Madero y la decena trágica

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Si bien el gobierno de Díaz había caído y Madero había ganado las elecciones de 1911, su régimen era extremadamente débil. Como buen terrateniente Madero no veía la necesidad de realizar una auténtica reforma agraria, de tal modo que ello provocó una serie de levantamientos campesinos, que en realidad eran una continuación de los de 1910. Muchos oportunistas se aprovecharon de la situación para sacer ventajas, entre ellos Pascual Orozco, otros como Zapata se alzaron pensando sinceramente que Madero los había traicionado.

La mayoría de estos levantamientos fueran del bando que fueran no lograban ser sofocados generando gran incertidumbre entre la gran burguesía y sus amos imperialistas. Estos en su corta visión suponen que es suficiente con la mano dura para sofocar las luchas campesinas.

A principios de 1913, la reacción decide finalmente deshacerse de Madero: el 9 de febrero los grupos más representativos de la oligarquía concluyen la elaboración de un plan para dar un golpe de Estado, los acontecimientos se sucedieron luego rápidamente.

Un contingente de soldados formados por alumnos del colegio militar y de los regimientos 1, 2 y 5 de artillería se sublevaron, llegando en su ofensiva a ocupar el Palacio Nacional, para después en retirada atrincherarse en el cuartel de la ciudadela. Félix Díaz, recién liberado y Manuel Mondragón dirigen a los golpistas.

Madero designa a Huerta para sofocar la rebelión. Este, que estaba ya coludido con los golpistas, fingió atacarlos. La idea de Huerta era ganar tiempo para que se organizara el entramado que le diera al golpe un barniz de legalidad. Para el 18 de febrero ya estaba todo cocinado, Huerta ordena la detención de Madero y Pino Suárez. Esa misma tarde en la embajada de los Estados Unidos, que fungía como centro del complot, Huerta y Díaz pactan la formación de un gobierno provisional encabezado por Huerta, el cual se comprometía a efectuar unas elecciones de las cuales Félix Díaz ganaría la presidencia. Madero y Pino Suárez fueron obligados a renunciar al día siguiente y ejecutados aplicándoles la ley de fuga.

De esta forma, los representantes de la contrarrevolución asumen el control del gobierno por el momento. Huerta instaura una dictadura militar sostenida por la oligarquía porfirista, los Estados Unidos y algunos generales oportunistas como Pascual Orozco, el cual no dudó en convertirse en esbirro de la contrarrevolución a cambio de algunos favores económicos.

La misión de la dictadura era restablecer el orden perdido luego del levantamiento de 1910, consideraban que Madero, al ser demasiado débil de carácter, estaba permitiendo que la rebelión se desarrollara. Ellos en cambio aplicaron una feroz represión, no obstante los resultados fueron totalmente contrarios a los esperados.

Por un lado los campesinos como Zapata no podían tener ninguna confianza en el regreso de los “científicos”, especialmente si su jefe era Huerta. Por otro lado, otros movimientos campesinos que se habían sometido al régimen de Madero por considerarlo un gobierno legítimo ya no tuvieron más pretextos y se lanzaron a la lucha.

Algunos sectores de la burguesía nacional que permanecían expectantes decidieron entrar en acción. La caída de Madero, con quien tenían una alianza, significaba un paso atrás en sus aspiraciones de ir logrando espacios de poder. Ante la disyuntiva de enfrentarse al poderoso movimiento popular que se estaba desencadenando o tratar de encabezarlo, optaron por esto último, tratando de darle continuidad a la lógica maderista de democracia sin reformas sociales.

El 26 de marzo de 1913 se dio a conocer el Plan de Guadalupe, en el que Venustiano Carranza, un viejo amigo de los Madero y porfirista adaptado a los nuevos tiempos, se autoproclamó “primer jefe del ejército”.

Pese a que algunas de sus principales cabezas tenían antecedentes dentro del régimen porfirista, el Plan de Guadalupe constituye un claro ejemplo del proceder de la burguesía, la cual sin justificación alguna se proclama representante legal del pueblo y se asume la posibilidad de declarar legal o ilegal a algún otro movimiento que, como el zapatista, no la aceptara como mando supremo.

El Plan de Guadalupe no incluye alguna propuesta de transformación social, es en suma una declaración de desconocimiento del gobierno golpista y un llamado a luchar contra él. No obstante, jugó el papel de concentrar a todos aquellos que se habían alzado pero que no tenían propuesta alguna, exceptuando a los zapatistas, quienes tenían fundadas dudas de que el jefe de los constitucionalistas tuviera voluntad de transformar la situación.

Carranza y José María Maytorena eran representantes de las clases adineradas que se encontraban a disgusto del lado revolucionario, pero que lo hacían entendiendo que era la única forma de proteger sus posiciones económicas y políticas, asumiendo que sostener el régimen porfirista, aún sin Porfirio, como lo pretendía Huerta, era en esos momentos una locura. No obstante sus intereses entraron rápidamente en pugna con los sectores más revolucionarios de las masas, incluso antes de que Huerta quedara fuera de escena, primero respecto a los zapatistas y luego frente al villismo.

La posición de Carranza frente al reparto agrario quedó clara cuando se opuso al reparto de tierras que sus propias fuerzas intentaron realizar en agosto de 1913 en la Hacienda de los Borregos en Coahuila: “los hacendados tienen sus derechos sancionados por las leyes y no es posible quitarles sus propiedades para dárselas a quienes no tienen derecho”.

Por supuesto, al lado del carrancismo había auténticos mercenarios como Pablo González, ex obrero pero dedicado a defender las propiedades de las compañías extranjeras e incondicional de Carranza. De hecho podría decirse que era en sí su brazo armado. Del lado civil el sirviente más destacado de carranza era Luís Cabrera, que en el fondo era su verdadero cerebro. Cabrera logró traducir en un programa las aspiraciones de la burguesía que aún a regañadientes se vio forzada a participar en la revolución y la mayor parte del diseño institucional trazado en la Constitución de 1917 es su responsabilidad.

Entre aquellos que se sumaron a los carrancistas estaban algunos miembros de la pequeña burguesía norteña que ya comenzaba a destacarse por su gran ambición de poder y dinero, elementos lo suficientemente faltos de poder económico y político como para luchar en contra de la oligarquía, pero lo suficientemente acomodados como para temer seriamente las aspiraciones obreras y campesinas de transformación social. Precisamente estos elementos en el río revuelto de la revolución podían aprovechar las circunstancias para situarse en posiciones inimaginables fuera de ella. Estos fueron los Obregón, Serrano, Calles, De la Huerta que serían conocidos en el futuro como los sonorenses. El aparente radicalismo liberal de su discurso cumplía más bien el papel de cubrir la ausencia de convicciones políticas firmes, como no fuera la fidelidad a sus propias personas. Los obregonistas estaban con Carranza porque en este bando podían satisfacer sus apetitos de poder y dinero. Ni Villa, ni Zapata eran para ellos más que la posibilidad de expropiaciones para su propia clase y en el fondo, esto hacía imposible una alianza duradera con dichos bandos.

Dentro de los constitucionalistas, más por accidente y falta de programa que por convicción, se encontraban elementos sinceramente revolucionarios como Lucio Blanco, que llegó a ser un excelente general de caballería y Francisco J. Mújica. Ambos muy proclives a responder a las necesidades de las masas y siempre muy enfrentados tanto a Obregón como a Carranza. El 30 de agosto de 1913, Mújica y Blanco realizan el primer reparto de tierras, propiedad de Félix Díaz, sobrino de don Porfirio. La reacción de Carranza fue furibunda, anulando tal reparto y quitando el mando de tropas a Blanco. El papel de estos elementos fue un zigzagueo, pero nunca rompieron con los constitucionalistas aún a pesar de que eran más afines a Zapata y Villa que a Carranza y Obregón

Al lado de los constitucionalistas, pero en el fondo de una naturaleza muy distinta, se encontraban los villistas. Villa aún antes de la muerte de Madero había logrado escapar de su reclusión en la Ciudad de México, le habían dado a conocer el plan para asesinar al presidente y si permanecía en prisión, su fusilamiento a manos de Huerta hubiera sido inevitable. Ya en la frontera, entró a México, en la zona de Ciudad Juárez, con apenas nueve hombres y rápidamente formó un grupo de cientos de campesinos. De forma similar otros campesinos como Toribio Ortega, Calixto Contreras, Maclovio Herrera, sumaron fuerzas de cientos de personas que se agruparon en torno a las que ya poseía Villa. En septiembre de 1913, los campesinos convertidos en generales proclamaron a Villa como jefe de la División del Norte.

El villismo era un movimiento de campesinos dirigido por campesinos. La fuerza de su movimiento provocó que no pocos militares e intelectuales honestos se le sumaran. No obstante, estos nunca pudieron hacerle frente a la personalidad de Villa y a las motivaciones campesinas y populares de su movimiento.

Las fuerzas estaban desatadas, ya no había espacio para la negociación de los tiempos de la batalla de Ciudad Juárez, cuando con una pequeña acción el régimen se derrumbó. Ahora la batalla seria a muerte entre los defensores del régimen oligárquico frente a un amplio conglomerado de trabajadores del campo, junto con algunos segmentos pequeñoburgueses urbanos y la sombra de la burguesía que representaba Carranza.