La Iglesia Católica argentina, por estos días está pugnando para dar por terminado los planes sociales, porque ha “descubierto” que alrededor de ellos se acumulan importantes niveles de corrupción, y aduce además que estos planes fomentan la vagancia y atentan contra la “cultura del trabajo”. La Iglesia Católica argentina, por estos días está pugnando para dar por terminado los planes sociales, porque ha "descubierto" que alrededor de ellos se acumulan importantes niveles de corrupción, y aduce además que estos planes fomentan la vagancia y atentan contra la "cultura del trabajo". No nos extenderemos sobre el absurdo que significan estos argumentos, pero recordemos que los planes sociales son alrededor de 1.600.000, casi todos (1.400.000) manejados por los gobernadores, intendentes, diputados y senadores, con la ayuda de los punteros políticos.
Y apenas 200.000 los manejan los movimientos de desocupados, una parte de los cuales responden al gobierno (FTV-CTA, Barrios de pie). Y a esto hay que agregarle que la Iglesia, sigue insistiendo en la contraprestación apremiando al gobierno para que aumente los controles, o sea cumplir con tareas y horarios por $150 miserables pesos, algo que efectivamente ocurre en algunos sectores de la administración pública, presionando sobre el salario y condiciones de los trabajadores ocupados.
De trabajo genuino o universalización de un subsidio a los desocupados, ni hablan los obispos. Vale decir, que su intención no es acabar con los niveles de corrupción que la Iglesia señala (aunque claro, no da un solo nombre) sino acabar con la enorme "competencia" que le ha significado el armado de las redes sociales que los movimientos sociales y políticos (la mayoría de ellos de izquierda) han tejido alrededor de esos planes, con todos los límites que ello puede tener.
Y es que ante la desidia de las grandes patronales, de los políticos, y de la hipocresía de la Iglesia, los trabajadores desocupados se organizaron y por medio de una feroz lucha que llegó a costarle la vida a varios de ellos, arrancaron los recursos que el Estado niega, para el día a día, para subsistir, para comer, para construir, y además lo acompañaron con la lucha por el cambio social.
Sería interesante que, hablando de la cultura del trabajo y orientar mejor los recursos del Estado, la por todos bancada Iglesia Católica se desprendiera, a manera de ejemplo, de los subsidios que recibe para impartir educación religiosa, de los subsidios para sostener económicamente a cientos de sus religiosos, a sus edificios, seminarios, fundaciones e institutos.
Como la picardía criolla dice: "no robe, el Estado no admite competencia", aquí podríamos decir que la Iglesia se inclina por el: "para dar comida a los pobres, los comedores de Dios no admiten competencia".