Prólogo a El Imperialismo, fase superior del capitalismo

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La publicación de la edición mexicana de Imperialismo, fase superior del capitalismo de Lenin no podía llegar en un momento más apropiado. Ningún otro libro ha explicado mejor los fenómenos del capitalismo moderno. Todas las predicciones de Lenin acerca de la concentración del capital, el dominio de los bancos y el capital financiero, el creciente antagonismo entre los Estados nacionales y la inevitabilidad de la guerra producto de las contradicciones del imperialismo, han sido confirmadas por toda la historia de los últimos 100 años. 

¿Qué es el imperialismo? 

La publicación de la edición mexicana deImperialismo, fase superior del capitalismode Lenin no podía llegar en un momento más apropiado. Ningún otro libro ha explicado mejor los fenómenos del capitalismo moderno. Todas las predicciones de Lenin acerca de la concentración del capital, el dominio de los bancos y el capital financiero, el creciente antagonismo entre los Estados nacionales y la inevitabilidad de la guerra producto de las contradicciones del imperialismo, han sido confirmadas por toda la historia de los últimos 100 años. 

Es posible argumentar que se pueden encontrar ciertos tipos de imperialismo en el período pre-capitalista e incluso en el mundo de la antigüedad, como por ejemplo el Imperio Romano. Éste suponía la conquista, la esclavitud y el saqueo de las colonias extranjeras. Esta forma primitiva de imperialismo puede encontrarse incluso en el mundo moderno (el imperio zarista era, de hecho, un ejemplo de esto). Sin embargo, el fenómeno sufrió a una transformación fundamental bajo el capitalismo. Lenin proporciona una definición científica del imperialismo en la época moderna. Escribe: 

“Si fuera necesario dar una definición lo más breve posible del imperialismo, debería decirse que el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo. Esa definición comprendería lo principal, pues, por una parte, el capital financiero es el capital bancario de algunos grandes bancos monopolistas fundido con el capital de las alianzas monopolistas de los industriales y, por otra, el reparto del mundo es el tránsito de la política colonial, que se extiende sin obstáculos a las regiones todavía no conquistadas por ninguna potencia capitalista, a la política colonial de dominación monopolista de los territorios del globo enteramente repartido”. 

Lenin explica las principales etapas de la historia de los mono¬polios de la siguiente manera: (1) 1860-1870, la etapa más alta, el punto culminante del desarrollo de la libre competencia; el monopolio se encuentra en la etapa embrionaria apenas perceptible. (2) Después de la crisis de 1873, un largo período de desarrollo de los cárteles; pero siguen siendo la excepción. Todavía no son duraderos. Siguen siendo un fenómeno transitorio. (3) El auge a finales del siglo XIX y la crisis de 1900-1903. Los cárteles se convierten en uno de los soportes principales de la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo. 

Finalmente, llega a la siguiente definición de las características más básicas del imperialismo en la época moderna: 

“1) la concentración de la producción y del capital llega hasta un grado muy elevado de desarrollo, que crea los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida eco¬nómica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, en el terreno de este “capital financiero”, de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande; 4) se forman asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) ha terminado el reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes. El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ha tornado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de toda la Tierra entre los países capitalistas más importantes”. 

Concentración del capital

Ya en las páginas de El Manifiesto Comunista, Marx y Engels explicaron que la libre competencia da lugar inevitablemente al monopolio y la concentración del capital en pocas empresas de gran tamaño. Esta brillante predicción fue hecha en un momento en que el capitalismo sólo se había desarrollado de manera notable en Inglaterra, e incluso allí no existían aún grandes empresas. En Francia, hasta bien entrado el siglo XX, la gran mayoría de las fábricas eran pequeñas empresas que empleaban a pocos trabajadores. 

Ningún aspecto de las teorías económicas de Marx ha sido objeto de los ataques más feroces de los economistas burgueses que su predicción de que la libre empresa termina inevitable¬mente en el capitalismo monopolista. Durante décadas, los economistas han negado esta afirmación, argumentando que la tendencia principal del capitalismo moderno era promover el desarrollo de pequeñas y medianas empresas (“lo pequeño es bello”). Pero todo el curso de la evolución económica de los últimos 150 años ha demostrado precisamente lo contrario. 

Aunque este proceso no culminó durante la vida de Marx, Lenin se encontró en condiciones de analizarlo muy en detalle, utilizando la gran cantidad de estadísticas a su disposición. En El imperialismo describe el proceso a través del cual el capitalismo se convierte en capitalismo monopolista. En su libro, Lenin proporciona una lista exhaustiva de estadísticas que indican el dominio de la economía mundial por un pequeño número de grandes bancos y trusts. En las últimas décadas este proceso de concentración de capital ha alcanzado niveles mucho mayores. 

La lista Forbes Global 2000 es una categorización de las empresas más grandes del mundo que cotizan en la bolsa de valores. En conjunto, estas 2,000 empresas emplean a 87 millones de personas, poseen US$159 billones en activos, y generan US$38 billones en ingresos anuales —o aproximadamente el 51% del PIB mundial—. Como un reflejo de la globalización del mundo y de la creciente influencia de los mercados emergentes, el tamaño de los componentes de la Forbes Global 2000 ha crecido. En 2004, las empresas procedían de 51 mer¬cados, pero para el 2013 ya eran 63 mercados. 

Japón, con 251 miembros, era el segundo país con mayor presencia en la lista, y China Continental (136 miembros) emergía como el tercer país más grande en cuanto a número de miembros. Es significativo que, por primera vez en la historia, dos empresas chinas se encuentran ahora en la parte superior de la lista Forbes Global 2000. El Banco Industrial y Comercial controlado por el Gobierno de China (ICBC por sus siglas en inglés) le arrebató a Exxon Mobil la posición de la compañía más grande del mundo este año, mientras que otro banco chino, China Construction Bank, subió 11 puestos para ubicarse en la segunda posición. 

A nivel regional, Asia-Pacífico (715 miembros en total) tuvo el mayor número de empresas en la lista, seguida de Europa, Oriente Medio y África (606), los EE.UU. (543) y la Zona Americana (143). Asia-Pacífico, la región más grande, encabeza a todas las regiones respecto a crecimiento de ventas (hasta 8%) y también en crecimiento de activos (15%). Por otra parte, EE.UU. encabezó el crecimiento de ganancias (hasta 4%), sumando un total de US$876 mil millones en beneficios y crecimiento del valor de mercado (11%), con un valor total de US$14.8 billones; mientras que la región de Europa, Oriente Medio y África generó la mayor cantidad de ventas, un com¬binado de US$13.3 billones, y cuenta con la mayor cantidad de activos con US$64 billones. 

Si bien el ranking de empresas de otros países ha aumentado (especialmente China), las empresas estadounidenses siguen dominando la lista. A pesar de tener 208 miembros menos que en 2004, cuando se publicó por primera vez la listaForbes Global 2000, el total de 543 empresas estadounidenses en la lista de 2013 supuso su cifra más alta desde 2009. Así, el imperialismo de EE.UU. sigue siendo la fuerza dominante en el planeta.

El poder del capital financiero

Lenin explica también que en la fase del capitalismo monopolista imperialista, toda la economía se encuentra bajo el dominio de los bancos y el capital financiero. Citando al economista Jeidels, escribe: 

“‘Las relaciones entre las empresas industriales con su nuevo contenido, sus nuevas formas y sus nuevos órganos, es decir, los grandes bancos organizados de un modo a la vez centralizado y descentralizado, no se forman, como fenómeno característico de la economía nacional, antes del último decenio del siglo XIX: en cierto sentido puede incluso tomarse como punto de partida del año 1897, con sus grandes “fusiones” de empresas que implantaron por vez primera la nueva forma de organización descentralizada en razón de la política industrial de los bancos. Este punto de partida se puede tal vez llevar incluso a un período más reciente, pues solo la crisis de 1900 aceleró en proporciones gigantescas el proceso de concentra¬ción tanto de la industria como de la banca, consolidó dicho proceso, convirtió por primera vez las relaciones con la indus-tria en verdadero monopolio de los grandes bancos y dio a dichas relaciones un carácter incomparablemente más estrecho y más intenso’. 

“Así pues, el siglo XX señala el punto de viraje del viejo capitalismo al nuevo, de la dominación del capital en general a la dominación del capital financiero”. 

¡Cuán sorprendentemente relevantes son estas palabras respecto a la situación actual! Hoy, cien años después de que Lenin escribiera El imperialismo, la dominación de los bancos y el capital financiero es cien veces mayor que cuando escribió estas líneas. El dominio de los grandes bancos y su carácter parasitario y explotador quedó revelado ante el mundo por la crisis de 2008 y los rescates escandalosos, que implicaron billones de dólares de dinero de los contribuyentes entregados a los bancos por sus respectivos gobiernos. Este escandaloso subsidio para los ricos sobre las espaldas de los pobres es el más claro ejemplo de la fusión de las grandes corporaciones y los bancos con el Estado, que se encuentra en el corazón de la definición de Lenin sobre el imperialismo. 

“Es propio del capitalismo en general separar la propiedad del capital y la aplicación de este a la producción, separar el capital monetario y el industrial o productivo; separar al rentista, que vive solo de los ingresos procedentes del capital monetario, y al patrono y a todas las personas que participan directamente en la gestión del capital. El imperialismo, o dominio del capital financiero, es el capitalismo en su grado más alto, en el que esta separación adquiere unas proporciones inmensas. El predominio del capital financiero sobre todas las demás formas de capital implica el predominio del rentista y de la oligarquía financiera, la situación destacada de unos cuantos Estados, dotados de ‘potencia’ financiera, entre todos los demás”. 

Esto es lo que escribió Lenin en El imperialismo. ¿Cuál es la situación hoy en día? En la lista Forbes Global 2000 de las empresas más grandes, los bancos y otras instituciones financieras repre¬sentaron el mayor número de empresas (469 miembros); siendo las siguientes tres mayores industrias por número de miembros: petróleo y gas (124), materiales (122) y seguros (109). 

Dicen que la economía mundial se está contrayendo, pero los bancos, que son los verdaderos amos de la economía mundial, sin duda no lo están haciendo. La crisis financiera de 2008, que se inició en el sector bancario, ha frenado la creciente riqueza y el poder de los bancos más grandes del mundo, que ahora poseen activos combinados de alrededor de US$25.5 billones. Cinco años después de ser rescatado por el gobierno federal, el sistema bancario de los EE.UU. está gene¬rando ganancias récord. Tan sólo el año pasado J.P. Morgan, el mayor banco del país, ganó US$24.4 mil millones en ingresos netos. Sin embargo, el 77% de este ingreso neto de J.P. Morgan (y de otros bancos) proviene de los subsidios del gobierno. 

Este hecho desenmascara completamente el mito de la “libre competencia” y la “economía de libre mercado”. Los grandes bancos están estrechamente entrelazados con el Estado y no sobrevivirían un solo día sin inyecciones masivas de dinero público. Se han entregado a los banqueros grandes cantidades de dinero que han sido hurtadas de los bolsillos de los contribuyentes, dinero que no ha sido utilizado para ampliar la pro¬ducción y crear empleos, sino para enriquecerse y especular en la bolsa a expensas del gasto público. 

En este extraño mundo de Alicia en el país de las maravillas, los pobres subsidian a los ricos. Se trata de un caso de Robin Hood al revés. Nada ilustra mejor la naturaleza decadente y parasitaria del capitalismo moderno que el dominio total del capital financiero. Es un argumento irrefutable a favor de la expropiación de los grandes bancos y monopolios y la reorganización de la sociedad sobre las bases de una economía socialista planificada. 

Desigualdad

Así como los economistas burgueses negaban obstinadamente la concentración del capital, los sociólogos burgueses, por la misma razón, trataron de negar el proceso paralelo de polarización de clases en la sociedad que Marx había predicho. En un famoso pasaje en el primer volumen de El capital escribió: “La acumulación de riqueza en un polo es, por tanto, al mismo tiempo acumulación de miseria, agonía, esclavitud, esfuerzo, ignorancia, brutalidad, degradación mental, en el polo opuesto, es decir, en el lado de la clase que produce su propio producto en forma de capital”. 

¡Con que indignación protestaron los sociólogos burgueses contra estas afirmaciones! ¡Cómo ridiculizaron y se burlaron de la idea de que el capitalismo conduce a una polarización cada vez mayor entre ricos y pobres! Escribieron volumen tras volumen llenos a reventar de una masa de estadísticas que intentaban demostrar que, de hecho, la clase obrera había desaparecido, que todos éramos ahora “clase media “, que la economía de libre mercado no empobrece a las masas, sino que las enriquece y que es muy bueno para la sociedad que los ricos se hagan cada vez más ricos, porque en algún momento alguna parte de su riqueza “se filtrará” hacia los pobres, haciendo así de la pobreza una cosa del pasado. Por lo tanto, todo el mundo estaría mejor en el mejor de los mundos capitalistas. 

¡Vaya teorías que sostienen los economistas y los sociólogos burgueses! Pero los hechos dicen otra cosa y los hechos, como se dice, son obstinados. El libro recientemente publicado con el título El capital en el siglo XXI”, del economista francés Thomas Piketty, ha provocado una fuerte polémica. Aunque el autor no es un marxista (él dice que nunca ha leído El capital) y sus “soluciones” al problema de la desigualdad no van más allá de las recetas keynesianas más tímidas, Piketty ha sido el blanco de ataques furiosos. Su “crimen” fue señalar que la tasa de rendimiento del capital en las economías capitalistas tiende a ser más alta que la tasa de crecimiento, dando lugar a una concentración de la riqueza y a una creciente desigualdad, algo que no se puede negar. 

La concentración del capital significa una inmensa acumu¬lación de riqueza y poder en manos de un pequeño número de individuos obscenamente ricos y un número cada vez mayor de personas que reducen su existencia a luchar por sobrevivir con hambre o semi-inanición. En una población mundial de 7 mil millones, un insignificante puñado (2,170 personas) entra en la categoría de extrema riqueza. Entre ellos se encuentra un ciudadano Mexicano, Carlos Slim. Con un patrimonio neto típico de 1,790 millones de libras esterlinas cada uno, su patrimonio total alcanza los US$6.55 billones –más grande que el PIB de Gran Bretaña–. Dos tercios de los multimillonarios tienen una fortuna “producida por su propio esfuerzo”, mientras que una quinta parte ha heredado su dinero. 

La organización de beneficencia Oxfam reveló recientemente que las 85 personas más ricas tienen la misma riqueza que los 3,500 millones de personas más pobres –un hecho verdaderamente escandaloso para cualquier persona con un poco de comprensión–. Por lo tanto, las predicciones de Marx acerca de la concentración de capital y la “acumulación de riqueza en un polo y la acumulación de la miseria, la agonía, esclavitud, esfuerzo, ignorancia, brutalidad, degradación mental, en el polo opuesto” se han corroborado con precisión de laboratorio. 

La riqueza material engendra el poder. Nunca en la historia se ha concentrado tanto poder en tan pocas manos. Las formas democráticas se convierten en una cáscara vacía, mientras que el poder real es ejercido por pequeñas elites de banqueros y capitalistas que controlan y manipulan los gobiernos en función de sus intereses. Los gobiernos y las grandes empresas se fusionan cada vez más en un dominio oligárquico disfraza¬do con el aspecto formal de gobierno parlamentario. En los EE.UU. más del 80% de los congresistas son millonarios, y para ser presidente hay que ser un millonario o al menos tener el respaldo financiero de varios multimillonarios. 

En los países formalmente democráticos, como Gran Bretaña, el poder ha pasado del parlamento al Consejo de Ministros y del Consejo de Ministros a una pequeña camarilla de burócratas no electos, asesores y expertos en relaciones públicas alrededor del Primer Ministro. La “prensa libre” es propiedad y está controlada por un puñado de propietarios súper ricos como Murdoch. La democracia se convierte cada vez más en una palabra sin sentido. En países como México, en donde los políticos se compran y venden al igual que un costal de harina y el fraude electoral se ha convertido en un arte, la naturaleza fraudulenta de la democracia burguesa es, por supuesto, evidente para todos. En todas partes del mundo los ricos mandan y los pobres están condenados a inclinar su cabeza sumisamente al yugo del capital. 

¿Ha cambiado la naturaleza del imperialismo? 

En la época de Lenin, el imperialismo se manifestó en el dominio directo sobre las colonias pertenecientes a las potencias imperialistas. El imperialismo británico poseía casi la mitad del globo. Saqueó las riquezas de África, Oriente Medio y el subcontinente indio y, además, poseía una importante presencia sobre muchos países de América Latina. Los imperialistas alemanes provocaron la Primera Guerra Mundial con el fin de romper el monopolio mundial del imperialismo británico y asegurar un nuevo reparto del poder global. Todas las potencias participaron con entusiasmo en esta lucha para repartirse el mundo y apoderarse de las posesiones coloniales. 

Inclusive la Rusia zarista participó en el conflicto, a pesar del hecho de que era un país semifeudal económicamente atrasa¬do. Rusia zarista nunca exportó un solo kopek de capital. Su imperialismo se parecía más al de estilo tradicional: se basaba en la incautación de territorios extranjeros (Polonia es el ejemplo obvio) y la expansión territorial (la conquista del Cáucaso y Asia Central). Rusia zarista, para usar la frase de Lenin, era una prisión verdadera de naciones que fueron conquistadas, esclavizadas y saqueadas. Sin embargo, la propia Rusia dependía económicamente de Francia y otros Estados imperialistas. Su atraso económico y dependencia del capital extranjero no impidieron que Lenin la ubicara entre las cinco potencias im¬perialistas principales. 

Esta situación cambió radicalmente a partir de 1945. La Revolución de Octubre derrocó al zarismo y dio un fuerte impulso a los movimientos de liberación nacional de los pueblos coloniales oprimidos. La Segunda Guerra Mundial sacudió el poder de los viejos Estados imperialistas. Gran Bretaña y Francia salieron debilitadas por la guerra, mientras que los EE.UU. y la URSS se convirtieron en las potencias dominantes. El au¬mento de las revoluciones coloniales fue uno de los mayores acontecimientos de la historia humana. 

Cientos de millones de seres humanos en África, Asia y el Medio Oriente, que habían sido condenados al papel de esclavos coloniales, se alzaron contra sus amos. La magnífica revolución china y la liberación nacional de India, Indonesia y otros países marcaron un cambio histórico. Sin embargo, el logro de la liberación nacional —aunque fue un gran paso adelante— no resolvió los problemas de las masas explotadas. Por el contrario, en muchos sentidos, se agravaron. 

Hoy en día, casi siete décadas después de la Segunda Guerra Mundial, el dominio del imperialismo en los países ex coloniales es aún mayor de lo que fue en el pasado. La única diferencia es que en lugar del control burocrático-militar directo, el imperialismo ejerce su dominación indirecta a través de los mecanismos del comercio mundial, el intercambio desigual, la “ayuda” extranjera, el interés de los préstamos, etc. Los antiguos países coloniales quedaron esclavizados por el imperialismo, aunque sus ahora cadenas son invisibles. 

La globalización es una palabra que esconde la realidad del despojo sistemático de los países ex-coloniales. Estos últimos se ven obligados a abrir sus mercados a una avalancha de pro¬ductos extranjeros que arruinan sus industrias locales, paralizan sus economías y exprimen su riqueza. Empresas transnaciona-les gigantes abren fábricas en Bangladesh, Indonesia y Vietnam (donde los trabajadores están sometidos a la explotación más brutal en condiciones de esclavitud con salarios de hambre para producir pantalones vaqueros y tenis Nike), para incrementar la plusvalía extraída por estas sanguijuelas. Desastres como Bhopal y, más recientemente, en el sector del textil, el incendio de una fábrica de Karachi en Paquistán o el colapso de un edificio en Bangladesh han devastado comunidades enteras. Los jefes de las compañías occidentales lloran lágrimas de cocodrilo mientras siguen llenando sus arcas con los productos de la sangre, el su¬dor y las lágrimas de millones de esclavos coloniales. 

Los países en desarrollo son aplastados bajo el peso de las políticas comerciales y de endeudamiento del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (OMC). El mundo en desarrollo ahora gasta US$1.3 en pago de la deuda por cada US$1 que recibe en préstamos. Nigeria pidió prestado alrededor de US$5 mil millones y ha pagado cerca de US$16 mil millones, pero aún debe US$28 mil millones.

El peso de la deuda deja a los países más pobres del mundo sin nada para gastar en necesidades básicas como salud, educación e infraestructura. Para tomar sólo un ejemplo, en 1997, Zambia gastó 40% de su presupuesto total para pagar la deuda externa, y sólo el 7% para servi¬cios básicos como las vacunas para los niños. La situación en Paquistán es aún peor, pero todos los países subdesarrollados se encuentran explotados, despojados y oprimidos por el imperialismo. 

La historia conoce muchas formas diferentes de esclavitud, y la esclavitud económica es la forma moderna de esclavitud. No es tan obvia como el cautiverio y, sin embargo, continúa siendo esclavitud, mediante la cual naciones enteras son subyugadas y saqueadas. Cada día del año 1999 se transfirieron US$128 millones desde los países más pobres a los más ricos para el pago de la deuda. De esta cantidad, US$53 millones provenían de Asia Oriental y el Pacífico, US$38 millones del sur de Asia y US$23 millones de África. Las vidas de miles de millones de personas se ven aplastadas por la esclavitud de la deuda colectiva. La Biblia nos dice que los antiguos cananeos solían sacrificar niños a Moloch. Pero como resultado de la esclavitud de la deuda, siete millones de niños son sacrificados en el altar del capital, lo que reduce al viejo Moloch a la insignificancia. 

Si en 1997 la deuda hubiera sido cancelada para los veinte países más pobres, el dinero liberado para la atención básica de la salud podría haber salvado la vida de unos 21 millones de niños para el año 2000, el equivalente a 19,000 niños al día. Según la campaña Jubileo 2000, 52 países de África subsahariana, América Latina y Asia, con un total de mil millones de personas se están hundiendo bajo la carga de una deuda de $US371 mil millones. Esto es menos que el valor neto total de la fortuna de los 21 individuos más ricos del mundo. De esta manera, el im¬perialismo aún chupa la sangre de miles de millones de pobres en el antiguo mundo colonial.

Desde muy temprano en su historia, México aprendió lo que era vivir al lado de un grande y hambriento depredador imperialista. Uno recuerda las palabras célebres de Porfirio Díaz: “Pobre México: Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. A pesar de que México ha sido formalmente independiente desde hace casi dos siglos, la naturaleza ficticia de esta independencia se ha revelado claramente en las últimas décadas con la firma del Tratado de Libre Comercio, con su Gran Hermano al otro lado del Río Grande. Esto ha tenido un efecto devastador en la industria y la agricultura mexicanas, mientras que la apertura de empresas maquiladoras de propiedad estadounidense en las zonas fronterizas ofrece una enorme cantidad de mano de obra barata para los jefes yanquis. 

Instaladas al principio en las ciudades fronterizas de Tijuana, Ciudad Juárez, Matamoros, Mexicali y Nogales, estas plantas de ensamblaje que trabajan para el mercado de EE.UU. se han extendido por todo el territorio de México. Aquí vemos exactamente cómo funciona el imperialismo moderno. ¿Por qué tomarse la molestia y el gasto de mantener un dominio burocrático-militar directo, cuando se puede dominar a un país de manera muy eficaz por medios económicos, dejando el desagradable asunto de la represión a un gobierno “amigo” (es decir, subordinado)? 

Este modo neo-colonialista de explotación no es menos depredador que el saqueo abierto de las colonias llevado a cabo en el pasado sobre la base de un régimen militar directo. En general, las mismas antiguas colonias en África, Asia y el Caribe están siendo desangradas por las mismas viejas sanguijuelas. La única diferencia es que este robo se lleva a cabo con toda legalidad a través del mecanismo del comercio mundial mediante el cual los países capitalistas avanzados de Europa ejercen una dominación conjunta de las ex colonias, y de ese modo se ahorran el coste de gobierno directo, sin dejar de extraer enormes excedentes intercambiando más trabajo por menos.

El imperialismo y la guerra 

La división del mundo entre las potencias imperialistas rivales, de la que habló Lenin, se completó a finales del siglo XIX. Después de eso, se planteó la cuestión de la re-división del mundo, una cuestión que sólo podía ser resuelta por un medio: la guerra. 

Durante los últimos cien años ha habido dos guerras mundiales, la segunda de las cuales causó la muerte de 55 millones de personas y la casi extinción de la civilización humana. Esto es la demostración más elocuente de que el sistema capitalista ha dejado de jugar un papel progresista y se ha convertido en un monstruoso obstáculo para el progreso humano. El enorme desarrollo de las fuerzas productivas se encuentra en conflicto con dos barreras fundamentales: la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. Esta es la causa principal de las guerras en el período histórico actual. 

El estallido periódico de las guerras, que por lo general se presenta como un brote de locura colectiva inexplicable, es en realidad una expresión de las tensiones que surgen en la sociedad de clases, lo cual puede llegar a un punto crítico cuando las contradicciones sólo pueden ser resueltas por medios violentos. Mucho antes de Lenin, Clausewitz explicó que la guerra es la continuación de la política por otros medios. 

En El Manifiesto Comunista Marx y Engels demostraron que el capitalismo, que surge por primera vez en la forma del Estado-nación, inevitablemente crea un mercado mundial. El aplastante dominio del mercado mundial es, de hecho, la característica más decisiva de la época en la que vivimos. Ningún país, no importa cuán grande y poderoso sea, puede escapar de la atracción del mercado mundial. El fracaso total del socialismo en un solo país en Rusia y China es una prueba suficiente de esta afirmación. También lo es el hecho de que las grandes guerras del siglo XX se libraron a escala mundial y fueron guerras de dominación mundial. 

El capitalismo y el Estado nacional, que en su momento fueron una fuente de progreso enorme, se han convertido en un obstáculo colosal y en un impedimento para el desarrollo armonioso de la producción. Esta contradicción se reflejó en las guerras mundiales de 1914-1918 y de 1939-1945 y la crisis del período de entreguerras. En la Primera Guerra Mundial, los imperialistas británicos estaban luchando una “guerra defensiva”, es decir, una guerra para defender su posición privilegiada como los ladrones imperialistas más importantes del mundo, en posesión de millones de indios y africanos en régimen de esclavitud colonial. Los mismos cálculos cínicos pueden distinguirse en el caso de cada una de las naciones beligerantes, desde la más grande a la más pequeña. 

El desarrollo del comercio mundial en el período que siguió a la Segunda Guerra Mundial le permitió al sistema capitalista superar esta contradicción, al menos parcialmente y por un período limitado. Un papel importante en la recuperación económica fue el desarrollo del comercio mundial y la intensificación de la división internacional del trabajo. Esto culminó en lo que se llamó la globalización. Los ex-marxistas como Eric Hobsbawm creyeron que la globalización pondría fin al conflicto nacional. El revisionista Karl Kautsky dijo exactamente lo mismo hace cien años. 

La Primera Guerra Mundial demostró la falsedad de esa teoría. El estado en el que se encuentra nuestro mundo en el año 2014 muestra la estupidez del neo-revisionismo de Hobsbawm. Lejos de eliminar las contradicciones nacionales, estas se han agravado enormemente. A pesar de todo el debate sobre el libre comercio y la liberalización, hay una lucha feroz por los mercados entre las principales naciones capitalistas. 

Hay una tendencia clara hacia la división del mundo en bloques comerciales, dominados respectivamente por los EE.UU., Alemania y Japón. Cada uno trata celosamente de proteger sus propios mercados y esferas de influencia, al tiempo que exige un mayor acceso a los de sus rivales. Las tensiones entre los EE.UU. y China en el Pacífico están aumentando incesantemente. En las primeras décadas del siglo XXI miles de personas continúan siendo sacrificadas diariamente por las guerras. Al menos cinco millones de personas han muerto tan sólo en el Congo. Qué profundo fue el análisis de Lenin, cuya obra clásica, El imperialismo, fase superior del capitalismo, es tan fresca y relevante ahora como el día en que fue escrita. 

La Unión Europea se creó como un intento de superar esta limitación. Los mercados nacionales separados de Gran Bretaña, Francia, Alemania y otros países eran demasiado pequeños para los monopolios gigantes. Los grandes monopolios estaban ansiosos de hacerse con un mercado regional sin restricciones de cientos de millones y, más todavía, con un mercado mundial. Sobre la base de la recuperación económica, los ca-pitalistas europeos tuvieron un gran éxito en el establecimiento de esa unión aduanera glorificada, donde se abolieron los aranceles entre los países del Mercado Común y se estableció un arancel común con el resto del mundo que sirvió para desarrollar y estimular el comercio mundial. Pero ahora todos estos avances se están convirtiendo en su contrario. 

La formación de bloques comerciales a nivel regional y los acuerdos comerciales bilaterales, lejos de ser ejemplos de libre comercio son una amenaza potencial para la globalización. Lejos de ser un paso en la dirección del libre comercio, la UE es un bloque comercial regional dirigido, por un lado, contra los EE.UU. y Japón, y por otro lado, es una alianza de potencias imperialistas dedicada a la explotación colectiva del Tercer Mundo. 

La Unión Europea siempre ha sido una unión a favor de los intereses de los banqueros y capitalistas. Los marxistas son internacionalistas. Estamos a favor de una Europa unificada, pero no se puede lograr sobre la base del capitalismo. ¿Hemos superado la división nacional en Europa? No. El euro ha empeorado las cosas, como el pueblo de Grecia lo sabe muy bien. La idea de una moneda común tendría sentido si habláramos de una Europa socialista. En el socialismo se establecería un plan de producción común, pero esto sería sobre la base de una unión demo¬crática voluntaria, sobre la base de la igualdad, y no una unión que está dominada por los banqueros y un país, Alemania.

¿por qué no ha habido otra guerra mundial en los últimos tiempos? 

Hoy en día las contradicciones del capitalismo han vuelto a surgir de manera explosiva a escala mundial. Un largo período de expansión capitalista –que tiene algunas similitudes llamativas con el período que precedió a la Primera Guerra Mundial– llegó a un final dramático en 2008. Ahora estamos en medio de la crisis económica más grave de toda la historia de 200 años de capitalismo. 

Contrariamente a las teorías de los economistas burgueses, la globalización no abolió las contradicciones fundamentales del capitalismo. Sólo las reprodujo a una escala mucho mayor que anteriormente: la globalización ahora se manifiesta como una crisis global del capitalismo. La causa fundamental de la crisis es la rebelión de las fuerzas productivas contra los dos obstáculos fundamentales que impiden el progreso humano: la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. 

Las tensiones que existen actualmente entre los Estados Unidos, Japón y Europa, en otro período, ya habrían llevado a la guerra. Sin embargo, con la existencia de armas nucleares, así como el horroroso surtido de medios de destrucción –armas químicas y bacteriológicas–, una guerra sin cuartel entre las grandes potencias significaría la aniquilación mutua, o al menos un precio tan terrible a pagar por los daños, que con-vertiría a la guerra en una alternativa poco atractiva, excepto para algún general ignorante fuera de juicio. 

Existen diferencias importantes entre la posición actual y la que existía en la época de Lenin. En dos ocasiones, los imperialistas trataron de resolver sus contradicciones por medio de la guerra: en 1914 y en 1939. ¿Por qué no puede ocurrir esto otra vez? Las contradicciones entre los imperialistas son ahora tan fuertes, que en el pasado ya les hubiera llevado a la guerra. La pregunta que debemos hacernos es: ¿por qué el mundo no está en guerra una vez más? La respuesta está en el cambio de la correlación de fuerzas a escala mundial.

El hecho es que los viejos Estados pigmeos de Europa hace tiempo que dejaron de jugar un papel independiente en el mundo. Es por eso que la burguesía europea se ha visto obligada a formar la Unión Europea, en un esfuerzo por competir con los EE.UU., Rusia y ahora también China, a escala mun¬dial. Pero una guerra entre Europa y cualquiera de los Estados antes mencionados está descartada por completo. Entre otras cosas, Europa carece de un ejército, marina y fuerza aérea. Los ejércitos que existen se mantienen celosamente bajo el control de las diferentes clases dominantes, que, detrás de la fachada de la “unidad” de Europa, están luchando como gatos en un costal para defender sus “intereses nacionales”. 

En las condiciones actuales, la perspectiva que se abre ahora no es la de una guerra entre los Estados europeos, sino una guerra de clases en todos los países de Europa. La introducción del euro ha agudizado las contradicciones nacionales. En el pasado, cuando los países del sur de Europa tenían problemas económicos, podían devaluar su moneda. Hoy en día no tienen esta opción. En lugar de ello se ven obligados a recurrir a una “devaluación interna”, que significa un ataque a los niveles de vida. Esto no está ocurriendo sólo en Grecia, sino en toda Europa y en todo el mundo. 

El deseo del imperialismo alemán de establecerse como la potencia dominante en Europa fue la principal causa de la Primera Guerra Mundial. Hoy en día Alemania no tiene que recurrir a estos métodos, ya que ha conquistado lo que quiere por medios económicos. No tendría ningún sentido que Alemania invadiera Bélgica o se apoderase de Alsacia-Lorena, por la sencilla razón de que Alemania ya controla a Europa en su conjunto a través de su poderío económico. Todas las decisiones importantes son tomadas por Angela Merkel y el Bundesbank, sin haber disparado un solo tiro. ¿Quizás Francia pueda iniciar una guerra de independencia nacional de Alemania? Es suficiente plantear la cuestión, para ver de inmediato lo absurdo de la misma. 

La burguesía, en este momento está atacando todas las conquistas que la clase obrera ha alcanzado en los últimos cincuenta años. Quieren hacernos retroceder a la Edad de Piedra. Echando un vistazo a lo que está sucediendo en todo el mundo, desde Europa a Brasil y de África a Tailandia, sólo se encuentra inestabilidad en todas partes. Por lo tanto, no es una crisis en Europa, sino una crisis del capitalismo a nivel mundial. La perspectiva para el período en el que hemos entrado no es de una guerra mundial, pero si de un aumento sin precedentes de la lucha de clases. 

Desde un punto de vista militar, ningún país puede oponer resistencia a la fuerza militar colosal de los EE.UU. Pero ese poder también tiene límites. Hay evidentes contradicciones entre EE.UU., China y Japón en el Pacífico. En el pasado, esto habría llevado a la guerra. Pero China ya no es una nación débil, atrasada, semi-colonial, que podría ser invadida y reducida a la servidumbre colonial fácilmente. Es un poder económico y militar cada vez mayor, que hace valer sus intereses y está mostrando su fuerza. Está descartada la cuestión de una invasión y esclavización de China por parte de los EE.UU. 

¿Pax americana? 

Ya son casi 25 años desde que George Bush (padre), el en¬tonces presidente de los EE.UU., hiciera su famoso discurso del “Nuevo Orden Mundial”. El Presidente del Estado más poderoso de la tierra prometió un mundo sin guerras, sin dictaduras y, por supuesto, un mundo bajo el firme control de una sola y omnipotente policía: los EE.UU. Esto fue en 1991 en un momento en que se estaba preparando para lanzar la primera Guerra del Golfo. 

Después de la caída del estalinismo, el imperialismo estadounidense realmente pensaba que el mundo estaría firmemente bajo su mando y que sería capaz de dictar el destino de todos y cada uno de los países. Todos los conflictos en el mundo iban a ser resueltos a través del diálogo en una especie de “Pax Americana”. Ahora todos estos sueños se han reducido a escombros. Hay una guerra tras otra. En palabras del historiador romano Tácito: “Cuando ellos han creado un desierto lo llaman paz”. 

El período histórico en el que vivimos es peculiar. Anteriormente siempre había tres o cuatro o más potencias imperialistas, pero ahora sólo hay un verdadero gigante, Estados Unidos. El poder de la Roma imperial no era nada en comparación con los Estados Unidos hoy en día. Treinta y ocho por ciento del gasto militar en el mundo proviene de los EE.UU., incluyendo las armas más terribles de destrucción masiva. El imperialismo de EE.UU. es realmente la mayor potencia con¬trarrevolucionaria en la tierra en toda la historia. 

Junto con el poder colosal, sin embargo, viene la arrogancia colosal. George W. Bush rompió todas las normas internacionales y la diplomacia pacientemente construidas desde el siglo XVII. Bajo los términos de la “doctrina Bush”, EE.UU. reclamó para sí el derecho de intervenir en todas partes. Las guerras que afligen al planeta son una expresión y un síntoma de un sistema en decadencia. En los Estados Unidos, cada año se gastan en armas más de US$750 mil millones. Tan solo con ese dinero sería posible construir suficientes hospitales, escue¬las y casas para todos y acabar con el hambre en el mundo. 

Es un hecho que Estados Unidos es muy poderoso, pero esto también tiene sus límites, como se ha demostrado en Irak. Los imperialistas invadieron Irak en el año 2003 y al poco tiempo proclamaron que la misión había sido “cumplida”. En la realidad, Irak se encuentra en una situación desastrosa y no tiene un ejército nacional que funcione. 150.000 soldados estadounidenses no fueron capaces de derrotar al pueblo iraquí, aunque por lo menos 100.000 iraquíes murieron. El objetivo era saquear Irak, pero lo único que lograron fue una terrible hemorragia de sangre y oro, que incluso el país más rico del mundo no podía sostener. Al final, las fuerzas estadounidenses se vieron obligadas a retirarse, dejando atrás un Irak reducido a un bárbaro estado de miseria, división y desesperación.

EE.UU. ya se ha quemado los dedos en Irak y en Afganistán. Fue incapaz de intervenir en Siria y ahora es impotente para luchar con Rusia sobre Ucrania. ¿Cómo podría incluso considerar una guerra con un país como China, cuando ni siquiera puede responder a las continuas provocaciones de Corea del Norte? La pregunta es muy concreta. 

Por todas estas razones una guerra mundial, en las líneas de 1914-18 ó 1939-45, está descartada en el futuro inmediato. Sin embargo, eso no quiere decir que el mundo sea un lugar más pacífico y armonioso. Por el contrario, habrá una guerra tras otra, pero habrá guerras “pequeñas”, como la guerra en Irak y Afganistán. Esta es una perspectiva terrible para la raza humana. 

Lenin, respondiendo a una pacifista que dijo que la guerra es terrible, declaró: “Sí, terriblemente rentable”. Grandes empresas multinacionales como Halliburton recibieron miles de millones de dólares del contribuyente estadounidense para las llamadas operaciones de reconstrucción de Irak y no es ninguna coincidencia que el vicepresidente Dick Cheney fuera durante mucho tiempo un ejecutivo de esta empresa, que además realiza grandes donaciones al Partido Republicano. Este es un ejemplo muy claro de la relación orgánica entre los grandes monopolios y el Estado del que Lenin escribió en El Imperialismo.

Guerra y revolución 

Dos guerras mundiales fueron prueba suficiente de que el potencial de progreso del sistema capitalista se ha agotado por completo. Pero Lenin señaló que a menos que sea derrocado por la clase obrera, el capitalismo siempre podrá encontrar una manera de salir, inclusive, de la crisis económica más profunda. Lo que Lenin veía como una posibilidad teórica en 1920, realmente ocurrió después de 1945. Como resultado de una concatenación peculiar de circunstancias históricas, el sistema capitalista entró en un nuevo período de auge. La perspectiva de la revolución socialista, al menos en los países capitalistas desarrollados, se pospuso.

Al igual que en las dos décadas anteriores a 1914, la burguesía y sus apologistas estaban borrachos con ilusiones. Y al igual que entonces, los líderes del movimiento obrero se hicieron eco de estas ilusiones. Ahora, incluso más que antes, han abandonado cualquier pretensión de lucha por el socialismo y han abrazado con entusiasmo “el mercado”. Pero ahora, la rueda ha dado una vuelta completa. En el año 2008 el fruto de su éxito se volvió cenizas. Al igual que en 1914 la historia les ha despertado bruscamente. 

Antes de 1914, los dirigentes socialdemócratas continuaban defendiendo, al menos en el discurso, las ideas del socialismo y la lucha de clases. En el Primero de Mayo hicieron sonar consignas radicales e inclusive discursos revolucionarios. Pero en la práctica, habían abandonado la perspectiva de la revolución socialista en favor del reformismo: la noción de que pacíficamente, poco a poco, sin dolor, se podría transformar el capitalismo en socialismo en algún tiempo lejano en el futuro. 

En un congreso internacional tras otro, los socialdemócratas –que en ese momento incluían a Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht– votaron por resoluciones en las que la Internacional se opondría a cualquier intento de los imperialistas de lanzar una guerra, e incluso se aprovecharían de la situación y organizarían una lucha revolucionaria contra el capitalismo y el imperialismo. 

Para su vergüenza eterna, todos los dirigentes de la Segunda Internacional (con la excepción de los rusos y los serbios) traicionaron a la clase obrera mediante el apoyo a “su” clase dominante por motivos “patrióticos”. Como resultado, millones de trabajadores uniformados fueron condenados a muerte rodeados de barro, sangre y gas mostaza de Flandes. 

Lenin estaba tan atónito cuando se enteró de que los socialdemócratas alemanes habían votado a favor de los créditos de guerra en el Reichstag, que al principio se negó a creerlo. Pero una vez que se confirmó, no dudó en romper con la Segunda Internacional y levantar la bandera de la Tercera Internacional (Comunista). A lo largo de la Guerra, Lenin estuvo virtualmente aislado en Suiza. La situación era completamente de¬soladora. La solidaria consigna de “trabajadores del mundo, uníos” parecía ser una triste ironía dado que los trabajadores alemanes, franceses, rusos y británicos se mataron unos a otros a golpe de balas y bayonetas en defensa de los intereses de sus amos. En la primera conferencia de los socialistas contra la guerra, celebrada en la pequeña localidad suiza de Zimmerwald en 1915, Lenin bromeó diciendo que se podía poner a todos los internacionalistas del mundo en dos carruajes. 

Sin embargo, la guerra imperialista terminó en revolución. La Revolución Rusa ofreció a la humanidad una salida a la pesadilla de las guerras, la pobreza y el sufrimiento. Pero la ausencia de una dirección revolucionaria a escala internacional hizo que esta posibilidad fuera abortada en un país tras otro. El resultado fue una nueva crisis y una nueva y más terrible guerra imperialista. 

Posibilidades inmensas

Lenin dijo: “El capitalismo es horror sin fin”. Las sangrientas convulsiones que se están extendiendo por todo el mundo muestran que tenía razón. Moralistas de clase media llorarán y se lamentarán sobre estos horrores, pero no tienen ni idea de cuáles son las causas, y mucho menos la solución. Pacifistas, “verdes”, feministas y otros señalan los síntomas pero no a la causa subyacente, que se encuentra en un sistema social enfermo que ha sobrevivido más allá de su papel histórico. 

Los horrores que vemos ante nosotros son sólo los síntomas externos de la agonía del capitalismo, pero también son los dolores de parto de una nueva sociedad que está luchando por nacer. Nuestra tarea es acortar estos dolores y apresurar el nacimiento de una nueva sociedad auténticamente humana. 

Gracias a los avances de la tecnología y la ciencia, la humanidad tiene la posibilidad de eliminar todos los viejos males del hambre, la guerra y el analfabetismo. Pero, ¿cuál es la realidad? Mil doscientos millones de personas viven bajo la línea de la pobreza, y cada año ocho millones de hombres, mujeres y niños mueren como resultado de esto. Esto es ni más ni menos que un holocausto silencioso en una escala mundial del que nadie habla. Esto es todo lo que el capitalismo puede ofrecer hoy en día. 

En la actualidad la lucha contra el imperialismo es impensable sin la lucha contra el capitalismo. ¿Hay algún poder en el mundo que pueda vencer el poder del imperialismo de EE.UU.? Sí, tal poder existe. ¡Se llama la clase obrera! ¡Ni un solo foco brilla, no gira una rueda, no suena un teléfono sin su consentimiento! El problema es que los trabajadores tienen este poder, pero no lo saben. 

Durante los oscuros días de la Primera Guerra Mundial, Lenin se encontró, una vez más, aislado y en contacto con sólo un grupo muy pequeño. Pero él no tenía miedo de luchar contra la corriente. Dedicó toda su fuerza a educar y formar a los cuadros sobre la base de las genuinas ideas del marxismo. Su obra maestra El imperialismo, fase superior del capitalismo es un monumento inmortal a su trabajo en el terreno de la teoría. 

Lenin no mostró ningún signo de pesimismo cuando la situación podría haber parecido desesperanzadora. Y no hay lugar para el pesimismo ahora. En el convulsivo período que se avecina, la clase trabajadora va a tener muchas oportunidades para transformar la sociedad. El poder de la clase trabajadora nunca ha sido mayor que ahora. Pero este poder debe ser organizado, movilizado y dotado de un liderazgo adecuado. Esta es la tarea principal en el orden del día. Defendemos firmemente las ideas de Lenin, que han resistido la prueba del tiempo. Junto con las ideas de Marx, Engels y Trotsky, sólo ellas proporcionan la garantía de la futura victoria. 

Adquiere El imperialismo, fase superior del capitalismo, publicado por el Centro de estudios Socialistas Carlos Marx. Ponte en contacto con nosostros, escribenos a:centrocarlosmarx@gmail.com