Marx, Engels y el marxismo ¡Nos alzamos sobre los hombros de gigantes!

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En los albores de la tercera década del siglo XXI, el conocimiento acumulado durante generaciones ha impulsado un desarrollo científico y técnico sin precedentes. Por primera vez en la historia humana, existen medios potenciales más que suficientes para, manteniendo el equilibrio con la naturaleza, poder garantizar una vida digna a todos los habitantes del planeta.

Paradójicamente, en lugar de utilizar los recursos existentes para hacer avanzar a la sociedad, la crisis agónica del Capitalismo está empujando a la humanidad a una encrucijada en la que parece no haber salida.

La crisis capitalista se expresa no sólo en sus terribles consecuencias socio-económicas, sanitarias y de destrucción del medio ambiente… sino que, al igual que ocurrió en el ocaso de la antigua Roma y con cualquier otro sistema social en su etapa de decadencia senil, se manifiesta en la bancarrota más abyecta en el terreno ideológico, en una absoluta decadencia moral e intelectual.

Hoy, los únicos valores que priman son una cada vez mayor deshumanización –en la que la ostentación de riqueza y lujo insultante de la minoría de billonarios que acaparan la riqueza del planeta, se combina con la miseria creciente y el más absoluto desprecio a las penalidades y el sufrimiento de millones de seres humanos. A todo ello se une la más absurda irracionalidad, en particular en lo que se refiere al pensamiento social.

Los actuales ideólogos del Capitalismo observan aterrados que su sistema, no sólo se ha convertido en un freno absoluto para el avance de la sociedad, sino que con el imparable proceso de destrucción de la Naturaleza amenaza la propia existencia de la vida humana. No se pueden reconciliar con la idea de que la actual pesadilla refleja la bancarrota y el agotamiento histórico de un sistema, del que dependen sus ingresos y prebendas. Por eso, niegan la idea misma del “Progreso”.

En el caldo de cultivo de la incertidumbre y pesimismo generalizados por el futuro que provoca la crisis orgánica del capitalismo, en el terreno ideológico –igual que ocurre con las llagas que infectan a un organismo en putrefacción– surgen y proliferan todo tipo de ideas reaccionarias.

Las más perniciosas, igual que ocurre con los virus, son aquellas que engañando a las defensas del organismo, evitan la adecuada respuesta inmunológica. Ese es sin duda el caso del refrito ideológico que sectores de la “intelectualidad” que antaño apoyaron la idea de la transformación social, han bautizado como posmodernismo. Con él niegan el movimiento social, la existencia de leyes que expliquen la dinámica viva de las distintas formas de organización socioeconómica, de las que a lo largo del tiempo se ha dotado el homo sapiens. Tras la cortina de humo de un lenguaje enrevesado se oculta el más burdo idealismo subjetivista, que en sus distintas versiones pretende confundir y dividir a la juventud y a los trabajadores. Proponen que los intereses comunes de la mayoría oprimida se diluyan en multitud de sectores enfrentados entre sí.

Por eso, la lucha por conquistar la que hoy es la forma más elaborada del pensamiento humano, el marxismo, es decisiva para prepararnos y construir los recursos humanos y materiales necesarios para llevar a cabo la Revolución Social.

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Nuestros orígenes: Marx y Engels

Entrando en cuál es el origen, los fundamentos de la teoría y praxis marxista, como expresión científica de los intereses objetivos de la clase trabajadora, podemos empezar recordando la idea que al gran físico Isaac Newton tanto le gustaba citar: “Si podemos ver más lejos, es porque nos alzamos sobre los hombros de Gigantes”. En esta idea se resume el hecho objetivo de que cualquier avance en el conocimiento, siempre incompleto e inacabado de la materia, se basa ampliándolo y negándolo en parte en los avances previamente adquiridos.

Ciertamente, en el desarrollo de la humanidad, como ocurre en los ciclos de mareas bajas, en los que las aguas del mar retroceden y en la orilla de la playa sólo quedan un montón de inmundicias y restos inutilizables, eso es lo que hoy predomina en todos los campos del pensamiento y los valores de las clases burguesas. Por el contrario, en los momentos de ascenso, de marea alta, surgen gigantes, que permiten dar un salto de cualidad en el conocimiento y el avance social.

Marx y Engels son un reflejo de esto último, ellos no inventaron el socialismo, sino que basándose en el estudio y asimilación del pensamiento filosófico y político más avanzado de su época lo desarrollaron y, negando sus aspectos incompletos y utópicos, le dieron un carácter científico. Resumiendo de qué fuentes habían bebido, Engels en su prólogo a la primera edición alemana (1881) de su libro Del Socialismo utópico al Socialismo científico afirma: “Nosotros socialistas alemanes estamos orgullosos de descender no sólo, de Saint Simon, Fourier y Owen, sino también de Kant, Fichte y Hegel”. Esta reflexión nos aporta la perspectiva de cómo veían ellos su propio pensamiento.

¿Quiénes eran estos dos hombres, en qué basaron sus ideas, a qué conclusiones llegaron?

Karl Marx (1818-1883) nace en Tréveris, probablemente la ciudad más antigua de lo que hoy es Alemania. Ciudad de la región de Renania en la zona que riega el Mosela, entonces bajo el dominio del reino de Prusia, era a comienzos del siglo XIX una de las zonas de habla alemana más avanzada económica e intelectualmente.

Su padre era un abogado de origen judío sin creencias religiosas, vinculado a las tradiciones de la Revolución Francesa y, como tal, ardiente defensor de la ideas de Voltaire, Rousseau, y en filosofía partidario de Kant. Además de la figura paterna, en su adolescencia cuando Marx se compromete con la que luego fue su esposa y compañera durante toda la vida, Jenny Von Westphalen –hija de una de las familias de la alta sociedad prusiana– entabla una intensa relación con su suegro, al que denominaba su amigo paternal. Gran políglota e intelectual, su suegro, además de acercarle a los grandes clásicos griegos –les solía recitar los cantos de Homero en griego clásico– les inculcó a él y a su esposa el amor por la obra de Shakespeare y les introdujo en el conocimiento de las ideas de Saint Simon.

La familia de Marx quería que se doctorase en derecho y que al igual que su padre se dedicase a la abogacía. De esta forma, durante los años 1830 a 1835, el joven Karl inicia su formación académica en el Instituto de Tréveris, bajo la tutela de un profesorado influido por las mismas ideas que su padre. Para entender cómo pensaba Marx en esa su etapa adolescente, en 1835 tras acabar el instituto, para su lectura de final de curso, elabora un texto que titula: “Reflexiones de un adolescente sobre qué profesión elegir”. Ahí Marx expresa por primera vez, el que luego sería uno de los lemas que, como decía su yerno Paul Lafargue, más le gustaba citar. Defendía en su tesis, que se debía elegir la profesión en que uno mejor pudiera trabajar por la humanidad, y lo argumentaba afirmando que uno sólo puede ser feliz haciendo felices a otros seres humanos. Trabajar por la humanidad, esa fue una de las máximas que le impulsaron durante toda su existencia.

Tras terminar en el instituto, Marx inicia sus estudios universitarios que se prolongan de 1836 a 1842, el primer año en Bonn y más tarde en Berlín. A principios de 1842 presenta su trabajo titulado Diferencias entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y Epicuro y obtiene el doctorado por la Universidad de Jena.

En aquellos años en el terreno filosófico, frente a la ideología prusiana oficial, el peso de las ideas de Hegel (1770-1831) y de sus partidarios era muy significativo. Son estos los años en que el joven Marx estudia en profundidad a los filósofos clásicos y en particular a Hegel, armándose con las ideas filosóficas más avanzadas y lo mismo hace con las obras de los socialistas utópicos.

Marx participa activamente en el Doktorklub de la Universidad de Berlín, club que más tarde en el invierno de 1840-1841 cambia su nombre por el de “Los amigos del pueblo”. Era allí donde se nucleaba la extrema izquierda del Hegelianismo. Partiendo de la revolucionaria dialéctica de Hegel y continuando con el materialismo contemplativo de Ludwig Feuerbach, comienzan a depurar la filosofía hegeliana de su concepción idealista y a concebirla como las leyes del movimiento de la materia viva. Políticamente, las ilusiones iniciales en el papel progresivo de la monarquía liberal, personificada en la figura de Federico Guillermo IV, se disiparon rápidamente, y frente a la bota represiva del reaccionario régimen prusiano se hizo evidente que la lucha por la democracia, implicaba inexorablemente pelear por la república.

Para hacernos una composición de lugar de cómo veían a Marx y qué pensaban de él en esos años los partidarios de la izquierda Hegeliana, esto es lo que de él opinaban: “Para nosotros, Marx era un almacén de pensamientos, una colmena de idea.”. Otro ejemplo de lo mismo es la carta que, fechada en septiembre de 1841, el filósofo Moses Hess –que luego participó en la redacción de La Gaceta Renana y más tarde se hizo comunista– dirige a su amigo, el poeta Berthold Auerbach y en la que le describe la impresión que le había causado el joven Marx:

“Me ha producido una impresión extraordinaria, y sin embargo mi actividad está muy próxima a la suya. Estate dispuesto a conocer al más grande y quizás al único filósofo vivo, muy pronto cuando sea conocido por el público por sus escritos, al mismo tiempo que por sus cursos en la Universidad, atraerá sobre él las miradas de Alemania entera. El doctor Marx, así se llama mi ídolo, dará el golpe de gracia a la religión y a la política medievales, une el espíritu más mordaz a la más profunda gravedad filosófica, imagina a Rousseau, Voltaire, a Holbach, a Lessing, a Heine y a Hegel fundidos en una sola persona, y digo fundidos y no arrojados en el mismo saco, ese es el doctor Marx”.

Más tarde, en la primavera de 1842, Marx empieza a colaborar en La Gaceta Renana (Reinesche Zeitung), publicación creada en Colonia en enero de 1842, por un sector pro democrático de la burguesía, como medio de comunicación con el que defender la necesidad de acabar con los vestigios feudales y unificar los diferentes territorios de habla alemana en un único Estado. En pocos meses, Marx se convierte en el alma mater de la revista, y en octubre con 24 años le nombran su redactor jefe.

Friedrich Engels (1820-1895) nace en la ciudad alemana de Barmen, ubicada en el valle del Wupper, en el seno de una familia de industriales, con fábricas textiles en Alemania y una importante hilatura en Manchester. Su ciudad era un baluarte del calvinismo más intransigente, el propio Engels la describió como la “Sión del oscurantismo”. A pesar de las dificultades, el joven Engels pronto se desembarazó del irrespirable sustrato intelectual en el que se movía su familia y al igual que Marx, comenzó el estudio sistemático del pensamiento más avanzado de la época. Su evolución hacia la izquierda hegeliana es tal, que antes de terminar su último año en el instituto en Colonia, aunque era un alumno brillante, con una facilidad especial para los idiomas –en su madurez Engels solía bromear diciendo que podía tartamudear en 12 idiomas– su padre, que inicialmente quería que se doctorase en la universidad, cambia de opinión y para alejarle de ese ambiente ideológico que consideraba pernicioso, le orienta hacia los estudios comerciales, y más tarde –de 1842 a 1844– le envía a su fábrica de Manchester.

En su viaje hacia Manchester a finales de octubre de 1840, Engels, que había publicado ya varios escritos filosóficos y colaborado en La Gaceta Renana, se detiene en Colonia para pasarse por la redacción del periódico y entrevistarse con Marx. En este primer encuentro, Engels, que en ese momento estaba en estrecha relación con Bruno Bauer, había sido prevenido por este último contra Marx. Por su parte Marx, igualmente desconfiaba de Engels, considerándole defensor de los “llamados liberados” –los hermanos Bauer y sus partidarios– que defendían que la única crítica útil era la que se centraba exclusivamente en la razón pura, mientras que él en su experiencia, había comprendido que sólo la crítica filosófica era insuficiente, y que para convertirse en una fuerza efectiva de avance social, era necesario implicarse directamente en la lucha política. A pesar del malentendido inicial, acordaron mantener el contacto y su colaboración mutua.

En agosto de 1844, tiene lugar su segundo encuentro. Engels de vuelta de Inglaterra, se reúne en París con Marx quien, tras el cierre gubernamental de La Gaceta Renana ha tenido que exilarse en Francia. Durante 10 días de discusiones comprueban que siguiendo su propio camino, ambos han llegado a idénticas conclusiones y hay una plena coincidencia ideológica. Desde ese momento, comienza su profunda amistad y un fructífero trabajo en común en defensa del socialismo científico, que se prolongará durante 40 años y durará toda su vida.

El camino recorrido y las conclusiones a las que han llegado antes del verano de 1844, son ya muy importantes. En base a la experiencia de La Gaceta Renana, en la primavera de 1843 Marx concluía: “La única alianza mediante la cual puede convertirse la actual filosofía en una realidad es la alianza con la política”. En octubre del mismo año, cuando ya se ha cerrado la Gaceta –el último número aparece el 1 de abril de 1843– y arrecia la represión del Estado prusiano, el mismo Marx afirma:

“El arma de la crítica no puede ciertamente sustituir a la crítica de las armas, la fuerza material tiene que ser destruida con la fuerza material, pero la teoría misma se convierte en una fuerza material cuando se apodera de las masas”.

Poco después, Marx parte al exilio en París con el proyecto pactado con Arnold Ruge –uno de los promotores de la Gaceta– de editar unos Anales, en los que se combinasen las ideas más avanzadas de la filosofía alemana con la práctica y tradición revolucionaria francesas. Surgen así los Anales franco-alemanes, cuyo primer y único número aparece a finales de febrero de 1844. En los Anales Marx, además del artículo A propósito de la cuestión judía, corolario a dos estudios de Bruno Bauer, publica su Introducción a la crítica de la Filosofía del derecho de Hegel, texto en el que invierte por completo la concepción idealista del Estado de Hegel. Como ya había concluido en su estudio previo sobre la situación de los viñadores del Mosela, en los Anales, Marx generaliza esa experiencia y entre otros argumentos dice:

“Hay circunstancias que determinan las acciones de los individuos, así como las de las autoridades especializadas y tan independientes de su voluntad como el proceso respiratorio, esas circunstancias se identifican cada vez más con los intereses particulares de ciertos grupos sociales, mientras las autoridades especiales acaban identificándose con el Estado”.

Engels por su parte colabora en los Anales con un texto titulado Esbozo de una crítica de la economía política, escrito que Marx calificó como un esbozo genial. Más tarde, en el invierno de 1844-45, Engels escribe La situación de la clase obrera en Inglaterra, donde describe descarnadamente las condiciones de existencia de los proletarios, en esa etapa inicial de desarrollo del entonces país capitalista por antonomasia.

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Poniéndose de acuerdo consigo mismo: Del hegelianismo al materialismo dialéctico, acercamiento crítico a socialistas y comunistas utópicos

En el verano de 1845, ambos empiezan a ponerse de acuerdo consigo mismo y responden a las tesis de los tres hermanos Bauer expuesta en el libro Crítica de la Crítica, con la edición de su texto La Sagrada familia, crítica de la crítica-critica que se publica en febrero de 1845, fecha en la que Marx ya había sido expulsado también de París y se había establecido en Bruselas, donde permanecerá hasta comienzos de 1848.

Las conclusiones comunes a las que habían llegado en el terreno de la filosofía, suponían de facto, el fin del hegelianismo y un salto de calidad en sus concepciones iniciales. Aplicando el materialismo dialéctico a la historia humana, llegan a su concepción de la lucha de clases como motor de la historia. Comprenden también, que la nueva clase proletaria producto de la propiedad burguesa, era a su vez el instrumento de la negación del orden burgués. El capital desde sus inicios generaba la clase llamada a ser sus enterradores.

En esos años, Marx ya había establecido vínculos estrechos con los artesanos comunistas de la Liga de los Justos en París, que más tarde se denominaría Liga de los Comunistas. Por su parte, Engels en Inglaterra, que entonces era el país capitalista más desarrollado y avanzado del mundo, además de con la Liga, estableció un contacto estrecho con algunos de los dirigentes del movimiento Cartista, que fue uno de los primeros movimientos políticos de masas de la clase obrera mundial; entre otros, con Georges Julian Harney editor del periódico cartista Northern Star (La estrella del Norte). Entró también en contacto con los partidarios de Owen, y colaboró en su revista The New Moral World (El nuevo mundo moral).

Ambos habían bebido de las ideas de Saint Simon, Fourier y Robert Owen, y coincidían en que el análisis y comprensión de estos sobre las contradicciones del capitalismo, a pesar de sus limitaciones, era muy superior al de los artesanos comunistas. Al mismo tiempo, los socialistas erraban en su alternativa, defendiendo entre otras, la idea ilusoria de que simplemente la corrección de sus argumentos sería suficiente para garantizar su triunfo.

Marx y Engels, desde el principio admiraban profundamente a los artesanos comunistas; su seriedad, sus ganas de aprender y sobre todo su voluntad de actuar para transformar la sociedad. Refiriéndose a ellos Marx decía:

“En las asociaciones de artesanos la fraternidad no es una palabra vana, sino una realidad y toda la nobleza humana resplandece en esos hombres endurecidos por el trabajo”.

Por todo ello, aun siendo conscientes de las limitaciones ideológicas de La Liga, tanto en su concepción del cambio social –que veían como una buena idea y no como un producto inherente aunque no automático del desenvolvimiento social– como de sus métodos de organización, que siguiendo el modelo conspirativo de carbonarios y blanquistas, limitaban el necesario trabajo de propaganda sistemática entre las masas obreras, a pesar de todas sus diferencias, Marx y Engels se orientaron hacia ellos.

El Materialismo histórico y el estudio en profundidad de la Economía Política burguesa

Ambos eran conscientes, de que los avances a los que habían llegado en los fundamentos filosóficos del socialismo científico eran importantes pero insuficientes, y para una justa comprensión de la realidad era necesario estudiar en profundidad la historia y la economía política.

Con estas ideas, Engels se desplaza a Bruselas en abril de 1845 y entre ambos se fijan como proyectos inmediatos: Desarrollar en profundidad las líneas maestras que Marx ya había elaborado de la teoría del “Materialismo Histórico”; esto es, de las leyes que rigen la dinámica de las diferentes sociedades humanas a lo largo de la historia, y escribir una crítica de la economía política, trabajos que inicialmente deberían estar terminadas para ese mismo año.

Para abordar su trabajo sobre la economía política, Marx se sumerge en un océano de libros, iniciando el estudio en profundidad de todo lo escrito sobre economía por la escuela francesa Says, F. Skarbek… y sobre todo por los grandes economistas clásicos ingleses; Adam Smith, David Ricardo, Jr. Mc Culloch, James Mill.

Los primeros avances de sus conclusiones en el terreno de la economía, Marx los fue desgranando en las conferencias que solía dar regularmente a los miembros de la Asociación Cultural de los Obreros Alemanes en Bruselas. Esta asociación obrera era la cobertura legal de la comunidad de La Liga de los Justos en Bélgica. Sus componentes –se calcula que los asociados eran entre 70 y 100– se solían reunir dos veces a la semana, los miércoles se celebraban conferencias, donde se trataban en profundidad temas políticos de interés para los trabajadores, debates que solía introducir Marx. Los domingos se dedicaban al entretenimiento, empezaban pasando revista a la actualidad y se recitaba poesía o se representaban obras teatrales y terminaban con música y baile. La única transcripción que se ha conservado de las conferencias que dictó Marx es la de “Trabajo Asalariado y capital”, texto que dos años después (1849) se publica en la Nueva Gaceta Renana.

Finalmente, centraron sus esfuerzos en lo que consideraban más apremiante, que era desarrollar en profundidad la teoría del materialismo histórico y así preparar al público para que pudieran entender también las leyes de la economía política. Con este objetivo, en el invierno de 1845-46 terminan de escribir La ideología alemana. En este texto condensan su propia evolución filosófica y desarrollan con todo lujo de detalles, su teoría del materialismo histórico. El libro no se publicó en vida de los autores, y sólo vio la luz de manera íntegra 90 años después, cuando en 1932 se publica en la URSS, tras la recuperación del texto por D.B Riazánov.

El papel que este texto jugó en la evolución de ambos se expresa en la carta que Marx remite a su amigo ruso Pablo Annekov el 28 de diciembre de 1846. En ella, Marx le expone sus opiniones iniciales sobre el libro de Pierre Joseph Proudhon: Sistema sobre las contradicciones económicas, o Filosofía de la Miseria, libro del que pocos meses después en abril de 1847 Marx realiza una crítica pormenorizada en su Miseria de la Filosofía. En ese primer análisis epistolar –hacía sólo unos días que acababa de leer el texto– frente al idealismo de Proudhon, Marx contrapone las conclusiones claves del materialismo histórico que ya habían desarrollado y planteado exhaustivamente en La ideología alemana. Entre otras consideraciones le describe a Annekov:

“¿Qué es la sociedad, bajo cualquier forma que se presente? El producto de las actividades recíprocas de los hombres ¿Pueden los hombres elegir libremente esta o aquella forma social? Nada de eso. A un determinado nivel de desarrollo de las facultades productivas de los hombres, corresponde una determinada forma de comercio y de consumo. A determinadas fases de desarrollo de la producción, del comercio, del consumo, corresponden determinadas formas de constitución social, una determinada organización de la familia, de los estamentos o de las clases; en una palabra: una determinada sociedad civil. A una determinada sociedad civil corresponde un determinado orden político (état politique), que no es más que la expresión oficial de la sociedad civil.

Huelga añadir que los hombres no son libres árbitros de sus fuerzas productivas –base de toda su historia– pues toda fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de una actividad anterior. Por tanto, las fuerzas productivas son el resultado de la energía práctica de los hombres, pero esta misma energía se haya determinada por las condiciones en que los hombres se encuentran colocados, por las fuerzas productivas ya adquiridas, por la forma social anterior a ellos, que ellos no crean y que es producto de la generación anterior. El simple hecho de que cada generación posterior se encuentre con fuerzas productivas adquiridas por la generación precedente, que le sirven de materia prima para la nueva producción, crea en la historia de los hombres una conexión, crea una historia de la humanidad, que es tanto más la historia de la humanidad por cuanto las fuerzas productivas de los hombres, y, por consiguiente, sus relaciones sociales, han adquirido mayor desarrollo.

Consecuencia obligada: la historia social de los hombres no es nunca más que la historia de su desarrollo individual, tengan o no ellos mismos conciencia de esto”.

Más tarde en 1859, cuando ya habían desechado la posibilidad de ver publicada La Ideología Alemana, en una de sus cartas Marx explica:

“Al no encontrar editor, abandonamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, tanto más gustosamente cuanto que habíamos alcanzado nuestro objetivo de ponernos de acuerdo con nosotros mismos”.

Su otro objetivo inicial, de analizar y describir las leyes de la economía capitalista, tuvieron que aplazarlo. De hecho, los estudios sistemáticos de Marx de la economía política moderna se alargaron en el tiempo y fue sólo catorce años después, en el verano de 1859, cuando acaba de escribir y se publica su Introducción a la crítica de la economía política. Más tarde en el verano de 1865, polemizando con el economista defensor de las ideas de David Ricardo –John Westo – Marx, en la sede Londinense de la AIT, Asociación internacional de Trabajadores, dicta varias conferencias bajo el título de Salario precio y ganancia. Tras su muerte, y en 1898 por iniciativa de su hija Eleanor, se publica la edición escrita. Finalmente, en octubre de 1867, aparece el primer volumen de su obra maestra El Capital, el segundo volumen basado en las notas de Marx lo publica Engels en 1885.

¡La ignorancia jamás ha servido a nadie! La batalla por armar a la vanguardia comunista

Donde dirigen una parte importante de sus esfuerzos, esos años de 1845-1847, es en explicar pacientemente e ir ganando para sus ideas a los sectores que consideran más avanzados de la vanguardia del movimiento obrero. Así, además de participar activamente Engels en Londres, y Marx en Bruselas, en las actividades de la Liga, en la primavera de 1846, Marx y Engels crean con sede en Bruselas, un “Comité de Correspondencia” para sistematizar y centralizar los informes políticos que a veces remitían los miembros de la Liga emigrados en otros países. Esa misma primavera de 1846, en la sede de la Liga de Bruselas, tiene lugar otro hito importante en la batalla por la clarificación ideológica. Frente a los argumentos postulados por el histórico dirigente de la Liga, Wilhem Weitling, en la conferencia a la que asiste invitado por la “Asociación de Obreros Alemanes en Bélgica” y donde defiende los métodos e ideas conspirativas originarias de la Liga, Marx le contrapone el punto de vista del socialismo científico y afirma:

“Se engaña al pueblo, al agitarlo sin fundar al propio tiempo su actividad sobre unas bases sólidas. El despertar fantásticas esperanzas, no aporta la salvación sino más bien la perdición de los que sufren. Dirigirse a los obreros, sin tener ideas estrictamente científicas y una doctrina concreta, es transformar la propaganda en un juego vacío de sentido. ¡Hasta ahora, la ignorancia no ha servido jamás a nadie!”

Durante el otoño de 1846, la dirección y sede de la Liga pasan de París a Londres. Corroborando el hecho de que el sector más numeroso e influyente de la Liga se había nucleado en Inglaterra, el país donde el desarrollo del proletariado industrial era predominante, los argumentos y propuestas de Marx y Engels cada vez tenían mayor eco, y paulatinamente a pesar de las resistencias a romper con el pasado, iban ganando un apoyo mayoritario entre los comunistas.

Los líderes obreros de la Liga londinense –Karl Schapper, Joseph Moll, Heinrich Bauer…– que como cobertura legal habían creado la” Asociación para la educación de los obreros alemanes en Londres”, que contaba con más de 500 asociados, iban desembarazándose de sus viejos métodos e ideas y empezaban a asumir los planteamientos del socialismo científico.

En noviembre de 1846, el comité central de la Liga de los Justos en Londres remite una circular especial, convocando un Congreso a celebrar el 1º de mayo de 1847, en el que se llamaba a participar a delegados elegidos por todas las comunidades de la Liga.

Paralelamente, la dirección de la Liga le encarga a su portavoz Joseph Moll, que contacte con Marx y Engels. En febrero de 1847, se reúne con Marx en Bruselas y tras informarle de la situación de la organización comunista, le comunica que tanto sus camaradas como él mismo, se daban cuenta de que las concepciones de Marx y Engels eran las justas, y veían la necesidad de liberarse de sus antiguas concepciones y tradiciones. Por tal razón, les invitaban a que se adhiriesen a la Liga y colaborasen en su nueva orientación teórica y organizativa.

Marx y Engels redactando el Manifiesto comunista por V. Polyakov. DP

La Nueva Liga de los Comunistas ¡Proletarios de todos los países, uníos!

El 1 de junio de 1847 se iniciaba en Londres el Congreso de la Liga de los Justos. Engels asistió como delegado de la comuna parisiense, Marx decidió no asistir y como delegado por la sección de Bruselas participó Wilhem Wolff. Los acuerdos adoptados corroboraban en sus aspectos centrales las orientaciones propuestas por Marx y Engels. La antigua denominación se sustituyó por la de Liga de los comunistas. También se cambió la antigua divisa que proclamaba: “Todos los hombres son hermanos”, por el lema que a petición de Marx defendió Engels de: “Proletarios de todos los países, uníos”. Así mismo, se acordaron unos estatutos totalmente nuevos que en su artículo 1º proclamaban: “El objetivo de la Liga es el derrocamiento de la burguesía, el reinado del proletariado, la supresión de la antigua sociedad burguesa fundada sobre los antagonismos de clase y el establecimiento de una nueva sociedad sin clases y sin propiedad privada”. En otro de los puntos estatutarios se establecía que:” Todos los miembros responsables serán elegidos democráticamente y una nueva votación podrá destituirles en cualquier momento”. De esta forma, se ponía fin a los viejos métodos conspirativos. Finalmente, se acordó celebrar un nuevo Congreso a final de año, para dar tiempo a que todas las secciones de la Liga pudieran discutir los nuevos estatutos, y también para tener elaborada una declaración en la que se expusiese el programa de la organización.

En preparación del nuevo Congreso, Karl Schapper y Moses Hess elaboraron sus propuestas de programa. Tras ser rechazados ambos proyectos por la comuna de París, Engels se puso a preparar una propuesta, que siguiese el formato entonces habitual en los grupos comunistas de catecismo, con preguntas y respuestas. Su documento al que denominó “Principios del comunismo” –el texto fue recuperado y publicado por E. Bernstein en 1914– estaba escrito en un lenguaje sencillo y fácilmente comprensible. Enunciaba brevemente y con una extraordinaria claridad, las concepciones fundamentales del socialismo científico. Pero Engels no estaba satisfecho, ni con el texto ni con su formato, creía que era insuficiente y le planteó a Marx, que ambos redactaran un nuevo documento programático y lo denominaran El Manifiesto Comunista.

A finales de noviembre 1847, tenían lugar en la sala de la “Asociación obrera alemana de Londres” dos grandes reuniones. El 29 se celebraba con presencia de delegados de toda Europa, la asamblea de los “Fraternals Democrats” –asociación creada por los dirigentes cartistas J Harney y Ernest Jones el 15 de marzo de 1846– con el objetivo de conmemorar el aniversario de la revolución polaca de 1830, proclamando la solidaridad internacional con ella, de todos los demócratas de Europa. Marx asistió como representante de la “Asociación Democrática de Bruselas” que él y Engels habían creado en septiembre de 1847, y tomó la palabra al lado de oradores ingleses, alemanes, belgas y polacos. En su discurso, Marx habló de la revolución inminente, cuyo objetivo sería poner fin a la vieja sociedad. Afirmó que la desaparición del viejo orden no era una pérdida para los que no tienen nada que perder en la vieja sociedad, que eran ya mayoría en todos los países de Europa. “Por el contrario, esa mayoría lo tiene todo por ganar con la caída del viejo orden social, caída que es la condición indispensable de una sociedad nueva, que no descanse ya sobre los antagonismos de clase”. Así mismo, se pasó a votación su propuesta que coincidía con la de los Fraternal Democrats, de convocar el próximo año un “Congreso internacional de organizaciones democráticas”. La propuesta se aprobó, concretándose celebrar un gran acto el 25 de octubre de 1848 en Bruselas. Finalmente, el evento no pudo celebrarse por el estallido de la revolución en marzo de 1848.

Al día siguiente, el 30 de noviembre de 1847, se iniciaba el Congreso de la Liga de los Comunistas. Durante los 10 días que duraron las deliberaciones, Marx y Engels participaron activamente en todos los debates. Dedicaron todos sus esfuerzos a explicar pacientemente y de la manera más didáctica sus ideas, y lograron el apoyo mayoritario de los delegados a sus planteamientos.

Los estatutos se aprobaron, y La nueva Liga reorganizada no conservaba ya nada de aquel carácter de conspiración que había sido el leitmotiv de la Liga de los Justos. Naturalmente, para enfrentarse a la represión estatal –que en la mayoría de los países imposibilitaba poder llevar a cabo un trabajo legal– tendrían que seguir trabajando de manera clandestina, pero ya no representaba ninguna doctrina secreta, no se conspiraba, los comunistas no pretendían disimular sus concepciones y sus propósitos. La Liga pasaba a ser una organización propagandística fundada sobre bases democráticas.

Finalmente, el congreso además de aprobar mantener su comité central en Londres bajo la dirección de Schapper, Bauer y Moll, acordaron que Marx y Engels asumiesen la orientación teórica de la Liga, y se les encargó la redacción del Programa que debía estar terminado el 1 de febrero de 1848. Antes de la fecha fijada, Marx enviaba a Londres el manuscrito acabado de El Manifiesto Comunista.

El Manifiesto Comunista

El Manifiesto Comunista es sin duda una obra común de Marx y Engels, y es imposible delimitar la parte que le corresponde a cada uno de ellos. Pero como Engels repitió en muchas ocasiones:

“El pensamiento fundamental que atraviesa el Manifiesto desde el principio hasta el fin, pertenece enteramente a Marx, y fue también Marx quien le dio su forma. Es la fuerza prodigiosa de Marx la que resplandece en cada palabra, es su ardor, el que hoy como el primer día, ilumina el folleto más genial de la literatura universal”.

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Transcurridos más de 170 años desde su publicación, los aspectos centrales del análisis del Manifiesto, explicando la evolución de la sociedad capitalista, sus contradicciones y su dinámica interna, desde su etapa juvenil –en que fue escrito el libro– hasta su decadencia senil, es hoy tan vigente o más aún, que ayer.

Marx, en el Manifiesto Comunista, anticipa cómo la competencia capitalista iba a devenir en su contrario, en dominio aplastante de los Monopolios –hoy 500 multinacionales acaparan el 40% de la producción Mundial– y cómo la creación de Estados y mercados nacionales capitalistas conducirían al desarrollo y predominio del mercado y el comercio mundiales, lo que hoy se denomina Globalización. Sobre todo, el Manifiesto permite comprender a los trabajadores en toda su objetividad, su situación y tareas históricas.

Si partimos de considerar que la utilidad de un método de pensamiento, la validez de una teoría, presupone la supremacía de la previsión sobre la sorpresa, o dicho de otra forma, que un método de pensamiento se considera útil si sirve para anticipar, al menos en sus líneas maestras, el desarrollo previsible de un proceso, El Manifiesto Comunista es un ejemplo brillante de la validez del marxismo.

La Tormenta Revolucionaria de 1848

Pocos días después de que en Londres se terminaran de imprimir las últimas hojas del Manifiesto, la acumulación de contradicciones que se venían gestando en el seno de la vieja Europa estalló en un torbellino revolucionario.

Después de que en la jornada del 23 de febrero de 1848 las tropas de Luis Felipe I disparasen en París contra manifestantes pacíficos que reclamaban la reforma de la ley electoral, al amanecer del día siguiente la ciudad de la luz aparecía sembrada de barricadas. Rápidamente, a la consigna inicial se unió la de la República. En pocas horas, el palacio real estaba en poder de los insurgentes. Mientras el Rey huía, el trono fue arrojado a la hoguera y esa misma tarde se constituía un gobierno provisional y se proclamaba la Segunda República Francesa. Siguiendo el ejemplo de la Francia insurgente, la tormenta revolucionaria se extendió como un reguero de pólvora por casi toda Europa.

Desde el primer momento, los jóvenes Marx y Engels, se dedicaron en cuerpo y alma a intervenir activamente en el curso de los acontecimientos. Decidieron centrar sus esfuerzos en Colonia –la capital de Renania– que en ese momento era la ciudad más industrial y avanzada de los Estados de habla alemana. Su objetivo era orientar todos sus esfuerzos y los de los militantes comunistas en intentar incidir de manera efectiva en el proceso revolucionario que se iniciaba en Alemania. Para lograrlo, el primer objetivo era clarificar el programa y los métodos de lucha necesarios, para aglutinar en un Frente Único las fuerzas más amplias de la democracia y así poder derrotar a la reacción feudal.

La Nueva Gaceta Renana, del 1 de junio de 1848 al 18 de mayo 1849

Siguiendo la estela de lo que fue La Gaceta Renana, centraron sus esfuerzos en editar un periódico de difusión masiva. Se trataba de organizar y aglutinar las fuerzas necesarias para barrer toda la basura feudal. Defendían que Alemania aún tenía pendiente su propia toma de la bastilla y así llevar a cabo las tareas de la revolución democrático-burguesa, pasando después a las tareas específicamente proletarias.

Con este objetivo, se lanzaron con toda su energía a conseguir los recursos materiales y humanos para crear un gran periódico, y el 1 de junio de 1848 veía la luz el primer ejemplar de la Nueva Gaceta Renana (Neue Rheinische Zeitung).

Explicando los planteamientos y objetivos que se marcaron con la Nueva Gaceta, Engels en 1884 decía:

“Cuando en 1848 fundamos un gran periódico en Alemania, no podíamos darle más que una bandera: La de la democracia; pero la de una democracia que en todo momento pondría de manifiesto el carácter específicamente proletario, que no podía enarbolar aún de una vez para siempre. Si no hubiésemos aceptado esto, no podríamos haber hecho más que profesar el comunismo en una hoja parroquial y fundar una secta en lugar de un gran partido de acción. Pero nosotros no sentíamos el menor placer en predicar en el desierto; habíamos estudiado demasiado bien a los utopistas para caer en eso, y tampoco era para acabar en eso para lo que habíamos establecido nuestro programa”.

Durante el año que duró su publicación, hasta su prohibición final en mayo de 1849, la Nueva Gaceta Renana, se convirtió en el órgano más popular y difundido de la revolución alemana, con más de 6.000 subscritores. En sus páginas, además de a los acontecimientos en Alemania, prestaron una especial atención al desarrollo de los procesos en Francia. Más tarde en 1895, Engels recopilando los artículos de Marx, editó y publicó el texto: La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850.

El último número de la Nueva Gaceta del 18 de mayo de 1849 se imprimió en tinta roja, incluyendo un poema de despedida del poeta Ferdinand Freiligrath. Rápidamente, la edición se agotó, y más tarde cada ejemplar se convirtió en un objeto de culto. Se estima que de este último número se vendieron más de 20.000 ejemplares.

Finalmente en Alemania, la cobardía y pusilanimidad de la burguesía ponía de manifiesto su incapacidad para abordar una lucha seria contra el viejo régimen. Su actuación demostraba en la práctica que estaban más preocupados por prevenir el riesgo que suponía el proletariado naciente, que en confrontar con la reacción feudal. El proceso abortó, y posteriormente la derrota en Francia, con el golpe de Estado de Luis Bonaparte del 2 de diciembre de 1851, golpe cuya dinámica social desmenuzaba Marx en el texto de marzo de 1852, El 18 brumario de Luis Bonaparte, se puso fin al proceso iniciado en 1848.

Un nuevo escenario, estabilización y desarrollo capitalista versus fortalecimiento del proletariado

La posterior unificación alemana se hizo bajo la égida de los Junkers prusianos, personificados en la figura del canciller Bismarck. La unificación de Italia y la relativa estabilización política que se dio en Europa, el desenlace de la guerra de secesión en los EE.UU… generaron un nuevo escenario.

Los nuevos Estados nacionales que se habían creado, unido al establecimiento de vínculos cada vez más estrechos entre las economías de todos los países, con el consiguiente desarrollo del mercado mundial más el impulso que todo ello imprimió a la competencia y contradictoriamente a la concentración de capital, sentaron las bases para el dominio del capital financiero y el surgimiento del imperialismo como una fase superior de desarrollo capitalista.

Todo ese cúmulo de circunstancias, posibilitó que la burguesía pudiera seguir desarrollando las fuerzas productivas y garantizando su dominio social. De esta forma, el proceso revolucionario general que se había atisbado en 1848, se aplazó durante un período que duro varias décadas.

Ciertamente, el desarrollo de la industria y la producción, a la vez que empoderaba y enriquecía a la burguesía, suponía también el fortalecimiento numérico y cualitativo de la clase obrera. De esta forma, el desarrollo capitalista que temporalmente proporcionaba cierto margen para aplazar o al menos limar los conflictos sociales más agudos, sentaba también las bases para que una nueva crisis económica, política, o militar, volviera a mostrar las contradicciones insalvables del Capitalismo. La labor callada, pero imparable del viejo topo de la historia, saldría a la luz en un nuevo estallido de la lucha de clases, que esta vez enfrentaría abiertamente a burgueses y proletarios.

Durante todos esos años, el desarrollo de las fuerzas productivas, además de finiquitar parte de los restos que aún quedaban del viejo orden feudal, sentó las bases para la entrada masiva del proletariado en la escena de la historia. En lucha por sus derechos económicos y políticos, los trabajadores empezaron a organizarse sindical y políticamente, y a ser conscientes de sus intereses como clase. De forma cada vez más nítida, el conflicto social se perfilaba como el enfrentamiento entre el Capital y el Trabajo.

La comuna de París, del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871

Todo ese proceso subterráneo salía a la luz 23 años después, y de nuevo lo hacía en el fértil suelo francés. En julio de 1870, Napoleón III ordenaba el lanzamiento de una ofensiva contra el ejército de Prusia. En pocas semanas, la aventura militar se convertía en un auténtico desastre. El 4 de septiembre de 1870, las tropas prusianas derrotaban al ejército francés en la batalla de Sedán. Pocos días después cercaban París, y tras 4 meses de sitio el 28 de enero de 1871, entraban victoriosas en Versalles.

La debacle militar arrastró tras de sí al último Bonaparte. Para intentar cubrir el vacío de poder que supuso la caída de Napoleón III, los mismos burgueses, funcionarios y militares que hasta ayer apoyaban al viejo régimen, para evitar perder el control de la situación, eligieron una Nueva Asamblea Nacional que proclamó la Tercera República y nombraron un gobierno provisional presidido por el general Adolphe Thiers.

Siguiendo a pies juntillas, la máxima lampedusiana de “que todo cambie para que todo siga igual”, mientras que ante el pueblo se presentaban envueltos en la aureola de la bandera tricolor, desde el primer momento el objetivo del nuevo gobierno era llegar como fuese a un acuerdo con Prusia, para evitar a toda costa un estallido revolucionario y preservar así el orden establecido.

Mientras tanto, tras la derrota del Ejército, toda la defensa de París había recaído en las manos de la Guardia Nacional, una milicia que por su extracción social era mucho más permeable a la presión popular. Durante los meses del asedio prusiano, miles de obreros y artesanos de los barrios populares habían engrosado sus filas y por suscripción popular se incrementó la calidad de su armamento y se les dotó de artillería. Cuando en febrero cae el régimen bonapartista, la Guardia Nacional que contaba con unos 200.000 efectivos se convirtió de facto en el único poder en París. El 3 de marzo de 1871 se celebra una asamblea de delegados de los 256 batallones de la Guardia nacional que eligen un comité central de 32 miembros, órgano que es reconocido como la única autoridad de la milicia y que se comprometió ante el pueblo de París a la defensa armada de la República.

comuna paris

La respuesta de la burguesía no se hizo esperar, comprendiendo que el enfrentamiento era inevitable, proclamaron abiertamente sus objetivos reaccionarios y para retomar el control de la situación, contando con la connivencia prusiana, movilizaron al ejército para derrotar y desarmar a la Guardia Nacional.

El 18 de marzo, el intento del gobierno provisional de utilizar al ejército para hacerse con el control de la artillería de la Guardia Parisina, fracasa estrepitosamente. Las tropas, en lugar de enfrentarse a la milicia, confraternizan con el pueblo masivamente movilizado. Ese mismo día, respondiendo a la provocación se proclama la Comuna de París. Por primera vez en la historia los trabajadores toman el poder, nombran su propio gobierno y empiezan a construir el embrión de un Estado obrero. Durante los 60 días que duró la Comuna, el heroico proletariado parisino demostró en la práctica, que era posible acabar con el dominio del capital y gobernar sin la burguesía. Cuando finalmente el 28 de mayo de 1871 –tras la derrota de los comuneros en la llamada semana sangrienta– el gobierno de Thiers retomó el control de París. La burguesía triunfante se mostró implacable, demostrando la saña sin límites, de una clase privilegiada que ve amenazado su dominio. Llevaron a cabo una represión salvaje contra quienes habían osado cuestionar su poder. Además de los caídos durante los enfrentamientos tras la victoria gubernamental, miles de hombres, mujeres y niños fueron condenados a muerte –aunque las cifras exactas no se conocen, las estimaciones oscilan entre 13.000 y 20.000 ajusticiados– y para servir de escarmiento sus cadáveres fueron expuestos en público. Decenas de miles más sufrieron cárcel y exilio, y durante 5 años se mantuvo el estado de sitio.

Para Marx y Engels, la Comuna de París –cuyo desarrollo siguieron en detalle y en la que jugaron un papel dirigente algunos miembros de la 1ª Internacional, organización que ellos habían promovido y creado en 1864– supuso el aldabonazo que, en el lenguaje de los hechos, concretaba sus ideas sobre la viabilidad de la revolución socialista y de cómo garantizar su éxito. Aprendiendo y generalizando las lecciones de los aciertos y errores de este primer ensayo heroico, preparaban y armaban a la vanguardia para el futuro. Los escritos en los que durante todo el proceso expresaron sus análisis y propuestas, se compendian en el texto de La guerra Civil en Francia de mayo de 1871 y en la introducción al mismo que hizo Engels en su vigésimo aniversario el 18 de marzo de 1891.

Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo

Durante toda su vida, Marx y Engels se mantuvieron firmes en la defensa del Socialismo Científico. Para ellos, las ideas del materialismo dialéctico e histórico que habían desarrollado eran el instrumento teórico imprescindible para que, aprovechando los momentos excepcionales de ascenso revolucionario tras la ruptura del equilibrio de la vieja sociedad burguesa, los comunistas vinculando su programa a los intereses materiales objetivos de la mayoría trabajadora, pudieran con sus ideas influir decisivamente en la mente de las masas, convirtiéndolas en la fuerza material necesaria para lograr el triunfo de la revolución proletaria.

Por otra parte, tal y como demostraba la experiencia de la Comuna de París, los trabajadores tras derrocar a la burguesía, para poder garantizar su dominio, no podrían servirse del viejo aparato del Estado burgués y tendrían que crear su propio Estado.

El Estado Obrero, además de armarse con los instrumentos de coerción necesarios, para consolidar su poder y derrotar cualquier intento de restaurar el capitalismo, debía crear también instrumentos de control obrero para prevenir el resurgimiento de un cuerpo especial de funcionarios que, monopolizando el control del aparato estatal, se eleven por encima de las condiciones de vida de las masas. Entre otras medidas, el nuevo Estado desde el momento mismo de su nacimiento, promoverá el armamento general y la rotación de todas las responsabilidades públicas entre toda la población. Garantizando el objetivo de que todos sean burócratas para que nadie lo sea, la propia necesidad del Estado empezará a extinguirse y unido al desarrollo de los recursos productivos suficientes para garantizar el bienestar general, la propia razón de ser del Estado desaparecerá y se sentarán las bases de una nueva sociedad sin antagonismos de clase.

Las bases materiales necesarias para el Socialismo, suponen la superación de las viejas formas de la producción burguesa, lo que en primer lugar implica incrementar la productividad del trabajo alcanzada bajo el capitalismo. Sólo así será posible lograr el desarrollo económico que permita satisfacer las necesidades de toda la sociedad.

La propia dinámica del capitalismo que, de su carácter progresivo inicial frente al viejo régimen feudal, con el potente desarrollo de las fuerzas productivas que supusieron la propiedad privada, la competencia y la creación de Estados nacionales, pasa en su decadencia senil a convertirse en freno absoluto para el avance social, señala el punto de partida del nuevo sistema social triunfante y las tareas que para garantizar su predominio tendrá que afrontar. Empezando con la abolición de la propiedad privada burguesa y la socialización de los medios de producción y cambio, se elimina así la contradicción entre el carácter social de la producción y su apropiación individual. Dado el carácter mundial de la producción, el triunfo inicial en un país sólo se podría mantener y garantizar, extendiendo la revolución a nivel internacional y aboliendo las fronteras nacionales, garantizando la planificación y el uso racional de todos los recursos del planeta en beneficio de la humanidad.

Si hubiera que resumir el leitmotiv, que a lo largo de toda su existencia impulsó a estos 2 gigantes del pensamiento humano, en el desarrollo y defensa inquebrantable de su concepción del mundo, sin duda se podría condensar en lo que Marx criticando las carencias del materialismo contemplativo de Ludwig Feuerbach, explicaba en sus tesis sobre este filósofo, tesis que Marx dejó anotadas en un cuaderno de notas inédito de 1845, notas que Engels recuperó en 1886 incluyéndolas en su libro Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.

Como idea-fuerza en la segunda tesis, Marx explica: “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico” y como corolario en su última tesis, concluía afirmando: no basta sólo con interpretar el mundo, sino que la tarea es transformarlo. Consecuentes con sus tesis, Marx y Engels siempre concibieron la teoría y la práctica revolucionarias como un todo inseparable, la cara y la cruz de una misma moneda. Hacer un balance de los logros que alcanzaron no es una tarea sencilla. Sólo valorando su intervención directa en la lucha de clases –Liga de los comunistas, Nueva Gaceta Renana, creación de la AIT que fue la primera Internacional Obrera, formación de los primeros partidos obreros socialistas y más tarde de la Segunda Internacional– sería más que suficiente para constatar el papel histórico de ambos. Pero sin duda alguna, el mayor legado para los trabajadores y jóvenes que hoy tenemos que transformar el mundo, son el tesoro de sus ideas, del método científico de concepción del mundo que es el marxismo. Como demuestra toda su obra escrita, Marx y Engels no sólo abordaron la filosofía, la economía, la política y la historia. Como les gustaba citar remedando al pensador latino Publio Terencio a ellos “Nada humano les resultaba ajeno” y durante toda su vida prestaron especial atención a los avances en todos los campos del conocimiento, más avanzados de su época y en particular a los de las Ciencias Naturales.

Entre otras, acogieron con entusiasmo las teorías de Charles Darwin (1809-1882) que el 24 de noviembre de 1859 publicaba El origen de las especies y más tarde el 24 de febrero de 1871 El origen del Hombre, y también las del gran antropólogo estadounidense Lewis Henry Morgan (1818-1881), que en 1851 publica La Liga de los Iroqueses y más tarde en 1877 su obra maestra La Sociedad primitiva.

Conscientes de la importancia de estas y otras investigaciones científicas, que de manera experimental –al margen de las propias creencias de sus autores– confirmaban la validez del materialismo dialéctico, Engels nos legó algunos de sus mejores textos. En 1875-76 escribe su Introducción a la dialéctica de la Naturaleza y El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. En 1883 escribe Dialéctica de la Naturaleza y en 1884 el inigualable texto de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.

Confirmando lo que desde su primera línea proclamaba el Manifiesto Comunista cuando afirmaba: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada contra ese fantasma”, la burguesía desde el primer momento comprendió el peligro mortal que estas ideas representaban para su dominio, y utilizando todos los medios a su disposición declaró una Guerra a Muerte al Marxismo.

Durante más de siglo y medio, igual que los chamanes que intentan acabar con sus enemigos enterrando su esfigie de barro, año tras año, todo tipo de expertos –generosamente remunerados– han venido proclamando la muerte del marxismo. Desafortunadamente para ellos, a pesar de sus conjuros, como diría el inmortal Quijote: “Ladran luego cabalgamos, amigo Sancho”. Igual que el fuego de Prometeo que, custodiado en Olimpia se preservaba de generación en generación, la antorcha que preserva el resplandor luminoso de las ideas marxistas, a pesar de todos los obstáculos, con las aportaciones de Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Plejánov, James Connolly… han llegado hasta nosotros, más desarrolladas y vivas que nunca.

León Trotsky, en 1940, pocos meses antes de morir asesinado, defendiendo la superioridad del materialismo dialéctico, en su libro de En defensa del marxismo, explicaba:

“El materialismo dialéctico no es, naturalmente, una filosofía eterna e inmutable. Pensar otra cosa es contradecir el espíritu de la dialéctica. El ulterior desarrollo del pensamiento científico creará, indudablemente, una doctrina más profunda en la que el materialismo dialéctico entrará simplemente como material de estructuración. Sin embargo, no hay ninguna base para esperar que esta revolución filosófica se realice bajo el decadente régimen burgués, sin mencionar el hecho de que un Marx no nace todos los años ni todas las décadas. La tarea a vida o muerte del proletariado no consiste actualmente en interpretar de nuevo el mundo sino en rehacerlo de arriba abajo”.

La conclusión implícita de sus palabras y que dirigiéndose a los jóvenes proponía, es la misma que hoy proclamamos para todos aquellos que quieren cambiar el mundo:

¡Estudiad seriamente! Estudiad a Marx, Engels, Plejánov, Lenin… que la juventud intente introducir en su mente una seria base teórica para la lucha revolucionaria.

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Frente al pesimismo de los ideólogos de la burguesía, el escepticismo impotente de aquellos que niegan el progreso, hoy igual que ayer los marxistas miramos al futuro con plena confianza y optimismo. Somos conscientes de las dificultades, nuestras fuerzas aún son limitadas, pero no nos dan miedo los retos, ni estar en minoría. Frente a la barbarie sin fin del Capitalismo, nuestras ideas empiezan a ir a favor de la corriente, conectando cada vez más con la experiencia viva de nuestra clase y mañana cuando se apoderen de la mente de las masas se convertirán en una fuerza física imparable.

¡Más que nunca, unirse y ayudar a construir las fuerzas del marxismo, es la tarea más urgente e importante a la que dedicar nuestros esfuerzos y energía!