Para combatir el racismo es fundamental comprender sus orígenes. Para nosotros, los marxistas, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. El racismo es una ideología creada para justificar la explotación de una clase sobre otras, al igual que se han creado otras ideologías, como la xenofobia, el machismo y las discriminaciones religiosas.
Sucede que el racismo surgió junto con el nacimiento del capitalismo. Con la llegada de la Revolución Francesa en 1789, los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad presuponían que todos los seres humanos eran iguales. Así, para mantener el régimen de explotación esclavista por parte de la burguesía, que surgió como clase dominante, se creó la Teoría de las Razas, que justificaría el hecho de que algunos seres humanos pudieran ser esclavizados y tratados de forma infrahumana, al fin y al cabo, serían de “razas” inferiores. Pero en la base de esta ideología estaban los intereses económicos de una clase dominante para explotar la mano de obra barata a escala mundial, hasta el punto de llegar a traficar con seres humanos de un continente a otro, todo ello legitimado por la ley. En otras palabras, son las bases materiales las que estructuran las bases ideológicas. Fueron los intereses económicos los que obligaron a la burguesía a inventar una ideología para justificar la explotación. Y no lo contrario, como afirman muchos activistas del movimiento negro.
La sociedad de clases necesita una base ideológica para mantener a los oprimidos en esta condición de servidumbre, de esclavitud. Al mismo tiempo, divide a la clase obrera, porque al creer la mentira de que nuestras diferencias nos separan, nos impide organizarnos y luchar como clase. Así se propaga el racismo y las teorías de las “luchas de razas”, para enterrar la lucha de clases.
Como dijo Steve Biko, “el racismo y el capitalismo son dos caras de la misma moneda”. Es decir, el racismo es hoy esencial para la supervivencia del capitalismo. Uno no puede vivir sin el otro, especialmente en países semicoloniales como Brasil, donde la explotación de la clase obrera se produjo a través de la esclavitud racista, haciendo que se confundan los instrumentos de la opresión racista y de clase. Como la mayoría de la clase obrera en Brasil es negra, esto significa que reprimir a los negros es necesariamente reprimir a la clase obrera, y viceversa.
Así que las leyes del pasado que criminalizaban a los “vadios”, a los capoeiras, a los sambistas, reprimían de hecho a la clase trabajadora. De la misma manera que hoy la acción policial en los barrios obreros, con la justificación de que se lucha contra la criminalidad, sirve como aparato de represión contra los trabajadores, para que éstos vivan en un clima de miedo.
En Brasil, ser negro es ser tratado como un criminal de antemano. Es decir, el color de nuestra piel garantiza que se nos puedan quitar los derechos más básicos, porque seríamos delincuentes. Incluso la pena de muerte puede ser aplicada por la policía, simplemente declarando que el sospechoso estaba armado.
Sin embargo, no basta con llegar a la conclusión de que sólo hay que denunciar el racismo. Es necesario, por tanto, combatir el régimen económico que permite que esta ideología se propague y actúe.
Por eso, para nosotros, marxistas revolucionarios, para combatir el racismo es necesario combatir el propio capitalismo, es necesario acabar con la sociedad de clases. Para nosotros, la “clase” no es un “marcador social de opresión” más (junto con el género, la religión, la edad, etc.), como afirman hoy muchos activistas y académicos. Para luchar contra el racismo hay que luchar contra el capitalismo, que sólo sobrevive gracias a esta teoría cobarde que nos aplasta, encarcela y mata a los negros a diario. No es posible ninguna ilusión en reformar este sistema podrido, hay que derrocarlo y erigir una nueva sociedad, sin clases y sin racismo.