Se supone que la libertad de expresión es una piedra angular de la democracia. Todas las opiniones, incluso las más desagradables, deben poder competir en un mercado abierto de las ideas. El capitalismo, nos han dicho, es el único sistema capaz de facilitar tal tolerancia; el comunismo, por otra parte, aplastaría la disidencia bajo el talón de hierro de la conformidad y la “línea del partido”. Sin embargo, mientras escribimos estas palabras, estudiantes y personal académico están siendo golpeados y arrestados en docenas de campus universitarios de los Estados Unidos capitalista por sus opiniones “inaceptables”. Mientras tanto, los comunistas somos los únicos que defendemos la libertad de expresión desde nuestra propia perspectiva de clase.
Bajo un régimen democrático burgués formal, cualquiera puede decir (más o menos) lo que quiera, siempre que los bancos y los grandes monopolios decidan lo que ocurre. Pero en tiempos de crisis, la capacidad nominal de la gente corriente para decir lo que piensa es vista por los capitalistas como una amenaza a su autoridad. Lejos de ser un derecho inmutable, la libertad de expresión se está convirtiendo en un lujo peligroso que la clase dominante no puede permitirse. Como su propaganda no consigue influir en la opinión pública, la tendencia es a aumentar la represión.
En los últimos siete meses, millones de personas han salido a las calles para protestar contra la matanza de Israel en Gaza, que está siendo armada, financiada e instigada por todos los países imperialistas occidentales. Esta oposición en masa contra su aliado clave en Oriente Medio amenaza sus principales intereses geopolíticos y miles de millones de dólares en inversiones. Así, las llamadas democracias liberales de toda Europa Occidental han prohibido las marchas de solidaridad y han enviado a la policía a detener y acosar a los manifestantes. Mientras tanto, su prensa prostituta ha calificado las manifestaciones pacíficas contra la guerra como turbas antisemitas, para justificar la represión de la “incitación al odio”.
Especialmente, la oleada de campamentos de protesta en todo los rincones del país en las universidades de EE. UU. ha desenmascarado la hipocresía de la burguesía.. Estudiantes y profesores exigen a sus instituciones que desinviertan de Israel, que masacra a civiles. ¿Acaso no es éste el derecho de los manifestantes? ¿No está la libertad de expresión consagrada en la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense? ¿No se supone que las universidades prestigiosas como Columbia, Harvard, el Instituto Tecnológico de Massachusetts son centros de debate abierto?
La clase dirigente y sus agentes siempre pueden encontrar excusas para limitar la libertad de expresión alegando amenazas a la seguridad pública, cuyo umbral fijan ellos mismos. La prensa del establishment y los políticos de los dos principales partidos de Estados Unidos han desatado una oleada de histeria, pidiendo que los manifestantes sean expulsados, detenidos e incluso deportados, alegando la “seguridad de los estudiantes judíos”. Aunque los estudiantes judíos antisionistas han tenido una participación destacada, y la única violencia real ha venido de las autoridades universitarias que han llamado a la policía y a las tropas estatales, armadas con porras, balas de goma y material antidisturbios.
Toda la situación tiene similitudes inquietantes con la matanza de la Universidad Estatal de Kent en 1970, donde guardias nacionales mataron a tiros a cuatro estudiantes que protestaban contra la guerra. Esto ocurrió en medio de un movimiento de protesta en todo el país que amenazaba los cimientos del imperialismo estadounidense, y por lo tanto incurrió en una brutal represión. Por ejemplo, en 1968 en Columbia, más de 700 manifestantes contra la guerra fueron detenidos en un solo día. También podríamos citar la ofensiva de Ronald Reagan contra el movimiento “Free Speech” (Libertad de expresión) en Berkeley en la década de 1960, o el Temor Rojo y la cacería de brujas de McCarthy. En todos estos casos, la clase capitalista estadounidense no estaba dispuesta a permitir que un trozo de papel como la Primera Enmienda se interpusiera en el camino de sus intereses.
En los últimos años, los derechistas se han quejado de la “supresión de la libertad de expresión”, especialmente en las universidades, en respuesta a la supuesta supresión de las opiniones conservadoras y anti-LGBT por una omnipresente “agenda woke“. Por ejemplo, el gobernador republicano de Texas, Gregg Abbot, se jactó en 2019 de firmar un proyecto de ley para proteger la libertad de expresión en los campus. Cinco años más tarde tuitea un video de policías estatales disolviendo un campamento en Austin con el pie de foto:
“Estos manifestantes deben ir a la cárcel… Los estudiantes que se unan a protestas llenas de odio y antisemitismo en cualquier colegio o universidad pública de Texas deberían ser expulsados”.
Comparemos también la tendencia de la policía a tratar a los manifestantes de extrema derecha con guantes de seda, mientras maltrata a los trabajadores y a los jóvenes que protestan contra la injusticia. La aplicación de los derechos de libertad de expresión en la práctica protege en gran medida el derecho de los reaccionarios a escupir odio, al mismo tiempo que limita la oposición a los crímenes del capitalismo.
No sólo los reaccionarios abiertos, sino también los liberales y reformistas han demostrado su descarada doble moral en esta cuestión.
Por ejemplo, hace unas semanas, hubo un escándalo porque un tribunal belga clausuró una conferencia de extrema derecha sobre el “nacional conservadurismo”. Periódicos y políticos de todas las tendencias, que durante meses habían aplaudido la represión de las manifestaciones a favor de Palestina, denunciaron esta afrenta a la libertad de expresión, y la conferencia siguió adelante. Mientras tanto, días antes una “Conferencia sobre Palestina” en Alemania fue clausurada unilateralmente por el gobierno socialdemócrata de Olaf Scholtz. A algunos ponentes, entre ellos el ex ministro de Finanzas griego Yannis Varoufakis, se les prohibió toda actividad política en el país. A nuestros demócratas liberales les bastó con encogerse de hombros.
“¡Pero el comunismo niega totalmente la libertad de expresión!”, protestan los burgueses. “¡Bajo el régimen comunista, el partido controlaría la prensa!”. ¿Y quién controla la prensa bajo el capitalismo? Como explicó Lenin: “los explotadores, los terratenientes y los especuladores poseen 9/10 de las existencias de papel prensa, de las imprentas”. Hoy en día, el 90% de los medios de comunicación en Estados Unidos están controlados por sólo seis corporaciones, propiedad a su vez de capitalistas cuyos intereses están ligados al statu quo, y en quienes se puede confiar para defenderlo en letra impresa. Mientras tanto, el acceso privilegiado de los políticos burgueses a los medios de comunicación significa que sus opiniones tienen mucho más peso que las de los simples mortales.
Los periodistas individuales están sometidos a una inmensa presión del Estado, los anunciantes y sus editores para que no se salgan del redil. Los pocos que se atreven a desafiar la línea del establishment acaban condenados al ostracismo, expulsados del trabajo, o peor: como en el caso de Julian Assange, que se pudre en la cárcel por sacar a la luz los crímenes del imperialismo estadounidense.
La situación no mejora en Internet. Elon Musk, uno de los hombres más ricos del mundo, compró Twitter con el propósito declarado de ‘permitir que floreciera la libertad de expresión’. Pero se le ha acusado de explotar la plataforma para atraer la atención de sus amigos y admiradores reaccionarios, al tiempo que estrangula a los izquierdistas. Multimillonarios como Mark Zuckerberg colaboran con el Estado para facilitar la vigilancia de nuestras actividades en línea. Mientras tanto, el gobierno de EE.UU. prohíbe TikTok por decreto para fastidiar a China, incluso mientras la propia TikTok censura contenidos arbitrariamente. Mientras los medios de comunicación sean un juguete de los ricos y estén enredados con sus intereses, nunca serán libres.
“Bueno, los comunistas nunca permitirían opiniones disidentes a su dominio de partido único”, replican los burgueses. De hecho, había una gran diversidad de opiniones dentro y fuera del Partido Bolchevique, antes y después de la Revolución Rusa. El propio Lenin estuvo ocasionalmente en minoría en varias cuestiones clave, que se resolvieron mediante el debate.
Si bien es cierto que finalmente se abolieron las facciones y los partidos y se suprimió la prensa disidente, esto ocurrió en medio de una Guerra Civil, en la que el régimen luchaba por su vida. Los partidos opositores apoyaron abiertamente la contrarrevolución zarista que pretendía ahogar en sangre la revolución. Nombren un solo régimen capitalista en la historia que permitiera la libertad de prensa y de organización a una facción rebelde durante un conflicto civil. Citando a Abraham Lincoln, que prohibió la prensa pro-esclavista y anti-guerra en el Norte durante la Guerra Civil Americana:
“¿Debo fusilar a un simple soldado que deserta, mientras que no debo tocar ni un pelo de la cabeza de un astuto agitador que le induce a desertar? Creo que en tal caso silenciar al agitador y salvar al muchacho no sólo es constitucional, sino también una gran misericordia”.
La libertad de expresión y la revolución rusa
Nuestros enemigos sólo pintan una cara de la Revolución Rusa. La revolución también fue testigo de un derroche de energía intelectual y creativa por parte de personas que por fin podían decir lo que pensaban sin que la policía secreta zarista les respirara en la nuca. Los obreros y campesinos de a pie ansiaban expresarse. Incluso la reaccionaria administración de Woodrow Wilson tuvo que reconocer lo siguiente:
En plena Guerra Civil, como cada unidad del ejército y cada soviet local quería tener su propio periódico… hubo una gran proliferación de publicaciones. Al final de la Guerra Civil había más publicaciones periódicas impresas en Rusia que en tiempos de paz.
Dadas las terribles circunstancias, esto es notable. La expresión artística también floreció bajo los bolcheviques. Antes de la degeneración estalinista, prevalecía una gran permisividad en materia cultural. Así lo admite incluso el historiador conservador de Oxford Max Hayward:
[La función principal de la censura revolucionaria] era impedir la publicación de obras abiertamente contrarrevolucionarias… No interfería con la libertad literaria básica en cuestiones de forma y contenido.
Además, el gran dramaturgo ruso Stanislavski, que no era bolchevique, declaró en 1928: “Cuando los acontecimientos políticos de nuestro país nos sorprendieron… nuestro Gobierno no nos obligó a teñirnos de rojo y fingir ser lo que no éramos”. Lejos de acabar con la libertad de expresión, la revolución dio voz a millones de rusos al quitarles de la garganta el férreo control del zarismo y empezar a poner en sus manos las riendas de la sociedad.
Los comunistas llamamos hoy a la defensa inquebrantable de la libertad de expresión por parte de la clase obrera, utilizando sus organizaciones combativas y sus métodos de lucha. No porque tengamos una creencia supersticiosa en derechos universales aplicables a todas las personas, en todo momento, en todos los mundos posibles. Sino porque nuestra clase puede utilizar los asideros democráticos para hacer avanzar sus intereses. Del mismo modo, los capitalistas atacan la libertad de expresión y arman aún más su aparato represivo para preservar sus intereses de clase.
La brutalidad de la represión burguesa de la solidaridad con Palestina está enseñando a una nueva generación una dolorosa pero importante lección: no hay garantía de la libertad de expresión bajo el capitalismo, es un arma en la lucha de clases. Utilizando esta arma, además de todos los demás medios a nuestra disposición, los comunistas pretendemos desmantelar el sistema que pone la prensa, la cultura y el aparato del Estado a disposición de una minoría parasitaria especuladora.
Luchando por la revolución, el fin del capitalismo y un futuro socialista, pretendemos abrir las universidades, los medios de comunicación y el mundo de la cultura a las masas, dando por primera vez voz a miles de millones de hombres y mujeres.