El pasado sábado 2 de diciembre Cuba celebró la llegada a sus costas del yate Granma y con ella el comienzo de la guerra de guerrillas que dos años mas tarde, bajo el liderazgo de Fidel Castro, acabó con la dictadura de Fulgencio Batista, despejando así el camino para el posterior abolición del capitalismo en Cuba. El pasado sábado 2 de diciembre Cuba celebró la llegada a sus costas del yate Granma y con ella el comienzo de la guerra de guerrillas que dos años mas tarde, bajo el liderazgo de Fidel Castro, acabó con la dictadura de Fulgencio Batista, despejando así el camino para el posterior abolición del capitalismo en Cuba.
La fiesta para celebrar este excepcional hecho histórico, punto de partida de la revolución Cubana, que comenzó como una lucha por la plena soberanía e independencia de la nación cubana frente al imperialismo americano acabó aboliendo el capitalismo, lo que significó enormes logros para las masas cubanas, celebraba también el ochenta cumpleaños de Fidel Castro, que fue pospuesto hace unos meses ante la necesidad de someterlo a una operación quirúrgica para parar una hemorragia intestinal.
La ausencia en una celebración de tal importancia del hombre que ha liderado el país desde el principio de la revolución hasta su inesperada enfermedad, ha provocado una ola de rumores sobre su estado de salud. Hay opiniones para todos los gustos; desde los que piensan que está a las puertas de la muerte a aquellos que creen que su condición médica le habría permitido acudir a la revista militar del sábado en la Habana, pero que su ausencia se debió a una decisión adoptada colectivamente entre el mismo Fidel y sus colaboradores mas próximos para evitar enviar mensajes contradictorios al pueblo cubano sobre la extensión de la transferencia de poderes, que parece ser total.
Sea lo que sea, lo que parece claro es que Fidel no volverá a tomar el timón del Estado Cubano otra vez y que la transferencia de poderes a aquellos en quienes los había delegado antes de entrar al quirófano será irreversible.
El papel de Fidel como líder de la revolución y el Estado cubanos no se puede infravalorar. Especialmente, su empecinada resistencia a traicionar las conquistas fundamentales de la revolución en los duros años que siguieron a la caída del stalinismo. Eso es algo que tanto los amigos como los enemigos de la revolución cubana saben muy bien. Es por eso que el cambio en el liderazgo del Estado abre la posibilidad de un giro en su dirección política que no excluye un movimiento hacia la reintroducción del capitalismo en la Isla.
Esta es la manera en al que El País expresó la opinión de la burguesía civilizada española en su editorial del martes 5 de diciembre, donde bajo el título El gran ausente, se expresaba en los siguientes términos:
"De éste (Raúl Castro) siempre se ha dicho que no tiene ni la personalidad ni el carisma de Fidel. Sin embargo, lo que sí resulta cada vez más verosímil es que sea él quien conduzca los primeros compases de la transición, o al menos la transformación del régimen, que para algunos ya ha comenzado."
"Es evidente, en cualquier caso, que la isla caribeña está a punto de entrar en un nuevo ciclo político (…) La actual cúpula dirigente subraya que la Cuba sin Fidel será gobernada por el Partido Comunista y por el Ejército. Resulta en cierto modo lógico que así sea, en una primerísimo fase, puesto que no existe una oposición de partidos organizada. Pero antes o después, los sucesores tendrán que facilitar la vía para la reforma democrática y la economía de mercado. Será importante para entonces el papel que desempeñe Washington. Tendrá que hacer un ejercicio de flexibilidad para suprimir cosas tan poco fructíferas como han sido el embargo y favorecer, como algunos diplomáticos de la actual Administración de Bush sostienen, el desarrollo de la corriente más pragmática del castrismo. Lo contrario puede bloquear la transición y alentar el caos."
La lógica detrás de estás palabras es, más o menos, así:
Nadie en la isla, salvo nuestros amigos y agentes, está muy interesado en la reintroducción del capitalismo, incluso si éste viene disfrazado bajo la forma de "reformas democráticas y economía de mercado". De este modo, sólo podemos hacer realmente una cosa; intentar ganarnos a esos elementos dentro del aparato del Estado que puedan ser más proclives a seguir un la línea similar a la tomada por las burocracias comunistas de China y Vietnam. Ésta es la estrategia más segura que podemos seguir: usar el aparato del Estado para desmantelar todas las conquistas de la revolución, disolviendo así la base social sobre la que descansa, y desmoralizando a las masas. Una vez hayamos logrado esto, fundaremos un nuevo Estado burgués sobre la base de la propiedad privada de la tierra y los medios de producción y las organizaciones políticas que nuestros amigos y agentes han construido durante el proceso de descomposición.
Éstas son las esperanzas y la estrategia con las que la burguesía internacional, especialmente la norteamericana y la española, gustan de entretenerse en este momento. Así, las palabras de Raúl Castro en su discurso del pasado sábado, cuando anunció su disposición a "resolver en la mesa de negociaciones el prolongado diferendo entre Estados Unidos y Cuba, claro está, siempre que acepten, como ya dijimos en otra ocasión, nuestra condición de país que no tolera sombras a su independencia y sobre la base de los principios de igualdad, reciprocidad, no injerencia y respeto mutuo", sin ser una novedad en sí mismas, son, sin embargo, vistas bajo una luz diferente por una burguesía desesperada por poner sus manos en la Isla.
La situación en América Latina y en el mundo, sin embargo, es completamente distinta a la que acontecía en los años 80 y primeros 90 del pasado siglo. Nadie se cree ya la fraseología neoliberal que tanto ayudó a la ofensiva ideológica de la burguesía contrarrevolucionaria. Más claro que nunca, el capitalismo, incluso si la impronunciable palabra es guardada bajo siete llaves, es mayoritariamente visto como un sistema en una crisis profunda con nada que ofrecer a las masas trabajadoras salvo desesperación, sufrimiento, muerte, enfermedad y hambre. Esto es especialmente así en Latinoamérica, y Cuba no es excepción.
En este contexto, el futuro de la economía planificada en Cuba depende más del futuro desarrollo de la revolución en Venezuela que de los guiños que la administración norteamericana pudiera hacer a ciertos sectores e individuos del Partido Comunista, el Estado o el ejército cubanos.
Hugo Chávez, de acuerdo con los últimos datos hechos públicos por el CNE (Comité Nacional Electoral), habiendo sido escrutados el 91.24% de los votos, ha recibido 7.161.367 votos, el 62,89% de los votos válidos emitidos, y ha ganado en todos y cada uno de los Estados que forman la república. Esto demuestra, sin lugar a dudas, la capacidad de organización, la madurez política y el deseo de un profundo cambio social en las masas Venezolanas.
Ésta es una impresionante victoria para la revolución y, como Chávez reconoció en su alocución a las masas bolivarianas reunidas en Miraflores para celebrar la victoria, "el pueblo de Venezuela se ha reelegido a sí mismo; no han votado por Chávez, sino por un proyecto con nombre propio: el socialismo bolivariano, el socialismo venezolano."
Esto es cierto. Los obreros, campesinos, estudiantes, amas de casa, indígenas, pobres de las ciudades, la clase media progresista, resumiendo, todos aquellos que votaron por Chávez lo han hecho en la creencia y la confianza de que Chávez es capaz de completar la revolución.
Es también cierto que esta misma gente que tan deseosa está de completar la revolución, de hacerla irreversible, puede no tener una idea clara de cómo hacerlo. Sin embargo, una cosa esta clara; quieren hacer irreversible su revolución para asegurar el desarrollo del país y una vida decente para todo el mundo. No quieren a la oligarquía y a sus amos imperialistas de vuelta. "No volverán" es una de las proclamas más populares entre las masas revolucionarias de Venezuela. Su realización necesariamente significa la realización de la revolución, su conclusión.
Esto no puede conseguirse con una mentalidad de resistencia, con una actitud conciliadora hacia el enemigo. Sólo un audaz movimiento ofensivo para neutralizar el poder de la oligarquía puede sentar las bases para mayores avances. La oligarquía tiene en sus manos partes importantísimas de la economía venezolana. Poseen gran parte de la capacidad productiva y financiera del país y, como dueños que son de ello, deciden qué producir, cómo y para quién. Es decir, son ellos los que deciden la forma que Venezuela tiene en el presente y la que tomará en el futuro.
La revolución no puede depender de la redistribución de los ingresos derivados de los altos precios del petróleo. El objetivo último de la revolución es el desarrollo de las fuerzas productivas del país: incrementar la productividad y así, como se reconoce en la constitución bolivariana, garantizar una vida digna y plena para el conjunto del pueblo venezolano. Es decir, sentar las bases para la emancipación de la raza humana
Prácticamente, es imposible alcanzar estos objetivos si los medios de vida se mantienen en las manos de la oligarquía. Ésta no tiene interés alguno en el desarrollo del país. La prueba de ello es la situación en la que se encontraba el país hasta la primera victoria de la revolución bolivariana, después de 200 años de dominación burguesa e imperialista.
Una actitud vacilante por parte del gobierno bolivariano será desastrosa para el futuro de la revolución. El hecho de que la oposición haya aceptado los resultados electorales sin formar "guarimba" es prueba de su debilidad y de la fortaleza de la revolución. Si hubieran intentado algún truco habrían sido aplastados por la fuerza de las masas revolucionarias. Su aceptación de los resultados no es más que un cambio de estrategia que se adecua a su necesidad de supervivencia y su debilidad.
Creer que se han transformado en una oposición democrática y que no echarán mano de la violencia, de cualquier medio necesario, para derrocar al gobierno bolivariano cuando se sientan con la fuerza para ello es una estupidez de calibre mayor. No aprovechar el impulso poderoso que la victoria del domingo ha dado a las fuerzas revolucionarias en Venezuela; no ir a la ofensiva por prejuicios y consideración hacia la oligarquía y sus amos imperialistas sería darles espacio y tiempo para reorganizarse y, al mismo tiempo, desorganizar nuestras propias fuerzas.
La contrarrevolución no ha sido derrotada por completo. La del domingo es sólo una victoria estratégica. En términos militares podría compararse con el establecimiento de una cabeza de puente, lo que da cobertura al despliegue de la masa del ejército, pero que puede ser retomada por el enemigo si este despliegue de mayores fuerzas no se llega a concretar.
La burguesía ha sido derrotada en el frente electoral. Sin embargo, sabemos que en el último análisis la victoria o la derrota de la revolución, su suerte, no será decidida en el juego parlamentario, sino en las calles, los cuarteles y las fábricas. En ese sentido, la oligarquía se ha manejado muy hábilmente en estas elecciones para reconstruir su base social. La campaña electoral de Rosales ha galvanizado entorno suyo al divido campo escuálido y le ha dado un propósito. Ahora se han reorganizado como no lo habían estado nunca desde el referéndum revocatorio de 2004. No pueden resistir una ofensiva revolucionaria, pero pueden aguantar juntos a la espera del momento propicio para golpear de nuevo.
Chávez cuenta con el apoyo militante de las masas para completar la revolución. No hay ninguna excusa para no llevar la revolución hasta el final. La nacionalización bajo control obrero de la banca, la tierra y las grandes industrias monopolísticas es una tarea urgente. Ésta medida tiene un doble objetivo. Primero, neutralizar el poder de la contrarrevolución. Segundo, poner los medios de producción bajo el control de aquellos que están directamente interesados en su desarrollo.
No es suficiente tampoco con la nacionalización de estas palancas de la economía. Es también necesario que el Estado se ponga al servicio y bajo el control de las masas trabajadoras. Es decir, es necesaria la creación de un verdadero Estado obrero. Como el mismo Chávez dijo el domingo al celebrar la victoria revolucionaria, este nuevo Estado sólo puede construirse a través de una guerra total contra la corrupción y la burocracia. En esta lucha el programa de cuatro puntos para la construcción del Estado obrero ofrecido por Lenin en 1917 en El Estado y la revolución es la base más sólida sobre la que construir.
1) Elecciones libres y democráticas con el derecho a revocar a todos los funcionarios.
2) Ningún funcionario deberá recibir un salario superior al de un trabajador calificado.
3) No al ejército permanente sino el pueblo en armas.
4) Gradualmente, las tareas de la administración será realizadas por todos y cada uno por turnos ("cuando todo el mundo es un burócrata, nadie es un burócrata")
Esta es la única manera de dar cumplida cuenta a las demandas del pueblo venezolano. Esta es la única forma de que el "No volverán", ese deseo que se grita desde lo más profundo del corazón de todos y cada uno de los luchadores revolucionarios en Venezuela y del mundo, se convierta en una realidad. Esta es, también, la única forma de asegurar un futuro socialista para Cuba que no sólo preservará las conquistas fundamentales de su revolución sino que construirá y se desarrollará sobre ellas.
¡Adelante al socialismo!
Por una Federación Socialista de Cuba y Venezuela!
Por una Federación Socialista de América Latina!