“Desde principios de siglo aparecieron también, en Honduras, Guatemala y Costa Rica, los enclaves bananeros. Para trasladar el café a los puertos, habían nacido ya algunas líneas de ferrocarril financiadas por el capital nacional. Las empresas norteamericanas se apoderaron de esos ferrocarriles y crearon otros, exclusivamente para el transporte del banano desde sus plantaciones, al tiempo que implantaban el monopolio de los servicios de luz eléctrica, correos, telégrafos, teléfonos y, servicios públicos no menos importantes, también el monopolio de la política: en Honduras, [una mula cuesta más que un diputado] y en toda Centroamérica los embajadores de Estados Unidos presiden más que los presidentes. La United Fruit Co. Deglutió a sus competidores en la producción y venta de bananas, se transformó en la principal latifundista de Centroamérica, y sus filiales acapararon el transporte ferroviario y marítimo; se hizo dueña de los puertos, y dispuso de aduanas y policías propias. El dólar se convirtió, de hecho, en la moneda nacional centroamericana” (Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina).
Introducción
La esencia de una revolución es el vuelco radical de las masas para transformar su destino. Una y otra vez hemos visto la intervención masiva de la clase obrera y de los sectores empobrecidos del campo y la ciudad cuando las contradicciones en una sociedad no se pueden sostener más. La revolución entonces se hace impostergable: necesaria. Cuando este momento llega, no importa nada más; los años de explotación, burla, miseria y dolor se transforman en rabia e indignación. A su vez este estado de ánimo se manifiesta en movilizaciones masivas, huelgas, caídas y el surgimiento de nuevos regímenes, todo bajo el flujo de la presión de las masas.
Este despertar violento a la vida política significa que las masas van a ir sometiendo a prueba práctica a sus dirigentes, partidos y programas. Es entendible que en un primer momento las masas puedan agruparse bajo las banderas más populares (de forma regular son las organizaciones reformistas inmersas en el juego democrático de la burguesía las que son más visibles para la gente) que no necesariamente representan los intereses genuinos de las clases explotadas. Sin embargo, la participación masiva de las masas se hace sobre la lógica de lo que no quiere y rechaza (miseria, violencia, política anti obrera, etc.) y no sobre un plan preconcebido de lo que quieren y cómo lograrlo. Los primeros días de una revolución por eso tienden a ser festivos y poco claros, ya que aún no han sacado conclusiones y confían en sus dirigentes. Conforme pasa el tiempo y la reacción va reorganizando su defensa y, tanto las presiones internas como externas se comienzan a manifestar, las masas comienzan a ver los límites de sus direcciones, principalmente los sectores más avanzados de ellas. Sólo es a partir de grandes acontecimientos como sacan conclusiones y sobre esta experiencia pueden llegar a emerger tendencias más radicales y socialistas.
Mientras que este proceso sucede entre los trabajadores y sectores empobrecidos, la clase burguesa que ostentaba el poder hasta antes de la revolución también va sacando conclusiones. Un sector aspira a montarse en el movimiento de las masas y, a partir de ello, conceder algunas mejoras para los trabajadores y campesinos, como forma de intentar detener el movimiento y preservar su régimen de explotación capitalista. El otro sector más radical aspira a aplastar rápidamente la insurgencia y rehacerse del control de la situación política. Así vemos como la revolución y contrarrevolución conviven por cierto tiempo, pero una de ellas tiene que vencer al final. No vencerá quien tenga mayores recursos económicos y militares, que son factores muy importantes en la ecuación de la lucha de clases, sino quien tenga mayor claridad política de lo que se debe de hacer en los momentos claves: la clase más audaz y con los cuadros más decididos triunfará. En este momento es cuando se torna indispensable la dirección de la clase obrera, campesinos pobres, indígenas, mujeres y la juventud. Cuando llega el momento decisivo ganará quien tenga más claros sus objetivos y logre movilizar sobre ellos a la mayor cantidad de recursos, tanto económicos como políticos y militares. Como partimos del hecho que la burguesía es quien tiene el monopolio económico y de la violencia, a nosotros nos queda la audacia y la mayoría aplastante que somos en la sociedad.
El capitalista, en esta lucha, está mejor posicionado que la clase obrera y los empobrecidos del campo y la ciudad, porque para ellos basta mover sus recursos y cuadros adiestrados para defender su propiedad privada, su Estado y su capital. Además, hay una inercia, una rutina, en la sociedad que en ocasiones se convierte en el principal obstáculo para vencer. Si la clase obrera carece de cuadros preparados para la lucha en los momentos decisivos, será aplastada irremediablemente. No por tener un dirigente carismático o un gran partido con fuerte apoyo social significa que vas a vencer. Esta es la cruda experiencia de la revolución guatemalteca, 1950-1954 principalmente en el periodo de Jacobo Arbenz, que en realidad es la experiencia de la gran mayoría de las revoluciones que han sido abortadas o aplastadas por falta de una dirección revolucionaria.
El presente texto tiene la finalidad de sacar algunas conclusiones de aquellos años de la “primavera guatemalteca” y su fatal desenlace; cuando el presidente Arbenz renuncia a la presidencia, forzado por una intervención de militares guatemaltecos que estaban instalados en Honduras, los cuales gozaban del apoyo económico y militar del imperialismo americano. Este análisis se hace desde un punto de vista marxista y como tal pretende sacar las lecciones del pasado para que nos ayuden a emprender las tareas de transformación socialista de la sociedad en la actualidad.
De la Independencia a la revolución liberal
Bajo el dominio de la Corona Española, la Capitanía General de Guatemala, que englobaba a una buena parte de Centroamérica (sin Belice y Panamá), dependía administrativamente del virreinato de México. Sin embargo, mantenía una independencia en ciertos aspectos, dada la distancia que las separaba. En cuando se consumó la independencia de México en 1821, la Audiencia guatemalteca y las provincias de Centroamérica deciden sumarse al imperio de Iturbide y de esta forma también se liberaron del dominio español. Esta fue una unión de mutuo acuerdo con provincias como Chiapas, que en aquellos momentos pertenecía a la Capitanía de Guatemala, Honduras y Nicaragua. Al final la capitanía central decidió unirse. La única provincia que no quiso y se levantó en armas contra la unión, por diferencias con la Capitanía guatemalteca, fue la provincia de El Salvador, el cual fue sofocado por la fuerza. La unión fue impulsada por los sectores más conservadores y mayores poseedores de tierra que veían en la unión beneficios para sus intereses.
El Imperio de Iturbide fue un desastre por completo. Su gobierno solo se pudo mantener por dos años y salió exiliado. Económicamente estaba quebrado y la única forma de financiarse, por algún tiempo, fue por medio de impuestos y requisando la riqueza de algunos comerciantes españoles. Esto incitó a que los poseedores y terratenientes de la región guatemalteca se reunieran y decidieran separarse del imperio en desgracia y formaran la Confederación Centroamericana, la cual ratificó su independencia tanto de España como de México. Está Federación duró de 1824 a 1838. De toda la capitanía de Guatemala, sólo Chiapas se quedó con México.
Esta Confederación Centroamericana pudo mantenerse por 14 años con disputas que al final se volvieron irreconciliables. Los causantes de la ruptura fueron los intereses oligárquicos de cada una de las regiones, los cuales veían en la “independencia nacional” la forma de mantener sus privilegios protegidos. La convivencia en estos años es caótica por la lucha descarnada entre liberales y conservadores en toda la región. Los alzamientos militares de los liberales eran sofocados por el ejército federal. Es hasta 1830 que el general Francisco Morazán gana la presidencia de la Confederación tras vencer al ejército conservador. Bajo su mandato se implementaron una serie de medidas liberales para terminar con las estructuras arcaicas y conservadoras: se implementó el libre comercio en la región, fue separada la iglesia del Estado, se abrió la región al capital extranjero, se instauró el matrimonio civil, se planteó la libertad religiosa y de expresión. Los que se llevaron la peor parte en estas reformas fue la iglesia a la cual se le incautaron bienes, se le quitó cualquier papel que pudiera tener en la enseñanza y se abolieron los diezmos. También se implementó un plan de obras públicas para construir caminos, escuelas y algunos hospitales.
La primera región en separarse fue Nicaragua en 1838 y con ella comenzó la desaparición de la unión, acompañada de una nueva guerra civil, la cual concluiría en 1840. Desde el principio la partición fue un crimen, puesto que era un solo pueblo unido por las tradiciones, la sangre y los intereses. Los únicos beneficiados fueron las oligarquías locales. Un papel muy destacado en esta desintegración lo jugó el imperialismo inglés, el cual consideraba que era más fácil negociar con gobiernos débiles y pequeños a los cuales podía someter de forma más rápida a sus intereses. Esta estrategia llevó a que el imperialismo tomara el control de los gobiernos y las políticas económicas.
La forma en que se desintegró la unión centroamericana favoreció en Guatemala a los grupos conservadores, los cuales comenzaron una contrarrevolución, aboliendo todas las medidas progresistas que en su momento implantó Morazán. Rafael Carrera gobernó con mano de hierro hasta su muerte, devolviéndole a la iglesia lo perdido. El 21 de marzo de 1847 él fundó la República de Guatemala. Enfrentó dos guerras, contra El Salvador y Honduras, e introdujo el sembradío de café al país. A su muerte, después de varios y breves gobiernos interinos, tomó el poder Vicente Cerna y Cerna, quien fue fiel continuador de la política conservadora de su antecesor.
Sin existir ninguna posibilidad de aspirar a un cambio por vías democráticas, los liberales exiliados en México emprendieron la lucha revolucionaria en 1865. El gobierno conservador tomó medidas brutales en las zonas donde había alzamientos liberales, lo cual se sumó al malestar generalizado entre los campesinos indígenas. La guerra civil fue brutal. El 3 de junio de 1871 las fuerzas liberales desconocen al gobierno y declaran presidente interino a Miguel García Granados. Algunos días más tarde, el 30 de junio de 1871, el ejército libertador entró a la ciudad de Guatemala. El gobierno conservador había caído y Cerna huyó a Honduras con dinero prestado.
La revolución liberal de 1871 se presentó como una renovación frente al proyecto anacrónico de los conservadores. Esta revolución sentó las bases para el desarrollo del capitalismo y produjo profundos cambios en aspectos sociales y económicos. La iglesia nuevamente fue despojada de sus conventos, haciendas e ingenios de azúcar. El general Justo Rufino Barrios, un héroe en la lucha liberal, estaba convencido que la iglesia había sido la causante de la caída de Morazán, y actuó en consecuencia contra la iglesia contrarrevolucionaria para terminar con su poder. El actuar radical de Barrios abrió un conflicto con el presidente García Granados, el cual era parte de la familia Aycinena, familia de comerciantes ricos que eran la columna vertebral del poder económico conservador. En cada uno de los polos se agrupaban los liberales moderados y los radicales, los cuales tenían intereses contrapuestos. Los primeros querían cambios lentos y que no afectaran a la oligarquía conservadora; por el contrario, los liberales radicales planteaban terminar con el poder de los conservadores y la iglesia, cosa que implicaba pisarle los pies a los bienes de la oligarquía terrateniente y comerciante. Al final Barrios se hizo del gobierno, sin una pelea, porque el presidente le cedió la presidencia.
Confirmado en la presidencia en 1873, Barrios llevó adelante una lucha por una educación laica, gratuita y pública e instauró una constitución liberal en 1897, la cual daba viabilidad a su proyecto capitalista. La acumulación originaria, que en países europeos había iniciado uno o dos siglos atrás, en Guatemala comienza en esta época. Los más afectados de este proceso fueron el clero por un lado y por el otro los indígenas que fueron despojados masivamente de sus tierras para darlas a los militares en agradecimiento por su lealtad o entregadas al gran capital para la siembra en masa de café. Barrios afirmaba que “un alemán valía lo que 200 campesinos”. La concentración de tierra y de capital llegó a tal grado que, en Alta Verapaz, el capital alemán llegó a concentrar tres cuartas partes de la extensión total del departamento.
Para asegurar la mano de obra semiesclava se instauró el Reglamento a Jornaleros, con el cual se obligaba a los campesinos indígenas a trabajar en las grandes fincas de café. El reglamento permitía que a los indígenas se les arrancara de sus lugares de origen y se les llevara a trabajar a las fincas, cuando estas lo solicitaran. Los gobernantes locales eran los encargados de garantizar esta mano de obra. Además, se les daba por adelantado una cantidad de dinero y con esta deuda quedaban encadenados a disposición de finquero. Con estas deudas, un campesino prácticamente permanecía esclavizado; su vida le pertenecía a la finca. Cualquier disidencia o negativa de los indígenas era sofocada a sangre y fuego. El resultado de estas políticas de introducción capitalista fue el incremento de las exportaciones, donde tanto ricos conservadores como los nacientes finqueros se vieron beneficiados. Era una acumulación de capital sin trabas; una explotación sin límites.
Un país atrasado y dependiente
La fusión del capital bancario e industrial dio paso al capital financiero, el cual sustituyó la exportación de las mercancías por la de capitales. La penetración de estos capitales extranjeros configuró el desarrollo del capitalismo atrasado y dependiente de la región. Los terratenientes y finqueros no tenían ninguna necesidad de industrializar el campo, por esto el capital extranjero penetró y se apoyó en las formas de producción precapitalistas para desarrollar su capital. Los capitales alemanes, por ejemplo, que fueron los primeros en llegar a invertir en las fincas de café, mantuvieron las formas de producción precapitalistas explotando sin piedad la abundante y casi regalada mano de obra indígenas. Esto trajo consigo un crecimiento desmedido de las fortunas extranjeras. Con ello se pusieron por encima de los finqueros locales: las cifras son contundentes. En 1905 la exportación de café era de 36.6 millones de kilos de café, que se incrementa a 50.2 kilos de millones de café, justo antes de la primera Guerra Mundial. En 1913 de las 1676 fincas productoras de café de exportación que había en el país, 170 de capital alemán concentraba el 39% de la exportación, es decir, solo el 9.2% del total de fincas concentraba más de un tercio de la exportación total de café. Este sector monopolizó la exportación. Así, se acentúa la siembra de monocultivo de exportación, basado en formas de explotación del trabajo precapitalistas. Estas formas de trabajo forzado persistían todavía en los años 40 del siglo XX.
En los algunos sectores se invierte en la última tecnología para poder cooptar el mercado local, el cual es el caso del ferrocarril y de la industria eléctrica. Es particularmente el capital americano que comienza a invertir en estos sectores a principios del siglo XX. No es con la compañía bananera como inicia su participación en el mercado, sino comprando un tramo de ferrocarril que el gobierno de Cabrera, sucesor de Rufino Barrientos, había construido, otorgándole además la concesión para la construcción de ferrocarril al Atlántico, el cual será monopolio del transporte hasta la revolución del 50. Para estimular la inversión, el gobierno liberal concedió la construcción del muelle terminal de Puerto Barrios, edificios, terrenos por donde pasaría la vía, materiales y mano de obra semi esclava para realizarlos. Además, se dio 80 mil hectáreas de tierra para explotación exclusiva de las vías férreas en una franja de 20 millas a la redonda de donde pasara la vía. El ferrocarril penetró las entrañas del país, llevando consigo la “modernidad” capitalista.
La penetración del ferrocarril también implicó el dominio de la empresa bananera de origen norteamericano, la cual surgió en 1899 en Boston. Para 1901 esta futura multinacional había obtenido su primer contrato en Guatemala como una pequeña empresa naviera intermediaria. En 1904 adquirió otro contrato que la hizo propietaria de algunas tierras, pero para 1924 se formalizaron contratos de todas las actividades ilícitas que esta empresa realizaba, convirtiendo sus negocios en legales y dando la posibilidad de que mantuviera su explotación en miles de hectáreas que ya tenía bajo su control. El ferrocarril conectó al país y con esto se asentó su dependencia de la economía agroexportadora. El control de la economía por las empresas exportadoras, cafetaleras y después del United Fruit Co. también acentuó el control de los monopolios en la política nacional.
Vemos en el desarrollo del capitalismo guatemalteco lo que se repite en todos los países dependientes atrasados, donde se da un desarrollo desigual y combinado, donde se combina la agricultura de subsistencia con la supervivencia de formas de la comunidad primitiva con propiedad colectiva de la tierra, la agricultura capitalista de exportación en la que se emplean formas de trabajo forzado con el desarrollo de una industria altamente desarrollada en pequeños enclaves económicos, los cuales se regían con normas de explotación capitalista. Como la economía estaba basada en la exportación, el mercado interno era casi nulo. Los campesinos tenían pequeñas siembras de autoconsumo, contrario a los monopolios que controlaban la siembra de exportación, el traslado de los sembradíos a los puertos, el traslado marítimo y el monopolio del mercado de consumo en los países desarrollados. Auténticos monstruos .
Trotsky, en su libro La historia de la revolución rusa, dice esto acerca del desarrollo desigual y combinado:
“Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados se ven obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal del desarrollo desigual de la cultura se deriva otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de ley del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino y a la confusión de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas. Sin acudir a esta ley, enfocada, naturalmente, en la integridad de su contenido material, sería imposible comprender la historia de Rusia ni la de ningún otro país de avance cultural rezagado, cualquiera que sea su grado.”
Este desarrollo combinado configuró el sector obrero minoritario, pero organizado, que en los años 20 comenzó sus experiencias de organización sindical, mientras que la gran mayoría de la población vivía en el campo en condiciones de atraso espantoso. El domino del gobierno para mantenerse en el poder, además de apoyarse en el poder del monopolio, tuvo que implementar un régimen de terror que fue la constante de los diferentes gobiernos oligárquicos liberales.
Los regímenes oligárquicos liberales
La burguesía local en este tipo de países, por la forma en que liga su desarrollo con la penetración del capital imperialista, no juega ningún papel “revolucionario” o “progresista”; por el contrario, no asume como suyas las demandas democrático-nacionales o democrático-burguesas, que en otros países ella enarboló para derribar al feudalismo. En países como Guatemala, esa burguesía débil y cobarde nace castrada y sus intereses van de la mano del capitalismo internacional; se sentían a gusto vivir a expensas de lo que el capital internacional les tiraba a la mesa y fueron férreos opositores a terminar con las formas de explotación semifeudales. Los gobiernos liberales que surgieron de la Revolución liberal de 1871 sí quisieron impulsar reformas para modernizar el país, es decir el capitalismo. Fueron los que impulsaron la incautación de las tierras a los indígenas y el clero, pero como no había incentivos para la industrialización, mucho menos para un reparto agrario, este despojo sirvió para acentuar aún más la acumulación de tierras en pocas manos. Los finqueros nacionales y extranjeros crecieron, la pobreza y miseria se extendió.
La Primera Guerra Mundial plantea una serie de complicaciones a las exportaciones de café. Esta situación se ve agravada por un accidente que empuja al régimen al precipicio. Una serie de terremotos en 1917 y 1918 desnuda el fracaso rotundo del régimen de Estrada. Es, al principio de 1920, cuando la Asamblea Nacional, presionada por la agitación en las calles, declara demencia senil al presidente y lo relega de su cargo. Los agitadores de calle son parte de los “Unionistas”, partido conformado por terratenientes, comerciantes y la pequeña burguesía, que sentía que la dictadura de Estrada Cabrera estorbaba sus intereses. El dictador fue sustituido por un terrateniente llamado Carlos Herrera. Esto desató una insurrección del pueblo y los unionistas que derivó en la llamada “semana trágica”. Este fue un auténtico levantamiento popular que encabezó una parte de la burguesía y logro rendir al ejército de la dictadura. El resultado también fueron 2 mil muertos y una profunda crisis entre las diferentes alas de la burguesía.
El general José María Orellana, ministro de guerra de Carlos Herrera, se hace del poder. Este general fue el que legalizó todos los contratos sucios de la United Fruit Co. en 1924. Aprovechando la llamada “década de oro” de la exportación de café, la economía se restablece y se incrementan las exportaciones. También facilita la construcción del ferrocarril de la comunidad de Zacapa-El Salvador y con ello se constituye la International Railways of Central America (IRCA) que controló el monopolio de transporte durante medio siglo. También hubo un intenso giro en el sembrado y exportación. El papel que antes jugaba el café ahora comienza a ser sustituido por el banano, el cual representaba el 30% del total de las exportaciones y el 70% del valor de la exportación total. Esto, por supuesto, iba de la mano de la dependencia cada vez más acentuada al imperialismo americano el cual recibía el 75% de las exportaciones totales de Guatemala. Lázaro Chacón, otro general liberal, tomó la presidencia de 1926 hasta 1931, cuando el general Ubico asume el poder.
Este nuevo régimen duró 14 años en el gobierno, marcado por una serie de crisis que indicaban el fin del régimen oligárquico liberal. La primera de estas crisis fue la relacionada con el quiebre de las bolsas de valores de Nueva York y el mundo en 1929. Los efectos que tuvo en la economía fueron muy severos. Las exportaciones se desplomaron a tal grado que en 1932 solo se realizaba el 40% de las exportaciones en comparación con 1928, es decir una pérdida del 60%. Esto implicó una contracción del mercado, ya de por sí raquítico. El gobierno reaccionó con un plan de “ajuste” que significó cargar la crisis económica a la espalda de los trabajadores y campesinos. Los salarios en el sector público y privado disminuyeron en un 50% y se aprobaron leyes para evitar el aumento salarial. Con las nuevas leyes contra la vagancia, que implementó el gobierno en 1934, los campesinos, ya fueran indígenas o mestizos, tenían que trabajar un mínimo de hectáreas de tierra. Si no lo hacían, eran obligados a trabajar en las haciendas de café y banano para no ser castigados por la ley. Estas leyes se aplicaban de 100 a 150 días al año, cuando eran necesitados por los finqueros. Si los pobres del campo y la ciudad no cumplían con los objetivos impuestos por la ley, su castigo era trabajar sin pago en la construcción de caminos.
La política hacia las empresas era diametralmente diferente, principalmente a las empresas americanas. El embajador norteamericano, Sheldon Whitehouse, era el que realmente aplicaba la política en el país y este, a su vez, era el gestor de las empresas americanas, especialmente de la United Fruit Co. Ellas no pagaban impuestos y si lo hacían, era lo menos posible: se veían beneficiadas por concesiones del gobierno y construcciones públicas. El capital que manejaban estas empresas exportadoras era, en 1943, de 20 millones de dólares anuales, cuando el gasto del gobierno presupuestaba 14 mdd y el ingreso per cápita era de 55 dólares anuales.
El régimen tenía que actuar de forma implacable para mantener el control de la situación. Las contradicciones estaban llegando a un límite y la única forma de gobernar era con la represión. Las organizaciones sindicales de corte anarquista que se habían formado entre 1927 y 1930 habían sido perseguidas, la pequeña organización comunista perteneciente a la Tercera Internacional y el Socorro Rojo Internacional habían sido fuertemente reprimidos. Lo que sucedía en Nicaragua con la lucha de Sandino en Las Segovias y la insurrección comunista del 1932 en El Salvador, hicieron que las medidas represivas al movimiento obrero y comunista se incrementaran, por ello se prohibieron las organizaciones sindicales.
El comienzo de la Segunda Guerra Mundial planteó un cambio importante en la situación económica y política del país. Se implementaron los llamados “cultivos de guerra”, que implicaban una diversificación en la siembra de productos demandados por la guerra; por ejemplo, el citrón, el té de limón, el caucho y el chicle. Además de esto, por presión del imperialismo americano se expropian una serie de fincas cafetaleras de origen alemán supuestamente vinculadas a los nazis. A la larga esta medida abrió una crisis entre los diferentes sectores de la oligarquía que se oponían a esta medida.
La llegada al gobierno de Arévalo se inscribe en una ola de lucha general en Centroamérica. Las odiadas dictaduras que se instauraron en los años 30, fruto de las derrotas revolucionarias (el levantamiento comunista en El Salvador en 1932 y la lucha de Sandino en Nicaragua), eran ya inservibles para mantener el régimen liberal oligárquico que garantizara la estabilidad capitalista. En 1944, el dictador Maximiliano Hernández Martínez es reelegido por cuarta vez en El Salvador. La respuesta fue una insurrección fallida en abril, pero en mayo una huelga general hace renunciar al dictador. Esta lucha impulsó las otras contra las dictaduras en la región. En Nicaragua, Honduras y Costa Rica hubo movilizaciones de masas. Guatemala fue el país donde los acontecimientos fueron más lejos.
Las contradicciones en la sociedad comenzaron a llegar a un punto máximo, el fermento se comenzó a sentir en la capa de la pequeña burguesía e intelectuales en las ciudades, los cuales comenzaron a organizar un frente antidictadura. Era un frente interclasista que agrupaba desde terratenientes desplazados por el régimen, pequeños comerciantes, hasta estudiantes. Estos últimos fueron los que jugaron un papel determinante en la lucha próxima. El movimiento estudiantil universitario, en la Universidad de San Carlos, comenzó a moverse por demandas académicas pero la lucha se extendió a otros sectores y adoptó consignas políticas, la más importante, la renuncia del dictador Ubico. Los intelectuales y personalidades públicas apoyaron la lucha estudiantil firmando un comunicado donde se sumaban a la demanda del fin del gobierno.
La dictadura se mantenía sobre la base del ejército y del apoyo de la embajada americana, sin embargo, no tenía ningún respaldo en el pueblo. Fuertes sectores de la misma burguesía no lo veían como una alternativa para mantener su poder, se convirtió en un estorbo para sus intereses. El régimen cayó como cae una manzana podrida de un árbol, el 1 de julio de 1944. A cargo del gobierno se quedó una junta militar que buscaba mantener el régimen oligárquico liberal, pero esta junta se diluyó meses después bajo la presión del movimiento de masas. En el periodo de junio a octubre vemos una actividad importante en las fábricas donde estallan decenas de huelgas que van acompañadas de la naciente organización sindical. Las universidades y escuelas son un hervidero político, los profesores y estudiantes se echan a la calle armados y el 20 de octubre, por medio de una insurrección de la intelectual y sectores medios, derriban a la junta.
El gobierno de Juan José Arévalo
Muchos de los escritores que hablan sobre la revolución guatemalteca y más exactamente de la “primavera guatemalteca” intentan meter en el mismo costal el gobierno de Arévalo y el de Arbenz. Hacen ver que es una continuidad cuando en realidad no lo es. En muchos sentidos el gobierno del general Jacobo Arbenz es una negación dialéctica del gobierno de Juan José Arévalo. Las fuerzas que llevaron al primer gobierno democráticamente electo en la historia de Guatemala a la presidencia distan mucho de las que apoyaron al segundo. La composición de esa fuerza dice mucho sobre cuando, verdaderamente, comienza la revolución guatemalteca.
El gobierno de Arévalo es el resultado de la suma de fuerzas progresistas de la clase media e intelectuales, de algunos terratenientes y finqueros latifundistas que ya no veían con buenos ojos al gobierno de Ubico y al final abandonaron ese barco a la deriva y dieron su respaldo al futuro presidente. El doctor triunfo con un apoyo del 86% de los votos en las elecciones del 19 de diciembre de 1944. Su objetivo era hacer una serie de reformas constitucionales para lograr una “igualdad democrática ante la ley” a todos los ciudadanos del país. También pretendía sentar las bases de un capitalismo nacional democrático y desarrollado. Nunca se planteó la idea de la lucha por el socialismo, mucho menos el comunismo. Para desarrollar esta idea, tenía que romper esa dependencia secular al imperialismo americano. Él pretendía hacerlo reformando al estado y dotándolo de una nueva constitución.
Su proyecto se ve reforzado por el boom económico internacional más grande del capitalismo: el de la posguerra. Esto dio la posibilidad, como en diferentes países de toda América Latina, de un cierto desarrollo de la industria y diversificación agrícola. Creó el Instituto Nacional de Fomento a la Producción en 1948 y el Banco Nacional en el 49 para darle viabilidad a las nuevas inversiones y a una nueva burguesía nacional; también se sientan las bases para la reglamentación de la explotación petrolera. Para terminar con la explotación precapitalista en las ciudades y el campo, en 1947 se promulgó el Código de Trabajo con el que, por primera vez, se establecían derechos y responsabilidades tanto a los trabajadores como a la burguesía, por ejemplo, se establece la jornada de 8 horas, el derecho a los contratos colectivos, a vacaciones pagadas y el día de descanso semanal, indemnización por despido injustificado, derecho a sindicalización y a huelga, etc. Otros aspectos importantes en su periodo fueron las leyes para la protección social como la Ley de Seguridad Social y la Ley Orgánica del Instituto Guatemalteco del Seguro Social; la Ley Orgánica de Fincas Nacionales y Ley Agraria, las cuales ayudaron que algunas de las fincas incautadas a alemanes pasaran a ser propiedad del Estado. El impulso al capitalismo nacional se mostró de forma importante, “En 1948 de instalaron 14 nuevas industrias y se concedieron 23 licencias para explotación minera; en 1949 fueron 36 las nuevas industrias y en 1950, 56, todas surgidas bajo el auspicio de la Ley de Fomento Industrial.”
La ley marcaba, en la nueva constitución, que el presidente no era parte del Consejo Superior de la Defensa, y que la facultad de nombrar al jefe de las Fuerzas Armadas recaía en la Asamblea legislativa, la cual tenía que escoger entre una terna propuesta por el Consejo Superior. Esto implicaba que el ejército no estuviera bajo el mando del presidente y este no podía escoger a un incondicional para acompañarlo en su periodo. Daba autonomía para que el ejército se manejara como una instancia separada, siempre fiel al cuidado de la propiedad privada. Esto jugó un papel determinante en el momento del golpe de Estado al general Arbenz. La nueva burocracia que ocupó los puestos vacantes del Estado se mostró corrupta y oportunista, su ambición llevó rápidamente a fuertes divisiones en torno al presidente.
Ninguna de las medidas que había tomado el presidente Arévalo rebasaban o ponían en entredicho al sistema capitalista, por el contrario, todas las medidas iban encaminadas a reformas democrático-nacionales o democrático burguesas. Tener un Estado democrático, incluso dentro de los límites de la democracia burguesa, fue visto como una afrenta para los mandamases del país, los cuales estaban acostumbrados a imponer su voluntad. Cuando el gobierno comenzó a aplicar algunas reformas favorables a los trabajadores como el Código de Trabajo, inmediatamente comenzaron a organizar una campaña para desprestigiar al gobierno, acusándolo de comunista. En esta campaña la iglesia y las organizaciones empresariales jugaron un papel fundamental. Por supuesto la embajada americana estaba inmiscuida y el embajador Patterson fue expulsado del país.
Las condiciones para la clase obrera y los campesinos antes de la revolución eran espantosas. Había un analfabetismo generalizado; altas cifras de desnutrición, principalmente en la población indígena; los trabajadores no tenían derechos y podían ser arrastrados para ser empleados en las grandes haciendas a la fuerza. Las medidas que el gobierno tomó a favor de los sectores más explotados tuvieron un impacto importante. La nueva constitución daba el voto a las mujeres y analfabetas, se daba la posibilidad para la organización política y sindical. La autonomía municipal, la representación de minorías electorales y la libertad de prensa jugaron un papel importante en las elecciones para escoger representantes en las provincias y pueblos. En muchos de ellos, representantes indígenas ganaban por primera vez a terratenientes, esto trajo consigo un signo de orgullo y confianza en las fuerzas campesinas indígenas.
Las condiciones de vida de las masas eran terribles, los grandes problemas a resolver eran muy significativos. Se utilizó el gasto social, casi una tercera parte del presupuesto, para invertir en un plan de obras públicas que consistió en construir hospitales, escuelas y casa. Apostó a tratar de alfabetizar y proporcionar salud a los más desprotegidos. La incipiente organización obrera se había apuntado algunos triunfos, como lo fue el contrato colectivo en el ferrocarril, la construcción de algunos sindicatos en las fincas. Sin embargo, había mucho por hacer.
“En 1945, la fuerza de trabajo guatemalteco era rural en un 90% y consistía sobre todo en trabajadores cafetaleros indígenas, desorganizados y desprotegidos. La única fuerza rural reconocible como proletariado moderno, concentrada en el lugar de la producción, con el germen de la conciencia colectiva y un historial de huelgas espontáneas antes de 1945, eran los 15000 trabajadores de las dos plantaciones de la United Fruit. En las ciudades, las mayores concentraciones de obreros también se hallaban en el ferrocarril (5500 empleados de IRCA) y en las instalaciones portuarias de la compañía. El “proletariado industrial”, que trabajaba principalmente en la industria ligera –textiles, alimentos procesados y fábricas de cerveza- constituía el 1.7% de la población económicamente activa, complementado por un semiproletariado de artesanos. En 1945, el nivel de los salarios era increíblemente bajo: un promedio de 6.08 quetzales (6.08 dólares) semanales para los contados trabajadores industriales (4.59 quetzales para las mujeres) y 2.00 quetzales a la semana en la agricultura, aunque otras estimaciones sean aún más bajas. Antes de 1945, la debilidad y la falta de organización de la fuerza de trabajo eran resultado tanto de estructura –escasas grandes concentraciones de mano de obra contratada libremente- como de las políticas represivas de los regímenes prerrevolucionarios (por ejemplo, la proscripción de los sindicatos, salvo las organizaciones “mutualistas” dóciles, controladas por el gobierno; el asesinato de todos los organizadores peligrosos de trabajadores y la ayuda para aplastar virtualmente todas las huelgas.” (Susanne Jonas, La democracia que sucumbió)
El modelo de un capitalismo moderno, independiente y nacional chocaba con los intereses de los capitalistas guatemaltecos, pero especialmente con los intereses de las grandes empresas trasnacionales las cuales eran las que dirigían el país. Era de esperarse que el imperialismo americano y sus representantes en Guatemala actuaran para terminar con este gobierno que no se hincaba ante sus demandas. Dentro de este ambiente, hubo dos incidentes que hicieron que las contradicciones se tensaran al máximo; Arévalo se había negado a firmar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), por considerarlo intervencionista; además, en los conflictos obrero patronales en la United Fruit Co. del 48 y 49, el gobierno se había negado a intervenir y reprimir a los trabajadores, como era la costumbre. Cabe mencionar que en este periodo no se atacó a los intereses de las trasnacionales e incluso se observa un crecimiento de sus riquezas, pero al imperialismo no le importó demasiado eso, ya que el gobierno de Arévalo tuvo que sortear 28 intentos de golpes de estado en los 6 años de su gobierno. El más serio fue el que intentó el jefe de las Fuerzas Armadas el 18 de julio de 1949. Este fue impedido por la movilización armada de las masas:
“A escasos meses del inicio de la gestión arevalista comenzó lo que sería una prolongada cadena de conspiraciones y acciones armadas que se extendieron a lo largo de su periodo presidencial, tendentes a derrocar al gobierno y a frenar las transformaciones. Entre los movimientos antigubernamentales de mayor resonancia sobresale el que tuvo lugar en 1940, cuando se perfilaba la sucesión presidencial. En julio de ese año, la fracción militar encabezada por Arana intentó acceder al poder por la vía violenta, pero no lo consiguió y sólo logró perder a su dirigente y allanar el camino a la corriente arbencista del ejército…” (Guadalupe Rodríguez de Ita, La participación política en la Primavera Guatemalteca)
La base social movilizada que impulsaba los cambios y que luchó contra los intentos golpistas estaba compuesta por los estudiantes, los maestros, pequeños comerciantes, intelectuales de izquierda y partidos de izquierda que habían surgido al calor de los acontecimientos, principalmente el Partido Acción Revolucionaria y Renovación Social. Muchos de ellos eran partidos o agrupaciones reformistas que se sentían a gusto con el nuevo presidente y con el camino que se seguía. También tiene el apoyo de los trabajadores y campesinos, pero este apoyo no se manifiesta de forma organizada y en las calles. El doctor Arévalo era un típico representante de la pequeña burguesía intelectual, impulsado por un frente popular donde las diferentes fuerzas progresistas se unieron para apoyarle. Conforme pasaba el tiempo este frente popular se fue desgastando y dividiendo. Muchos de los que impulsaron a Arévalo se opusieron firmemente a las reformas más radicales de Arbenz y participaron activamente en el golpe de estado contra él.
Como sucede repetidamente en la historia, estos conflictos que se abren en momentos de crisis, en las cúpulas de la vida política de los países, entre dos alas de la burguesía (en este caso la impulsada por el imperialismo americano y la reformista encabezada por Arévalo) da pie a una irrupción de masas por debajo, que, viendo la crisis, busca la forma de salir de ella con medidas revolucionarias. Esto además se ve acelerado por el hostigamiento de la contrarrevolución. El despertar de las masas explotadas no se da de forma lineal y visible, sino con pequeños procesos que se van acumulando en lo subterráneo, como un proceso molecular de la revolución, y se va manifestando en la organización política y sindical, en la radicalidad de sus dirigentes, en huelgas o tomas de tierras. Llega un momento en que la acumulación implica un cambio de cantidad en calidad. La clase obrera comienza a levantar demandas y consignas propias, pelean por hacerse presente en la política nacional. Este proceso lo vimos a finales del gobierno con la conformación del Partido Comunista Guatemalteco (futuro Partido Guatemalteco del Trabajo), y con la llegada de Jacobo Arbenz al gobierno.
Jacobo Arbenz al poder
En las elecciones a presidente de 1950 se presentaron 10 candidatos. A mediados de noviembre, cuando la contienda terminó, el ganador fue el coronel Jacobo Arbenz con el 65% de los votos. Su contrincante más cercano fue el general Miguel Ydígoras Fuentes. Es muy significativo su primer discurso como presidente, ya que además de agradecer al doctor Arévalo por resistir todas las intentonas golpistas, dijo que el único delito del gobierno era haber procurado el pan y la libertad a las grandes masas. También resaltó que la principal razón por la que no pudieron triunfar los golpistas fue por el dueto ejército-pueblo que luchó contra la imposición de la opresión e intereses extraños a la nación. En este discurso deja muy claro sus intenciones con respecto a la iniciativa privada:
“Nuestro movimiento revolucionario no postula la abolición de la iniciativa privada y, por consiguiente, el Estado no puede proponerse la realización de un plan económico propiamente dicho. Pero tampoco, dentro de las ideas más comúnmente admitidas desde la terminación de la Primera Guerra Mundial, el poder público no puede abstenerse de intervenir para orientar la vida económica de acuerdo con los intereses generales de la sociedad. Dentro de estas condiciones no podemos ejecutar sino un programa, esto es, un conjunto de objetivos concretos hacia los cuales se dirigirá la acción del Estado, y por cuya realización se pedirá la colaboración de la iniciativa privada” (citado en Guadalupe Rodríguez de Ita, La participación política en la Primavera Guatemalteca).
Más adelante, en el mismo discurso habla sobre sus objetivos:
“(…) primero, convertir a Guatemala de una nación dependiente con una economía semicolonial en un país económicamente independiente; segundo, transformar a nuestra nación atrasada con una economía predominantemente feudal, en un país capitalista moderno; y tercero; llevar a cabo esta transformación de manera que traiga el estándar de vida más elevado posible a las grandes masas del pueblo” (Susanne Jonas, La democracia que sucumbió).
Para lograr estos objetivos se proponía llevar adelante una reforma agraria, la diversificación y modernización agrícola, desarrollar la industria, crear empresas nacionales que compitieran con las extranjeras en los ramos del transporte, las terminales portuarias, eléctricas, entre otros. No podemos ver aquí más que una continuación del proyecto del presidente anterior; sin embargo, hay un aspecto que lo hace cualitativamente diferente y eso es el respaldo que obtuvo de la masas campesinas y trabajadoras, y cómo estas fueron tomando un papel relevante en el tiempo que duró su presidencia. En 1951 se conformó la Confederación General de los Trabajadores, la cual representaba a más de 100 mil obreros agrupados en unos 400 sindicatos. En el campo la Confederación Nacional Campesina también toma bastante fuerza, cuya base son campesinos indígenas que formaron más de 1500 comités campesinos, siendo estos los que le dieron el contenido revolucionario al reparto agrario. Más adelante hablaremos del PGT. La participación de las masas, como lo explicamos al principio, convierte el proceso de reformas constitucionales en una revolución en desarrollo.
Desde su campaña electoral, Arbenz propuso consignas radicales que conectaban con el sentir de las masas, principalmente las campesinas. En medio de las promesas de un capitalismo nacional, democrático e independiente, se mezclaba los llamados a la reforma agraria. El futuro presidente creía que para que el país fuera independiente del imperialismo tenía que restarle poder a las transnacionales y la reforma agraria tocaba a la más fuerte de ellas, la United Fruit Co. Esta consigna, que es la base de la revolución democrática nacional, también era la que más conflicto levantaba entre el gobierno y el imperialismo. En oídos de los campesinos pobres sonaba a gloria. Por fin un presidente hablaba sobre lo que ellos querían: un poco de tierra y respeto para los indígenas campesinos. Al mismo tiempo esta idea planteaba una lucha antiimperialista. Agustín Cueva dice al respecto:
“Distintos son los efectos de otro movimiento popular surgido enese mismo año, pero en un contexto y una coyuntura diferente, como los de Guatemala. Aquí también se trata inicialmente de una lucha antidictatorial que persigue el establecimiento de un régimen democrático, más la intervención cada vez más autónoma del proletariado urbano y rural termina por conferirle objetivos mejor delineados. La Constitución que se expide en 1945, un año de derrocada la dictadura de Ubico, se encarga de garantizar el ejercicio de los derechos individuales y centrar las bases de una legislación laboral progresista (cosa que también lo hace la constitución ecuatoriana del mismo año); pero el proceso no se detiene con esto. El avance de las fuerzas populares permite que en 1952 se expida una ley de reforma agraria, con la firme decisión de llevarla a la práctica. Desde ese momento el movimiento guatemalteco se encuentra en una situación muy distinta de la del ecuatoriano. En efecto: ¿cómo realizar una transformación del agro sin afectar los intereses del imperialismo en un país semicolonial en el que la sola United Fruit posee cientos de miles de hectáreas?
“La voluntad de cumplir con un objetivo “democrático-burgués” como el mencionado impone, pues, a los revolucionarios de Guatemala una tarea simultánea e ineludible, cual es la de la lucha antiimperialista, que efectivamente se concreta con la expropiación de gran parte de las tierras de esa compañía yanqui. Tomada esta medida el enfrentamiento ya no es solo entre sectores progresistas y reaccionarios de una misma nación, sino ante todo, entre el pueblo guatemalteco y el imperialismo, adquiriendo por tanto los perfiles de un proceso de liberación nacional.
“Poco importa, por lo demás, que el movimiento se conciba, en su dimensión interna, como simplemente “anti feudal”: desde el instante en que entabla una lucha abierta contra el imperialismo y que en esa lucha la clase obrera interviene de manera consciente y activa, dirigida por organizaciones realmente suyas, la perspectiva socialista no deja de estar presente en el horizonte. Uno puede discutir si es correcta o no la caracterización “democrático-burguesa” que se atribuyó el movimiento guatemalteco; lo que no cabe olvidar, en aras de la simple comprensión del proceso, es que toda revolución consecuentemente antiimperialista posee, por el solo hecho de serlo, claros perfiles anticapitalistas. El imperialismo lo sabe mejor que nadie y en Guatemala actúa en consecuencia” (Agustín Cueva, El desarrollo del capitalismo en América Latina).
En definitiva, es lo que dice la teoría de la revolución permanente: la revolución democrático-nacional solamente la puede completar la clase obrera tomando el poder y planteándose por lo tanto tareas también socialistas
Hasta antes de la reforma, la concentración de tierra era brutal: en 1950 el 2% de los propietarios acumulaban el 70% de la tierra cultivable y el 57% de los campesinos no tenían tierra para sembrar. El mayor latifundista era la United Fruit Co., que tenía en su poder 230 mil hectáreas inutilizadas, no se sembraba en ellas. Las promesas del presidente iban encaminadas a la adquisición de estas tierras para que fueran repartidas entre los campesinos pobres. El objetivo era crear pequeños campesinos prósperos como los granjeros estadounidenses, que pudieran incorporar algo de industria en el campo para que la producción creciera. Desde 1953 hasta la renuncia de Jacobo Arbenz se expropiaron 495.843 hectáreas de tierra, las cuales más de 150 mil eran de la multinacional bananera. El reparto agrario benefició a más de 100 mil campesinos y cooperativas agrarias. Además, el gobierno dispuso de 18 millones de dólares para dar créditos baratos a los campesinos. Para tratar de suavizar el conflicto, el gobierno no incautó tierras que estaban cultivadas y todas aquellas que fueron expropiadas fueron pagadas con dinero del gobierno o mediante la emisión de bonos del gobierno a mediano plazo. Al imperialismo y la multinacional no le interesaba el dinero sino mantener el control político del país. No podía permitir una reforma agraria porque era un desafío a su poder económico y político. Por más que intentara el gobierno una negociación tranquila, este no iba a ser el caso. Los terratenientes no se quedaron de brazos cruzados; formaron guardias blancas -comandos de asesinos- para que asesinaran a dirigentes campesinos y políticos.
En el ámbito del transporte, donde también había un monopolio que controlaba el transporte terrestre y marítimo, el gobierno no expropió a ninguna de las empresas, sino que construyó empresas paraestatales que competirían con los monopolios. Se construyó la carretera al Atlántico y el Puerto Nacional de la Bahía de Santo Tomás que debilitó al monopolio de la IRCA, que había controlado el medio de transporte terrestre y marítimo por más de 50 años. Esta misma táctica siguió en el ramo de la electricidad, donde la empresa americana Bond and Share Co. controlaba el servicio de electricidad. Para competir el gobierno construyó la Hidroeléctrica Nacional Jurún-Marinala. Este y otros conflictos laborales causaron duras fricciones entre los monopolios y el gobierno:
“El juego se hizo un tanto más rudo al mostrar Arbenz sus intenciones de hacer cumplir las leyes guatemaltecas y los fallos de los tribunales. En junio de 1953, después de que una huelga por demanda de aumento de salarios hizo cerrar a la EEG, el gobierno ordenó tanto una auditoría de los libros de la compañía como el pago de aumento de salarios y de impuestos atrasados. Asimismo, en 1953 el gobierno requisó el efectivo de IRCA, por falta de pago de impuestos. En 1951, la UFC se negó a someterse al arbitraje gubernamental en un conflicto sobre los salarios; la compañía exigió la renovación por tres años de su contrato de trabajo anterior, lo mismo que las garantías gubernamentales que la protegieran contra cualquier aumento de impuestos, devaluación o control de cambios posibles. Cuando Arbenz se negó a ceder y respondió con sus propias exigencias a la compañía, la UFC redujo sus servicios de embarque (interrumpiendo de ese modo el comercio guatemalteco) y despidió a 4 000 trabajadores. En respuesta a aquellas tácticas coercitivas, Arbenz confiscó 10.000 hectáreas a la UFC, como garantía del pago de salarios atrasados. Sin embargo, al final, la compañía obtuvo la renovación del antiguo contrato de trabajo a cambio de 650.000 dólares en salarios atrasados” (Susanne Jonas, La democracia que sucumbió).
Aunque Arbenz en ningún momento consideró plantear una lucha antiimperialista, estas medidas lo llevaron a un conflicto directo con el imperialismo. Así, partiendo de la base de una revolución democrático nacional, buscando un poco de independencia para desarrollar las fuerzas productivas y la industria nacional, tuvo que enfrentarse con las fuerzas imperialistas. Como lo explico Trotsky en referencia al periodo del general Lázaro Cárdenas en México, Jacobo Arbenz utilizó al movimiento campesino y obrero para enfrentar al imperialismo y lograr una cierta independencia del dominio imperialista. Estas características de la lucha de clases le dan un carácter bonapartista sui generis al gobierno. Esto se define como un gobierno que se pone por encima de las dos clases en pugna, toma cierta independencia de estas clases, y utiliza una para golpear a la otra, que va encaminado a mantener y fortalecer las bases económicas sobre las que se levanta el gobierno, es decir al capitalismo. La fuerza imperialista en la región hace que el movimiento integre la lucha antiimperialista y la única clase en que se puede recargar para ganar la partida es la clase obrera y los campesinos pobres.
“En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política (del gobierno mexicano, N. del T.) se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y de las compañías petroleras.
“Estas medidas se encuadran enteramente en los marcos del capitalismo de estado. Sin embargo, en un país semicolonial, el capitalismo de estado se halla bajo la gran presión del capital privado extranjero y de sus gobiernos, y no puede mantenerse sin el apoyo activo de los trabajadores. Eso es lo que explica por qué, sin dejar que el poder real escape de sus manos, (el gobierno mexicano) trata de darles a las organizaciones obreras una considerable parte de responsabilidad en la marcha de la producción de las ramas nacionalizadas de la industria” (León Trotsky, La industria nacionalizada y la administración obrera).
El papel que asumió el gobierno con respecto a las grandes empresas monopólicas atrajo las simpatías de los campesinos y trabajadores, cuyo apoyo se incrementó con la reforma agraria y las medidas que tomó el gobierno para ayudar a los trabajadores establecidos en el Código de Trabajo, y su posición en las grandes huelgas de 1951. Sin embargo, todas medidas fueron pequeñas reformas para consolidar el régimen de explotación capitalista: Arbenz nunca planteó y nunca reivindicó la lucha por el socialismo.
“Los partidos que apoyan al gobierno Arbenz tienen una base muy poco sólida, su lealtad es incierta y están divididos por intensas rivalidades. No brindan una base política firme. Las únicas fuerzas coherentes son las del movimiento obrero y las del Partido Comunista, que actualmente se confunden. Así, en términos más sencillos, el gobierno no puede mantenerse sin el apoyo de la clase unida bajo la bandera de la Confederación General de Trabajadores de Guatemala.” (Ismael Frías, La Revolución guatemalteca, citado en Michael Lowy, el marxismo en América Latina)
Una revolución democrática o una revolución socialista
Tenemos que decir que efectivamente las tareas de la revolución guatemalteca en esos momentos eran las de una revolución democrática nacional o nacional burguesa. Entre lo más importante del movimiento se encuentra: el reparto agrario, luchar por una verdadera democracia en el gobierno, industrializar al país, buscar una independencia nacional, plantear el derecho de autodeterminación para los pueblos indígenas, incorporar una educación bilingüe y desarrollar un mercado interno. Todas estas tareas son de tinte democrático que no se pudieron resolver ni en el periodo de Arévalo ni en el de Arbenz, se avanzó, pero al final la contrarrevolución terminó con ellas.
Sin embargo, a diferencia de los demócratas cobardes que acusan a Arbenz de ser demasiado ambicioso en sus objetivos y lo culpan por la intervención americana, y a diferencia de los estalinistas dirigentes del PGT que planteaban que las tareas democráticas tenían ser cumplidas por la burguesía, donde el papel de los trabajadores era apoyarla, los marxistas, como lo plantearon en su momento Marx, Engels y más claramente Lenin y Trotsky en la revolución rusa, los únicos que pueden resolver las tareas de la revolución democrático burguesas son los trabajadores. También, planteaban que la forma de garantizar que estas tareas se cumplan es llevando la revolución al socialismo; es decir, la única manera de cumplir las tareas pendientes de la revolución democrático burguesa en un país dependiente en la época imperialista es tomando medidas socialistas al mismo tiempo. Esto significa la nacionalización de todos los bancos privados y fundirlos en un banco nacional, para disponer del capital necesario en un plan nacional y planificado con infraestructura que implique la construcción de empresas, casas, carreteras, hospitales, y todo lo que necesite el pueblo. Expropiar a las grandes empresas trasnacionales y poner esos recursos bajo el control y administración de los trabajadores; entregar toda la tierra disponible a los campesinos y armar a estos para defender la tierra con las armas en la mano; desaparecer al ejército asesino, que además está acompañado de una historia de brutalidad en toda la región, y sustituirlo con el pueblo armado; extender la revolución a toda Centroamérica, sueño de los viejos liberales como Morazán, pero ahora bajo una república socialista centroamericana.
La alternativa revolucionaria que tendría que haber seguido los revolucionarios de aquel momento era la teoría de la revolución permanente que plantea de la siguiente forma las cosas:
“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas.
“El problema agrario, y con él el problema nacional, asignan a los campesinos, que constituyen la mayoría aplastante de la población de los países atrasados, un puesto excepcional en la revolución democrática. Sin la alianza del proletariado con los campesinos, los fines de la revolución democrática no sólo no pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos seriamente. Sin embargo, la alianza de estas dos clases no es factible más que luchando irreconciliablemente contra la influencia de la burguesía liberal-nacional.
“Sean las que fueren las primeras etapas episódicas de la revolución en los distintos países, la realización de la alianza revolucionaria del proletariado con las masas campesinas sólo es concebible bajo la dirección política de la vanguardia proletaria organizada en Partido Comunista. Esto significa, a su vez, que la revolución democrática sólo puede triunfar por medio de la dictadura del proletariado, apoyada en la alianza con los campesinos y encaminada en primer término a realizar objetivos de la revolución democrática.
“(…) La dictadura del proletariado, que sube al poder en calidad de caudillo de la revolución democrática, se encuentra inevitable y repentinamente, al triunfar, ante objetivos relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa, La revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en permanente.
“La conquista del poder por el proletariado no significa el coronamiento de la revolución, sino simplemente su iniciación. La edificación socialista sólo se concibe sobre la base de la lucha de clases en el terreno nacional e internacional. En las condiciones de predominio decisivo del régimen capitalista en la palestra mundial, esta lucha tiene que conducir inevitablemente; a explosiones de guerra interna, es decir, civil, y exterior, revolucionaría. En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal, independientemente del hecho de que se trate de un país atrasado, que haya realizado ayer todavía su transformación democrática, o de un viejo país capitalista que haya pasado por una larga época de democracia y parlamentarismo.
“El triunfo de la revolución socialista es inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado, nacional. De aquí se originan las guerras imperialistas, de una parte, y la utopía burguesa de los Estados Unidos de Europa, de otra. La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta” (León Trotsky, ¿Qué es la revolución permanente?).
Nada de esto tenía en mente Arbenz, ni la dirección de las organizaciones obreras y campesinas. El Partido Guatemalteco del Trabajo se formó a partir de escisiones por la izquierda de organizaciones reformistas que apoyaban a Arévalo. En septiembre 1947 se forma un grupo clandestino llamado Vanguardia Democrática y dentro de sus objetivos está formar un partido de la clase obrera. Dos años después, en 1949, se realiza el primer congreso del Partido Comunista de Guatemala. Su primer periódico se llama Octubre y fue publicado en 1950. Es en su segundo congreso, el 11 de diciembre de 1952, que deciden cambiarse el nombre a Partido Guatemalteco del Trabajo, cuyo origen es estalinista y reivindicaba la teoría etapista de la revolución. Para ellos, las tareas democráticas nacionales sólo podían ser resueltas por la burguesía nacional progresista, es decir por el coronel. Por eso, su trabajo se limitó a apoyar de forma incondicional al gobierno bajo el esquema del Frente Popular Antimperialista.
El Frente Popular, a diferencia del Frente Único, planteaba una alianza con la burguesía donde ésta ponía el programa y los trabajadores ponían la fuerza y los muertos para luchar por las reivindicaciones de la burguesía progresista. Esta idea planteada por los partidos comunistas (estalinistas) ya había sido probada en diferentes países y en todos ellos fue un desastre. En España el Frente Popular fue la tumba de la revolución española y posibilitó el ascenso del fascismo. En México el frente popular entre el PCM y el gobierno de Cárdenas implicó entregar la dirección de las organizaciones obreras a nacionalistas burgueses que, poco tiempo después, los expulsaron de los sindicatos.
En una reflexión que hace un año después del golpe, el PGT declara lo siguiente en un intento de disculpa:
“Pero, sobre todo, el origen de los errores del Partido, está en la deficiente asimilación de la línea política y en su mala aplicación, ya que aún en cuestiones subrayadas por el Congreso tales como el carácter de la revolución democrático-burguesa en un país semicolonial como el nuestro, y el papel del proletariado como fuerza dirigente de dicha revolución, no se tuvieron en cuenta más tarde, se subestimaron en algunos casos y no se desarrollaron de manera consecuente en el curso de la lucha revolucionaria.
“(…) El partido Guatemalteco del Trabajo no siguió una línea suficientemente independiente en relación a la burguesía nacional democrática. En la alianza con la burguesía democrática tuvo éxitos señalados, pero a su vez, la burguesía ejerció cierta influencia en nuestro Partido, influencia que en la práctica constituyó un freno para muchas de sus actividades.
“(…) El PGT aunque teóricamente sustentaba el criterio leninista de que la burguesía nacional ya no es en la época del imperialismo una clase consecuentemente revolucionaria, y, por consiguiente, que debe ser la clase obrera la que se ponga a la cabeza y ejerza la hegemonía de la revolución democrático-burguesa, en la práctica se limitó a repetir una y otra vez esta concepción leninista, sin comprenderla en toda su profundidad; no luchó con la debida tenacidad por que la clase obrera conquistara la dirección del movimiento revolucionario, no se plantearon ni resolvieron las tareas concretas que eran necesario realizar para asegurar la hegemonía de la clase obrera en el movimiento revolucionario (La intervención norteamericana en Guatemala y el derrocamiento del régimen democrático; Comisión Política del PGT, 1955, en El marxismo en América Latina, Michael Löwy).
Al final, la clase obrera no pudo jugar un papel independiente. A pesar de su fortaleza y organización, sucumbió sin luchar en medio de la debacle del gobierno ante sus propias contradicciones.
Esta idea de las revoluciones por etapas y del frente popular plantea un sinsentido que se convirtió en tragedias a nivel internacional. Los partidos comunistas apoyan a las burguesías nacionales para que estas, a su vez, desarrollen un capitalismo contra el cual luchar. Es decir, ayudan a crear un capitalismo, para que luego de desarrollar las fuerzas productivas, todos luchen para derrotarlo. Si no fueran tan trágicos los resultados, resultaría un buen chiste. El gobierno de Arbenz maniobró entre las clases, balanceándose y tratando de evitar un enfrentamiento final. En varias ocasiones, detuvo la iniciativa de los trabajadores para que estos no fueran demasiado radicales, aunque eso no impidió la furia de la oligarquía y el imperialismo.
La reacción
La campaña de la derecha no comenzó con el gobierno bonapartista de Arbenz, pero sí se polariza de forma importante después de la reforma agraria. Aprovechando el clima internacional de la guerra fría, la iglesia católica y la oligarquía desataron una campaña desenfrenada al acusar de comunistas a ambos presidentes. Desde 1944, pocos meses después de que el primer gobierno asumiera la presidencia, se había desatado una campaña que agitaba el anticomunismo y acusaba al gobierno de comunista: “sea usted patriota, combata el comunismo”. Esta campaña se extendió de forma masiva por todo el país en los siguientes meses y años. En las manifestaciones que organizaba la derecha se podían leer algunas consignas como “Viva Cristo Rey, no somos comunistas” o “el comunismo desconoce a la familia y a la religión”. Los religiosos utilizaban cualquier excusa para confrontar a sus feligreses contra el gobierno. Estas escaramuzas sirvieron para que la derecha reaccionaria fuera acumulando fuerza entre los sectores más desclasados e ignorantes del campo y la ciudad. Cuando se sintieron suficientemente fuertes salieron a la luz organizando frentes cívicos y partidos anticomunistas. En 1951 se fundó el Partido Anticomunista en Antigua y en los meses siguientes se formaron comités anticomunistas en más departamentos.
Estas campañas y organizaciones anticomunistas fueron permitidas por Arbenz bajo la supuesta “libertad de expresión”. Aunque estas organizaciones no llamaban a enfrentarse al gobierno de forma directa, todos sus comunicados y manifestaciones llamaban a que el gobierno no hiciera reformas comunistas, etc. Esta pasividad tanto del gobierno como de los propios comunistas permitió que estas organizaciones ganaran terreno y crecieran. En marzo de 1952, después de una manifestación de la derecha, un manifiesto fue leído con las firmas de las siguientes organizaciones: Comité Cívico Nacional, Estudiantes Universitarios Anticomunistas, Central Anticomunista Femenina, Anticomunistas de Estudiantes de Ciencias Comerciales y el Partido Unificado Anticomunista, esta manifestación exigía la disolución del Partido Comunista y amenazaban con una guerra civil si el gobierno no los escuchaba:
“Que dios no permita que el gobierno de la republica desoiga los mandatos de la ley y la voz del pueblo, para que Guatemala no sufra los horrores de una guerra civil, que tarde o temprano ensangrentaría el suelo patrio si el comunismo continuara socavando la moral cristiana, desarticulando la economía y desquiciando la vida institucional” (citado en Guadalupe Rodríguez de Ita, La participación política en la Primavera Guatemalteca)
A ese Dios al que se referían los anticomunistas tenía nombres y apellidos: eran llamados al ejército para que actuara en caso de que el gobierno siguiera por el mismo camino. En 1953 surgieron dos partidos más con las mismas tendencias golpistas y anticomunistas. Uno de ellos declaraba en sus intenciones que su objetivo era “luchar decididamente contra el avance y consolidación del comunismo en Guatemala”. Estos llamados no caían en oídos sordos, en Honduras se formó el llamado Ejército de Liberación, encabezado por un grupo de militares exiliados y dirigido por el coronel Carlos Castillo Armas. Este ejército contrarrevolucionario era apoyado por el gobierno hondureño, nicaragüense y principalmente por el estadounidense. Los golpistas entraron a Guatemala los días 17 y 18 de junio de 1954 y el 27 de ese mes, después de que Guatemala fuera bombardeada por aviones americanos, el presidente Jacobo Arbenz renuncia y con ello claudicó a dar una lucha armada para resistir la invasión. El 3 de julio el coronel golpista entró triunfante a la ciudad de Guatemala.
Testimonios de la época hablan de la presión que se sentía en aquellos días en las calles de Guatemala. Ernesto Guevara, el futuro Che Guevara, se encontraba en ese momento ahí, y a lo largo de las cartas que escribe a su familia deja testimonio de este ambiente: “Este es un país donde uno puede dilatar los pulmones y henchirlos de democracia. Hay cada diario que mantiene la United Fruit que si yo fuera Arbenz lo cierro en cinco minutos, porque son una vergüenza y sin embargo dicen lo que les da la gana y contribuyen a formar el ambiente que quiere Norteamérica, mostrando esto como una cueva de comunistas, ladrones, traidores, etc…” (Citado en Paco Taibo II, Ernesto Guevara, también conocido como el Che).
Los trabajadores pidieron una y otra vez armas al ejército y al presidente; sin embargo, Arbenz tenía confianza en su ejército y se negó a entregar las armas al pueblo. Cuando el 25 de junio, por fin viene la orden de dar las armas al pueblo, el ejército se niega. Los invasores, a pesar de que tenían el apoyo del imperialismo, pudieron ser derrotados si se hubiera armado al pueblo. El ejército no movió un dedo para defender al gobierno democráticamente electo. Salvo algunas excepciones, la mayoría de los altos mandos simplemente ignoraron cualquier medida preventiva para evitar el golpe, y cuando este se consumó, simplemente se encogieron de hombros. Las bajas del ejército durante el golpe sólo son de 15 muertos y 25 heridos. La gran mayoría de los muertos fueron de las brigadas de resistencia de los trabajadores y campesinos. El Che deja una pequeña reflexión sobre este, en una carta a su madre: “Vieja, todo ha pasado como un sueño lindo (…) la traición sigue siendo patrimonio del ejército (…) Arbenz no supo estar a la altura de las circunstancias, los militares se cagaron en las patas”.
Marx, basado en la experiencia de la Comuna de París, sacó la conclusión de que, si los trabajadores quieren derrotar al capitalismo, no pueden hacerlo tomando y reeducando al aparato estatal de la burguesía, sino destruyéndolo y formando un semi Estado de los trabajadores. El Estado y todas las instituciones que lo conforman, leyes, cámaras parlamentarias, jueces, cárceles, policía, ejército, iglesia, universidades, etc., están al servicio de la clase que económicamente es la dominante en la sociedad. En este caso la burguesía fortalece su aparato estatal para llevar adelante su dominación. Los trabajadores no pueden utilizar esa herramienta para liberarse, por eso la tiene que destruir, y eso pasa con la desaparición del ejército profesional y sustituirlo por el pueblo en armas. Arbenz, como el reformista que era, pensaba que el Estado era un instrumento neutral, un árbitro que conciliaba entre las clases y que si algo fallaba en la sociedad podía resolverse fortaleciendo al Estado, es decir fortaleciendo el aparato de dominación de la burguesía, que, en los momentos claves, quería echarlo del poder.
Esta es la razón por la cual, en el momento en que los mercenarios golpistas entraron a Guatemala, el ejército no reaccionó. Al contrario, todo el cuerpo del Estado veía a Arbenz y a su proyecto como una aventura que tenía que terminar y se movilizó en su contra. No se trata de falta de patriotismo por parte de los militares, se trata de que ellos son el instrumento básico con el cual la propiedad privada cuida sus intereses. Las teorías reformistas sobre el Estado democrático e independiente caen a la basura cada que se analiza los diferentes procesos de lucha revolucionaria en nuestro continente.
Arbenz renuncia el 27 de junio, bajo presión de los bombardeos americanos y las exigencias de los militares. En un mensaje por la radio se pudo escuchar: “Algún día serán derrotadas las fuerzas obscuras que oprimen al mundo subyugado y colonial…”
El régimen de terror de Castillo Armas, y muchos más que le siguieron, llevaron el sello indeleble del anticomunismo. El “Plan de Tegucigalpa”, con el cual enarbolaron el golpe, tenía el objetivo de “desovietizar” el país. Hubo una contrarrevolución en toda regla, cargada de racismo a los indígenas; con todas las organizaciones sindicales y políticas de izquierda ilegalizadas; siendo derogada la constitución de 1945 y disuelto el Congreso; el Código de Trabajo fue modificado; se derogó la reforma agraria y se instauró una contrarreforma agraria; y para mantener el ajuste de cuentas contra toda la izquierda se creó el Comité Nacional de Defensa contra el Comunismo. Entusiasmado por lo que sucedía en el país, el imperialismo americano apoyó al gobierno con un donativo de 80 millones de dólares.
“Nunca fue tan transparente y desembozado el odio de clase: la matanza de agraristas que en la retórica anticomunista resultaron ser los campesinos que habían osado reclamar o recibir una parcela de tierra, la masacre de varias decenas de integrantes de comités agrarios locales, la expulsión violenta, e injusta incluso, de viejas heredades campesinas, la cárcel para decenas de miles de sindicalistas, estudiantes, maestros, hombres y mujeres del pueblo; la fuga precipitada de más de 50 000 personas a México, etcétera” (Edelberto Torres Rivas, Guatemala, medio siglo de historia política).
A forma de conclusión
La derrota fue terrible y abrió un periodo de más de 40 años de contrarrevolución anticomunista y antidemocrática. Los regímenes que se instauraron después del golpe fueron verdaderos asesinos a sueldo de la propiedad privada. La izquierda, desorganizada y confundida, tomó el camino de la lucha armada para enfrentar a las feroces dictaduras. Los frentes guerrilleros tuvieron sus mejores y peores periodos. Fueron varias generaciones de valientes jóvenes, obreros y campesinos, que se estrellaron con una brutal represión por parte del Estado y grupos paramilitares. El gobierno, no conforme con el aniquilamiento de guerrilleros, emprendió una guerra civil unilateral contra las comunidades indígenas donde se pensaba que se apoyaba a la guerrilla. Tenían una frase que se aplicó a rajatabla: “si quieres pescar un pez, no es necesario pescarle, quítale el agua y el pez morirá”. Con esta lógica fueron asesinados más de 100 mil campesinos, indígenas, trabajadores y jóvenes. Comunidades enteras fueron arrasadas.
El capitalismo, contra el que combatieron los trabajadores y campesinos en la primera mitad de la década de los 50, sigue en curso. La concentración de capital es escandalosa: “260 guatemaltecos tienen una fortuna que representa 21.3 veces la inversión del Estado y que las ganancias de estos equivalen el 56% del Producto Interno Bruto.”. En la otra cara de la moneda vemos que 6 de cada 10 guatemaltecos viven en la pobreza; uno de cada dos niños menores de 5 años sufre desnutrición; la población que vive en áreas rurales (6.87 millones de los 14.9, según el censo población del 2018) no tienen acceso a salud y agua potable. Hoy ya no es la United Fruit Co. la que domina al país, sino una oligarquía nacional de la mano de poderosos bancos extranjeros y fondos de inversiones multinacionales.
El odio racial que ejercían los liberales oligarcas y que heredaron los grandes monopolios de los años 50, sigue manteniéndose y reproduciéndose en los modernos corporativos. Los más pobres, los que tiene los peores trabajos, la mayoría en las zonas rurales, siguen siendo los indígenas, quienes han sido extremadamente explotados por más de 500 años. Hoy hay algunos teóricos posmodernos que plantean que el problema de los indígenas se resolvería con un estado plurinacional y diverso; promulgar leyes de discriminación positiva no ha servido para mucho durante todo este tiempo. La revolución del ‘50 demostró que el problema del indígena está íntimamente ligado a la tierra y la falta de empleo bien pagado; es decir, sus demandas fundamentales eran la posesión de los medios de subsistencia. Hoy mismo la respuesta para resolver los problemas raciales y de autodeterminación la podemos encontrar en la revolución socialista: nacionalizando las fábricas y expropiando las tierras a los nuevos terratenientes. Los problemas del indígena están íntimamente relacionados con los de su clase, los explotados del campo y la ciudad. Lo mismo podemos decir del problema de la violencia a la mujer indígena y trabajadora.
La diferencia fundamental entre aquellos años de la revolución guatemalteca y hoy, es que ahora el capitalismo no vive un proceso de auge económico como el de la posguerra. Hoy el capitalismo está en un callejón sin salida, todas sus contradicciones están saliendo a la luz a partir de la crisis económica mundial y de la pandemia provocada por el Covid-19. No hay nada de progresista en él y los únicos que se aferran a este sistema, como si no hubiera otra salida, son los reformistas que piden que aguantemos más desempleo, violencia, hambre y miseria. Nuestra respuesta debe ser clara: no seguiremos aguantando y lucharemos. Recobraremos las mejores tradiciones revolucionarias del movimiento obrero y campesino, y, con el marxismo como bandera, abriremos el camino que fue cerrado por el golpe de estado de 1954.
Los retos de la revolución guatemalteca, y latinoamericana en general, son los mismos a los que se enfrentaron los trabajadores y campesinos en la primera parte de la década de los 50. Todos los gobiernos progresistas que han llegado al gobierno en los diferentes países latinoamericanos negando la posibilidad de ir al socialismo. Todos ellos, sin excepción, han querido hacer reformas que benefician al pueblo sin romper con el capitalismo, pero, como lo vemos en el ejemplo guatemalteco, no se puede hacer una revolución a medias. Si no se termina con el poder de la oligarquía y del imperialismo y no se avanza con medidas socialistas, estos gobiernos nacionalistas, progresistas, humanistas, reformistas (y cualquier otro mote que se le quiera endilgar) son aplastados cuando los intereses de las fuerzas fácticas son tocados. Las tareas de la próxima revolución latinoamericana y guatemalteca necesariamente serán socialistas. Si el proceso no avanza hacia allá se volverán a reproducir los mismos errores que se han pasado en los últimos 70 años.
Las nuevas generaciones entrarán a la lucha y lo harán sin prejuicios: frescos y dispuestos a luchar por un futuro mejor. Los marxistas tenemos la obligación de comprender las limitaciones y errores del pasado para enfrentar el porvenir. Como dijo el filósofo: “Ni reír, ni llorar, sino comprender”. Sobre esta comprensión encontraremos el camino para construir un fuerte partido revolucionario con cuadros probados en la lucha, y que sea capaz de ganar la confianza de la mayoría de los trabajadores y campesinos a la lucha por el socialismo.