El pasado 5 de marzo, Emmanuel Macron se dirigió a millones de telespectadores para alertarlos solemnemente: «Más allá de Ucrania, la amenaza rusa está ahí y afecta a los países de Europa, nos afecta a nosotros». El jefe de Estado pintó un cuadro aterrador: Rusia «ya ha convertido el conflicto ucraniano en un conflicto mundial». «Manipula las elecciones en Rumanía y Moldavia, organiza ataques digitales contra nuestros hospitales para bloquear su funcionamiento». Continuó: «¿Quién puede creer, en este contexto, que la Rusia de hoy se detendrá en Ucrania? En el momento en que les hablo, y en los años venideros, Rusia se ha convertido en una amenaza para Francia y para Europa».
Acostumbrados a este estribillo desde hace varios años, la prensa y los medios de comunicación burgueses han repetido al unísono el grito de alarma lanzado por Macron. En los platós de televisión y en las columnas de los periódicos, un mismo tema vuelve a repetirse: «Rusia nos amenaza, tenemos que prepararnos».
La «amenaza rusa»
Sin embargo, en cuanto se examina un poco, la lista de la compra con la que nos abruma Macron para ilustrar la amenaza rusa pierde toda sustancia.
¿Los rusos serían responsables de los ataques informáticos contra los hospitales franceses? El inenarrable Jean-Michel Blanquer ya nos había hecho el numerito en 2020: según él, si el software del Ministerio de Educación se había caído durante el confinamiento, ¡fue por culpa de los hackers rusos! Estos supuestos piratas rusos son bien útiles para justificar las fallas informáticas de nuestros servicios públicos estrangulados por décadas de austeridad.
¿Las elecciones en Rumanía? Fueron canceladas por el propio gobierno rumano porque un demagogo de extrema derecha hostil a la UE y a la OTAN había quedado en primer lugar en la primera vuelta. Para justificar esta flagrante violación de un principio elemental de la democracia burguesa, el gobierno rumano afirmó que Rusia había manipulado el resultado de las elecciones gracias a una campaña de desinformación masiva en… TikTok. Desde entonces, no ha sido capaz de aportar pruebas sólidas, pero eso no le ha impedido detener al candidato en cuestión, con el aplauso de la mayoría de los líderes de la UE. Por lo tanto, se ha producido una violación de las normas fundamentales de la democracia formal, pero es responsabilidad de la Comisión Europea y del Gobierno rumano, no de Rusia.
El conflicto en Ucrania tiene efectivamente un carácter «mundial», como dice Macron, pero es porque se trata, desde el principio, de una guerra por poderes librada por la OTAN y los imperialistas occidentales contra el imperialismo ruso, que es su rival. Después de empujar al gobierno ucraniano a multiplicar las provocaciones contra Rusia, los occidentales han suministrado grandes cantidades de armas a las tropas ucranianas para prolongar el conflicto el mayor tiempo posible e intentar debilitar a Moscú.
Su plan ha fracasado. El imperialismo ruso sale reforzado tanto militar como diplomáticamente. Europa es la que está debilitada, y Washington negocia ahora directamente con Moscú para poner fin a la guerra.
Después de derrotar al ejército ucraniano, ¿se enfrentará Rusia, como afirma Macron, a los países bálticos, o incluso a Alemania o Francia, todos ellos miembros de la OTAN? ¿Invadirán los tanques rusos las llanuras de Polonia? ¿Debemos temer que los paracaidistas vayan a izar la bandera rusa en lo alto del Eiffel?
Es cierto que Rusia está ganando en Ucrania y que su ejército es hoy en día el más experimentado y endurecido del planeta, pero eso no significa que vaya a lanzarse a una confrontación directa con los ejércitos de la OTAN, que, recordemos, tienen armas nucleares.
Ya sean rusos, estadounidenses o europeos, los capitalistas no hacen la guerra por principio o por placer, sino para defender sus intereses imperialistas. Desde este punto de vista, la conquista de los países bálticos sería extremadamente arriesgada y no tendría mucho interés para el imperialismo ruso, que ya tiene acceso al mar Báltico a través de San Petersburgo y el estratègico enclave de Kaliningrado.
Sería mucho más rentable para Rusia aprovechar su ventaja y desarrollar su influencia, apoyándose especialmente en su gas muy barato, que será más eficaz para penetrar en Europa que las divisiones blindadas. Hungría y Eslovaquia ya se han acercado a Rusia. Otros países europeos seguirán sin duda su ejemplo. La crisis económica mundial abre nuevas vías al influjo ruso, pero también al estadounidense y al chino, para gran disgusto de los imperialistas franceses y alemanes, que hoy dominan la economía europea y obtienen enormes beneficios. Eso es lo que París y Berlín quieren defender en Europa, y no la «democracia».
El rearme del imperialismo francés
Esto no significa que las próximas décadas serán «pacíficas». Al contrario. La crisis del capitalismo enfrenta a las potencias imperialistas entre sí. China mira hacia Taiwán y se posiciona en el Pacífico. Estados Unidos proclama su intención de anexar Groenlandia y la zona del Canal de Panamá. Los conflictos por poderes, como los que se están desarrollando en Ucrania, Libia o el Congo, se multiplicarán.
En África o en el Pacífico, el imperialismo francés en declive se enfrenta a la competencia de China y Rusia. En Nueva Caledonia, el levantamiento de los canacos el año pasado hizo temer la pérdida de esta colonia estratégica. La vuelta al poder de Donald Trump significa que Francia ya no puede contar con la ayuda estadounidense para defender su territorio. Más que la «amenaza rusa contra Europa», es el temor a perder sus esferas de influencia lo que explica el redoble de tambores patrióticos y militaristas de la burguesía francesa.
Para defender los beneficios de los gigantes del CAC 40 [el índice de la las grandes empresas de la bolsa de París], el imperialismo francés necesita nuevos barcos, nuevos aviones, etc. Como dijo Macron, esto supone «nuevas opciones presupuestarias e inversiones adicionales […] que requieren la movilización de financiación privada, pero también pública». En pocas palabras, esto significa una nueva ola de políticas de austeridad y una nueva avalancha de dinero público ofrecido a los empresarios del sector armamentístico.
La «condición» de François Ruffin
Los trabajadores y la juventud no tienen nada bueno que esperar de este nuevo brote de fiebre militarista, aparte de nuevos sacrificios, ya sea en su nivel de vida o en su vida en general cuando haya que defender, por las armas, los beneficios de TotalEnergies o del grupo Bouygues.
Ante esto, ¿cómo reaccionan los dirigentes oficiales del movimiento obrero y de la izquierda francesa? Sometidos a la presión de la clase dirigente, capitulan o se hunden en la más absoluta confusión.
Tomemos el caso del «izquierdista» François Ruffin. Entrevistado en RTL el pasado 6 de marzo, es decir, al día siguiente de la belicosa alocución del jefe del Estado, Ruffin declaró estar «de acuerdo con el presidente de la República cuando dice que hay que aumentar nuestro presupuesto de defensa». Pero quiso añadir que «las guerras exigen la unidad de la nación, que se consigue a través de la justicia». Por lo tanto, «los amigos del Sr. Martin» (el presidente de la patronal francesa Medef) «tendrán que pagar impuestos». En resumen, François Ruffin nos dice: «Sí a las guerras imperialistas, pero con la condición de que los grandes empresarios paguen impuestos».
Para que quede claro, en la misma entrevista en RTL, el director de Merci Patron! incluso hizo una analogía histórica al afirmar: «La primera guerra mundial fue el nacimiento en Francia del impuesto sobre la renta»… Los soldados que murieron asfixiados por los gases o ahogados en el barro de las trincheras pueden regocijarse desde el fondo de sus tumbas: no fueron sacrificados para que el imperialismo francés conservara sus colonias, no: ¡murieron para que naciera el impuesto sobre la renta! ¿Debemos deducir que François Ruffin aprobaría una Tercer Guerra Mundial (nuclear) si Macron prometiera, por ejemplo, restaurar el Impuesto Sobre las Grandes Fortunas?
No tendremos la oportunidad de saberlo porque, por desgracia para Ruffin y para la «unidad de la nación», la burguesía francesa no tiene la menor intención de hacer concesiones «sociales». Al contrario: ¡el bombo mediático en torno a la «amenaza rusa» sirve sobre todo para justificar nuevas políticas de austeridad! El 14 de marzo, el ex primer ministro Edouard Philippe lo dijo bastante explícitamente al hablar del «cónclave» sobre las pensiones: «La verdad es que, dadas las amenazas, haríamos bien en reunir a las fuerzas sociales y políticas, no para preguntarles si hay que volver sobre una reforma ya aprobada, sino para preguntarnos cómo adaptarnos a un esfuerzo considerable, casi existencial, en el futuro». No hace falta decir que el «esfuerzo considerable» no recaerá sobre «los amigos del señor Martin», sino sobre los trabajadores, los pobres, los desempleados y los jubilados.
Mientras imponen «condiciones» que saben que nunca se cumplirán, Ruffin y sus semejantes aprueban la mayor parte del discurso de Macron sobre la amenaza rusa y los sacrificios que haría necesarios. En la lucha que enfrenta al imperialismo francés con sus rivales, se ponen del lado de su propia clase dirigente y la ayudan a justificar sus políticas de austeridad. Por lo tanto, serán responsables de sus futuras maniobras criminales en África, el Pacífico u otros lugares.
Impotencia y confusión pacifistas
Por su parte, la dirección de La Francia Insumisa condena el aumento de los gastos militares y las políticas de austeridad que los acompañarán. Pero no tiene nada serio que proponer para luchar contra la escalada militarista en la que están inmersas las grandes potencias imperialistas, entre ellas Francia. En una nota publicada en su sitio web, Jean-Luc Mélenchon ilustró recientemente de manera impactante la impotencia y la confusión de su posición pacifista.
El líder de la FI afirmaba en particular: «Sin la presencia de Ucrania, no puede haber paz discutida o decidida. Es decir, sin sus representantes legítimos negociando y firmando los compromisos que resulten de la discusión. […] Y en la medida en que el objetivo del conflicto ha sido los territorios y sus poblaciones, no debería aceptarse ningún acuerdo al respecto sin consultar y votar a las poblaciones afectadas. Esto bajo los auspicios de la ONU y con control internacional».
Es difícil imaginar una posición más abstracta. Durante más de una década, Ucrania y su «población» no han sido más que un peón en manos de los imperialistas occidentales. Ahora que la derrota es evidente, los estadounidenses están negociando directamente con los rusos. Al igual que el imperialismo de guerra que lo precedió, la paz imperialista se hará inevitablemente a expensas de los trabajadores, y en primer lugar de los trabajadores ucranianos.
La ONU no podrá cambiar nada. Como todo el andamiaje institucional del llamado «derecho internacional», la ONU nunca ha sido más que un foro en el que las grandes potencias imperialistas negociaban para repartirse el mundo y defender sus intereses comunes. La ONU fue la que proporcionó a los imperialistas los pretextos «legales» para la destrucción de Irak en 1991 y la invasión de Haití en 2004. Estos son solo dos ejemplos: la larga lista de crímenes de esta institución, tan querida por Mélenchon, excede los límites de este artículo.
Hoy en día, la crisis económica enfrenta a las potencias imperialistas entre sí. A falta de intereses comunes sobre los que los imperialistas puedan ponerse de acuerdo, la ONU está paralizada. Las declaraciones de su secretario general, Antonio Guterres, no han tenido más impacto en la guerra de Ucrania que las del Papa Francisco.
Lo mismo ocurre con la «conferencia fronteriza bajo los auspicios de la OSCE» que Mélenchon prevé para «tener en cuenta los conflictos existentes y resolver los enquistados». Cuando los imperialistas están dispuestos a arriesgarse a una guerra para defender sus intereses, no es una «conferencia», aunque esté organizada por la OSCE, la que los hará retroceder.
Por otra parte, aunque condena las declaraciones de Macron sobre la «amenaza rusa», Mélenchon afirma que se necesitan nuevos gastos militares: «Los franceses deben dotarse de todos los medios para garantizar la seguridad de todas sus numerosas fronteras en el mundo. ¿Es Francia dueña de su situación en el Oyapock y el Maroni, en el Océano Índico y el Caribe, en la Antártida y el Pacífico? No lo creo. Ya no lo es en sus puntos vulnerables en Francia, como por ejemplo con los objetivos que son sus centrales nucleares, especialmente en las regiones vitales del país… Y tampoco lo es en lo que respecta al control de sus líneas de suministro. También en este caso necesitamos una revisión de la soberanía».
No es la primera vez que el pacifismo abstracto e impotente de los dirigentes de la FI les lleva, al final, a abogar por el fortalecimiento del militarismo francés. En la primavera de 2023, cuando el gobierno de Borne presentó una Ley de programación militar por un importe récord de 413.000 millones de euros, la FI presentó un «contraproyecto» que exigía gastos aún mayores.
Como escribimos entonces, «la posición completamente errónea de la dirección de la FI […] es una prolongación de su política reformista». Incapaces de cuestionar el capitalismo francés, los dirigentes reformistas se ven obligados a aceptar también su política exterior, ya sea de forma abiertamente nacionalista, como Ruffin, o de forma abstracta y archiconfusa, como Mélenchon.
Por un internacionalismo de clase
Hay que destacar que existe una excepción a este coro de capitulaciones y confusiones. El ala izquierda de la CGT, «Unidad CGT», ha adoptado una posición que, por su claridad y justeza, contrasta con la del resto de la izquierda y del movimiento obrero.
En un documento de análisis y perspectivas publicado en su sitio web, los camaradas de Unité CGT definen correctamente la guerra en Ucrania como «una guerra imperialista proxy». Añaden: «El afán de Estados Unidos, luego de Francia y de la UE por apropiarse de las tierras y el subsuelo ucranianos, así como de las jugosas cuotas de mercado del reconstrucción, ha revelado la realidad del apoyo «desinteresado» de las potencias occidentales a la guerra en Ucrania».
Luego, tras denunciar los planes de «rearme masivo y colosal […] prometido a todo el continente europeo», escriben: «En este contexto, la «izquierda» y los sindicatos, incluido nuestro CGT, no pueden permitirse ambigüedades sobre el tema de la guerra. Decir que el esfuerzo de defensa y militar no debe ser un pretexto para deshacer las políticas sociales no puede ser suficiente. Necesitamos un bloque social, sindical, político y asociativo contra la guerra. […] Hablar como lo hace Sophie Binet [secretaria general de la CGT] de una «internacional reaccionaria» de Moscú a Washington […] contra la que, en el fondo, sería «legítimo» armarse, nos parece entrar en una lógica de bloque imperialista contra bloque imperialista, cuando el único bando que deberíamos defender es el de los trabajadores, de Francia y del mundo. Además, este discurso también pasa por alto, y esto es quizás lo más grave, la naturaleza imperialista del Estado francés».
Estamos totalmente de acuerdo, y solo tenemos una cosa que añadir: en última instancia, las guerras y el militarismo son consecuencias del capitalismo. Por lo tanto, la única forma de ponerle fin definitivamente es derrocar este sistema económico que está al borde del colapso. Esto supone construir una Internacional Comunista Revolucionaria a escala mundial y, en Francia, ¡un Partido Comunista Revolucionario!