En la primera parte de este artículo intentaremos explicar el desarrollo peculiar que dio origen a la llamada “cultura occidental” y cómo la gestación capitalista impulsó la invasión, conquista y destrucción de las grandes civilizaciones del llamado Nuevo Mundo. Pero necesitamos explicar la otra cara de la moneda: en la segunda parte intentaremos explicar por qué fueron precisamente los europeos –y no, por ejemplo, los chinos- los que capturaron a los soberanos de Tenochtitlán y del Imperio incaico, y no éstos los que invadieron Europa e impusieron tributos a los reyes europeos (a fin de cuentas las del Nuevo Mundo eran civilizaciones tributarias). Veremos cómo diferentes condiciones materiales, sociales, tecnológicas, geográficas e históricas determinaron el resultado final del brutal choque entre “dos mundos”.
Si bien durante el auge del modo de producción esclavista el mundo occidental tomó un protagonismo que nunca había tenido –que había estado reservado a las grandes civilizaciones de la antigüedad oriental-, también es cierto que con el colapso del Imperio romano el mundo occidental se hundió en las tinieblas, mientras el centro de la cultura en el Viejo Mundo se trasladó de nuevo a Oriente: Constantinopla, China, la India y el mundo islámico. Mientras Europa occidental retrocedía unos mil años en la historia, en Constantinopla se construía la iglesia más hermosa del mundo (Santa Sofía), los chinos inventaban la imprenta, los indios desarrollaban los números, en Bagdad se desarrollaba el álgebra, en la India descubrían el valor de Pi… y el Nuevo Mundo experimentó, entre otras cosas, el brillante siglo maya y teotihuacano.
Para los chinos, los europeos atrasados no eran más que “extranjeros de color” y para los árabes musulmanes, los europeos no eran más que brutos. Mas-Udi –un geógrafo árabe- escribió que aquellas gentes: “carecen del sentido del humor […] su entendimiento, escaso; y sus lenguas, toscas…Cuanto más al norte se encuentran más estúpidos, groseros y brutos son”.1 Pero la superioridad del mundo oriental no se debía-como creía Udi (o como lo creen los “sabios” occidentales de hoy con respecto a la sociedad en la que viven)- a una cuestión racial, sino a que el flujo del comercio-la ruta de la seda y las especias- se trasladó de Roma hacia Oriente: Bagdad, Toledo, Córdoba, la India y China, por lo que el mundo intelectual amenazado por el fundamentalismo cristiano se refugió y nutrió en estas ciudades relativamente tolerantes y muchas veces pluriétnicas, en cuyas venas comerciales viajaba la cultura y, entre otras cosas, el budismo (la Constantinopla cristiana, por lo general, fue fanática aún cuando floreció con el comercio). Si el viejo mundo griego se nutrió gracias a Oriente, el mundo occidental moderno renació absorbiendo lo que se preservó en las civilizaciones orientales –resistentes por conservar un modo de producción más o menos tributario- que florecían mientras “Londres y París eran unos villorrios desvencijados, con calles de barro y chozas de madera”.2 Como dijo alguna vez Heráclito: “el principio y el fin de la circunferencia es el mismo”.
¿Por qué, entonces, no fueron los chinos los que “descubrieron” América si sus barcos, sus inventos y su riqueza llevaban la delantera? Si la llamada cultura occidental de los griegos y romanos colapsó con ellos, ¿cómo fue que renació de nuevo en la atrasada Europa occidental? Los chinos podían haber realizado tantos inventos como se quiera, incluso aquéllos que en occidente revolucionaron la sociedad (la imprenta, la pólvora, la brújula, el estribo, etc.) y tener los barcos más asombrosos de su época, pero sus relaciones sociales no favorecían el comercio ni la acumulación de capital; esto fue decisivo. Lo que les faltó a los chinos no fue conocimiento –que tenían de sobra- sino motivación. Incluso si la hipótesis sumamente especulativa sobre supuestas excursiones de los chinos o cartagineses en América resultaran ciertas, el hecho de que dichos contactos no hayan tenido más repercusiones que la que tuvo el contacto vikingo demuestra nuestro punto: ni las relaciones sociales de los chinos, fenicios o de los vikingos impulsaban impactos de relevancia.
Paradójicamente, la parte occidental del Imperio romano colapsó tras una oleada de invasiones germánicas –que precipitaron la inevitable caída de un imperio en decadencia- precisamente porque en esa parte la civilización había echado raíces menos firmes, mientras que el Imperio romano de oriente (Constantinopla) sobrevivió y aún pudo florecer gracias al comercio con civilizaciones del lejano oriente mucho más resistentes. Pero, al presentarse una serie de condiciones materiales e históricas, la rueda de la historia giró y las debilidades se convirtieron en fortalezas y éstas en desventajas. Pero ¿cómo fue que los polos se invirtieron? ¿Cómo fue que el mundo sería puesto de cabeza?
La primera mitad del siglo IX en Europa occidental fue el punto más bajo y oscuro de la Alta Edad Media –dominado por reyezuelos y papas que eran tan insignificantes como ambiciosos e ignorantes-, pero gracias a la introducción desde oriente (desde China) del pesado “arado de vertedera” que era tirado por caballos con colleras revolucionarias y con herraduras (también invento chino), desde mediados del siglo IX, la producción y el comercio se recuperaron relativamente y la población creció –sobre todo en territorios francos y normandos que contaban con mejores tierras-, proporcionando –dentro de los márgenes medievales- el excedente necesario para mantener a una caballería pesada vestida con armaduras de acero y reyes occidentales más poderosos (aunque, por lo general, siguieron siendo ignorantes); abriendo el periodo conocido como Baja Edad Media.3
Si el arado tirado por caballos no fue introducido en tiempos romanos fue, seguramente, debido a que a los esclavos les valía un “pepino” la producción y la clase dominante se preocupaba menos por la productividad de unos esclavos que se cazaban en masa y a los que no se les podía confiar un animal tan delicado y costoso –de la misma forma en que nosotros no solemos confiar nuestra computadora a un niño pequeño-. En contraste, los siervos estaban más interesados en sus propios cultivos, no sólo porque –por lo general- trabajaban con instrumentos propios, sino porque de ello dependía -deducido el tributo debido al señor feudal- el alimento que llevaban a la mesa.
La nueva caballería medieval pudo hacer frente a las invasiones bárbaras (no olvidemos, no obstante, que esos “caballeros” eran descendientes de los mismos “bárbaros” que precipitaron la caída del Imperio romano) y, durante las Cruzadas, fue posible disputar al mundo musulmán las rutas de comercio. Constantinopla -un imperio medio feudal, medio esclavista, medio despótico, medio occidental y medio oriental- fue perdiendo el monopolio comercial que le había garantizado su supremacía cultural en Europa –fue la ciudad más majestuosa de sus tiempos-, y ese poder se fue concentrando en otras ciudades menos sujetas al poder del emperador bizantino: Génova, Venecia, Florencia y Milán- ciudades que habían sido satélites de Constantinopla-. La concentración de poder en manos del monarca y los intereses terratenientes en la gran Constantinopla bloquearon que el comercio revolucionara la sociedad como sucederá en las pequeñas e independientes ciudades italianas, inicialmente unas semicolonias de Oriente. Éstas mostraban el poder emergente de una nueva clase de comerciantes y una nueva clase de ciudades burguesas (burgos) naciendo de las entrañas feudales, desplazando el equilibrio de poder de oriente a occidente – y se moverá aún más hacia occidente-.
Así, la propiedad privada de la tierra (que favoreció el proceso de acumulación privada), el comercio privado, la industria textil del norte de Europa y el crecimiento de las ciudades promoverá el Renacimiento europeo. Marco Polo redescubrirá China utilizando la vieja ruta de la seda que para los musulmanes no era ningún secreto. El posterior saqueo de África y el Nuevo Mundo alimentará la acumulación originará de un sistema revolucionario, un sistema que dominará el orbe por primera vez en la historia y al que debemos la falsa creencia en la superioridad de occidente.
En otros términos, aunque los europeos occidentales estaban inicialmente rezagados –tanto que la historia, tras la caída de Roma, pareció retrocedió mil años, a un nivel de subsistencia-, la existencia en occidente de grandes comerciantes privados, de gremios más o menos independientes (en comparación con los artesanos del mundo oriental e, incluso, en relación a Constantinopla –ella misma heredera del Imperio romano-), la existencia de propiedad privada de la tierra, la relativa descentralización feudal que permitió el surgimiento de burgos o ciudades; fueron factores que facilitaron la reconversión de las tierras de cultivo en tierras de pastoreo, impulsando la industria textil, la manufactura y el comercio privados. Con esto último el polo de poder se traslada aún más hacia occidente, rumbo al Atlántico, desde Italia a emergentes potencias imperialistas como Portugal, Holanda, Inglaterra, Francia (España desperdició lo saqueado construyendo inútiles catedrales en vez de convertir el oro robado en capital). Bernal explica el cambio en el equilibrio de poder: “La apertura de la nueva ruta marítima africana asestó un golpe tremendo al comercio tradicional a través de territorios árabes –del cual se habían beneficiado los propios árabes como los turcos- y, a la vez, produjo inmensas ganancias a los portugueses y arruinó a los venecianos”.4
Evidentemente, el proceso de gestación capitalista no fue puramente económico, encontró en la política su comadrona en la forma de patrocinio de monarquías ilustradas, el despojo de tierras a los pequeños propietarios y posteriores revoluciones antifeudales –comenzando por La Reforma- que irán creando a los estados nación modernos.
Bastaban una serie de accidentes históricos para desencadenar el proceso latente de acumulación capitalista: la peste negra que asoló Europa durante los siglos XIV y XV y el bloqueo temporal de las rutas de oriente por los bárbaros de Tamerlán y por la posterior conquista turca de Constantinopla pudieron ser esa serie de accidentes. La peste contribuyó a una mayor demanda de mano de obra y a la migración del campo hacia unos burgos en crecimiento-que habían comenzado a crecer lentamente a mediados del siglo IX-. El bloqueo de las rutas comerciales, por otra parte, impulsó la conquista de África y América. Los portugueses conquistaron África tratando de circunnavegarla para encontrar una nueva ruta hacia oriente pero el comercio de esclavos fue más lucrativo que el viejo comercio con las “Indias orientales”.
Era cuestión de tiempo para que otras potencias, celosas del éxito portugués, trataran de encontrar nuevas rutas cruzando el Atlántico, demostrando que el Mar Mediterráneo –escenario principal del mundo antiguo- no era más que un chapoteadero. Así se explica que los conquistadores europeos estuvieran afectados de una “enfermedad” que no padecieron las civilizaciones tributarias y que sólo se podía aliviar con oro y rutas comerciales, esa “enfermedad” –llamada acumulación originaria de capital-los llevará a conquistar África, América, Asia y Oceanía; esclavizando, saqueando y destruyendo las culturas nativas. Los conquistadores ansiaban los metales preciosos en la misma medida en que la economía capitalista en formación requería medios de cambio y acumulación, esta necesidad frenética no era menos poderosa que la heroína para un adicto incurable, pero esta “adicción” tuvo mayores consecuencias que una sobredosis. El Primer Mundo se nutrió de la sangre, sudor y lágrimas del mundo colonial.
Por qué no fue Moctezuma el que capturó a Carlos I. Los “ritmos” de desarrollo histórico
“La historia siguió trayectorias distintas para diferentes pueblos debido a las diferencias existentes en los entornos de los pueblos, no debido a diferencias biológicas entre los propios pueblos” (Jared Diamond)
Los primeros pueblos sedentarios del creciente fértil en Oriente Medio tuvieron la enorme ventaja fortuita de que los ancestros silvestres de cereales como el trigo y la cebada compartían el mismo territorio con los ancestros silvestres de los cerdos, las vacas y ovejas; por lo que la domesticación de cereales y animales se dio casi de forma simultánea. Los herbívoros domesticables no se extinguieron por completo en Eurasia, al final del pleistoceno como sucedió en otras partes del mundo, porque evolucionaron durante un tiempo dilatado junto con humanos cazadores. Además, las características de los cereales salvajes del creciente fértil favorecieron una rápida adaptación a las necesidades humanas, cosa que no sucedió con el maíz en el Nuevo Mundo. Veamos esto con más detenimiento, retomando las interesantes tesis de Jared Diamond, que han venido a fortalecer –al menos en estos puntos- la visión materialista de la historia.
La domesticación de plantas y animales son fenómenos que se alimentan e impulsan mutuamente. La domesticación de los cereales no sólo permitió alimentar algunos animales domesticados –puercos, aves de corral y el ganado con el rastrojo-, permitió liberar tiempo para acelerar la división del trabajo y trabajos especializados como el pastoreo, el trabajo artesanal y la metalurgia. Por otra parte, la domesticación de los animales impulsó la agricultura con abono y, posteriormente, con animales de tiro. Entre el descubrimiento técnico del arado a tracción animal, al descubrimiento de la rueda de tracción animal sólo hay un paso –uno enorme- y, con esto, una inmensa ventaja para la acumulación, el comercio del excedente y la difusión de la cultura y la ideas-factores que explican, por ejemplo, la amplia difusión de las lenguas indoeuropeas-.
Lo anterior lubricó el surgimiento de la primera civilización de la historia: la civilización Sumeria hace unos 6 mil años y dotó al Viejo Mundo de una enorme ventaja militar (la caballería y los carros de guerra, herencia de la domesticación). Esta ventaja en los territorios que hoy conocemos como Irak, Siria, Jordania y Turquía explica en buena medida por qué fue el Viejo Mundo el que conquistó al Nuevo y no a la inversa –que, como observa Jared Diamond, no haya sido Atahualpa el que cruzara el océano para capturar al rey Carlos I- y también explica el relativo rezago del ritmo de desarrollo de los pueblos del Nuevo Mundo.
La mayor interacción con animales domesticados en el Viejo Mundo, hizo a los invasores resistentes y a la vez portadores de toda una fauna microbiana mutada de gérmenes de granja que diezmó a la población mesoamericana aún más que las masacres deliberadas, mientras que los europeos no exportaron desde América ninguna epidemia a su continente; la guerra bacteriológica inconsciente y desigual fue otro factor en la ecuación.5
Jared Diamond ha argumentado una tesis interesante6 –por la que obtuvo un premio Pulitzer-: la desventaja del Nuevo Mundo –desde el punto de vista geográfico-se encuentra en la distribución norte-sur del eje del continente americano, frente a la distribución este-oeste del de Eurasia; ésta ocasiona que el área de clima mediterráneo sea relativamente más pequeño en América, factor que dificultó la difusión de la domesticación y limitó, además, la diversidad de plantas anuales; este mismo razonamiento se aplicaría a la distribución norte-sur de África y también podría explicar-en parte (sólo en parte, debemos subrayar)- su relativo rezago. Las condiciones geográficas en Oriente Medio permitieron una mayor interrelación y difusión cultural en el Viejo Mundo; en general no existen tantas barreas geográficas entre el Creciente Fértil, el norte de África y el mundo mediterráneo (incluso hasta la lejana China), regiones que estaban unidas por relaciones comerciales –la ruta de la seda y las especias-, camellos que podían cruzar desiertos y tribus nómadas pastoras. Mesoamérica, por el contrario, es un medio dividido por valles, cadenas montañosas y desiertos. América –señala Jared Diamond-“se halla fragmentada por la geografía y la ecología: el istmo de Panamá, de solo unos 65 kilómetros de anchura, secciona virtual y geográficamente a América, y, por otro lado, los bosques tropicales de Darién en el istmo y el desierto del norte de México la seccionan desde el punto de vista ecológico [por tanto, la rueda de los juguetes mesoamericanos y la llama de los incas] no habrían coincidido recíprocamente, a pesar de que la distancia que separaba la sociedad maya […] del extremo septentrional del Imperio inca (2.000 kilómetros) era mucho menor que los 13.000 kilómetros de distancia entre Francia y China, cuyas culturas compartían el caballo y la rueda […]-.7
En síntesis: las tribus nómadas de Norteamérica no conectaban a Mesoamérica más que con algunas jefaturas y protociudades (como la llamada “Cultura de Casas Grandes –Paquimé- y con los Anasazi). Por el otro lado del continente, entre las civilizaciones mesoamericanas y los Incas no hubo ninguna interacción evidente o relevante –existe alguna evidencia de contacto marítimo entre el occidente mesoamericano, los mayas y Sudamérica, pero en todo caso de poco impacto en la historia de la región-.
Además, en América las primeras plantas domesticadas fueron raíces, tubérculos (la papa, ñame, mandioca) y bayas (la calabaza y el tomate) –en realidad el único cereal mesoamericano fue el maíz; mientras que en Eurasia estaban el trigo, la cebada, y el centeno; cereales de mayor contenido energético-. Los primeros cultivos del Nuevo Mundo no favorecieron la acumulación, el comercio ni el intercambio, al tratarse de raíces o productos perecederos. Peter Watson señala: “[…] en comparación con Eurasia, que tenía treinta y tres hierbas productoras de semillas grandes, en América sólo había once. Con los animales ocurre algo similar, de las catorce especies de grandes mamíferos que han llegado a domesticarse trece son originarias de Eurasia […] y sólo una de América [la llama, la alpaca y la vicuña proceden del mismo ancestro]”.8 Por si fuera poco, el maíz –para ser una fuente real de acumulación- requirió de un proceso de domesticación muy dilatado (basta comparar el pequeño y frágil teocintle primitivo, con las enormes mazorcas del maíz civilizado).
Adicionalmente, en Mesoamérica –como hemos señalado- no hubo grandes animales herbívoros capaces de ser domesticados –se extinguieron durante la etapa Clovis hace unos 12 mil años debido al cambio climático pero también a que los cazadores del Nuevo Mundo que cruzaron Beringia se encontraron con grandes herbívoros que habían evolucionado sin aprender a temerle al humano9-. En Sudamérica la Llama, Vicuña y la Alpaca sirvieron como animales de carga pero eran inútiles como animales de tiro –quizá porque “las muy necias” no caminan si la carga supera los 50 kilos (no cargan mucho más de lo que puede la espalda humana)-, por ello, en Mesoamérica era desconocida la rueda –excepto en juguetes- ya que era inútil para efectos productivos porque no existían animales para tirar carros (excepto los perros de tiro del Ártico pero este hecho no tiene relevancia para nuestro tema porque los “carros” inuit no necesitan ruedas), derivado de ello tampoco se utilizaron poleas-tecnología derivada de la rueda-.
Esto muestra que si los pueblos americanos no descubrieron la rueda no fue porque fueran menos inteligentes –recordemos que jugaban a la pelota por lo que conocían la rueda “en principio”- sino por la sencilla razón de que no la requerían. En biología como en la sociedad “la necesidad crea el órgano”. Quizá sea la existencia de animales de carga en Sudamérica –lo que promueve el comercio y la acumulación de riqueza- lo que explique que los incas dominaron el imperio más grande de América, el primer lugar en el continente donde se inició la fundición del cobre y donde las carreteras abarcaban 30 mil kilómetros-las más grandes y limpias de su tiempo-.
La domesticación del maíz –proceso que, como hemos visto, resultó más difícil que la domesticación en el Viejo Mundo- no se vio fortalecida e impulsada con animales domesticados que pudieran utilizarse en la producción, lo que, a su vez, limitó la llamada “revolución de los productos secundarios” en estas tierras; ello explica la relativa dilatación entre la domesticación del teocintle hace 8 mil años –que abre el periodo formativo mesoamericano- y las primeras jefaturas megalíticas (Olmecas) hace unos 3, 500 años, mientras que la neolitización en Oriente Medio impulsó las primeras jefaturas y estructuras megalíticas casi de forma inmediata. Los primeros horticultores mesoamericanos tardaron milenios en establecerse en aldeas permanentes ya que, hacerlo antes de que los cultivos cubrieran buena parte de la alimentación, “significaba renunciar parcialmente a la carne”.10
Paradójicamente, la existencia de enormes manadas de bisontes en las llanuras norteamericanas –herbívoro que puede considerarse un sobreviviente de la megafauna- tuvo el efecto de retardar la revolución neolítica en esta región –la cual no se generalizó sino apenas 500 años antes de la llegada de los españoles- pues con tales cantidades de carne y grasa, la adopción de técnicas agrícolas no era necesaria; además, el bisonte no es un herbívoro domesticable. En otras palabras, la abundancia de alimentación en Norteamérica –incluido el consumo del salmón en las costas del Pacífico- retrasó el desarrollo histórico en estas regiones. La revolución urbana, como toda revolución, requiere de crisis como catalizador.
La utilización de animales de tiro en la agricultura constituye un aliciente importante para el descubrimiento de mejores técnicas para la fundición del hierro –ya que un arado de metal es mucho más productivo- mientras que el hierro jamás fue utilizado en el continente americano; la coa o “palo sembrador” fue la principal herramienta agrícola –una bastante primitiva-, prácticamente no se superó la tecnología de piedra en la producción-los metales no dejaron de ser suntuarios-. La generalización del hierro en la producción artesana combinada con la generalización de la esclavitud y el fortalecimiento de las relaciones comerciales explican, en buena medida, las características de la civilización griega y el nacimiento de la llamada “cultura occidental”.
Los pueblos mesoamericanos sabían fundir el oro y otros metales mediante la ingeniosa técnica de la cera perdida, utilizando cera de panales de abeja, pero el oro y los metales preciosos eran símbolo de poder, aquél era la sudoración misma del Sol y prácticamente no se usaba para crear objetos útiles. Otra razón de que el hierro jamás se utilizó en Mesoamérica se debe a que la casta dominante estaba muy poco interesada en la producción de un metal barato que podría independizar a los artesanos del templo; el comercio no se desarrolló lo suficiente como para impulsar una mayor producción artesanal.
Así, el relativo retraso en el desarrollo de las fuerzas productivas de los pueblos mesoamericanos y andinos con respecto a las civilizaciones de Oriente Medio se debe a una serie de condiciones materiales, sociales y ecológicas fortuitas. Cuando hablamos de retraso, debemos aclarar, nos referimos al desarrollo de las fuerzas productivas (acero, armas de fuego, la rueda, ganadería, caballería, alfabetización, etc.). Es evidente, sin embargo, que los pueblos mesoamericanos estaban mucho más adelantados en algunos aspectos “espirituales” como su conocimiento calendárico, matemático y astronómico; lo que muestra que no existe un determinismo mecánico –sino dialéctico- entre lo que los marxistas llamamos infraestructura y superestructura. Sin embargo, creemos, con Marx, que el desarrollo de las fuerzas productivas resulta, en última instancia, decisivo.
La dominación colonial perpetuará el subdesarrollo, al imponer un intercambio desigual y frenar el desarrollo de las fuerzas productivas, ya que los conquistadores contaban con mano de obra semiesclava, cuando no abiertamente esclava y, por ello, la inversión en tecnología resultaba poco atractiva para los explotadores; con las materias primas saqueadas se fortalecerá el llamado Primer Mundo y el colonial se mantendrá en condiciones espantosas. A diferencia de Centro y Sudamérica –donde, con el objetivo de saquear los recursos minerales, la colonia se apoyó en formas precapitalistas y semifeudales de producción – los colonizadores europeos en Norteamérica prácticamente importaron el capitalismo desde Inglaterra (inicialmente en una lógica de pequeña propiedad que estimula la competencia) y lo implantaron en un territorio virgen (exterminando a los pueblos indios y metiendo a los sobrevivientes en “reservas”). La esclavitud en las plantaciones de azúcar sureñas –relación precapitalista en sí misma-sirvió fundamentalmente para acelerar el proceso de acumulación capitalista –los beneficios no se despilfarraron de forma “barroca” como en la Nueva España- y la posterior Guerra Civil Norteamericana liberará esos mismos esclavos para conformar una mano de obra para la emergente industria capitalista, derrotando al sector terrateniente que obstruía el desarrollo burgués. Por todo esto, Estados Unidos podrá emerger como una superpotencia (posición que se reforzará tras la Segunda Guerra Mundial, con un EUA como simple espectador y con sus reservas de oro intactas), mientras que el resto de América Latina seguirá en una lógica neocolonial, convertida en el traspatio del imperialismo norteamericano.
Si bien es cierto, como hemos visto, que las condiciones geográficas jugaron un papel importante en el surgimiento de las primeras civilizaciones y en su ritmo de desarrollo, actualmente el subdesarrollo ya no tiene nada que ver con la geografía, sino con el capitalismo, la división del trabajo y la relativa desindustrialización que se le impuso a los países excoloniales. Ninguna teoría racista o estupidez sobre el “destino manifiesto” puede explicar ni remotamente este fenómeno; el materialismo histórico, por el contrario, da elementos objetivos que explican que estas desigualdades no tienen nada que ver con una mayor inteligencia o destino racial sino con factores materiales que fueron ajenos a la voluntad e inteligencia de los pueblos.
1 Watson, Peter; Ideas, historia intelectual de la humanidad, Barcelona, Crítica, 2013, p. 503.
2Asimov, Isaac; Constantinopla, Madrid, Alianza editorial, 1989, p. 8.
3 Asimov, Isaac; La Alta Edad Media, Madrid, Alianza editorial, 1989, pp. 239-243.
4 Bernal; John, D., La ciencia en la historia, México, UNAM, 1991, p. 388.
5 Diamond, Jared; Armas, gérmenes y acero, México, Random House Mondadori, 2013, pp. 225-249.
6 Ibíd., pp. 205-225.
7 Ibíd., pp. 301-302.
8 Watson, Peter; Ideas, historia intelectual de la humanidad, Barcelona, Crítica, 2013, pp. 698-699.
9 Diamond, Jared; Armas, gérmenes y acero, México, Random House Mondadori, 2013, p. 55.
10 Semo, Enrique; Historia económica de México, los orígenes, de los cazadores recolectores a las sociedades tributarias, México, UNAM, 2006, p. 102.