El sistema capitalista encamina a la humanidad hacia la mayor catástrofe de su historia. Millones de seres humanos son testigos desolados de la locura y barbarie que se avecina, quieren luchar por un mundo mejor y es la obligación de los comunistas explicar que existe una alternativa y que merece la pena luchar por ella.
La catástrofe capitalista
No se trata sólo de la explotación económica de miles de millones de seres humanos por parte de los capitalistas locales y de las multinacionales imperialistas, que se apropian sin pago de la mayor parte de su trabajo y recursos. No son sólo las crisis incesantes, la miseria extendida, o la dificultad de millones de personas para acceder a condiciones de vida dignas, con sus consecuencias en forma de enfermedades mentales y suicidios, y de olas de emigrados por razones económicas. Las guerras se suceden una tras otra, con su legado de muerte, destrucción y barbarie. Según ACNUR, hay 114 millones de desplazados en todo el mundo por razones de guerra y violencia. El cambio climático, producto fundamentalmente de la depredación rapaz de los recursos del planeta por las multinacionales y del ánimo de lucro sin freno de las grandes petroleras –que cierran a la humanidad el acceso a fuentes de energía más baratas y limpias– arroja una amenaza inquietante para la vida en el planeta, y para nuestra civilización en particular. Así, según ACNUR, más de 20 millones de personas se ven obligadas a abandonar su hogar cada año huyendo de los desastres naturales que asolan sus regiones y países. Lo que alguna vez leímos en los libros de historia: una pandemia global con decenas de millones de muertos, lo ha vivido nuestra generación, por la falta de planificación y vigilancia, y la destrucción de hábitats animales naturales, que facilitan la transmisión de nuevos virus más contagiosos a los humanos. Y la OMS alerta que nuevas pandemias son inevitables.
No hay justificación
Lo indignante es que no existe ninguna justificación para que esto continúe así. Están dadas las condiciones para establecer un paraíso en la Tierra y solucionar todos y cada uno de los problemas a que se enfrenta la humanidad y, en particular, la clase trabajadora. Incluso, con una planificación adecuada y las inversiones necesarias a nivel global, sería posible en un período relativamente corto de tiempo, enlentecer el cambio climático, frenarlo y, eventualmente, revertirlo.
Esto sería posible si al frente de las naciones –en lugar de Biden, Netanyahu, Macron, Putin o Meloni, que sólo representan los intereses del gran capital de sus países– hubiera genuinos representantes de la clase trabajadora y de las masas oprimidas, sobre la base de una economía colectiva, socialista, enfocada al bienestar social en armonía con un medioambiente sano. Entonces, sería posible en poco tiempo dar trabajo a todo el mundo, reducir drásticamente la jornada laboral, recibir un salario decente, tener una vivienda y atención sanitaria de máxima calidad para todos, medios públicos de transporte adecuados, y socorrer con soluciones permanentes a los pueblos empobrecidos por el imperialismo en África, Asia y Latinoamérica. Todo esto requeriría tal colaboración fraternal y desinteresada entre los pueblos y los trabajadores de todo el mundo, que se irían reduciendo a la insignificancia las heridas y resquemores de las diferencias y opresiones nacionales del pasado. Tal expansión de la solidaridad, la fraternidad y la movilidad humanas haría sentir a todo el mundo, como algo superfluo, la existencia de los Estados nacionales, que han dividido a la humanidad hasta ahora en beneficio de los poderosos. Habría una aspiración irrefrenable a borrar fronteras y a unificar todo el planeta en una única sociedad universal de seres humanos.
Frente a lo que ocurría a principios del siglo XIX, cuando los grandes pioneros del pensamiento socialista, como Saint Simon, Fourier y Owen, ideaban sociedades justas gobernadas por el bien común cargadas de utopismo –porque aún no estaban dadas las condiciones económicas, técnicas y culturales para llevar sus proyectos a la práctica– hoy ya están dadas tales condiciones para hacerlo realidad.
De lo que se trata es de que la clase obrera, el producto más genuino del sistema capitalista y la columna vertebral sobre la que éste descansa, tome conciencia de esto y se levante de manera organizada y unida para apropiarse de la riqueza social que genera con sus manos y cerebros, para transformar el mundo e inaugurar una nueva y brillante etapa en la historia de la humanidad, en dirección al comunismo.
El papel del marxismo
El comunismo no es una panacea social inventada arbitrariamente para terminar con las injusticias de este mundo. No nace de una aspiración moral. La lucha por el comunismo nace de la comprensión de las leyes del desarrollo social que empujan, cada vez más, a sustituir el capitalismo por un sistema de organización humana más elevado y avanzado, acorde con el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas (industria, ciencia y tecnología, agricultura, cultura) y las necesidades sociales. Marx y Engels descubrieron que la historia humana no se desenvuelve al azar, sino que tiene como base la estructura económica de la sociedad (la producción y reproducción de los medios de vida de la sociedad), a partir de la cual surgen las diferentes formas de propiedad y de clases sociales, que generan sus correspondientes intereses, ideología, cultura y sistemas políticos.
Así, desde el surgimiento de la propiedad privada en el Neolítico, hace aproximadamente 12.000 años –tras un período donde se establecieron sociedades sedentarias y la invención de la agricultura y la ganadería– se viene desarrollando una lucha de clases sociales, entre los que trabajan y los que viven del trabajo ajeno. Bajo el capitalismo, las clases sociales se han simplificado hasta el extremo, fundamentalmente en dos: la clase capitalista, minoritaria, que posee los medios de producción y de cambio (empresas, tierra, comercios, bancos), y la clase obrera, la clase social más numerosa de la sociedad, que no posee nada; salvo su fuerza o capacidad de trabajar para los capitalistas, a cambio de un salario que le permite adquirir sus medios de vida (alimentos, casa, coche, etc.) sin oprimir ni explotar a nadie por debajo de ella.
Marx también descubrió el motor que esconde la producción capitalista: la Plusvalía, la parte de la riqueza que crea el obrero con su trabajo y que se apropia gratis el capitalista; o, dicho en otros términos: el trabajo no pagado al obrero. De esta manera, el sistema capitalista se revela como un sistema de explotación y opresión, igual que el esclavismo y el feudalismo. Como el producto del trabajo se materializa en mercancías y servicios para vender, que son propiedad del capitalista, éste necesita venderlos en masa para apropiarse de la mayor cantidad de plusvalía posible, pues la codicia burguesa no conoce límites. Así, mientras que el capitalismo ha desarrollado las fuerzas productivas a niveles colosales para amplificar la producción y venta de mercancías como si el mercado fuera infinito, éste finalmente alcanza sus límites y se satura de mercancías, conduciendo de manera periódica a crisis de sobreproducción de mercancías y de sobrecapacidad productiva instalada, con su legado de cierre de empresas, desempleo, austeridad, recortes sociales, pobreza y miseria. A una escala mayor, la competencia imperialista entre las potencias económicamente más poderosas, lleva al saqueo de países y regiones enteras, y a guerras y conflictos por nuevos mercados, fuentes de materias primas y zonas de influencia.
De esta manera, las fuerzas productivas tan colosales creadas por el capitalismo, que podrían servir para satisfacer las necesidades sociales y humanas de toda la población del planeta, desbordan el sistema de propiedad privada y de Estados nacionales, lo que explica el caos y la barbarie actuales, reflejo de un sistema en declive que amenaza el futuro de la humanidad. La contradicción está entre el carácter social de la producción (participan miles y decenas de miles de trabajadores en la elaboración, ensamblaje, transporte y venta de cada mercancía), y el carácter individual de la apropiación del producto (el dueño de la mercancía, o la junta de accionistas). De lo que se trata es de que la apropiación de todo este trabajo colectivo también sea social, propiedad común de la sociedad. De esta manera, se ajustaría la producción a las necesidades sociales, siguiendo un plan, y no habría sobreproducción ni crisis.
El papel de la clase obrera
¿Qué papel tiene la clase obrera en la solución de esto? La clase obrera es el producto más genuino del capitalismo, ocupa entre el 80% y el 90% de la población económicamente activa en los países capitalistas desarrollados. No sólo es la clase social más numerosa, también es la encargada de garantizar que la sociedad funcione cada día. Sin el amable permiso de los trabajadores ni se mueve una rueda, ni se enciende una luz. Los trabajadores asalariados no aspiran a la propiedad individual ni al lucro egoísta, como el empresario, el tendero, el campesino rico o el profesional, sino a que le paguen un salario digno y a seguir trabajando colectivamente con sus compañeros de trabajo en la fábrica, la oficina o el tajo. Por tanto, la propiedad colectiva y socialista se adecúa, como un guante a la mano, a sus condiciones de trabajo y de vida. Careciendo de la codicia capitalista e individualista, la clase obrera es la más interesada en el bien común: en que existan en abundancia escuelas, hospitales, cultura, bienestar social, e infraestructuras para todos, y un medioambiente sano. La rapiña y la opresión, en cambio, son inherentes a clases y sistemas sociales que se lucran explotando a otros, es el modo de vida de las clases propietarias, como la clase capitalista y la pequeña burguesía adinerada, no importa a qué costo.
Es, por tanto, la clase obrera el factor consciente que puede y debe dirigir la lucha por la transformación socialista de la sociedad y por el comunismo.
Hay que decir que, incluso hoy, el capitalismo se ha visto obligado a socializar, aunque sea parcial y deficientemente, aspectos vitales esenciales, que han cercenado el individualismo familiar, y preparan el futuro comunista. Además de los centros de trabajo, donde trabajan en común decenas, cientos, y miles de obreros, vivimos agrupados en barrios, tenemos un sistema de transporte público, un sistema de salud y de educación públicos, un incipiente –e insatisfactorio– sistema de atención a personas dependientes, un sistema común de redes y protocolos de telecomunicaciones, de recogida de residuos, de provisión de electricidad y energía, grandes supermercados e hipermercados para adquirir nuestros medios de vida, etc.
Vemos así que la propia producción capitalista crea las condiciones para el establecimiento de un sistema de producción superior, el socialismo, al frente del cual debe situarse la clase obrera.
La clase obrera porta otro aspecto muy importante, de manera embrionaria: una moral humana superior a la de las demás clases sociales que existen el capitalismo, y que será la base sobre la cual se establecerán y desarrollarán, de un modo incomparablemente más elevado que hoy, las relaciones entre las personas en el comunismo. Los trabajadores necesariamente deben basarse en la acción colectiva, en la solidaridad, la fraternidad y la unión, para conseguir sus reivindicaciones en cualquier ámbito: laboral, vecinal, etc. Como clase oprimida tienden a desarrollar un sentimiento instintivo contra la injusticia y el sufrimiento humano, y sus relaciones personales tienden, más que en cualquier otra clase social, a estar desprovistas de cualquier interés personal. Por supuesto, no vamos a idealizar a nuestra clase. En esta sociedad, en un grado u otro, todos padecemos distorsiones por la sociedad en la que vivimos, pero liberados del grillete capitalista, esta nueva moralidad se expandirá plenamente; por eso es un error idealista apostar por la “educación” para forjar el hombre y la mujer comunistas, sino que serán las condiciones sociales de existencia las que preparan esto.
Democracia obrera
Frente a lo que piensan los anarquistas, el comunismo no puede implantarse automáticamente al día siguiente de la revolución socialista, tras expropiar a los empresarios y banqueros y desmantelar el viejo aparato de Estado burgués (ejército, policía, alta administración y casta judicial). Se necesita una etapa de transición cuya duración no es posible fijar de antemano, bajo un régimen de democracia obrera, una sociedad de transición del capitalismo al comunismo. Se necesita ese período para poner orden en el caos legado por el capitalismo: reorganizar la economía, las sociedades y el medioambiente, distribuir los recursos y planificar la producción a escala planetaria para incrementar las fuerzas productivas a tal nivel de desarrollo, con la introducción de toda la tecnología disponible, que nos permita alcanzar el objetivo trazado por Carlos Marx: “De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades”.
Este régimen de democracia obrera, que aún no sería el comunismo, sería el más democrático que haya existido jamás en la historia. Tanto la Comuna de París, como la Revolución rusa de 1917, como otros episodios revolucionarios de gran alcance, revelaron la forma que tomaría este “Estado obrero”:
- Elección y revocabilidad inmediata por toda la población de todo representante o funcionario público.
- Que ningún representante o funcionario público reciba un salario superior al promedio de un obrero cualificado.
- Reparto y rotación de las tareas de gestión y administración entre todos los miembros de la sociedad, por turnos. Como decía Lenin: “Si todos somos burócratas por turnos, nadie será un burócrata permanente”.
- No a un ejército profesional separado del pueblo. El pueblo en armas. Esto último será un mal temporal, pero necesario, para asegurar las conquistas revolucionarias contra los remanentes de las viejas clases opresoras y para asegurar el completo triunfo de la revolución socialista mundial.
Imbuidos de la idea de construir una sociedad nueva, libre de toda opresión y explotación, la tarea de construir el socialismo liberará energías desconocidas de entusiasmo y dedicación en cientos de millones de individuos, ahora anónimos y despreciados.
Con este espíritu, las tareas cotidianas de gestión y el control de la economía y de la sociedad serían realizadas por millones de personas, favorecido por una reducción radical de la jornada laboral que permita la participación de toda la población, ya posible con la tecnología y los recursos disponibles. Dicha participación estaría coordinada a través de Comités de delegados elegidos en cada centro de trabajo, barrio y centro educativo, organizados a nivel local, provincial, regional y nacional; y por último, a nivel continental e internacional.
Las fases de la sociedad comunista
Desde el primer día, el Estado verá amputadas muchas de sus actuales atribuciones, que serán ejercidas por la población directamente, sin necesidad de “especialistas”. El Estado obrero tan solo será necesario, una vez desaparecidas las clases sociales, para regular la producción y vigilar que el consumo social en cada momento se corresponda con el nivel existente de producción social. Entraríamos entonces en lo que Lenin denominaba la “fase inferior del comunismo”. Aquí, la sociedad aún no podrá proporcionar más riqueza que la producida por el trabajo social, colectivo. Asegurará un nivel de vida y cultural muy superior al actual, pero habrá que mantener un control exacto para que el consumo no exceda la capacidad de producción, y por tanto cada miembro o familia de la comunidad recibirá productos sociales y medios de vida correspondientes a la riqueza que crea con su trabajo, descontando una parte para el fondo social. Eliminado el beneficio capitalista, que hoy supone en general una cantidad que supera el volumen total de los salarios, se constituirá un fondo social para ampliar la producción y el desarrollo tecnológico, reparaciones, obras de infraestructuras, educación y sanidad altamente cualificadas, pensiones, atención social y cuidado de ancianos y niños, previsión de desastres naturales y reversión del cambio climático. Con el potencial infinito del ingenio y la investigación humanos, no a través de unos pocos miles de científicos e investigadores como ocurre ahora, sino con millones de personas altamente cualificadas, movidas por un interés genuino de servicio a la comunidad, y con la utilización racional de las técnicas de Inteligencia Artificial más avanzadas, seremos capaces en un lapso relativamente corto de acrecentar la productividad del trabajo humano y producción de bienes, con métodos avanzados de reciclaje y reutilización de materiales y desechos, con fuentes de energía limpia ilimitada y prácticamente gratis (fusión, solar, mareas, geotermia, mareas, hidrógeno, etc.) en completa armonía con el medio ambiente, hasta alcanzar una verdadera sociedad de superabundancia.
En esa etapa, lo que Marx y Lenin denominaban la “fase superior del comunismo”, el Estado se extinguiría y disolvería completamente en la sociedad. Como explica Lenin:
“Sólo entonces será posible y se hará realidad una democracia verdaderamente completa, una democracia que verdaderamente no implique ninguna restricción. Y sólo entonces la democracia comenzará a extinguirse, por la sencilla razón de que los hombres, liberados de la esclavitud capitalista, de los innumerables horrores, bestialidades, absurdos y vilezas de la explotación capitalista, se habituarán poco a poco a la observación de las reglas elementales de convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles de años en todos los preceptos, a observarlas sin violencia, sin coacción, sin subordinación, sin ese aparato especial de coacción que se llama Estado”. (Lenin, El Estado y la Revolución, Cap. V)
¿Cómo será el comunismo?
Los comunistas no somos utopistas, sino científicos sociales. No podemos hacer conjeturas ni predecir exactamente qué forma detallada tendrá la sociedad comunista. Sólo podemos trazar los aspectos generales preparados por la actual fase desarrollo capitalista, aplicando la leyes dialécticas del movimiento a los procesos sociales para prever su curso más probable. Lo que si podemos hacer es perfilar aspectos más concretos de la vida social en el proceso de transición del capitalismo al comunismo, etapa esta última donde ya donde adquirirán un desarrollo pleno y avanzado.
Urbanismo
Uno de los mayores desafíos, y de los más apasionantes, será la revolución que deberá producirse en el hábitat y el urbanismo, para transformar los barrios inhóspitos y degradados actuales, ocupar los millones de viviendas vacías, rehabilitar viviendas, construir otras nuevas con la tecnología “inteligente” más avanzada para ahorrar energía, hacer ciudades saludables con espacios verdes suficientes, poner orden y una alternativa en las megaciudades inhabitables de las grandes capitales de todos los continentes, etc.
Mujer y familia
La mujer será la gran ganadora en el socialismo. Las agobiantes y esclavizadoras tareas domésticas estarán plenamente socializadas. Se generalizarán las guarderías, los comedores públicos, lavanderías públicas, un sistema colectivo de cuidados y de limpieza doméstica, los niños estarán al cuidado de toda la comunidad. El modo pequeñoburgués de familia actual se extinguirá. La potencia creadora e intelectual de millones de mujeres, hoy obligadas a mantenerse al margen de la más amplia vida social, y que permanece constreñida y desperdiciada por la esclavitud doméstica alienante y los empleos más precarios, se liberará plenamente y aportará a la humanidad avances y conquistas que la harán avanzar con botas de siete leguas. Las futuras relaciones afectivas alcanzarán una elevación difícil de imaginar, desterrando para siempre el machismo, la lgtbfobia y la violencia en las relaciones entre los seres humanos.
El trabajo
El trabajo cambiará completamente de carácter. De ser un medio de esclavización de muchos para enriquecer a unos pocos, se convertirá en una labor apasionante de creatividad y colaboración para hacer avanzar la sociedad, dedicando apenas unas pocas horas a la semana. La sustitución a gran escala del trabajo humano por máquinas y dispositivos –ya existen robots que pueden hacer operaciones quirúrgicas especializadas– liberará al ser humano de una cantidad enorme de tiempo para poder culturizarse, viajar, aprender idiomas y formarse en todas las disciplinas. Desaparecerá la división entre el trabajo intelectual y manual, herencia de la barbarie, produciendo seres humanos completos, sin “especialistas” que se hagan imprescindibles y utilicen su conocimiento para perseguir privilegios propios. Todos sabrán hacer de todo.
Participación
Ya durante el periodo de transición, la participación en el control y gestión de la nueva sociedad por millones de personas se verá enormemente facilitada por las nuevas tecnologías telemáticas, a través de la televisión e internet, y las aplicaciones móviles. El nivel cultural promedio ya alcanzado, y las aplicaciones informáticas a disposición de todo el mundo, permitirán que todos puedan ejercer funciones de fiscalización, llevar cuentas, etc. de manera tan simple como se organiza una comunidad de vecinos. Por supuesto, en una primera etapa, todo tipo de “especialistas”, bajo el control popular, se pondrán a disposición de la comunidad para formar y compartir sus conocimientos en beneficio de todos, hasta que se hagan superfluos.
La moral comunista
El futuro ser humano comunista, ya desprovisto de la educación y del modo de vida esclavizante del capitalismo, alcanzará cotas morales que apenas podemos atisbar. La fraternidad, connatural al ser humano, y la alegría de disfrutar de una vida plena en común con millones de personas, transformará completamente nuestro limitado y mezquino concepto de amistad, hoy circunscrita en cada persona a un reducidísimo núcleo de individuos, y parecerá cosa de locura que exista gente con privilegios de trato en sus relaciones personales. Los modernos filisteos no pueden concebir que el ser humano comunista se entregue plenamente a los demás sin esperar un “premio”; es decir, un privilegio inaccesible al resto. El “premio” que puede esperar quien contribuya de manera extraordinaria al bienestar común, con su dedicación o invención, será la satisfacción personal y moral de haber contribuido al bien de todos y recibir ese reconocimiento del conjunto de la sociedad.
El reino de la libertad
Federico Engels definió el tránsito del capitalismo al comunismo, como el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de la libertad. Desaparecida la contradicción que animaba la existencia de las sociedades de clase (la propiedad privada y las clases mismas), ¿qué contradicción moverá entonces a la sociedad comunista? Será una contradicción de otro tipo, nada que ver con oprimir y hacer sufrir a otros seres humanos, como ocurre ahora. Será la contradicción generada por las posibilidades infinitas de desarrollo de la humanidad y el estado siempre limitado de nuestros conocimientos en cada momento. Ese impulso irrefrenable del ser humano por conocer y dominar todo, sólo puede resolverse en un tiempo infinito, como infinita son la materia y el tiempo. Igualmente, los campos de atención y dedicación humana serán infinitos.
Qué privilegio, entonces, resulta participar en el movimiento comunista para luchar conscientemente por este objetivo. No hay mayor causa en la vida que ésta. Todos los que participamos de manera militante en la lucha por el comunismo llevamos un fragmento de futuro de la humanidad, y de la humanidad futura, en cada uno de nosotros. No lo desperdiciemos. El futuro será comunista, o no será.
BIBLIOGRAFÍA
“Crítica del programa de Gotha”, Karl Marx
“El Estado y la revolución”, V.I. Lenin
“La Sociedad Futura”, August Bebel