El viaje de Vladimir Putin en América Latina ha encendido los entusiasmos de una parte de la izquierda sudamericana, que se ha prodigado en elogios y alabanzas del presidente ruso, presentado como un valiente combatiente antiimperialista. Pero la decisión de Moscú de cancelar del 90% de la deuda cubana con Rusia, deuda heredada de la época de la URSS, y de establecer una mayor presencia en el continente americano, no está motivada por la solidaridad internacional sino por la creciente competencia con Washington en el marco de un frágil equilibrio mundial.
Putin ¿hombre de izquierda?
Vladimir Putin es frecuentemente representado por la propaganda occidental como un peligroso nostálgico, un reducto de la época soviética, y su pasado como agente del KGB [el servicio de inteligencia de la URSS] ha sido objeto de muchas especulaciones sobre la personalidad del presidente ruso, quien estaría vinculado a aquella peligrosa ideología comunista que se creyó muerta y sepultada bajo los escombros del muro de Berlín. En la prensa occidental se hace referencia al periodo en que Putin estuvo prestando servicio en la República Democrática Alemana (RDA), a menudo añadiendo a la historia particulares falsos, como sus grados de coronel del KGB, cuando en realidad llegó a ser teniente desempeñándose oficialmente como director de la Casa de la Amistad URSS-RDA en Dresde.
Esta riqueza de particulares fantasiosamente embellecidos se esfuma cuando se trata de recordar el periodo post soviético del presidente, entonces asesor muy influyente de Anatolii Sobchak, importante personalidad del movimiento “democrático” y férreo anticomunista que fue alcalde de San Petersburgo desde 1991 hasta 1996. En su calidad de responsable del Departamento internacional de la ciudad, Putin tuvo la oportunidad de estrechar relación con los representantes de las principales multinacionales extranjeras, iniciando así su propio ascenso hacia la cúspide de la política rusa: director del FSB (los servicio de inteligencia) en 1998, nombrado jefe del gobierno en 1999 y contemporáneamente designado como propio sucesor por el mismo Eltsin [el primer presidente ruso de la era post soviética, elegido con un fraude electoral, responsable de la privatización de todo el patrimonio de la URSS].
Rusia en los años noventa era un país en mano a las mafias, con tiroteos cotidianos en las calles de San Petersburgo y Moscú, con en el fondo la liquidación total del país. Grupos de burócratas aprovechaban los recursos del país y se apoderaban de ellos, bancos abrían y cerraban justo el tiempo de estafar a ahorristas y clientes mientras empezaba la guerra en Chechenia. Gente como Berezovsky y Khodorkovsky, futuros opositores “democráticos” de Putin, se enriquecían corrompiendo funcionarios, golpeando a sus propios empleados y obreros y financiando el sistema de poder de Eltsin. Frecuentemente Putin es representado como el salvador de la patria, el hombre que ha traído de vuelta el orden en el país, pero se olvida como el ascenso político de este desconocido funcionario de San Petersburgo se debe al mismo circulo de poder de Eltsin.
La Rusia de Putin
Los puntos de vista anticomunistas del presidente ruso se formaron justamente en aquellos años de rapiña al pueblo de la ex Unión Soviética, y si por un lado tuvimos una “pacificación” con la llegada al poder de Putin, por el otro las condiciones de vida en el país están constantemente bajo ataque. Actualmente Rusia es el país con la mayor desigualdad en la distribución de la renta nacional en el mundo; 110 multimillonarios acaparran el 35% de las riquezas del país, mientras un 12% de la población vive por debajo del umbral de pobreza. El gasto público en salud ha sido reducido a menos del 3% del PIL, la inflación está por encima del 5% anual, como el desempleo, mientras en 2013 el parlamento ha rechazado una propuesta de ley para elevar el salario mínimo nacional por encima del umbral de la pobreza. Realmente no se entiende el entusiasmo de fuerzas de izquierda latinoamericana por un líder responsable de haber desmantelado la salud y la educación pública, presidente de un país donde la actividad sindical independiente choca frecuentemente con persecuciones patronales y policiacas y donde se avizoran las primeras señales de una crisis que golpea a las capas más económicamente débiles de la población.
Putin ha declarado que los bolcheviques rusos traicionaron al país, por haber sacado de la guerra mundial a una exhausta Rusia revolucionaria, ha promovido activamente la rehabilitación de auténticos reaccionarios como Petr Stolypin, el primer ministro desde 1906 a 1912, y los generales de las Guardias Blancas [el ejército contrarrevolucionario fiel al zar] Kolchak, Wrangel, Denikin y Yudenich, ha promovido activamente la búsqueda de “valores tradicionales” en nombre de un nuevo odioso y conservador retorno al modelo nacional-religioso basado en la ortodoxia y la familia. Las limitaciones que se imponen al derecho al aborto de las mujeres van de la mano del apoyo gubernamental a toda forma de discriminación basada en la orientación sexual; los criminales atentados de las organizaciones fascistas y ultranacionalistas contra los inmigrados del Cáucaso y de Asia Central no son perseguidos por un poder que ha alimentado la propaganda xenófoba y chovinista, mientras antifascistas y sindicalistas son a menudo condenados a varios años de cárceles por su actividad.
El “antiimperialismo” de Putin
El mismo antiimperialismo de Putin, elemento clave para entender las razones de la oportunista glorificación del presidente ruso por parte de algunos ambientes de la izquierda latinoamericana, es como mínimo intermitente, para utilizar un eufemismo. Lo testimonia su adhesión a la doctrina de la “guerra al terrorismo” promovida por la administración de Bush así como la ausencia de cualquier crítica al capitalismo contemporáneo. Cínicamente Putin se ha hecho revocar por el parlamento ruso la autorización a intervenir militarmente en Ucrania mientras se intensifican las masacres del ejército ucraniano contra su mismo pueblo en el Donbas. Aunque pueda volver a intervenir en futuro, queda pero demostrado que a Putin no le interesan los destinos de los que luchan contra el fascismo, el imperialismo y las masivas privatizaciones anunciadas en Ucrania, política que el mismo comparte, sino que Ucrania no ingrese a la OTAN. Los intereses de la política exterior rusa no son animados por la solidaridad entre pueblos en lucha en el mundo, como demuestra el apoyo a Israel y el reconocimiento de su derecho a la “autodefensa”. La Rusia de Putin busca más bien ampliar su influencia mundial.
La acentuación de una propaganda antioccidental en Rusia no se vincula a un giro hacia el socialismo, por el contrario; se ha introducido la enseñanza de la religión ortodoxa en las escuelas, la presencia de la Iglesia se ha hecho siempre más asfixiante en la sociedad e ideólogos declaradamente fascistas como Aleksandr Dugin [politólogo que ha teorizado la formación de un imperio euro-asiático que se oponga a los intereses norteamericanos] gozan de muchos espacios y notable apoyo oficial. Quien se espera de ver reeditada la amistad entre pueblos de la época soviética quedará desilusionado por el cinismo híper capitalista de Moscú, hecho de burocratismo y neoliberalismo desenfrenados. América Latina es solo una pieza en el ajedrez para los planes de Putin.