Medioambiente, consumo y socialismo

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greendollarrecyclingLa premisa filosófica detrás de la estrategia consumista es la idea de que podemos, en efecto, realizar un cambio en la sociedad a través de nuestras decisiones de compra. La idea es que si pudiéramos cambiar la mente de todo el mundo sobre su papel en el medio ambiente, entonces podríamos cambiar la sociedad y su estructura. Si tan sólo pudiéramos convencer a todos de forma individual para ser más solidarios con el medio ambiente y para cambiar sus vidas, entonces podríamos cambiar el mundo.

Este tipo de pensamiento tiene sus raíces en la escuela filosófica conocida como idealismo. Este tipo de idealismo no debe confundirse con “sostener grandes ideales” o ser un optimista. El idealismo en este sentido, es la idea de que la realidad concreta del mundo no es más que un reflejo crudo de nuestras ideas y de nuestros pensamientos. De acuerdo con esta perspectiva, la realidad y la sociedad son meros reflejos de nuestra conciencia. Sin embargo, para los marxistas, la conciencia y la sociedad no se forjan en el campo de las ideas, sino en las condiciones materiales de nuestro mundo. Nuestras ideas son un reflejo de la realidad material, no al revés. Por lo tanto, para llevar a cabo un verdadero cambio fundamental, tenemos que cambiar las condiciones materiales y la estructura de la sociedad, no sólo cambiar nuestras ideas.

A pesar de sus buenas intenciones, los defensores del enfoque consumista no se dan cuenta que las personas, las economías y las sociedades son extremadamente complejas, en constante interacción unas con otras, y no existen en el vacío. Están condicionadas por relaciones internas y externas. Nadie, sin importar cuán inteligente, puro de corazón, o fuerza de voluntad sea o tenga, puede cambiar el mundo por la fuerza pura de su voluntad o esfuerzo individual. Aquellos que buscan cambiar el mundo deben mirar sus raíces, sus estructuras profundas. Deben determinar qué condiciones y qué procesos dan lugar a los males que tratan de destruir. Si no arrancamos la maleza de raíz, volverá a crecer. Por cada empresa, producto o proceso ambientalmente destructivos que se cierra, otro ocupará su lugar, hasta tanto cambiemos el sistema que les da su existencia.

Debemos ser claros. La crisis ambiental no es culpa de la clase obrera. La única cosa por la que los trabajadores son “culpables” es que no se ha derrocado este sistema podrido (todavía). Bajo el capitalismo, la mayoría no tiene voz y voto en cómo se utilizan los recursos o se organiza la producción. Los capitalistas están detrás de estas decisiones, y sus principales criterios de toma de decisiones es la búsqueda del beneficio. La estrategia consumista busca en efecto pasar la carga sobre los hombros de la clase obrera. Se pide a los trabajadores sacrificar su nivel de vida en un esfuerzo por evitar el desastre ambiental, mientras que los capitalistas se llenan los bolsillos con grandes ganancias.

Es absolutamente cierto que la clase obrera tiene el poder y la responsabilidad de mejorar los efectos del cambio climático. Pero esto no requiere castigar a la gente común por querer una buena calidad de vida. La clase obrera tiene el poder para asegurar que el planeta sea habitable para todo el mundo, precisamente porque tiene el poder para derrotar al capitalismo. Los trabajadores operamos los medios de producción, las fábricas, las granjas, etc., lo que significa que tenemos el poder para retener la fuerza de trabajo y llevar la producción aún más alta.

Pongamos concretamente un ejemplo del enorme poder de los trabajadores. Muchos desean detener el uso de carbón, que hace añicos la tierra y contamina el aire. Pero qué es más eficaz para detener la producción de carbón: ¿conseguir que tu universidad desinvierta en el carbón (lo que significa que alguna otra entidad comprará esas acciones, y la producción del carbón seguirá como antes), o directamente y colectivamente detener su producción e invertir masivamente en formas limpias de energía mientras que proporciona empleos de calidad a los trabajadores de la industria del carbón? Sólo la clase obrera puede detener la producción, no sólo del carbón, sino del sistema de lucro del capitalismo.

Otra idea falsa es que el cambio se produce de forma gradual. Los marxistas explican que las contradicciones impulsan el cambio. Estas contradicciones se acumulan gradualmente con el tiempo, pero luego toman forma visible de forma pronunciada y repentina. Por ejemplo, en la química es bien sabido que a presión atmosférica normal, el agua hierve a 100 grados Celsius. Poco a poco, la temperatura aumenta, 97 grados, 99 grados -todavía no hay agua en ebullición pero a 100 grados una transición de fase brusca tiene lugar. El agua se convierte en vapor. Algo similar ocurre en la sociedad y en la conciencia de las personas. Los problemas de la sociedad se acumulan, pero no hay una reacción inmediata. En un determinado momento, sin embargo, la gente decide que ya es suficiente, y contraataca.

Los marxistas entendemos la necesidad de prepararnos para este contraataque. Si bien apoyamos cualquier lucha contra el capitalismo y sus efectos perniciosos sobre el medio ambiente, no perdemos de vista el panorama general. Vinculamos las luchas inmediatas con la lucha a largo plazo por poner fin al sistema de ganancias. Nosotros no luchamos sólo contra la degradación del medio ambiente, la homofobia, el racismo, los bajos salarios, y más, sino que vinculamos todas estas luchas con la necesidad del Socialismo como la única solución capaz de resolver todos estos problemas.

Obstáculos prácticos

Hay muchos otros problemas prácticos, a los que se enfrentan los defensores de la estrategia consumista. Por ejemplo, los productos “verdes” sirven necesariamente a un nicho del mercado; sólo una minoría de los consumidores tiene la conciencia, los recursos, y la oportunidad de participar en estos esfuerzos de los consumidores. Las desigualdades del capitalismo aseguran que la mayoría de la gente simplemente no pueda darse el lujo de “votar con sus dólares”. Tienen que tomar las decisiones más económicas, y éstas son ofrecidas por las empresas que economizan para mantener los precios bajos y las ganancias altas. Como consecuencia de ello, muchas áreas empobrecidas ni siquiera tienen acceso a supermercados y tiendas básicas, mucho menos a opciones tales como los mercados de alimentos orgánicos. Al igual que con todo lo demás bajo el capitalismo, el mercado está a cargo; la opción “verde” no puede ser provechosamente vendida a la mayoría de los consumidores y por lo tanto no está disponibles para ellos. La dinámica del mercado determina qué opciones están disponibles al consumidor y a quién, y esta es la misma dinámica que hace la vista gorda sobre la destrucción del medio ambiente. Una pequeña minoría de los consumidores “verdes” conscientes no puede cambiar esta dinámica por mucho que lo deseen.

Consideremos el caso de la agricultura ecológica. La agricultura sólo con pesticidas naturales significa que más cosechas fracasarán. Esto significa que deben ser utilizados más recursos en términos de tierra y mano de obra para producir la misma cantidad de alimento. Un estudio encontró que la agricultura ecológica genera 25% menos alimentos que los métodos convencionales en la misma cantidad de tierra. Más recursos significa costos más altos y, como consecuencia, las empresas que producen alimentos orgánicos no pueden competir a gran escala con los gigantes convencionales del agronegocio, a pesar de que estos gigantes entren, a su vez, en este negocio rentable. Las primeras pueden vender sus alimentos de mayor costo a algunas tiendas de comestibles de lujo, pero nunca podrán reemplazar a sus competidores convencionales como principales productoras de alimentos en las tiendas donde se alimenta la mayoría. Consideraciones similares deben tenerse en cuenta para todos los demás sectores de la economía, tales como la minería, productos químicos, transporte, etc.

Bajo el capitalismo, las empresas deben competir entre sí y maximizar los beneficios con el fin de sobrevivir. Los esfuerzos individuales de los consumidores no pueden derrotar los poderosos incentivos estructurales que impulsan la destrucción del medio ambiente. Es la estructura en sí misma la que se debe transformar fundamentalmente. El capitalismo no es algo que pueda ser reformado. Un león no puede ser reformado para comer apio. Si queremos que un animal no tenga el apetito de un león, ¡necesitamos un animal completamente diferente!

Por una economía socialista planificada

El medio ambiente no es sólo una fuente de recursos para ser explotado; es un sistema interconectado del que somos parte. La “esencia genérica” de la humanidad es trabajar y manipular la naturaleza con herramientas. Es sólo ahora, en la época del capitalismo, que nuestras herramientas se han vuelto tan poderosas que amenazan con destruir el sistema todo, incluso a nosotros mismos. Sin embargo, no estamos condenados a no ser sustentables. Los seres humanos somos seres muy racionales, creativos, e inteligentes. Somos capaces de reconocer una necesidad y adaptarnos en consecuencia. El problema es que la economía capitalista no está sujeta a nuestra inteligencia o a la razón. Está sujeta a la anarquía de un mercado inhumano y que no planifica conscientemente en armonía con el medio ambiente. Lo que se necesita es el siguiente paso en el desarrollo humano.

La idea de que hay “demasiados” seres humanos para el planeta es científicamente inexacta, sin embargo, bajo el capitalismo, es una grave preocupación. Las mejoras en la técnica permiten que menos personas produzcan más alimentos y otras necesidades de la vida. Según la EPA (Agencia de Protección Ambiental de EEUU), “Si los agricultores estadounidenses en 1931 quisieran cosechar de forma equivalente la misma cantidad de maíz que los agricultores en 2008, los agricultores de 1931 necesitarían una superficie adicional ¡de 490 millones de hectáreas!”. La productividad se ha disparado desde entonces y puede ir aún más lejos. Por lo tanto no hay necesidad de ser pesimistas acerca de las posibilidades- una vez que se deje de lado el yugo del capitalismo.

Lo que es inquietante es ver cómo los recursos se pierden en el actual sistema, porque si se les diera de forma gratuita o a bajo costo a los necesitados, se reduciría la rentabilidad de los capitalistas. Según el Washington Post, “Cada año, alrededor del 40% de todos los alimentos en los Estados Unidos no se consume”. Por muchas razones, pero sobre todo por los beneficios, en los casos de las tierras agrícolas y los alimentos- hay desperdicios enormes.

Bajo el capitalismo, permitimos que el grueso de la economía sea dirigida de forma no democrática por una pequeña minoría. Como era de esperar, los capitalistas hacen funcionar las cosas de una manera que sirva a los intereses de su propia clase. A los ojos de los capitalistas, la tierra está ahí para ser saqueada y explotada. ¿Cómo pueden los estrechos límites de este sistema proporcionar una solución? La estrategia de consumo sugiere que este status quo pueda permanecer tanto tiempo como los capitalistas prometan comportarse un poco mejor con el medio ambiente. Esta es una ilusión; la verdadera solución radica en una total reorganización democrática de nuestra economía.

Necesitamos un sistema económico y político que no nos ataque, sino más bien, que mejore nuestro nivel de vida de una manera que no perjudique el medio ambiente. Una economía socialista sería gestionada por todas las capas de la sociedad, democráticamente, de abajo hacia arriba. Los trabajadores de todos las áreas de todos las ramas y especialidades se reunirían para discutir y elegir una dirección responsable en todos los niveles. Ellos a su vez, estarían vinculados entre sí con los centros de trabajo, industrias completas, estados, países, y, finalmente, todo el mundo. Se trataría de un nuevo sistema político verdaderamente democrático, integrado en la estructura misma de la economía. Todo el mundo tendría la oportunidad de exponer sus ideas y opiniones. No tendría mucho interés la planificación de una economía que creara contaminación o dependiera de los materiales peligrosos que matan y mutilan a los trabajadores. Bajo el capitalismo, éstos no son más que “externalidades”. Pero si estuviera sujeto a una discusión democrática, estamos seguros que serían erradicados rápidamente. Deshaciéndonos del afán de lucro y de la propiedad privada de los medios de producción, los seres humanos podrían volver a conectarse con la tierra y el propio trabajo, por lo tanto conectándose totalmente entre ellos mismos y con los demás.

Lo absurdo del capitalismo se puede ver en la obsolescencia planificada, un esquema en el que los productos están diseñados a propósito para convertirse en inútiles después de un período de tiempo para que nuevos productos tengan que ser comprados. The Economist explica, “Un caso clásico de la obsolescencia programada era la media de nylon. El inevitable ‘desgarro’ de medias, que hace que los consumidores compren otras nuevas, desalentó durante años a los fabricantes a buscar una fibra que no lo hiciera. La industria de la confección, en cualquier caso, no se inclina a tal innovación”. Coches, aparatos, bombillas, casas, y muchos otros artículos tienen una vida útil limitada artificialmente. Bajo el socialismo, los seres humanos podrían producir cosas que duren y sean adaptables, reduciendo al mínimo los recursos que se utilizan. Los programas de reciclaje se expandirían enormemente. Productos de un sólo uso, como las botellas de agua y cucharas de plástico podrían reducirse, reemplazándolas con otras alternativas, y eventualmente eliminándolas.

Inmediatamente después que la clase obrera llegue al poder, sería necesario poner en marcha un gigantesco plan de obras públicas y de infraestructura. El transporte público sería bien-financiado, rápido, eficiente e integral. Sobre la base de una economía planificada democráticamente, usaríamos la riqueza de la sociedad para producir maravillas, desarrollar la educación, la infraestructura, la salud y la ciencia. La creatividad de los autores de este artículo está, obviamente, limitada por las restricciones del sistema en que vivimos, pero las generaciones futuras serán capaces de adaptar las necesidades de la humanidad a formas que hoy son sólo posibles en la ciencia ficción. Cuando los trabajadores tengan la capacidad de ser creativos en el lugar de trabajo podrán innovar para hacer las cosas más seguras, más eficientes, y ambientalmente sostenibles. Todo esto y más serán posibles. Como Marx y Engels explicaron en El Manifiesto Comunista, “Los proletarios no tienen nada que perder más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar”.