El siguiente artículo ofrece una valiosa retrospectiva de los sucesos ocurridos los días 11, 12 y 13 de Abril, en la cual se hace un análisis marxista de las fuerzas que se encontraban detrás del golpe, así como las causas de su derrota y los sucesos posteriores al mismo, en aras de comprender la dinámica actual de la lucha de clases en Venezuela.
El presidente Hugo Chávez llegó al poder en 1998, sobre la base de una plataforma electoral que se comprometió a acabar con el odiado sistema de Punto Fijo, poner fin a la corrupción y erradicar la pobreza.
El pacto de Punto Fijo, firmado en 1958, básicamente consolidó un sistema de dos partidos entre el socialcristiano COPEI y el socialdemócrata AD. Los dos partidos acordaron compartir todas las instituciones del poder estatal, el poder judicial, los sindicatos, las organizaciones de la sociedad civil, etc., en un acuerdo amistoso. A la gente se le permitió votar por cualquiera de los partidos, pero la oligarquía se mantendría firme en el poder. El sistema se sostenía por extensas redes de clientelismo, en el cual ambos, adecos [AD] y copeyanos [COPEI], eran capaces de dar puestos de trabajo y subsidios a grandes cantidades de personas para garantizar su lealtad política.
Mientras que los ingresos del petróleo fluyeron a las arcas estatales, permitiendo un cierto grado de desarrollo y gasto social, esta limitada democracia burguesa fue el mejor camino para la clase dominante venezolana de mantener su dominio. Todo llegó a su fin, sin embargo, en febrero de 1989, cuando las masas se levantaron contra un programa de austeridad impuesto por el FMI, presentado por el adeco Carlos Andrés Pérez.
El gobierno llevó al ejército a las calles para aplastar el levantamiento popular conocido como “El Caracazo”, asesinando a miles de personas en el proceso. Eso produjo una fractura masiva en el sistema. Las masas, que generalmente habían tenido apatía hacia el puntofijismo, se habían levantado ahora en su contra. La ilusión de la “democracia” se había roto al darse cuenta de que la oligarquía sólo podría mantenerse en el poder con la brutal represión del pueblo. Por otro lado, un grupo de jóvenes oficiales militares patriotas y nacionalistas fueron repelidos profundamente por la idea del ejército siendo utilizado contra el pueblo venezolano. Entre estos oficiales que buscaban inspiración en la figura de Simón Bolívar (el héroe de la liberación latinoamericana de la dominación colonial española), estaba Hugo Chávez.
El fallido levantamiento militar en 1992 contra el antiguo sistema fue una consecuencia directa del Caracazo. Sin embargo, a pesar de que fue derrotado, estableció a Hugo Chávez como una figura que concentró todo el odio hirviente de las masas contra el viejo orden. De hecho, el gobierno de Caldera, que reemplazó a Carlos Andrés Pérez, se vio obligado a liberar a Chávez y a sus compañeros de conspiración bajo la presión de las masas.
Cuando el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200) de Chávez, finalmente decidió presentarse a las elecciones presidenciales de 1998, el régimen de Punto Fijo ya estaba herido de muerte. El candidato favorito de la oligarquía en esas elecciones fue Irene Sáez, una ex Miss Universo que planteaba un programa de terminar con la corrupción y la burocracia, presentándose como una candidata anti-sistema. A finales de 1997 tenía un 70% a favor en las encuestas de opinión y más tarde ganó el respaldo oficial de COPEI. Sin embargo, ella era también alcalde de Chacao, el más rico de los municipios de Caracas, y todo sobre representaba a la adinerada y occidentalizada clase media alta, totalmente desprovista de cualquier sustancia y sin vínculos con los millones de trabajadores oprimidos y los pobres en los barrios que rodean a la capital.
Estaba claro que ninguno de los candidatos de los dos principales partidos de la clase dominante tenían posibilidad alguna de ganar y AD y COPEI se mantuvieron en la contienda cambiando sus candidatos. Días antes de la elección decidieron lanzar su apoyo a Salas Römer, el acaudalado gobernador de Carabobo, que pertenecía a la clase dominante, pero que quería distanciarse de los partidos puntofijistas y había creado su propio partido, Proyecto Venezuela.
La campaña realmente reveló la profundidad de la polarización de clases en la sociedad venezolana. Hablando el lenguaje llano y coloquial del pueblo, Hugo Chávez, viajó a lo largo y ancho del país participando en un diálogo con cientos de miles de personas en las capas más pobres y oprimidas. Su mensaje era sencillo, claro y atractivo contra el viejo orden. Por primera vez en décadas fueron arrastrados a la actividad política, cuando vieron a un candidato con el cual se identificaban y a quien consideraban que reflejaba sus intereses y aspiraciones.
Su programa no era ciertamente socialista e incluso jugó con la idea de la “tercera vía”. Había incluso una sección de la clase dominante venezolana que apoyó su campaña con la esperanza de utilizarlo como un ariete para limpiar la fachada de la política venezolana y dar a la democracia burguesa una nueva oportunidad de vida.
Sin embargo, los intereses de clase de las fuerzas que se habían reunido detrás de su campaña, el pueblo que se había levantado en febrero de 1989, se encontraban en contradicción con los intereses de los terratenientes, los capitalistas, los banqueros, los propietarios de los medios de comunicación y los parásitos ricos que formaban la oligarquía venezolana, un grupo muy unido de cerca de 100 familias con sonoros apellidos, que habían gobernado el país durante casi 200 años.
Finalmente, en diciembre de 1998, Chávez logró una gran victoria, ganando el 56% de los votos contra el 38,9% del candidato de la oligarquía, Salas Römer. Eso marcó el fin formal del puntofijismo, aunque la oligarquía se mantuvo firmemente en el poder.
Hugo Chávez tomó una serie de medidas audaces para acabar con el viejo sistema político, llamando a un referéndum sobre la convocatoria a una asamblea constituyente (que se ganó con más del 87% de los votos), luego llamando a elecciones para la asamblea constituyente en sí (donde los candidatos bolivarianos obtuvieron el 95% de los escaños), a un referéndum sobre la nueva Constitución (que fue aprobado con el 71% de los votos) y, finalmente, nuevas elecciones presidenciales en 2000 (que ganó con el 59% de los votos).
Todo esto consolidó su apoyo entre las masas e introdujo una serie de reformas democráticas en el sistema político que, sin embargo, se mantuvieron firmemente dentro de los límites del capitalismo. La clase dominante estaba cada vez más atemorizada del potencial revolucionario del movimiento bolivariano, en particular el hecho de que las masas populares ahora estaban participando directamente en política, con cientos de miles de personas organizándose a nivel comunitario en Círculos Bolivarianos y en otras organizaciones revolucionarias.
Fue la Ley Habilitante de noviembre de 2001, aprobada con el fin de introducir un paquete de 49 leyes, lo que marcó un punto de inflexión. Es importante señalar que ninguna de estas leyes fueron socialistas en su contenido. Las dos más importantes trataban con la riqueza petrolera del país y con la reforma agraria. La Ley de Hidrocarburos básicamente aumentó los impuestos y regalías a las multinacionales extranjeras que operan en Venezuela y estableció un requisito de participación estatal del 51% en las empresas mixtas, entre ellas la compañía estatal PDVSA y las multinacionales extranjeras. Esto también se encontraba relacionado con el tema del control del gobierno sobre PDVSA, cuyos gerentes y directores dirigían la empresa como si se tratara de sus propios negocios privados, favoreciendo los intereses de las empresas multinacionales. La Ley de Reforma Agraria contemplaba la expropiación (con indemnización) de los latifundios ociosos con el fin de redistribuir la tierra a los campesinos sin tierra, y de hecho no era más radical en su redacción que la Ley de Reforma Agraria de 1960.
Estas 49 leyes aprobadas en noviembre de 2001, de hecho, no van más allá de las tareas democráticas burguesas pendientes de la revolución venezolana. El hecho de que la oligarquía venezolana (capitalistas y terratenientes) planteó tal oposición masiva a estas leyes, muestra su carácter parasitario y reaccionario en particular, uno que tienen en común con el resto de las oligarquías de América Latina, pero que en Venezuela se ve agravada por su acceso a la riqueza petrolera.
Aquí reside la principal contradicción de la revolución venezolana. Algunas de sus tareas son de hecho tareas democráticas nacionales (sobre todo el logro de una auténtica independencia nacional de la dominación imperialista y la reforma agraria). Sin embargo, la burguesía venezolana ha demostrado ser completamente incapaz de hacer frente a cualquiera de estos asuntos en 200 años desde que el país logró su independencia formal. Los capitalistas venezolanos están indisolublemente ligados a los terratenientes (muchos de ellos grandes capitalistas agrarios) y al imperialismo. No hay ni una pizca de contenido patriótico o democrático en ellos. No sólo eso, sino que cuando un presidente electo democráticamente, Hugo Chávez, toma por primera vez medidas para comenzar a resolver estas tareas básicas de la revolución democrático-burguesa, la oligarquía organiza un golpe militar para derrocarlo.
Este es el contenido real del golpe de Estado en Venezuela del 11 de abril de 2002: Una rebelión de las clases poseedoras contra un intento de llevar a cabo la revolución democrática nacional.
De hecho, aquellos eventos fueron una confirmación brillante de la “Teoría de la Revolución Permanente” que Trotsky enunció. El revolucionario ruso, extrayendo conclusiones a partir de la Revolución Rusa de 1905, declaró:
“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y especialmente a los países coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus tareas democráticas y de liberación nacional tan sólo pueden concebirse a través de la dictadura del proletariado como líder de la nación oprimida y, sobre todo, de sus masas campesinas.”
A partir de diciembre de 2001, la clase dominante, en estrecha colaboración con los imperialismos norteamericano y español, elaboró un plan detallado para sacar a Hugo Chávez de la presidencia por la fuerza. Es fácil saber quién estaba involucrado, ya que el 11 y 12 de Abril de 2002, cuando pensaron que habían ganado, fueron muy abiertos al respecto. En la juramentación de Pedro Carmona, jefe de la patronal Fedecámaras, como el nuevo “presidente” de Venezuela, hubieron cerca de 400 personas que firmaron una lista de asistencia.
La lista de nombres en esta lista incluye a los principales capitalistas, propietarios de industrias y empresas, propietarios y directores de los bancos privados, propietarios y directores de los medios de comunicación, la jerarquía de la Iglesia Católica, las cabezas de la corrupta central sindical CTV, los jefes de los principales partidos burgueses, representantes de asociaciones de profesionales, organizaciones de grandes y medianos patronos, directores de PDVSA, etc., etc.
Diez años después del evento, a todos les gusta negar que tuvieron algún papel en el complot. Parece como si nunca hubiera sucedido, ¡Ya que los principales actores niegan tener conocimiento previo o participación en el golpe! Sin embargo, hay imágenes, grabaciones de sonido, pruebas de vídeo y todos ellos están en él.
La participación de los EE.UU. y la embajada española ahora no tiene duda alguna. Los golpistas no hacían ningún movimiento sin antes consultar con Washington y no sin antes de recibir el visto bueno de sus amos en los EE.UU. .Fue un clásico golpe de estado, antidemocrático y antinacional.
El golpe de Estado también reveló una profunda división dentro del propio movimiento bolivariano. Muchos de sus dirigentes con cargos electos juraron lealtad al nuevo régimen golpista de Carmona, entre ellos varios de los gobernadores regionales. El principal de ellos fue Luis Miquilena, un miembro fundador del Movimiento Quinta República de Chávez y Ministro del Interior y Justicia, quien abandonó el barco y se reincorporó a la oligarquía. Él no fue el primero y no iba a ser el último. A medida que la revolución se ha ido desplazando progresivamente más a la izquierda y los conflictos de clase se han intensificado, todo tipo de elementos burocráticos y reformistas, que por lo general están a la cabeza del movimiento, lo han traicionado y se han unido al enemigo de clase.
En el otro extremo del movimiento bolivariano, la base revolucionaria, las masas, salieron a la calle con las manos desnudas y en menos de 48 horas derrotaron el golpe de Estado. Esa hazaña es muy notable y tiene pocos paralelos en la historia revolucionaria. Los líderes bolivarianos que habían permanecido leales a Chávez fueron encarcelados o estaban en la clandestinidad. El Presidente había sido secuestrado. La totalidad de los medios de comunicación celebraron la “transferencia pacífica del poder” y difundieron la mentira de que el presidente había renunciado.
Sin embargo, mostrando un fino instinto revolucionario de clase, cientos de miles de personas salieron a las calles, desafiaron el toque de queda y el estado de emergencia y lucharon contra las fuerzas policiales. Decenas de miles de personas se reunieron fuera de los cuarteles militares como Fuerte Tiuna en Caracas y la 42a División de Paracaidistas en Maracay, gritando consignas revolucionarias. La enorme presión de las masas dividió al ejército burgués por la mitad, como ocurre en toda revolución verdadera. Soldados de la tropa y oficiales de rango inferior se unieron con el pueblo revolucionario, llevando con ellos algunos oficiales de mando que eran leales a Chávez.
En los meses y años después del golpe de Estado se ha puesto de moda sostener que su derrota se había debido a la improvisación y a las disputas internas de los golpistas. La verdad es precisamente lo contrario. Fue el movimiento revolucionario espontáneo de las masas lo que provocó vacilación y divisiones entre los golpistas. Que nadie se deje engañar por este revisionismo histórico: el golpe estaba bien preparado, cuidadosamente orquestado y todos los actores interpretaron el papel que les había sido adjudicado a ellos. Este no fue el primer golpe oligárquico imperialista en América Latina y el guión, de hecho, siguió de cerca el del golpe de Estado contra Allende en Chile en 1973.
Este fue un “golpe de estado burgués e imperialista”, como el presidente Chávez correctamente destacó en su discurso en el 10 º aniversario. Sin embargo, no todas las conclusiones se extrajeron de esta sentencia.
Cuando Chávez fue restituido en el poder, el 13 de abril de 2002, salió al que ha sido conocido como “el balcón del pueblo” del Palacio de Miraflores, y pronunció un discurso ante las masas reunidas llamado a la reconciliación y diálogo con la oposición, la misma “oposición”, que acababa de organizar un levantamiento militar contra él.
Cuando Chávez fue restituido en el poder, el 13 de abril de 2002, salió al que ha sido conocido como “el balcón del pueblo” del Palacio de Miraflores, y pronunció un discurso ante las masas reunidas llamado a la reconciliación y diálogo con la oposición, la misma “oposición”, que acababa de organizar un levantamiento militar contra él.
Los medios de comunicación burgueses en Venezuela y a nivel internacional se deleitan en criticar a Chávez como un dictador autoritario, pero, como una cuestión de hecho, en todo caso, ¡Debería ser criticado por ser demasiado indulgente con la oligarquía! Recuerdo que en mi primera visita a Venezuela en 2002, hablando con una ama de casa de clase obrera, una mujer profundamente católica, que sólo había sido llevada a la política por la revolución bolivariana, ella me dijo: “Cuando ví a Chávez ese día salir al balcón con un crucifijo y la Constitución, me dije a mí misma, deberías estar saliendo con la espada de Bolívar para cortar las cabezas de los golpistas oligárquicos”.
Los reformistas, de los cuales hay muchos en los niveles más altos del movimiento bolivariano, sostuvieron, y todavía hoy defienden, la idea de que las condiciones no eran las adecuadas, que la oligarquía no debía ser provocada, que la revolución no tenía el control del Ejército ni de PDVSA, etc., pero la verdad es concreta.
La oligarquía no aceptó la mano extendida de Chávez, sino que inmediatamente comenzó a organizar un nuevo golpe de estado que se materializó en el cierre patronal y sabotaje de la empresa petrolera de Diciembre de 2002 a Enero de 2003. Una vez más, se dejó a las masas revolucionarias para derrotar a la contrarrevolución, esta vez con el papel crucial desempeñado por los trabajadores petroleros que tomaron el control del funcionamiento y dirección de la industria y superaron el criminal sabotaje.
Esta es la historia que se ha repetido una y otra vez en los últimos diez años. La clase dominante (porque todavía detentan el poder económico y en cierta medida controlan algunas de las palancas del poder político), han puesto en marcha un intento contrarrevolucionario tras otro. Las contrarrevolucionarias “guarimbas”, el referéndum revocatorio, los disturbios por la no renovación de la licencia a RCTV, el contra-revolucionario llamado “movimiento estudiantil”, incontables provocaciones en la frontera con Colombia, el asesinato de campesinos y otros activistas revolucionarios, complots paramilitares, etc.. En todas y cada una de las ocasiones, las masas han respondido y han aplastado la contrarrevolución. Pero, también en cada caso, la victoria de las masas no ha sido utilizada para dar un golpe decisivo contra la oligarquía, sino que ha sido diluida por los reformistas dentro del movimiento.
Unos pocos años después del golpe, Chávez, basándose en su propia experiencia, dice explícitamente que los objetivos de la revolución bolivariana sólo pueden lograrse a través del socialismo. No podría tener más razón. Toda la experiencia de la revolución bolivariana desde 1998 muestra precisamente esto: Sin romper de manera decisiva la resistencia de la clase dominante, ni siquiera las más básicas tareas democráticas nacionales se pueden lograr, ni hablar de las tareas socialistas que están indisolublemente ligadas a ellos.
Diez años después del golpe, la revolución tiene muchos logros que mostrar en su balance en los campos de educación, salud, alfabetización, etc., sin embargo, la oligarquía aún controla el sistema bancario, la cadena de distribución de alimentos, otros sectores claves de la economía, las fincas más grandes y productivas… Para decirlo sin rodeos, el capitalismo sigue existiendo en Venezuela y los capitalistas están involucrados en una implacable campaña de sabotaje económico y en una permanente huelga de capitales. Ellos están usando su poder económico con el fin de impedir el cumplimiento de la voluntad democráticamente expresada de la mayoría.
La conspiración contrarrevolucionaria no ha cesado. Hace unas semanas el presidente Chávez reveló que tenía información de un plan de la oposición de no reconocer la validez de las elecciones presidenciales de Octubre (que la oposición es probable que pierda), organizar disturbios y crear las condiciones para la intervención extranjera. Agregó que tenía información de bancos y empresas, tanto extranjeras como nacionales, que estuvieron involucrados en este complot y amenazó con nacionalizarlas a través de medios legales incluidos en la Constitución. Esto es absolutamente correcto. Sin embargo, no se debe esperar hasta que se intente otro golpe antes de nacionalizarlas, sino más bien, tomar medidas preventivas.
La impunidad de los golpistas es un problema importante en Venezuela para muchos activistas revolucionarios. Muy pocos de los principales actores del golpe han sido llevados ante la justicia. Algunos de ellos, como Pedro Carmona, están disfrutando de un exilio dorado en Bogotá o Miami. Otros, como algunos agentes de la Policía Metropolitana, han sido declarados culpables, pero les ha sido dada la libertad anticipada de la cárcel. La mayoría están libres, nunca han sido juzgados y constituyen la columna vertebral de los partidos de la oposición. El actual candidato de la oligarquía en las próximas elecciones presidenciales, Capriles Radonsky, fue parte del golpe de estado cuando personalmente dirigió el asalto ilegal a la embajada cubana (una violación del territorio diplomático).
La Corte Suprema de Justicia dictaminó que no había habido golpe de Estado sino un “vacío de poder”, que fue ocupado por Pedro Carmona y el resto de los golpistas. Cuando el fiscal estatal Danilo Anderson por fin abrió una investigación sobre el golpe de Estado, y comenzó a investigar en 2004, fue asesinado con un coche bomba.
La mejor manera en la que podemos conmemorar la victoria del pueblo contra el golpe de Estado en 2002, es aprovechando todas las lecciones necesarias del mismo. La revolución bolivariana no puede ser completada a menos que el poder de la oligarquía, que es utilizado para impedir la voluntad democrática del pueblo, sea destruido. El socialismo es la propiedad colectiva de los medios de producción, los bancos y la tierra, para que la economía sea planificada democráticamente en interés de la mayoría del pueblo. No hay nada más razonable y democrático que eso.
En Venezuela, esto podría llevarse a cabo de una manera simple y justa: obteniendo la lista de los que asistieron a la juramentación de Pedro Carmona, cuando acabó con todas las leyes y garantías democráticas y expropiando sus bienes, bancos, haciendas, empresas, industrias, todo.
Sólo hay una fuerza en la sociedad venezolana que puede lograr esto, la misma fuerza que derrotó a la oligarquía dos veces en 2002 y en muchas ocasiones desde entonces: La clase obrera a la cabeza del pueblo revolucionario.
!Todo el poder al pueblo trabajador!
!Expropiar a los conspiradores!
!Avanzar hacia el socialismo!