La llamada “lucha contra el terrorismo” no es otra cosa que un pretexto cínico para alimentar el voraz apetito de la mayor potencia económica y militar del mundo. La arrogancia belicista de George W. Bush refleja la brutalidad de la clase dominante estadounidense, que en su lucha por el control de los recursos, materias primas, mercados, rutas comerciales y esferas de influencia, está dispuesta a destruir cualquier obstáculo que encuentre en su camino. Puede hacerlo con métodos “pacíficos”, es decir,ecir, con la fuerza de su tremendo poder económico, el soborno o la intimidación “diplomática”, y también lo puede conseguir a través del asesinato y la destrucción
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a llamada “lucha contra el terrorismo” no es otra cosa que un pretexto cínico para alimentar el voraz apetito de la mayor potencia económica y militar del mundo. La arrogancia belicista de George W. Bush refleja la brutalidad de la clase dominante estadounidense, que en su lucha por el control de los recursos, materias primas, mercados, rutas comerciales y esferas de influencia, está dispuesta a destruir cualquier obstáculo que encuentre en su camino. Puede hacerlo con métodos “pacíficos”, es decir, con la fuerza de su tremendo poder económico, el soborno o la intimidación “diplomática”, y también lo puede conseguir a través del asesinato y la destrucción, sencillamente es una cuestión de encontrar los medios más apropiados para conseguir estos objetivos. Como hace mucho tiempo explicó Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios.
Desde la desaparición de la Unión Soviética, la clase dominante estadounidense pretende tener el derecho a bombardear, invadir, y si es necesario, ocupar de forma permanente cualquier país que no acepte sus dictados, particularmente, si este país es pobre y débil. La guerra contra Iraq comenzará muy pronto y no lo impedirán ni la absurda mascarada de Blix y sus “inspectores”, ni la vacilación y maniobra diplomática de las potencias europeas.
Desde hace varios meses, la maquinaria belicista asesina de los Estados Unidos, se ha ido concentrando en los estados vecinos de Iraq. La cantidad total de soldados británicos y estadounidenses en la región dispuestos para invadir Iraq, supera los 220.000, a los que se debe añadir los portaaviones, destructores, aviones B52 y otros bombarderos, además de cientos de aviones de combate. En un nivel bajo, la guerra ya ha comenzado, desde el mes de agosto, diariamente, los escuadrones de cazas han estado realizando incursiones en territorio iraquí. Con estas incursiones ya han “fijado” los objetivos militares: las bases iraquíes, los aeropuertos y las instalaciones de artillería, pero las incursiones aéreas también han asesinado a un número considerable de civiles. Bush espera que esta persecución provocará una reacción de Iraq, que pudiera ser calificada como un “acto de guerra” y servir como excusa para lanzar una invasión. Si esto falla, en cualquier caso, la larga lista de cláusulas incluidas en el ultimátum que ha dado la administración Bush a Sadam Hussein está diseñada para que no pueda cumplirla y entonces sirva de justificación para la invasión. El envío de los inspectores de la ONU se ha presentado como la “última oportunidad” para que Iraq evite la guerra. En realidad, fue un intento de manipular a la opinión pública a ambos lados del Atlántico. Pero no ha funcionado. Según las últimas encuestas, la mayoría de los ciudadanos estadounidenses creen que no hay pruebas suficientes que justifiquen una guerra contra Iraq. La mayoría de la población británica se opone a la guerra y, aquí en Francia, las encuestas demuestran que entre el 66 y el 80 % de la opinión pública se opone a la guerra. Esta situación ha provocado dificultades al presidente Jacques Chirac, y ha obligado al ala de derechas del Partido Socialista, que apoyó y participó la guerra contra Iraq de 1991 y las guerras contra Serbia y Afganistán, a oponerse a la presente guerra ¾ aunque de una forma confusa ¾ .
Si, como pretenden, Bush y su perro faldero Blair, tienen pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq, ¿por qué no las hacen públicas? Paradójicamente, las inspecciones, que se suponía tenían que demostrar que Iraq representa una amenaza importante para la paz mundial, han demostrado lo contrario. Un gobierno que, en la misma víspera de la guerra, abre sus arsenales, instalaciones militares, laboratorios, edificios oficiales y ahora incluso las casas de sus habitantes, a agentes que actúan en nombre de las grandes potencias, claramente, no está en situación de atacar a nadie, y es improbable que sea capaz de defender su propio territorio. El régimen iraquí, obviamente, acepta esta situación humillante debido a su posición de extrema debilidad.
Por supuesto, las potencias occidentales, y en particular los Estados Unidos, no han escatimado esfuerzos para enfatizar la naturaleza dictatorial del régimen iraquí. El régimen, encabezado por Sadam Hussein, es una dictadura monstruosa que a cualquier socialista, comunista, sindicalista o individuo con mentalidad democrática, le gustaría ver derrocada. Sin embargo, Sadam Hussein no es menos dictador que cuando todas las grandes potencias, las que ahora hacen sonar los tambores de guerra, armaron y apoyaron a su régimen. Hasta el intento de Sadam de apropiarse de los campos petroleros de Kuwait, los arrestos arbitrarios, la tortura, el asesinato de oponentes políticos, el uso de gas químico contra los kurdos, y todas las demás horribles manifestaciones del régimen de Bagdad, no suscitaban ninguna protesta por parte de los capitalistas occidentales. En realidad, EEUU, Francia y Gran Bretaña suministraban masivamente armas ¾ incluidas armas químicas y bacteriológicas ¾ a Iraq, particularmente durante su guerra contra Irán, también suministraron equipamiento y entrenamiento militar “anti-subversión” y “técnicas de interrogatorio” a la odiada policía secreta de Sadam Hussein, como han hecho con otras dictaduras que hay en el mundo. La información sobre los militantes de izquierda iraquíes que estaba en manos de los servicios secretos occidentales, era suministrada gustosamente a Sadam Hussein, en la práctica, era condenar a estas personas a muerte. La perspectiva de un derrocamiento revolucionario de Sadam Hussein, a los ojos de las potencias imperialistas occidentales, era la peor de las calamidades posibles.
La guerra de 1991 tuvo consecuencias devastadoras en la economía de Iraq, en el bombardeo murieron unos 100.000 civiles. Pero no fue nada comparado con las terribles consecuencias del embargo, que ha demostrado ser un “arma especial de destrucción masiva”. Durante más de una década, se ha sometido a Iraq a un bloqueo económico que, según la UNICEF, ha sido directamente responsable de la muerte de más de 500.000 niños menores de cinco años de edad, principalmente, como resultado de la pérdida de niños recién nacidos, por la ausencia de medicinas básicas y también debido a la malnutrición. El número total de muertes, incluidas las de población adulta, se sitúa en diferentes niveles, depende de las instituciones, pero en general, las cifras oscilan entre 900.000 y 1.200.000 personas. Ahora, años después, la existencia de Sadam Hussein se ha utilizado para justificar la instalación y el fortalecimiento de las bases militares estadounidenses en toda una serie de países en Oriente Medio y Asia Central, EEUU ha cambiado su política, ha abandonado los acuerdos existentes en favor de una nueva guerra y la destitución del actual régimen iraquí. Las razones de este cambio requieren una explicación.
El petróleo y la crisis de Arabia Saudí
El petróleo juega un papel vital en la economía mundial, eso le convierte en la “fuente estratégica” de mayor importancia. Oriente Medio tiene unas “reservas conocidas” no inferiores al 66 % de todas las reservas mundiales, es decir, de la parte de recursos petroleros existentes que se puede extraer con la tecnología y costes actuales. América Latina cuenta con el 9 % de las reservas conocidas, Norteamérica con el 6 % y Europa Occidental con el 2 %. Además, las reservas existentes fuera de Oriente Medio, generalmente, tienen unos costes de explotación mayores, de ahí que la preponderancia de Oriente Medio como suministrador mundial, sin duda, ésta aumentará durante las próximas dos décadas. La producción de petróleo en EEUU, por ejemplo, cayó un 15 % entre 1990 y 2000.
Según un estudio serio publicado en World Energy Outlook, la demanda mundial de petróleo aumentará el 40-50 % entre el momento actual y el año 2025. Con la excepción de Arabia Saudí, ninguno de los estados del Golfo Pérsico posee las reservas y tecnología necesarias para responder al crecimiento de la demanda. Arabia Saudí juega un papel clave en el mercado mundial del petróleo, se ha utilizado este país como un “grifo” que se abría y cerraba según las circunstancias, para influir en el mercado mundial del petróleo y, por lo tanto, para influir en los precios de todos los países importadores ¾ el mayor importador es EEUU ¾ , fuese o no importado el petróleo de Arabia Saudí. El cambio principal, con relación a los últimos años, ha sido la decisión del gobierno estadounidense de abandonar el embargo e ir a la guerra, lo que ha profundizado rápidamente la inestabilidad económica, social y política en Oriente Medio, en general, y en Arabia Saudí en particular.
Durante varias décadas, la monarquía Saudí parecía inquebrantable. Los ingresos del petróleo provocaron una subida general del nivel de vida y el desarrollo de la economía nacional, aunque, incluso durante esta “edad dorada”, la parte del león de los colosales recursos financieros generados por la industria petrolera, fueran a parar a una minúscula minoría de la población, y particularmente, a los miembros de la familia real y sus acólitos. Ahora la economía está en declive. El desempleo, oficialmente, está en la asombrosa cifra del 15 %, cifra que no tiene en cuenta a las mujeres paradas. La creciente impopularidad del régimen ha provocado varias revueltas e incluso motines en las fuerzas armadas. En el pasado, estos incidentes habrían sido cubiertos con un velo de silencio mientras que los culpables eran encarcelados o ejecutados sumariamente. Pero ahora, el malestar ha alcanzado tal nivel que incluso la familia real no puede fingir ignorarlos, las alusiones a los “disturbios” se han deslizado en los discursos públicos de los príncipes y altos dignatarios. Cuando la economía crecía, a Arabia Saudí llegaba mano de obra extranjera de Yemen, Pakistán, Egipto y, desesperadamente, trabajadoras pobres de Indonesia y Filipinas. Los mejores empleos eran para los ciudadanos saudíes. Pero ahora, con el crecimiento del desempleo, el régimen intenta reducir el número de trabajadores extranjeros. Se ha aprobado un impuesto especial que descuenta un 10 % de sus salarios. Esto está creando tensiones sociales nuevas y también admitir que el único futuro que le espera a la juventud Saudí es aceptar trabajos manuales mal pagados que previamente hacían los emigrantes.
La familia real está dividida, reflejando las profundas divisiones que existen dentro de la propia clase dominante. Los enormes beneficios generados por la industria petrolera se invertían cada vez más en el extranjero, así que, al menos del 2000 en adelante, los beneficios generados por las inversiones en el extranjero eran mayores que los conseguidos con el petróleo. En realidad, esta situación probablemente existían mucho antes de esa fecha, ya que una parte considerable de los ingresos en el extranjero nunca se declaran y son invisibles para las estadísticas. Una parte importante de la clase dominante saudí ha llegado a la conclusión de que hay que echar a la familia real ¾ cuyos miembros parecen mezclar, a un ritmo cada vez más alarmante, sus cuentas bancarias personales con las del estado ¾ . De otra forma, estos capitalistas creen que se producirá una explosión social que puede derribar algo más que la familia real. Esta división en la clase dominante es típica de sociedades al borde de la revolución. Los seguidores de la familia real creen que cualquier cambio por arriba puede ser interpretado como un signo de debilidad, que abriría las puertas a un movimiento desde abajo, mientras que los que quieren echar a la familia real ven en esto la única solución para desviar el movimiento. Una consecuencia importante de estas divisiones es el creciente apoyo al fundamentalismo wahabita, del cual Bin Laden es un representante, cuyos ataques a la “corrupción venal” de la camarilla dominante, explotando cuidadosamente el resentimiento contra las bases militares estadounidenses en “la tierra sagrada del Islam”, está reuniendo apoyo popular.
En el momento de la guerra contra el régimen pro-soviético de Afganistán en los años ochenta, la familia real desvió la amenaza de terrorismo interno, ofreciendo ayuda financiera a la oposición fundamentalista, a cambio de un acuerdo para que ésta última limitara sus operaciones a conflictos externos en Afganistán, Argelia, Chechenia y en otras partes. La administración estadounidense en esto vio, en ese momento, un acontecimiento positivo y consideró a los fundamentalistas saudíes como aliados importantes en la guerra contra el gobierno pro-soviético de Kabul. Más tarde, a mediados de los años noventa, las fuerzas fundamentalistas saudíes, financiadas y entrenadas por los regímenes de Arabia Saudí, Pakistán, y por la CIA, participaron en la invasión talibán de Afganistán. Sin embargo, cuando sus antiguos valedores en Washington redujeron el apoyo financiero, las redes fundamentalistas wahabitas comenzaron a atacar intereses estadounidenses e incrementaron la agitación contra el cada vez más vulnerable régimen saudí. Esta amenaza se suma a los problemas de la monarquía, que se enfrenta al descontento creciente de los jóvenes y trabajadores del país. El gobierno estadounidense piensa que los días de la “Casa Saud” pro-occidental están contados, y, a la luz de estos acontecimientos, este temor parece estar completamente justificado.
Esta situación ha convencido a Washington de la urgente necesidad de reducir su dependencia de Arabia Saudí, y sólo puede conseguirlo estableciendo firmemente el control estadounidense sobre la principal fuente alternativa de petróleo, e intenta sumir la posición de suministrador y regulador del mercado que hasta ahora ha ostentado Arabia Saudí. Después de Arabia Saudí, la fuente más importante de petróleo en Oriente Medio se encuentra en Iraq, donde se calculaba en el año 2000 que había unas reservas de petróleo valoradas en 112.000 millones de dólares, lo que supone el 10,8 % de todas las reservas conocidas del mundo. Esta es la primera, y más apremiante razón, para la decisión del gobierno estadounidense de invadir y ocupar Iraq. Y deben hacerlo rápidamente. No quieren que los acontecimientos se precipiten y llegue a Arabia Saudí un régimen hostil antes de que EEUU se asegure el control de Iraq, esto representaría un golpe serio a los intereses del imperialismo estadounidense en Oriente Medio y complicaría considerablemente cualquier ataque futuro a Iraq. Esta nueva guerra está motivada por consideraciones muy serias, de una importancia tan colosal que incluso los estrategas del imperialismo estadounidense pasan por alto los enormes riesgos implícitos en esta operación. Paradójicamente, puede ser que la invasión de Iraq sea lo que finalmente prepare el camino para la caída de la monarquía saudí. Pero para cuando llegue ese momento, si se cumplen sus planes, el ejército estadounidense ya tendrá el control de los pozos petroleros iraquíes.
La invasión de Iraq tiene otros objetivos, que también tienen una enorme importancia estratégica desde el punto de vista del imperialismo estadounidense. Cuando caiga finalmente el régimen de Riad, las fuerzas estadounidenses tendrán que tomar y asegurarse el control de los campos petrolíferos saudíes. La ocupación militar de Iraq facilitaría en gran medida una ofensiva terrestre a gran escala, necesaria para esta tarea. Con el control de Irak y el petróleo saudí, EEUU consolidaría su control sobre las rutas comerciales marítimas, a través del Mar Rojo, el Golfo Arábigo-Pérsico, el Golfo de Omán y el Mar de Omán, dejando a Irán ¾ el otro país en la lista del “eje del mal” de Bush ¾ rodeado por todas parte de baluartes estratégicos estadounidenses, en Pakistán, Afganistán y otros estados vecinos. A estos objetivos fundamentales hay que añadir otro factor en la guerra, que es menos importante en el campo de las relaciones mundiales, pero quizá, sea el más importante de todos en la mente de Bush, es decir, su esperanza de que una guerra victoriosa rápida mejorara sus oportunidades de salir reelegido en las próximas elecciones presidenciales. En EEUU, las cuestiones internacionales y la “amenaza terrorista” se está utilizando para desviar la atención de las consecuencias sociales tan dramáticas que está teniendo la crisis de la economía estadounidense. En realidad, la guerra contra Iraq sólo servirá para empeorar la crisis económica, tanto en EEUU como en el resto del mundo, que es una de las razones para la reticencia expresada por casi todas las principales potencias con relación a esta guerra.
Francia, Alemania y Rusia
Francia, Alemania, Rusia y China, entre otros, se han mostrado poco entusiastas con la guerra en Iraq, por no decir nada. Desde el punto de vista de la clase capitalista europea, las repercusiones negativas económicas, sociales y políticas de una nueva conflagración en Oriente Medio, tanto en la región como en Europa, pesan más que las ventajas de derrocar a Sadam Hussein. Antes de que hayan comenzado las hostilidades, todas las economías europeas se están deslizando más y más en la recesión. La economía de Alemania ¾ de lejos la más importante de Europa ¾ se está frenando con gran estrépito, con una tasa de paro y un déficit público que crecen intensamente. Schröder, expresando la aprehensión de la clase capitalista, es consciente de que la nueva guerra probablemente tenga como consecuencia un crecimiento negativo para Alemania. Los beneficios de los grupos poderosos que dominan la industria y las finanzas alemanas sufrieron mucho con la última guerra de Iraq, pero las consecuencias de esta nueva guerra serían con toda probabilidad mayores. Sin embargo, la interdependencia económica de las principales potencias, que funciona, en última instancia, a favor de la más poderosa entre ellas, significa que incluso el poderoso capitalismo alemán no puede ignorar completamente la presión que ejerce Washington. No es probable que Alemania envíe tropas de tierra para una fuerza de invasión, pero encontrará otros medios menos visibles para contribuir al éxito de la operación, como una concesión a EEUU.
La actitud de Jacques Chirac, en Francia, está motivada por las mismas preocupaciones de su homólogo alemán. La política adoptada por el capitalismo francés con relación a esta guerra, no tienen nada que ver con el aborrecimiento de la violencia o el derramamiento de sangre, más bien tiene que ver con la defensa y la búsqueda de mercados y beneficios. Durante los últimos cincuenta años, en el norte de África y en el África sub-sahariana, en Asia y en Oriente Medio, el imperialismo francés, poco a poco, ha ido perdiendo terreno frente a EEUU y, más recientemente, frente a Alemania. Esto es verdad incluso con relación a los propios “patios traseros” de Francia: Marruecos y Argelia. Los capitalistas franceses han intentado sacar provecho de los conflictos con “estados bribones” como Libia, Irán e Iraq, para reforzar su posición en estas zonas del mundo. Desde París a Trípoli, Teherán y Bagdad han viajado una riada de diplomáticos, funcionarios gubernamentales, representantes de ONG y empresarios, para firmar contratos y conseguir acuerdos, que se supone ya tenían que estar preparados para el momento en que se levantaran los embargos. Cuando negociaron los “acuerdos empresariales preliminares” con Sadam Hussein, principalmente relacionados con la explotación de las reservas petroleras iraquíes por partes de Elf-Total-Fina, pero también la venta de armas, la diplomacia francesa intentó, infructuosamente, que se levantara el embargo. El derrocamiento de Sadam Hussein pondría fin a todos estos acuerdos. Esa es la principal razón por la cual el gobierno francés prefiere evitar la guerra.
Sin embargo, Chirac sabe que la guerra ya es inevitable. Bush atacará Iraq, con o sin Francia, con o sin apoyo internacional, porque, desde el punto de vista del imperialismo estadounidense, como hemos visto, están en juego intereses vitales. Los acuerdos entre Francia y Sadam Hussein caerán con él, en caso de que triunfe la invasión. Por esa razón, Francia está cambiando su posición con relación a la guerra, y ahora empieza a inclinarse a favor de la participación. Si la invasión tiene lugar sin la participación de Francia, entonces no obtendrá nada. Como segundo o tercer violín de EEUU, al menos, podrá obtener una pequeña parte del “botín de guerra”, en términos de contratos de reconstrucción y acceso al mercado interno. Después de haber dicho a las fuerzas armadas que se “prepararan para la guerra”, Chirac niega que haya cambiado su política: “Nada ha cambiado”, dice Chirac, “todo el tiempo he estado diciendo que me opongo completamente a una acción unilateral de EEUU contra Iraq”. En otras palabras, le está diciendo a Bush: “Espero que no vayas, pero si lo haces, ¡por favor cuenta conmigo!”
El problema de Chirac es la oposición popular a la guerra. Los trabajadores y jóvenes, en Francia, como en Gran Bretaña y Alemania, son mayoritariamente hostiles a la guerra, y este es un factor en los cálculos de sus respectivos gobiernos. Intentan ganar tiempo, y junto a Schröder, piden una “nueva resolución de la ONU” antes de que empiece la ofensiva. La vacilación del gobierno francés coincidió con que ciertos miembros de la administración estadounidense, incluidos algunos asesores cercanos a Bush, como Powell y Baker, quienes estando de acuerdo con la absoluta necesidad de una nueva guerra, preferirían, al mismo tiempo, que sus objetivos bélicos estuvieran encubiertos con una “coalición internacional contra el terrorismo”. La infame resolución 1.441 aprobada en las Naciones Unidas, está diseñada para ayudar a los gobiernos europeos a justificar su participación en la guerra. Pero ahora, la administración estadounidense cada vez es más impaciente. Las tensiones entre Washington y París crecen. Chirac y su primer ministro, Raffarin, tienen puesto un ojo en las consecuencias políticas que tendría la participación en la guerra, y otro ojo, en las empresas petroleras y otros grandes grupos capitalistas franceses, que ven que se pueden enriquecer más con la reconstrucción de todo lo que destruya el bombardeo, que si se levantara el embargo al actual régimen iraquí. En el caso de una victoria aliada, los acuerdos entre los intereses de las grandes empresas francesas y Sadam Hussein no valdrán más que el papel en el que se escribieron. Si Francia no participa en la guerra, quedará excluida de los futuros acuerdos empresariales de EEUU.
Rusia, por su parte, también tiene intereses considerables en la defensa de Iraq, y está compitiendo, aquí y en otras partes de Oriente Medio y Asia Central, con la creciente presencia de EEUU. Putin, como la mayoría de líderes europeos occidentales, preferiría evitar una nueva guerra, pero también es consciente de que es inevitable. Que Putin utilice su veto en las Naciones Unidas contra la guerra, no marcará una diferencia significativa, como en el caso de Francia. Ni Putin ni Chirac están entusiasmados con lo que sería una clara demostración de su impotencia en los asuntos mundiales, y este factor les está empujando a alinearse detrás de Bush, quien, consciente del poder persuasivo que tienen las vastas sumas de dinero, ha “sugerido” que los bancos estadounidenses asegurarán el pago rápido de las masivas deudas que ha contraído Iraq con los bancos rusos, además de alguna limosna para Rusia a través el FMI, y por supuesto, “cerrar los ojos” ante la devastadora guerra de Putin en Chechenia.
Egipto y Jordania
Rusia y las principales potencias europeas, están profundamente preocupadas por las repercusiones que una nueva guerra tendría en Oriente Medio, particularmente en Egipto. La población de Egipto, como la mayoría de los países menos desarrollados del mundo, ha sufrido terriblemente las consecuencias de la privatización, los ataques al estado del bienestar, a las condiciones laborales y al sistema educativo. Durante un breve período de la historia del país, después de la construcción de la presa de Asuán, en la época de Nasser, la nacionalización del Canal de Suez y de los bienes británicos y franceses incrementaron enormemente el papel del estado en la economía, y sentó las bases para un aumento gradual del nivel de vida, para mejoras en los servicios sanitarios y educativos, y el desarrollo de un rudimentario estado del bienestar. Este proceso se ha vuelto en su contrario en las últimas décadas, el nivel de vida de la mayoría de la población ha caído continuamente. Con la llegada de la recesión mundial, este declive se ha convertido en un colapso. La moneda nacional cada vez está más devaluada, un 22 % de las transacciones se hacen en dólares. El capital extranjero huye de Egipto, los valores de las acciones en la bolsa de El Cairo llevan tres años de caída consecutiva. Egipto está ahogado por una enorme deuda externa, 26.600 millones de euros. El nivel oficial de desempleo es del 9 %, pero según fuentes no gubernamentales la cifra estaría en el 17 %. Entre los jóvenes menores de 25 años, el paro alcanza el 40 %. Sólo el turismo, que sufrió los efectos del 11 de septiembre, ha ayudado a evitar una catástrofe social y económica. La guerra en Iraq tendrá un efecto negativo particularmente en ese sector. El presidente Mubarak avisó recientemente a EEUU que en una nueva guerra contra Iraq, en las condiciones actuales, “ni un solo líder árabe sería capaz de contener la furia de su población”. En vista de los datos arriba mencionados, está claro que no son palabras huecas.
Egipto no será el único país afectado por la guerra. La economía jordana ha conseguido evitar el colapso a través de ingentes ayudas financieras del gobierno estadounidense y vinculándose a la economía iraquí. Desde el inicio del llamado programa “petróleo por alimentos”, Iraq ha sido el único que ha suministrado petróleo a Jordania, que importa al año5,5 millones de toneladas de petróleo iraquí. Jordania recibe gratis completamente la mitad de este petróleo, y por la otra mitad, sólo 19 dólares el barril, un precio muy por debajo de los precios mundiales, que supone un ahorro anual para Jordania de 800 millones de euros. Iraq también absorbe el 20 % de las exportaciones jordanas. Esta posición ventajosa durante el embargo fue el fruto del apoyo jordano a la guerra de 1991. A cambio del apoyo jordano al imperialismo estadounidense, Washington ha pagado unas ayudas anuales valoradas en 150 millones de dólares en 2001 y 250 millones en 2002. Las exportaciones y los ingresos por el turismo están cayendo. Los efectos inmediatos de la guerra tendrá serias consecuencias políticas y sociales. La mayoría (aproximadamente el 60 %) de las 5 millones de personas que viven en Jordania son de origen palestino. Muchas de las familias palestinas han perdido familiares en las masacres y la represión llevada a cabo por el padre del monarca contra las fuerzas de la OLP durante el Septiembre Negro en 1970. El resentimiento contra el régimen se ve reforzado por el hecho de que los palestinos en Jordania continúan sufriendo unas leyes discriminatorias que limitan sus derechos incluso más que a los demás ciudadanos jordanos. La economía jordana experimentó un auge económica durante mediados de los años noventa, en gran parte basada en la industria de la construcción, pero en el período reciente, el desempleo ha aumentado y el nivel de vida ha comenzado a caer.
La guerra
En caso de que caiga Bagdad, Bush y Powell prevén la creación de un nuevo “protectorado”, donde EEUU pueda ejercer el poder militar y político, basándose en una fuerza de ocupación permanente, detrás de la fachada de una administración iraquí. El nuevo gobierno tendrá que estar formado por los grupos “opositores” que durante la última década han recibido los agasajos de los servicios secretos occidentales. Pero una cosa es poner un escaparate administrativo, y otra la viabilidad de un gobierno formado por traidores a sueldo de las mismas potencias que han provocado la muerte y la destrucción masiva durante la invasión. En cualquier caso, a pesar de su aplastante superioridad militar, la victoria de las fuerzas invasoras no puede garantizarse por anticipado. Bush cuenta con una guerra rápida y decisiva, que termine con la captura de Bagdad. Mubarak en Egipto, la monarquía jordana y la familia real saudí, también rezan por una guerra breve. Esta es una posibilidad, pero no es tan fácil como muchos piensan.
La estrategia básica que adoptará la fuerza invasora estará prácticamente dictada por la configuración geográfica de la zona. El principal empuje de las fuerzas terrestres invasoras probablemente será hacia el sur, en dirección a Bagdad, mientras que otra fuerza, probablemente más pequeña, se dirigirá hacia la frontera turca, hacia la región norteña de Mosul (600.000 habitantes). En estos movimientos podrían estar implicados 250.000 soldados, y cualquier intento por parte de los comandantes iraquíes de encontrarse con los invasores en campo abierto será un suicidio. Evidentemente, es imposible predecir la reacción de los soldados y de la población iraquí en la próxima guerra. Lo que sí sabemos es que en la guerra de 1990, el ejército iraquí fue derrotado en un corto espacio de tiempo, y no hay razones para pensar que la capacidad de lucha en campo abierto sea ahora mayor que antes. No es posible mantener durante mucho tiempo ninguna de las posiciones iraquíes a campo abierto que rodean Bagdad. La batalla decisiva será el control de Bagdad (más de tres millones de habitantes), y es aquí donde Sadam Hussein sin duda intentará concentrar las fuerzas de las que dispone.
Las guerras con frecuencia conducen a las revoluciones, y no se puede descartar una insurrección de masas contra Sadam Hussein en Bagdad, o incluso en otro centro urbano importante, frente al avance de los ejércitos enemigos. En tal caso, no sería una insurrección a favor de los ejércitos invasores, como algunos periodistas europeos imaginan, sino un movimiento provocado por la incapacidad del régimen de defender a la población contra estos ejércitos. Esta perspectiva está implícita en la guerra actual, aunque es imposible decir por adelantado como se van a desarrollar los acontecimientos. Lo que sí sabemos es el terrible alcance de los bombardeos a los que será sometida la población iraquí, esta perspectiva es más que una posibilidad. Las fuerzas terrestres invasoras y las divisiones acorazadas irán precedidas de un bombardeo despiadado sobre Bagdad.
Los generales estadounidenses aparentemente están provocando disensión entre los comandantes iraquíes, algunos de ellos podrían moverse contra Sadam Hussein, arrestarles o asesinarle, asumir el poder y rendirse a los invasores. Esta es una posibilidad. Pero este escenario deja abierta la cuestión de cómo los ejércitos invasores obtendrán el control efectivo de Bagdad. En determinado momento del conflicto, el bombardeo de Bagdad desde el exterior tendrá que cesar, y los ejércitos invasores tendrán que ocupar la capital. De otra forma, los perpetradores del golpe probablemente no podrían mantenerse mucho tiempo en el poder. Los tanques estadounidenses recorrerían las calles de Bagdad, pero se podrían encontrar con la respuesta hostil de la población, que nunca aceptará su presencia. Debemos recordar que el ejército estadounidense ha demostrado ser incapaz de controlar Kabul en el atrasado Afganistán. ¿Cómo podrá controlar una ciudad grande como Bagdad? Hay otras dificultades. En el sureste chiíta de Iraq, está la importante ciudad de Basora, y la frontera con Irán y Kuwait, donde es posible una nueva insurrección, y puede ocurrir lo mismo en el norte kurdo (y hasta cierto punto también chiíta) de Iraq, en la frontera con Turquía e Irán.
Estas complicaciones obligaron al padre del actual inquilino de la Casa Blanca a parar de forma prematura su ofensiva de 1991. La insurrección de la población chiíta planteó la posibilidad de la extensión de la influencia iraní en el estratégico sector sur-oriental. Bush padre, canceló el avance hacia Bagdad y dejó abierto un corredor para que las tropas iraquíes enviadas por Sadam Hussein para que aplastasen la rebelión. Estas dificultades probablemente no se le ha ocurrido a la limitada inteligencia de George W. Bush, quien, como en Afganistán, claramente no ha pensado las cosas hasta el final. La cuestión de cómo ocupar Bagdad y cómo abordar la cuestión kurda y chiíta probablemente afecte a la duración de la guerra y, posiblemente, incluso a su resultado final. Cuanto más dure la guerra, mayores serán las complicaciones para Bush y sus aliados, tanto en casa como en el extranjero. Existe poco entusiasmo ante esta guerra entre los jóvenes y trabajadores europeos, o en EEUU, donde las encuestas han demostrado que la opinión pública estadounidense no está convencida de que esta guerra sea necesaria y justificable. Si la guerra se prolonga, privando así a Bush de una “victoria rápida”, la oposición a la guerra crecerá a ambos lados del Atlántico, como ocurrió con la guerra de Vietnam.
Pero sobre todo, mientras que esta guerra será una nueva manifestación del colosal poder económico y militar que concentra el imperialismo estadounidense en sus manos, también servirá para demostrar los límites de este poder, como hizo la invasión de Afganistán. Creará más problemas de los que resolverá desde el punto de vista del imperialismo estadounidense, aumentando la inestabilidad. No sólo en los países mencionados más arriba, también en Turquía, en Irán, en el norte de África, y en muchas otras zonas del mundo. Las ondas sísmicas, políticas y económicas que provocarán esta nueva conflagración, tarde o temprano, provocarán un tremendo malestar social y explosiones revolucionarias en un país tras otro.
París, 23 de enero de 2003