Revuelta de los agricultores europeos: Una amarga cosecha para la clase dominante

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El malestar se extiende por los campos europeos, de Polonia a España, pasando por Alemania, Suiza, Rumanía y Grecia. Los agricultores están en marcha, y no han dudado en utilizar los métodos más combativos, contrastando con los métodos «respetables» a los que las direcciones sindicales nos tienen acostumbrados. Están consiguiendo concesiones y millones de trabajadores están tomando nota.

La clase dirigente está alarmada.

Bajo esta presión, Ursula von der Leyen ha prometido desechar las propuestas de reducir a la mitad el uso de pesticidas. Los gobiernos de Francia, España y Grecia han prometido aumentar los subsidios para este sector. El presidente Macron en Francia y el Taoiseach Varadkar en Irlanda se han mostrado contrarios al acuerdo comercial con los países productores de alimentos del Mercosur latinoamericano.

La lección evidente es que la combatividad obtiene resultados.

Los agricultores no son más que una minúscula fracción de la población -el 2,5% en Francia y poco más del 1% en países como los Países Bajos y Alemania- y, sin embargo, armados únicamente con tractores y en número de unas pocas decenas de miles, han conseguido no sólo obtener concesiones, sino dividir a los gobiernos y a la propia UE.

Dejando a un lado el contenido de sus reivindicaciones: ¡qué ejemplo le están dando a los trabajadores!

En Bélgica, España, Polonia, Francia y Alemania hemos visto cómo se bloquearon las carreteras de acceso a las ciudades. Grandes puertos marítimos como Zeebrugge han sido bloqueados. En Bélgica, los agricultores han cortado las carreteras a lo largo de la frontera holandesa, mientras que los agricultores polacos, en huelga de 30 días, han hecho lo mismo a lo largo de la frontera ucraniana, culpando a la avalancha de importaciones ucranianas por una caída del 40% de los precios en 2023.

«Quien siembra miseria cosecha ira», leía la pancarta de un agricultor francés. «Estamos aquí para provocar un incendio», decía un agricultor belga, aún más contundente, frente al edificio del Parlamento de la UE. Allí, frente a la sede del Parlamento de la Unión Europea, se formaron barricadas con tractores y neumáticos ardiendo, se derribaron estatuas y se bombardeó la sede del edificio del Parlamento con piedras y huevos. En otros lugares, los tractores han asediado edificios gubernamentales.

Los grandes monopolios de supermercados y mayoristas también han sido blanco de ataques. En Bélgica y Francia se han utilizado balas de heno ardiendo para rodear con barricadas los centros de distribución de Aldi y Lidl. Los agricultores del suroeste de Francia prometieron «asediar» París, cerrando la capital mediante el estacionamiento de decenas de tractores frente al centro de comercio de alimentos de Rungis, una instalación mayorista de 570 acres conocida como «el vientre de París». Los agricultores catalanes siguieron su ejemplo y bloquearon el mayor mercado mayorista de Europa por volumen de alimentos frescos, situado en Barcelona, así como el puerto de Tarragona.

Esto está a un millón de millas, en palabras y hechos, de los mansos y suaves dirigentes sindicales – incluidos muchos de los propios dirigentes de los agricultores. El multimillonario dirigente del sindicato francés de agricultores FNSEA, por ejemplo, se ha declarado impotente ante las acciones de sus miembros: «Intento hacer un llamamiento a la calma y a la sensatez».

Lo que realmente perturba a la clase dirigente, lo que realmente les quita el sueño por las noches, es el miedo al ejemplo que los agricultores están dando.

«Una vez que aceptas la acción [violenta] de algunos», advirtió el ex ministro francés de Agricultura, «no deberías sorprenderte si otros empiezan a seguir su ejemplo».

Con 15.000 policías desplegados para contener los disturbios en Francia, el sindicato policial francés advirtió al gobierno de que debe «encontrar el extintor social, apagar el fuego para intentar calmar la situación». De lo contrario, podrían «intervenir otros gremios», lo que «paralizaría el sistema».

Precisamente por eso la clase dominante se ha movilizado para hacer concesiones. Deben amortiguar este movimiento, porque sienten que están sentados sobre un polvorín. Este ejemplo tiene todas las posibilidades de extenderse.

Turbulencias políticas

Este movimiento está lleno de peligrosas implicaciones políticas para la clase dirigente.

El año pasado, el Movimiento Campesino-Ciudadano Holandés (BBB) barrió a todos los demás partidos y encabezó las encuestas. No fue el programa reaccionario del partido, sino los métodos de los agricultores, con los que el partido estaba vinculado, lo que resonó: que estaban dispuestos a quitarse los guantes, a lanzar un ataque frontal contra los odiados gobiernos e instituciones de la clase dominante.

Con las elecciones europeas pendientes en junio, la clase dominante de toda Europa teme que se extienda una inestabilidad similar en las urnas.

La extrema derecha, desde la Agrupación Nacional en Francia hasta AfD en Alemania, están intentando sacar provecho de la situación. Irónicamente, sus programas no ofrecen nada a los agricultores. AfD, por ejemplo, se opone desde hace tiempo a las subvenciones agrícolas. Aunque los programas proteccionistas de la derecha pueden atraer a los agricultores, irónicamente la promesa de la extrema derecha de recortar la migración no cuadra en absoluto con sus intereses. La mayoría de los agricultores, incluidos los pequeños, dependen completamente de la explotación de mano de obra inmigrante barata.

Pero si hay una política ganadora para la extrema derecha en las próximas elecciones, es la oposición a la guerra de Ucrania, que ha disparado los costes del combustible y ha provocado la entrada de grano ucraniano barato en el mercado de la UE.

Estas protestas ilustran crudamente cómo la estúpida política del imperialismo occidental de patrocinar una guerra por poderes contra Rusia que no se puede ganar se ha vuelto en su contra. No han logrado paralizar a Rusia, pero han conseguido crearse graves problemas en casa. El imperialismo estadounidense, en particular, ha podido seguir adelante alegremente con esta guerra, que está lejos de sus costas, pero para las clases dominantes europeas está creando un mundo de problemas.

Sin embargo, podemos predecir de antemano que si la extrema derecha avanza, muchos en la llamada «izquierda» sacarán conclusiones erróneas. Se lamentarán del ascenso del «fascismo», olvidando por completo la cuestión principal: que la propia izquierda ha abandonado el campo de batalla.

En todo el continente, gran parte de la llamada «izquierda» se ha aliado con su «propia» clase dominante en relación a Ucrania. En Alemania, la izquierda y los sindicatos se han unido a los odiados bancos y corporaciones, y a los políticos liberales contra la AfD. Ellos son los responsables. Ellos permitieron que la demagogia de la extrema derecha acerca de una clase dirigente «de izquierdas» tuviera un aire de credibilidad. Debemos barrerlos  y sustituirlos por una dirección obrera revolucionaria y de lucha de clases.

Los comunistas deben plantear estas cuestiones. Podemos utilizar el ejemplo de los agricultores para demostrar que la combatividad obtiene resultados, y que con un giro igualmente audaz de las organizaciones obreras, bajo la dirección adecuada, se podría impedir que la ira de la sociedad la canalizarse la extrema derecha y dirigirla en una dirección revolucionaria, contra el propio sistema capitalista.

Campesinos aplastados

De hecho, los defensores derechistas del capitalismo -tanto liberales como de extrema derecha- no pueden hacer nada para aliviar las presiones que machacan a los pequeños agricultores.

A medida que el capitalismo se tambalea de una crisis a otra, se hace pagar a la clase obrera. Pero no son sólo los trabajadores los que sufren. El peso aplastante de los grandes bancos, las empresas energéticas y los supermercados, la desorganización del comercio, la inflación y los tipos de interés al alza amenazan con destruir las capas medias de pequeños agricultores y pequeños empresarios.

Esta es precisamente la capa sobre la que la clase dominante intenta apoyarse en tiempos «normales». No es una coincidencia que el campo -donde la vida suele fluir en tranquilas corrientes y la tradición es profunda- sea donde los partidos burgueses conservadores y democristianos de toda Europa han estado tradicionalmente más arraigados.

El suelo se está moviendo bajo sus pies. El hecho de que incluso los agricultores estén en movimiento debe provocar escalofríos a cualquier estratega del capital. La efervescencia en estas capas medias es una señal temprana de las grandes explosiones que se avecinan. Pero los campesinos, pequeños capitalistas ellos mismos, no pueden desafiar por sí solos el dominio del gran capital.

En Europa, el capitalismo ha infligido un golpe tras otro a las pequeñas y medianas explotaciones agrarias. La inflación las está aplastando. La guerra por poderes del imperialismo occidental en Ucrania ha disparado el coste del gasóleo y la energía. Mientras tanto, los altos tipos de interés están provocando una oleada de quiebras de agricultores hipotecados.

Irónicamente, gran parte de la política de la clase dominante europea se ha dirigido a tratar de contener el malestar de la clase obrera manteniendo baja la inflación… a expensas de los pequeños agricultores.

Esta es la razón (y no la «solidaridad», como afirman) por la que se abrieron de par en par las puertas de la UE al grano ucraniano barato. Mientras tanto, la clase dominante europea intenta atraer importaciones de alimentos baratos impulsando las negociaciones comerciales con las naciones productoras de alimentos del Mercosur en América Latina.

Las grandes cadenas de supermercados y los mayoristas no son los perjudicados, sino todo lo contrario. Su posición de monopolio les da cierto margen de maniobra para mantener artificialmente altos los precios para los consumidores cuando las presiones inflacionistas empiezan a remitir, al tiempo que utilizan el exceso de importaciones baratas para hacer bajar los precios cuando compran a las decenas y miles de pequeños y medianos agricultores.

Así, mientras que la inflación de los precios de los alimentos se mantuvo por encima del 7,5 por ciento para los consumidores en toda la UE en el último trimestre de 2023, los precios de los productos agrícolas en realidad cayeron un 9 por ciento en el año hasta finales de 2023, de vuelta a los niveles anteriores a la guerra de Ucrania. Los monopolios de la energía, los supermercados y los mayoristas se están embolsando gran parte de la diferencia.

Mientras tanto, la crisis general -y, no lo olvidemos, ¡la prisa por rearmarse! – aumenta la deuda pública. ¿Quién pagará? Los trabajadores, por la austeridad, pero también los pequeños agricultores, por los recortes en las subvenciones. Incluso antes de la crisis, el 80% de las subvenciones de la Política Agrícola Común (PAC) de la UE iban a parar al 20% de los agricultores más ricos.

Son los agricultores más pobres, que trabajan 60 horas semanales, los que acabarán yéndose a pique. Y ahora la UE les dice que deben reducir el uso de plaguicidas y fertilizantes y mantener los campos en barbecho por razones medioambientales. Pero el mercado obliga a los pequeños agricultores a aplicar esos métodos agrícolas perjudiciales para el medio ambiente para tratar de impedir  ser aplastados por los gigantes de la agroindustria. De hecho, sólo 15 multinacionales cárnicas y lácteas son responsables de emisiones de metano equivalentes al 80% de toda la UE.

Naturalmente, cuando los pequeños agricultores sienten que son injustamente castigados, se abren a la influencia de los negacionistas del cambio climático de derechas. Y sin embargo, irónicamente, el cambio climático se cierne sobre los agricultores, a través de la sequía y los incendios forestales, que han tenido un impacto particularmente devastador en Grecia y en otros lugares en el último año.

Algunos en la izquierda -habiendo observado la influencia de la extrema derecha en estos movimientos- afirman que se trata de un movimiento intrínsecamente reaccionario, que no podemos ofrecer nada a los agricultores. En gran parte de Europa, la extrema derecha es ciertamente dominante, con muchos «sindicatos» que agrupan a pequeños agricultores y grandes empresas agrícolas bajo un mismo paraguas, y bajo el dominio político de empresas gigantes.

Pero estas protestas de los agricultores son muy heterogéneas. La agroindustria apoyó claramente las protestas de los agricultores contra el nitrógeno en los Países Bajos el año pasado y la influencia de la extrema derecha era palpable. Pero en Cataluña, la situación de la tierra es tal que el movimiento está dominado por pequeños y muy pequeños agricultores, cuyas organizaciones se inclinan claramente hacia la izquierda.

Para los pequeños agricultores, sólo la clase obrera -tomando el poder y nacionalizando los grandes bancos, las empresas energéticas, los supermercados, los mayoristas y los gigantes de la agroindustria- puede ofrecerles una vida segura y digna. Una economía planificada que produzca según las necesidades, en armonía con el medio ambiente, puede ofrecer condiciones mucho mejores a los pequeños agricultores que los bancos privados y los supermercados que pretenden exprimirlos para obtener beneficios.

Una vez nacionalizados los mayoristas y los bancos en el marco de un plan de producción -y son estas grandes palancas de la economía las que los comunistas quieren controlar, no las pequeñas empresas y las pequeñas explotaciones agrícolas-, a la sociedad le costará poco ofrecer buenos precios y créditos baratos a los pequeños productores. Podríamos prestar toda la ayuda, que sólo una economía planificada puede prestar, para implantar métodos agrícolas sostenibles y respetuosos con el medio ambiente.

Sólo el comunismo puede ofrecer una salida. Antes se argumentaba que las capas medias y pequeñoburguesas de la sociedad, como los agricultores, nunca aceptarían el comunismo porque es demasiado «extremo», demasiado «radical», demasiado «combativo». Les asustaría. Pues bien, ahora los campesinos han demostrado que están dispuestos a utilizar los métodos más combativos, más extremos, más radicales. Sólo estos métodos servirán, no sólo para los agricultores, sino para millones de trabajadores.

Hay una lección ahí, si los dirigentes del movimiento obrero deciden aprenderla. Y si no, deberían hacerse a un lado en favor de los que han aprendido esta lección.