A continuación, publicamos una contribución de la compañera Noe Gall.
En estos días desfilan una serie de expertos por las salas virtuales del senado de la nación para aportar elementos al debate por el aborto legal seguro y gratuito, a favor y en contra. Lo que nos ha expuesto, nuevamente, a escuchar una cantidad considerable de vejámenes sobre nuestros cuerpos, vidas, existencias. Me pregunto ¿es esto la democracia, que debamos escuchar violencias tan grandes sobre nuestro derecho a decidir? Supongo que sí, que es la famosa libertad de expresión, que cada sector político puede expresarse según sus ideales, pero ¿cuál es el límite?
Si bien este debate ha mejorado considerablemente respecto del 2018, todavía hay un núcleo duro de personas que se creen con el derecho a decir lo que se le venga en gana sobre nosotr*s sin ningún costo y sin ninguna consecuencia. Incluso l*s políticos que se expresan a favor de nuestros derechos lo hacen muchas veces acudiendo a una retórica obsoleta a estas alturas. Son muy poc*s quienes han escuchado más atentamente las discusiones feministas que impulsaron esta lucha y esta ley. Hemos escuchado la palabra mujer unas mil vece, todo el meollo de la cuestión está allí, que las mujeres decidan, pero ¿Qué mujer, quien mujer? ¿Qué se construye detrás del sujeto político Mujer? ¿A quién nombra el significante Mujer? ¿Cómo ponen sobre la mesa l*s políticos el modo en que atraviesa la lucha de clases el debate por el aborto? En un contexto neoliberal que ha precarizado la vida de tant*s, la distinción entre ricas y pobres a secas ¿qué nombra?
Una de las luchas de los feminismos es descentrar el sujeto político del mismo, es decir, poder nombrar las variables que hacen a ese significante Mujer, que engloba las diversas formas de existencias, raciales, de diversidad corporal, discapacidad, sexualidad, identidad de género. La discusión sobre el aborto trajo a escena -nuevamente- la pregunta por el quién. ¿Quiénes abortan? ¿Sólo las mujeres abortan? Es una decisión política tener que estar explicando en el 2020, en un país que tiene una de las mejores leyes de identidad de género del mundo, que no sólo las mujeres abortan, que hay mujeres con pene y varones con útero que también abortan, y que necesitan que la letra de la ley los nombre para poder acceder a un sistema de salud que insiste en invisibilizar y normalizar. El aborto legal seguro y gratuito es una lucha que también está en la agenda LGTBIQ+, las lesbianas también abortamos.
Muchos politic*s y oradores han hecho énfasis en la distinción de clase como una clave para legalizar el aborto, afirmándola solo entre pobres y ricas. En el extremo que va desde “las ricas y pudientes”, las mujeres con dinero propio o de sus familias que abortan en clínicas privadas, ya sea porque son esposas de, hijas de, la amante de, o la empleada de. Al otro extremo “las mujeres pobres” que mueren en clinicas clandestinas, o por realizarse abortos en sus casas sin la información necesaria. Es un hecho el que las personas que no pueden acceder a un aborto en condiciones dignas mueren. La discusión del impuesto a la riqueza dejó a la vista que el porcentaje de personas ricas en este país es muy pequeño ante el resto. ¿Porque las traemos al debate por el aborto si son tan pocas? ¿para mostrar que el acceso al aborto es una desigualdad más?, ¿no podemos imaginar otra retórica que nombre a esa masa precarizada que también aborta en condiciones de clandestinidad? Condiciones que son parte constitutiva de una vida atravesada por la opresión en todas sus formas, donde el aborto no es viable, no solo por su falta de acceso sino porque no entra en el imaginario social de muchas vidas como una opción.
Hay una frase que dice: Las ricas abortan, las pobres mueren. Abortar y sobrevivir es un privilegio de clase. ¿A quién interpela esta frase? ¿A quiénes abortaron, a la sociedad, a la iglesia que se opone? ¿Cómo suena esta frase dicha por nosotras y como suena dicha por los partidos del régimen, es decir los políticos que deberían poder hacer algo para revertir esta situación? las palabras no son solo lo que dicen, son también quienes la enuncian, donde y cuando. No estoy de acuerdo con la reapropiación de nuestras consignas por parte de los partidos del régimen, y aquí incluyo a la izquierda partidaria, quienes han sostenido esta lucha desde siempre, pero que a veces cometen el error de arrojarse el derecho de hablar por nosotr*s, por el mero hecho de haber acompañado los procesos de lucha por el aborto.
En un mundo donde la desigualdad social es moneda corriente, los feminismos han sido uno de los movimientos que han intentado transitar esa brecha social, con sus diferencias políticas, históricas, partidarias y de clase social también, bregando por un derecho humano como lo es el aborto legal seguro y gratuito, lucha que ha sido el punto de unión entre todos los feminismos.
Nuestros representantes políticos muchas veces no están a la altura de nuestras demandas y de nuestras formas de organización, simplificar la discusión entre binarismos, verdes o celestes, desdibuja las particularidades de cada lucha, y sus respectivas genealogías como sus lugares de habla y las condiciones para la misma.
Somos much*s quienes abortamos de manera muy precaria y sobrevivimos, porque toda persona que haya abortado de manera clandestina es una sobreviviente, y ni los políticos ni nadie, deberían hacernos sentir culpables de haber sobrevivido. Los procesos de revictimización a los que fuimos expuestas en estos días, y a los que seremos expuest*s el 29, quienes abortamos, son devastadores.
Con esto no quiero decir que los feminismos estemos por fuera de la política, todo lo contrario, construimos, imaginamos mundos mas libres por fuera de los recintos, porque las instituciones políticas han demostrado tener sus propios límites con respecto al feminismo. Quizás también estamos construyendo un partido propio, como el cuarto que reclamaba Virginia Woolf, pero de otra manera, con otras formas, intentando convivir con las pluralidades de voces y posturas, aunque se que suena como una idea muy romantizada de los feminismos.
Los pro aborto clandestino dicen entender a la mujer, no juzgarla, ni criminalizarla, han montado su discurso anti derechos en la vida y en el trauma. Insisten en hablar del trauma que genera abortar, del daño irreparable, cuando miles le hemos dicho en la cara a más de uno que el principal trauma es la clandestinidad, por eso mismo escuchar tantos argumentos de porqué el aborto debería seguir siendo clandestino nos hace volver a ese lugar del trauma que ellos mismos generan, nos revictimiza, por ende, nos genera violencia. La discusión por la vida amerita palabras más largas, análisis bien profundos, pero apuesto a contar una historia personal, con la certeza de que podría no ser mía, que es la historia de muchas, porque en los feminismos entendimos que lo personal es político en tanto y en cuanto es colectivo. Y hemos hecho de la política una manera de vida.
Lo personal es político y es colectivo
Aborté a los 20 años, en un quirófano montado en una habitación en el fondo del patio de la abuela de una conocida. En mi adolescencia escuche que hacía abortos y guarde esa información por si algún día la necesitaba, conseguí su teléfono por un amigo que en ese entonces era provida, y lo mismo me acompaño y ayudó. Amigo con el que a nuestros 13-14 años íbamos a un grupo provida de nuestra iglesia, con quien fuimos al Portal de Belén a llevar juguetes, ropa y comida para el día del niño, cuya experiencia me valió para estar a favor de la vida, de la vida de todas esas jóvenes de mi edad que vi ese día con la mirada apagada, hacinadas, y con una tristeza tan honda que se respiraba en el aire. No voy a hablar por ellas, es lo que yo percibí, es lo que sentí ese día, mucha tristeza, y no por estar en contacto con la miseria y la pobreza, ya la había conocido. Esa tristeza que experimenté ese día me acompañó muchos años hasta que pude ponerle nombre, había presenciado vidas que no habían tenido opción, vidas que les habían hecho creer que hacían lo correcto, había presenciado vidas quebradas, y sobre todo violencia. Una forma de violencia que no era desconocida para mí, pero que recién con el feminismo pude ponerle nombre.
Hemos escuchado estos días que abortar no es una decisión fácil. En mi caso lo fue, porque sabía desde muy chica que no quería ser madre, por eso siempre me cuidé e informé para que mis operaciones hormonales y fisiológicas no sucumbieran a la tarea asignada, la reproducción. Pero se ve que hubo una falla, una pastilla que no tome, y zas. Tu vida cambia radicalmente el 100%. Me hice un evatest, me dio positivo, sentí que moría. Le dije a mi pareja, me dijo es tu decisión, es tu cuerpo, luego él se arrepintió. Llamé a la abortera, me pidió unos estudios, me los hice en mi actual Prepaga, de hecho, quedaron en mi historial esos estudios y cada tanto algún médico me pregunta: ¿estuviste embarazada? Con el riesgo que implica aún hoy decir la verdad, y no por miedo a una denuncia sino a la venganza de los pro-aborto clandestino. Desde el momento cero en que me hice el análisis de sangre y una ecografía uterina, los efectores de salud, todos y todas, me empezaron a decir “Mami”, me dieron hierro para que creciera fuerte, y otras cosas más que por suerte olvidé. Salí y lloré un largo rato, no por mi decisión, sino porque la violencia que había vivido no tenía nombre aún para mi, era como esa tristeza que experimenté en las casas de acogida del Portal de Belén. Todos daban por supuesto que iba a tenerlo, que quería tenerlo y que unas semanas de embarazo te convertía en “Mami”.
Con estudios en mano, pasaron unos días hasta que me pudieron hacer el aborto, no fueron más de tres, pero fueron eternos, cualquier persona que haya abortado sabe que al cargar con esa sensación de invasión en el cuerpo cada día es eterno. ¿De qué elementos subjetivos nos aferramos cuando tomamos la decisión de abortar? ¿Qué imaginarios tenemos cerca que no sean los de la iglesia pro vida? En el 2005 cuando aborté estaba cursando tercer año de la Facultad en la carrera de Teatro, y estaba haciendo una obra de Camus, el Malentendido, una tragedia, una madre que mata a su hijo por error. También recuerdo ir en el colectivo a la Facultad y ver un graffiti en una pared del centro: Aborto = Asesinato. ¿Cómo no sentirse una asesina? ¿Cómo no sentir que estabas matando a tu hijo, rompiendo el primer mandamiento, toda ley sagrada, todo vínculo social establecido? Me había constituido como una asesina, me llegué a pensar desde allí, y con ello, a preguntarme por mi deseo de no maternar, el aborto para muchas personas puede ser tambien una forma de amor, y no de amor a mi misma, lo cual no estaría mal, sino de amor a ese hijo o hija, que hoy tendría 15 años, y a quien no le hubiese podido dar una vida digna, ni el amor suficiente para afrontar el mundo. ¿No es eso amor? Hoy los feminismos son masivos, populares, están en los medios, para bien y para mal muchas veces, pero aportando otra retórica a la decisión de abortar, llegando a lugares donde antes no se llegaba, y no por falta de esfuerzo, sino por falta de recursos de las feministas, que han dejado alma, corazón y vida para cambiar el mundo. Hoy se puede acceder a formas de aborto acompañadas, seguras, con profesionales, accesibles, con psicólogas, con pares que te escuchen y no te traten como una “mami” o “una asesina” y eso es gracias a los feminismos.
¿Por qué les cuento esto? Porque me parece que a las discusiones sobre el aborto le hacen falta más relatos, historias, vidas, cuerpos, nombres, que dejemos de ser un número, una sobreviviente rica o una pobre muerta, hay en el medio tanto, ¡pero tanto! Y porque sigo creyendo fervientemente en el derecho de las personas con capacidades gestantes a regular sus vidas, porque ningún varón cis pasa por esta decisión, por más que acompañe o deje de acompañar, no es su cuerpo, no es su decisión. Aún hoy a muchas personas, hombres y mujeres les molesta que las personas que fuimos marcadas como mujeres tengamos la posibilidad de elegir, de decidir, de planificar nuestras vidas, les molesta nuestro derecho a la libertad. El derecho al aborto legal es uno de los últimos bastiones para la igualdad, para la libertad, palabras que han sido manipuladas de tal manera que muchas veces lucen opacas, pero hoy más que nunca brillan con una fuerza enceguecedora en el puño en alto de cada militante que se arroja a las calles con el riesgo que se plantea en estos tiempos en medio de una pandemia mundial, porque si de algo sabemos los feminismos es del riesgo. ¡Hasta que sea ley!
Queremos agradecer a la compañera por compartir su escrito con nuestra organización. En línea con el debate que abre Noe Gall, aportamos algunas reflexiones.
Nos encontramos en un mundo desigual, donde la gente común se enfrenta a diferentes modalidades de opresión, explotación y por este camino a la enajenación. La violencia que circula de manera cotidiana por ser negro, negra, amarilla, amarillo o tan solo trigueño, por su sexualidad, género o religión, expresa rasgos severos de barbarie.
La lucha del movimiento de mujeres que se viene expresando a nivel mundial en estos años puso en el tapete, visibilizó una realidad tremendamente cruel. El 60 % del mundo que padece hambre crónica son mujeres y niñas; las mujeres constituyen más de dos tercios de los 796 millones de analfabetos del mundo, 50.000 mujeres en todo el mundo son asesinadas por un miembro de su propia familia cada año.
A pesar de todos los discursos grandilocuentes e hipócritas sobre la igualdad de género de los dirigentes mundiales, la situación de las mujeres y las jóvenes no está mejorando, sino empeorando. La opresión a la que se enfrentan condena a la mayoría de ellas a una vida de pobreza y discriminación.
Como sostuvo nuestra compañera Ylva Vinberg en la Universidad Marxista Internacional La política de la división: Marxismo frente a política de identidad “Para el marxismo revolucionario la lucha contra la opresión y la explotación está relacionada con la lucha contra el capitalismo porque todas las opresiones están enraizadas en la sociedad de clases. La opresión bajo el capitalismo es un mecanismo utilizado para dividir a la clase obrera y a los pobres.
Fomentando el sexismo, el racismo, la homofobia y otras ideas reaccionarias, los capitalistas y los políticos enfrentan a diferentes sectores de las masas entre sí para que los trabajadores se vean como enemigos en lugar de ver como tales a los capitalistas y al propio sistema.
Y vemos esto hoy – cómo políticos reaccionarios como Trump, Bolsonaro y Boris Johnson, tratan de agrupar a una parte de los sectores políticamente más atrasados de las masas contra las personas trans, contra el derecho al aborto, contra los inmigrantes, para evitar que los trabajadores se unan, para evitar que luchen contra el capitalismo.
La opresión también es muy rentable para los capitalistas.
Los inmigrantes y otras personas de la clase obrera reciben menos salario y eso presiona a otros sectores mejor pagados de la clase obrera para que bajen sus salarios y acepten condiciones de trabajo inferiores para no ser reemplazados.
Al bajar los salarios de un sector de la clase obrera, los capitalistas pueden por lo tanto, bajar los salarios de todos los trabajadores.
La forma de luchar contra la opresión que planteamos es a través de la unidad de clase. Cuanto más fuerte sea la unidad de la clase obrera, más difícil será usar la opresión y la explotación para dividir a los trabajadores.
Y cuanto más apoyo tenga un movimiento contra la opresión entre las capas más amplias de la clase obrera, y cuanto más activamente actúe la clase obrera en la dirección de esa lucha, y cuanto más ese movimiento amenace al propio sistema – más conquistas se pueden obtener.”
Dicho esto, queremos señalar dos aspectos del valioso artículo de Noe Gall.
Primero, en la parte en donde señala “En un mundo donde la desigualdad social es moneda corriente, los feminismos han sido uno de los movimientos que han intentado transitar esa brecha social, con sus diferencias políticas, históricas, partidarias y de clase social también, bregando por un derecho humano como lo es el aborto legal seguro y gratuito, lucha que ha sido el punto de unión entre todos los feminismos.”
Nos queremos detener en el aspecto que señala la compañera en que el feminismo supo transitar la brecha social, diferencias políticas y de clase. Nos preguntamos, siendo un derecho que puede ser tomado por mujeres de diversidad social y de clase,
¿Son los mismos intereses los de una Awada, Bullrich, Vidal o cientos de mujeres pertenecientes a las clases altas, dirigentes políticas o empresarias burguesas que son parte o cómplices por acción u omisión de la opresión de las negras y negros, de las y los inmigrantes, responsables de perpetuar la opresión de género, etc. que los de las millones de mujeres y hombres de la clase obrera y de los sectores populares? ¡Creemos que no! Hay feminismos que cuestionan el statu quo, y otros simplemente liberales, que, aunque puedan conectar con este derecho elemental de tener voz, ser nombradas y elegir sobre sus cuerpos, más luego se diferencian por su contenido y pertenencia a una clase cuando aceptan y perpetúan la opresión y explotación capitalista.
El simple hecho de ser mujer, no determina un sujeto revolucionario, pero si por el papel que juega en el proceso productivo. Las millones de mujeres que se encuentran insertas en las fábricas, empresas, etc. determina su potencialidad revolucionaria, que junto a sus compañeros varones de clase tienen la posibilidad de cambiar el mundo de raíz.
El otro aspecto a mencionar es lo que señala la compañera Noe Gall sobre “No estoy de acuerdo con la reapropiación de nuestras consignas por parte de los partidos del régimen, y aquí incluyo a la izquierda partidaria, quienes han sostenido esta lucha desde siempre, pero que a veces cometen el error de arrojarse el derecho de hablar por nosotr*s, por el mero hecho de haber acompañado los procesos de lucha por el aborto.”
Por el contrario, creemos que los partidos de la izquierda, con sus aciertos y errores son parte del movimiento de masas, visibilizan la lucha de los abajo, incluso las del movimiento de mujeres. Son bienvenidas las críticas ya que es la herramienta para crecer sanamente como organización revolucionaria.
No nos parece correcto en igualar a los partidos del régimen –que garantizan la gobernabilidad, la opresión y explotación- con los partidos de la izquierda, independientemente de los debates que podamos tener sobre la política electoralista o la táctica del Frente Único.
Las miles de mujeres que se sienten contenidas en el paraguas de la izquierda organizadas en partido o no, son parte de este enorme movimiento que se conectan con el resto de los feminismos, actúan debaten, son militantes activas. Entonces no hay “reapropiación de nuestras consignas”, sino memoria histórica. Son las organizaciones de izquierda, sus militantes, el reservorio político, ideológico y organizativo que supo mantener a lo largo de los años el programa revolucionario contra la opresión y explotación de la mujer que hoy se materializa en un movimiento de masas que excede a los partidos de la izquierda.
Reivindicamos el texto en una serie de definiciones que debemos pensar de manera colectiva y unitaria. El marxismo revolucionario tiene un gran desafío para entender e interpretar lo más avanzado y valioso del feminismo revolucionario y saber darle un cauce, para esto debemos entender que tenemos que saber de dónde viene la opresión, la explotación por qué existe hoy en día, para entender cómo deshacerse de ella y saber qué métodos y qué demandas plantear en la lucha. Es decir: hay que estudiar la historia y analizar la sociedad. El conocimiento de cómo luchar contra la opresión de la mujer no es algo con lo que se nace simplemente porque se nace mujer. Hay que aprenderlo. Como marxistas, no estamos luchando para que una minoría de un grupo oprimido tenga una carrera dentro del Estado capitalista.
No luchamos para que los oprimidos sean «representados» por unos pocos individuos, sino que luchamos por una sociedad comunista – sin Estado, donde todos dirijan la sociedad. Lo que necesitamos no es estar igualmente representados por los capitalistas que nos explotan o los políticos que mantienen su sistema – lo que necesitamos es destruir el sistema a través de su derrocamiento revolucionario. Lo que necesitamos no es una miríada de diferentes organizaciones para diferentes grupos oprimidos que llevan a cabo sus luchas por separado – sino un movimiento de masas unido de todos los oprimidos bajo la dirección de un movimiento obrero revolucionario.
Nosotros decimos: salgamos a la calle, luchemos ahora contra todos los males de la sociedad, luchemos ahora por su completa y total liberación.
Luchemos ahora por una revolución mundial para destruir este sistema bárbaro, para destruirlo de una vez por todas, para acabar con toda la explotación, la injusticia y con ella, todas las formas de opresión.
Corriente Socialista Militante – CMI Argentina
Estimad*s, muchas gracias por la invitación a debatir de esta manera. Me gustaría aclarar que en el párrafo que señalan, no estoy negando la división de clases, ni suponiendo que la biología tenga un poder revolucionario per se, es decir que por el mero hecho de ser mujer te conviertas en un sujeto revolucionario. De hecho tengo un artículo donde planteo justamente lo contrario, tomando como caso la dictadura de Bolivia y Yañés como su presidenta interina. Donde Forbes intenta hacerla ver como una mujer poderosa, liberal y femenina. Planteando que el poder femenino era diferente y por ende mejor, que el poder masculino, muy en sintonía con las discusiones neo liberales del momento. Es decir, que una dictadura impartida por una mujer no podía ser tan mala.
El poder es de quien lo ejerce sea del género que sea, creer que una mujer puede ejercer un “mejor” poder por ser mujer es igual de misógino que el patriarcado que queremos combatir. También me gustaría agregar que existen muchísimas corrientes feministas, tantas como las corrientes de las izquierdas, y por supuesto hay feminismos liberales, lo que traigo en este breve texto es justamente el punto de unión entre los feminismos, que es el derecho al aborto. Seguro que como izquierdas también hay un tema en el que todas las corrientes se encuentran, por más que las discusiones o las implementaciones tengan otros matices.
Por último, personificar el mal nunca le ha servido a nadie, al menos no a mí, creo que las mujeres que nombran, Vidal, Bullrich, son un ejemplo más de una derecha liberal de nuestro país, no muy diferente de los varones de sus partidos, no entiendo la especificidad o lo que allí se señala. ¿Son más malas por ser mujeres? ¿Le perdonaremos menos sus políticas represivas por ser mujeres? A los políticos los juzgaremos por lo que son, políticos, no espero nada en particular del género de un político. Es peligroso ese discurso, porque corre la discusión de eje, la discusión siempre es política, y cuando discutimos política feminista hacemos visible las operaciones sexogenericas, pero no para señalar- otra vez- las fallas de una mujer en tanto mujer, sino para señalar como opera el género en la distribución de poder. Hay un canto feminista que dice: “si el papa fuera mujer el aborto sería ley” las compañeras socorristas la intervinieron así: “Sin papa facho y burgués el aborto sería ley” porque las feministas entendimos que ser mujer no es garantía de nada, ser mujer no te vuelve feminista, pero hacer política feminista le cambia la vida y le trae beneficios a toda la gama amplia de mujeres y no mujeres.
Noe Gall
Nuevamente agradecemos los aportes de la compañera.
Sólo aclarar que al nombrar a esas mujeres (Bullrich, Vidal, y las miles de empresarias, dirigentes políticas capitalistas, etc.) ubicamos la discusión en términos de clase. Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, con excepción de la del comunismo primitivo, es la historia de la luchas de clases. Por ello, no se trata de un tema moral o de género, sino del papel que juega cada clase en la sociedad capitalista. Entre la burguesía y la clase obrera.
Es indiscutible que existen disímiles formas de opresión además de la explotación de clase: discriminación por género, raza, preferencia sexual, etcétera. Pero sin restar importancia a esas formas de opresión, sin dejar de señalar la importancia de lucha aquí y ahora contra esas injusticias, es necesario también identificar la funcionalidad de esas opresiones dentro del sistema imperante e identificar la clase que por su papel en la producción es capaz no sólo de paralizar la producción capitalista, sino ponerla sobre otras bases, es decir, derribar el capitalismo y construir el socialismo; un régimen de economía planificada y democracia obrera que erradique de raíz toda forma de opresión y explotación. Por supuesto que los trabajadores no podrán realizar la revolución sin ganar políticamente a todos los sectores oprimidos de la población. El marxismo lucha por la unidad en la lucha y ve en la fragmentación un factor favorable a la reacción.
Para el marxismo lo que articula a las luchas parciales es la existencia del sistema capitalista, y el programa que permite unificarlas es el que se deriva de las propias contradicciones objetivas del sistema; el sujeto revolucionario se deriva del lugar central que juega el proletariado en la producción. No existe ninguna mirada idealista por el obrero, sino un estudio objetivo de la realidad y la lucha de clases.