Pavlov, Wilhelm Reich y la psicología de masas
Junto con el socialdemócrata reformista Alfred Adler (no tiene parentesco ni con Victor ni con Max Adler), el bolchevique Adolf Ioffe y Wilhelm Reich, Trotsky sería uno de los primeros marxistas en tratar de vincular el marxismo con el psicoanálisis; en contraste las reflexiones de Alfred Adler -alumno directo de Freud y padre de la llamada “psicología individual” que describió las consecuencias psicológicas de las paupérrimas condiciones de vida de los trabajadores- las reflexiones de Trotsky tratan de enlazar directamente al pensamiento de Freud con el materialismo dialéctico; Adolf Ioffe fue un admirador de Freud pero no escribió más que algunos artículos breves al respecto. Si bien Trotsky no escribió nigún libro sobre marxismo y psicoanálisis sus reflexiones al respecto son de gran calado al darle a la teoría de Freud (en lo referente al inconsciente) alcances mucho más amplios y al enriquecer la visión marxista sobre la formación y complejidad de la subjetividad.
En la obra de Trotsky las referencias a Freud son recurrentes. En su estudios de la dinámica de la revoluciones la referencia a lo consciente y lo inconsciente juega, como veremos, un rol central. Es muy probable que el interés de Trotsky por el psicoanálisis surgiera a partir de su emigración en Viena en donde debatió el tema con los Adler (Alfred y su esposa Raisa) y frecuentó los círculos de debate en torno a Freud, la influencia de Ioffe pudo jugar también algún papel. Su interés por el psicoanálisis está, sobre todo, relacionado con la intención de integrar los aportes de Freud dentro de la teoría marxista dotando a la teoría de Freud de un interés que va más allá del sillón del psicoanalista. Analicemos brevemente algunas de la reflexiones del creador del Ejército Rojo con respecto a una de las revoluciones teóricas más grandes del siglo XX. Veamos cómo el pozo profundo del inconsciente puede arrojar luz no sólo sobre la comprensión de la psique individual sino la dinámica de la psicología de las masas. Terminamos el ensayo con algunas reflexiones sobre las opiniones de Lenin acerca de Freud que han sido brutalmente malinterpretadas.
Pavlov y Freud
Dado el interés que en Rusia Soviética existía por la ideas de Pavlov y su enorme prestigio, Trotsky intenta señalar el nexo que existe entre aquel y la teoría freudiana. Pavlov estableció un puente entre los fenómenos mentales y los fenómenos fisiológicos por medio de los “reflejos condicionados” que surgen a partir de la experiencia; así se habría una puerta para comprender la psique humana en relación con el ambiente social y la fisiología, Pavlov daba la razón, a su manera, a Marx en la afirmación que el ser social determina la consciencia. La teoría de Pavlov, no obstante, tenía cierto dejo mecanicista pues “los reflejos condicionados” estaban demasiado vinculados a condicionantes inmediatos (la salivación del perro por condicionantes del entorno) pero su teoría abre la puerta para una concepción materialista y dialéctica de la psique.
Freud, por su parte, señala que en la psique humana está escondido un trasfondo inconsciente que explica en gran medida el comportamiento y cuya fuerza deviene de las pulsiones sexuales; considerando las condiciones preliminares e inacabadas de ambas teorías Trotsky señala que aunque los métodos de ambas escuelas de la psicología son divergentes confluyen en el hecho de explicar la mente humana en función de fenómenos fisiológicos:
(…) el estudio de los reflejos de Pavlov está enteramente encuadrado dentro de los causes del materialismo dialéctico. Conclusivamente destruye la barrera entre la fisiología y la psicología, el reflejo más amplio es fisiológico, pero un sistema de reflejos nos da la “consciencia”. La acumulación de la cantidad fisiológica da una nueva calidad “psicológica”. El método de la escuela de Pavlov es experimental y concienzudo: desde la saliva de los perros, hasta la poesía –es decir, hasta los mecanismos mentales de la poesía, no hasta su contenido social- aun cuando las sendas que nos conducen a la poesía todavía no hayan sido reveladas.
La escuela del psicoanalista vienés Freud procede de una forma diferente. Da por sentado anticipadamente que la fuerza impulsora del más complejo y delicado de los procesos psíquicos es una necesidad fisiológica. En este sentido general es materialista, si ustedes dejan a un lado el problema de si no otorga un exagerado al factor sexual, a expensas de otros, pues esto es ya una discordancia dentro de las fronteras del materialismo. Sin embargo, el psicoanalista se aproxima a los fenómenos de la consciencia no experimentalmente, yendo del fenómeno más bajo al superior, del reflejo simple al reflejo complejo, sino que intenta superar todas estas etapas intermedias en un salto de arriba hacia abajo, desde el mito religioso, el poema lírico o el sueño no interrumpido hasta las bases fisiológicas de la psique.
(…)Pavlov, como un buzo, desciende al fondo y laboriosamente investiga el pozo subiendo poco a poco a la superficie, mientras que Freud, de pie junto al pozo, trata, con una mirada penetrante, de atravesar sus siempre turbulentas y revueltas aguas y se figura o conjetura la forma de los objetos del fondo. El método de Pavlov es experimental, el de Freud es conjetural, algunas veces fantásticamente conjetural. La tentativa para declarar al psicoanálisis “incompatible” con el marxismo y mecánicamente volver la espalda al freudismo es muy simple, o más correctamente muy simplista. Más en ningún caso estamos obligados a adoptar el freudismo. Es una hipótesis de trabajo que puede producir e indudablemente produce deducciones y conjeturas que están dentro de las líneas de la psicología materialista (…) con todo, trata de anticipar las conclusiones a las que el procedimiento experimental va llegando sólo muy lentamente. (Cultura y Socialismo, pp. 315-316).
El entusiasmo por el aporte teórico de Freud, a quien consideraba como un genio, llevó a Trotsky a enviarle una carta personal a Pavlov convocándolo a establecer puentes con el psicoanálisis en un ambiente de tolerancia y libertad en la discusión (Literatura y revolución, otros escritos sobre literatura y el arte, Tomo II, pp. 90-91), no sabemos si Pavlov leyó la carta de Trotsky, pero las informaciones casi desconocidas suministradas por el libro de Jacquy Chemouni Trotsky y el psicoanálisis, nos señalan que Pavlov, a diferencia del stalinismo, no consideraba al psicoanálisis como incompatible con su teoría. Cuando en 1938 Freud se entera por un alumno suyo que habría entablado contacto con Pavlov que éste expresó su idea de que la psicología daría grandes pasos si sus perspectivas se unieran, Freud expresaría: “Pavlov habría debido hacer público lo que usted me cuenta unas buenas décadas antes” (Jacquy Chemouni, Op. Cit. p. 189). Lamentablemente era imposible que Pavlov hiciera públicas sus pretensiones so pena de caer en desgracia en el contexto de las purgas sangrientas de Stalin, pero resulta sumamente interesante que la unión pretendida por Trotsky no fuera tan descabellada a los ojos de sus más grandes teóricos.
Los límites de los complejos freudianos
La aproximación de Trotsky a ambas teorías no está exenta de críticas amistosas pero firmes: si bien en sus referencias a Pavlov no polemiza con su relativo mecanicismo, si atendemos su teoría de “el proceso molecular de la revolución” -expuesta en su Historia de la Revolución Rusa– nos daremos cuenta que lo que para Pavlov era un reflejo mecánico, en Trotsky era un reflejo dialéctico: era consciente de que los reflejos mentales expresan todo un entorno social de manera dialéctica y no son expresiones mecánicas e inmediatas al estilo del conductismo estrecho. Con respecto a la teoría de Freud no está convencido de que las pulsiones sexuales inconscientes sean el elemento central para explicar el subconsciente; las neurosis dentro del sistema actual pueden explicarse, además de por los factores sexuales, por el estrés y la tensión extrema provocados por las condiciones de explotación; en el subconsciente pueden estar almacenadas vivencias reprimidas que expresan un entorno social en toda su complejidad.
Aunque Trotsky no desarrolló más su punto de vista se sigue de éste que la serie de complejos descritos por Freud tales como el complejo de Edipo y el complejo de Elektra solo tendrían cierto grado de verosimilitud en sociedades monogámicas patriarcales en donde la temprana infancia es moldeada. Sería dudosa la existencia del complejo de Elektra, por ejemplo, en sociedades matrilineales en donde la mujer es altamente apreciada o el complejo de Edipo en sociedades clánicas en donde la paternidad es dudosa o el hermano de la madre juega un rol más importante que el padre. La sublimación, por su parte, no tendría por qué tener sólo un componente sexual, no sólo sería ésta la que se sublima sino diversos contenidos del inconsciente registrados en la temprana infancia y aún en las diferentes etapas de la vida del individuo las cuales expresan su ser social. Así, por ejemplo, la competitividad salvaje del modo de producción capitalista es introyectada en el inconsciente desde la temprana infancia y, a su vez, sublimada de diversas formas en la vida adulta (por ejemplo proyectada en sistemas de moral individualistas).
Las etapas de la vida propuestas por Freud están asociadas, según nuestra idea, unilateralmente a pulsiones sexuales. Trotsky está lejos de negar la importancia de la sexualidad en la formación del carácter y el inconsciente. Pero cabe cuestionar al psicoanálisis ortodoxo lo siguiente: si la pulsión sexual, como pulsión básica primitiva formadora del carácter, es el elemento central de la psique ¿por qué no podríamos darle el mismo peso a la necesidad fisiológica de la respiración, la sudoración, etc.?. Aquí, quizás, queda de relieve la arbitrariedad de la etapas freudianas de la maduración individual. Se puede discutir, a favor del psicoanálisis, el hecho de que el factor sexual (que no se reduce a la genitalidad) es un impulso que requiere ser satisfecho (principio del placer) y que implica la vinculación social. Por otro lado, la fisiología de la sudoración no se manifiesta en la forma de un impulso que requiera satisfacción, de ahí la importancia del factor sexual frente a otras necesidades fisiológicas.
Por otras parte la “pulsión de muerte” de Freud pretende hacer pasar un estado psíquico, producido por el “mórbido” sistema capitalista y por la división de clases, como una característica eterna propia de los seres humanos, se acepta el Status Quo al establecer como normal el estado psíquico que genera. Para Trotsky, en cambio, “(…) mientras el hombre se encierre en el subsuelo ahogándose en las emociones estomacales y sexuales (…) no perderá el miedo a la muerte (…) sólo al abrir una ventana de par en par a las mentalidades colectivas, a los problemas de las masas, a la lucha social se pueden sacudir esas pesadillas de la espera de la muerte” (Declaración de Trotsky ante la comisión Dewey). En sus conversaciones con Malraux, Trotsky debate, también, contra el punto que sería convertido en central por el existencialismo decadente de Heidegger: “Yo creo que la muerte es, ante todo, producto del uso. De una parte uso del cuerpo; de otra parte, del espíritu. Si se logra que este uso se produzca de una manera armónica, efectuándose al mismo tiempo, la muerte será un fenómeno muy simple…No encontrará resistencia…”. (Recuerdos de Malraux. p.18)
Sea como fuere, para el marxismo lo relevante no es tanto la existencia evidente de necesidades fisiológicas primarias sino la configuración cultural que las hace propiamente humanas. Además, entre los factores que impulsan y moldean el carácter humano se deberían incluir, sobre todo, a los factores sociales tales como la división de clases, la pertenencia a una capa social, el contexto social que conforma la psique y la forma en que dichos factores se cristalizan de forma peculiar en cada individuo. Si explicamos el carácter tan sólo por los impulsos fisiológicos caeríamos en un reduccionismo médico.
Qué es lo que Trotsky toma de Freud
El interés central de Trotsky sobre Freud fue el descubrimiento del inconsciente, un territorio de la psique que el ser humano hasta ahora no ha podido controlar, su descubrimiento abre la posibilidad de conocer sus leyes y los factores que lo condicionan. Incluso si suponemos que habrá siempre en la psique un elemento de irracionalidad, se debe comprender que éste tiene su “orden” así como en el Caos se oculta un patrón. La locura generada por esquizofrenia describe patrones que la distinguen de la psicosis, es por ello que la ciencia puede hablar de distintos tipos de enfermedades mentales. Es perfectamente posible controlar el “Caos” que se oculta en la mente humana. Aún si aceptamos que hay una capa de la psique que escapa al control consciente ello no implicaría que no se pueda comprender. La historia de la ciencia, como señalaba Engels en Ludwing Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, es la infinita progresión que va de lo desconocido a lo conocido, no existe barrera infranqueable para el conocimiento humano, no creemos que la psique humana constituya una excepción. No controlamos conscientemente, por ejemplo, los impulsos nerviosos enviados por el hipotálamo pero ello no impide que esos impulsos se puedan comprender y controlar por medio de fármacos u otros procedimientos. Trotsky llama la atención acerca del “orden” que oculta la locura:
“Nadie puede salir de sí mismo. Hasta los delirios de un loco no contienen nada que el enfermo no haya recibido previamente del mundo exterior. Sólo un psiquiatra experimentado, con una mente penetrante e informado del pasado del enfermo sabrá encontrar los rastros alterados y deformados de la realidad.” A continuación Trotsky establece un vínculo entre la psique trastornada del loco y el inconsciente del artista que se expresa en su obra: “Evidentemente la creación artística no es un delirio. Pero también entraña una alteración, una deformación, una transformación de la realidad según las leyes particulares del arte.” (Literatura y revolución)
Trotsky no se ocupa de la psique como un ente aislado y metafísico. Para él, Freud abrió la posibilidad de controlar o dominar nuestra psique por medio de la racionalización de las condiciones de vida, es decir, por medio de la transformación social:
El hombre procurará ser dueño de sus propios sentimientos, elevar sus instintos hasta la cúspide de su consciencia haciéndolos completamente diáfanos, extendiendo los hilos conductores de su voluntad hasta el umbral de su consciencia, para remontarse mediante ellos a un grado sociobiológico más elevado, o, si se prefiere, para hacerse un super-hombre. (“Cultura y Socialismo”, en La Era de la Revolución Permanente, compilación, p. 329)
Sobre la terapia psicoanalítica
El “psicoanálisis de diván” pretende curar la neurosis en la medida en que el individuo psicoanalizado hace consciente su inconsciente. Para Trotsky, al igual que Wilhelm Reich, este tipo de terapia puede enterar al sujeto de las causas de su neurosis pero no elimina los factores sociales que la generan, de ahí devienen las limitaciones de la terapia psicoanalítica. Por supuesto, Trotsky no negaba la posibilidad de “cura” para aquellos individuos con una situación social más o menos estable atendidos por terapeutas serios.
En virtud de la contradicción implícita en el psicoanálisis entre un inconsciente que se trata de analizar y comprender y, por otro lado, unas condiciones sociales que se rebelan contra toda posibilidad de racionalización, la posición de Trotsky con respecto a la terapia psicoanalítica puede parecer ambigua. Por ejemplo en una carta a su hijo León Sedov fechada el 21 de noviembre de 1931 Trotsky expresa sus opiniones sobre el psicoanálisis individual: “Me pides mi parecer sobre el tratamiento psicoanalítico: para el 90%, como tratamiento es pura charlatanería. Sólo una plena comprensión de parte del médico –no sólo de la compresión del comportamiento del paciente mismo, sino también de su educación, de su pasado, de su medio- puede llegar a un buen puerto” (citado en Jacquy Chemouni, Trotsky y el psicoanálisis, p. 233). Por otro lado su hija Zinaida- quien finalmente se suicidaría- recibió terapia psicoanalítica por consejo del mismo Trotsky.
Sin duda era sumamente escéptico respecto al psicoanálisis individual, porque consideraba que la “cura” a la “subordinación animal” del hombre con respecto a su subconsciente se encuentra por la vía social y no individual. Con relación al tratamiento psicoanalítico de su camarada y amigo Adolf Ioffe, Trotsky afirmaría “la revolución había hecho mucho más que el psicoanálisis por liberar a Ioffe de sus complejos” (Ibid. p. 233). El psicoanálisis individual puede a lo sumo informar a un individuo acerca de los orígenes de su neurosis –y como tal tener ciertos efectos para gente con condiciones de cierta comodidad- pero es incapaz, al menos con lo que respecta a las masas trabajadoras (que ni siquiera tienen medios para acudir al psicoanalista), de transformar las condiciones objetivas que la generan. Por ello, para Trotsky, en el 90% de los casos se trata pura charlatanería.
Trotsky y Wilhlem Reich
Hay testimonios de que Wilhelm Reich (el padre del llamado “freudomarxismo) se entrevistó con el creador el Ejército Rojo en algún momento entre 1935-1936. Colaborador brillante de Freud en 1922, la evolución teórica de Reich puede ser estudiada en tres etapas. La primera de ellas (1922-1927) describe el rompimiento con Freud en torno al factor sexual que Reich acentuaría aún más que su maestro. Reich sostenía que la salud mental de un individuo está relacionada con su “potencial orgásmico” que es bloqueado por las inhibiciones y represiones del mundo contemporáneo generando sujetos neuróticos y enfermos.
Sin renunciar a las tesis de su primera etapa, la segunda (1927-1940) puede caracterizarse por su intento por vincular el psicoanálisis con el marxismo. En este periodo escribe La revolución sexual y La psicología de masas del fascismo, sus obras más reconocidas. Entre otras ideas, de las que hablaremos más adelante, Reich sostiene que la represión sexual de las sociedades divididas en clases es la causa fundamental de las enfermedades mentales. El capitalismo es hostil a la salud mental de la población, la solución de las enfermedades psíquicas se encuentra en la abolición de capitalismo y la implementación de una “política sexual” que libere a la energía sexual de toda represión y el autoritarismo. Se adhiere al Partido Comunista Austriaco (1927) y funda diversos Centros de orientación y consejería sexual de la juventud obrera por una política sexual (SEXPOL). Según Reich estas organizaciones lograron aglutinar a 40.000 miembros, se trataba de vincular la “miseria sexual” de las masas a la lucha de clases en general (carta a Trotsky 1933).
Los centros de orientación sexual fundados por Reich se orientaban a brindar apoyo psicoanalítico a los obreros y obtener estadísticas para fundamentar sus ideas. Su trabajo clínico distaba mucho del clásico trabajo de diván del psicoanálisis tradicional orientado a sectores acomodados:
La nueva sociedad de investigación de Reich contaba con una larga lista de pacientes, su tamaño le permitió realizar estudios minuciosos, consistentes y frecuentes. Naturalmente esto tuvo beneficios inmediatos en los pacientes obreros. Gracias al análisis de un gran número de casos clínicos, mucho mayor que los utilizados por los freudianos para sustentar su trabajo, Reich proporcionó un apoyo estadístico excepcional a sus investigaciones y conclusiones. Sus obras posteriores incluían observaciones y casos que eran incomparablemente mayores que las de sus “competidores”.
Estas experiencias también le proporcionaron a Wilhelm Reich una comprensión inmediata de muchos problemas sociales. Por ejemplo, el elevado número de embarazos no deseados, que aumentaba como resultado de un período de “desarrollo demográfico” forzoso. Sus experiencias con los trabajadores también fortalecieron su oposición a la absurda idea del trabajo clínico aséptico que era el método de los demás “profesionales” de la época. (Alessandro D’Aloia, “Marxismo y Psicoanálisis, Notas sobre la vida y la obra de Wilhelm Reich”, en www.marxist.com).
Tras la publicación de La psicología de masas del fascismo en 1933 Reich es expulsado del PC pues su obra atentaba contra el pacto Hitler-Stalin. El libro era peligroso para la nomenclatura porque todas sus reflexiones podían aplicarse perfectamente a la dictadura stalinista, además de que el Psicoanálisis había sido declarado por la burocracia stalinista como una teoría burguesa hedonista y degenerada. En esta etapa Reich se acerca al trotskismo (lee entre otras obras Mi vida, los escritos de Trotsky sobre el fascismo, Problemas de la vida cotidiana) y establece una correspondencia con Trotsky, argumentaba la necesidad de lanzar una plataforma “sexual”. Trotsky respondió en dos ocasiones a las dos cartas que le envío Reich en 1933 y 1935, en la primera se declara incompetente en los temas sexuales pero espera continuar el debate y aterrizarlo en el terreno político, en la segunda Trotsky lo invita a establecer un contacto personal.
De acuerdo con los testimonios de Heinz Epe, en su encuentro Trotsky señaló sus diferencias con el acento que Reich ponía en la sexualidad y su proyecto, un tanto excéntrico, de una “política sexual” que aglutinara a las masas en torno a la idea de la liberación sexual como un requisito elemental para la desalienación. Reich opinaba que una de las causas de la degeneración stalinista estaba en la ausencia de la resolución de la represión sexual que pudiera liberar a las masas de su enajenación. No hay testimonios de éste interesante debate, excepto una carta de Heinz Epe que entre otras cosas señala lo siguiente:
Reich está a la cabeza de una escuela cuyas raíces son freudianas y abrazó el marxismo, pero hoy, en lugar de desarrollar una psicología materialista a partir de los elementos materialistas dialécticos contenidos psicoanálisis, trata de utilizar las leyes del psicoanálisis en la sociología y con ello va más allá de sus propios límites. En lo que atañe a las conclusiones prácticas, estos politiqueros de la sexualidad se proponen llevar la lucha de clases ante todo en el terreno de la vida sexual, contra la opresión sexual en el seno de la familia, etc. Pero Reich también ha redactado un cuadernillo sobre la URSS, en el cual explica la reacción en el plano de la cultura soviética a partir de los elementos reaccionarios de la estructura psicológica de las masas (es decir que en realidad no explica nada de nada).” (carta de Heinz Epe a Albert Glotzer, 28 de abril de 1936, citada en Jacquy Chemouni, Op. Cit. p. 100).
La carta continúa describiendo el tacto con el cual Trotsky explicó a Reich las condiciones objetivas de la revolución de Octubre que, si bien conmovieron las relaciones familiares heredadas por siglos de tradición, impedían las bases materiales para cualquier revolución sexual. Aun cuando no compartiera todas las ideas de Reich es claro que Trotsky intentó llevar a la práctica una especia de frente único. Lamentablemente los encuentros entre Trotsky y Reich no se pudieron concretar en el plano organizativo en tanto Reich era escéptico de la construcción de la IV internacional y tendía a explicar la reacción política por “el espíritu de las masas” más que por la ausencia de una organización revolucionaria. Reich calificó a la IV internacional como un fracaso sin futuro.
La tercera y última etapa de la evolución teórica de Reich fue, quizá, una expresión de las terribles condiciones de un hombre aislado y obligado por el nazismo (que incluiría sus obras en el Index de libros prohibidos) a peregrinar de Dinamarca a Suecia, de Suecia a Noruega para llegar finalmente (1939) a EUA donde, después de unos años de vida relativamente tranquila, fue acosado por la policía. Sin perspectivas, sólo, paranoico y desmoralizado, las ideas de Reich comienzan a deslizarse por la pendiente del delirio. Su obsesión por el factor sexual es llevada al extremo en su teoría pseudocientífica del “Orgón” o energía “oragásmica” vital de todos los organismo vivos que, según él, podía ser medida y vista por unos aparatos llamados “orgonoscopios”. Incluso sostuvo que el origen del universo (Big-Bang) estaba relacionado con esa energía vital de carácter sexual (¡un orgasmo cósmico!). En este punto sus teorías coincidían con el espiritismo y estaban en total oposición a las ideas materialistas de su mejor etapa. En su delirio Reich incluso logró involucrar a Einstein en un experimento para probar sus “orgonoscopios”. Einstein y su asistente, por supuesto, le mostraron a Reich que no existía ninguna energía “orgónica” y que sus experimentos se basaban en simples malentendidos. Reich no desistió, sin embargo, de sus disparatadas teorías hasta el momento de su muerte en 1957.
La deriva hacia el misticismo de Reich no implica que se deban desechar las ideas de su segunda etapa. Al menos Trotsky se interesó en establecer un puente con Reich. Es cierto que Trotsky no compartía el fuerte acento que Reich ponía sobre el factor sexual. Es cierto que la explicación de Reich acerca del ascenso del fascismo tenía fallas a ojos de Trotsky. Reich explicaba el ascenso del fascismo en virtud del factor subjetivo (la psicología de masas) pero lo hacía de una forma abstracta. Para Trotsky el factor subjetivo puede explicar el ascenso del fascismo en tanto se descubre el lamentable papel de las direcciones de los partidos obreros (PCA y SPD) que se negaron a establecer un frente único y permitieron que Hitler llegara al poder sin romper un solo cristal arrojando a las capas medias desesperadas y desencantadas a los brazos de la reacción. Así la predisposición psicológica de la pequeña burguesía a apoyar a los nazis se comprende si entendemos no sólo su posición social en abstracto, sino sobre todo, la forma en que esa psicología evolucionó desde el polo izquierdo del espectro político hacia la extrema derecha cuando la izquierda no brindó ninguna alternativa.
No se trata de negar el papel de la “psicología de masas” como una fuerza real de los acontecimientos históricos sino de explicar concretamente cómo se desarrolla tomando en cuenta, entre otros factores, al papel de las direcciones obreras y su relación con la dinámica objetiva de la economía, la historia y la lucha de clases. De otra forma utilizaríamos a la psicología como un argumento para fundamentar una especie de fatalismo o predestinación mecánica que niega el papel de las clases organizadas y la reacción sobre lo objetivo del factor subjetivo. La psicología de la pequeña burguesía no está predeterminada fatalmente hacia el lado de la reacción, el papel de la dirección juega un rol central en la ecuación que explica la evolución política del estado de ánimo de las masas.
Trotsky y Reich compartían la necesidad de vincular a Freud con Marx aunque difirieran en la forma y en énfasis. Es posible que La psicología de masas del fascismo no sea la fuente más adecuada para estudiar el fenómeno nazi, pero la contribución pionera de Reich tampoco se opaca por sus errores teóricos ni difumina el hecho de que el enlace establecido entre Marx y Freud es audaz y brillante. Cuando Reich explica la vinculación dialéctica entre las condiciones materiales de vida y las características del carácter psicológico de capas, clases y grupos sociales; o cuando Reich plantea la formación social de la psique y su papel conservador, es decir, la tesis de que la psicología no registra automáticamente el cambio de las condiciones materiales, establece, sin duda, una aportación fecunda al establecer puentes prometedores y sumamente interesantes entre el psicoanálisis y el marxismo. Tesis como la siguiente de su obra La Psicología de masas del fascismo coinciden con Trotsky:
La ideología de cada formación social no solamente tiene como función reflejar el proceso económico, sino también enraizaría en las estructuras psíquicas de los hombres de esa sociedad. Los hombres son tributarios de su condición de existentes a doble título: directamente dependen por sus incidencias económicas y sociales, indirectamente por medio de la estructura ideológica de la sociedad; por lo tanto, en su estructura psíquica han de desarrollar siempre una antinomia que responda a la contradicción entre las repercusiones de su situación material y las de la estructura ideológica de la sociedad. Y como los hombres que forman parte de las diferentes capas no son solamente los objetos de esas influencias, sino que las reproducen también como individuos activos, su pensamiento y su acción deben ser tan contradictorios como la sociedad de la que emanan. Como quiera que una ideología social modifica la estructura psíquica de los hombres, no se reproduce solamente en esos hombres sino que, lo que es más importante, la ideología toma en la forma de ese hombre concretamente modificado, y que actúa de modo modificado y contradictorio, el carácter de una fuerza activa, de un poder material. Así y solamente así se explica el efecto de reacción de la ideología de una sociedad sobre la base social de la que ha surgido. El “efecto de reacción” pierde su carácter aparentemente metafísico o psicologista si se entiende su forma funcional como la estructura caracterológica del hombre que actúa socialmente. Precisamente por este motivo se convierte en objeto de la investigación caracterológica científica. Se ve entonces más claramente por qué la “ideología” se transforma más lentamente que la base económica. (Op cit. p. 13)
La vinculación entre psicología y medio social es establecida por Trotsky en la misma línea de pensamiento aunque, quizás, establece esta relación con un criterio más dialéctico y complejo: la psicología, como el arte, no consisten en simples expresiones directas de un medio social sino que, hasta cierto punto, obedecen a sus propias leyes e influyen, como factor activo, en su medio; aunque, en última instancia, reflejan el ser social:
No es nuestro propósito, ni mucho menos, negar la importancia que lo personal tiene en la mecánica del proceso histórico ni la influencia del factor fortuito en lo personal. Lo que sostenemos es que la personalidad histórica, con todas sus peculiaridades, no debe enfocarse precisamente como una síntesis escueta de rasgos sicológicos, sino como una realidad viva, reflejo de determinadas condiciones sociales, sobre las cuales reacciona. Del mismo modo que la rosa no pierde su fragancia por el hecho de que el naturalista indique los elementos del suelo y de la atmósfera de que se nutre, la personalidad no pierde su aroma, o su hedor, por poner en descubierto sus raíces sociales. (Historia de la revolución rusa, tomo I, p. 100)
Si bien a Reich se le olvida mencionar que esa psicología activa es tanto más un factor histórico en tanto está organizada, en general, Trotsky sostenía, poco más o menos, las mismas posturas acerca de la vinculación entre lo objetivo y lo subjetivo (tan sólo véase su Historia de la revolución rusa). No importa que el análisis de Reich tuviera fallas (si bien no hay que ignorarlas), que su comprensión del marxismo sea a veces torpe y rupestre (antes que marxista Reich fue un médico y un brillante alumno de Freud), que no contemplara el papel de las consciencia en forma de Partido; su contribución está en haber sido el primero en escribir una obra teórica para establecer los lazos que permiten enriquecer a Freud con Marx y a Marx con Freud. Ni siquiera Trotsky escribió una obra completa sobre el tema de la psicología. Todavía hace falta pulir los errores, eliminar las exageraciones, “apretar” o “aflojar” aquí y allá para que el aporte de Reich cobre todo su valor, pero fue el que abrió el camino y el mérito le pertenece. A los marxistas quisquillosos y cerrados que rechazan de plano a Reich en función de su evolución final hacia el delirio, les podemos responder que es tan nocivo guardar el “agua sucia” como “tirar el agua sucia con niño y todo” o negar la existencia del roble por el hecho de que se marchita en otoño o se convierte en cenizas. (por más que Reich se haya marchitado por obra de sí mismo).
Psicología de Masas en Trotsky
Trotsky como dirigente de masas tenía que comprender muy bien el “proceso inconsciente de toma de consciencia” de las masas. Es posible encontrar en sus escritos elementos valiosos para una teoría sobre la psicología de masas en relación con los procesos revolucionarios. Tal es el tipo de psicología sobre la que Reich pretendía teorizar. A Trotsky no le interesa enfocar la psique de los individuos de forma aislada, lo que le importa es comprender las transformaciones psicológicas de las masas en combate. Como señala la dialéctica, en contradicción con la lógica formal, “el todo no es igual a la suma de las partes” y, así como es imposible comprender el movimiento de un gas en función del movimiento de las partículas aisladas, es imposible comprender los cambios en la psicología de las masas por la sumatoria de las psiques individuales. A los fenómenos cualitativos que surgen de la interacción de partes que carecen de dicha cualidad se les conoce como “fenómenos emergentes” en teoría del Caos (la liquidez es un ejemplo, ya que las moléculas de agua por sí mismas no tienen liquidez); por su parte Hegel llamó a este patrón en su Lógica “línea nodal de medida”.
Sorprendentemente este patrón se encuentra en los cambios bruscos y repentinos de la psicología de las masas en periodos de rompimiento de la estabilidad social (revoluciones), de hecho el rompimiento de esa estabilidad se explica, en parte, por el cambio brusco y repentino de la psicología de las masas en relación e interacción con el medio social que le da sustento. Aquí nos encontramos con un tipo de psicología que escapa a los alcances del psicoanálisis tradicional. Si bien en este terreno el concepto de consciente e inconsciente sigue siendo, como veremos, de gran trascendencia. Ya no se trata, en sentido estricto, de psicoanálisis (al menos en su forma tradicional), pero los aportes de Freud al respecto del inconsciente son incorporados al análisis. Para entender los aportes de Trotsky acerca de la psicología de las masas debemos partir de su definición de revolución:
El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas en este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen la barrera que las separa de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean el punto de partida para el nuevo régimen. (Historia de la revolución, p. 25).
El proceso objetivo que conduce al estallido de una revolución fue descrito, en términos generales, por Marx en su famoso prólogo de su Contribución a la crítica de la economía política explicando que los periodos revolucionarios surgen en los momentos en que el desarrollo de las fuerzas productivas entra en contradicción con las relaciones sociales vigentes. En el caso del capitalismo el desarrollo de la industria, el comercio y la producción social entra en contradicción con la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nación. Pero las condiciones efectivas no bastan por si mismas para que el estado de cosas existente eclosione, si las condiciones objetivas generaran automáticamente cambios en las relaciones de propiedad las revoluciones serían tan automáticas como los eclipses. Las revoluciones surgen cuando las condiciones objetivas sacuden la consciencia aletargada de las clases sociales y las masas entran en acción tratando de tomar el destino en sus manos: “La dinámica de los cambios revolucionarios” nos dice Trotsky “se hallan directamente informadas por los rápidos, tensos y violentos cambios que sufre la psicología de las clases formadas antes de la revolución” (Ibid. p. 26).
La psicología de las masas es, entonces, un elemento de suma relevancia para explicar la continuidad de un sistema social o su derrumbe revolucionario. Esta afirmación puede ser paradójica si consideramos el papel que el marxismo siempre ha puesto en las condiciones objetivas rechazando las interpretaciones idealistas o subjetivistas del proceso histórico, sin embargo, la paradoja se difumina cuando analizamos la tensión dialéctica entre el proceso objetivo y su expresión subjetiva; son las condiciones sociales las que conforman y sacuden la psicología de las masas, la consciencia es incapaz de transformar aquello que no está objetivamente maduro para “dar a luz” las nuevas formas. La interacción entre lo objetivo y lo subjetivo es contradictoria y no es automática.
La sociedad no cambia nunca sus instituciones a medida que lo necesita, como un operario cambia sus herramientas. Por el contrario, acepta prácticamente como algo definitivo las instituciones a que se encuentra sometida. Pasan largos años durante los cuales la obra de la crítica de la oposición no es más que una válvula de seguridad para dar salida al descontento de las masas y una condición que garantiza la estabilidad del régimen social dominante (…) han de sobrevenir condiciones completamente excepcionales, independientes de la voluntad de los hombres o de los partidos, para arrancar al descontento las cadenas del conservadurismo y llevar a las masas a la insurrección. (Ibid. p. 26)
La contradicción radica en el hecho de que las condiciones objetivas son mucho más dinámicas que la psicología. Esto explica, en parte, que las revoluciones sociales sean fenómenos tan raros en la historia aun cuando conformen los puntos de inflexión que impulsan su desarrollo. En el desarrollo histórico la psicología representa el factor conservador:
Por tanto, esos cambios rápidos que experimentan las ideas y el estado de espíritu de las masas en las épocas revolucionarias no son producto de la elasticidad y movilidad de la psiquis humana, sino al revés, de su profundo conservadurismo. El rezagamiento crónico en que se hallan las ideas y las relaciones humanas con respecto a las nuevas condiciones objetivas, hasta el momento en que éstas se desploman catastróficamente, por así decirlo, sobre los hombres, es lo que en los periodos revolucionarios engendra ese movimiento exaltado de las ideas y las pasiones que a las mentalidades policiacas se les antoja fruto puro y simple de la actuación de los “demagogos”. (Ibid. p.26).
¿Cómo se resuelve, entonces, la contradicción entre la psique conservadora y las nuevas condiciones objetivas que claman por solución?. Para Trotsky ésta se resuelve observando el proceso histórico concreto en el que se acumulan tensiones tanto en el plano objetivo como en la consciencia de los trabajadores. Este proceso es llamado por Trotsky “proceso molecular de la revolución”. Se trata de un proceso de incubación subterráneo, aparentemente invisible e inconsciente en el que se acumulan experiencias, injusticias, lecciones en la mente de los trabajadores, dinámica acicateada por el proceso objetivo económico y político.
Con respecto a la revolución rusa de febrero de 1917 Trotsky describe el “proceso molecular” de la que surgió:
En cada fábrica, en cada taller, en cada compañía, en cada café, en el hospital militar, en el punto de etapa, incluso en la aldea desierta, el pensamiento revolucionario realizaba una labor callada y molecular. Por dondequiera surgían intérpretes de los acontecimientos, obreros precisamente, a los cuales podía preguntarse la verdad de lo sucedido y de quienes podían esperarse las consignas necesarias. Estos caudillos se hallaban muchas veces entregados a sus propias fuerzas, se orientaban mediante las generalizaciones revolucionarias que llegaban fragmentariamente hasta ellos por distintos conductos, sabían leer entre líneas en los periódicos liberales aquello que les hacía falta. Su instinto de clase se hallaba agudizado por el criterio político, y aunque no desarrollaran consecuentemente todas sus ideas, su pensamiento trabajaba invariablemente en una misma dirección. Estos elementos de experiencia, de crítica, de iniciativa, de abnegación, iban impregnando a las masas y constituían la mecánica interna, inaccesible a la mirada superficial, y sin embargo decisiva, del movimiento revolucionario como proceso consciente. (Ibid.)
Es necesario acudir al contenido del profundo pozo del inconsciente para explicar de manera aproximada cómo funciona el “proceso molecular de la revolución” en la mente de las masas trabajadoras. En periodos de estabilidad social la psique de las masas está dominada por los prejuicios alienantes absorbidos de la cotidianidad, de la filosofía inoculada por la clase dominante. El marxismo no idealiza a las masas explotadas sólo explica el lugar que a cada sector (en especial a la clase obrera) le corresponde en el proceso de producción y extrae las consecuencias políticas que de ello se deriva, haciendo un análisis de los periodos y procesos históricos para estar en condiciones de intervenir en ellos.
La idealización de las masas no es extraña. Las hemos visto en circunstancias variadas, en diversas etapas, en medio de los más grandes sacudimientos políticos. Hemos observado su lado fuerte y su lado débil. El fuerte, la decisión, la abnegación, el heroísmo, encontraron siempre su expresión más alta en los periodos de ascenso de la revolución (…) Otro capítulo de la historia se abrió en seguida, cuando se revelaron los lados débiles de los oprimidos: heterogeneidad, falta de cultura, horizontes limitados (Su moral y la nuestra, p. 84).
Para explicar el “proceso molecular de la revolución” es necesario aceptar no sólo la existencia de una capa inconsciente de la psique sino que en ella se acumulan experiencias de lucha, humillaciones que se ocultan a la razón consciente, resentimientos, anhelos; todo lo anterior reprimido por la dura costra del conservadurismo “consciente” dirigido por prejuicios y pensamientos conservadores. Y así como en los “actos fallidos del inconsciente” emergen pulsiones reprimidas, en las revoluciones se libera un “instinto de clase” en el que las masas radicalizadas pueden, por “intuición”, desconfiar de los políticos tradicionales, tomar la política en sus manos, discutir y debatir asuntos que parecían exclusivos de “los que saben”, tomar iniciativas, movilizarse, empujar a sus representantes a la izquierda, criticar todo lo que parecía eterno e incuestionable, surge una sed de aprender que hubiera parecido imposible para un trabajador enajenado e inculto. Estos cambios de consciencia son tan radicales que la personalidad parece absolutamente trastocada y los valores haberse trasmutado por completo.
Valga el ejemplo de los recientes acontecimientos en Egipto: los prejuicios sectarios se rompieron; ateos (los menos), musulmanes y cristianos movilizándose juntos para derrocar al odiado dictador; las mujeres, unos días antes sometidas al yugo machista, reconociendo su verdadera dignidad y descubriendo, por primera vez, sus rostros ante sí mismas y ante los demás; los trabajadores del textil, de los transportes, de la industria metalúrgica se organizaron e impulsaron la huelga general que finalmente, junto con las impresionantes manifestaciones en la plaza Tharir, obligaron a Hosni Mubarack a renunciar.
Las revoluciones son una evidencia clara de que en los resortes ocultos del inconsciente de las masas se encuentran “pulsiones” que no se pueden explicar si se acepta que su contenido es predominantemente sexual, se debe aceptar que en él se acumulan vivencias de la vida social que van más allá de la etapa infantil y de un contenido fisiológico. Freud abrió el pozo del inconsciente pero, probablemente, ni siquiera él era consciente de los alcances insospechados de su propio descubrimiento.
Sin embargo no existe en el análisis de Trotsky la fundamentación de algún tipo de “expontaneísmo revolucionario”. El despertar político de las masas en los procesos revolucionarios es contradictorio, heterogéneo y discontinuo. Si todas las capas de las masas sacaran las mismas conclusiones revolucionarias al mismo tiempo el proceso de cambio y surgimiento de las diversas formaciones sociales sería fácil y prácticamente automático. Pero la sobrevivencia del capitalismo atestigua que el asunto no es tan fácil y que no es automático. De la existencia de diversas capas en las masas de la población (campesinos, pequeña burguesía, obreros), de la relativa heterogeneidad de la propia clase obrera (trabajadores industriales, del transporte, sector servicios, etc.), así como de las tradiciones políticas de la misma se implican el ritmo desigual y combinado del “proceso molecular de la revolución” y la necesidad de la existencia del “factor subjetivo” por excelencia que, para el marxismo, es la organización revolucionaria. Trotsky lo explica con una metáfora inigualable: “Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor.” (Historia de la revolución rusa, p. 26).
La dinámica de una revolución se explica, en parte, por los flujos y reflujos de la consciencia de las masas. De las diversas etapas que describe la revolución rusa en los nueve meses que van de febrero a octubre de 1917 Trotsky extrae un patrón general de los procesos revolucionarios en el que la psicología de las masas, junto con la de sus dirigentes políticos, juega un rol central:
Las distintas etapas del proceso revolucionario, consolidadas por el desplazamiento de unos partidos por otros cada vez más extremos, señalan la presión creciente de las masas hacia la izquierda, hasta que el impulso adquirido por el movimiento tropieza con obstáculos objetivos. Entonces comienza la reacción: decepción de ciertos sectores de la clase revolucionaria, difusión del indiferentismo y consiguiente consolidación de las posiciones adquiridas por las fuerzas contrarevolucionarias. Tal es, al menos, el esquema de la revoluciones tradicionales (ibid. p. 20).
Trotsky sostiene que es posible comprender y prever los cambios en la psicología de las clases beligerantes. En una escala más amplia estos cambios obedecen a la dinámica de la lucha de clases, a las derrotas o victorias del periodo anterior, a la interacción y estrategia de los dirigentes políticos de los oprimidos y los opresores, a la curva del desarrollo capitalista (periodos amplios de prosperidad o de declive), al nivel de la producción industrial, a los booms y recesiones, etc.
Para Trotsky no existe una determinación mecánica entre crisis económica y lucha de clases. Después de la derrota de la revolución de 1905 Trotsky, a contracorriente de la opinión de casi todos los dirigentes de la socialdemocracia rusa, saca la conclusión (Resultados y perspectivas) de que una próxima crisis económica no traería consigo el despertar revolucionario de los trabajadores, sino por el contrario, un golpe adicional que fortalecería por un periodo a la reacción triunfante; mientras que un nuevo despertar de la consciencia de las masas no se daría sino hasta un nuevo repunte en la economía. Los efectos de la crisis económica de 1907 y el boom de 1912 en el trasfondo de los resultados de la revolución de 1905 confirmarían las perspectivas de Trotsky. En La curva del desarrollo capitalista en su debate con Kondratiev Trotsky estudia periodos históricos más amplios, periodos de ascenso o descenso del sistema capitalista, los cuales se reflejan en la conciencia de las clases en la forma de un optimismo gradualista o un pesimismo decadente, por un pensamiento político reformista o por la crisis del reformismo. Estos periodos amplios, a diferencia de los booms y recesiones clásicos descritos por Marx, están determinados, sobre todo, por los eventos políticos tales como la revolución alemana de 1846 (que posibilitó un periodo de auge capitalista), la derrota de la comuna de Paris, la primera guerra mundial, la revolución rusa, etc.
¿Lenin condenó a Freud?
Frecuentemente los “marxistas vulgares” rechazan el psicoanálisis en virtud de una incapacidad de separar “la paja del grano”, quizá de una “pereza mental” para estudiar aportes que se separan de “cliches” aprendidos de memoria o, más frecuentemente, en virtud de las supuestas opiniones de Lenin expresadas en sus conversaciones con Clara Zetkin.
El stalinismo se apoyaba en presuntas posturas de Lenin para condenar a Freud como un “hedonista burgués” obsesionado con el sexo. Pero, como en todos los terrenos, las interpretaciones de los stalinistas sobre los clásicos del marxismo son una mezcla de caricaturización mecánica con interpretaciones erróneas, perezosas o malintencionadas. Incluso aunque Lenin hubiera tenido una opinión negativa acerca del psicoanálisis esto no es argumento suficiente para rechazar de plano la pertinencia de vincular a Marx con Freud; en todo caso, se trata de una cuestión polémica en la que figuras de gran calibre teórico o intachable vida revolucionaria, como el mismo Trotsky o Adolf Ioffe, sostenían la pertinencia de dicho enlace.
La negativa a explorar dicho vínculo, o tacharlo como herejía inaceptable, parece más una incapacidad de pensar con cabeza propia y un dogmatismo grosero. Sin embargo creemos que no existen bases sólidas para saber con certeza las opiniones de Lenin con respecto a Freud. Si leemos aisladamente fragmentos de los recuerdos de Zetkin podemos crear la falsa apariencia de una opinión muy desfavorable de Lenin hacia Freud, fragmentos como el siguiente son ampliamente utilizados para tal efecto:
“Las alusiones que en el folleto se hacen de la hipótesis de Freud le dan una pretendida apariencia científica, pero todo esto son mamarrachadas de un chapucero. La teoría de Freud es también ahora una especie de capricho que está en boga. Yo desconfío de las teorías sexuales expuestas en artículos, informes, folletos, etc., en una palabra de esa literatura específica que tanto florece en el estercolero de la sociedad burguesa. Yo no confío en quién está constante y decididamente absorbido por los problemas sexuales, como un faquir indio por la contemplación de su ombligo”. (Clara Zetkin, “De los recuerdos sobre Lenin”, en La emancipación de la mujer. Pp. 101-102.).
Incluso autores bien intencionados (como Jacquy Chemouni) se dejan llevar por el impresionismo de una conversación informal. El mismo procedimiento, que en el caso de los stalinistas fue totalmente deshonesto, se aplicó desvergonzadamente con los escritos de Lenin sobre la literatura de partido, con el objetivo de dar una cobertura “teórica” al control burocrático de la literatura y el arte. El truco consistía en extender los criterios políticos (criterios marxistas) para los escritos destinados a la prensa del Partido Bolchevique al conjunto de la literatura en general. Es difícil encontrar una distorsión más grande de las ideas de Lenin. Tal es el caso, creemos, de las interpretaciónes de las conversaciones con Clara Zetkin. Si leemos atentamente el fragmento dentro del contexto, ubicando las sugerencias que Lenin intenta subrayar, podemos concluir lo siguiente:
1) Lenin llama “mamarrachadas” a las ideas, de una comunista de Viena, contenidas en un folleto sobre sexualidad que se refiere a Freud, pero en ningún momento se refiere de esa forma a la teoría de Freud. No podemos saber si las ideas del folleto eran realmente “mamarrachadas” pues desconocemos el texto en cuestión.
2) Lo que molesta a Lenin no son los estudios sobre sexualidad (hace referencias elogiosas de lo escrito por Engels al respecto), sino la impertinencia de que el PCA concentre sus debates de formación política en el tema de la sexualidad, precisamente en un momento en que la Revolución rusa está en peligro de muerte y en donde la tarea central de los comunistas alemanes debería ser la intervención en el movimiento obrero para llevar adelante la revolución en su propio país. En este sentido los llamados de Lenin parecen totalmente sensatos. Su llamado es a tener sentido de la proporción. Esta es la idea central.
3) Al igual que Trotsky le parece que es imposible explicar exitosamente la cuestión social en función de lo sexual; no cree en el reductivismo de ninguna clase. Los problemas sexuales y de matrimonio se deben estudiar en conjunto con el problema social. La idea de la vinculación de lo sexual con el contexto histórico constituye otra tesis nodal de las conversaciones de Lenin con Clara: “Las relaciones entre los sexos no son la simple expresión del juego entre la economía social y la necesidad física. No sería marxismo, sino racionalismo, tratar de reducir directamente a la base económica de la sociedad el cambio de estas relaciones por sí mismas, desligadas de su conexión general con toda la ideología. Naturalmente, la sed exige verse satisfecha. Más ¿acaso una persona normal, en condiciones normales, se pondría en plena calle a beber de un charco enfangado? ¿o de un vaso cuyos bordes hayan pasado por decenas de labios? Pero lo más importante de todo esto es el aspecto social. Beber agua es una cosa realmente individual. Pero en el amor participan dos, y surge una tercera, una nueva vida. Aquí aparece ya el interés social, surge el deber ante la colectividad” (Op cit. p.107).
Se le puede criticar a Lenin, si nos fijamos en aspectos secundarios, el que no se contemple el amor entre personas del mismo sexo o que se afirme que el amor sexual “es una cosa de dos”, pero ello sería desviarnos del centro del argumento: que consiste en subrayar el carácter social, histórico y cultural de la sexualidad y el amor. El hecho de que la satisfacción de la necesidad fisiológica sexual se configura social y culturalmente. Ese es el Quid de la cuestión.
4) Lenin no cree que se pueda exponer de manera satisfactoria el tema de la sexualidad en folletines que vulgarizan el tema, lo aíslan o lo sacan de contexto.
5) En su opinión, en un contexto revolucionario, es especialmente nocivo para la juventud comunista concentrarse demasiado en el tema sexual porque se disipan inútilmente las energías de la juventud, las cuales se deben orientar a la formación política integral y a la intervención en el movimiento obrero.
6) Lenin sostiene que sus críticas no tienen nada que ver con un ascetismo o un filisteísmo conservador. En su opinión “el comunismo debe traer consigo no el ascetismo, sino la alegría de vivir y el optimismo, suscitado también por la plenitud de la vida amorosa. Sin embargo, a mi juicio, el exceso de vida sexual que hoy se observa a menudo, lejos de reportar alegría vital y optimismo, los disminuye. En tiempos de revolución, esto es malo, muy malo” (Op cit. p.108).
Por duros que hayan sido los método polémicos de Lenin y cualesquiera que hayan sido sus verdaderas opiniones con respecto al psicoanálisis, podemos establecer firmemente que Lenin jamás hubiera estado de acuerdo con prohibir de manera administrativa cualquier teoría ya fuera en el arte o en la ciencia. Su método era el de la discusión política, nunca el de la represión burocrática. Al igual que Trotsky no compartía las ideas del “arte proletario” de gente como Lunarcharsky pero jamás sostuvo la idea de eliminar o reprimir las ideas que no compartía. Lenin, por ejemplo, se oponía a las tesis de “amor libre” de Alejandra Kollontai pero sus diferencias no implicaron la expulsión de Kollontai o la prohibición de sus ideas. Lenin fue siempre un polemista feroz contra la ideología burguesa pero sabía muy bien que dentro del campo de las ideas revolucionarias cabe la diferencia y la polémica.