Las élites mundiales se reunieron en Davos en enero para debatir el destino y el futuro del capitalismo. Con la economía mundial sacudida por la inflación y la inestabilidad, prevaleció un ambiente de pesimismo. Necesitamos una revolución que acabe con su miseria.
Los grandes y los buenos se congregaron en Suiza a mediados del mes de enero para la última reunión del Foro Económico Mundial (FEM), una conferencia (normalmente) anual que el exlíder laborista Jeremy Corbyn describió acertadamente como una “juerga de multimillonarios”.
La de este año ha sido la primera cumbre de Davos desde el inicio de la pandemia. Y es evidente que muchas cosas han cambiado desde entonces.
La palabra “policrisis” ofrece un buen resumen de los debates del #WEF23, utilizada por múltiples oradores a lo largo de los cinco días para describir la concatenación de peligros y amenazas a los que se enfrenta actualmente la economía mundial.
“Las crisis económicas, medioambientales, sociales y geopolíticas están convergiendo y confluyendo”, declaró el fundador del FEM, Klaus Schwab, al inaugurar el simposio de las élites internacionales de este año.
Este desalentador mensaje se reiteró en el informe anual del FEM sobre los riesgos mundiales, publicado antes de la última reunión de presidentes, banqueros y políticos.
“El riesgo de recesión, el creciente endeudamiento, una crisis continuada del coste de la vida, sociedades polarizadas por la desinformación y la mala información, un impasse en la acción climática y una guerra geoeconómica de suma cero…” – la lista continúa.
Todo esto, y más, estaba en la mente de los delegados de Davos, un reflejo del profundo pesimismo que se apodera de la clase dominante y de las nefastas perspectivas para el capitalismo en los próximos meses.
Aferrarse a un clavo ardiendo
Como anfitrión de toda buena fiesta, Schwab estaba decidido a no dejar que el mal tiempo arruinara el evento.
Intentando en vano levantar el ánimo, el jefe del FEM instó a los asistentes a liberarse de su “mentalidad de crisis”. El único problema es que sus invitados apenas tuvieron noticias positivas de las que hablar.
Aferrándose a un clavo ardiendo, Kristalina Georgieva, Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, declaró que las perspectivas de la economía mundial habían mejorado ligeramente en las últimas semanas. Pero rápidamente dio marcha atrás, extinguiendo cualquier esperanza de “brotes verdes”, al añadir que “menos malo no significa todavía bueno”.
La directora del FMI señaló que la inflación general parecía estar bajando, y que la salida de China de su confinamiento por la política de COVID Cero debería dar un impulso al crecimiento económico mundial. Pero en ambos frentes, Georgieva puso una nota de cautela.
Aunque el aumento de los precios se ha ralentizado ligeramente, insistió en que siguen subiendo a un ritmo muy superior al objetivo del dos por ciento fijado por los bancos centrales. Y el endurecimiento de la política monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco Central Europeo (BCE) y otros bancos, que consiste en subir los tipos de interés para frenar la inflación, puede llevar a las economías de todo el mundo a la recesión.
De hecho, hace tan sólo unas semanas, el director del FMI estimó que un tercio de la economía mundial experimentaría probablemente una desaceleración en el próximo año, con “tres grandes economías -Estados Unidos, la UE y China- desacelerándose simultáneamente”.
“Incluso en países que no están en recesión”, continuó Georgieva, “cientos de millones de personas sentirían la recesión”. Un panorama ciertamente halagüeño.
Pero ni siquiera es un caso de salir de la sartén para caer en el fuego, señaló la directora del FMI, hablando en el panel de la sesión de clausura del #WEF23.
Si continúan las presiones inflacionistas, como la guerra de Ucrania y el colapso del comercio mundial, es probable que nos encontremos con lo peor de ambos mundos: recesión económica y subida de precios.
El desempleo aumentará, declaró Georgieva. Pero la inflación no se aplacará necesariamente. “Una crisis del coste de la vida y del empleo” ya es un desastre para la gente corriente, afirmó. “Una crisis del coste de la vida sin empleo” es una catástrofe.
¿Salvará China al capitalismo?
Asimismo, la directora del FMI advirtió de que la reapertura de China podría resultar un arma de doble filo para el resto del mundo.
Por un lado, la demanda china de materias primas puede impulsar el crecimiento de los países exportadores.
Por otro lado, este mismo aumento de la demanda -sobre todo de fuentes de energía- podría impulsar la inflación a escala internacional. Esto obligaría a los bancos centrales a subir aún más los tipos de interés, lo que aumentaría el coste de los préstamos para los hogares, las empresas y los países endeudados y empujaría a las economías (fuera de China) a una recesión aún mayor.
Sin embargo, incluso con esta advertencia, es probable que las predicciones de los economistas burgueses resulten demasiado optimistas.
Puede que el régimen de Pekín haya abandonado su política de COVID Cero. Pero eso no significa que la economía china vaya a volver a un crecimiento pujante.
La clase dirigente albergaba esperanzas similares en 2021, cuando terminaron los cierres patronales en Occidente y los gobiernos dijeron a los ciudadanos que aprendieran a “vivir con el virus”. Por aquel entonces, los optimistas comentaristas hablaban de las perspectivas de unos nuevos “locos años veinte”, pronosticando un sólido repunte tras el colapso de la corona.
Sin embargo, en lugar de ello, una breve recuperación -alimentada por la demanda reprimida, la financiación del déficit y la impresión monetaria- ha dado paso a una nueva era de inflación, inestabilidad y crisis para el capitalismo. Y China va a seguir esta misma trayectoria, aunque con un ligero retraso.
Al igual que en el resto del mundo, el virus y los consiguientes confinamientos no son lo único que ha perjudicado a la economía china en los últimos años. Subyacente al caos del COVID está la crisis orgánica del capitalismo, que en China se expresa sobre todo en la enorme burbuja del mercado inmobiliario.
El régimen de Xi Jinping puede intentar evitar que esta burbuja estalle, pero sólo creando más contradicciones y turbulencias para el capitalismo chino.
Quienes esperen que China rescate al resto de la economía mundial -como hizo en parte tras el colapso de 2008, con su programa de gasto keynesiano sin precedentes- se llevarán una gran decepción.
De hecho, son precisamente las medidas intervencionistas y las políticas inflacionistas del Estado chino durante la última década y media -y de las clases dominantes de todo el mundo en respuesta a todas y cada una de las crisis- las que han allanado el camino para el desastre en el que se encuentra hoy el capitalismo y sus representantes.
Como siempre, la arrogancia burguesa pronto se convertirá en crisis.
El fin de la globalización
A lo largo de los debates de Davos de este año, ha destacado un temor en particular: el auge del proteccionismo y la fractura del mercado mundial.
¿Estamos asistiendo al fin de la globalización? Esta era la pregunta en boca de todos. Y a pesar de los intentos de varios oradores por calmar los nervios, quienes prestaron algo de atención al #WEF23 no se habrán quedado tranquilos.
“Se necesita una acción concertada y colectiva antes de que los riesgos alcancen un punto de inflexión”, instaba el informe previo a la cumbre del FEM.
“Gran parte de que podamos levantar el optimismo depende de las personas presentes en esta sala”, declaró Kristalina Georgieva, del FMI, apelando a su audiencia de líderes empresariales y responsables políticos. “Sean pragmáticos, colaboren, hagan lo correcto, mantengan la economía mundial integrada en beneficio de todos nosotros”.
Pero sus súplicas cayeron en saco roto. De hecho, parafraseando el famoso proverbio: no hay más sordo que el que no quiere oír. Y con la economía mundial en crisis y los mercados en contracción, los políticos burgueses no están de humor para cooperar entre sí. En lugar de eso, cada uno se las arregla como puede, y que el diablo se lleve la peor parte.
Desde el Brexit hasta el programa “Made in America” de Biden: el nacionalismo económico se repite país tras país, a medida que cada clase dominante aplica políticas de “empobrecer al vecino” en un esfuerzo por exportar la crisis.
Y a medida que se reorganicen las cadenas de suministro, se deslocalicen las industrias y se impongan aranceles, los costes aumentarán, lo que alimentará aún más la inflación, y los trabajadores tendrán que pagar la factura.
Una vez más, asistimos a una cruda demostración de cómo el Estado-nación -junto con la propiedad privada- se erige en barrera fundamental en el camino del desarrollo de las fuerzas productivas, mientras el proteccionismo amenaza con convertir la inminente recesión mundial en una depresión aún más ominosa.
Explosiones revolucionarias
El verdadero elefante en la habitación, sin embargo, fue el de la lucha de clases.
De Sri Lanka a Perú; de Irán a China; de Gran Bretaña a Francia: la clase obrera está empezando a moverse en todo el mundo. Y estas huelgas y movimientos son sólo el principio.
Los estrategas del capital perciben la precariedad de su sistema. Al mismo tiempo, no tienen soluciones; no tienen otra alternativa que imponer la austeridad y los ataques – exigiendo que los trabajadores paguen por esta crisis.
Esto está provocando y preparando explosiones revolucionarias en todos los países. Los multimillonarios, los patrones y los banqueros de Davos tienen, por tanto, todas las razones para estar aterrorizados.