El “populismo” se ha situado en el centro del debate político mundial. En cada continente y país no faltan dedos acusadores y voces atronadoras, a derecha e izquierda, señalando a tal partido, dirigente o programa, como “populistas” ¿Qué tiene de particular el llamado “populismo” que genera tantas pasiones?
Sobre este tema hay diferentes opiniones en la izquierda. Algunas de las posiciones y corrientes caracterizadas como “populistas” son fácilmente asemejables a movimientos y grupos existentes en el pasado, otras tienen características novedosas que generan controversia y a las que es preciso someter a un análisis detallado.
Historia del término “populismo”
El término “populismo” es un vocablo relativamente reciente en el lenguaje político general. No obstante, sus orígenes pueden rastrearse hasta más de un siglo atrás en Europa y EEUU. En aquel momento se usaba exclusivamente para denominar a partidos y movimientos específicos, de carácter progresista, que usaban tal denominación para sí mismos. “Populista” o “populismo” eran sinónimos de “defender la causa del pueblo”. El movimiento más relevante de este tipo tuvo lugar en Rusia, con el nombre de “Ir al pueblo”. Sus partidarios eran conocidos como los “narodniki” (literalmente “populistas”. De “narod”, pueblo en ruso). Se desarrollaron en el último tercio del siglo XIX, defendían una especie de socialismo agrario, consideraban inviable el desarrollo capitalista en Rusia e identificaban al campesinado pobre como el sujeto central de la futura revolución rusa. Los marxistas rusos polemizaron fuertemente contra esta corriente, cuyo socialismo tenía un carácter utópico, sentimental y pequeñoburgués, y cuyos métodos propagandísticos derivaban regularmente en el terrorismo individual.
En EEUU también surgió un partido con esta denominación a fines del siglo XIX, el Partido del Pueblo (People’s Party), que también era conocido como Partido Populista (Populist Party). Agrupaba fundamentalmente a pequeños granjeros del sur y del oeste de EEUU e incorporaba algunas reivindicaciones de los trabajadores de las ciudades, como la jornada de 8 horas, la nacionalización de los ferrocarriles, entre otras. Desapareció en la primera década del siglo XX.
Sin embargo, la moderna acepción de “populismo” y “populista” nada tiene que ver con aquélla originaria. Hoy se usa con un carácter peyorativo, casi sin excepción. No se utiliza el término “populismo” para definir un movimiento o programa, sino para atacarlo, ridiculizarlo o denigrarlo. Suele definirse hoy el “populismo” como un movimiento o conjunto de ideas y programa de carácter demagógico que pretende hablar en nombre del “pueblo”, para defender supuestamente sus intereses frente a las “élites” del poder económico y estatal, el llamado establishment.
Carente de un contenido de clase concreto y mucho menos científico, cada cual condimenta el término “populista” con su propio aderezo. Así, los analistas burgueses califican como “populista” todo programa o partido que pretende adular a las masas para engañarlas con promesas imposibles de cumplir, con el fin de subvertir el sistema “democrático liberal” e imponer un gobierno autoritario o dictatorial, encabezado por el caudillo “populista”.
En realidad, como puede verse, esta crítica burguesa al “populismo” no difiere en nada de la crítica que la burguesía viene haciendo al marxismo y al comunismo desde hace un siglo. Así que, por aquí, poco podemos avanzar en la clarificación de este término.
El “populismo” latinoamericano
El moderno uso del término “populismo” comenzó a principios de los años 70 del pasado siglo para denominar a varios regímenes y dirigentes políticos latinoamericanos de las décadas del 40-50: como Juan D. Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Víctor Paz Estensoro en Bolivia, o Jacobo Arbenz en Guatemala, que habían entrado en colisión con el imperialismo norteamericano y las oligarquías locales en determinado momento. Un precedente de todos ellos fue el gobierno de Lázaro Cárdenas en México, a fines de los años 30.
Estos gobiernos se caracterizaron por un presidencialismo “fuerte” de carácter nacionalista, y por tanto interclasista, con una base importante de apoyo popular. En el caso de Perón, Vargas y Paz Estensoro, se trataba de regímenes que tenían elementos bonapartistas, esto es: maniobraban y oscilaban entre las clases a derecha e izquierda, e introdujeron algunas limitaciones a los derechos democráticos, más o menos acusadas según el país y la coyuntura. En paralelo, se erguía la figura del “caudillo” que pretendía representar a la nación, aunque en realidad actuaba de mediador entre sus bases populares de apoyo (el campesinado pobre y la clase obrera, específicamente ésta, en el caso de Perón) y la gran burguesía industrial y terrateniente, obligando a ésta a hacer concesiones a las masas, a cambio de que el “caudillo” impusiera límites al alcance de las reivindicaciones populares y apaciguara las contradicciones sociales. Perón fue derrocado por un golpe militar en 1955, y Vargas se suicidó en 1954 en vísperas de un movimiento que pretendía deponerlo. Arbenz, el único de ellos de simpatías abiertamente izquierdistas, fue derribado en 1954 por los marines norteamericanos que invadieron el país tras intentar un ensayo de reforma agraria.
A partir de aquí, el término “populismo” fue aplicado despectivamente a los movimientos populares nacionalistas latinoamericanos que recogían la tradición de sus viejos caudillos, por parte de las fuerzas derechistas y proimperialistas; si bien este uso despectivo también penetró en la izquierda, que disputaba a estos movimientos nacionalistas burgueses o pequeñoburgueses, su influencia en las masas trabajadoras. Fue al comienzo de la primera década del siglo XXI cuando la aplicación de este término se extendió a todo movimiento –progresista o reaccionario– que supuestamente amenazara la estabilidad del régimen capitalista y contrariara los intereses de la clase dominante y del aparato del Estado dominado por ella.
Este uso del término “populismo” recibió un nuevo y poderoso impulso tras la proliferación de todo tipo de movimientos “anti-establishment” surgidos al calor de la crisis capitalista global iniciada en 2008. La clase dominante y sus medios de comunicación hicieron pasar este término al primer plano, y lo impusieron por la fuerza de la costumbre en el lenguaje político cotidiano de la derecha y de la izquierda.
Los medios burgueses han incluido en la categoría de “populistas” –“de izquierda” y “de derecha”– a una gran variedad de movimientos y dirigentes políticos: Podemos, Donald Trump, Marine Le Pen, Syriza, Bernie Sanders, el movimiento Cinco Estrellas en Italia, la Liga de Salvini, el chavismo, Bolsonaro en Brasil, el kirchnerismo, etc. ¿Qué cosa tan formidable puede ser esto del “populismo” capaz de impregnar movimientos tan dispares en sus orígenes históricos y geográficos, en sus programas y en sus bases sociales de apoyo? ¿Qué los hace “populistas”?
La izquierda y el “populismo”
Antes de continuar, debemos dejar claro una cosa. No es nuestro interés polemizar aquí con la clase dominante, sus medios de comunicación, la derecha y la socialdemocracia sobre cómo utilizan ellos los términos “populista” o “populismo”. Para esta gente, invariablemente, son “populistas” todos aquellos que amenazan el orden establecido, inflaman a las masas con promesas reales o demagógicas, y escapan a su control directo. Sean reaccionarios, progresistas o revolucionarios, consideran a estos “populistas” un peligro para el sistema, de ahí que pronuncien este término con un odio y un desprecio tan particular, como sinónimo del “diablo” y portadores de las “diez plagas de Egipto”.
Lo que nos interesa poner en debate es el uso que la izquierda hace de este término y la idoneidad de hacerlo.
Cabría pensar que, enfrentados a la aparición de movimientos políticos nuevos que expresan nuevos intereses y necesidades sociales de tal o cual clase, haya habido la necesidad de recurrir al término “populismo” como encarnación de dichos intereses o como expresión de nuevas fuerzas sociales. Así aconteció, por ejemplo, con términos como “fascismo” o “estalinismo” en los años 20 y 30 del siglo pasado.
Sin embargo, es este aspecto el que está ausente en la izquierda cuando se emplea el término “populista” para caracterizar a los partidos, movimientos o dirigentes que son definidos como tales. Justamente, debería quedar claro qué nuevos intereses o necesidades, de clase o de grupo social, expresa el llamado “populismo” para justificar la utilización de este término. Pero es justamente esto lo que está ausente.
Se dice generalmente que los “populistas” buscan promocionarse como salvadores del “pueblo”, sin hacer distinciones de clase dentro del mismo, haciendo demagogia con promesas imposibles de cumplir, culpando de todos los problemas a los malos políticos, o a determinados individuos o grupos sociales, desviando así la atención de las verdaderas causas de los problemas sociales. Pero no podemos definir un movimiento por los objetivos políticos que dice proclamar, o por la forma y el lenguaje bajo los que ejerce su agitación. Si fuera así, deberíamos concluir con que el 80% de los movimientos políticos habidos en los últimos 150 años fueron “populistas” –sin ellos mismos saberlo– pues las características “populistas” mencionadas al principio de este párrafo, consistentes en denuncias estridentes y promesas demagógicas, han sido el santo y seña de todos los partidos y movimientos burgueses y pequeñoburgueses, en los países más diversos. Por el contrario, debemos definir todo movimiento político de manera científica, desde un punto de vista marxista: partiendo de su composición de clase, de la composición de clase de su dirección, del carácter de clase del programa que defiende, y de la clase o clases sociales donde alcanza su mayor receptividad.
¿Era “populismo” el fascismo?
El fascismo –de la palabra italiana fascio: “haz”, “ramo”, en castellano– fue un movimiento de masas de la pequeña burguesía arruinada y desesperada, que incluía a sectores lumpenizados de la clase obrera. Fue impulsado por las burguesías italiana y alemana en sus países para restaurar el orden social a través del aplastamiento del movimiento obrero organizado, con la imposición de una dictadura totalitaria que preservaba los intereses de clase de aquéllas, aunque al precio de ceder a los fascistas el control del aparato del Estado y de la política exterior.
El fascismo utilizaba una buena dosis de demagogia social, incluso socialista, imprescindible para aglutinar un movimiento de masas amplio, atacando verbalmente a determinado sectores de la clase dominante (como los burgueses judíos en el caso de Alemania) y prometiendo a sus secuaces, como premio y botín, la riqueza de éstos y el saqueo del Estado. Las burguesías italiana y alemana aceptaron que el fascismo les expropiara políticamente su control del aparato del Estado, a cambio de salvar y asegurar su propiedad privada sobre las fábricas, minas, bancos, latifundios, etc., que estaba amenazada por la existencia y actividad de las organizaciones obreras en momentos de aguda crisis social.
Es fácil ver que muchos estarían tentados hoy de identificar al fascismo con una variedad del “populismo”. Ahí tenemos una base de masas “plebeya”, discursos demagógicos contra “las élites”, soluciones mágicas a los problemas sociales, la figura del “caudillo”, etc. Esto muestra cuánto pierde el análisis marxista con la utilización del comodín del “populismo” para caracterizar determinados movimientos de masas o individuos, obviando la rica y variada interrelación de intereses de clase que existe en cada movimiento particular. El “populismo” es un término que nada explica por sí mismo, mientras que oculta y embrolla el carácter de clase de un determinado movimiento, en lugar de arrojar luz sobre el mismo.
Latinoamérica: del bonapartismo sui generis al “populismo”
En línea con esto, también merecen un análisis de clase los movimientos y regímenes latinoamericanos que mencionamos antes, y que dieron inicio al uso moderno de los términos “populista” y “populismo”.
Hace 70 u 80 años, la gran mayoría de los países latinoamericanos –como también ocurría, y sigue ocurriendo hoy, en Asia y África– tenían una composición de clase peculiar, diferente a la que existía en los países capitalistas más desarrollados de Europa y América, donde la diferenciación de clase básica del sistema capitalista (burguesía, clase obrera, pequeña burguesía) era más “pura”. En los países de capitalismo atrasado existen gradaciones y formas transitorias variadas dentro de las clases medias y bajas: proletarios, semiproletarios, artesanos, pobres urbanos que viven del menudeo y la venta ambulante, comunidades campesinas primitivas, arrendatarios, etc. que se corresponden con el carácter desigual y combinado del desarrollo capitalista en países con una fuerte proporción de población rural.
No obstante lo anterior, al haber entrado ya todos estos países en aquella época en la senda de la economía capitalista y al actuar como eslabones de la cadena de la economía global, la clase obrera –pese a su tamaño relativamente pequeño– jugaba ya un papel económico y social de primer orden. Al mismo tiempo, las oligarquías industrial y terrateniente locales se habían convertido en agentes del imperialismo dominante.
Fue León Trotsky, con su genial mente analítica, quien proporcionó la mejor caracterización de clase de este tipo de regímenes, a través del primero que mostró sus rasgos esenciales: el gobierno de Lázaro Cárdenas, en México, de 1934 a 1940:
“En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno gira entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista “sui generis”, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capitalismo extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política [del gobierno mexicano] se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y de las compañías petroleras”. (La industria nacionalizada y la administración obrera. 12 de mayo 1939).
Trotsky ubicaba al régimen de Cárdenas en el bonapartismo sui generis “de izquierda” que se apoyaba en los trabajadores y campesinos para golpear al imperialismo con vistas a garantizar un desenvolvimiento más libre al débil capitalismo mexicano.
Con diferentes variantes, los demás regímenes sudamericanos caracterizados posteriormente como “populistas” siguieron este patrón.
Lo relevante de los casos de Argentina, Brasil, Bolivia, Guatemala, y otros, es que su particular configuración económica y de clase, en las líneas de lo planteado por Trotsky para México, los hacía muy inestables y llevaba regularmente a golpes de Estado y luchas de camarillas por arriba por el poder, dentro del ejército y entre diferentes sectores de la oligarquía industrial y terrateniente. Pero también propiciaban movimientos de masas revolucionarios, cuyo motor principal era la clase obrera. Justamente fue a través del movimiento revolucionario de la clase obrera como llegaron al poder personajes como Perón en Argentina y Paz Estensoro en Bolivia. Arbenz, militar de origen, como Perón y Lázaro Cárdenas, fue aupado a la presidencia de Guatemala con el apoyo de las organizaciones obreras y campesinas.
Como se ve, podemos prescindir perfectamente de términos vagos e imprecisos como “populistas” o “populismos” para describir este tipo de regímenes, apelando al arsenal teórico del marxismo.
No se trata de ser doctrinarios. Comprendemos perfectamente que la caracterización de este tipo de regímenes y movimientos nunca ha sido fácil concretarla en una sola palabra, como ocurre en los casos “clásicos” del fascismo, estalinismo, anarquismo, socialismo, etc. De cara a la brevedad y simplicidad en la exposición, podría ser asumible utilizar la expresión “populista”, siempre que quede claro de qué regímenes y movimientos específicos estamos hablando, y se exponga claramente su carácter de clase y la particularidad de su forma de gobierno. El problema surge cuando se extienden los términos “populista” y “populismos” a fenómenos y épocas diferentes, provocando la confusión y la simplicidad extrema, con la mezcla arbitraria de conceptos y análisis, rebajando el nivel de comprensión de lo que se está abordando. Y puesto que ha sido la concepción simplista, burda y burguesa del “populismo” la que se ha impuesto en el lenguaje político general, el peligro, por tanto, es que desde la izquierda ayudemos a incrementar la autoridad moral y política de este término en las líneas burguesas convencionales, al utilizarlo habitualmente en nuestros análisis. Al mismo tiempo, existe el peligro de maleducar a los activistas y militantes de izquierdas con categorías políticas ajenas al marxismo, sembrando confusión política y teórica.
El “populismo de derechas”: la “novedad” de un fenómeno muy viejo
En el pasado, León Trotsky caracterizó el tipo de fenómenos políticos que hoy asociamos con Trump o Marine Le Pen, no como “populismo”, sino como “demagogia social”, que es una expresión mucho más científica, descriptiva y concreta. “Demagogia social reaccionaria” o “demagogia social con fines reaccionarios” eran diversas expresiones que Trotsky utilizaba para caracterizar al fascismo y a otros movimientos reaccionarios que apelaban a las masas del “pueblo” y a la “nación”, contra los “extranjeros”, y para promover el racismo
Lo correcto desde un punto de vista marxista es analizar cada fenómeno en su contexto y especificidad de clase, y no unificar un conjunto de movimientos diferentes bajo la misma etiqueta.
Mientras que términos como “ultraderecha” o “extrema derecha” tienen una larga tradición en el movimiento obrero mundial y provocan un rechazo eléctrico en las capas conscientes y avanzadas, permitiendo ubicar claramente su carácter de clase y antiobrero, expresiones sustitutas de las anteriores como “populismo de derechas” son un gran paso atrás. Esta última es una expresión edulcorada, casi inocua, que lima la rudeza y radicalidad del término “extrema derecha”, lo que sólo puede favorecer a esta última para presentarse como “más respetable”. Este es un ejemplo concreto del efecto negativo que ejerce en la conciencia la utilización del término “populismo” por la izquierda para referirse a la derecha ultranacionalista, racista y xenófoba.
Es cierto que el Frente Nacional de Francia, en sus orígenes, era un partido típico de la extrema derecha, con simpatías fascistas en muchos miembros de su dirección. Ahora, el FN ha limado bastante de su rudeza inicial e incluso ha expulsado al fundador del partido, Jean-Marie, el padre de Marine Le Pen, por sus comentarios antisemistas y profascistas. El FN se presenta, simplemente, como un defensor del capitalismo “nacional” y del nacionalismo económico. Un eje principal de su agitación sigue siendo frenar la llegada de extranjeros y expulsar a los inmigrantes “ilegales”, culpándoles del desempleo, la delincuencia o del terrorismo islámico. Pero este cambio producido en el FN no autoriza para nada a calificarlo de “populista” de derechas, por la sencilla razón de que no ayuda en nada a clarificar su carácter de clase.
Características similares a las del Frente Nacional tienen partidos y movimientos como el Partido Liberal de Austria, el Partido de la Libertad de Holanda de Geert Wilders, o Alternativa por Alemania. El caso de Vox, en el Estado español, tiene características que lo asocian a estos movimientos, pero que también lo alejan. Por ejemplo, Vox tiene un apoyo popular bien contrastado en los barrios ricos de clase media y en la casta de funcionarios del aparato del Estado, sobre todo policial y militar, pero no en los barrios obreros; y a diferencia del “estatalismo” económico del Frente Nacional francés, Vox tiene un programa económico abiertamente favorable al gran capital internacional y a la liquidación de las empresas estatales y de los servicios públicos, en la línea de Donald Trump.
Pese a su pose “anti-establishment”, todos estos partidos tienen un carácter burgués, de derechas, con un apoyo central en las masas de la pequeña burguesía, empleando una fraseología nacionalista muy reaccionaria contra los inmigrantes. También apelan al fortalecimiento represivo del Estado para lidiar con los problemas sociales, de ahí su carácter filobonapartista y las simpatías que despiertan dentro del aparato policial y militar. Sus dirigentes son aventureros políticos, procedentes todos de la pequeña burguesía adinerada, o incluso de la burguesía.
La Corriente Marxista Internacional (CMI) ya trató con algunos de estos movimientos a principios de los años 90, y no necesitó recurrir al término anticientífico de “populismo” para describirlos. A falta de un término preciso los definió (concretamente, al Frente Nacional de Le Pen, a la Liga Lombarda en Italia, precedente de la Lega de Salvini, y a otros similares) como “movimientos reaccionarios de carácter pseudo-bonapartista” o “forma peculiar de reacción” (Ver Documento de Perspectivas Mundiales 1992. 1º Congreso de la CMI). Ciertamente, la definición no era muy elegante en términos de concisión gramatical, pero era completamente precisa desde un punto de vista científico, y es esto lo único que nos interesa.
Así pues, el actual fenómeno de “populismo”, y más exactamente el “populismo de derechas”, no tiene nada de novedoso. Adquirió impulso a fines de la década de los 80 y principios de los 90 del siglo pasado, coincidiendo con la caída del bloque estalinista y el fuerte desprestigio de los partidos socialdemócratas implicados en políticas de ajuste, privatizaciones a gran escala y corrupción. Esto dio paso a un período de semirreacción, mezclado con un rechazo al establishment, que fue aprovechado por estos movimientos derechistas para aglutinar bases sociales de apoyo. En ese momento, la CMI expuso claramente la naturaleza de clase de este fenómeno, y sus limitaciones:
“La pequeña burguesía –los tenderos y pequeños comerciantes– se enfrenta a un futuro de incertidumbre e inseguridad, y expresa su desesperación con movimientos convulsivos, como los de los granjeros y campesinos franceses en el período pasado. Pero la actuación provocadora de la ultraderecha, en un momento determinado, provocará una reacción de los trabajadores, sobre todo cuando contrarresten las acciones rompe-huelgas y los ataques racistas”. (Perspectivas Mundiales, Junio 1992. 1º Congreso de la CMI)
La realidad es que durante un período de 30 años estos movimientos han estado acompañándonos en casi todos los países, con apoyos variables de entre el 5% y el 20% en el electorado, que reflejan la naturaleza vacilante, cambiante e inestable de la pequeña burguesía. No hay nada esencialmente innovador en los “populismos” de Salvini, Vox, etc. en relación a movimientos similares durante los años 90.
Incluso un “outsider” y demagogo como Trump encuentra un precedente comparable décadas atrás, en un bribón similar como Silvio Berlusconi en Italia, quien como Trump respecto a los Republicanos en EEUU, también emergió del descrédito y agotamiento del partido burgués tradicional italiano, la Democracia Cristiana.
Más aún, a comienzos de los 90 ya se dio un fenómeno similar a Trump en EEUU. Nos referimos a Ross Perot. Perot, como Trump, era un aventurero millonario sin escrúpulos. Habiendo abandonado el Partido Republicano, se postuló de manera independiente para las elecciones presidenciales estadounidenses de 1992. Se hacía pasar por un “hombre del pueblo” explotando la sensación general de malestar y descontento de la sociedad norteamericana de entonces, que se reflejaba en el deseo de atacar al establishment. Llegó a acaparar un tercio de los votos en los sondeos, aunque posteriormente se desinfló y desapareció de la escena. El fenómeno Perot tuvo luego su continuidad en el surgimiento del llamado Tea Party, el ala de extrema derecha de los Republicanos conformada por rabiosos pequeño burgueses enloquecidos, en la primera década del siglo XXI, cuyo legado fue finalmente recogido por Donald J. Trump.
Incluso, antes de todos estos fenómenos en Europa y EEUU, muchas décadas atrás, ya había aparecido en Francia –el país clásico del bonapartismo– el fenómeno del poujadismo. Pierre Poujade, un nacionalista pequeño burgués reaccionario, presidente de la Unión por la Defensa de los Comerciantes y Artesanos, creó un movimiento que consiguió 2 millones de votos, 52 diputados y un 12% de apoyo en las elecciones de 1956, en plena reacción ante la irrupción de la lucha por la independencia de Argelia y el desprestigio temporal del bonapartista De Gaulle ante las masas de la pequeña burguesía francesa. No por casualidad, uno de aquellos diputados poujadistas fue Jean Marie Le Pen, el futuro fundador del ultraderechista Frente Nacional francés.
En suma, el llamado “populismo” de derecha actual no tiene nada de novedoso, ni expresa la aparición de nuevas fuerzas sociales y de clase en ningún sitio. Parte de una larga tradición en la política burguesa occidental. Sus épocas de auge y extensión coinciden con épocas de crisis que sacuden, enloquecen y agitan a la pequeña burguesía allí donde la izquierda ha fracasado en ofrecer una alternativa de cambio radical. Y se extinguen o declinan una vez cambia el ciclo económico, cuando retorna temporalmente la estabilidad social, o cuando la izquierda consigue reinstalar su autoridad política perdida.
El “populismo de izquierdas”
El único caso de dirigentes de masas que se han definido a sí mismos como “populistas” son dirigentes y exdirigentes de Podemos, como Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, seguidores de las teorías “populistas” del filósofo argentino Ernesto Laclau, quien comenzó en el marxismo y terminó abrazando el peronismo, una variante del nacionalismo pequeñoburgués argentino. El dirigente de la Francia Insumisa, Mélenchon también ha tonteado con estas ideas. Sin embargo, esta gente le da una caracterización al término “populismo” completamente diferente a la que le da la burguesía. Para ellos, “populismo” es abandonar la perspectiva de la clase obrera, que consideran demasiado “estrecha”, y abrazar la causa del “pueblo” al que oponen a la “oligarquía” y a las “élites”. Como vemos, el “populismo” de los dirigentes de Podemos y de la Francia Insumisa no es más que una variedad del nacionalismo pequeñoburgués de izquierdas, importado del nacionalismo de izquierdas latinoamericano. Para decir toda la verdad, lo que tenemos es un razonamiento cínico y oportunista. Ellos reconocen que su “populismo” es solamente una “táctica” para aglutinar, supuestamente, un movimiento más amplio que el de la clase obrera, y así alcanzar más fácil y rápidamente el poder por la simple suma aritmética de obreros y pequeña burguesía, adoptando el programa inconsistente y heterogéneo de esta última.
Para Iglesias, la política “populista” es aquella que utiliza elementos comunes a todas las clases (patria, nación, Constitución, soberanía, pueblo, etc), que él denomina “significantes vacíos” (vacíos, porque se supone que pueden “llenarse” con las propuestas propias de cada clase o capa social), a fin de llegar a capas que están fuera de tu campo directo de acción para ganarlas para tus posiciones, y así construir “hegemonía”. La política “populista” tendría así el objetivo de conseguir esa hegemonía.
Pero la política “populista” tiende a quedarse en el reclamo “per se” de dichos significantes, sin señalar lo que tienen de contradictorio y antagónico en su interior, y por lo tanto, de falso para la acción política. Esto sólo lleva a la conciliación entre las clases, a proponer la armonía entre ellas, como hacen los partidos convencionales de derecha e izquierda. Al final, la montaña parió un ratón.
Un marxista debe, por supuesto, apelar a dichos “significantes”, pero para mostrar el antagonismo que hay en su interior, para mostrar que no pueden servir al mismo tiempo (la patria, la soberanía, el pueblo, la Constitución, etc.) al interés de todas las clases, que dichos significantes son falsos mientras metamos dentro de los mismos a la clase dominante. Pero expulsar a la clase dominante de dichos “significantes” implica en los hechos “matar”, “desechar” dichos significantes que, en su origen y por definición, incluyen a todas las clases sociales. De lo que se trata es de elevar la comprensión política de la clase trabajadora sobre el carácter y significado de esos “significantes” para que sean desechados y apartados de la conciencia de las clases oprimidas, por representar mecanismos de conciliación y armonía entre la clase opresora y las clases oprimidas. Son otros “significantes”: internacionalismo, fraternidad universal, y socialismo, los que debemos inculcar en la clase trabajadora.
En cualquier caso, este es un debate en el caso español, de intelectuales, que no ha tenido nunca apenas eco en la base de Podemos, que rechaza instintivamente con indignación el término “populismo”, por considerarlo un insulto.
Al final, las piruetas y contorsiones a izquierda y derecha, realizadas por los dirigentes de Podemos y de la Francia Insumisa en todos estos años, para “sumar” a capas más amplias, resultaron un fracaso. No consiguieron vencer los recelos de la pequeña burguesía, por la incertidumbre que generaban tantos zig-zags a derecha e izquierda, y terminaron cansando a millones de obreros incapaces de percibir firmeza y un programa coherente de clase. Actualmente, Podemos y la Francia Insumisa son absolutamente indistinguibles de cualquier partido socialdemócrata al uso, con la diferencia de que son movimientos creados alrededor del culto al “líder”, sin apenas mecanismos democráticos de participación de la base.
El carácter de clase del “populismo”
Como hemos tratado de demostrar, no existe tal cosa como el “populismo” en el análisis marxista. Existe una posición burguesa, pequeño burguesa o proletaria; pero el punto de vista “populista” o “del pueblo” no existe. Debemos ubicar cualquier corriente o movimiento político en términos de clase. Por eso es incorrecto, desde el punto de vista marxista, aceptar como buena moneda la caracterización de movimientos, ideas o programas como “populistas” o “populismos”.
Si hay una clase que, históricamente, ha encarnado el punto de vista “del pueblo” es la pequeña burguesía, que siempre huyó del antagonismo social por su propia posición social dependiente y oscilante entre la burguesía y la clase obrera. La pequeña burguesía, al no enfrentarse a un enemigo de clase directo, es la clase que, naturalmente, tiende a “hermanar” al resto de clases en el sujeto “pueblo” y en el nacionalismo. El nacionalismo es la ideología natural de los pequeños propietarios, es la ilusión en su conciencia de que el país les pertenece, lo cual nace de la idealización del sentimiento de propiedad que ya poseen, y que extienden al país que habitan.
Dejando sentado lo anterior, es cierto que, de cara a la agitación política de masas, el marxismo y la clase obrera suelen apelar al “pueblo” contra los ricos y poderosos. Esto es un resto en nuestro ADN de la herencia de las antiguas luchas del “Tercer Estado” contra los resabios feudales de los siglos XVIII y primera mitad del XIX. Pero a este “pueblo” lo identificamos siempre actualmente con la clase obrera y las capas de la pequeña burguesía cercana a los trabajadores por sus condiciones de vida (pequeños campesinos, pobres de la ciudad y del campo, pequeños comerciantes, etc.). Siempre que quede claro el liderazgo de la clase obrera en la lucha contra cualquier tipo de explotación o abuso que abarque a capas más amplias, es lícito usar ese término por la fuerza de la costumbre heredada por la clase trabajadora. Mas eso nunca ha inducido a los marxistas referirse a sí mismos como “populistas” ni a adoptar el punto de vista de la pequeña burguesía.
La pequeña burguesía, ajena a los conflictos de clase, sólo puede encontrar los problemas que la agobian en los malos gobernantes, los malos políticos (no importa que sean de izquierdas o de derechas), los malos jueces, los malos partidos, etc.; y por eso reclama insistentemente buenos gobernantes, buenos políticos, o mejor aún: un súper gobernante dotado de poderes milagrosos que barra todo lo malo; la pequeña burguesía es la perfecta necesitada de un caudillo, del jefe “populista”.
Esta es la razón de que, en general, la mayoría de los movimientos, posiciones o dirigentes a quienes se ubica en el “populismo”, tienen un carácter pequeñoburgués, o abrevan dentro del campo del pensamiento de la pequeña burguesía y de la intelectualidad pequeñoburguesa.
En gran medida, ha sido la parálisis temporal del movimiento obrero y la ausencia de la clase obrera de la escena política, lo que ha permitido a la pequeña burguesía personificada en intrigantes, demagogos y milagreros sociales jugar un papel destacado en la arena política estos años, y aglutinar apoyos a derecha e izquierda. Un caso muy claro es el del Movimiento 5 Estrellas de Italia, ahora en declive tras comprobarse la inconsistencia de su programa en el gobierno italiano. Lo que ha caracterizado al Movimiento 5 Estrellas en su combinación de posiciones progresistas a favor del gasto social con otras reaccionarias, como en el tema de la inmigración. En realidad, los movimientos “populistas” una vez en el gobierno se han limitado a aplicar la misma política, con apenas variantes, que sus antecesores socialdemócratas y conservadores, manteniendo un respeto reverencial por la sagrada propiedad privada capitalista.
Por todo lo anterior debemos rechazar el “populismo” como una categoría política nueva, especial y diferenciada y aclasista; esto es, ubicada al margen de intereses de clase específicos. Precisamente, porque el empleo de las palabras “populista” y “populismo”, oculta y vela las relaciones de clase que se encuentran tras estos movimientos, partidos y dirigentes, es por lo que resulta equivocado y pernicioso caer en la trampa que la burguesía nos tiende al aceptar el “populismo” como una buena moneda en nuestro lenguaje político. Si queremos ser fieles al análisis marxista, al análisis de clase, debemos rehusar la utilización del término “populista”, y caracterizar en su lugar a estos movimientos y dirigentes en su verdadero contexto y por su carácter de clase.