Una mariposa contra Stalin

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La burocracia tuvo en Cuba un singular adversario. Celia Sánchez, secretaria de Fidel Castro, no había leído en su vida mucho sobre la teoría marxista y sobre el desempeño de Stalin en la URSS, fue sin embargo el castigo para la práctica en Cuba de los métodos del georgiano, que tanto nos ha dado que decir y hacer todavía.

En el 25º Aniversario del fallecimiento de Celia Sánchez Manduley

La burocracia tuvo en Cuba un singular adversario. Celia Sánchez, secretaria de Fidel Castro, no había leído en su vida mucho sobre la teoría marxista y sobre el desempeño de Stalin en la URSS, fue sin embargo el castigo para la práctica en Cuba de los métodos del georgiano, que tanto nos ha dado que decir y hacer todavía.

Celia, a la que le debo, por supuesto, el sonido bellísimo de mi nombre, no fue tan sólo la secretaria personal de Fidel, debido a lo cual renunció a todo: familia, visibilidad política y otros beneficios que le podrían otorgar haber sido la primera mujer rebelde en la Sierra Maestra: Celia fue sin dudas la secretaria personal de la revolución cubana.

Ella estableció entre Fidel y el pueblo un puente ligero y flexible. Su sagacidad y prontitud, su paso leve y silencioso más un amor para la obra de la cual fue artífice, fueron sus mejores armas. Librándome de todo machismo o feminismo, u otro ismo que quieran señalarme, en Celia Sánchez pensó José Martí cuando sentenció: “No es que le falte a la mejer capacidad alguna de la que tiene el hombre, sino que su naturaleza fina y sensible le señala quehaceres más altos y difíciles.”

Celia y su padre Manuel, un médico que ejercía en Manzanillo su tierra natal, subieron al sitio más alto de la isla un busto de Martí. Con José Martí se escribe el acta de iniciación de los revolucionarios cubanos. Si de niño se sienten, más que entienden, las palabras de ese misterio, ya no hay remedio posible; se hará usted un revolucionario. Y si lo traicionase, tampoco habrá remedio para que se convierta usted en el peor de los hombres.

En la frágil estructura de esta mujer, en esas manos delgadas y en el color de sus singulares vestuarios cupieron sin atropellarse José Martí, Fidel Castro y el pueblo de Cuba.

Para saber de Celia baste mirar el hermosísimo libro Ensayo para una biografía de Pedro Álvarez Tabío. Celia Sánchez Manduley nació en mayo de 1920, en Media Luna, un pueblito rural de 4000 habitantes, enclavado en el Oriente de la isla, cerca del río Vicana, que nace nada más y nada menos que en la Sierra Maestra.

Si de algo puede hablarse de ese lugar es que Media Luna se dedicaba a la producción de azúcar; que en 1920 los precios estaban bien deprimidos; que estallan varias huelgas de obreros y que el venturoso Partido Socialista fundado en 1906 por Martín Veloz (Martinillo) ya divulgaba en Manzanillo durante la primera década del siglo las ideas socialistas. Si a esto le sumamos la inigualable devoción por José Martí de Manuel Sánchez más una intrépida genética, Celia no podía haber sido distinta.

Narra Armando Hart en su ensayo Perfiles:”Recuerdo la primera vez que oí hablar de Celia, en 1956. A Santiago de Cuba fueron los compañeros Pedro Miret y Ñico López para entrar en contacto con Frank País, recorrer la antigua provincia de Oriente y analizar las posibles zonas que podríamos convertir en escenarios de combate revolucionarios…. De Oriente regresaron a La Habana contentos de las posibilidades que había en Manzanillo, donde ella y otros compañeros organizaban núcleos clandestinos y alentaban el movimiento popular contra la tiranía.”

En algún instante habrá que detenerse un poco y calibrar la sociedad cubana de entonces… Grande debe haber sido Fidel Castro, para haber podido resumir, reorganizar y lanzar como un solo partido revolucionario a las múltiples y formidables fuerzas que existían en mi país.

En 1957 pasa Celia a trabajar definitivamente con Fidel. Desde ese momento estuvo presente en cada una de las decisiones importantes, poniendo aquella misma audacia, ternura y entrega con que colocara el primer busto de José Martí en el Pico Turquino. Una vez triunfada la revolución, su misión fue la misma: la de transductor. Un traductor perfecto entre la obra de la revolución, su pueblo y sus dirigentes.

Siendo yo niña recuerdo que muchas veces mi padre decía: “Voy a ver a Celia”. Lo decía como un acto sagrado, medio clandestino, como si fuese a confesarse. Y era correcto: frente a Celia, que tenía el poder mágico de juntar sin catastrofismo cielo y tierra, convirtiendo las ideas y proyectos en veloces memorandos, eficientes reuniones y pertinentes citas, sólo era posible confesarse: La Reforma Agraria, Las Declaraciones de La Habana, Girón…hasta la Crisis de Octubre, cuando más cerca ha estado el mundo de irse al pique nuclear, fueron decididos, sopesados, de alguna forma, en un edificio en la Calle 11 del Vedado capitalino, donde vivían Celia y Fidel, cada uno en su apartamento, como buenos vecinos.

Mi madre y Celia formaron una especie de cofradía revolucionaria. La intuición ante los problemas y su conocimiento sobre el carácter de los compañeros las ayudaban a solventar muchas incógnitas, como si todavía estuvieran haciendo la revolución. ¡Y lo estaban! Los revolucionarios que perduraron en el tiempo, los que no traicionaron, los que no nos abandonaron ni política ni económicamente, son los que están hoy en combate. Esos que todavía sufren por la negligencia, que donde estén no detienen su andar y cuestionan y cambian. Porque la revolución que proyectó Celia al lado de Fidel, de Frank, del Che, de Haydée… es absolutamente la única revolución posible en Cuba y en el mundo. Y esa revolución es permanente. Celia fue una permanente revolucionaria. Por eso, y no más, la recordamos después de 25 años de fallecida. Porque necesitamos a Celia Sánchez.

No hace mucho trataba inútilmente de hacerme entender por un camarada en relación a los elementos de burocracia estalinista en la revolución cubana. Trataba de decirle como vivió esta revolución sus primeros quince años sin institucionalizarse, como de esa forma heterodoxa se cumplieron tareas de primer orden, como la alfabetización, los planes educativos y todas las reformas, más que reformas: revoluciones, que convirtieron en esos años a la revolución cubana en el sueño de juventud de millones de hombres y mujeres en el mundo.

Las revoluciones socialistas triunfantes deben vencer a un enemigo sutil y persistente… e inherente: el estalinismo, (por llamar a esta tendencia de alguna manera). El peligro de tratar de mantener viva la revolución socialista, la agonía de estar casi siempre solos… o mal acompañados, nos hace contraer esa enfermedad, la cual es mortal si no se ataja a tiempo, y fácil de curar si tenemos el corazón, la inteligencia y el valor necesarios, tal como nuestra Celia. El estalinismo, con sus resortes de poder oscuro y difuso, su contrato con la mediocridad política, su odio al talento y la aventura, es un poder tal cual las bacterias que terminaron con los marcianos en la memorable obra “La guerra de los mundos” de H. G. Welles. No podían contra los invasores alienígenos los mejores adelantos de la ciencia, ni la mejor pericia y voluntad de los hombres. Apenas unos pseudo organismos de milésimas de centímetro de tamaño terminaron con los invasores espaciales. Así trabaja el estalinismo. No, pero no crean que soy pesimista: Nuestro organismo está invadido de bacterias y adquirimos bacterias todos los días. Pero tenemos también los macrófagos… Ellos nos protegen del mal en mancomunada lucha. Y si no pueden los macrófagos, si son demasiadas las bacterias, o son muy nuevas, basta con un antibiótico adecuado para salvarnos. El estalinismo es una bacteria que se contrae cuando llegamos al poder. ¡Pero contaremos también muchas buenas bacterias, que antes no teníamos! Con el estalinismo basta con vacunarnos periódicamente. La revolución socialista, en tanto es una forma de poder completamente nueva, necesita de nuevas vacunas.

Es curioso como nos pasamos el tiempo cuidándonos de accidentes o agresiones externas y no cuidamos de vacunarnos contra los males que auto generamos. Éste ha sido uno de los grandes problemas de las revoluciones. Una vacuna, tan sólo una vulgar vacuna. Hay momentos en que ya es tarde y deberemos transfundir sueros con fuertes antibióticos que representan medidas drásticas, esas de doble filo, pero imprescindibles.

“Sería ingenuo creer que Stalin, desconocido por las masas, surgió repentinamente de los bastidores armado de un plan estratégico completamente elaborado. No. Antes de que él hubiera previsto su camino la burocracia lo había adivinado…”, dijo Trotsky en La revolución traicionada, el que, según mi opinión, ha dado siempre el mejor diagnóstico de la enfermedad. Eso es: Stalin fue el depositario de aquel estrés natural que asume una revolución socialista. Mucho más una revolución socialista aislada y perseguida por el feroz imperialismo. El asedio invisible del estalinismo es mucho más peligroso entonces.

Una de esas vacunas, una de las que libró de manera natural y orgánica a mi revolución de la bacteria estalinista fue Celia Sánchez. El vínculo con el pueblo no lo perdió jamás. Mientras más difícil era el panorama político internacional, más pulsaba la opinión popular.

En Cuba, Lenin no ha muerto. Y es esto una nueva experiencia, pero no basta En los primeros años, cuando la revolución era un bebé, entonces los brazos de Celia la acunaron, gracias a su gusto por la verdad, su increíble sentido práctico y su conocimiento profundo de la personalidad de Fidel y del resto de los dirigentes de la revolución. No sé si Celia habrá leído los avatares de la revolución bolchevique, mas da igual, su instinto, sumado por supuesto a la impronta de Fidel, la audacia del Che y sobre todas las cosas a la estructura mental de este pueblo, hubo de preservar a la recién nacida.

En 1975 llegó el primer Congreso del Partido y la institucionalización. Vuelve a decir Armando Hart: “La guerrillera de las montañas de Oriente , a quien le agradaba dormir en hamacas, recorrer un camino serrano (…) fue sin embargo capaz de promover, organizar y desenvolverse dentro de las formalidades de la vida oficial que inevitablemente tiene todo Estado”. Era otra etapa de la revolución. Atrás quedaban muchas cosas. La joven revolución se puso traje largo, cumplía 15 años. Supo crecerse Celia y entender el cambio y de cierta forma resolver las nuevas circunstancias en que se desenvolvía esta jovencita. Conocía lo hermoso: lo disfrutaba y lo propagaba como una mariposa.

Todavía no entiendo bien como dos mujeres que no cursaron estudios universitarios, fueron en Cuba las dueñas de la belleza. Mi madre en Casa de las Américas con los intelectuales irreverentes de este país y Celia creando el entorno irrepetible de Fidel Castro.

Recuerdo muy bien la Cumbre de Países No Alineados en 1979. A Celia se le asignó la tarea de organizar las formalidades. Incluso entonces no se olvidó de la Sierra, desplegó un finísimo y herético sentido del gusto. Llenaba los ambientes con luz, color y claridad. Diseñaba todo, desde el hermosísimo salón de recepción del Consejo de Estado, donde todavía, según dicen, ondean verdes y perennes los helechos gigantes, hasta el majestuoso y popular Parque Lenin.

Quizás el amor a la belleza la hizo revolucionaria verdadera y pudo espantar el fantasma oscuro de Stalin, ese fantasma gris que siempre ha querido tragarse la luz infinita del fantasma auténtico del Manifiesto Comunista, o al revés: quizás supo hacerle bella y armoniosa la vida al pueblo… porque fue una verdadera revolucionaria. Es el cuento del huevo y la gallina. No importa. Lo que sí nos queda claro una cosa: de alguna forma fue Celia el resumen del pueblo de Cuba, no de la mujer, ni del hombre sino de la mejor parte del pueblo de Cuba. No dejó jamás de ser una pueblerina delicada y culta que ejercía el poder.

Si es el Che quien nos recuerda día y noche que uno de nuestros deberes sagrados es la revolución mundial, Celia, con su aletear presuroso, nos recuerda que no debemos parar en seguir haciendo la revolución dentro de nuestras fronteras de agua. Mejores indicadores ¡imposible!

Celia fue implacable con el imperialismo y con los enemigos de la revolución cubana, que son en definitiva los enemigos del mundo, no por eso toleró un solo instante que el manto de la burocracia empañara la obra revolucionaria. Hubo tendencias estalinistas sin dudas, esa tendencia para lo único que no es burocrática es para penetrar en la sociedad, y para lo único que no es mediocre es para buscarse adeptos, pero esta tendencia encontró en Celia el más aguerrido contrincante.

Aquel 11 de enero de 1980 Haydée Santamaría no se levantó de la cama una sola vez. Dicen que la única vez que la vieron así fue en 1967 cuando la muerte del Che. Entre lágrimas, sin consuelo, escuchaba a mi madre decir una sola palabra que la inundaba de llanto hasta llegar al delirio “Fidel mi hijita ¿Quién cuidará ahora de Fidel?” “Fidel es saludable, mama,-decía yo- hay muchos compañeros capaces de cuidarlo”. Pero hoy entiendo a mi madre. Con Celia, quien cuidaba a Fidel era el pueblo de Cuba, su mejor compañero.

Han pasado 25 años desde que esas dos mujeres dejaron de existir. ¡Han dejado de existir tantas cosas! Ahora ya no está la URSS amenazándonos con su petróleo, su cemento y su amparo, pero está danzando la doble economía en mi patria y no sé si habrá manera de que nos libremos de este artefacto económico que es la doble moneda y lo que trae consigo. Al imperialismo lo combatimos con las armas y con las ideas… parece ser que para cuidarnos de estos nuevos males necesitamos a las mariposas…

Cada mañana llevando a mi hijo a la escuela observo los frágiles y tenaces seres alados que en desigual vuelo envuelven mi mirada. Me quedo pensando si Celia se acordó antes de morir de explicarles a esas damitas cuánto las necesitamos para cuidarnos de los nuevos fantasmas.