Publicamos el artículo de Hamid Alizadeh, escrito justo antes de las Navidades, conmemorando el aniversario de la muerte de Mohammad Bouazizi, que fue el pistoletazo de salida para el inicio de la revolución árabe. En el artículo se lleva a efecto un balance de fuerzas del conjunto del proceso.
Mañana, sábado 17 de diciembre, se cumple el aniversario de la revolución árabe. Mañana, hace un año, Mohammad Bouazizi, un joven vendedor de frutas de Túnez, llevado por la desesperación, la pobreza y el coraje, se prendió fuego a sí mismo en la ciudad de Sidi Bouzid. La llama revolucionaria que inició después de su muerte—primero en el sur de Túnez, después en toda la nación y luego, haciendo erupción a través de todo el mundo de habla árabe—marcó un punto de ruptura en la historia de la humanidad. Mohammad Bouazizi
Un año después, es claro que la revolución está lejos de terminar. La situación objetiva nunca había sido tan favorable para la revolución como ahora; no obstante, una revolución no es un drama de un acto. La atmósfera de carnaval que existió durante los primeros días de la revolución se ve remplazada por el conocimiento de que se requiere más para resolver las contradicciones principales.
Mohammad Bouazizi fue reconocido como el primer mártir de la revolución árabe. Millones de jóvenes árabes pueden reconocer su corta vida, la historia de la lucha diaria contra el desempleo, la pobreza, la miseria y un aparato corrupto y opresivo.
Siendo el único proveedor de su familia, desde los 9 hasta los 16 años, Bouazizi luchó para ganarse la vida como vendedor de fruta. Con todas sus solicitudes de empleo rechazadas, intentó incluso alistarse en el ejército, lo que tampoco logró. De acuerdo a sus amigos y familia, los oficiales de la policía local maltrataron a Bouazizi durante años, incluso en su juventud, confiscándole regularmente su mercancía; pero él no tenía otra forma de ganarse la vida, así que continuó trabajando como vendedor callejero. Seis meses antes de su intento de suicidio, la policía le envió a su casa una multa de 400 dinares (280 dólares) –el equivalente a dos meses de ganancia.
El 17 de diciembre de 2010 adquirió una deuda de 200 dólares aproximadamente para comprar mercancía para vender. Una mujer policía le salió al paso al dirigirse al mercado, alegando que no tenía permiso para vender—el cual ni siquiera es requerido por la ley. Pero Bouazizi no tenía fondos para sobornar a la policía. La policía fue a quitarle sus cosas, pero él se rehusó a entregarlas. Se llegaron a las palabras, la mujer policía le abofeteó, le escupió, le confiscó sus aparatos eléctricos y arrojaron a un lado su carrito. Después, con la ayuda de sus compañeros, lo tiraron al suelo, donde le dieron una paliza.
Públicamente humillado, Bouazizi fue a la municipalidad y demandó ver a un oficial. Le dijeron que el oficial estaba en una junta. Acto seguido, fue a por un bote de gasolina y regresó a la municipalidad. Mientras se encontraba en medio del tránsito, gritó: “¿Cómo esperan que me gane la vida?” Entonces se roció y se prendió fuego.
Necesidad y accidente
Este acto de desesperación no es aislado, sino, de hecho, uno en una ola de autoinmolaciones que han cubierto el Maghreb en los años anteriores. La muerte de Bouazizi fue el chispazo que prendió la revolución árabe, no debido a los rasgos excepcionales de Bouazizi, sino porque millones de trabajadores y pobres a través del mundo árabe, quienes han sufrido condiciones similares, no pudieron tolerar más su situación.
De hecho, contra lo que inconscientemente se están rebelando es contra el sistema capitalista, que ya no es capaz de ofrecer las concesiones más básicas a las masas. Los regímenes totalitarios de la región son simplemente una expresión de la contradicción entre el elevado desarrollo de las fuerzas productivas y la aspiración de las masas de usar esto para desarrollar y elevar su calidad de vida, por un lado; y, por el otro, de su incapacidad orgánica para desarrollar la sociedad y desarrollar su potencialidad.
Durante los años de boom, al final de los noventas y hasta el 2008, una cada vez más pequeña minoría gobernante, junto con los amos en Europa y Estados Unidos, se hicieron de billones de dólares en el mundo árabe. Ben Ali, Gadafi, Assad y Mubarak—todos ellos, líderes de la contrarrevolución contra la revolución colonial del periodo de posguerra—encomiaban las maravillas de capitalismo. Tratando a sus países como si fueran sus feudos, supervisaron la venta total de la industria hasta entonces perteneciente al Estado, que para la mayoría de los países fue la joya de la corona de las revoluciones democrático nacionales. El capitalismo sí estuvo en un boom durante ese periodo, pero para las masas éste no ofrecía más que más explotación y, en el mejor de los casos, más deuda. Los países árabes tienen las tasas de desempleo más altas del mundo; de acuerdo a la ONU, el 40% de la gente aquí vive con menos de 2 dólares diarios.
La heroica juventud del mundo árabe se puso al frente de la revolución y mostró su enorme sacrificio. La explicación no es difícil de imaginar; la juventud árabe no tiene mucho qué perder. Más del 60% de los 350 millones de árabes en el mundo tiene menos de 30 años. Una gran mayoría de ellos tienen magras perspectivas de encontrar trabajo o de construir un futuro próspero. El desempleo juvenil es del 40% aproximadamente y en algunas regiones alcanza el 80%. La BBC reporta que en 2005, hubo 700.000 graduados en Egipto, pero sólo había 200.000 trabajos para ellos.
En la cima de la lucha diaria por la existencia, la enorme supresión de los derechos democráticos y la colosal escalada de corrupción pesaban como una montaña en todas las relaciones sociales. Antes de que la revolución árabe comenzara, una espesa niebla de depresión, pesimismo y desesperación cubrieron las calles del mundo árabe.
Éstas fueron las razones reales de la erupción de la revolución árabe. Pero para los empiristas burgueses, esto es un libro cerrado. Para ellos, la historia no es más que una cadena de eventos aleatorios. Nosotros, junto con millones de trabajadores y de jóvenes, honramos la memoria de Mohammad Bouazizi. Aún así, entendemos que en términos objetivos, él fue una figura accidental, precedida por innumerables hombres y mujeres quienes, de una u otra forma, perdieron sus vidas a manos de regímenes totalitarios que gobernaron el mundo árabe durante largo tiempo. Las condiciones para la revolución maduraron y fueron preparadas por todo un periodo de desarrollo capitalista. Para el momento en que Bouazizi se suicidó, las astillas estaban listas y sólo faltaba la chispa para encender las llamas.
¿Qué se ha conseguido?
Una vez en movimiento, la revolución fue imparable. No hay necesidad de entrar en los detalles de la revolución, que ha sido analizada a detalle en otras partes. No obstante, es importante tomar nota de sus logros principales. Para empezar, dio en todo el mundo árabe una colosal muestra de fuerza. En menos de un mes, Zine al-Abidine Ben Ali, el dictador en Túnez de los últimos 24 años fue derrocado por un alzamiento de las masas y la movilización de la clase obrera. Este acontecimiento generó ondas de choque a través de todo el mundo árabe, mostrando el camino a las masas de todos estos países.
La atmósfera de depresión abandonó las calles y millones de jóvenes y mujeres, trabajadores y pobres, llenos de confianza, llenaron el vacío. Menos de un mes después, el segundo dictador también fue derrocado, en esta ocasión en el país más grande y más importante de la región. Toda la situación en Oriente Medio y África del Norte había cambiado. Enormes máquinas de opresión, que tan sólo hacía unas semanas parecían todopoderosas, colapsaban o, a lo menos, se convertían en meros espectadores mientras las masas mostraban su poder en las calles.
Las ideas que se ventilaron durante décadas en los medios burgueses occidentales—de que las masas árabes eran gente atrasada que inherentemente buscaba vivir bajo alguna clase de dictadura medieval religiosa—fueron expuestas completamente. Por el contrario, lo que el mundo presenció fue la patética e hipócrita naturaleza del capitalismo occidental.
Aquellos que se habían quejado durante años acerca de la naturaleza antidemocrática de los árabes, de repente se alinearon a las mismas dictaduras que habían condenado públicamente durante años. La aparición de Barack Obama, en la que, con muchas palabras, hizo lo posible por no llamar a la caída del régimen de Mubarak, fue el ejemplo más patético de entre muchos.
La revolución árabe verdaderamente colocó a la sociedad en líneas de clase, no sólo en Oriente Medio, sino a través de todo el mundo. Dos campos se divisan mejor. En el primero, tenías a los regímenes totalitarios del mundo árabe y del Occidente capitalista, quienes maniobraron para detener la oleada del movimiento de masas; en el otro, tenías a las masas explotadas, unidas a través de líneas religiosas, nacionales y étnicas, oponiéndose a la opresión y la miseria.
A la luz de los acontecimientos, la llamada teoría del “choque de civilizaciones” fue expuesta como totalmente falsa. Esta idea, defendida por Samuel Huntington, argüía que la época de la lucha de clases había terminado que, en el futuro, la “lucha de culturas” decidiría el curso de la historia. Esta idea, reaccionaria y anticientífica, fue uno de los pilares de la ideología burguesa en las últimas dos décadas.
La revolución barrió todas estas ideas y prejuicios, sacudiendo a la ley burguesa desde sus cimientos. Pero el logro más importante fue plantar la idea de acción revolucionaria de masas en las mentes de millones de trabajadores y pobres alrededor del mundo. ¡Por fin, una táctica que ha triunfado para derrocar a los odiados dictadores!
La revolución en el Oriente Medio logró más en el curso de unas semanas que todas las ONGs, reformistas o sus contrapartes terroristas en los últimos 40 años.
Durante décadas, los líderes de las desesperadas masas palestinas han dirigido su lucha de independencia por el camino del terrorismo sin lograr nada más que el fortalecimiento del estado sionista en Israel. Pero todas las tendencias fueron diezmadas rápidamente por la revolución.
Los “reformistas” y las ONGs, quienes han mendigado durante décadas las migajas de la mesa de la clase dominante árabe, fueron reducidos como utopistas infantiles, atrapados en el pasado. Inmediatamente después de las primeras erupciones de las masas, todas las sólidas dictaduras comenzaron a ablandarse.
En Jordania, en un intento de pacificar a las masas, el rey Abdullah prometió algunas “reformas”, particularmente, la de una controversial ley electoral. El Primer Ministro también anunció 550 millones de dólares de nuevos subsidios al combustible y de productos básicos como el arroz, el azúcar, ganado y gas para cocinar. También anunció un alza en los salarios de los funcionarios públicos y personal de seguridad.
En Siria, el gobierno anunció subsidios y ayuda a los pobres. Se garantizaron préstamos sin intereses a los profesores para comprar ordenadores portátiles, mientras que algunos burócratas fueron consignados por corrupción en la ciudad de Alepo. Adicionalmente, dos millones de trabajadores del gobierno obtuvieron un alza del 17% en su salario como un intento desesperado para contener la oleada de descontento.
El emir de Kuwait, Sheik Sabah al Ahmed al Sabah, prescribió mil dinares (3.500 dólares) en bonos y cupones de comida gratis para todos los kuwaitís. El rey de Arabia Saudita, Abdullah, prometió invertir aproximadamente 93 mil millones de dólares en trabajos y servicios del Gobierno. Qatar anunció un incremento del 60% en beneficio para los empleados públicos y hasta un 120% para algunos oficiales del ejército.
Pero, más importante que nada, las masas—especialmente en Túnez, Egipto y Libia—han ganado derechos democráticos que los antiguos regímenes nunca habrían permitido. Aunque no han sido implementados oficialmente como leyes, la libertad de expresión, de organización y de asamblea han sido establecidos de facto en estos países.
Los intentos del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCFA) de Egipto de declarar ilegales las huelgas durante los alzamientos han sido en vano, ya que nadie presta atención a las leyes y decretos a este respecto.
Democracia
Uno podría argumentar—aunque para ello falte mucho—que se ha alcanzado cierto grado de democracia durante las primeras fases en los países donde la revolución triunfó. Pero la democracia para las masas no es más que el medio para conseguir el fin. Los derechos democráticos no valen más que el papel en el que están escritos si no sirven para mejorar la calidad de vida. El trabajador que tiene que luchar por voz y organización, usará estas herramientas para organizarse y demandar mejores salarios a su patrón. Éste es exactamente el proceso que hemos observado.
A pesar de que en la superficie todo ha cambiado, también es cierto que nada ha cambiado en lo fundamental. El viejo aparato estatal se encuentra intacto y la economía todavía se encuentra en manos de ricos de los que se pensó que habían sido derrotados. Sin embargo, esto no es más que un polvorín que espera para explotar. La situación económica no ha mejorado. En Egipto, por ejemplo, la economía sigue en declive, afectada por la crisis económica y la inestabilidad consecuentes a la revolución.
La demanda de trabajadores egipcios declinó un 54% en octubre, comparado con el mismo periodo del año anterior, de acuerdo al Índice de Demanda Laboral. De acuerdo a datos oficiales, la tasa de desempleo en Egipto se incrementó al 11,9% en el tercer cuarto de 2011, el cual es el nivel más alto en diez años—este índice era del 8,9% el año anterior.
En base a estas realidades, los trabajadores y pobres se han movilizado una y otra vez desde el inicio de la revolución. En Egipto, en septiembre solamente, entre 500 y 750.000 participaron en al menos una huelga. Entre ellos, los profesores, quienes jugaron un papel significativo, exigiendo la destitución del ministro de Educación, demandando inversión en la educación pública, un salario mínimo para los profesores de al menos 1.200 libras egipcias mensuales, un programa de construcción de escuelas y contratos permanentes para profesores a tiempo completo y suplentes.
En Túnez, la clase trabajadora y la juventud también sintieron confianza y están organizando la acción revolucionaria directa para conseguir sus objetivos.
Recientemente, el Sindicato de Graduados Desempleados (SGD), que jugó un papel importante durante la revolución, sostuvo su asamblea nacional en Sousse, con la participación de 500 personas, representando a miles de todo el país. Una manifestación conjunta con los activistas sindicales de izquierdas fue capaz de reunir a más de 10.000 en Túnez el 15 de agosto, exigiendo trabajo, justicia social y castigo a los responsables del viejo régimen.
El futuro no será más estable, ni siquiera en los países donde los dictadores han sido echados. Al contrario, exactamente porque las masas confían en su poder, mientras que las contradicciones principales no se han solucionado, el futuro traerá más tumulto y, sí, más revoluciones.
El Estado y la Revolución
Después de las fases iniciales de la revolución, durante las cuales todos los países siguieron más o menos el mismo camino, los movimientos se han desarrollado de formas distintas.
En Egipto y Túnez, al inicio de la revolución se obtuvo victorias incompletas relativamente rápidas. Un ambiente de euforia se dispersó entre las masas, quienes por fin rompieron las largas cadenas de décadas de opresión. Las masas pensaron que con la caída de Mubarak y Ben Ali sería suficiente para garantizar un desarrollo estable de la sociedad. Por lo tanto, la revolución dejó el viejo aparato estatal intacto.
Hoy, este mismo aparato demuestra ser el único y más grande obstáculo para la revolución en estos dos países. En Túnez, han continuado los enfrentamientos entre las masas y el aparato estatal, el cual se encuentra aún en manos de los hombres del viejo régimen.
En Egipto, la situación es muy similar. El ejército eligió volverse contra Mubarak, no por el espíritu revolucionario del SCFA, sino porque no tenían otra opción. Si se hubiesen dirigido abiertamente contra la revolución, probablemente el alto mando militar habría perdido el control sobre sus tropas. Como mínimo, se habrían encontrado con una guerra civil sin garantías de ganar. En lugar de eso, eligieron ponerse a sí mismos a la cabeza de la revolución para descarrilarla, y para prevenir la disolución del Estado.
Hoy, el papel del SCFA se aclara para la mayoría de los egipcios. Mientras que los altos generales han podido tener una agenda independiente hasta cierto punto, hoy su papel principal es el de la defensa de los intereses del viejo régimen y el capitalismo egipcio. Durante la revolución, más de 12.000 revolucionarios han sido encarcelados en prisiones militares y ha tomado lugar la supresión sistemática de las protestas. Durante la última semana de noviembre, más de 40 fueron asesinados y varios miles heridos cuando el ejército intentó despejar la Plaza Tahrir. Represión en Plaza de
Tahrir el 21 de noviembre
El Estado no es un cuerpo imparcial de individuos que representan a la sociedad. Marx y Engels explicaron muchas veces que el Estado, en última instancia, no es más que “cuerpos de gente armada” en defensa de la propiedad de la clase dominante. Los trabajadores egipcios y tunecinos están aprendiendo la lección de modo difícil. Aunque los viejos dictadores se hayan marchado, el Estado se mantiene en su lugar.
El Estado burgués—que representa a la minoría capitalista—debe ser reemplazado por un Estado de los trabajadores que represente a la mayoría. Dicho Estado se basaría en comités de los trabajadores en las fábricas y de los barrios, siendo democráticamente electos, que rindieran cuentas y fueran destituibles, vinculados entre sí a través de todo el país.
En Suez, el Estado colapsó completamente durante cuatro o cinco días después de la caída de Mubarak. Como en Túnez, los comités revolucionarios y los puestos de control armados se establecieron para defender al pueblo. Esto muestra una vez más que los soviets—es decir, Consejos obreros—no son invenciones arbitrarias de los marxistas, sino que emergen espontáneamente en una revolución genuina.
En Siria también, los comités revolucionarios surgieron a través del país y están organizando las huelgas generales y la insurrección armada en curso.
Esto plantea la cuestión central del Estado. El viejo poder estatal ha sido puesto de rodillas por la revolución. Debe ser reemplazado por un nuevo poder. Hay un poder en la sociedad que es más grande que cualquier Estado. Ese poder es el del pueblo revolucionario. Pero debe estar organizado. Tanto en Egipto como en Túnez, hubo elementos de doble poder con los comités revolucionarios. Ciudades y regiones enteras fueron tomadas por estos comités.
En Túnez, la organización revolucionaria del pueblo fue aún más lejos que en Egipto. Estas organizaciones, en muchos casos, se organizaron alrededor de los sindicatos de la UGTT, tomando el control de todos los aspectos de la sociedad en muchos pueblos y ciudades, aún en regiones enteras, después de la expulsión del viejo régimen y de las autoridades locales. En cuanto al “caos” y la “falta de seguridad” de la que habla la clase dominante, el hecho es que los obreros se organizaron para garantizar el orden y la seguridad; pero es un distinto tipo de orden, un orden revolucionario.
En Egipto, después del colapso de la fuerza policíaca el 28 de enero, el pueblo intervino para proteger sus vecindarios. Crearon puestos de control, armados con cuchillos, espadas, machetes y palos para inspeccionar los autos que iban y venían. En algunas áreas, los comités populares asumieron virtualmente la administración del pueblo, incluso organizaron el tránsito. Éste es el embrión de la milicia popular—de un poder estatal alternativo.
Conforme la revolución se desarrolle y afine en el futuro, estos elementos sobresaldrán de nuevo. Una tarea urgente debe ser la de enlazarlos todos sobre bases regionales y nacionales para tomar el poder. Permitir que el viejo aparato estatal, el pozo de la contrarrevolución, continúe su existencia sólo significa permitir que el viejo régimen maniobre y se reagrupe para preparar el contraataque contra la revolución.
Libia y Siria
Mientras las revoluciones en Egipto y Túnez conseguían de forma relativamente fácil derrocar a los dictadores, el proceso tomó otra ruta en Libia y Siria. Una de las razones de esto fue la intervención de la clase trabajadora en el movimiento. En marzo de este año, escribíamos:
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“En Túnez, las movilizaciones forzaron a Ben Ali al exilio y derrocaron al partido de la oligarquía. Eso convenció a muchos egipcios de que su régimen debería ser igual de frágil. El problema fue que Mubarak se negó a partir. A pesar de los esfuerzos sobrehumanos y el coraje de los protestantes, las movilizaciones no fueron suficientes para derrocar a Mubarak. Las movilizaciones son importantes porque son la forma de poner de pie a las masas antes inertes, dándoles noción de su propio poder. Pero el movimiento no podría triunfar a menos que avanzara a los siguientes niveles. Esto sólo podía ser hecho por la clase obrera.
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“Este despertar del proletariado se expresó en una ola de huelgas y protestas en los años recientes. Fue uno de los principales factores que preparó la revolución. También es la llave de su futuro éxito. La dramática entrada del proletariado egipcio en la historia marcó un punto de inflexión en los destinos de la revolución. Es lo que salvó a la revolución y permitió derrocar a Mubarak. En una ciudad tras otra, los trabajadores de Egipto organizaron huelgas y ocupaciones de fábricas. Echaron a los gerentes y líderes sindicales corruptos.
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“La revolución avanzó hacia el siguiente nivel. Se convirtió de una movilización en una insurrección nacional ¿Qué conclusión debemos sacar de esto? Sólo ésta: que la lucha por la democracia puede ser victoriosa en la medida en que es dirigida por el proletariado, los millones de trabajadores que producen la riqueza de la sociedad, y sin cuyo permiso no brillaría ni un foco, no sonaría un teléfono y no giraría ni una rueda”.
Mientras algunos regímenes se pueden derrocar por simples movilizaciones callejeras, otros no. Incluso en Egipto y Túnez, el golpe de gracia vino a través de la intervención organizada de los trabajadores en forma de una huelga general de facto. La falta de dicha participación directa por la clase obrera organizada ha sido la principal debilidad de las revoluciones en Siria y Libia.
También debería notarse que ambos regímenes tuvieron un carácter distinto al de Mubarak y el de Ben Ali. Más importante aún, ambos regímenes tuvieron cierta base social debido a su tendencia histórica de “izquierda.” Gadafi, como resultado de su retórica anti imperialista, con un régimen autodenominado “socialista” durante algún tiempo, que nacionalizó la mayor parte de la economía, con amplias reservas de petróleo y una población pequeña, fue capaz de proveer una calidad de vida relativamente alta, con salud y educación para la mayoría del pueblo.
En Siria, también, el régimen Baaz construyó cierta base social. El gobierno sirio, en el pasado, se basó en la economía planificada modelada en la antigua Unión Soviética, lo que les permitió un desarrollo económico significativo en los sesentas y setenta.
Esto, junto con el hecho de que los trabajadores no actuaron como una fuerza organizada en las revoluciones libia y siria, significó que las revoluciones parecieran estancarse por un buen tiempo.
En Libia, el secuestro de la revolución por el Consejo Nacional de Transición (CNT), junto con la intervención imperialista, empujaron a una capa significativa de las masas a las manos de Gadafi. Pero, después de meses de guerra civil, el alzamiento de las masas en Trípoli causó el colapso del régimen. En Siria no hemos alcanzado el mismo estado aún, pero es claro que el gobierno de Assad está acabado. La pregunta es simplemente cuándo y cómo. Si el presente movimiento es derrotado, el régimen podrá sobrevivir temporalmente, pero será un régimen en profunda crisis.
De todas formas, las perspectivas inmediatas no son de derrota de la revolución. De hecho, mientras estas líneas se escriben, una huelga general se desarrolla en Siria, dispersándose por el corazón del régimen, en Alepo y Damasco. Al mismo tiempo, el alzamiento continúa por todo el país y un mayor número de soldados están desertando del ejército sirio. El régimen planeaba concentrar sus fuerzas en Homs para aislar y romper el cuello de la revolución. Pero, en lugar de eso, está siendo desbordado por las masas, quienes correctamente se levantan en defensa de la revolución, y también ven la necesidad de dar el golpe final al régimen. Hasta ahora, el movimiento huelguístico no ha tocado a las plantas industriales ni los complejos principales—lo que es vital para el triunfo de la revolución.
Se ha hecho un llamado a los comités revolucionarios para que tomen las calles, comenzando por las pequeñas y continuando hasta las carreteras, para prevenir que las tropas del régimen se movilicen. Si este llamado se materializa, el poder quedará suspendido en el aire en espera de que alguien lo tome. Eventualmente el régimen de Assad caerá, pero la pregunta es: ¿Quién seguirá?
La cuestión de la dirección
Mientras las revoluciones mencionadas anteriormente tomaban caminos aparentemente diferentes, todas ellas se enfrentan la misma pregunta: ¿Qué sigue?
Algunos que se hacen llamar marxistas, que se hacen eco de hecho de las ideas de nuestro viejo amigo Samuel Huntington, se aterrorizan por la amenaza de la contrarrevolución en el mundo árabe. Se quejan del gobierno del SCFA y del aumento electoral del Islam a través de la región. Algunos de ellos, que de hecho son los más consistentes, han ido tan lejos como para exclamar que la revolución nunca debió haber tenido lugar.
Esto muestra su enorme ignorancia de las leyes que rigen al movimiento obrero. El incremento en las fuerzas de la Hermandad Musulmana y del SCFA, por ejemplo, es el reflejo de la principal debilidad de la revolución—la falta de una dirección revolucionaria definida.
El proceso que presenciamos actualmente en Egipto es el que se observa en todas las revoluciones. Inicialmente, los trabajadores tienen el poder al alcance o incluso en sus manos, pero no saben qué hacer con él. En las Revoluciones Rusa y Española, este proceso pudo verse muchas veces. Trotsky lo explica en su introducción a La Historia de la Revolución Rusa:
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“Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja. Sólo el sector dirigente de cada clase tiene un programa político, programa que, sin embargo, requiere todavía ponerse bajo la prueba de los acontecimientos y obtener la aprobación de las masas. El proceso político fundamental de una revolución consiste precisamente en que esa clase perciba los objetivos que se desprenden de la crisis social en que las masas se orientan de un modo activo por el método de las aproximaciones sucesivas”.
Los trabajadores rusos, después de derrocar al Zar en febrero, tuvieron el poder en sus manos, pero no sabían qué hacer con él. Por lo tanto, se les escapó de sus manos y quedó en manos del gobierno provisional. Habiendo perdido la oportunidad, la desmoralización se dispersó entre las masas y, en los meses de julio y agosto, la reacción gobernó Rusia, forzando a los líderes bolcheviques a ocultarse.
Aún así, debajo de la superficie, una nueva revolución se estaba preparando. Las masas, que inicialmente tenían una gran ilusión en el gobierno provisional, aprendieron a través de su propia experiencia que éste no podía satisfacer ni las demandas más básicas ni ofrecer la forma más elemental de democracia. Los bolcheviques, a través de la explicación paciente, lograron conectar el programa de la revolución socialista con el movimiento de masas. Explicaron que las masas rusas sólo podrían satisfacer sus demandas sólo si tomaban el poder en sus manos.
En la Revolución Española se vio la misma situación, no una, sino muchas veces. Los trabajadores podían levantarse una y otra vez para derrotar la contrarrevolución. En muchas ocasiones, el poder estuvo en manos de la clase trabajadora pero, una y otra vez, los líderes de la revolución traicionarían al movimiento para entregarle el poder a la burguesía. La diferencia entre las revoluciones española y rusa fue que no había un Partido Bolchevique en España. Los marxistas en España, debido a sus propios errores, no pudieron construir una organización a tiempo y, por lo tanto, perdieron la oportunidad de mostrarle a las masas el camino a la victoria.
En la revolución árabe, un proceso similar está ocurriendo. En la ausencia de una dirección verdaderamente revolucionaria, el movimiento necesariamente toma una serie de desvíos y aprende de la forma más dolorosa, a través del ensayo y error. La falta de organizaciones obreras fuertes significa que muchos trabajadores tienen ilusiones en los islamistas o en los liberales.
Pero esto no significa necesariamente que la contrarrevolución triunfe. Por el contrario, el poder en manos de la burguesía es una garantía de futuros levantamientos y revoluciones en Egipto ¿Por qué? Porque la burguesía no será capaz de satisfacer las aspiraciones de las masas.
Nuestros buenos amigos señalan a la revolución iraní de 1979, que fue secuestrada y derrotada por Jomeini, como un ejemplo de por qué la revolución no se debe ni siquiera intentar. Pero lo que olvidan mencionar es que la derrota de la revolución iraní sólo vino después de 4 años, en 1983. Durante esos años, los trabajadores tuvieron muchas oportunidades para tomar el poder. El obstáculo principal fue la dirección estalinista y el hecho de que no existía una dirección alternativa para llevar al movimiento hasta su conclusión lógica.
Hoy, el balance en Tunez y Egipto es el siguiente: las masas salieron de las revoluciones de la primavera pasada con una enorme confianza en sus propias fuerzas y con una profunda desconfianza en las fuerzas políticas establecidas. Pero, al mismo tiempo, la falta de liderazgo conlleva cierta desorientación, acompañada de la pregunta ¿Y ahora qué? En otros países, el viejo régimen se mantiene oficialmente en el poder, pero lo hace con una base social infinitamente pequeña y, por tanto, sobreviven a merced de la revolución. Cualquier iniciativa que traten de imponer, se topará con la dura resistencia de las masas.
Declarar hoy que la revolución ha sido derrotada en Egipto, Túnez, o incluso en Libia, es mostrar una visión completamente distorsionada de la realidad de la revolución. Pensar que las masas, quienes han probado la libertad, se tenderán y aceptarán la contrarrevolución sin luchar es delirio puro. Al contrario, con el balance de fuerzas actual, la contrarrevolución tendrá muy pocas oportunidades de tener éxito en cualquier enfrentamiento.
Nuestros amigos, quienes no ven más que las fuerzas obscuras de la Hermandad Musulmana olvidan el hecho de que miembros de base de esa organización, se han orientado en diversos momentos en una dirección 180 grados diferente con respecto a su dirección. En la última semana de noviembre, esta contradicción se vio de la manera más clara cuando miles de miembros de la Hermandad entraron en un enfrentamiento mortal con el ejército, cuyos ataques a la gente aglutinada en la plaza fue apoyada por la dirección de la Hermandad.
Incluso en Libia, donde la contrarrevolución es tal vez, la más fuerte por ahora, cualquier fuerza contrarrevolucionaria que asuma el poder, en algún punto tendrá que enfrentarse a las masas, quienes tienen confianza y están movilizadas.
Sería un error atribuirles poderes “sobrenaturales” a los islamistas y a otras fuerzas contrarrevolucionarias que, presuntamente, de alguna manera se han permitido permanecer por encima de la sociedad y de la lucha de clases. El punto principal es entender que estas fuerzas son diferentes matices de los partidos burgueses que defienden el imperio del capital. Pero mientras defiendan a este imperio, deben aceptar la lógica del capitalismo. Por lo tanto, deben defender la crisis del capitalismo, la que hasta el momento no permite ni las más pequeñas y básicas concesiones a las masas.
Si todo esto hubiera pasado diez años antes, podrían haber consolidado alguna forma de régimen democrático burgués. El boom en el mundo capitalista les habría dado algún margen de maniobra. Pero ahora hay una profunda crisis a nivel mundial. Este es tanto el motivo de la efervescencia revolucionaria como la razón por la cual no es fácil consolidar a estos regímenes. El sistema capitalista no puede ofrecer nada a las masas. No puede proveer de trabajos ni de una calidad de vida decente ni en Estados Unidos ni en Europa ¿Cómo esperarían hacerlo en Egipto?
¿Qué hacer?
Durante el año pasado, hemos sido testigos solo del principio de un prolongado periodo de revolución y contrarrevolución. La extrema debilidad de la burguesía por un lado, y la falta de una dirección revolucionaria de masas por el otro, evitará que la revolución concluya rápidamente. En cambio, vamos a ver una serie de sucesiones de regímenes inestables, uno tras otro.
Veremos débiles regímenes bonapartistas como el del SCFA en Egipto, pero no será capaz de consolidar su dominio. Antes de que el último capítulo de la revolución esté escrito, muchas batallas se pelearán y se experimentarán muchas victorias y derrotas.
La clave de todo el proceso será la clase trabajadora. Los trabajadores han comenzado a darse cuenta de su fuerza. Debido a su relación con los medios de producción, los obreros pueden paralizar cualquier régimen. Pero la fuerza de los trabajadores tiene dos filos.
No sólo los obreros son la fuerza más grande para derrocar al viejo régimen, sino que a través de su instintiva gravitación alrededor del colectivismo, son el elemento más importante para la construcción de la sociedad futura. El fortalecimiento de la organización y el nivel político de la clase trabajadora seguirá siendo, por tanto, una tarea fundamental de la revolución.
Al final, esto nos remonta a la cuestión de la dirección. La principal debilidad de la revolución es la falta de una verdadera corriente marxista de masas, enraizada en la clase trabajadora y la juventud. De haber estado presente dicha dirección, el poder se habría podido tomar en varias ocasiones. No hay leyes que excluyan la posibilidad de construir dicha fuerza en el fragor de la revolución, pero es claro que debemos tener un sentido de urgencia con esta cuestión.
La revolución ha inspirado a millones de personas alrededor del mundo. Basta preguntarle a quien quiera si puede recordar cómo era el mundo hace tan sólo doce meses antes. En el último año, los movimientos de masas han hecho erupción en docenas de países. Muchos de ellos, han sido inspirados directamente por la revolución árabe. En Madison, Wisconsin, cientos de miles tomaron las calles con consignas como “fight like an egyptian” [lucha como un egipcio]. En España, Grecia y también en el movimiento Occupy, la ocupación de las plazas centrales es una clara referencia a la revolución árabe. Inclusive en Israel, cientos de miles han marchado en las calles con letreros como “¡Revolución hasta la victoria!”. Esto prueba una vez más la naturaleza de clase subyacente y la generalización del proceso.
En todas las esquinas del mundo, el mismo proceso continúa, el proceso de la crisis mundial del capitalismo. Procesos similares conllevan resultados similares. Por tanto, la revolución árabe en cierto sentido no es un evento árabe aislado, sino el inicio de la revolución mundial contra el sistema capitalista, el cual no será capaz de proveer las necesidades más elementales para la mayoría de la población mundial.
En este artículo sólo abarcamos los países principales de la revolución árabe. El hecho es que en todo el mundo árabe, con una u otra particularidad, se está desarrollando el mismo proceso revolucionario.
Se han alcanzado muchas victorias y debemos ser conscientes de ellas. Pero también debemos entender que la revolución está lejos de terminar. Ninguna de las contradicciones principales se ha resuelto, y mientras el sistema capitalista continúe, no se resolverán.
Mohammad Bouazizi fue el primer mártir de la revolución. Pero una cantidad innumerable de hombres y mujeres desde entonces han dado su vida para defenderla. La única forma de honrar su memoria y asegurar que sus muertes no hayan sido en vano es llevar la revolución hasta el final, hasta su conclusión lógica—hasta arrancar de raíz el sistema que impide a la humanidad alcanzar su potencial y reemplazarlo por una sociedad socialista.
Desde luego que el futuro traerá derrotas, habrá grandes derrotas. Pero los trabajadores y la juventud se forjarán a través de estas derrotas y en base en éstas, se alzarán victorias aún más importantes. El ejército de la revolución nunca había sido tan grande, la contrarrevolución nunca había sido tan débil y la clase obrera nunca más fuerte. No hay tiempo ni razón para el pesimismo. Nuestra consigna debe ser:
Adelante—Revolución hasta la victoria final—Thawra Hatta’l Nasr!