanas más, habría un movimiento organizado de “vuelta a clase” orquestado por los medios de comunicación, con la posibilidad de que se produjeran enfrentamientos entre alumnos y padres, lo que tendría consecuencias desastrosas.

La dirección del sindicato, por tanto, no tuvo más remedio que llamar a todos los estudiantes de enseñanzas medias a volver a clase, para reorganizar las fuerzas y aguardar el resultado de las negociaciones subsiguientes. Este llamamiento fue aprobado prácticamente por unanimidad en todo el país. Algunos volvieron a clase con pesar, otros con alivio. Pero el mensaje del sindicato era claro e inequívoco: “Hemos ido a la huelga juntos. Volveremos a las aulas juntos, y, si es necesario, iremos juntos a la huelga de nuevo. Pero, a toda costa, hay que preservar la unidad forjada en la lucha”.

El retorno a la mesa de negociaciones se efectuó con cierto recelo. El ala derechista parecía predominar en el Gobierno. No había indicio alguno de que se fuera a hacer ninguna nueva concesión significativa. No obstante, era necesario encontrar ya una salida al impasse. Era preferible aceptar una victoria parcial que acabar, después de dos meses y medio, con las manos vacías.

Mientras tanto, la “coordinadora” se encontraba en un estado de crisis total. Después de sus bufonadas aventureras de la semana anterior, el Gobierno decidió adoptar una línea dura. Aprovechando la naturaleza extremadamente heterogénea de este “movimiento”, el Ministerio maniobró eficazmente para provocar una escisión en su seno.

Las acciones provocadoras de las sectas proporcionaron al Gobierno una excusa excelente. El Ministerio anunció que no negociaría con ningún miembro de la “coordinadora” que no renunciase a la violencia. Al principio, los elementos lunáticos que controlaban la “coordinadora” de Madrid se tomaron esto como un gran cumplido a su táctica “r-r-r-revolucionaria”. Incluso intentaron presionar al sindicato para que se negase a participar en cualquier negociación de la que ellos no formaran parte. La respuesta del sindicato, si bien condenaba la brutalidad policial y la táctica escisionista del Ministerio, les devolvió la pelota. El sindicato se había opuesto a las manifestaciones aventureras convocadas por las sectas, y no tenía intención de asumir ninguna responsabilidad por ellas.

Las sectas se encontraban en una situación insostenible. La primera “reunión estatal” de estos grupos, como se recordará, había acabado con un gran jaleo. La segunda de esas reuniones supuso una notable mejora respecto a la primera… ¡Esta vez, también las sillas entraron en juego! Las Juventudes Socialistas, basándose al parecer en sus seguidores del resto del país, les, “jugaron una mala pasada” a las sectas y eligieron una nueva comisión negociadora “estatal”, Aunque los métodos que emplearon fueron sospechosos, formalmente tenían razón. ¿Con qué derecho pedía hablar la “coordinadora” de Madrid en nombre de todas las demás “coordinadoras” del resto del Estado? La lógica era impecable; la votación fue bastante irregular. Y las sillas y las mesas que volaron por todo el local dieron un magnífico y “coordinado” remate a la reunión.

La semana siguiente vio una nueva composición alrededor de la mesa de negociaciones. Tres organizaciones estaban ahora presentes: el sindicato, cuyas credenciales ya no cuestionaba nadie; las Juventudes Socialistas bajo el título de la CEAE, y las Juventudes Socialistas bajo el nombre de la autocalificadora “coordinadora estatal”, cuyo representante, David Balsa, ¡tuvo que acudir al Ministerio acompañado por un grupo de gorilas que resultaron ser guardaespaldas del PSOE! No era mala idea por su parte, ya que sus antiguos compañeros “coordinados” se encontraban realizando una sentada a las puertas del Ministerio que le impidió físicamente la entrada durante varias horas, hasta que finalmente tuvo acceso al edificio por la puerta de servicio, dejando a las sectas a la intemperie.

Todo esto no presagiaba nada bueno para el inicio de las negociaciones. El Ministerio insistió en reunirse con todos los “representantes” estudiantiles a la vez, lo que significaba que el sindicato estaría en minoría, rodeado por los títeres del Ministerio.

No obstante, los representantes del sindicato decidieron adoptar una línea firme en las negociaciones. Tocaron un punto sensible, advirtiendo al Gobierno que, si no presentaba una buena oferta, Felipe González, que iba a pronunciar su discurso sobre el estado de la nación en pocos días, daría su discurso más “interesante” en muchos años. En un tono nervioso, los portavoces del Gobierno prometieron al sindicato que “un 90% de vuestras reivindicaciones serán aceptadas”.

Esas promesas fueron recibidas con escepticismo por la dirección del sindicato. Los compañeros, no obstante, estaban dispuestos a emplearse a fondo y a “seguir luchando hasta el fin” si era necesario. En este sentido, se añadió una serie de nuevos puntos a la plataforma de negociación, con referencia sobre todo a los aprendices, los derechos democráticos de los estudiantes y la formación profesional.

El martes 17 de febrero se recibieron en la sede del sindicato los detalles de la nueva propuesta del Ministerio. Cuando conocieron su contenido, los dirigentes del sindicato se frotaron los ojos con incredulidad. El Ministerio proponía un paquete de medidas que suponía el gasto de unos 40.000 millones de pts adicionales en el Presupuesto de Educación durante el año académico en curso. Por primera vez en la historia del país, la enseñanza media en todos los institutos iba a ser gratuita. Además, los hijos de las familias obreras y de clase media baja, por primera vez, disfrutarían de una educación universitaria gratuita. Se crearían 67.840 plazas escolares, a un coste de 30.000 millones de pesetas. Se incrementarían las becas un 25% en 1987 y un 40% en 1988. Habría un 30% de aumento en el dinero destinado a los gastos corrientes de los institutos. En pocas palabras, el Gobierno había dado un giro completo y estaba ofreciendo ahora unas concesiones importantes. ¡Los estudiantes habían ganado!

Cuando esta noticia llegó a la sede del sindicato, hubo una explosión de júbilo. Pero aún quedaba una serie de obstáculos que despejar. En primer lugar, nada era firme hasta que el ministro no estampara su firma en el papel. En segundo lugar, había un requisito previo sin el cual el sindicato no sólo no estaba dispuesto a firmar nada, sino ni siquiera a volver a sentarse a negociar. Se trataba de la exigencia de que no hubiera represalias contra ningún estudiante por su participación en las movilizaciones, fuera en forma de expulsiones, o de suspensos, o de pérdida de notas. Todos los exámenes que habían sido suspendidos debían celebrarse. Estas exigencias eran particularmente importantes para el sindicato en Euskadi, donde varios estudiantes habían sido sancionados o amenazados de sanción por algunos directores reaccionarios. El problema era de difícil solución porque, legalmente, el Gobierno de Madrid no tenía competencias sobre la educación en el País Vasco. Esta se hallaba en manos del gobierno autónomo vasco, controlado por el PNV, partido burgués nacionalista. Para colmo, el País Vasco se hallaba inmerso en una crisis política, debido a la cual aún no se había formado ningún gobierno tras las elecciones autonómicas, por lo que toda la administración estaba, de hecho, paralizada.

No obstante, era esencial para el sindicato en todo el Estado no transigir en este punto. Los nacionalistas radicales habían estado diciendo continuamente que ésta era una “huelga española”, y que no tenía nada que ver con la juventud vasca. El sindicato tenía que mostrar públicamente su solidaridad con las nacionalidades oprimidas. No cabía ni pensar en firmar un acuerdo que dejara al margen a los compañeros vascos y catalanes. Por lo tanto, la comisión negociadora estaba decidida a hacer una cuestión de principios de este punto. Los compañeros de la corriente Marxista en Euskadi se hallaban inmersos en una contraofensiva para contener las mentiras y calumnias de Herri Batasuna. Era necesario un gesto público para respaldarles.

Así pues, cuando se reanudaron las negociaciones el miércoles, Juan Ignacio Ramos, adelantándose al ministro, puso sobre la mesa el tema de que no hubiera “ninguna sanción”. Pasando por alto las sutilezas legales, el sindicato insistió en que el Gobierno de Madrid debía intervenir para asegurarse de que ese punto fuera respetado por todas las partes implicadas. Si el Ministerio podía conectar con los gobiernos autónomos —como así lo había hecho— para coordinar sus políticas con objeto de derrotar la huelga, también podía presionarles para que aceptaran la política de “ninguna sanción”. Tras una breve discusión, este punto fue aceptado. El Ministerio se avino a enviar una circular a todos los institutos, indicándoles que no se tomaran medidas disciplinarias, y a persuadir a los gobiernos autónomos para que hicieran lo mismo.

Pero entonces se produjo la gran sorpresa. ¡Después de haber anunciado públicamente en la prensa los términos de su oferta final, el ministro hizo una declaración en el sentido de que no estaba dispuesto a firmar nada!

Esta declaración cayó como una bomba. ¡Desde luego, eso no estaba previsto! ¿Por qué demonios se negaba el Gobierno a firmar su propio acuerdo? En realidad, el Ministerio había convocado a la comisión negociadora para lanzarle un ultimátum: “¡Lo tomáis o lo dejáis!” Estas declaraciones provocaron un tumulto. Juan Ignacio dio un puñetazo en la mesa, gritando que el Gobierno les estaba tomando el pelo, y acusó al ministro de actuar de mala fe. Tras una discusión acalorada, en la que las “otras dos partes” permanecieron calladas como conejos asustados, los representantes del sindicato exigieron un receso, cogieron por las orejas a los otros dos grupos y les metieron en una habitación lateral, donde se calmaron un tanto los ánimos. La maniobra era descarada. Se trataba de impedir a toda costa que el sindicato quedase con el mérito de haber conquistado el acuerdo, lanzar una provocación que indujera al sindicato a romper las negociaciones y, a continuación, firmar un pacto con las otras dos organizaciones de paniaguados. A éstas se les puso entre la espada y la pared: no cabía ni pensar en marcharse de allí sin firmar un acuerdo. Aterrorizados frente a la perspectiva de ser puestos en evidencia ante las masas estudiantiles, los otros dos grupos se sumaron a esta postura. Los estudiantes regresaron a la reunión formando, en apariencia, un frente unido. ¡Unido, por lo menos, hasta cierto punto!

Dando un vistazo retrospectivo a todo este episodio, fue como una especie de “comedia de errores”. De las declaraciones de Maravall al día siguiente, se desprendía claramente que el Gobierno estaba convencido de que el sindicato se negaría a firmar. Por muy disparatado que esto pueda parecer, tenía su propia lógica. Cada vez que el sindicato se había sentado a negociar y el Gobierno había hecho lo que, según él, era una “oferta razonable”, el resultado había sido una nueva huelga general y nuevas manifestaciones. ¿Por qué esta vez iba a ser distinto? En otras palabras, el Gobierno cometió el error fatal de confundir una auténtica dirección marxista revolucionaria con los estúpidos ultraizquierdistas. El Gobierno realmente creía que el sindicato acudía a la mesa de negociaciones sólo para “cubrir el expediente”, como una excusa para organizar huelgas generales. Sin embargo, los marxistas, en el transcurso de todo el conflicto habían luchado por defender, en primer lugar y ante todo, los intereses de los estudiantes. Ahora, cuando estaba claro que el movimiento había llegado al límite y no se le podía arrancar más al Gobierno, nadie tenía más ganas de llegar a un acuerdo que el sindicato. ¡Y nadie se sorprendió más ante este hecho que el Ministerio! Esto, desde luego, no era ninguna casualidad. Las negociaciones no tienen sentido si no están respaldadas por la amenaza de la movilización de masas. Esa amenaza era tan convincente en boca de los negociadores del sindicato, que mantuvo al Gobierno sobre ascuas hasta el último momento. Una y otra vez, durante dos meses y medio, el sindicato había demostrado que sus amenazas no eran en vano. El SE había ganado su autoridad ante todas las clases de la sociedad, no a base de discursos, sino en la acción. Ahora, la voluntad del sindicato por llegar a un acuerdo fue encajada con perplejidad por el ministro, que dijo textualmente: “Lo que nos ha sorprendido ha sido la voluntad negociadora del Sindicato de Estudiantes. Parecían encantados de firmar un acuerdo” (Ya, 19 de febrero).

Y cómo no estar “encantados” de firmar un acuerdo que significaba una clara e inequívoca victoria para los estudiantes y un avance histórico para la causa de la educación pública en el Estado español.

Para garantizar el cumplimiento de todas sus cláusulas, se establecieron tres comités paritarios (esto tampoco tenía precedentes). El primero que también era el más importante, para vigilar la ejecución del acuerdo; el segundo, para elaborar una reforma general del sistema de selectividad, y un tercero para confeccionar una carta de derechos de los estudiantes, con objeto de incrementar los derechos democráticos y la participación de los estudiantes en la gestión de los institutos. ¡Al firmar el acuerdo, Maravall intentó poner a mal tiempo buena cara, proclamando que allí no había “ni vencedores ni vencidos”, y que el Gobierno siempre había tenido la intención de llevar a cabo los términos del acuerdo! Los más incrédulos se preguntaban por qué, en ese caso, el Gobierno había esperado dos meses y medio, con unas luchas descomunales, para obrar en consecuencia.

Si lo que se proponía el ministro era inducir una reacción igualmente diplomática por parte del Sindicato, estaba abocado a llevarse una decepción. En las escaleras del Ministerio, rodeado de periodistas, Juan Ignacio Ramos exclamó: “Esta es una victoria histórica, y el resultado de una lucha larga y ejemplar. Hemos ganado la mayoría de nuestras reivindicaciones, y ahora es el momento de consolidar nuestras conquistas, volver a clase y organizarnos y prepararnos para el próximo asalto, en que ganaremos todas las reivindicaciones que quedan pendientes. La lucha es larga y continúa. Pero hemos demostrado que nosotros, los estudiantes, somos gente consciente que sabe cómo conducir una lucha de manera organizada. Hemos derrotado por K.O. al Ministerio en el primer asalto. De ahora en adelante nada volverá a ser igual en este país”.

Los acontecimientos posteriores han demostrado el carácter profético de estas palabras. La victoria de los estudiantes de enseñanzas medias tuvo un efecto electrizante sobre la conciencia de los trabajadores, abriendo las puertas a una gran oleada de huelgas.

Con todo, los dirigentes del sindicato tuvieron buen cuidado en recalcar que el pacto firmado el 18 de febrero era sólo un acuerdo preliminar. Hasta el último momento, respetaron escrupulosamente las normas democráticas del movimiento. Lo que se había firmado tendría que ser ratificado por la base a todos los niveles del sindicato y en las asambleas de los institutos durante la semana siguiente.

Se convocó rápidamente una reunión estatal de delegados del sindicato, que votó unánimemente a favor del acuerdo. Y en las asambleas celebradas en los centros, la abrumadora mayoría aprobó la actuación de la comisión negociadora.

Las “coordinadoras” se desintegraron rápidamente en medio de un mare mágnum de recriminaciones mutuas y de acusaciones de “traición” a las que, desde luego, nadie hizo el menor caso. Estos elementos nefastos, que jugaron un papel ruinoso desde el principio hasta el final, abandonaron la escena con mucha pena y ninguna gloria. No ganaron nada, y perdieron cualquier credibilidad que pudieran haber tenido entre los estudiantes de enseñanzas medias. Tanto las JJSS como la UJC acabaron en crisis, con escisiones, expulsiones y dimisiones. Un concejal socialista de León dimitió en protesta por la forma en que el Gobierno trató el conflicto estudiantil. Eso sólo era la punta del iceberg de una crisis general que afecta a todas las organizaciones. A todas, excepto a una: el SE y la corriente Marxista, las únicas que han salido fortalecidas del conflicto.

Desde el fin del conflicto, el panorama social y político se ha transformado en el Estado español. Todos los sectores de la clase obrera intentan emular a los estudiantes, cosa que el mismo Gobierno ha reconocido.

La huelga minera, los acontecimientos de Reinosa, el ambiente cada vez más favorable a una huelga general, la creciente ruptura entre el Gobierno y la UGT, son todos indicadores de que España ha entrado ya en un nuevo y turbulento periodo. A la corriente Marxista española y al Sindicato de Estudiantes les corresponde el honor de haber abierto este periodo, marcando la pauta, estableciendo las tradiciones y planteando las grandes cuestiones de nuestro tiempo, que los trabajadores, una vez armados con el programa del auténtico marxismo, están llamados a resolver.


Apéndice

Carta Abierta al Señor Maravall

Por Juan Ignacio Ramos

(“El País”, 25 de Enero de 1987)

Señor ministro:

A estas alturas, me imagino que usted tendrá a su disposición toda la información con respecto a las movilizaciones de la semana pasada. Digo “me imagino” porque no he tenido ocasión de hablar personalmente con usted, pese a haber intentado nuevamente abrir negociaciones con el ministerio que usted encabeza inmediatamente después de la impresionante manifestación de 200.000 personas que transcurrió debajo de la ventana de su despacho el viernes pasado.

Me dirijo a usted a través de estas páginas, ya que desde que empezamos a negociar con el Ministerio, hace un mes y medio, usted no se ha dignado en ningún momento a bajar y hablar con la comisión negociadora. Probablemente usted habrá tenido cosas más importantes que hacer que atender las peticiones de dos millones y medio de estudiantes.

Situación grave

Pero es que ahora las cosas se han puesto realmente graves. Usted se acordará cómo en Francia un estudiante tuvo que morir antes de que el Gobierno de Chirac atendiera a las reivindicaciones de nuestros compañeros franceses.

Ahora bien, el Gobierno francés es un Gobierno de derechas, y usted es un socialista y miembro de un Gobierno elegido con los votos de 10 millones de trabajadores y jóvenes. Parece, pues, razonable que esperásemos otra cosa de usted.

El Sindicato de Estudiantes, organización convocante de las manifestaciones y luchas del 4 y el 17 de diciembre pasado y del 20 al 23 de enero, ha hecho esfuerzos para evitar la violencia y dar a la lucha un carácter organizado y disciplinado. Ahí está el servicio de orden de 2.000 jóvenes que garantizó el carácter pacífico de nuestra manifestación en Madrid. No obstante, pese a todos nuestros esfuerzos, una chica de 15 años fue herida de gravedad por las balas de la policía, que, por razones poco claras, se negó a disolver a los provocadores fascistas, pero cargó brutalmente contra los manifestantes. Afortunadamente, en estos momentos parece que no peligra la vida de nuestra compañera.

Pero quienes tienen que asumir la responsabilidad por esta tragedia son, por un lado, usted, señor Maravall, que por su intransigencia ha llevado el conflicto hasta este extremo, y, por otro lado, la política represiva en materia de orden público, identificada con su colega José Barrionuevo, que nos recuerda cada vez más los viejos tiempos del franquismo.

Porque aquí no se trata sólo de la suspensión de tres policías, sino de la trayectoria general de un Gobierno que ha perdido todo contacto con el pueblo en general y la juventud en particular.

Da la sensación de que este Gobierno padece una auténtica obsesión por satisfacer los intereses de una pequeña minoría privilegiada, los llamados poderes fácticos, y que le importa poco lo que pensamos la mayoría de trabajadores y jóvenes.

Ahí está el hecho escandaloso de que, tras cuatro años de Gobierno socialista, los gastos armamentísticos sigan siendo mayores que el presupuesto conjunto de Educación y Cultura, y que los beneficios de la banca se hayan duplicado de 102.500 millones de pesetas, en 1982, a 203.328 millones de pesetas en 1985. Por otra parte, tenemos la vergüenza de las declaraciones de un representante de un Gobierno socialista que aboga públicamente por 30.000 despidos en Hunosa y Altos Hornos de Vizcaya.

Usted se preguntará por qué los jóvenes nos hemos lanzado a la calle. Pero no hace falta ningún diploma en sociología para saber la respuesta. El Partido Socialista nos prometió la creación de 300.000 puestos de trabajo. Ahora el nivel de paro supera los tres millones, de los cuales la mitad son jóvenes entre 16 y 25 años.

Amenazado con la humillación de una vida de inactividad forzosa, un sector de los jóvenes ha hecho un esfuerzo para mejorar sus estudios con la intención de buscar un puesto de trabajo. Pero con las restricciones y trabas a la entrada en la universidad, la última puerta a la esperanza se ha cerrado.

Cualquier sociedad que condena a millones de jóvenes a una vida sin esperanza está sentada encima de un polvorín.

El descontento de la juventud es patente. Lo único que ha hecho el Sindicato de Estudiantes es dar a este descontento una expresión organizada y consciente. Sin el sindicato, el movimiento se hubiera disipado en una serie de huelgas locales sin perspectivas ni coordinación y, por tanto, condenadas al fracaso, como siempre ha ocurrido hasta ahora,

El vapor también es una fuerza, pero solamente sirve para algo cuando está concentrado por medio de un pistón. El sindicato ha hecho posible que todos los estudiantes, a nivel de todo el Estado, golpeasen juntos, el mismo día y a la misma hora, por las mismas reivindicaciones.

Política dilatoria

Y le digo todo esto, señor Maravall, por si estaba pensando que, a lo mejor, con una política dilatoria las cosas podrían calmarse, los jóvenes se cansarían de luchar y se irían a casa. Ésta no es la típica movida espontánea, de siempre, como algunos han pretendido decir. Esto es algo nuevo.

Un movimiento dirigido por una organización estable, con unas ideas muy claras, dispuesta a seguir la lucha hasta sus últimas consecuencias con el fin de conquistar nuestras justas reivindicaciones.

Señor Maravall, el actual rumbo del Gobierno sólo puede conducir al desastre. Aún estamos a tiempo para cambiarlo. Pero es necesario que usted y sus compañeros empiecen de una vez a escuchar la voz de la mayoría. ¿Acaso será necesario que algún joven inocente pierda la vida antes de que ustedes desistan de sus posturas arrogantes y empiecen a defender los intereses de quienes les votaron?