El 19 de septiembre España se despertó con la noticia de la muerte de Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista Español (PCE) en los años cruciales de 1960-82. Falleció a la edad de 97 años en su casa de Madrid. Generalmente, la muerte de un dirigente del movimiento obrero sólo obtiene una escueta cobertura de prensa y, quizás, algún comunicado oficial por parte de los sindicatos, de las secciones locales socialistas, comunistas, y demás. Pero esta vez fue completamente diferente.
Todos los periódicos le reservaron la portada a esta noticia. El País, portavoz de la burguesía liberal, rindió un efusivo homenaje a Carrillo con abundantes tributos de celebridades relevantes. El rey Juan Carlos llegó a su lecho de muerte apenas dos horas después de su fallecimiento. Según Su Majestad, Carrillo desempeñó un “papel fundamental” en el establecimiento de la democracia en España.
¿Por qué todo este alboroto acerca de Carrillo? Como dice el viejo refrán español: “Dime con quién andas, y te diré quién eres”. Si bien la clase dirigente nunca olvida a sus enemigos, tampoco olvida nunca a sus amigos y aliados. Un examen político de la vida de Santiago Carrillo pone de manifiesto el papel importante que jugó en el fracaso de dos revoluciones.
Carrillo, joven socialista
Santiago nació el 16 de enero de 1915. Su padre, Wenceslao Carrillo, obrero del metal y posteriormente conocido líder socialista, trabajó como liberado en el sindicato socialista UGT y fue militante de la facción de izquierda de Largo Caballero del Partido Socialista (PSOE). Santiago nació y se crió en Gijón, una de las principales ciudades de Asturias en el noroeste de España. En 1924, se traslada a Madrid, donde su padre se hace cargo del diario El Socialista (PSOE). A una edad muy temprana, Santiago Carrillo se involucra en la UGT y en la FNJS (Federación Nacional de las Juventudes Socialistas).
Es en esta última organización en la que se convierte en un líder relevante, llegando a convertirse en secretario general en 1934. En esos momentos, las posiciones que mantiene el joven Santiago contrastan completamente con el camino que más tarde recorrerá durante el resto de su vida. Por aquél entonces es un aliado afín a Largo Caballero, líder de la izquierda socialista y defensor de la “bolchevización” del PSOE. Como líder de las Juventudes Socialistas, participa en el llamamiento a la huelga general revolucionaria en octubre de 1934 que condujo a la Comuna Asturiana, en la que los trabajadores tomaron el poder durante casi quince días, antes de que fueran aplastados por las tropas al mando de Franco.
Tras la derrota de la Comuna, las Juventudes dan un giro a la izquierda. En un documento llamado, “Octubre, segunda etapa”, escrito por Carrillo, entre otros, la organización elabora un balance de la derrota de la insurrección de octubre. Se declaran en contra de la socialdemocracia y el estalinismo y reclaman la formación de una nueva Internacional revolucionaria. Entran en contacto con Andreu Nin (el líder de la entonces Izquierda Comunista Trotskista – ICE). Nin había sido expulsado del PCE, y le proponen que se una a ellos en la lucha por limpiar el movimiento socialista de su ala reformista y ayudar a formar un verdadero partido revolucionario en España.
En ese tiempo, Carrillo y los otros dirigentes de las Juventudes Socialistas simpatizan con el trotskismo. Pero Nin, motivado por consideraciones sectarias, rechaza la oferta. No es posible abordar la historia de la Juventudes Socialistas de España en este obituario (para un relato más detallado, recomendamos leer el artículo de Pierre Broué). Baste decir que la actuación de Andreu Nin desempeñó un papel fatal en el futuro desarrollo de la revolución española: dejó la puerta abierta al estalinismo, que había comenzado a prestar seria atención a la FNJS (la organización contaba con cerca de 40.000 miembros). Trotsky describió este acto de Nin como una traición y que provocó la ruptura de las relaciones entre ambos.
La Revolución Española y la Guerra Civil
Según la historiografía oficial, Santiago Carrillo se unió al Partido Comunista Español en vísperas de la batalla de Madrid, en noviembre de 1936. Sin embargo, esta dudosa afirmación fue inventada, sin duda, por Carrillo para ocultar el hecho de que ya había sido ganado a las filas del estalinismo más de un año antes. Mientras cumplía su condena en la cárcel Modelo de Madrid, después de la fallida insurrección de octubre de 1934, Carrillo recibió varias visitas de Vittorio Codovilla, un agente italo-argentino de la Internacional Comunista.
En febrero de 1936 viajó a la Unión Soviética. Por entonces, ya era más que evidente su filiación con el estalinismo. Es importante destacar la diferencia en el tiempo, porque nos permite entender cómo utilizó su posición de liderazgo en las Juventudes Socialistas para preparar meticulosamente la fusión entre esta organización y la entonces poco numerosa Juventudes Comunistas, dando como resultado la futura organización, Juventudes Socialistas Unificadas (JSU).
Éste fue el factor clave para permitir que el estalinismo ganara una amplia base en España y, finalmente, estrangulara la revolución desde dentro. Antes de captar a las Juventudes Socialistas, el PCE era un partido muy pequeño, con menos de 8 mil miembros a nivel nacional. La afluencia de una capa entera de jóvenes cuadros proveyó al estalinismo de una enorme base. No es casualidad que muchas de las personas que entraron a través de la JSU, como el propio Carrillo, se instalaran más tarde en importantes cargos en el ejército y en el aparato burgués republicano. Formaron la columna vertebral del Partido.
Cuando la Guerra Civil estalló el 17 de julio de 1936, Carrillo sólo tenía 21 años. A pesar de su corta edad jugó un papel importante en la Junta de Defensa de Madrid. Fue responsable de mantener el orden en la capital y responsable en el desmantelamiento de las milicias y patrullas de los trabajadores anarquistas de la CNT. También participó en la represión del POUM en Madrid, su propaganda fue censurada y las sedes atacadas por matones estalinistas.
Su principal preocupación, sin embargo, era permitir que el Partido Comunista mantuviera su baluarte entre la juventud española y cambiar las líneas de clase revolucionarias en otras más acordes con la política de colaboración de clases del Frente Popular ahora liderado por Moscú. En un mitin tras otro, subrayó que el socialismo no estaba en el orden del día en España, y que hablar de llevar a cabo la revolución era mero “aventurerismo”. No es casualidad que estas ideas tuvieran eco en los oídos de muchos burócratas de alto rango, carreristas y pequeño-burgueses que se unían a las filas del PC en ese momento.
Fue esta política la que socavó la Revolución Española y, finalmente, provocó su derrota y cuarenta años de dictadura franquista. El trágico destino de la Revolución Española ha sido descrito en detalle en otra parte (ver en particular el libro de Felix Morrow). Basta con decir que la clase obrera tuvo que pagar un alto precio por la traición cometida por Santiago Carrillo y el PCE, y otros líderes del movimiento obrero. Carrillo huyó de España en marzo de 1939, justo antes de la derrota final a manos de las tropas de Franco.
En el exilio: el desarrollo del eurocomunismo
Durante cuarenta años Carrillo no puso un pie en suelo español. Viajó a Francia, luego a Moscú, Estados Unidos, México y, de nuevo, a Francia, después de la liberación de los Nazis. En este período todavía era un líder de segunda línea. En 1942, el entonces secretario general, José Díaz, falleció tras una larga enfermedad y lo sustituyó Dolores Ibárruri (más conocida como La Pasionaria). En la lucha de facciones que se había producido, Carrillo había apoyado fuertemente a Ibárruri contra su competidor, Jesús Hernández, posteriormente expulsado del Partido.
En 1960, La Pasionaria, ya no tan joven, vivía en Moscú, donde todavía no había entrado en contacto directo con los exiliados españoles. Asume la presidencia del Partido y se le entrega la secretaría general a Santiago Carrillo. Desde esta posición, se deshace de Semprún y Claudín, que empezaban a cuestionar la política del Partido en España, argumentando que la única revolución pendiente en España era la revolución socialista, a diferencia de la opinión oficial de Carrillo sobre la necesidad de una revolución “democrática anti-feudal”. Lamentablemente, Claudín y Semprún giraron, finalmente, hacia posturas conservadoras y terminaron en el ala derecha del Partido Socialista.
En 1968, Carrillo comienza a distanciarse del control asfixiante de la Unión Soviética. Este proceso se inició con su crítica a la intervención militar soviética en Checoslovaquia ese mismo año. Fue apoyado en esto por Berlinguer, el líder del PC italiano y, Georges Marchais, en Francia. Adoptaron una visión más independiente, que posteriormente se conocería como “eurocomunismo”.
Pero lejos de un regreso al genuino leninismo, esto fue más bien un giro hacia el reformismo socialdemócrata e, incluso, al patriotismo nacional. Cuanto más se independizaban los Partidos Comunistas europeos de Moscú, más dependientes se volvían de sus burguesías nacionales. Trotsky ya había señalado este proceso en su panfleto de 1928, Crítica del Programa de la Internacional Comunista, donde advirtió que la adopción de la “teoría” del socialismo en un sólo país acabaría en la degeneración nacional-reformista de los partidos de la Internacional Comunista.
Con un retraso de algunos años, esto fue exactamente lo que sucedió. Los PC italiano, francés y español se liberaron del control de Moscú, pero al hacerlo abandonaron toda pretensión de seguir las ideas de Marx, Engels y Lenin.
“La transición”: una nueva contrarrevolución
La terrible derrota de la clase obrera española en la década de 1930 tuvo consecuencias de largo alcance después de 1939 y pasó mucho tiempo antes de que el proletariado pudiera recuperarse. Algunos ejemplos son suficientes para hacerse una idea de la terrible situación de los trabajadores españoles en ese momento. Los salarios en el campo se fijaron en la mitad de lo que habían sido durante la República. No alcanzarían el nivel de 1931 hasta 1956. Alrededor de 190 campos de prisioneros se establecieron en España con una cifra que osciló entre los 367.000 a 500.000 prisioneros. Oficialmente, se reconocieron alrededor de 35.000 ejecuciones “solamente”, pero algunos historiadores, como Anthony Beevor (que ciertamente no puede ser acusado de ser un socialista), estiman que la cifra podría estar más cerca de los 200.000.
La cifra real nunca se sabrá, probablemente, pero hubo una limpieza completa, una purga de toda la disidencia. Lo mejor de la clase obrera española fue liquidado. A lo largo de los años 60 el país vivió una industrialización generalizada, con la implantación de numerosas fábricas (como las de automóviles), especialmente en el País Vasco y Cataluña. El proletariado recuperó cierta confianza y las huelgas se hicieron más comunes. Entre 1964 y 1966 hubo 171.000 días de trabajo perdido debido a las huelgas. Entre 1967 y 1969 la cifra ascendió a 846.000 y desde 1973 a 1975 hubo 1.548.000.
Los comunistas habían conquistado la mayoría en las organizaciones sindicales (Comisiones Obreras, CC.OO) y se habían vinculado a escala nacional, formando una Confederación sindical muy fuerte de más de 200.000 miembros. Habían comenzado este trabajo en una laboriosa actividad dentro de los “Sindicatos Verticales”, controlados por el Estado, donde lograron conquistar a muchos de los elementos más militantes.
Cuando, finalmente, el 20 de noviembre de 1975 muere Franco, el Partido Comunista contaba con una posición extremadamente potente. El PCE tenía entre sus filas a una gran mayoría de la vanguardia proletaria, incluyendo un gran número de hombres y mujeres extremadamente heroicos y abnegados. En ese momento, tenía una base mucho más grande en la clase obrera organizada que el Partido Socialista (PSOE), gracias a años de sólido trabajo clandestino y altamente eficaz. El PCE afirmaba tener 150.000 militantes y su diario, Mundo Obrero, tenía una tirada de 200.000 ejemplares.
La caída de la dictadura se produjo en un tumultuoso período revolucionario, con manifestaciones y huelgas masivas. Hubo elementos de doble poder. Entre 1976 y 1978 la cifra de días laborables perdidos debido a huelgas ascendió a 13,2 millones, con más de 5,7 millones de trabajadores involucrados (el 60% de la población activa). Más de 10.000 personas, entre ellas los líderes de CC.OO, habían sido encarceladas en 1972, acusadas de “actividades políticas subversivas”. Con la muerte de El Caudillo, se exigió la puesta en libertad de los detenidos y la legalización de todos los partidos políticos.
Pero para muchos trabajadores, la cuestión de la democracia no era lo único. Sentían que el poder estaba a su alcance. Los trabajadores más avanzados entendieron instintivamente que no sería suficiente con derrocar la dictadura de Franco, sino que más bien se requería destruir sus raíces. El movimiento tuvo un carácter claramente anticapitalista. Los acontecimientos de la huelga general en Vitoria, en marzo de 1976, lo muestran más claramente, con la aparición de organismos de doble poder.
¿Cuál fue el papel de Carrillo en esta situación? Ya en 1973, cuando la caída de la dictadura era simplemente una cuestión de tiempo, él había firmado en nombre del PCE, la coalición de la infame “Junta Democrática”, junto con los liberales, ex-fascistas e incluso algunos partidos monárquicos. En 1976, había entrado ilegalmente a España y comenzado a reunirse en secreto con Adolfo Suárez, ex fascista, nombrado primer ministro por el rey Juan Carlos (durante décadas due parte integral del Estado franquista, liderando incluso el notorio Movimiento de la Falange).
De forma escandalosa, Carrillo llegó a un compromiso con Suárez, y eso llevó a la legalización del PCE en 1977. Sin embargo, había que pagar un precio por ello. ¿Cuál? No sólo hizo que el Partido renunciara a la lucha contra el capitalismo, sino que incluso ¡acató la monarquía, la bandera monarquica y el himno nacional! El lema principal era ahora un “gobierno democrático amplio”, es decir, un gobierno de unidad nacional.
La ola revolucionaria avanzaba rápidamente en dirección a un abierto enfrentamiento con las fuerzas de la reacción. Las cosas llegaron a su punto más álgido en enero de 1977, cuando un atentado fascista asesinó a cinco abogados laboralistas de Comisiones Obreras en un despacho de la madrileña calle de Atocha. Una ola de furia arrasó el país. Los trabajadores estaban listos para cualquier cosa. Pero el PCE puso el freno. En el funeral masivo de los abogados, el servicio de orden del PCE no permitió ninguna pancarta, consignas o cantos. Carrillo y los otros líderes del PCE sólo estaban interesados en seguir con sus intrigas y maniobras por arriba. Para el Congreso de 1978, el Partido había abandonado formalmente el leninismo, aunque, a decir verdad, esto era sólo el reconocimiento formal del hecho de que el Partido había abandonado hacia mucho tiempo cualquier posición revolucionaria genuina.
La clase dirigente aprovechó la oportunidad sin dudarlo. En octubre de 1977, se firmaron los infames acuerdos, Pactos de la Moncloa; llevaban la firma de Santiago Carrillo en nombre del PCE y su confederación sindical CC.OO. Este pacto fijaba un incremento salarial máximo del 22%, cuando la inflación se situaba en un 30%, establecía la devaluación de la peseta y se reconocía el despido libre para el 5% de las plantillas de las empresas. En otras palabras, este acuerdo fue una traición a los intereses de la clase obrera. A finales de 1977 el poder adquisitivo de la clase trabajadora ya había caído un 10%.
Este período fue conocido como “la Transición” (supuestamente de la dictadura a la democracia), pero en realidad fue un enorme fraude. La odiada monarquía fue mantenida y jugó un papel central. La Guardia Civil y otros órganos represivos siguieron existiendo. Nadie se hizo responsable de los crímenes y atrocidades del antiguo régimen. Los asesinos y torturadores caminaron libremente por las calles. Se le pidió al pueblo que olvidara al millón de personas que murió en la Guerra Civil. Nada de esto debía haber ocurrido. Y esta monstruosidad fue defendida ansiosamente por Santiago Carrillo.
La decepción de las masas fue amarga. En particular, los activistas que se habían sacrificado tanto, que habían arriesgado sus vidas, perdido sus empleos, sufrido prisión, palizas y torturas, se sintieron engañados. Miles de militantes renunciaron a los partidos de izquierda y a los sindicatos. Esta ola de desilusión preparó el camino para un período de semi-reacción que comenzó a principios de los 80. Por segunda vez, Carrillo había logrado desempeñar un papel clave en el descarrilamiento de una revolución. Dejemos que las últimas palabras sobre su papel en 1976 las diga el Financial Times, el órgano principal de la clase capitalista británica:
“El apoyo del PCE, tanto al primer como al segundo gobierno de Suárez fue abierto y sincero. El Sr. Carrillo fue el primer líder en apoyar los Pactos de la Moncloa e, inevitablemente, el PCE respaldó al Gobierno en el Parlamento. (…)
“Pero siendo el partido que controla a la mayor Confederación sindical, CCOO, y el partido político mejor organizado en España, su ayuda ha sido crucial en algunos de los momentos más tensos de la Transición. La gran moderación mostrada por los comunistas antes y después de la masacre de los trabajadores en Vitoria, en marzo de 1976, [tras] el asesinato de cinco abogados laboralistas en enero de 1977 y durante la huelga general de mayo de 1977 en el País Vasco – por nombrar tres ejemplos – fue decisiva para evitar la caída de España en un abismo de conflicto civil y para permitir la continuación de las reformas” (Financial Times, 13 de diciembre de 1978).
La ruptura con el PCE
En la década de 1970, Carrillo se opone fuertemente al Partido Socialista (PSOE), pensaba que tenía una retórica demasiado izquierdista, que pondría en peligro la “transición hacia la democracia”. Proclamó una «táctica» según la cual España necesitaba un “compromiso histórico” entre conservadores y comunistas. Este “compromiso” benefició a los conservadores pero no al PC, que naufragó completamente como consecuencia de esta política.
Para obtener el compromiso histórico que él tenía en mente, era necesaria una alianza con Suárez y su partido, UCD. Lamentablemente para él, la propia clase gobernante estaba dividida, UCD era un partido muy heterogéneo. En enero de 1981, Suárez fue obligado a dimitir. Un mes después, el 23 de febrero, una sección del ejército y la Guardia Civil secuestran el Parlamento a punta de pistola en un fallido golpe de Estado.
El papel del rey Juan Carlos en estos eventos nunca se ha aclarado, y mucha gente cree que de alguna manera estuvo involucrado en el golpe de Estado. Sin embargo, no fue hasta hacerse evidente el fracaso del golpe, que se declaró finalmente en contra de los golpistas. Obviamente, el sector principal de la clase dirigente entendió que un golpe de Estado en aquellas condiciones habría producido una situación extremadamente explosiva que habría puesto los cimientos del capitalismo en cuestión.
Carrillo había perdido a Suárez como su principal aliado, y el PCE fue castigado por su oportunismo, al sufrir un gran revés electoral en octubre de 1982. El PCE obtuvo el 3,6% de los votos, mientras que el PSOE (Partido Socialista) bajo la dirección de Felipe González, fue elegido con el 46% de los votos. El PCE estaba en ruinas, su militancia había disminuido drásticamente y su papel, una sombra de lo que fue.
Al principio, Carrillo pretendió continuar como si nada hubiera pasado. Trató de equilibrar las diferentes facciones dentro del PCE, entre renovadores, que querían dar un giro aún más a la derecha, y el ala más pro-soviética del partido, representantes de una oposición de izquierda. Al final, tuvo que dimitir de su cargo como secretario general, pues el desastre electoral también era, evidentemente, producto de sus traiciones y políticas oportunistas.
A partir de ese momento, de noviembre de 1982 a abril de 1985, retuvo su escaño parlamentario y, también, su asiento en el Comité Ejecutivo Nacional. Pero fueron creciendo fuertes contradicciones entre él y el nuevo secretario general del PCE, Gerardo Iglesias, que pretendía hacer una amplia alianza de partidos de izquierda. Este plan dio lugar finalmente a la actual Izquierda Unida.
Carrillo prefería un “reagrupamiento comunista” con otro pequeño Partido Comunista – una posición que no tenía sentido en absoluto. Siendo un hombre del aparato con tantos años en el poder, quería a toda costa mantener el control. Después de una feroz lucha burocrática interna, Carrillo y sus seguidores son expulsados en 1985. Intentaron establecer un nuevo partido, el PTE (Partido de los Trabajadores de España), pero no obtuvo ninguna representación parlamentaria.
Después de esa experiencia, el papel de Carrillo se redujo al de simple comentarista de acontecimientos y escritor de memorias. Ironías de la historia, todos los miembros de su partido (PTE) entraron finalmente en el PSOE, con excepción de Carrillo, quien dijo tener demasiados años de militancia comunista para volver a su antigua casa. Políticamente continuó siendo lo que siempre había sido: el más pragmático (es decir, inmoral) de todos los reformistas socialdemócratas.
La muerte de Carrillo… y la agonía mortal del reformismo
Santiago Carrillo será recordado por los marxistas como el saboteador de la maravillosa Revolución Española de 1931-39 y el hombre que descarriló el período revolucionario de 1976-79. Pero no se puede dejar de analizar la simbología de la muerte de Carrillo con el momento actual en el que la marea está empezando a cambiar. Carrillo representó el estalinismo en su manifestación más degenerada, reformista y socialdemócrata. No es casualidad que su muerte fuera lamentada por estos destacados representantes de la clase dirigente española, como la familia real. Pero su muerte llega en un momento en el que España se enfrenta, no sólo a un enorme desempleo y a la crisis económica más profunda desde hace décadas, sino también a la perspectiva de un aumento importante de la lucha de clases.
En 2011, hemos asistido al movimiento impresionante de la juventud revolucionaria, con cientos de miles de indignados ocupando las principales plazas de las ciudades de España. En 2012, el movimiento ha llegado a un nivel aún más alto. A lo largo de la primavera hubo protestas contra las medidas de austeridad que el Gobierno de Rajoy está tratando de imponer. Una huelga general en marzo tuvo un enorme impacto, tras la cual vimos el espectacular movimiento de los mineros luchando contra los recortes en las subvenciones estatales del sector minero. La reciente manifestación masiva en Madrid de cientos de miles, el 15 de septiembre, muestra que se está preparando un nuevo otoño caliente.
La muerte de Carrillo coincide con la agonía mortal del reformismo clásico. Hoy en día, los líderes reformistas españoles no tienen, como en 1976, el mismo apoyo incondicional por parte de la clase trabajadora. Las nuevas capas que están comenzando a luchar no ven la colaboración de clases como un medio viable con el que obtener algo en la España de 2012. Por el contrario, están empezando a ver que la crisis actual no es algo transitorio, sino que es mucho más profunda y grave.
Entre la nueva generación de activistas hay un renovado interés por la “memoria histórica”, la lucha por recuperar las tradiciones genuinas de las generaciones pasadas. Muchos están cuestionando la esencia misma de la “transición a la democracia”, la gran traición en la cual Carrillo jugó un papel central. Muchos, dentro del movimiento comunista e Izquierda Unida, ondean nuevamente las banderas republicanas, como un símbolo de lucha contra la monarquía podrida, impuesta por el régimen de Franco y a la que Carrillo ayudó a darle credenciales “democráticas”.
Esta es una crisis orgánica del capitalismo y no puede resolverse con la panacea del reformismo. Los elementos más avanzados de los trabajadores y la juventud ya están empezando a sacar conclusiones revolucionarias. El próximo período será de fuertes enfrentamientos entre las clases en todo el mundo, y España no será la última en elegir el camino de la revolución.
Estamos volviendo a la situación de la década de 1970, pero a un nivel superior. La nueva generación ha dado la espalda al reformismo y al estalinismo y está buscando el camino de la revolución. La mayoría ni siquiera ha oído hablar de Santiago Carrillo. Sus ideas están muertas y enterradas junto a él. La vía está abierta para un retorno a las ideas originales del socialismo