La campaña histérica y rabiosa del gobierno del PP y de los medios de comunicación de la derecha contra la gigantesca manifestación del 22 de Marzo no tiene que ver con los disturbios que hubo al final de la misma, que fueron iniciados por infiltrados y provocadores policiales como han demostrado numerosas imágenes y testimonios. Tiene que ver con los objetivos políticos del 22M que sintetizó perfectamente Diego Cañamero en su discurso de cierre del acto: “Queremos no sólo democracia para el pueblo, sino que la economía esté en manos del pueblo”.
¿Por qué temen al movimiento del 22M?
La burguesía no puede ocultar su nerviosismo y temor. La movilización del 22M ha sido la más consciente y avanzada políticamente de todas las llevadas a cabo desde el inicio de la crisis. Ha apuntado no sólo contra el gobierno, sino también contra los ricos, contra los banqueros, contra la monarquía y contra la Unión Europea capitalista.
La respiración de la burguesía debió agitarse bastante en la tarde del 22 de marzo, al escuchar en multitud de ocasiones a cientos de miles de gargantas que gritaban al unísono: “Viva la lucha de clase obrera”. Este pasar, en la acción, de ser clase “en sí” a sentirse clase “para sí” es un avance formidable en la conciencia de cientos de miles de trabajadores. El sentirse un grupo social específico, con objetivos políticos propios que chocan contra los intereses capitalistas dominantes. Pero la clase obrera no es cualquier grupo social; es el más numeroso, el más importante, el más fuerte, el que forma los huesos, los músculos, los nervios y también el alma de la sociedad. Y de esto eran completamente conscientes los manifestantes del 22 de marzo.
No estamos hablando de un pequeño sector de vanguardia, sino de un sector significativo de las masas trabajadoras – 1 millón en las calles de Madrid, cifra que probablemente se duplica y triplica en el conjunto del Estado – que busca a tientas el camino del socialismo, de una transformación radical de la sociedad.
Es cierto que este sector todavía representa una minoría en el conjunto de la población y de los trabajadores, pero las condiciones están dadas para que esas ideas y ese ambiente se extiendan con relativa rapidez en el seno de nuestra clase.
Se entiende, por tanto, el odio y el miedo que este movimiento ha despertado en la clase dominante. Esto ya se demostró en las semanas previas al 22 de marzo, cuando los medios de comunicación del régimen silenciaron la preparación y el inicio de las Marchas de la Dignidad, hasta uno o dos días antes de llegar a Madrid.
Fue entonces cuando la Delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, anunció un despliegue policial inusual para la manifestación en Madrid, con 1.700 policías antidisturbios de la UIP (Unidades de Intervención Policial), que ya habían demostrado su “civilidad” sobre pacíficos manifestantes en ocasiones anteriores, apaleándolos sin piedad y deteniéndolos arbitrariamente.
La burguesía, en España y a nivel internacional, tiene una larga experiencia sobre cómo enfrentarse a la clase obrera en períodos convulsivos de lucha de clases. Y más nos conviene extraer lecciones y aprender de esa experiencia histórica. Uno de los métodos favoritos de la burguesía y de sus gobiernos es infiltrar sus agentes en las manifestaciones obreras y populares para causar incidentes y destruir mobiliario público y comercios, y así desacreditar a los manifestantes y sus objetivos ante el conjunto de la población; en particular, ante las capas más atrasadas y vacilantes políticamente.
Este método ha sido utilizado ampliamente en Grecia, en las movilizaciones populares de estos años, causando un enorme daño al movimiento de protesta; y también ha sido utilizado en varias ocasiones en las protestas sociales recientes en Madrid y Barcelona.
¿A quién le interesaba la violencia el 22M?
Estamos aún en la fase de convencer a la mayoría de la población, particularmente entre la clase trabajadora, de la justeza de nuestras reivindicaciones y modelo de sociedad, socialista, republicano, auténticamente democrático. La tarea más relevante del momento es, por tanto, la explicación paciente y la movilización de masas para amplificar y potenciar la fuerza de nuestras reivindicaciones, comenzando por las de “Pan, Trabajo y Techo”.
Desde este punto de vista debemos preguntarnos quién ganaba y quién perdía con los sucesos de violencia al final de la manifestación del 22 de marzo. De no haberse producido ningún hecho violento destacable el 22 de marzo, ante la imposibilidad de silenciar la enorme movilización, la imagen que hubiera calado en la población habría sido la de la masividad de la misma, y sus consignas. Eso habría potenciado el debate público en torno a la Marcha de la Dignidad en los centros de trabajo, en los comercios, en las paradas de autobús, en las universidades, en las tertulias de TV, en la prensa, etc. Habría sido la agenda de las Marchas de la Dignidad la que estaría siendo objeto de debate general, como aconteció cuando irrumpió el movimiento 15M o cuando se convoca una huelga general.
En lugar de eso, los medios oficiales dieron prioridad a las imágenes de violencia y de enfrentamiento físico, manipulando la información y las imágenes, mostrando casi exclusivamente los breves episodios donde algunos policías eran atacados por manifestantes y ocultando los actos de brutalidad de la policía contra manifestantes pacíficos. Así, apenas ha trascendido el dato de los dos jóvenes que han perdido, respectivamente, un testículo y un ojo por las pelotas de goma lanzadas a bocajarro por la policía. Se nos dice que hubo 67 policías heridos, pero no se cita ninguna fuente, aparte de la policía y del Ministerio del Interior, que confirme ese dato. Ni siquiera hay una prueba contrastada del caso del policía al que supuestamente le cosieron varios puntos en la cabeza. Pese a toda la campaña salvaje de criminalización contra los manifestantes, y pese a los 1.700 antidisturbios desplegados, sólo hay un detenido imputado sin fianza. Las decenas de detenidos fueron puestos en libertad y casi todos eran manifestantes comunes que caminaban a pie para tomar sus autobuses de vuelta, como el caso de Raquel Tenías, miembro de la dirección regional de Izquierda Unida-Aragón, quien en un testimonio estremecedor detalla con todo tipo de detalles las agresiones, insultos, torturas y humillaciones a los que fueron sometidos por la policía “democrática” las decenas de detenidos en la noche del 22 de marzo.
Está claro quién salía ganando con estos hechos. El gobierno los deseaba y necesitaba para desacreditar la movilización. La corriente Lucha de Clases, como los compañeros que estaban a la cabeza de las Marchas de la Dignidad, ya dimos la voz de alarma de lo que se preparaba, días antes del 22 de marzo. En su crónica del jueves 20 de marzo, nuestro corresponsal en la Marcha de la Dignidad de la Columna Andalucía que avanzaba a pie hasta Madrid, escribía:
“Al igual que, mayoritariamente, recogemos la solidaridad de los nuestros, también notamos el odio y olemos el miedo de los que defienden el sistema. En Pinto, un compañero de San Martín de la Vega que había venido a apoyarnos, ha sufrido un desvanecimiento y ha tenido que ser trasladado a un hospital; e, increíblemente, algunos agentes de la Policía local de Pinto han aprovechado la situación para lanzar una provocación contra la Columna, tratando de entrar porra en mano en el recinto, lo mismo que al identificar a una amiga del compañero accidentado. Es evidente que el aparato del Estado va a tratar de reventar el 22M. La Columna está más que advertida de la presencia de infiltrados y provocadores. Se habla de miles de antidisturbios en Madrid, de las dificultades que pueden tener los autobuses de las distintas zonas para llegar el sábado… Sólo con la máxima unidad y disciplina, y con la mayor masividad de la movilización, conseguiremos que no se salgan con la suya”. (Diario de campaña. Marchas de la Dignidad 22-M. “Columna Andalucía”. Las negritas son nuestras)
La burguesía y sus políticos, que habían permanecido mudos durante semanas, de pronto descubrieron un oscuro plan violento de subversión días antes de la manifestación. El mismo jueves 20 de marzo, el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, estalló diciendo:
“Bajo la apariencia de reivindicar empleo, sanidad o derechos, se propone un llamamiento a la revolución, a la subversión del orden constitucional, al incumplimiento de la ley y de los compromisos internacionales y a tomar la calle … Una actuación al más puro estilo comunista y revolucionario.” (http://politica.elpais.com/politica/2014/03/20/actualidad/1395337102_227273.html)
Queda claro entonces que el gobierno y los responsables policiales calentaban el clima social para condicionar a la población ante los acontecimientos que se preparaban, y así culpar de los hechos de violencia a la ideología “extremista”, “autoritaria” y “subversiva” de los convocantes de las Marchas de la Dignidad.
La infiltración policial
Es cierto que todo movimiento de masas suele estar acompañado de la actividad de pequeños grupos o sectas ultraizquierdistas, tradicionalmente de ideología anarquista, que hacen de los enfrentamientos con la policía el eje de su actividad. Pero estos grupos son completamente marginales. Los propios informes policiales revelan que de las 1.000 manifestaciones celebradas en Madrid el año pasado solo 8 terminaron con enfrentamientos policiales. No negamos la existencia de estos grupos ni el carácter de sus actividades, pero sí decimos que la policía los utiliza como excusa para atacar y reprimir los movimientos de masas. Estos grupos son fáciles de infiltrar por la policía ya que al hacer del enfrentamiento contra “el Estado” su único eje ideológico, cualquier sujeto con un discurso radical y disposición al enfrentamiento callejero tiene más facilidades de promocionar en el interior de estos grupos que aquellos que apuesten por el debate ideológico y la discusión política.
Con la experiencia acumulada por la policía española en su lucha contra ETA y el entorno abertzale, resulta imposible de creer que la policía desconociera la presencia –según sus propios informes posteriores, si hemos de darles crédito – de un grupo de “1.500 violentos” pertrechados con todo tipo de artefactos, cohetes caseros, petardos, barras de hierro, etc., y que no hubiera policías infiltrados en su seno. Es un hecho que la policía y la Guardia Civil hostigaron durante una semana a miles de activistas que venían a Madrid a participar en las Marchas de la Dignidad, retuvieron injustificadamente a cientos de autobuses y de coches particulares con sus miles de ocupantes, llegando al punto de revisar ¡hasta los sandwichs de los mineros asturianos que venían a participar en la marcha! (Ver vídeo) y no encontraron absolutamente nada ni detuvieron a nadie.
Sin embargo, de repente, como un rayo en un cielo azul despejado, aparecieron, según la policía, 1.500 energúmenos “violentos” perfectamente camuflados, que pasaron inadvertidos a las fuerzas del orden en su llegada a Madrid y perfectamente pertrechados para acciones de “guerrilla urbana” en las horas previas al inicio de la manifestación ¿A quién pretenden engañar los responsables policiales? ¿Es que nos toman por niños de pecho? Lo claro y evidente es que la policía, siguiendo órdenes de arriba, dejó que estos grupos accedieran a la manifestación, listos para actuar.
Es la clásica táctica policial. Desde hace meses tienen infiltrados a estos grupos, como también tienen sus infiltrados en grupos nazifascistas. Cuando está próxima una movilización de masas son los principales animadores dentro de estos grupos para planificar choques y enfrentamientos con la policía. Está claro que en la manifestación del 22M los infiltrados y provocadores policiales en estos grupos, que suelen ir embozados o cubiertos con una capucha, se situaron en los puntos más cercanos a la policía para iniciar sus provocaciones. Las imágenes que hemos visto por TV y las difundidas por las redes sociales son muy claras en esto. Se puede identificar perfectamente a embozados fornidos – de apariencia policial o nazifascista – enarbolando banderas rojinegras y barras de hierro, iniciando los ataques contra la policía para darle a ésta la excusa para intervenir. Exactamente de la misma forma que hicieron el 25 de septiembre de 2012 en la concentración de ”Rodea el Congreso” en Madrid, y en otras.
Tampoco es descartable, como han denunciado IU y los organizadores de la Marcha, que el dispositivo diseñado por la dirección de la policía, siguiendo instrucciones del Ministerio del Interior, se organizara de manera muy deficiente de manera premeditada, distribuyendo de manera inadecuada al personal policial en los diferentes lugares, para crear situaciones puntuales de inferioridad física con respecto a sus atacantes y así poder mostrar imágenes de la “brutalidad” de los manifestantes contra los “desguarnecidos” policías.
Sea como fuere – por la acción de provocadores e infiltrados policiales, así como el diseño consciente de un dispositivo deficiente para amplificar el calado de los disturbios y la violencia en los enfrentamientos – el objetivo servía al mismo interés y al mismo objetivo político, a saber:
a) Desacreditar el carácter de la movilización del 22M, sus consignas y a las organizaciones convocantes, para presentarlos como extremistas y “cuasi” terroristas, para aislarlos de la población.
b) Criminalizar la protesta social y justificar la introducción de leyes penales más duras y represivas como las que propone el gobierno en su actual proyecto de ley de seguridad ciudadana, avanzando hacia un estado policial, no para ser utilizado contra los “violentos” sino contra las luchas obreras y sociales.
c) Victimizar al gobierno, de cara a las elecciones europeas, para hacerlo aparecer como el garante más consecuente de la “ley y el orden” frente a una oposición blanda o simpatizante con los “violentos”.
Combatir el ultraizquierdismo
Incluso dejando a un lado la implicación policial, eso no disminuiría el carácter reaccionario y contraproducente de los disturbios del 22M para los intereses del movimiento obrero, y de las Marchas de la Dignidad en particular.
Por supuesto, los ultraizquierdistas y sectarios justifican la necesidad de enfrentarse a la policía en cada manifestación. Los marxistas de Lucha de Clases estamos en contra por las razones dadas en párrafos anteriores. Pero lo principal es ¿quién mandató a estos caballeros para llevar a cabo sus acciones? ¿Sometieron sus propuestas de “acción directa” a la decisión o votación de las asambleas? ¿Se partieron el alma, como sí lo hicieron miles de activistas durante meses, para garantizar y asegurar la máxima participación popular y la masividad de la manifestación? ¿Cuál fue la contribución de estos individuos a este respecto?
Lo que queda en evidencia es el carácter absolutamente burocrático de estos personajes, su desprecio olímpico por las masas a las que supuestamente vienen a “salvar” y a las que les imponen su particular “acción directa” contra la policía, dañando a la propia movilización. Estos métodos de actuación no tienen nada que ver con la clase obrera sino con la pequeña burguesía, en la que es típico su desprecio por la “masa” y su culto al papel del “héroe” individual por encima de la lucha colectiva. Pero toda la experiencia histórica demuestra que allá donde una minoría suplanta la acción consciente de la mayoría, eso conduce invariablemente a la burocracia y a la dictadura de esa minoría de autoelegidos.
No desconocemos que hay jóvenes honestos y revolucionarios que tienen una sed ardiente por la justicia y que consideran urgente “hacer algo”. Toda nuestra simpatía está junto a esta juventud, lo mejor de nuestra clase; pero debemos advertir que luchamos para ganar, para alcanzar la victoria, no para dar satisfacción personal e individual a nuestras pasiones morales. Es un error caer en el “luchismo”, tomar la lucha como un fin en sí mismo, sino que debemos tomar la lucha como un medio para convencer e incorporar a capas cada vez más amplias de la clase trabajadora a la lucha misma y a favor de nuestros objetivos socialistas y revolucionarios.
Lo que demanda la situación aquí y ahora es la necesidad de la explicación y de la agitación, el convencer a la mayoría de la clase trabajadora de la necesidad de luchar por un mundo mejor, de dotarla de un programa científico de transformación social, que no puede ser otro que el programa de marxismo, del socialismo revolucionario; esto es, la nacionalización de las palancas fundamentales de la economía para convertirlas en propiedad colectiva de toda la sociedad, controladas y gestionadas democráticamente por la clase obrera. Una vez asumido este programa y la necesidad de esta nueva sociedad no habrá fuerza material para detener a la clase obrera; pero tamaña obra no puede descansar en un puñado de luchadores aguerridos y voluntariosos sino en la acción de masas de millones. La movilización de un millón de personas hace más daño a la burguesía y recluta a más trabajadores y jóvenes para la lucha revolucionaria que la acción estéril de pegarse a palos con la policía. La burguesía, que tiene una larga experiencia como clase dominante es consciente de eso, y por ello fomenta ese tipo de enfrentamientos para provocar la división, la discordia y desviar la atención de los temas realmente importantes dentro de la clase obrera y del conjunto de la población.
¿Qué hacer?
No podemos permanecer impasibles mientras vemos que nuestros enemigos emplean todos los medios a su alcance para tratar de sofocar la protesta social. Debemos sacar lecciones urgentes de la experiencia.
a) Actitud hacia la policía
En primer lugar, desde las organizaciones que forman parte de las Plataformas por las Marchas de la Dignidad, y en IU en particular, debemos combatir todo intento de ensalzar o restaurar la autoridad de las fuerzas policiales. Al contrario, debemos subrayar nuestra desconfianza y suspicacia hacia las mismas. No olvidemos que, en esencia, la policía, como parte del aparato del Estado, no es más que un cuerpo de hombres y mujeres armados para defender la gran propiedad capitalista. Hemos visto y veremos a policías reprimiendo a trabajadores, estudiantes, jubilados y desempleados; pero nunca los hemos visto ni veremos golpeando a banqueros, empresarios o políticos de derecha, pese a que todos estos están imprimiendo un maltrato y un sufrimiento terrible a la clase trabajadora y a la mayoría de la población.
b) Disolución del cuerpo de antidisturbios
Como conclusión de lo anterior, debemos exigir la disolución de la UIP, del cuerpo de antidisturbios. Es importante señalar que la última Asamblea Federal de IU se aprobó incorporar esta reivindicación en el programa político de la organización. Los integrantes de la UIP son los elementos más sádicos, violentos y reaccionarios de la policía, gente instruida y entrenada para golpear y maltratar a ciudadanos indefensos. No es casualidad que los integrantes de este cuerpo suelan tener simpatías por el fascismo y que muchos de ellos formen parte de grupos ultraderechistas y fascistas.
c) No a los encapuchados en nuestras manifestaciones
Otro elemento importante es el tema de los manifestantes que acuden a las movilizaciones de masas encapuchados y embozados. Incluso días antes del 22M circuló en las redes sociales peticiones de activistas que mostraban su rechazo a la presencia de estos individuos en nuestras movilizaciones, al asociarlos claramente con provocadores e iniciadores de los enfrentamientos con la policía. Sobre este punto debemos ser claros. Es cierto que algunos pueden justificar ir encapuchados para evitar ser reconocidos por la policía. Pero es evidente que ese tipo de indumentaria es la elegida por los provocadores e infiltrados para iniciar sus desmanes, e incluso para mezclarse con la multitud y “marcar” y ayudar a los policías uniformados para detener a compañeros. Dadas las circunstancias, desde Lucha de Clases nos sumamos a la petición cada vez más amplia contra la presencia de encapuchados en nuestras manifestaciones.
Esta medida dificultaría la infiltración de provocadores policiales en la manifestación ya que podrían ser identificados en esa o futuras manifestaciones en el caso de que estos elementos trataran “a cara descubierta” de iniciar algún tipo de provocación.
Debemos hablar claro. Para nosotros, no se trata solo de una cuestión técnica para frustrar las acciones de provocadores, también se trata de un tema político. Todo proceso de transformación social y de revolución social es protagonizado por las masas trabajadoras y sus dirigentes reconocidos actuando a cara descubierta y exponiendo abiertamente sus fines. Un dirigente obrero en una fábrica no puede actuar clandestinamente, sino que debe dar la cara ante sus compañeros y ante el patrón. El embozo, el ocultamiento, las acciones clandestinas pueden justificarse en situaciones concretas y en casos de necesidad extrema – sobre todo en situaciones de dictadura – pero no en la situación actual. Es por eso que nos sumamos al sentir de muchos activistas y proponemos que las organizaciones integrantes de las Plataformas por las Marchas de la Dignidad, y el conjunto del movimiento obrero y social, impida la participación en nuestras manifestaciones de individuos embozados o encapuchados; y que dicho acuerdo sea tomado en asambleas plenarias de las organizaciones convocantes y comunicada a los participantes en las manifestaciones al inicio de cada movilización.
d) Establecer un servicio de orden serio y riguroso en las manifestaciones
Era una tradición del movimiento obrero, prácticamente abandonada en la mayoría de los casos, establecer un servicio de orden en las manifestaciones para expulsar a los provocadores e infiltrados de la policía o de la patronal, y para defender a los manifestantes de la acción exterior de los matones fascistas o patronales y de la represión policial.
Por ello, también las organizaciones obreras, sociales y juveniles tienen una enorme responsabilidad ante la organización de movilizaciones de masas futuras. Se debe requerir a cada organización, en particular a las más grandes, que facilite un número de compañeros y compañeras, serios, probados y disciplinados para la formación de este servicio de orden hasta completar el perímetro de la manifestación, enlazados a través de las manos, brazos o palos. Debería nombrarse un comité especial para organizar este servicio de orden sobre el terreno en los días previos a cada manifestación.
Correctamente, en la manifestación del 22 de marzo fue establecido un servicio de orden, que estuvo a cargo de los compañeros del Cuerpo de Bomberos de Madrid. Pero su labor se circunscribió, dado además el número limitado de sus efectivos, a proteger la cabecera de la manifestación y el escenario. Eso fue completamente correcto y acertado. Pero la organización de la marcha del 22 M descuidó las zonas limítrofes donde se situaba la policía y, particularmente, el sector de la calle Génova, donde está ubicada la sede nacional del Partido Popular. Era, por tanto, previsible que en caso de haber incidentes estos se iniciarían en este sector de la manifestación, como así fue.
De lo que se trata, de cara a futuras manifestaciones de masas, es de establecer un cordón de compañeros entre la manifestación y la policía para impedir el lanzamiento de objetos hacia la policía desde el interior de la manifestación por parte de compañeros exaltados o de provocadores. Dada la sensibilidad de los manifestantes, que rodearían de inmediato a estos provocadores, estos elementos serían fácilmente expulsados de la manifestación por este servicio de orden sin apenas violencia.
Impedida la acción policial desde dentro de la manifestación, por la acción del servicio de orden y la actitud vigilante de los manifestantes, la policía solo tendría dos alternativas: o aceptar el carácter pacífico de la protesta en su desarrollo y finalización, o iniciar ella misma y abiertamente la represión. Pero en este caso, quedaría expuesta abiertamente la policía como la iniciadora de la violencia ante los manifestantes y ante el conjunto de la población, por lo que se reduciría al mínimo los intentos de intoxicación informativa por parte de la clase dominante en casos de enfrentamientos policiales.
Solo cuando queda inequívocamente registrado en la retina y en la conciencia de la mayoría de la población la responsabilidad policial de la represión es cuando esta última puede actuar positivamente en la conciencia de las masas de trabajadores y de los demás sectores populares, en el sentido de enardecer a millones y de crear un ambiente favorable a la movilización de masas para enfrentarse a la represión y de terminar con este sistema.
Poner en pie Plataformas de Organización Obrera y Popular
Como hemos explicado en análisis anteriores sobre las Marchas de la Dignidad, creemos importante darle continuidad a esta importantísima experiencia de lucha. Y especialmente a las Plataformas por las Marchas de la Dignidad, extendiendo su nivel de organización, e incorporando a las mismas a todas las organizaciones obreras, sociales y populares opuestas a las políticas de recortes, empezando por todas las organizaciones sindicales de clase. El cometido de estos organismos de Frente Único debería ser apoyar y organizar medidas de solidaridad con todas las luchas que se den a nivel local, regional y estatal; coordinar la protesta social contra los ajustes; apoyar a los detenidos y represaliados en las movilizaciones, recaudar dinero para las multas, etc.
En definitiva, de lo que se trata es de poner en pie Plataformas de Organización Obrera y Popular, a nivel local, provincial, autonómico y estatal. Esta será la mejor manera de contribuir a terminar cuanto antes con el gobierno del Partido Popular y sus políticas represivas, y de sentar las bases para el avance de la lucha de la clase obrera por arrebatarle el poder político y económico a la clase dominante y terminar con la pesadilla que supone este sistema capitalista.
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