¿Qué sucede en el Partido Comunista Chino?

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En Pravda del 25 de diciembre de 1930 leemos: “En el otoño de 1930 el Partido Comunista Chino agrupaba a doscientos mil militantes. El partido ha arrancado de raíz los vestigios de las ideas de Chen Tu-hsiu y des­truido ideológicamente al trotskismo.

de León Trotsky

Apuntes de un periodista[1]

Publicado en marzo de 1931

¿Qué sucede en el Partido Comunista Chino?

En Pravda del 25 de diciembre de 1930 leemos: "En el otoño de 1930 el Partido Comunista Chino agrupaba a doscientos mil militantes. El partido ha arrancado de raíz los vestigios de las ideas de Chen Tu-hsiu y des­truido ideológicamente al trotskismo. (!)

"Sin embargo, recientemente, las complejas cir­cunstancias de la lucha hicieron surgir en el seno del partido ciertos núcleos de carácter "izquierdista" semi­trotskista. Toda una serie de camaradas dirigentes, que creen que la situación revolucionaria está madura a escala internacional, han planteado iniciar una lucha inmediata por el poder en el plano nacional, ignorando la necesidad de consolidar el poder soviético en las re­giones ya ocupadas por el Ejército Rojo. A partir de esa caracterización, consideran que es posible detener la lucha económica del proletariado y disolver los sindica­tos revolucionarios".

Esta cita nos da una idea del caos que reina en las mentes de los principales funcionarios del partido chi­no. Destruyeron "ideológicamente" al trotskismo -sobra decirlo- pero, apenas terminada esta obra de destrucción, resurgen inmediatamente los núcleos de "carácter semitrotskista". Estas cosas suceden una y otra vez. Los núcleos se extienden incluso hasta "una serie de camaradas de dirección". Eso también sucedió anteriormente.

¿Qué son estos nuevos núcleos semitrotskistas? Se manifiestan, en primer término, con la reivindicación de iniciar "una lucha inmediata por el poder en el pla­no nacional". Pero desde el otoño de 1927 la Oposición viene exigiendo exactamente lo contrario: el retiro de la consigna de insurrección armada como reivindicación inmediata. Y hasta el día de hoy, lo que nuestros camaradas chinos ponen a la orden del día no es la insurrec­ción armada sino la movilización de las masas en torno a las reivindicaciones sociales del proletariado y el cam­pesinado y las consignas de la democracia revoluciona­ria; ¡no experimentos aventureros en el campo, sino la construcción de los sindicatos y el partido! Si lo de Pravda no son calumnias (lo que no sería nada raro), si es verdad que la nueva oposición exige "detener la lucha económica y disolver los sindicatos", esto se opo­ne frontalmente a las propuestas de la Oposición de Izquierda (bolcheviques leninistas).

Más abajo leemos que la nueva oposición "ignora la necesidad de consolidar el poder soviético en las re­giones ya ocupadas por el Ejército Rojo". Es como sí la oposición, en lugar de consolidar, llamara a una insurrección nacional general. Esto tampoco tiene nada que ver con la posición de los bolcheviques leninistas. Si se considera que el "Ejército Rojo" chino es un arma de la insurrección proletaria, los comunistas chinos se deben atener a las leyes que rigen cualquier insurrec­ción revolucionaria. Tienen que tomar la ofensiva, extender su territorio, conquistar los centros estratégicos del país. Sin ello cualquier insurrección proletaria seria impotente. Demorar, permanecer a la defensiva en lu­gar de asumir la ofensiva, significa la derrota de la in­surrección. En este sentido, si lo que se dice de la nue­va oposición es cierto, ésta es mucho más consecuente que los stalinistas, que creen que se puede mantener el "poder soviético" en el campo durante años o que se puede transportar el poder soviético de una punta a otra del país en el furgón de carga de esos destacamentos guerrilleros que llevan el rótulo de "Ejército Rojo". Pero ninguna de las dos posiciones se parece a la nues­tra; el punto de partida de ambas es erróneo, ya que no tiene en cuenta la teoría clasista del poder soviético. Di­luyen la revolución en las rebeliones campesinas pro­vinciales y atan a ellas la suerte del Partido Comunista Chino, de manera aventurera.

¿Qué representa el Partido Comunista Chino? Ines­peradamente, el artículo nos informa que en el otoño de 1930 el Partido Comunista tenía alrededor de "doscien­tos mil militantes". Se menciona esta cifra sin expli­caciones. Sin embargo, el año pasado el partido chino contaba con alrededor de seis o siete mil militantes. Si es cierto que el partido experimentó este crecimiento colosal en el transcurso del año pasado, ello constituye un síntoma de que la situación cambió radicalmente en favor de la revolución. ¡Doscientos mil militantes! Si en realidad el partido tuviera cincuenta, cuarenta, incluso veinte mil militantes, después de vivir la experiencia de la segunda revolución china y asimilado sus lecciones, diríamos que se trata de una fuerza poderosa, invenci­ble; con semejantes cuadros podríamos transformar a la China entera. Pero también tendríamos que preguntar: estos veinte mil obreros, ¿están en los sindicatos? ¿Qué tareas desarrollan allí? ¿Crece su influencia? ¿Ligan sus organizaciones a las masas desorganizadas y a la periferia rural? ¿Con qué consignas?

La verdad es que la dirección de la Comintern le oculta algo a la vanguardia proletaria. Podemos estar seguros de que la abrumadora mayoría de los doscien­tos mil -digamos que de noventa a un noventa y cinco por ciento- proviene de las regiones donde actúa el "Ejército Rojo". Basta con imaginar la psicología política de los destacamentos campesinos y las condiciones en que realizan sus actividades para tener un cuadro político claro: probablemente, inscriben a casi todos los guerrilleros en el partido y, tras ellos, a los campesinos de las zonas ocupadas. El partido chino, al igual que el "Ejército Rojo" y el "poder soviético", se desvía de los carriles proletarios para encaminarse hacia las zonas rurales y el campo.

Como hemos visto, la nueva oposición china busca salir del atolladero levantando la consigna de insurrec­ción proletaria en el plano nacional. Es obvio que éste sería el mejor desenlace si existieran las condiciones para el mismo. Pero hoy en día no existen. ¿Qué hacer pues? Debemos elaborar consignas para las épocas en que no hay revoluciones, cuya duración no podemos anticipar. Son las consignas de la revolución democráti­ca: tierra para los campesinos, jornada laboral de ocho horas, independencia nacional, derecho de autodeter­minación de todos los pueblos y, por último, asamblea constituyente. Con estas consignas las insurrecciones campesinas provinciales de los destacamentos guerrilleros saldrán de su aislamiento provinciano y se unirán al movimiento nacional general, atando su suerte al mismo. El Partido Comunista, no aparecerá como el asesor técnico del campesinado chino sino como diri­gente político de la clase obrera de todo el país. ¡No hay otro camino!

Stalin y la Comintern

En el curso de su lucha contra Stalin, Lominadze hizo circular una conversación que había mantenido con aquél acerca de la Comintern: "La Comintern no repre­senta nada y sobrevive a duras penas gracias a nuestro apoyo." Stalin, como es su costumbre, negó haber di­cho semejante cosa. Sin embargo, todos los que lo co­nocen y conocen su actitud hacia la Comintern no dudan ni por un instante de la veracidad de las palabras de Lominadze.

Con ello no queremos decir que la afirmación de Stalin corresponde a la realidad. Al contrario, la Comin­tern vive independientemente del apoyo de Stalin. La Comintern vive en virtud de las ideas que conforman sus cimientos, en virtud de Octubre y, principalmente, en virtud de las contradicciones del capitalismo. En el pasado -esperamos que así sea en el futuro- estos factores fueron más poderosos que esa horca financiero-burocrática que Stalin llama apoyo.

Pero el "aforismo" citado expresa mejor que cual­quier otra cosa cuál es la verdadera actitud de Stalin y Cía. hacia la Comintern y se complementa perfectamente con la teoría del socialismo en un solo país.

En 1925, en pleno apogeo de la variante kuLak de dicha política, Stalin no tuvo el menor inconveniente en expresar su desprecio por la Comintern y los dirigen­tes de sus secciones. Cuando, con la aprobación de Zinoviev, propuso en el Buró Político que se sacara a Maslow del archivo para enviarlo a Alemania, Bujarin, que a la sazón era partidario de Stalin y Zinoviev pero no gozaba de la suficiente confianza como para ser par­tícipe de todos sus complota, se opuso: "¿Por qué Maslow? […] Ustedes lo conocen muy bien […] Es imposible, etcétera […]" La respuesta de Stalin: "To­dos están bautizados con la misma agua bendita. En general, no hay revolucionarios entre ellos. Maslow no es peor que los demás".

En el transcurso de una reunión consultiva para dis­cutir determinada concesión [otorgada a inversionistas capitalistas extranjeros], uno de los miembros del Buró Político dijo: "Otorgarla por un plazo de cuarenta años es exactamente lo mismo que por un plazo de cincuen­ta. Debemos suponer que para esa época la revolución no habrá dejado ni rastros de los concesionarios". "¿La revolución? -contestó Stalin-. ¿Cree usted que la Co­mintern hará una revolución? Olvídelo. No hará una revolución ni en noventa años." ¿Es necesario volver a recordar las expresiones despectivas de Stalin acerca de los "emigrados", es decir, los bolcheviques que ha­bían militado en los partidos del proletariado europeo?

Tal era el espíritu que prevalecía en el Buró Político. Para hacer méritos, lo que se requería era una actitud altiva y despectiva hacia los comunistas de Europa occidental. "¿Creen ustedes que Purcell y Cook[2] ha­rán la revolución en Inglaterra?" -preguntaba la Opo­sición-. "¿Y ustedes acaso creen que sus comunistas británicos harán la revolución?" -respondía Tomski.

La actitud era todavía más despectiva, si cabe, con relación a los partidos comunistas de Oriente. Una sola cosa se les pedía a los comunistas chinos: quedarse quietos para no perturbar el trabajo de Chiang Kai-shek.

No es difícil imaginar la forma jugosa que adquiere esta filosofía en boca de Voroshilov, hombre afecto al chovinismo en todas sus variantes. En las sesiones de la delegación del Partido Comunista ruso, previas al ple­nario del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunis­ta de 1926, Voroshilov "defendió" a Thaelmann, con la habilidad que lo caracteriza, en términos como estos: "¿Dónde van a encontrar elementos mejores? No tienen revolucionarios. Desde luego si les diéramos a nuestro Uglanov, él manejaría sus asuntos de manera completamente distinta. Para ellos, Uglanov sería un nuevo Bebel."[3] Esta frase se volvió un proverbio. ¡Uglanov en el papel de un Bebel comunista alemán! Aparentemente, en esa época Voroshilov no preveía que algún día Uglanov seria un "pilar de los kulakis" y un "agente de los saboteadores". Y, sin embargo, hasta el día de hoy al propio Voroshilov no le cabe la menor duda de que la de 1925 fue la mejor de todas las políticas.

Vemos, pues, que Lominadze no ha descubierto na­da nuevo. Su testimonio sólo sirve para demostrar que la actitud de la camarilla dominante hacia la Comintern no ha cambiado en todos estos años. ¿Cómo podría ser de otra manera? El testimonio de Lominadze empalidece, se vuelve totalmente superfluo en vista de que hoy en día se entrega la conducción de la vanguardia proletaria internacional a los Manuilskis, Kuusinens y Lozovskis[4], personas a las que en la URSS nadie toma en serio, y no podría ser de otra manera.

No. La Comintern no vive gracias al apoyo de la bu­rocracia stalinista, sino a pesar de ese apoyo. Cuanto menos tarde en sacudirse este apoyo, menos tardará en regenerarse y elevarse a la altura de sus tareas históricas.

Cunde la adulonería

En Pravda del 28 de diciembre del año pasado se publicó un articulo colectivo, un gran suplemento espe­cial dedicado a -¿qué otra cosa cabía esperar?- "el aniversario del discurso pronunciado por el camarada Stalin ante la Primera Conferencia de Especialistas Agrónomos Marxistas". Este suplemento especial, igual que un artículo anterior firmado por un tal Bori­lin, aunque no es sorprendente, sí es un vil documento del arribismo académico, una "plataforma" de tinteri­llos que transforman el escandaloso discurso de Stalin ante la conferencia en un escudo para sus propias ca­lumnias mezquinas, denuncias, intrigas y ambiciones desmedidas.

Sometimos el discurso de Stalin a una crítica deta­llada en un número anterior del Biulleten (Stalin como teórico, número 14) [Escritos 1930]. Demostramos que este discurso del principio al fin era un conglomerado de errores infantiles. Quien no conozca a Stalin y su ni­vel "teórico" podría pensar que el discurso es una falsi­ficación grosera perpetrada por algún tercero. Larin, Kritsman, el mismo Miliutin[5] -gente perfectamente dispuesta a respaldar a la dirección-, no aceptaron tra­gar los descubrimientos teóricos de Stalin. El periódico Na Agrarnom Fronte (En el frente agrario) tuvo que soslayar cautelosamente una serie de problemas can­dentes de teoría agraria, porque Stalin los había piso­teado con la bota izquierda. Y los jóvenes profesores rojos advirtieron esta cautela. No les resulto difícil com­prender que el juego no entrañaba para ellos el menor riesgo: lo único que tenían que hacer era lanzar una campaña contra Kritsman y contra Miliutin -ese eru­dito académico de la perogrullada – y acusarlos de un pecado mortal: discrepar con los descubrimientos de Stalin o no acogerlos con todo entusiasmo. Era imposi­ble que Kritsman y Miliutin concordaran con estos "descubrimientos", dado que, después de todo, cono­cen el abecé de la teoría económica. Pero tampoco podían callar. De esa manera los jóvenes académicos, me­diante un ataque frontal aprobado de antemano, pudie­ron… ¿llegar a la verdad teórica? No. Pero sí asegu­rarse un puesto en el periódico Na Agrarnom Fronte y, por añadidura, en una serie de instituciones más.

Y dado que el trabajo creador socialista debe estar imbuido del espíritu colectivo, estos cazadores de recompensas otorgaron a sus calumnias un carácter es­trictamente colectivo. Las firmas que acompañan el artículo son las siguientes: D. Lurie, Y. Nikulijin, K. Soms, D. Davidov, I. Laptev, Neznamov, V. Diatlov, M. Moisev y N.N. Anisimov. No incluimos estos nom­bres porque nos resulten conocidos; al contrario, nos son totalmente desconocidos. Pero no nos cabe la me­nor duda de que en alguna forma llegarán a ser conoci­dos. En efecto: el nombre de Bessedovski era descono­cido hasta que su dueño saltó el muro [de la embajada soviética en París]. ¿Estos caballeros saltarán sobre al­gún muro, y qué clase de muro será? El futuro lo dirá. Pero queda absolutamente claro que estamos ante una institución académica colectiva constituida por una ex­tensa fracción de adulones.

¿De quién es este fonógrafo?

Un tal S. Gorski, ex militante de la Oposición, se arrepintió el verano pasado. Nosotros no negamos a na­die el derecho de arrepentirse y de revolcarse en su arrepentimiento. Tampoco somos propensos a cuestio­nar la forma del arrepentimiento, dado que las leyes de la estética -y de la antiestética- requieren que la for­ma y el contenido se correspondan. No obstante, nos parece que la degradación multiplicada por la irresponsabilidad debería detenerse ante ciertos límites. Diríase que Gorski ha superado todos esos límites. No se trata de "Trotsky asustando a la gente con sus inalcan­zables tasas de industrialización", ni del hecho de que Gorski identifique a Trotsky con Groman y a Groman con los saboteadores[6]. Hasta aquí Gorski se atiene al rito oficial. Sólo después de completar el capítulo pres­crito, introduce un elemento enteramente personal en su arrepentimiento: trae de los pelos a la hidroeléctrica de Dnieprostroi… combatida por Trotsky y rescatada por Stalin. Gorski remata su artículo con la siguiente frase: "Quienes compararon al Dnieprostroi con un "fonógrafo" hoy están bailando sobre sus propias tum­bas políticas. Desgraciadamente, yo mismo bailé al son de su música. S. Gorski." (Za Industrializatsia, Nº 2544).

¿Qué es esto? ¡Es increíble! Uno duda de lo que ven sus ojos. En 1925-1926 Trotsky era presidente de la comisión gubernamental del Dnieprostroi. En parte por ello, pero principalmente porque en esa época la cúpula del partido se aferraba a la idea de la "curva descen­dente" de industrialización, todos los demás miembros del Buró Político se opusieron unánimemente a la construcción de una planta hidroeléctrica en el Dnieper. En el discurso programático sobre la economía, dirigido contra el "superindustrializador" Trotsky y pronunciado ante el plenario del Comité Central en abril de 1926, Stalin declaró: "Para nosotros, construir la Dniepros­troi sería lo mismo que para un campesino comprar un fonógrafo en lugar de una vaca." Como siempre ocurre con las actas de los plenarios, la versión taquigráfica de los debates fue impresa luego en la imprenta del Comi­té Central. La frase de Stalin sobre el fonógrafo causó cierta sensación y fue reproducida frecuentemente en los discursos y documentos de la Oposición. La expre­sión se difundió ampliamente. Pero ahora que Gorski resolvió arrepentirse totalmente, sin omitir nada, atri­buye a Trotsky (¿por propia voluntad o siguiendo las instrucciones de Iaroslavski?) la filosofía económica de Stalin, incluida esa frase inmortal.

Ahora bien, ¿qué se concluye de todo esto? "Los que compararon al Dnieprostroi con un fonógrafo están bailando sobre sus propias tumbas políticas." ¡Sobre sus propias tumbas políticas! Pero fue Stalin el que llamó fonógrafo al Dnieprostroi. ¿Quién, pues, esta bailando sobre su propia tumba? Dígase lo que se diga, el arrepentimiento de Gorski nos parece dudoso. ¿Es sincero? ¿Es realmente un arrepentimiento? ¿No tiene algún motivo oculto? ¿No estará tratando de desacre­ditar a Stalin en lenguaje alegórico? ¿Y por qué el edi­tor Bogushevski observa mas no interviene, él, que sabe algo? ¿Y Iaroslavski? ¿Por qué no ata cabos? En síntesis: ¿Adónde vamos?

[1] Apuntes de un periodista. The Militant, 15 de abril de 1931. Firmado "Alpha". La sección "cunde la adulonería que no fue publicada en The Militant, fue traducida al inglés para este volumen por Marilyn Vogt del Biulleten Opozitsi. Nº 19, marzo de 1931.

[2] Arthur J. Cook (1885-1931): dirigente de "izquierda" del movimiento sindical británico en la época de la huelga general de 1926.

[3] August Bebel (1840-19l3): uno de los cofundadores, junto con Wilhelm Liebknecht del Partido Socialdemócrata Alemán. Bajo su dirección llegó a ser un partido poderoso; formalmente rechazaba el revisionismo, pero fue res­ponsable del avance de las tendencias oportunistas que terminaron por apode­rarse del partido poco tiempo después de su muerte.

[4] Otto Kuusinen (1891-1964): socialdemócrata finlandés que se escapó a la Unión Soviética después de la derrotada la revolución finlandesa, en abril de 1918. Se hizo sta1inista y desempeñó el cargo de secretario de la Comintern entre 1922 y 1931. Solomon A. Lozovski (1878-1952): como dirigente máximo de la Internacional Sindical Roja (Profintern) fue responsable de la política sindical de Stalin. Durante una campaña antisemita fue arrestado y fusilado por órdenes de Stalin.

[5] B. Borilin, L. Ya. Larin, L. Kritsman y Vladimir P. Miliutin: miembros del Supremo Consejo de la Economía Nacional; Larin y Miliutin a partir de 1918. Larin fue un ultraizquierdista en su primera época, pero luego se convirtió en ardiente stalinista: Miliutin siempre perteneció al ala derecha.

[6] Vladimir G. Groman (1873-193?): estadista menchevique que integró la comisión de Planificación Estatal desde 1922. Fue la figura más destacada en el juicio a los mencheviques de 1931; la última vez que se supo de él estaba en la cárcel.