En esta segunda entrega de nuestro debate con los compañeros del Movimiento Socialista nos centraremos en el estudio del carácter de clase del Estado y en lo que el Movimiento Socialista propone como su estrategia para llegar al socialismo
LOS COMUNISTAS Y LA TOMA DEL PODER
Estado burgués y Estado obrero
Volvemos a la cuestión del Estado para situarlo en nuestras tareas actuales. En el mismo artículo que citamos en nuestra entrega anterior, Sobre medios y fines. Reflexiones para el momento político, los compañeros plantean:
“De esta forma, nuestra manera de entender el socialismo, como proyecto histórico para la construcción de una sociedad sin clases, vía para la superación del capitalismo y todas sus formas de explotación y opresión, se aleja de las lecturas que apuestan por la toma del Estado en un salto revolucionario (sea por vía insurreccional o electoral), como el hipotético medio para hacer efectiva la superación de las clases”.
Los escritos de Marx, Engels y Lenin sobre la revolución proletaria y el Estado enseñan que el marxismo jamás propugnó “tomar” el Estado burgués, sino destruirlo, como explicamos en el artículo anterior. De hecho, esa fue la principal conclusión que Marx y Engels sacaron de la experiencia de la Comuna de París de 1871. En una célebre carta a Ludwig Kugelman, en abril de 1871, Marx escribe:
“Si te fijas en el último capítulo de mi ’18 Brumario’, verás que expongo como próxima tentativa de la revolución francesa, no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como se venía haciendo hasta ahora, sino romperla, y esta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente. En esto, precisamente, consiste la tentativa de nuestros heroicos camaradas de París” (énfasis en el original).
Ahora bien, no somos anarquistas que piensan que el comunismo y la abolición de las clases se pueden alcanzar al día siguiente de la revolución. La razón es que aún no estarán establecidas las bases materiales ni culturales para asegurar ese estado de cosas. El socialismo (o comunismo) se justifica ante la historia porque ofrece a la humanidad un nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, de la productividad del trabajo, de desarrollo cultural, moral, tecnológico y humano, en un entorno saludable y armónico con el medio ambiente, muy superior al que pueda existir en los países capitalistas más desarrollados. Y además, hace superfluas la existencia de las clases sociales y del Estado. Pero durante un período, imposible de estimar a priori, será necesaria una sociedad de transición, del capitalismo al comunismo, que termine de asentar las bases para el establecimiento de dicha sociedad comunista mundial de superabundancia y de plena fraternidad humana. En dicho período de transición será necesario disponer todavía de un “semiEstado”: organismos especiales de control, planificación, división de tareas y previsión, a través de los cuales la clase trabajadora podrá regular y acelerar esa transición hacia la sociedad de superabundancia y la eliminación de las raíces materiales de las desigualdades; es decir, será necesario un Estado obrero basado en los organismos de poder obrero establecidos durante la revolución proletaria: soviets, consejos, comités, sea cual sea el nombre que adopten. Recomendamos encarecidamente a todo militante comunista la lectura y estudio de la obra clásica de Lenin, El Estado y la revolución, que ofrece el análisis marxista acabado sobre la teoría marxista del Estado.
La estrategia socialista del MS
Partiendo de lo anterior, llegamos al meollo de la estrategia socialista que proponen los compañeros del Movimiento Socialista. La posición más desarrollada la ofrecen sendos artículos de los compañeros de Horitzó Socialista, en Sobre un nou model d’acumulació de forces articulat dins l’estratègia socialista (Sobre un nuevo modelo de acumulación de fuerzas dentro de la estrategia socialista), escrito por el compañero Lluc Renyé; y Subjecte i estratègia socialista. Una primera aproximació (Sujeto y estrategia socialista. Una primera aproximación), escrito por Sergi Claramunt.
Merece la pena citar extensamente la posición de los compañeros para que no haya lugar a dudas sobre lo que plantean y así podamos comentar lo que proponen en todo su contexto.
El compañero Lluc Renyè, afirma:
“Por tanto, en tanto que clase antagónica, el crecimiento y la acumulación de poder por parte del proletariado será siempre a expensas del poder que ostenta la burguesía. Este poder, que concebimos más allá de la institucionalidad y de las formas burguesas de la democracia parlamentaria, reside en el control consciente de cada vez más ámbitos de la esfera social, como podría ser el control sobre el espacio y la producción, así como en la capacidad de establecer como hegemónicos marcos simbólicos amplios que produzcan interpretaciones compartidas de los fenómenos sociales. Nuestro modelo de acumulación de fuerzas debe tener estos objetivos como primordiales.
“Por otro lado, un modelo erróneo de acumulación de fuerzas es aquél que se plantea como un proceso lineal que progresivamente irá avanzando hasta una explosión espontánea-insurreccional. Este modelo imagina el proceso revolucionario como un momento determinado de subversión del orden establecido al que se llega a partir del estallido más o menos espontáneo de las masas y desata el resultado final del mismo proceso. Ante esta concepción, nosotros creemos firmemente que el socialismo y el poder propio se construyen desde ese momento, son la tarea actual de los comunistas. Esta convicción es la que resulta de pensar la política proletaria desde la actualidad de la revolución, siendo conscientes de la fase embrionaria en la que nos encontramos pero trabajando en favor de un proceso ascendente desde hoy mismo.
(…)
“Si profundizamos en esta concepción del poder socialista, veremos cómo su despliegue toma la forma de un control gradualmente ascendente del territorio y el proceso productivo que rompa con el orden capitalista establecido. Esta articulación política debe permitir hacer llegar las formas establecidas de democracia proletaria en todo el territorio, respondiendo a las necesidades que tiene el proletariado en su día a día. Debe realizarse mediante el establecimiento de un control progresivo de la esfera de la producción, ya que ésta fundamenta el control de la burguesía sobre el proletariado. Este control del proletariado de la estructura de la sociedad permite precisamente la progresiva construcción económica del socialismo, y el establecimiento de unas nuevas relaciones sociales antagónicas a las de la explotación y dominación del sistema capitalista, construcción que no se dará mediante la creación de islas de socialismo sino en progresiva imposición sobre el dominio del capital”. (Las cursivas son nuestras).
Y el compañero Sergi Claramunt, escribe en su artículo:
“Una vez que las organizaciones han crecido suficiente y las ideas comunistas han alcanzado cierta hegemonía, se puede dar el siguiente paso, que es la articulación del Partido Comunista de masas. En esta nueva fase, el sujeto revolucionario dispone ya de las suficientes fuerzas como para pasar a la ofensiva en la guerra de clases. Cada conflicto que se inicia de la mano del Partido tiene como horizonte inmediato la destitución del poder burgués, pues el poder socialista ha alcanzado tal grado de crecimiento y de complejidad que se ve con las capacidades suficientes como para cuestionar de forma definitiva el orden social vigente. La existencia del partido implica una serie de presupuestos políticos, sociales, culturales, ideológicos, etc. construidos en la anterior fase, en un proceso constante de construcción de nuevas organizaciones que no estén asentadas en conflictos parciales sino que expresen el antagonismo del sujeto proletario a la totalidad capitalista. Dicho de otro modo, el Partido no es una mera coordinación de frentes, sino una articulación global del proletariado bajo una misma estrategia y dirección política determinada”.
Al faltar un balance materialista del fracaso de la URSS para sacar lecciones del mismo, y al atribuir erróneamente al marxismo la defensa de la toma del Estado burgués, los compañeros consideran necesario proponer una teoría de la estrategia socialista propia, completamente nueva, que asegure, según ellos, el éxito de la transformación socialista de la sociedad en el próximo período.
¿Qué es, pues, lo que se nos ofrece? Descartada la vía insurreccional para la toma del poder, solo queda “acumular fuerzas”, creando “Espacios socialistas” liberados dentro del sistema capitalista, de manera “progresiva” (gradual), hasta que una vez alcanzada la “hegemonía” en la sociedad, el Partido Comunista de masas lanzaría una “ofensiva en la guerra de clases” para deshacerse del capitalismo y de sus defensores.
Debemos suponer que la etapa final de “ofensiva en la guerra de clases”, que expone el compañero Sergi Claramunt, también excluye la vía insurreccional de masas, pues los compañeros son muy insistentes en negar esta vía. Y como “cada conflicto que se inicia de la mano del Partido tiene como horizonte inmediato la destitución del poder burgués”, parecería que esto se lograría de manera relativamente fácil ante una acumulación tal de “espacios socialistas” liberados, creados desde la etapa precedente, que haría inútil cualquier resistencia del poder burgués.
Parece deducirse del planteamiento de los compañeros que las derrotas de los procesos revolucionarios o insurreccionales precedentes se ha debido a que el proletariado ha sido empujado al poder sin tener suficiente conciencia socialista y sin haber creado previamente, durante un período prolongado antes de la revolución, sus propios “espacios socialistas” “en el territorio y la producción” donde haber ejercitado una práctica y una conciencia comunista.
El problema con estos planteamientos es que dan la espalda a la realidad, comenzando por toda la experiencia histórica de la lucha de clases.
En primer lugar, no es posible arrancar a la burguesía el “control de la esfera de la producción” mientras siga existiendo el sistema capitalista. La producción se realiza en las fábricas, que agrupan a miles de trabajadores bajo un mismo techo, enfrentados a un mismo patrón que les extrae la plusvalía. Esa es justamente la esencia de la existencia del sistema capitalista. Solamente expropiando a la burguesía podremos quitar control de la producción. Y eso no se puede hacer individualmente, fábrica a fábrica, sino que solo se puede hacer expropiando a la clase capitalista en su conjunto, mediante una revolución.
La existencia del proletariado y de sus organizaciones: sindicatos, partidos, cooperativas, asociaciones vecinales, juveniles, etc. representan el embrión de la nueva sociedad dentro de la vieja. Se puede decir que “el poder socialista” y las condiciones de vida comunistas ya están presentes en potencia en el seno de la clase (trabajo en común, espacios y servicios públicos comunes, asambleas, huelgas y manifestaciones, ocupaciones de empresas, solidaridad de clase, relaciones personales desinteresadas de amistad y de afectos entre los “sin propiedad”, etc.). Ahora bien, bajo el capitalismo estas expresiones de la nueva sociedad no pueden desarrollar todo su potencial. Además, todo esto que está latente en la conciencia de la clase y en su práctica, no es impermeable a la presión de otras clases y a la ideología dominante, a la asfixiante necesidad de vivir y ganarse la vida cada día, cuando no a la corrupción directa de las direcciones oficiales del movimiento, cuyo ejemplo más claro es la burocratización y adaptación al sistema de las cúpulas de los sindicatos, partidos, cooperativas, etc. Pretender crear espacios autónomos “libres de relaciones capitalistas” sin derribar el sistema en su conjunto es una pretensión imposible.
La clase capitalista no es una entidad abstracta: son personas de carne y hueso que tienen intereses muy poderosos en los beneficios y privilegios que obtienen de la explotación obrera y la extracción de plusvalía y que, llegado el caso disponen de un aparato de represión: policía, jueces, ejército, leyes, que no dudan en usar si ven sus intereses amenazados.
¿Alguien puede pensar que la burguesía se quedará de brazos cruzados mientras ve que le arrebatan “progresivamente” sus medios de producción, o si los ve amenazados? Hay un refrán que dice: “Puedes pelar una cebolla capa a capa, pero no puedes cazar un tigre pata a pata”. Efectivamente, en el momento que sujetes una de ellas, te despedazará con las otras tres. No es mal consejo. Los golpes de Estado contra Allende en Chile y en España en 1936, son una muestra elocuente de ello. Que la contrarrevolución tuviera éxito aquí, no es materia de este artículo y en todo caso no se debió a la falta de una conciencia socialista o de combatividad del proletariado; más bien al contrario, sino a que en el momento de la verdad sus aspiraciones de emancipación social fueron bloqueadas y frustradas por sus direcciones.
La construcción de “Espacios socialistas”
La estrategia socialista que propone el MS tiene un paralelo llamativo con las teorías del “horizontalismo” y la “autonomía” que propagaron Toni Negri y John Holloway a fines de los años 90 del siglo pasado en su libro “Imperio y multitud, cambiar el mundo sin tomar el poder”. Ellos defendían la táctica semianarquista de “horadar por dentro al sistema”, casi sin que aquél se diera cuenta, creando supuestos espacios autónomos libres de relaciones capitalistas con la autoproducción, cooperativas, evadiendo las redes comerciales convencionales, etc. hasta que el sistema colapsara sin necesidad de insurrección ni revolución, sin necesidad de “tomar el poder”, ni de asaltar el Estado.
¿Por qué vemos imposible que la clase obrera se implique masivamente y de manera significativa en la construcción de “espacios socialistas” antes de un proceso revolucionario? ¿No pueden entender los trabajadores las ideas socialistas, o es que están aburguesados? Nada de eso. La razón de ello es que la clase obrera no es homogénea, hay capas avanzadas y otras más atrasadas. La heterogeneidad de la clase se manifiesta en diferentes niveles de cultura y de vida, diferentes papeles en el proceso productivo y en la sociedad, diferentes tradiciones de lucha, diferentes grados de asunción de la ideología de la clase dominante, además de la influencia de la religión, el embrutecimiento provocado por la explotación capitalista, el miedo a caer en la miseria, las presiones de la familia, etc. En una época “normal” es inevitable que sólo una capa minoritaria de trabajadores esté dispuesta a abrazar ideas revolucionarias o comunistas. Pero otra más amplia, necesita de más experiencias y de grandes acontecimientos para romper sus ilusiones en el sistema y en las ideas dominantes en la sociedad, así como su desconfianza hacia un cambio radical de sociedad. Si no comprendemos esto, nos romperemos la cabeza o caeremos en la frustración. Hay que ser pacientes con los trabajadores, que por lo general no aprenden la lucha de clases en los libros, sino en su experiencia viva y dura.
Tampoco es cierto que la construcción de estos supuestos “espacios socialistas”, antes de la revolución, sea una precondición para la existencia de partidos comunistas de masas. La historia conoció partidos comunistas de masas exitosos sin haber creado un solo “espacio socialista” antes de una revolución, porque es justamente una revolución la que forma el estado de ánimo para emprender esta tarea, la percepción súbita de la fuerza colectiva del proletariado y de sus tareas históricas, y su disposición a luchar por una nueva sociedad. Mientras tanto, la fuerza e influencia del partido en la etapa anterior a la revolución se expresa en su crecimiento, en su intervención exitosa en todo tipo de conflictos laborales, vecinales, estudiantiles, etc. pese a que “no toquen” las bases sociales de las relaciones capitalistas.
Seamos concretos. Nosotros somos partidarios de que una empresa amenazada de cierre debe ser tomada por sus trabajadores y puesta a producir bajo control obrero. Es una manera de conjugar la defensa de los medios de vida de los trabajadores con una medida socialista que acerque a los trabajadores la necesidad del socialismo. Dejando a un lado la posibilidad de un desalojo policial, sabemos que al día siguiente estos trabajadores se verán enfrentados al boicot de toda la clase capitalista: tratarán de negarles las materias primas, cortarle el suministro eléctrico, secuestrar las cuentas de la empresa, impedirles el acceso a sus proveedores y mercados, etc. Como cuestión de supervivencia habrá que apelar a la solidaridad de clase y al apoyo de la población local. Desde luego, trataríamos que esta experiencia se extendiera y su ejemplo fuera seguido por trabajadores en situación similar. Pero somos conscientes de que, a largo plazo, si esta experiencia quedara aislada, las posibilidades de derrota serían muy claras. Incluso aunque se mantuviera viable, como una cooperativa de hecho, las presiones del sistema en una empresa de tamaño pequeño o mediano introducirían distorsiones de todo tipo: autoexplotación, endeudamiento, tendencias burocráticas, etc.
Este ejemplo se puede extender a cualquier experiencia de ocupación: viviendas, explotación agrícola, etc.
Dicho lo anterior, en absoluto planteamos que el Movimiento Socialista o la CMI permanezcamos de brazos cruzados a la espera de la revolución que, mágicamente, construirá el Partido Comunista por sí sola. Eso sería una caricatura de nuestra posición. Como están haciendo ejemplarmente los compañeros del MS, hay que implicarse en el día a día de las luchas, ayudar a desarrollar la conciencia socialista de jóvenes y trabajadores, construir puntos de apoyo en las empresas, barrios y centros de estudio; en suma, desarrollar la organización lo más ampliamente posible en la tarea que estamos abocados en estos momentos: construir una fuerte organización de cuadros comunistas, como antesala de tareas y desafíos mayores.
La dialéctica de la revolución
Desde luego podría ocurrir que si un sector de trabajadores llegara a la conclusión de ocupar la fábrica y ponerla a producir, enfrentándose al boicot de toda la clase capitalista, el Estado, etc., eso podría significar que esa conciencia ya habrá madurado en capas mucho más amplias, lo que señalaría la existencia de un estado de ánimo revolucionario general. En ese caso, dicho ejemplo podría actuar como una chispa que prendiera en el resto de la clase, precipitando un proceso revolucionario general, no territorio a territorio, o empresa a empresa, de manera gradual y progresiva, sino súbitamente, como ocurrió en las ocupaciones de fábricas en Italia en 1919-1920 o en Francia en junio de 1936 y mayo de 1968. La propia revolución social que se dio en España en julio de 1936, con la ocupación de las fábricas y la tierra, se dio súbitamente, tras derrotar en la mitad del país el golpe fascista de Franco
Los compañeros afirman que no creen en la insurrección de masas para hacer la revolución, pero ¿no ha sido esa justamente la experiencia de toda la lucha de clases que se libra hasta el final, no sólo de la lucha proletaria sino la de todas las clases oprimidas a lo largo de la historia?
Aquí llegamos a los que consideramos la principal debilidad teórica de los compañeros y que impregna toda su concepción: la ausencia de una visión dialéctica de los procesos, tanto en la historia de la lucha de clases como en la revolución. Parece que entienden la estrategia socialista como un proceso evolutivo gradual, progresivo, sin saltos ni contramarchas, sin explosiones ni insurrecciones populares. Esto lo aplican igualmente al proceso de toma de conciencia del proletariado, que parecen considerar como algo que se desarrolla de manera gradual y progresiva.
Pero la conciencia, la lucha de clases y la naturaleza no evolucionan así en el mundo real.
Planteemos la cuestión concretamente: ¿Qué es una revolución, si no el hecho de que la conciencia de millones de personas se pone al día con las tareas que demanda la Historia, bruscamente, en 24 horas? ¿Cuál es la mecánica que la provoca? La acumulación de cambios cuantitativos a lo largo de un período –de ira, frustración, explotación, sufrimiento– hasta que el motivo más casual (una represión policial brutal, el asesinato de un dirigente obrero o social, la sanción de una ley sentida como injusta, un decreto gubernamental oprobioso, la ocupación de una fábrica, etc.) actúa como punto focal que concentra el malestar general insoportable y transmite una corriente eléctrica al conjunto de la clase obrera y demás sectores oprimidos de la sociedad, poniéndolos en pie súbitamente, con movilizaciones masivas en la calle, dispuestos y ávidos de empaparse de las soluciones más radicales para cambiar sus vidas.
Hemos podido ver cómo se despliega esta dinámica en acontecimientos recientes, independientemente de que no hayan alcanzado en todas partes la misma intensidad revolucionaria. Por ejemplo, este verano tuvimos el levantamiento revolucionario en Sri Lanka donde las masas de la población tomaron por asalto el palacio presidencial, tras meses de caos por las subidas de precios y la falta de combustible; en Chile, en 2019, hubo un movimiento de masas que puso contra la pared al gobierno y a todo el statu quo que se inició por un asunto aparentemente inocuo, la subida del billete del metro de Santiago. En el verano de 2020 tuvimos en EEUU el movimiento más masivo en la calle jamás visto en este país, a raíz de la muerte de George Floyd, quien era sólo una víctima negra más en una larguísima lista de asesinatos policiales racistas; o también en Irán, dónde la impunidad una vez más de la policía de la moral, que asesinó a la joven estudiante Mahsa Amini, ha provocado un movimiento de características revolucionarias sin igual desde la revolución de 1979.
En realidad, una revolución no es un acontecimiento de acto único, sino un proceso que se inicia con un sentimiento de rechazo instintivo a una situación insoportable, donde las amplias masas, antes apáticas y apartadas de la vida política, saben lo que no quieren, pero que aún carecen de una visión clara de lo que quieren. La función de un partido comunista, que necesaria e inevitablemente entra en el proceso agrupando solo a la minoría avanzada de la clase, es ir elevando el nivel de conciencia política de las amplias masas, si ha construido en el período precedente una sólida y suficiente base de cuadros revolucionarios en las empresas, centros de estudio, barrios, movimientos sociales, para ganar en el período más corto posible el apoyo y la simpatía de masas crecientes de trabajadores. Está fuera de discusión, y en eso estamos en total acuerdo con los compañeros del Movimiento Socialista, que dicho partido comunista, para tener éxito, debe convertirse en un partido de masas con el tamaño y la influencia suficientes para dirigir al conjunto de la clase a la toma del poder.1Cierto es que en este punto los compañeros del MS pueden argüir diferencias con nosotros: ellos rechazan que la clase obrera sea “dirigida” por un Partido, sino que la clase obrera se constituye como Partido en la fase final de lucha contra el capitalismo sin que nadie la dirija “desde fuera”. Pero este punto, la concepción del partido revolucionario y su relación con la clase, los abordaremos en una próxima entrega de esta serie.
El proceso de aprendizaje revolucionario y comunista de las amplias masas no se logrará en el período precedente, como un proceso gradual y acumulativo de “espacios socialistas” imposibles de construir y de sostener en una época “normal” de lucha de clases, sino durante el proceso revolucionario mismo, que puede durar semanas, meses o hasta unos pocos años. Ese será el momento cuando surgirán, ya sea de manera espontánea o estimulados por el propio Partido Comunista, organismos de poder obrero (Soviets, consejos, comités) como embriones del futuro Estado obrero donde la masa de trabajadores ejercerá la democracia obrera, y desafiará el dominio burgués. La función del Partido Comunista, además de implicarse y ponerse a la cabeza de todas las luchas como explicó Marx en el Manifiesto Comunista, será difundir y proponer consignas adecuadas y un programa socialista que conecte con las necesidades de las familias obreras y demás capas oprimidas de la sociedad, infundiéndoles confianza en sus propias fuerzas y los objetivos claros por los que se debe luchar: expropiación de los grandes capitalistas, control obrero, desarme o disolución de los cuerpos represivos, todo el poder para la clase obrera, socialismo internacional. El mismo aparato represivo no podrá permanecer inmune a la tormenta revolucionaria que sacuda a la sociedad, escindiéndose en líneas de clase, con sus escalafones más bajos, vinculados a la clase obrera, simpatizando con un cambio fundamental en la sociedad.
En una situación donde la represión solo atizará la indignación de las masas trabajadoras, la ruptura del aparato represivo será el anuncio más fiel de la maduración a la que habrá llegado la conciencia de las masas y del momento de la toma del poder de la manera que describimos al principio: no con la “toma del Estado”, sino con la disolución del viejo Estado y la formación de uno nuevo a través de los comités y asambleas de trabajadores, apoyado por la movilización activa de la clase trabajadora en la calle, ocupando los centros de trabajo, los edificios públicos y los cuarteles de la policía y el ejército. Es decir, a través de una insurrección de masas organizada.
Dicho esto, a diferencia de los sectarios locos y ultraizquierdistas, nosotros consideramos la transformación socialista de la sociedad como un proceso que puede lograrse de manera relativamente pacífica debido al peso social y numérico aplastante de la clase trabajadora en la sociedad y a su infinito poder de lucha que, en el momento decisivo, paralizaría y descompondría al aparato represivo del Estado. (Continuará)