Mirando la historia, es común ver que en los modos de producción en crisis la clase dominante trata de aferrarse a los elementos más sórdidos y falaces para permanecer en la posición de dominación. Aquí es donde el oscurantismo, los regímenes totalitarios, el fascismo entre otros entran en juego. Sin embargo, también es común que en tiempos de crisis las contradicciones entre las clases se agudicen y se hagan más evidentes. En este escenario se genera un anhelo general de cambio y de ahí vienen las soluciones mágicas, los mesías, las conciliaciones, las grandes (y falsas) “innovaciones” para dar un rostro más humanitario a los sistemas que naturalmente masacran a una clase en detrimento de otra.
Este es exactamente el período en el que vivimos. La elección de Bolsonaro en 2018, así como la de Trump en los Estados Unidos y Boris Johnson en Gran Bretaña, muestra que las calles, de manera muy distorsionada, dieron votos de confianza a las campañas electorales que decían estar en contra del sistema, por más mentirosas que fueran. Esta distorsión no surge de la nada, ni tampoco de una “onda conservadora”, como dijeron varias direcciones de la izquierda. Surge de una inmensa brecha que hay en cuanto resolver la crisis de la dirección revolucionaria.
Estas lagunas permiten una guarida de confusión y falsos objetivos que desvían a la clase obrera de cualquier perspectiva revolucionaria, y esto no se crea por un mero descuido de las direcciones de la izquierda. Son decisiones políticas para salvar intencionalmente el sistema capitalista y el Estado burgués. Esas direcciones que repudian los términos “revolución” y “socialismo” en sus campañas, al tiempo que hacen acuerdos y concesiones a la burguesía, han demostrado desde hace tiempo que, comprometidas con la salida del capitalismo humanitario y representativo, aunque cueste derechos duramente peleados y signifique la miseria de millones de trabajadores.
La crisis y Forbes
Hemos pasado 13 años desde que la crisis de las hipotecas subprime que explotó en Wall Street y desde entonces la burguesía ha tratado de “recalentar la economía” despellejando la carne de la clase obrera hasta los huesos. En Brasil, el EC 95 dejó claro que la burguesía no podía seguir soportando las políticas de conciliación de clases que intentaba llevar adelante el PT y empezó a exigir ataques más directos. Si incluso en los gobiernos de conciliación del PT ya había grandes incendios en la Amazonia, exceso de concentración de ingresos, especulación inmobiliaria, privatizaciones, venta de patrimonio público, concesiones de carreteras y aeropuertos, conflictos por la tierra, falta de acceso a la educación, recortes en la investigación y mucha represión, en el escenario actual no sería diferente o más leve.
Uno de los resultados más amargos de esto es que el Sistema Único de Salud de Brasil (SUS) ya estaba en colapso hace años. Cuando la pandemia golpeó a Brasil, la situación se volvió aún más caótica y el número de muertes es una consecuencia directa de estas políticas, como cuando el gobierno de Dilma Rousseff firmó en 2015 el permiso para que las empresas de capital extranjero dirigieran los hospitales públicos (art. 23 de la Ley 8.080/90). Durante la cuarentena, el comercio se desaceleró, hubo una gran recesión y millones de trabajadores perdieron sus puestos de trabajo, las pequeñas empresas quebraron y miles de personas murieron sin siquiera tener acceso al examen de Covid-19.
En este contexto, la revista Forbes anunció que Brasil, desde el año pasado hasta ahora, ha aumentado el número de multimillonarios en 33, llegando a 238 personas que concentran una fortuna de 1,6 trillones de reales (cerca del PIB de Chile, un aumento del 33% en comparación con el año pasado). Surge la pregunta. ¿Cómo es posible? ¿No es contradictorio que, en todo este cuadro, esto suceda? De hecho, no hay ninguna contradicción en absoluto.
Como dijo Paulo Guedes en la reunión ministerial, no es rentable salvar a las pequeñas y medianas empresas. El enfoque del gobierno, según Guedes, debería ser privatizar las empresas estatales y salvar a los empresarios más grandes. Y así se hace, normalmente. Las crisis del sistema capitalista consisten precisamente en salvar a la gran burguesía, que concentra escandalosamente la riqueza que, cabe señalar, es producida por el trabajo de la clase obrera, chupada de la manera más parasitaria y cobarde que el capitalismo es en esencia. El aumento de la fortuna de los multimillonarios es una consecuencia directa de esto.
El gobierno Bolsonaro tiene un papel central en esta historia. A pesar de que la figura personal del Bolsonaro es profundamente proxeneta e ignorante, el Ministro de Economía Paulo Guedes tiene la tarea de manejar la economía en una dirección y rumbo definidos: cortar el flujo de derechos sociales para transferirlos a estos multimillonarios del sector financiero y otros. En otras palabras, si por un lado el gobierno cumple su función con transacciones trillonarias del Banco Central, o directamente por la Deuda Pública, por otro lado está Joseph Safra, del Banco Safra, con una fortuna valorada en escandalosos 119,08 mil millones de reales.
Entre los amigos del rey está Luciano Hang, el dueño de las tiendas Havan. ¿Quién no recuerda los vídeos en los que Luciano obligaba a sus empleados a usar camisas y a bailar coreografías en las elecciones de 2018 a favor del Bolsonaro? Desde entonces, Hang ha subido 26 puestos en el ranking de Forbes, convirtiéndose en la décima persona más rica de Brasil con activos valorados entre R$8,26 mil millones (US$8,26 mil millones) y R$18,72 mil millones (US$18,72 mil millones).
La hipocresía del “capitalismo inclusivo”
Una figura que destaca en esta lista es Luiza Trajano, dueña de la Magazine Luiza. Trajano es ahora la mujer más rica de Brasil, con un patrimonio valorado en R$ 24bi, ocupando el octavo lugar entre las mayores fortunas. Pero la noticia más extendida en los últimos días sobre la compañía no fue sobre su fortuna o la lista de Forbes.
La Magazine Luiza ha anunciado que su próximo programa de aprendices, tendrá vacantes sólo para negros. La noticia fue inmediatamente celebrada por algunos sectores llamados “progresistas” en las redes sociales. Para ellos, la noticia representa una confrontación al racismo y a la desigualdad, aunque sea impulsada por la burguesía. Para otros, como Luke Savage, en un artículo para la revista Jacobin, el capitalismo progresista no es un aliado y esto ha generado severas discusiones.
El tema es bastante delicado y estas discusiones suelen estar marcadas por todo tipo de teorías identitarias y postmodernas, es decir, que niegan la lucha de clases como matriz de la desigualdad en la humanidad, hasta el punto de que diversas organizaciones abren verdaderas batallas contra propios miembros de la clase obrera sobre cuestiones de color de la piel, género y otros criterios.
El efecto secundario de esta cruzada de representatividad en el capitalismo, abierta en el seno de la propia clase obrera, no podría ser más contradictorio: grandes filas de militantes que se lanzan en defensa de las políticas de inclusión de nada menos que la mayor representante de la burguesía nacional, literalmente la mujer más rica de Brasil.
A pesar de los errores de esa conclusión, hay premisas que deben ser consideradas. Muchos defensores del capitalismo inclusivo colocan los datos absurdos de la población negra en Brasil. Por ejemplo, en el informe de 2019 “Desigualdades sociales por color o raza en Brasil”, el IBGE afirmó que el 68,6% de los cargos directivos están ocupados por blancos, mientras que el 29,9% son negros y pardos. En la distribución de los ingresos y las condiciones de vivienda, la población negra representa también las tasas más bajas. Esto se repite en varios otros indicadores de derechos sociales, pero se invierte cuando se habla de la tasa de víctimas de homicidios, en la que la población negra es casi tres veces mayor que la blanca.
Estos son datos gigantes, pero exigen un análisis científico en lugar de un análisis impresionista o racista de la cuestión. Aquí hay un notable criterio de clase. Durante siglos, desde el supuesto fin de la esclavitud, la mayor parte de la población negra sigue aglomerada en concentraciones urbanas donde no existen las condiciones más básicas de saneamiento básico, educación, cultura, deportes, ocio, salud, seguridad, transporte y varios otros derechos. Este es un escenario que perpetúa el fenotipo racista de la lucha de clases que siempre ha existido desde el Brasil colonial.
La cuestión central es que este cuadro al que se lanza la clase obrera, que afecta plenamente a la población negra, está directamente relacionado con la concentración de la riqueza de estos billonarios como Luciano Hang y Luiza Trajano. Los trillones que deberían destinarse a la vivienda, la educación y a garantizar el trabajo y los salarios de toda la clase obrera se inyectan año tras año en los bolsillos de estos empresarios y accionistas. En otras palabras, su riqueza significa necesariamente nuestra miseria.
La situación que se agrava en la crisis hace estallar la composición del capitalismo y abre las apestosas heridas de la desigualdad, y la burguesía, consciente de que sería el albo de un inminente levantamiento popular revolucionario, lanza este tipo de asistencialismo barato e hipócrita para ganarse la simpatía de las parcelas que hoy, por ejemplo, están en la primera línea de las protestas de los Estados Unidos en respuesta al asesinato de George Floyd.
El juego aquí es simple: garantizar la mano de obra, tratar de aminorar el descontento popular, explotar más fuerza de trabajo, sin resolver ninguno de los problemas de infraestructura que realmente generan esta desigualdad social. Mientras que se discute la representatividad y el supuesto racismo en la condena de estas medidas de la burguesía, las acciones de la Magazine Luiza subieron un 2,6% como resultado de su “Responsabilidad Social”. La misma responsabilidad social con la que fue condenada en 2015 por ampliar la jornada laboral de sus empleados en dos horas, pudiéndose decir que parte de esta fortuna fue saqueada con exactamente este sórdido tipo de coacción en la relación patrón-empleado.
La cuestión de la responsabilidad social ha sido una especie de etiqueta similar a los “sellos verdes” que el mercado impulsó cuando el tema del calentamiento global estaba en alza. Es como una nueva ISO9001 de inclusión de las minorías y de simpatía por los más pobres, una hipocresía tan podrida que nos faltarían los términos para describir.
Pero estas maniobras no son exactamente nuevas. Desde hace algún tiempo, desde antes de la pandemia, la burguesía internacional se ha preocupado por aplicar sus medidas de parasitismo sin causar una catástrofe social (o al menos mitigar sus efectos), como se debatió en la reunión del Foro Económico Mundial celebrada el año pasado en la Convención de Davos en Suiza. En otras palabras, la propia burguesía reconoce sus contradicciones y se preocupa por ellas, no por amor a la humanidad, sino por miedo a perder su posición parasitaria. Para ello, piden a los gobiernos que debatan formas “sustentables ” de seguir viviendo a expensas de los trabajadores.
Básicamente, el ala “progresista” que abraza estas medidas de inclusión está dispuesta a apoyar un aumento significativo de la concentración de ingresos siempre que se garanticen unas pocas docenas de puestos de trabajo a este o aquello sector de la clase obrera. Para los defensores de la representatividad, el aumento del número de mujeres billonarias de 33 a 46 desde 2019 significaría un paso positivo hacia la inclusión. Este tipo de conclusión distorsionada lleva, por ejemplo, a poner la lucha entre los géneros en el lugar de la lucha de clases. De hecho, el hecho de que haya más mujeres billonarias que construyen fortunas explotando a hombres y mujeres de la clase obrera no significa absolutamente nada positivo para la lucha por el fin de la opresión capitalista de la clase obrera precisamente porque deja intacta la cuestión de la clase. Al final, este aumento representa realmente un serio cambio en la condición de la clase obrera, pero para peor.
La vena asesina de la burguesía es internacional
Para no quedarnos sólo en Brasil, he aquí un ejemplo muy didáctico: después de la repercusión de la noticia de la Magazine Luiza, la Bayer también ha anunciado la apertura de 19 puestos exclusivos de aprendiz para negros. Tal vez no haya mayor ejemplo de hipocresía que ese.
Bayer es una compañía farmacéutica conocida por literalmente apoyar al Partido Nazi Alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Desde la Primera Guerra Mundial, Bayer, junto con BASF y Hoechst, desarrolló las primeras armas químicas de destrucción masiva como el gas cloro. En la segunda guerra, Bayer compuso el bloque químico que dio origen al Zyklon-B, usado en las cámaras de gas para asesinar a los judíos en los campos de concentración. Hoy en día, es una de las empresas que sufre (y pierde) más procesos de indemnización por causar cáncer en el mundo (básicamente su especialidad).
Esta vena asesina la llevó a casarse con otra experta en cáncer y armas químicas en todo el mundo: La Monsanto. En 2018, tras largas negociaciones, el gigante Bayer incorporó la Monsanto, esta multinacional del sector de la agricultura y la biotecnología que también contribuyó a la destrucción de la humanidad durante las guerras con, por ejemplo, el Agente Naranja (ingrediente activo del napalm utilizado por los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam) y el glifosato (un agro tóxico responsable del envenenamiento de gran parte de los alimentos del agro negoció mundial).
Esas manchas no se quedan en el pasado. La empresa Bayer/Monsanto, que ha anunciado 19 puestos de aprendices para negros como “medidas de inclusión”, es la misma empresa que prácticamente domina la patente de varias semillas utilizadas en el monocultivo del agronegocio brasileño. Es decir, en lugar de utilizar su tecnología para erradicar el hambre en el mundo, conserva la tradición de asesinatos en masa del pasado y proporciona los subsidios para todos los problemas de deforestación, degradación ambiental, enfermedades alimentarias, conflictos por la tierra y una serie de otros problemas que aquejan a países como el Brasil.
Esta producción agrícola irracional, como sabemos, no se restituye a la población, sino a sectores de la burguesía ganadera mundial. Los mayores porcentajes de nutrientes producidos en el modo de producción capitalista se restringen a los latifundios que explotan los recursos naturales y humanos dejando un rastro de degradación. En otras palabras, la empresa, la mayor patentadora de semillas del mundo, es directamente responsable del hambre en el mundo, que afecta principalmente a los pobres y a los negros. Para que quede aún más claro, la empresa que explota e inflige el hambre en todo un continente con una población mayoritariamente negra, África, promueve medidas de inclusión ofreciendo 19 vacantes a personas de raza negra.
Hay otra sórdida medida registrada en la historia de Bayer con respecto a la población negra. El opiáceo que conocemos como heroína fue nombrado así precisamente por Bayer, cuando anunció la alternativa “heroica” a la morfina, vendida inicialmente como un anestésico “no adictivo” y un medicamento para la tos para niños. Más tarde, esta droga fue ampliamente insertada por la CIA y el FBI en los barrios pobres de mayoría negra en los Estados Unidos para, por un lado, drogar a las capas más radicalizadas del movimiento negro con la vieja táctica del opio y, por otro, justificar la intensa represión del Partido Pantera Negra, que de hecho trabó una lucha política abierta contra la distribución de drogas en los barrios más pobres.
¡Ninguna ilusión en la burguesía!
Hasta ahora hay suficientes pruebas para comprender que la burguesía nunca ha anunciado ninguna medida de inclusión social que se ocupe de otra cosa que no sea su propio beneficio, lo que inevitablemente significa negar los derechos más básicos a la clase obrera nacional e internacional. Las ganancias de Monsanto se expresan en los índices de hambre y enfermedades alimentarias del mundo. Bayer, en la mortalidad infantil y las enfermedades epidémicas. De la Magazine Luiza, en la negación del acceso a la educación y a la enseñanza superior en los barrios pobres de Brasil, en su mayoría negros.
En cuanto a los militantes, activistas y trabajadores bien intencionados que se sienten representados por la burguesía, es necesario explicar pacientemente los orígenes e intenciones de estas políticas, ofreciendo una perspectiva revolucionaria. En la ausencia de una dirección revolucionaria, las ideas reformistas, identitarias y posmodernas, que se autodenominan “progresistas”, promueven una distorsión grotesca como para promover a un representante de la burguesía como vanguardia de la lucha contra las injusticias condicionada, irónicamente, por la propia clase dominante.
Los problemas de la clase obrera no se resolverán con la podrida caridad y el hipócrita asistencialismo de la burguesía, que utiliza las cuestiones raciales, inseparables del capitalismo, para promover políticas de segregación dentro de la propia clase obrera. El pasado racista de estas corporaciones no es una mera curiosidad. De hecho, sólo se ha transfigurado a lo que el capitalismo exige que se haga hoy en día. No en vano, la Fundación Ford, una de las pioneras de las políticas de inclusión de los negros y, hoy en día, una de las principales defensoras de esa “responsabilidad social”, también ha recibido condecoraciones de Hitler como el mayor inversor extranjero del Partido Nazi, además de financiar las reuniones del Ku Klux Klan en el pasado.
La realidad para la clase trabajadora del mundo es una condición creciente de desempleo, falta de lugares en las universidades, mortalidad infantil, falta de acceso a hospitales, transporte, saneamiento básico. Sabemos dónde están los recursos que podrían garantizar fácilmente estos derechos. Más que eso, recursos que deberían garantizar estos derechos. Pero la burguesía, estos multimillonarios de Forbes, al tiempo que conservan estos billones de recursos producidos por la clase obrera, está abriendo medidas de corte que crean verdaderos “tribunales raciales” entre los trabajadores para definir quién debe o no debe ocupar los puestos de trabajo vacantes y conseguir un salario.
No se puede conciliar con estos parásitos y asesinos. Inicialmente, todo el presupuesto público debería revertirse a los derechos de la clase trabajadora. Considerando que estos recursos se desvían a los magnates del mercado mundial, debe hablarse de expropiación de estas fortunas, suprimiendo toda posibilidad de concentración de ingresos mientras la gente muere de hambre y en las filas de los hospitales.
¡Socialismo o barbarie!
Entre toda la confusión que impregna la discusión, debe haber un corte limpio en lo que significa una solución para la clase obrera y lo que significa soluciones para la burguesía. Las direcciones de izquierda que se lanzan en defensa de la burguesa Luiza Trajano tienen un bando definido en la actual configuración de la lucha de clases y, si no revisan sus posiciones, tendrán la misma suerte que la burguesía. Y esto será el trabajo de los propios trabajadores, incluyendo aquellos a los que estas direcciones tratan de engañar. La cuestión que se plantea es la de intervenir como catalizador de las revueltas populares, contribuyendo con el elemento subjetivo de una revolución proletaria, o actuando como anestésico, tal como hicieron el FBI y la CIA cuando inyectaron opio en los barrios pobres y negros de las periferias de América del Norte.
Los marxistas tienen un lado definido, y ese lado es el de la revolución socialista. Si, por un lado, las crisis del capitalismo abren profundas heridas en nuestra carne, en estos períodos las contradicciones quedan expuestas y es una oportunidad para levantar la bandera de la revolución socialista, la única salida posible para la clase obrera. ¡No hay sumisión a la burguesía! ¡Socialismo o barbarie!
¡Fin del pago de la deuda pública!
¡Expropiación de las grandes fortunas!
¡Planificar la economía bajo el control de los trabajadores!
¡Fuera de Bolsonaro! ¡Por un gobierno obrero, sin jefes ni generales!