Trump y la explosiva crisis política en EEUU

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Trump WhiteHouse

En ciertas condiciones, todas las cosas pueden transformarse en su contrario. Antes de la llegada de su último huésped, la Casa Blanca había sido durante mucho tiempo un símbolo de la inmensa estabilidad y confianza del régimen político de los EEUU. Hoy está en el centro de una tremenda crisis política.

Forzado por la lógica de su posición, el presidente de Trump se tambalea, de escándalo en escándalo como un borracho, pero con cada nueva controversia expone y profundiza las fisuras dentro de la sociedad americana, allanando el camino para una crisis social de dimensiones aún mayores.

Desde Rusia con amor

La figura de Vladimir Putin se cierne cada vez más enconada sobre la división en el aparato estatal, a medida que la disputa sobre los supuestos vínculos entre la campaña electoral de Trump y funcionarios rusos se ha ido intensificando. El asesor de Seguridad Nacional de Trump, Michael Flynn, fue despedido el mes pasado después de haber mentido sobre sus conversaciones con el embajador ruso antes de asumir el cargo. El designado Procurador General de Trump, Jeff Sessions, también ha sido recusado de la investigación en curso por los lazos de la campaña de Trump con el Kremlin. Ahora mismo, Trump está en el centro de atención, después de haber mentido acerca de haberse reunido con el embajador ruso durante su campaña electoral.

Que el Presidente de los Estados Unidos esté actualmente bajo investigación de sus propios servicios secretos por supuestos vínculos con una potencia extranjera hostil sería considerado, en tiempos normales, un gran escándalo. Pero nuestros tiempos están lejos de ser normales. Más bien, ha sido la respuesta de Trump a estas acusaciones lo que ha sido la mayor fuente de controversia. En una serie de tweets enviados el 4 de marzo, Trump acusó a Barack Obama y al FBI de “escuchas telefónicas” en sus teléfonos de la Torre Trump antes de la elección, añadiendo referencias al “macartismo” y al caso “Nixon/Watergate” por si fuera poco.

Estas acusaciones, como era de esperar, sólo han incendiado una situación ya delicada. En un artículo titulado, “Trump está creando tensiones en el sistema de gobierno”, The Financial Times resumió: “las declaraciones del Sr. Trump son la prueba más extrema de que está en conflicto más o menos abierto con todas las instituciones del gobierno de los EEUU salvo con los militares – desde los servicios de inteligencia, al Departamento de Estado y gran parte del resto de la administración pública. Que un sistema diseñado para requerir la más estrecha cooperación pueda trabajar bajo estas condiciones, está por verse”.

El Estado ha perdido el control de su Presidente. Cualquier esperanza de que Trump pudiera moderar su retórica y su comportamiento después de las elecciones (como lo sugería su discurso de victoria) se ha desvanecido. En su lugar, responde a cada amenaza con un nuevo estallido. La inestabilidad se amontona sobre la inestabilidad. Este enfrentamiento increíblemente tenso entre los dos brazos del Estado, el que es electo y el que no lo es, no puede durar para siempre; debe ser resuelto de una manera u otra. Pero nada puede reparar el daño inmenso que esta división está infligiendo a la integridad con que percibido el Estado en su conjunto. De hecho, el senador republicano Ben Sasse, ha descrito la situación como una ” crisis de la confianza pública que pervierte nuestra civilización”.

Todo intento del llamado “deep state” [el “Estado dentro del Estado”, NdT] para salvaguardar la estabilidad del sistema actual sólo sirve para exponer su propio papel y, en última instancia, el debilitamiento de ambos lados. Es este hecho, y su potencial efecto sobre las masas norteamericanas, el que presenta el problema más grave para la clase dominante de Estados Unidos. Como señala The Financial Times en el citado artículo: “las acusaciones mutuas sólo pueden tener un efecto corrosivo sobre la confianza en las instituciones de gobierno, sin las cuales el país [leer: el capitalismo] no puede funcionar.”

Falsas noticias

El aparato estatal no es la única institución que ha establecido un desagradable conflicto con el Presidente. La actual guerra de palabras entre Trump y la mayor parte de los principales medios de comunicación dará otro dolor de cabeza a la clase dominante de Estados Unidos. Durante su grandilocuente y bizarra conferencia de prensa del 16 de febrero, Trump rechazó las historias sobre sus vínculos con Rusia como “falsas noticias”, una expresión que salpicó sus confusas observaciones preliminares. Cuando se le preguntó si estaba preocupado con que sus afirmaciones pudieran socavar la fe de la gente en la libertad de prensa al tildar toda la cobertura negativa como “falsas noticias”, la respuesta de Trump fue simplemente “eso quiero”

Su capacidad para encogerse de hombros ante escándalos que en el pasado podrían haber terminado con carreras políticas ha sido destacada por una serie de comentaristas y expertos, que aluden a una nueva era “post-verdad”, y citan todo tipo de estrategias de medios ingeniosos y de teorías de conspiración que tienen como centro el “cerebro” de Putin. Pero, en realidad, Trump es más el producto que la causa de la crisis actual.

La fe de los estadounidenses en los medios de comunicación ha ido en declive desde hace más de una década. De acuerdo con una encuesta de Gallup publicada en septiembre de 2016, antes de las elecciones, sólo el 32% de las personas encuestadas dijeron que tenían una “gran cantidad” o una cantidad “justa” de confianza en los medios de comunicación, la puntuación más baja desde que comenzó el sondeo en 1972. A pesar de que el nivel de confianza se redujo en todos los grupos, las caídas más marcadas se podían encontrar entre los Republicanos y, más significativamente, entre los de entre 18 y 49 años. Esta crisis sistémica de confianza pública es lo que le permitió a Trump surfear, aparentemente ileso, la ola gigante de cobertura hostil que encontró su candidatura. Y es precisamente esta crisis la que está conduciendo en la actualidad a un callejón sin salida a los medios de comunicación.

En realidad la llamada era de la “post-verdad” representa el rechazo a la cobertura, por lo general deformada y a veces rotundamente falsa, que caracteriza “la libertad de prensa” de todas las naciones. Cuando Trump anunció: “Lamentablemente, la mayor parte de los medios de comunicación en Washington, D.C., Nueva York, y Los Angeles en particular, no habla para la gente, sino para intereses especiales y para aquéllos que sacan una ganancia de un sistema que es muy, muy  inservible”, conecta directamente con la furia y el resentimiento existente. Es esto lo que le hace parecer tan intocable.

Sin embargo, por desgracia para Trump, “los hechos son obstinados”, como una vez dijo Lenin. Trump no tiene una respuesta para la crisis económica mundial; sólo puede ofrecer reducciones de impuestos a las corporaciones y amenazas de aranceles para los productos extranjeros, una receta para un futuro desastre. Mientras tanto, sus decretos ejecutivos, como la “Prohibición Musulmana” y su directiva para comenzar a construir el muro en la frontera mexicana no hacen más que agravar el estado de ánimo de una opinión pública ya intranquila. Trump finalmente se encontrará bajo el ataque no sólo de los desacreditados medios del establishment, sino incluso de su propia base, insatisfecha con su incapacidad para hacer valer sus ridículos alardes. En tal confusión, una verdadera alternativa a la locura y a la corrupción de este sistema se podría construir rápidamente. Pero la pregunta es, ¿cómo?

¡Por un partido socialista de masas!

Hemos entrado en un período en todo el mundo en el que las viejas y poderosas  instituciones están entrando en crisis, al tiempo que las contradicciones subyacentes del capitalismo causan enormes divisiones en el orden existente. La clase dominante ya no es capaz de gobernar de la misma manera que antes; un hecho que lleva consigo implicaciones profundamente revolucionarias. Trump es la personificación del callejón sin salida de la “democracia” estadounidense y del llamado “mal menor” de los Demócratas que están merecidamente desacreditados.

Trump tiene ya, a pesar de su bravuconería y del control del Congreso por los Republicanos, tan poco control sobre la situación como sus oponentes. No son Trump ni sus políticas los que infunden temor a la burguesía estadounidense, es la reacción de las masas, que fue insinuada en la masiva marcha de las Mujeres en enero. Con los Demócratas, el “cementerio de los movimientos sociales”, están actualmente hechos un desastre, no es en absoluto seguro que un movimiento de este tipo pueda ser desviado hacia los canales ‘seguros’ habituales.

La gigante clase obrera estadounidense podría barrer con facilidad a Trump, a la llamada “derecha alternativa” en la que se apoya, y a toda la creación podrida del establishment, pero nunca lo hará si se mantiene atada a los faldones del liberalismo y del imperialismo. La lucha contra Trump marca un nuevo movimiento que podría sentar las bases de una nueva sociedad. ¡Este movimiento necesita un nuevo partido! organizado en torno a un programa socialista en cada barrio, fábrica y escuela. Los millones de personas que rechazan este sistema podrido pueden cambiar Estados Unidos, y con ello al mundo. En esto, los trabajadores de EEUU tendrán el apoyo de la Corriente Marxista Internacional en los EEUU, y más allá.

¡Abajo Trump!

¡Abajo el capitalismo!

¡Por un partido socialista de masas en los EEUU!