Transversalidad, élites y Pueblo

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Aportación al debate interno de Podemos

La “transversalidad” es uno de los ejes del actual debate interno en Podemos, y es un concepto que ha estado presente en el ideario de la organización desde sus comienzos. La idea de la transversalidad hace referencia a que Podemos debe conseguir un apoyo social muy amplio, que abarque a varias clases sociales –de ahí lo de transversal– para aglutinar una mayoría de la sociedad frente a lo que se denomina “las élites”. Los seguidores del compañero Íñigo Errejón son los que con más énfasis reclaman la virtud de la transversalidad que oponen al “obrerismo” que, según ellos, siempre ha distinguido a la izquierda, y que rechazan.

Para estos compañeros la dicotomía social principal es la del “Pueblo” frente a “las élites”. Quién compone esta “élite”, de dónde saca su poder y sus privilegios, y cómo acabar con su dominio, son cuestiones que el compañero Errejón y sus seguidores nunca han respondido con claridad. No acompañan su denuncia de las “élites” de un programa preciso para terminar con ellas y con su dominio. Más bien parecen transmitir la idea de la convivencia élites-pueblo, donde este último ejercería un control sobre la primera. Aquí se nos aparece una gran contradicción, Si una capa o clase social tiene una posición “elitista”, es porque goza de privilegios sociales y económicos que se sustentan sobre el dominio del “pueblo”. Si se acepta que las “élites” sigan existiendo, por mucho control popular que haya sobre las mismas, significará que seguirán dominando al pueblo a fin de poder seguir siendo “élites”; es decir, para mantener su posición social y económica privilegiada. Volvemos al punto de partida sin haber resuelto nada.

Seguramente, la pretensión del compañero Errejón es conseguir que las “élites” moderen su apetencia por los privilegios, que vivan más sobriamente, que exploten y roben menos, que el pueblo le imponga a las “élites” un país más justo e igualitario. Este siempre fue el sueño de los políticos reformistas en la izquierda, domesticar a la clase dominante. Pero esto es como tratar de convertir a un tigre en vegetariano. Sólo el marxismo puede ayudarnos a sacarnos de este lío discursivo.

Lo que el compañero Errejón denomina “las élites”, es lo que los marxistas llamamos “clase social dominante”: los banqueros y los grandes empresarios y terratenientes. Frente al carácter social difuso “aclasista”·del término “´élite”, utilizado por el compañero Errejón, los marxistas le ponemos cara, nombre y apellidos. El compañero Errejón no nos ha dicho de dónde sacan las “elites” su posición social dominante. Son “élites”, simplemente. Para el marxismo, las “élites”, la clase dominante, sacan su poder y privilegios de la apropiación de trabajo ajeno, de la explotación de la clase trabajadora, de los trabajadores asalariados, y de esquilmar a la pequeña burguesía a través de la competencia. Es un principio elemental del marxismo que el beneficio capitalista es el trabajo no pagado al obrero; mediante la apropiación de la “plusvalía”, el valor generado por el trabajador durante la parte de la jornada laboral que trabaja gratis para el empresario; ni más ni menos que como hacía el esclavo para su amo en la antigua Roma o los siervos para su señor feudal. Este descubrimiento de Marx del mecanismo de la explotación capitalista que expone a las claras un sistema de explotación, y que ofrece una justificación histórica a la lucha de la clase obrera contra el capitalismo, es lo que la burguesía no le ha perdonado jamás a Marx ni a sus seguidores.

La pretensión del compañero Errejón de moderar el apetito de las “élites” por el enriquecimiento, está condenada al fracaso. La codicia no es sólo una categoría moral, es una categoría económica, la más importante del capitalismo. La avidez por los beneficios es irrefrenable. Y es el motor de la economía capitalista. La alternativa del compañero Errejón, tan “novedosa”, no es más que la que siempre defendió el ala “reformista” del movimiento obrero y de la izquierda, buscar un imposible capitalismo “de rostro humano”, más imposible aún en la actual época de crisis orgánica y prolongada del sistema.

La única manera de derrotar el dominio de las “élites” es terminando con las élites mismas, lo cual sólo puede hacerse terminando con la fuente de su dominio, su propiedad con la que domina al conjunto de la población, con la expropiación de los bancos, las grandes empresas y los latifundios, bajo el control democrático del conjunto de la sociedad.

Hay un par de aspectos más a tratar respecto a la transversalidad.

Los seguidores del compañero Errejón tienen una interpretación muy peculiar de este término. Dicen que esgrimir ideas de “izquierda”, “marxistas” o “comunistas” nos aleja de la transversalidad. Pero, vamos a ver, por definición, lo que es transversal debe ocupar toda la distancia existente entre dos puntos extremos. Eliminar uno de los polos anula la idea misma de transversalidad.

Los marxistas estamos a favor de un gran frente social que incluya, además de la clase trabajadora (que no existe para el compañero Errejón y sus seguidores), a las capas empobrecidas de la pequeña burguesía, los intelectuales progresistas, y cualquier otro sector oprimido en la sociedad. Sin duda, este “frente social” representa la aplastante mayoría de la sociedad. Es en este sentido, que los marxistas también aceptamos la idea de la “transversalidad”. Ahora bien, de todas estas fuerzas sociales sólo la clase trabajadora –la clase social de los trabajadores asalariados– tiene la fuerza social y numérica para dirigir la lucha por un cambio social profundo. El “pueblo” no existe como sujeto social con intereses propios. El pueblo está conformado, y desgarrado, por clases sociales en pugna. Aun dejando fuera de él a la burguesía –el nombre científico que los marxistas damos a la clase dominante– quienes siguen formando el pueblo tienen papeles sociales muy diferentes. Los pequeños propietarios, profesionales e intelectuales no pueden jugar un papel independiente en la sociedad. Toda la historia demuestra que oscilan permanentemente en sus simpatías y antipatías entre la clase trabajadora y la clase burguesa. Eso es así porque no juegan un papel independiente ni económica ni socialmente.

La clase obrera, en cambio, es el producto más genuino del sistema económico capitalista, y la clase social más numerosa. Es una clase de no-propietarios, de ahí el potente desarrollo en su conciencia de la solidaridad y de la lucha colectiva, su potente aspiración  hacia las soluciones colectivas y hacia el bien común, frente al individualismo y la mezquindad de las clases propietarias, la burguesía y la pequeña burguesía. La despersonalización de la gran propiedad (sociedades por acciones, multinacionales) y el papel central de  miles y millones de no-propietarios en hacerlas funcionar y convertirlas en operativas, es lo que alumbra en la conciencia de los trabajadores, en determinada etapa de la lucha de clases, la idea de la propiedad colectiva de los medios de producción: los bancos, las fábricas y empresas, los latifundios, para ponerlos a funcionar para el bien de todos.

La pretensión del compañero Errejón de buscar la solución en el punto medio del conflicto, lo lleva a situarse en el campo ideológico de la pequeña burguesía y a buscar soluciones desde la perspectiva de la pequeña burguesía. Pero ya hemos visto que este es un camino sin salida. Es falso que el socialismo, como ideología natural de la clase trabajadora, sólo ofrezca una salida a la clase trabajadora. El socialismo es una doctrina integral de liberación y emancipación de todas las clases y capas oprimidas de la sociedad, pero para ello hay que derrotar al baluarte principal de la opresión general, la burguesía, que es el enemigo de clase directo de la clase trabajadora. Esta es la razón de que le corresponda a la clase trabajadora el papel dirigente en la lucha por el socialismo. Pero además debe ser así porque, como explicamos antes, en las condiciones de vida y económicas de la clase obrera está contenido, en embrión, el modelo futuro de la sociedad socialista.