La cuestión sobre las elecciones al parlamento
Durante los últimos días, ha sido interesante observar la crítica que hemos recibido los marxistas por parte de algunos sectores de la socialdemocracia y la ultraizquierda, sobre un mismo asunto: la cuestión parlamentaria. Más aún cuando estas críticas distan totalmente una de la otra.
Por un lado, los socialdemócratas nos acusan de no estar dispuestos a apoyar la disputa electoral y parlamentaria en «alianza perfecta» (1), así como lo que ellos consideran es la verdadera lucha política por el poder (que para estos se resume en lo electoral, la ocupación de curules y cargos públicos). Por su parte, la ultraizquierda, en sus diversas variantes, plantea que con nuestros llamados a partidos como PPT y PCV a que constituyan una alianza alternativa de izquierda de cara a los comicios al parlamento, hemos caído en el juego electoral burgués oportunista (2).
Quizás, para ciertos sectores pro-gobierno es convenientemente necesaria la unidad vacía, sin principios ni base programática, “en defensa de la patria” y “contra el asedio imperialista”. Tenemos plena conciencia de los repudiables efectos de las sanciones y la injerencia del gobierno de EEUU contra nuestro país, pero también sabemos que los llamamientos a la alianza contra el imperialismo no son suficientes, más aún cuando sabemos que estos no son realmente firmes, coherentes y honestos (3).
Podemos apreciar que las conjeturas de nuestros adversarios políticos hayan calado en algunos sectores. Nuestros críticos, de un lado y de otro, no han logrado comprender nuestras posturas ante las diversas coyunturas políticas, debido a que lamentablemente carecen de una herramienta fundamental para entender el complejo dinamismo de la realidad, y esa no es otra más que la dialéctica.
Cualquiera que desee entender la esencia de nuestro método, debería estudiar detenidamente la experiencia histórica del bolchevismo, que representa un resumen extraordinario del arte de la estrategia y la táctica dentro de la lucha y el movimiento obrero.
Por esto, es importante destacar que ni la lucha de clases, ni la conciencia de las masas, se desarrollan de forma lineal y continua, sino que pasan por cambios constantes. De allí devienen nuestras tácticas: del nivel real de la conciencia de la clase trabajadora y sectores populares.
En ciertas condiciones concretas, algunas consignas no guardan absolutamente ninguna relación con la realidad, pero son repetidas automáticamente por quienes no tienen otro método más que recurrir a frases preconcebidas, muy simpáticas, pero a su vez totalmente desajustadas de los acontecimientos.
Una de las cosas que nos diferencian de los socialdemócratas y los ultraizquierdistas, es justamente que para un marxista la política revolucionaria no radica en proposiciones generales o abstractas, que puedan ser aplicadas indistintamente en cada ocasión, como la exhortación a la unidad sin bases programáticas claras, a la unidad con quien sea y como sea para los oportunistas, o bien el rechazo por “principios” a la lucha electoral por parte de la ultraizquierda.
El partido de los bolcheviques no gozaba de programas distintos y a conveniencia: uno para la pequeña intelectualidad de izquierda, “muy culta y avanzada” y otro para los obreros y campesinos «ignorantes y atrasados». ¡Pues no! Lenin en todo momento planteaba un solo programa y una verdad, así esta fuese desalentadora y desagradable.
Los marxistas y las elecciones al parlamento
En un momento determinado de la historia, el parlamento al igual que la democracia burguesa, significaron un avance para la organización política de la sociedad. Sin embargo, para nuestros días, este representa un instrumento de dominación del capitalismo, que como parte del Estado, se encuentra al servicio de las clases dominantes y las diversas élites políticas de los países.
En la actualidad, el parlamento ha dejado de ser un elemento progresivo para la sociedad. En el desarrollo de una nueva forma de organización socialista, estas estructuras e instituciones burguesas deben ser destruidas y sustituidas por nuevos órganos de poder de la clase obrera, conformados por consejos obreros y comités populares, coordinados a nivel local, regional y nacional, y con representantes elegidos y revocables en todo momento.
Los socialdemócratas o reformistas, a diferencia de los marxistas, van al parlamento reconociendo una “estabilidad relativa” en el sistema democrático burgués (4), donde -en el mejor de los casos- podrán alcanzar reformas en él, prescindiendo de la necesaria acción y movilización de masas.
En la resolución del II Congreso de la Komintern: El partido comunista y el parlamentarismo, la cuestión se plantea de la siguiente manera: “Los parlamentos burgueses, que constituyen uno de los principales aparatos de la maquinaria gubernamental de la burguesía, no pueden ser conquistados por el proletariado en mayor medida que el estado burgués en general. La tarea del proletariado consiste en romper la maquinaria gubernamental de la burguesía, en destruirla, incluidas las instituciones parlamentarias, ya sea las de las repúblicas o las de las monarquías constitucionales”.
En este sentido, los marxistas desconocemos al parlamentarismo como una posible forma de gobierno proletario, por lo que impulsamos la creación de nuevas formas de organización que permitan la defensa y la lucha de los intereses verdaderamente democráticos en favor de las mayorías trabajadoras y pobres.
Los comunistas no planteamos la conquista del parlamento como el objetivo central de nuestra política. Este instrumento ha demostrado ser incapaz de transformar y ser un elemento verdaderamente revolucionario para el mejoramiento de la situación de la clase obrera, por lo que solo reconocemos en él una tribuna para la agitación revolucionaria, para denunciar el obstáculo que representa el estado burgués para la revolución socialista y para llevar a cabo reformas radicales.
La táctica parlamentaria a aplicar por los comunistas está subordinada a la movilización de masas. Por esta razón, los comunistas en el parlamento deben combinar la agitación revolucionaria dentro de esta institución, con la acción y protesta popular fuera de él, todo en el marco de la estrategia general dirigida hacia la toma del poder, por parte de la clase obrera, a la cabeza de todas las clases oprimidas, y la transformación socialista de la sociedad.
El boicot al parlamento
El boicot de las elecciones parlamentarias, o ese rechazo a participar en elecciones, fue concebido por Lenin y los bolcheviques como una actitud ingenua e infantil, que si bien se desprende del repudio a la podredumbre burocrática estatal, se aleja de las posibilidades reales de incidir en las pugnas políticas por conquistar la dirección de la clase trabajadora y por el poder.
El distanciar a los cuadros marxistas de estos espacios políticos, lejos de beneficiar al pueblo humilde, fortalece a la las clases dominantes, las burocracias gubernamentales, los oportunistas y arribistas. Por esta razón, del mismo modo que hicieron los bolcheviques, no podemos rechazar de plano el trabajo en los sindicatos reaccionarios o en el parlamento, así estos sean espacios captados por los bloques reaccionarios de poder.
Si el objetivo es ganar a las masas trabajadoras al programa marxista, debemos enfrentarnos a las dificultades y ser capaces de superar los mayores obstáculos para hacer propaganda y agitación, y ser la voz representante de las clases desposeídas en las distintas instituciones de la democracia burguesa.
En cuanto a la crítica por parte de la ultraizquierda, que desdeña el trabajo parlamentario y electoral a priori, solo resta decir que eso no tiene nada que ver con el método de Lenin. La toma del poder sólo es posible cuando el partido revolucionario ha ganado la mayoría decisiva de la sociedad, de la clase obrera y del campesinado. Pero incluso para hacer esto, es necesario el trabajo en los distintos frentes de lucha incluyendo el parlamentario.
Lenin en su folleto: La Enfermedad Infantil del Izquierdismo en el Comunismo, hizo referencia al boicot de las elecciones parlamentarias que llevaron a cabo los bolcheviques después de la derrota de 1905, acción a la cual condenó al entenderla como un error táctico.
Luego del fracaso de la insurrección en diciembre de 1905, el zarismo intentó mediante todos los medios acabar con la revolución y en 1906 se estableció la primera Duma, un parlamento que realmente careció de verdadero poder, pero que era elegido a través de un restringido sistema electoral.
Para los revolucionarios como Lenin e incluso los socialistas de la época, era evidente el carácter reaccionario de dicho parlamento, por lo que naturalmente se inclinaron a favor de boicotearlo. Sin embargo, las bases albergaban en la Duma cierta expectativa, tenían la esperanza de que ésta pudiese acoger varias de sus demandas y solucionar algunos de sus problemas (5).
La vanguardia revolucionaria no estaba en consonancia con la clase obrera, no estaba reflejando la psicología de las masas, sino su propia apreciación del fenómeno, y por tanto iban demasiado adelante de la clase.
En cuanto a esto, es necesario recalcar que el boicot al parlamento o a las elecciones parlamentarias no es, como lo entienden ciertos compañeros, una regla general a aplicar en todas las circunstancias, más aún si la clase trabajadora ve dentro de este tipo de instituciones la esperanza y la posibilidad de alcanzar algunas reformas. La única circunstancia en que esto es posible, es solo cuando el movimiento revolucionario ha alcanzado suficiente madurez para romper con el viejo poderío burgués, y las masas organizadas han constituido un nuevo poder presto a sustituir el parlamento y la maquinaria burocrática del Estado capitalista. Pero, de no ser este el caso, entonces es pertinente participar y utilizar este como una plataforma en defensa de los intereses de la clase obrera y como instrumento para ganar a las mayorías.
Los bolcheviques no hacían de las elecciones parlamentarias un fetiche, como lo hacen los reformistas, pero tampoco desestimaban su importancia en la lucha como los ultraizquierdistas y anarquistas. Gracias a la experiencia, comprendieron que para poder llevar la revolución socialista adelante, primero era necesario ganar a las masas, y en este sentido determinaron el parlamento como un espacio lleno de posibilidades y oportunidades para realizar el trabajo revolucionario. No fueron tan ingenuos para pensar que todo era posible por medio de esta institución, pero tampoco se negaron a participar en la misma si era necesario. Si los bolcheviques no hubieran comprendido tal consideración, habrían sido condenados por la historia.
Por su parte, los reformistas, que históricamente han presentado a la revolución socialista como un proceso de cambios lentos, graduales y pacíficos (6); carecen de una noción real de la política al volcarse sólo al aspecto electoral, y dejar de lado las contiendas populares, sindicales y comunitarias. Confunden el poder con cargos políticos, ya que sus motivaciones no son las mismas que la de los marxistas. Sus líderes solo buscan posicionarse por un tema de intereses económicos, prebendas y prestigio personal. Los comunistas no podemos ver el triunfo en las elecciones como el fin último en la lucha de clases, sino un medio para reagrupar fuerzas, organizar a la clase y agitar en torno a nuestro programa.
A los comunistas solo nos será posible descartar la lucha parlamentaria, cuando las condiciones permitan una alternativa más expedita para alcanzar el poder. Por lo que la salida de los comunistas del parlamento es posible en un momento determinado, si se identifican aspectos particulares que impidan participar en las elecciones, o que se presenten escenarios donde el partido marxista deba inclinarse al boicot, esto en el caso de presentarse condiciones para “el pasaje inmediato a la lucha armada por la conquista del poder”. (7).
El programa
Desde el desarrollo teórico de Marx y Engels hasta nuestros días, el programa clásico marxista siempre ha estado claro. Nunca ha sido un secreto para nadie. En nuestro caso, siempre ha estado presente en la mayor parte de nuestros artículos e intervenciones públicas. No existen medias verdades o verdades ocultas en ese sentido.
La cuestión de cómo se plantea la transformación de la sociedad no depende única y exclusivamente del programa, sino de las circunstancias. No se trata de una receta que se aplica sin importar la situación concreta, sino de tener en consideración el nivel de conciencia de las masas, las condiciones materiales y el momento determinado.
Así pues, el programa debe derivar en consignas que vinculen las necesidades más acuciantes para los trabajadores y sectores populares, con las tareas históricas de transformación socialista de la sociedad.
Las eventuales candidaturas de revolucionarios al parlamento no pueden orientarse al mero alcance de los curules, al margen de los principios y verdaderas prácticas revolucionarias. El énfasis de la campaña debe ser difundir ampliamente el programa y empujar las diversas luchas de la clase obrera y sectores populares hacia delante.
En cuanto al llamado vacío a la unidad sin programa
¿Cuantas demostraciones debe brindar la experiencia histórica de la clase obrera, para comprender la imposibilidad de reconciliar los intereses del proletariado con los de la burguesía y los terratenientes?
Toda dirección que se reivindique socialista y revolucionaria debe apoyarse en los intereses de la mayoría de la sociedad o terminará apoyándose en los de la minoría rica, no en ambos.
Si algo ha demostrado la experiencia, es que los reformistas, al intentar conciliar intereses que son naturalmente antagónicos, cuando toman el timón del poder y aplican de forma sostenida sus fórmulas de capitalismo regulado, generan crisis profundas, para luego terminar, irremediablemente, cediendo y favoreciendo a la clase dominante. Su limitación ideológica (8) y sus intereses particulares no les permiten ir más adelante.
De allí la afirmación de que la mayor traba que ha tenido el proceso revolucionario en Venezuela, más que la burguesía y los terratenientes, ha sido la dirección oportunista del proceso bolivariano, que gracias a su cobardía traidora y su profunda corrupción, hoy solo entiende el sostener el poder como un fin en sí mismo, enriqueciendo sus arcas a manos del erario público, negociando estabilidad con la burguesía tradicional, mientras somete al pueblo trabajador a la más humillante austeridad y represión.
Los intereses de la burocracia gubernamental, ocultos bajo una verborrea izquierdista, no pueden solaparse con llamados a la “unidad perfecta”. Es necesario que la izquierda partidaria venezolana se desmarque de las políticas anti-populares que el gobierno ha venido aplicando, para mantener limpias las verdaderas banderas del socialismo y para acompañar al pueblo trabajador en lucha por su dignidad. De allí, nuestro llamado recurrente a construir una alternativa revolucionaria.
En este sentido, para los revolucionarios, es de carácter obligatorio apoyar a las masas en sus luchas reivindicativas actuales, a pesar de la confusión y desmoralización que pueda existir, tendiendo puentes entre sus necesidades y el programa de la revolución socialista, mediante consignas audaces y transicionales.
“La alianza perfecta” o la simple “unidad» no pueden ser consignas para el pueblo trabajador, porque en sí, son vacías de contenido y solo responden a los intereses de los liquidadores burocráticos del proceso revolucionario. La agitación debe ser por salarios dignos, contra la carestía de la vida, por servicios públicos de calidad, por el respeto a las libertades democráticas, por la organización de consejos obreros en todas las empresas y comités de lucha popular en cada barrio, por la nacionalización completa de las industrias y la banca bajo control de la clase obrera, por la supresión del latifundio bajo control campesino, entre otras.
El partido revolucionario
Para los comunistas, el partido revolucionario no es solo un aparato u organización, sino que es en primera instancia, programa, métodos, ideas y tradiciones. Esto no significa que se desmeriten aspectos organizativos, al contrario, estos son muy importantes. Lo que se trata de destacar es que el partido marxista, erige su estructura a partir de sólidos cimientos teóricos y se basa en un programa revolucionario, que condensa la experiencia histórica del proletariado.
Lo verdaderamente apremiante es encontrar una manera concreta de llegar a las masas trabajadoras con nuestro programa e ideas, lo que evidentemente no es una cuestión sencilla. Para algunos bastaría hacer una simple y descontextualizada interpretación de las palabras de Lenin en cuanto a la necesidad de crear un “partido independiente”, como para proclamar al «partido revolucionario» y llamar a los trabajadores a unirse. Pero si la construcción del partido revolucionario fuera tan fácil, ¿por qué hasta el momento los sectarios no han logrado alcanzar la revolución socialista? Si para los sectarios basta con proclamar el partido, para nosotros no. A diferencia de ellos, consideramos que esta tarea es una cuestión mucho más compleja de lo que parece. Implica destreza, audacia, estrategia y táctica, y una lectura apropiada del movimiento de las masas y sus organizaciones tradicionales de lucha en un contexto determinado.
Trotsky señalaba que la clase obrera no llega por sí sola a conclusiones revolucionarias. Es solo a través de un largo período histórico, de aciertos y desaciertos que la clase obrera llega a comprender la necesidad de construir al partido revolucionario. Por lo que es inevitable mencionar que el proletariado no abandona fácilmente sus organizaciones tradicionales de lucha, sino que se aferra a ellas así estas fallen una y otra vez, intentando transformarlas antes que pensar en dejarlas.
Así mismo, la ultraizquierda aislándose de la contienda parlamentaria, y siendo incapaz de comprender la importancia de construir un verdadero partido desde el seno de la clase trabajadora, se aparta de lucha de clases y el movimiento de las masas, condenándose al sectarismo.
Las reformas
Lo hemos repetido en infinidad de ocasiones, nuestra crítica a los reformistas no se centra en el que luchen por las reformas. Los marxistas siempre hemos estado de acuerdo con las demandas reivindicativas del pueblo y más aún si estas logran elevar su nivel y la calidad de vida. Además reconocemos otro potencial, y es que a través de estas luchas, la clase trabajadora adquiere la experiencia necesaria para llevar a cabo las grandes tareas para la transformación de la sociedad.
Lo que resulta contradictorio en la actualidad venezolana, es que el gobierno, en otrora reformista, no está llevando a cabo reformas. En el pasado la burocracia gubernamental podía otorgar ciertas concesiones al pueblo trabajador, pero lo que identificamos como «reformismo» hoy en día se encuentra a la cabeza de las contrarreformas. He allí la contradicción, ya que llamarle “reformista” a una dirigencia desvirtuada, burocrática, traidora, y que aplica un severo programa de ajuste burgués, implicaría un alago.
Lo incuestionable es que la mayor parte de las batallas populares que se emprenden en estos momentos, no son por obtener mayores conquistas, sino en defensa de las que ya fueron alcanzadas en el pasado y que hoy quieren ser arrebatadas. Por esta razón, prevenimos que las victorias que las clases oprimidas pudieran cosechar en el periodo presente, sólo serán el producto de una ardua y persistente lucha y no como parte de una dadiva gubernamental.
Actualmente, ante la deriva represiva del gobierno venezolano, aquellos derechos democráticos que fueron conquistados por la clase trabajadora en el pasado están siendo amenazados. Tanto la burguesía tradicional, los terratenientes y la capa de nuevos ricos, entendida como la “burguesía revolucionaria”, conforman varios bloques reaccionarios que atacan de diversas formas a las organizaciones obreras, campesinas y populares. Las fuerzas represivas del Estado, como la policía, la Guardia Nacional, entre otros destacamentos especiales, están siendo utilizados como medios para dirimir disputas laborales y de tierras, a favor de los viejos y nuevos ricos. Engels tenía razón cuando decía que el Estado no es más que un grupo de hombres armados en defensa de la propiedad.
Esta situación la han corroborado en carne propia la infinidad de trabajadores reprimidos solo por exigir mejores salarios, los obreros encarcelados por luchar, los campesinos asesinados y desalojados de sus tierras, entre otros.
En cuanto a esto, es necesario dejar por sentado que los marxistas siempre defenderemos cada uno de los derechos democráticos conquistados por la clase trabajadora, y rechazamos cualquier acto de injusticia e intento de judicialización, persecución y represión a compañeros que lleven adelante luchas genuinas, a favor del pueblo trabajador. Lo realmente lamentable es que todas estas acciones se escuden detrás de una charlatanería pseudoizquierdista, que solo puede generar confusión y desorientación en las masas, cuando lo que realmente proponen es un programa contrarrevolucionario.
A nuestro entender, los candidatos por parte de la izquierda en los venideros comicios parlamentarios, deben convertirse en portavoces de todas las reivindicaciones y luchas particulares de los trabajadores y el pueblo pobre, así como sus demandas de justicia, comprometiéndose a mantener y redoblar su agitación y acción revolucionaria, de lograr hacerse de alguna diputación.
Los partidos dispuestos a constituir una alternativa de izquierda, deben combatir enérgicamente toda manifestación de arribismo y carrerismo oportunista en la escogencia de sus candidatos, que en el pasado desprestigiaron a todas las agrupaciones políticas del país.
Estos partidos, deben abrir sus tarjetas a dirigentes obreros y populares templados en el acero de la lucha y con una solvencia ética comprobada, donde cada organización debe supervisar todo el accionar del dirigente, su discurso y poner a tono su proceder con la lucha extraparlamentaria. Una alternativa revolucionaria no se podrá construir con viejos y “experimentados” dirigentes, acostumbrados a la conciliación de clases y a todas las desviaciones del Estado burgués.
Las alianzas
Las alianzas propuestas para el proletariado no pueden ser con sus enemigos de clase -con la burguesía, los banqueros y los terratenientes, sino con las demás clases oprimidas, como los campesinos pobres y sectores populares en su conjunto (9).
De igual forma, la tendencia marxista solo puede establecer colaboración con otras tendencias del movimiento revolucionario, pero bajo la condición de no diluir sus ideas, sus consignas y su programa. En todo momento los comunistas deben mantener sus banderas en alto, y su línea política clara, así se estén librando luchas en conjunto.
En ese sentido, es preciso dejar por sentado que los marxistas somos defensores incondicionales de la revolución, contra de la burguesía, los terratenientes y el imperialismo; y que dentro del movimiento de masas en general solo apoyamos al ala de izquierda frente a los reformistas, socialdemócratas y ultraizquierdistas que suelen hacerle el juego a la derecha. Defenderemos nuestra independencia política y nuestras ideas frente a la clase trabajadora, luchando para construir organizaciones para los obreros con independencia de clase, como sindicatos, consejos de trabajadores, comunas y organizaciones de base; y con ello extender la influencia del marxismo.
Los comunistas no buscamos imponernos sobre el movimiento de las masas. Nuestro objetivo es fortalecerlo, empujarlo hacia delante y fertilizarlo con las ideas, el programa y la política que consideramos es la más avanzada y acertada para derrotar al imperialismo, la burguesía y sus lacayos.
Nuestra tarea
Como lo señalo Trotsky: “Los comunistas no se separan de las masas que están siendo engañadas y traicionadas por los reformistas y los patriotas, sino que se comprometen a un combate irreconciliable dentro de las organizaciones de masas e instituciones establecidas por la sociedad burguesa, para poder derrocarla lo más segura y rápidamente posible”.
Una de las metas es ganar a las juventudes y sectores en lucha, para armarlos con el arsenal teórico y organizativo del socialismo científico, con los métodos y las tradiciones forjadas al calor de la lucha del movimiento vivo de las masas. Debemos ser capaces de demostrar la superioridad de las genuinas ideas del marxismo y de ganar la dirección de las masas, dando la batalla contra el reformismo y demás tendencias oportunistas, contra el cretinismo parlamentario y los llamados sectarios ultraizquierdistas.
Indudablemente, nuestra tarea es conquistar el poder, pero antes de eso es obligatorio que conquistemos a las masas. Nos espera un largo período de trabajo y esfuerzo preparatorio de formación, discusión, propaganda, agitación, planificación y organización.
No debemos desestimar la psicología de las masas y el nivel real de su conciencia. Por ello, es preciso comprender que esta no es revolucionaria en todo momento, y que por el contrario la conciencia humana suele ser muy conservadora y reticente a cambios. Sin embargo, la acumulación de contradicciones, descontento e insatisfacciones, tarde o temprano producirán un cambio de calidad decisivo. Los marxistas debemos anticipar estos momentos para encausarlos y capitalizarlos a favor de la revolución y el socialismo.
Entendiendo esto, los revolucionarios tenemos la responsabilidad de recordarles a los trabajadores que los intentos de los reformistas de limitar la revolución -en defensa de los intereses de la burguesía, son los responsables de las terribles derrotas en los distintos frentes de lucha revolucionarios en el mundo.
Ahora bien, en cuanto al PSUV, que aún goza de cierto apoyo y posee algunas reservas entre la clase trabajadora, es pertinente destacar que así este instrumento se encuentre corroído de vicios e inmoralidades, cuando el pueblo ha entrado en lucha por la amenaza imperialista o golpista se ha expresado por medio del mismo.
La militancia de este partido también padece los estragos de la crisis, es objeto de desmoralización por la corrupción y actuaciones burocráticas de sus dirigentes, pero su permanencia en esta organización en buena medida obedece a que no existe otra referencia para la izquierda. En la medida en que la crisis del capitalismo venezolano y las contradicciones entre las bases y las diversas facciones de la dirección sigan agudizándose, un rompimiento del partido en líneas de clase no puede descartarse.
Nuestra tarea desde ahora hasta ese momento, será ofrecer esa alternativa revolucionaria ante el programa de la dirigencia burocrática decadente, y atizar dichas contradicciones e inconsistencias, para con ello apresurar un salto cualitativo en la conciencia de sus bases.
Notas:
(1) Haciendo referencia a la alianza de partidos de izquierda en torno al PSUV, en el Gran Polo Patriótico.
(2) Comprendiendo que para estos compañeros les es imposible interpretar la realidad y elaborar sus tácticas teniendo en consideración el estado de ánimos de las masas y la sutileza como parar llevar sus ideas a las mismas, sin aislarse ellos mismos del movimiento y caer en sectarismos.
(3) ¿O acaso la lucha antiimperialista es a criterio? No se puede ser antiimperialista y negociar bajo la mesa con el imperialismo gringo, o beneficiar con acuerdos y contratos al imperialismo ruso y chino.
(4) Es importante recordar que los socialdemócratas plantean dos programas, el programa máximo, que se traza alcanzar el socialismo, y el programa mínimo, en el que se elaboran sus tácticas y orientaciones para la toma del poder. El asunto es que en la práctica concreta, la socialdemocracia hace mucho que dejo de trabajar por el programa máximo socialista, y se ha rendido ante las instituciones del aparato estatal burgués. Su intención real ya no es acabarlas, o destruirlas, sino hacerse de ellas.
(5) Un ejemplo de esto fue la Constituyente convocada por el gobierno venezolano, que si bien en su momento alertamos del carácter potencialmente bonapartista de dicha medida, no desestimamos su incidencia en el estado de ánimo de las masas, las cuales veían en ella la esperanza de acabar con la violencia que había sido desatada por la reacción. Por lo cual apoyamos incluso una candidatura para la misma.
(6) Si bien nuestra intención es alcanzar los objetivos sin derramar una gota de sangre, no negamos el papel de la violencia en la historia, y de cómo los bloques reaccionarios han actuado de manera violenta y agresiva para preservar sus privilegios.
(7) Estas alianzas deben ser claramente enfocadas en contra de todos los explotadores, y bajo el programa y consignas revolucionarias.
(8) Gracias a la modificación de sus condiciones de vida material en algunos casos, y en correspondencia a sus intereses de clase en otros.
(9) Ver el apartado en torno a la táctica revolucionarias en cuanto a la cuestión parlamentaria de las Tesis, manifiestos y resoluciones adoptados por los Cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (1919-1923). Pág. 95.
Fuentes:
- Lenin, V.I. (1920) La Enfermedad Infantil del Izquierdismo en el Comunismo.
- Trotsky, León. (1924) Los Cinco Primeros Años de la Internacional Comunista, Volumen 1.
- Tesis, manifiestos y resoluciones adoptados por los Cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (1919-1923).
- Trotsky, León. (1938) El programa de transición. La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional.
- Woods, A. (2009) El Marxismo y el Estado.
- Woods, A. (2002) La Revolución Bolivariana un Análisis Marxista.