Por primera vez en Chile un declarado pinochetista llegará a La Moneda. Esto significa la restauración conservadora del orden burgués seis años después de la rebelión de octubre de 2019. Y lo hará con una mayoría abrumadora.
Una parte de la explicación de este resultado está en la mecánica electoral y el factor del voto obligatorio, que suma millones de nuevos votantes habitualmente apáticos y que tienden a votar contra el Gobierno de turno o bien la opción más antisistema. La otra parte se explica políticamente, por el rol del Gobierno saliente y la dinámica reciente de la lucha de clases.
El factor electoral
Comencemos mirando los datos electorales. Entre la elección presidencial de 2021 y la de 2025 hubo un aumento en el número de votantes de 7 a 13,5 millones de personas en primera vuelta, y de 8,1 a 13,5 en segunda vuelta. Es decir, 5,4 y 6,5 millones de personas, respectivamente, que se abstuvieron de votar en 2021 sí fueron a votar en esta ocasión… obligados.
La comparación más directa que se puede hacer de las elecciones del 14 de diciembre de 2025 es con el plebiscito constitucional de 2022 para aprobar o rechazar la propuesta de nueva Constitución. Esta votación fue la primera vez que el voto era obligatorio y tuvo 13 millones de votantes. En ese entonces, la izquierda, en lo más amplio del espectro político, propugnaba el Apruebo y sacó el 38% (4,8 millones). Las derechas iban por el Rechazo y su opción ganó con un 61% (7,8 millones) de los votos.

Lo que queda claro mirando los números del resultado electoral es que, aunque el voto de la izquierda amplia —mejor dicho, de la centroizquierda— se mantiene más o menos firme, la amplia mayoría de los abstencionistas, ahora obligados a votar, optaron por la derecha.
Mientras que en la segunda vuelta de 2021 Boric ganó con 4,6 millones (55%) de votos y Kast perdió con 3,6 millones (44%), ahora Jara obtuvo 5,2 millones (41%) y Kast 7,2 millones (58%) de votos.
La centroizquierda aumenta en apenas 600.000 votos, mientras que la derecha sube en 3,6 millones (el doble de 2021), en una votación en la que hubo 5,5 millones de nuevos votantes. Hubo además 780.000 votos nulos y 165.000 en blanco, que en total suman 7%, contra el 1% en la segunda vuelta de 2021.
Para tomar un ejemplo particular, en la comuna obrera y popular de Lo Espejo, en Santiago, en la segunda vuelta de 2021 Boric sacó 34.000 votos, el Apruebo (2022) sacó 36.000 y ahora Jara logró 37.000. En 2021, Kast sacó 12.000 votos, luego el Rechazo 37.000, y en 2025 Kast obtuvo 28.000. Es decir, la base electoral de la izquierda se mantiene firme, con un ligero aumento, pero el caudal de nuevos votantes por el voto obligatorio va de manera aplastante hacia Kast.
El factor político
Sobre esta base, pasemos a ver las causas políticas de fondo. A principios de la década del 2000 se abrió en Chile un ciclo de protestas y movilizaciones masivas que culminó en la rebelión popular de octubre de 2019, que puso al régimen contra las cuerdas, para luego ser canalizada a través de un proceso constituyente finalmente rechazado.
Desde el “acuerdo por la paz social y la nueva Constitución” del 15 de noviembre de 2019 hasta la fecha, pasando por la elección de Gabriel Boric en 2021 y el rechazo del primer proyecto constituyente en 2022, se impulsó una desmovilización de las masas. Mientras tanto, las alicaídas instituciones burguesas y el aparato represivo del Estado fueron restaurados en acuerdo con todos los partidos del régimen en el Congreso.
Debido al enorme desprestigio acumulado de los partidos tradicionales, tanto de la derecha como de la ex-Concertación, ese proceso tuvo que ser pilotado por alguien como Boric que aparecía como algo “nuevo” y “joven”, y en cierta medida desvinculado del desacreditado sistema bipartidista.

Ahora el futuro Gobierno de Kast, a caballo sobre dos procesos contradictorios de descomposición del régimen y el intento de recomponerlo, lleva la crisis de la democracia burguesa y los partidos tradicionales hasta un intento de conclusión autoritaria, sobre la base del aparato represivo del Estado restaurado y revitalizado durante el Gobierno de Boric.
El Gobierno del Frente Amplio (FA) y el Partido Comunista (PC), posteriormente apuntalado por la vieja Concertación, pretendía reformar el Estado burgués y bajo su conducción política instaurar las bases de un nuevo periodo histórico que llevara el sello ideológico de la pequeña burguesía liberal y posmoderna. En lugar de eso, adoptaron completamente el programa histórico de la derecha de orden público y militarización de la Araucanía. Esto llevó agua al molino de la extrema derecha y naturalizó su discurso reaccionario.
En el plano de la política exterior, Boric se alineó con Estados Unidos en relación a la guerra en Ucrania y atacó a Venezuela, Nicaragua y Cuba. Y en cuanto al aspecto económico, Boric se congració con los empresarios. Más allá de algunas reformas menores, la política de su Gobierno fue una de gestión de la crisis del sistema capitalista y por lo tanto, fue incapaz de resolver ninguno de los problemas fundamentales y apremiantes de las masas y que fueron la base de la rebelión de 2019: salud, educación, empleo, vivienda y jubilaciones.

En este sentido, la candidata comunista, exministra del Trabajo, dirigió una reforma de pensiones que profundiza el odiado sistema privado de las AFP, poniéndose en las antípodas de las necesidades de las y los trabajadores, y distanciándose del llamado “octubrismo”. Durante la campaña presidencial pudimos ver que, en el fondo, Jara tenía completo acuerdo con Kast sobre la política de “orden público” y control de las fronteras. Diferente tono y forma, pero el mismo contenido. Y, según se ha visto en el Congreso, en esto todos los partidos parecen tener acuerdo.
Debemos entonces entender que la represión y perspecución política que se llevará a cabo en el “Gobierno de emergencia” anunciado por Kast serán producto del trabajo ya bien avanzado por el Gobierno anterior en materia de represión al movimiento estudiantil, desalojo de tomas, militarización de la Araucanía e impunidad de Carabineros. El ya instalado Ministerio de Seguridad Pública continuará expandiéndose y probablemente tomará un carácter más preponderante, como de sheriff, durante el Gobierno de Kast.
Por lo tanto, es importante ver el arco completo de la historia reciente de la lucha de clases y así poder discernir claramente los límites y el significado del período que vivimos. Así, el auge de la extrema derecha no cae del cielo, sino que es producto de la bancarrota política del reformismo y la ideología liberal que conformaron la coalición PC-FA.
¿Qué representa la victoria de Kast?
De manera casi inevitable, un Gobierno que se presenta como de izquierdas y lleva a cabo una política al servicio de la clase dominante, prepara el camino para la llegada de la derecha al poder. La victoria de Kast, quien sin pudor se reclama heredero del pinochetismo, ha hecho saltar, como es comprensible, las alarmas entre muchos militantes y activistas de la izquierda y el movimiento obrero. Pero es importante preguntarse, ¿estamos en la víspera de la restauración de la dictadura?, ¿lo que viene es Pinochet?
La dictadura de Pinochet se asentó en el poder sobre la base de una amplia y brutal campaña de exterminio de las capas más avanzadas de la clase trabajadora, de la juventud y el terror sistemático que llevó a la destrucción física casi total de sus organizaciones. Hay que decir que no es esto lo que está en la agenda del Gobierno de Kast.
Para ver bien las diferencias con el fascismo de Hitler y Mussolini, debemos señalar que en Chile la extrema derecha hoy no ha ganado usando porras, pistolas o fusiles. No le han dado una derrota lapidaria e histórica a los trabajadores exterminando a sus dirigentes, cerrando y proscribiendo sus organizaciones, ni ganando las calles con bandas fascistas compuestas de enloquecidos jóvenes provenientes de la clase media.
El Gobierno de Kast se alza sobre la desmoralización que produjo el programa de conciliación de clases, que no entregó soluciones reales a las necesidades de las masas, y la desmovilización que significó el proceso constituyente. Y aunque existan grupos radicales de derecha envalentonados, el Gobierno de Kast se apoyará más bien en el afinado aparato represivo del Estado que ya está desplegado.
A los abstencionistas de ayer que hoy han dado la victoria a Kast solamente se les podía haber ganado con un programa de transformación radical de la sociedad, para abolir el capitalismo y llevar los intereses de los explotados a un Gobierno de trabajadores. La gestión timorata del capitalismo chileno en crisis fue incapaz de inspirar a los que ya habían rechazado todo. Por supuesto, es evidente que Kast tampoco entregará soluciones sustantivas. En realidad, él amenaza las condiciones laborales y de vida de la clase trabajadora, cosa que tarde o temprano se hará sentir y sus promesas se harán humo frente a las masas.
Algunos elaboran explicaciones más sofisticadas para el auge de la extrema derecha, basado en el rol de los medios y la desinformación. Estos factores sí existen y en la llamada era digital sí tienen importancia. Pero esta idea por sí misma lleva al “roteo”, de explicar la derrota simplemente porque los trabajadores son estúpidos e ignorantes, que no tienen memoria, que no entienden lo que leen y que no han sabido reconocer el mensaje de la salvación. Es evidente que Chile, a pesar de todos los discursos de país moderno, sigue teniendo millones de personas marginadas y postergadas por el desarrollo, que se integran de maneras poco convencionales al uso de la tecnología y las redes sociales.
Es efectivo que la derecha ha sabido utilizar hábilmente las comunidades digitales, y que al mismo tiempo se han vaciado otras formas tradicionales de asociación política de los trabajadores, pero esto último es el resultado sobre todo de la bancarrota política de las organizaciones de izquierda y no de las formas comunicacionales específicas. Lo principal es la responsabilidad política, y no comunicacional, de las direcciones reformistas.
Para examinar un caso inverso, en EE. UU., Zohran Mamdani ganó en noviembre las elecciones municipales de la ciudad de Nueva York, en el centro del capitalismo mundial, y en el país que recientemente votó a Donald Trump por segunda vez. Mamdani ganó porque puso claramente al frente un programa de reformas que hablaban directamente a la clase trabajadora, sobre vivienda y el costo de la vida. Algunos en este caso atribuyen su triunfo a la estrategia comunicacional, a su forma de hablar o sus videos en redes sociales, pero entonces infantilizan a los trabajadores y menosprecian la centralidad de la política y el programa. Por supuesto, las reformas de Mamdani encontrarán un límite, a menos que se disponga a dar una pelea sin cuartel contra el capitalismo, algo que ya ha dado señales que no hará.
Enfrentar la reacción con un programa revolucionario
El importante aprendizaje que queremos señalar es la capacidad que una política revolucionaria audaz tiene para movilizar a miles e incluso millones de personas para convertirse en un factor clave en la lucha de clases, no comunicacional, sino que efectivamente en la realidad y en las calles.
La clave de la política revolucionaria es la lucha de clases y un programa radical para abolir el capitalismo y establecer un Gobierno de trabajadores. Para esto la herramienta fundamental es el partido revolucionario de la clase trabajadora, cuya orientación debe estar en manos de los trabajadores avanzados y los mejores luchadores.
Kast representa el pinochetismo y los intereses corporativos de los dueños de Chile, pero ha llegado a la presidencia sobre la agitación demagógica de problemas reales que afectan a los sectores más marginados de la clase trabajadora. Su Gobierno tendrá un marcado carácter autoritario y conservador. Pero no olvidemos que tanto el legado de Pinochet como el poder de los dueños de Chile estuvieron amenazados de muerte en el ciclo anterior de movilizaciones y politización de la juventud.
Por el momento, la clase dominante ha exorcizado sus pesadillas. Lo decimos con claridad, el Gobierno de Kast será, sin duda, un Gobierno reaccionario y represor. Pero también es importante señalar que se asienta sobre una base inestable y se enfrenta a una clase obrera que no ha sido realmente derrotada y cuyas organizaciones no han sido destruidas.
En Argentina el Gobierno de Milei se ha enfrentado a movilizaciones masivas de la clase obrera, jubilados y la juventud. Si ha conseguido mantenerse en el poder ha sido por una combinación de factores, económicos y políticos, pero el factor central ha sido el papel nefasto jugado por la dirección sindical y del kirchnerismo, que en todo momento ha tratado de contener la lucha de las masas e impedir su extensión y generalización.
Además, Kast y su equipo están íntimamente ligados a sectores empresariales famosamente corruptos, y su tono reaccionario de extrema derecha resultará en constantes provocaciones a la clase trabajadora. Es muy probable que en la Araucanía la represión al activismo mapuche por parte de las FF. AA., Carabineros y/o grupos armados de derecha tengan resultados escandalosos e incluso fatales que provocarán protestas, en circunstancias que la vía institucional para el pueblo mapuche estará bloqueada durante el próximo Gobierno.
Lo mismo vale para las luchas estudiantiles, sindicales, de mujeres y de la diversidad sexual, que no la tendrán nada fácil y serán duramente atacadas y reprimidas. El resurgimiento de los estandartes de la derecha más rancia presagia un clima de radicalización y politización creciente en la clase trabajadora y la juventud.

Las organizaciones de izquierda y de trabajadores se encuentran en un estado de debilidad y dispersión. El PC se ha desacreditado enormemente tras el último Gobierno y la campaña electoral de Jara, donde renegó de sus principios doctrinarios. Lo mismo se puede decir de la CUT y otras organizaciones sindicales que en el pasado jugaron un rol progresista. Es probable que el escenario comience a cambiar bajo el efecto de los acontecimientos presentes, con sectores de vanguardia incorporándose a otras organizaciones de izquierda que encuentran a mano.
Por esto es que en este nuevo escenario deben abrirse todas las puertas a las nuevas capas que quieren pelear y aprender, que no están desmoralizadas, y no contaminarles con los vicios del sectarismo, impulsando las movilizaciones en la mayor unidad de la clase trabajadora, para que nuevos elementos de la vanguardia puedan sumarse a la lucha histórica por la emancipación de las y los trabajadores, aprender de las tradiciones revolucionarias de nuestra clase y generalizar las experiencias más avanzadas.
En estas movilizaciones hay que levantar un programa radical de ruptura con el régimen capitalista, no un discurso bobo de defensa de la democracia burguesa y sus instituciones podridas. Tampoco se puede repetir el mismo error de alojar la solución en una asamblea constituyente, pero que esta vez sea “verdadera” o “soberana”.
El problema en Chile no es que necesitemos “más democracia”, o una democracia mejor y más limpia. Lo que se requiere es expropiar a la clase dominante y poner los recursos del país al servicio de las necesidades de la inmensa mayoría trabajadora. Hay que defender los derechos democráticos, sí, pero no se trata de mejorar la democracia burguesa, sino de combatir por una auténtica democracia, en la que los explotados tengamos en nuestras manos los medios de producción.

Las direcciones reformistas del PC o el FA probablemente centrarán su resistencia en la trinchera parlamentaria e instrumentalizarán la lucha en las calles en función de su política parlamentarista y carrerista. Han quedado flancos abiertos, por ejemplo, en asuntos de derechos humanos, además de otras cuestiones llamadas “valóricas”, como el derecho al aborto y otros derechos contra los cuales la derecha siempre se ha opuesto.
Además el PC anunciaba en su último Congreso que movilizarían a su base sindical por la negociación colectiva ramal. No debe confiarse en estas direcciones que, en última instancia, serán y han sido un obstáculo para que las masas avancen más seguras de su poder. Por su parte, los reformistas canalizarán las luchas dentro hacia los seguros cauces institucionales.
Por otra parte, la carrera presidencial para el 2030 ya partió, con el demagogo Parisi proyectado como el mejor contendor y la centroizquierda liberal en una disputa dura por decidir quién liderará la oposición. Entonces, es importante que las movilizaciones mantengan independencia política y apunten a levantar un programa revolucionario propio, en articulación con todos los sectores en lucha, y no con los parlamentarios y políticos oportunistas.
Lo que se necesita es un programa de ruptura con el capitalismo y de transformación profunda de la sociedad, que se apoye sobre la organización revolucionaria de la clase trabajadora para la toma del poder. La única respuesta realista a la situación mundial es la revolución, cualquier otra alternativa está evadiendo la realidad de nuestra época de guerras imperialistas, desastre ambiental y crisis económica.
¡Que viva la clase trabajadora!
¡Que viva la rebelión de octubre!
¡A organizar la resistencia con todos los sectores en lucha!
¡A construir el partido revolucionario y por un Gobierno de trabajadores!







