Tras el estallido de diciembre del 2001, la burguesía argentina quedó claramente dividida y desorientada. A pesar de que meses después pudo retomar la iniciativa, continúa en crisis. Carece de una política para el largo plazo, porque sólo encuentra inestabilidad e incertidumbre. Por ello llamaron a elecciones para el 27 de abril a la Presidencia y Vicepresidencia de la Nación. La convocatoria de elecciones en junio del 2002 obedeció a una política de corto plazo. Tras la masacre de Avellaneda y lay la indignación social que le siguió, necesitaban una maniobra desesperada para desviar la atención de la población de lo que ocurría en la calle y orientarla a los caminos más seguros del parlamentarismo burgués. Tras el estallido de diciembre del 2001, la burguesía argentina quedó claramente dividida y desorientada. A pesar de que meses después pudo retomar la iniciativa, continúa en crisis. Carece de una política para el largo plazo, porque sólo encuentra inestabilidad e incertidumbre.
Por ello llamaron a elecciones para el 27 de abril a la Presidencia y Vicepresidencia de la Nación. La convocatoria de elecciones en junio del 2002 obedeció a una política de corto plazo. Tras la masacre de Avellaneda y la indignación social que le siguió, necesitaban una maniobra desesperada para desviar la atención de la población de lo que ocurría en la calle y orientarla a los caminos más seguros del parlamentarismo burgués. Se plantearon estas elecciones sin un candidato fiable. Finalmente optaron por Kirchner, que sólo se diferencia de los demás candidatos peronistas porque tiene la ventaja de aparecer menos ligado al pasado de corrupción de la vieja dirigencia peronista.
Crisis del peronismo
El peronismo está inmerso en una crisis sin precedentes, con la presencia de tres candidatos para la presidencia de la nación. En estas divisiones se mezclan intereses personales, pero también se expresan diferentes sectores de la clase dominante. En el fondo, Menem, Kirchner y Saá son lo mismo, sólo representan a diferentes alas de la burguesía. La pelea entre ellos es para ver qué sector de la oligarquía y el imperialismo se queda con la mayor parte de las plusvalías extraídas a la clase obrera argentina. López Murphy y Carrió están en la misma pelea, pero por afuera del peronismo.
No es fácil predecir de antemano el resultado de las elecciones. Lo que sí está claro es que todos estos candidatos burgueses contarán con recursos ilimitados para hacer llegar su mensaje a las masas. Los burgueses que los apoyan les harán llegar cuantiosos fondos para montar su campaña, como ya está ocurriendo. Monopolizarán la presencia en los medios de comunicación públicos y privados mientras que los candidatos de la izquierda serán silenciados.
Las elecciones siempre fueron un terreno difícil para la izquierda, que se maneja mejor en la lucha en la calle, donde se hacen notar los activistas de la clase obrera y la juventud. En cambio, en unas elecciones participan todas las capas de la población, incluidas las más inertes y atrasadas, que resultan más fáciles de seducir por la masiva propaganda de la burguesía a través de los medios masivos de comunicación que ella controla, y con la proclamación de todo tipo de propuestas demagógicas que nunca cumplirán. Ante la inexistencia de una organización de izquierda que aparezca ante las amplias capas de la clase obrera y la juventud como una organización fuerte, influyente, con posibilidades reales de vencer a las otras formaciones burguesas es posible que un sector de la población descontenta no vaya a votar, pero otra gente sí lo hará apoyando al candidato burgués que ellos entiendan que será el "mal menor".
Los trabajadores no tienen nada que ganar con ninguno de estos candidatos patronales. Ningún obrero con conciencia de clase debe votar y depositar su confianza en ninguno de ellos, llámense Menem, Saá, Kirchner, Carrió o L. Murphy. Sea cual sea el candidato burgués que finalmente se instale en la Casa Rosada, su política y su programa le serán dictados por la oligarquía nacional y los monopolios extranjeros.
A modo de balance
Después de un año de intensa actividad de masas transitamos una etapa de relativa tregua social. En la medida que el entusiasmo revolucionario que acompañó el accionar de las masas en las primeras semanas, luego de la caída de De la Rúa, no se concretó en un cambio fundamental y decisivo en la sociedad ni en sus condiciones de vida, resultó inevitable una caída temporal en el movimiento, que ya se palpaba en los últimos meses del año pasado .
Pero debemos comprender que etapas como éstas son inevitables, en el marco de un proceso más amplio. Son etapas que abren un período de reflexión y de asimilación de experiencias. Nuevos acontecimientos, nuevos hechos volverán a golpear la conciencia de las masas, insuflarán aire fresco a los activistas e incorporarán a capas más amplias, que hasta ayer no participaron en el movimiento, situando el proceso revolucionario iniciado en diciembre del 2001 a un nivel superior.
Es verdad que la clase dominante pudo recomponer parcialmente la situación después del pánico mortal que experimentó tras la caída de De la Rúa. Ello fue debido a varios factores.
No existía una organización revolucionaria de masas que pudiera representar una alternativa para la clase obrera, impulsando y desarrollando los organismos embrionarios de poder obrero y popular que se hicieron presentes en esas semanas, en los barrios y en las empresas. La burocracia sindical apoyó desde el primer momento al gobierno peronista, frenando las luchas de los trabajadores. La brutal caída de la actividad económica que se produjo durante la primera mitad del año, con decenas de miles de despidos y un aumento vertiginoso de los precios, tuvo el efecto de paralizar a los trabajadores que se aferraron con uñas y dientes a su puesto de trabajo. Los planes sociales del gobierno Duhalde, si bien representan una miseria para las familias pobres y de desocupados, también jugó un cierto papel en amortiguar los choques sociales. En este sentido, la política de concertación de las conducciones de las organizaciones piqueteras más numerosas (FTV-CTA y CCC) también tuvo el efecto de contener y, sobre todo, de dividir al movimiento piquetero.
Por último, los partidos y organizaciones de izquierda en la Argentina son pequeños, con una presencia débil dentro del movimiento obrero organizado, salvo dentro del movimiento piquetero. No obstante, la situación abierta en diciembre del 2001 ofrecía condiciones inmejorables para aumentar su influencia dentro de la clase obrera con la condición de que se hubieran dirigido al movimiento de una forma no sectaria, con un lenguaje amistoso y no basado en denuncias estridentes e insultos, y mediante la táctica del frente único en todos los campos de actividad: movimiento sindical, marchas, movimiento piquetero, asambleas barriales e, incluso, en el campo electoral. Sin embargo, esto no se hizo o se hizo insuficientemente.
La burguesía no ha resuelto nada
A pesar de todo, la burguesía argentina no resolvió nada; simplemente aplazó los enfrentamientos inevitables con el conjunto de la clase obrera. El principio de acuerdo con el FMI implicará, en la segunda mitad del año, aumento de tarifas y recorte de gastos sociales para sacar la plata con que pagar la deuda externa a partir de agosto, deuda que aumentó por la indemnización a los bancos de 13.000 millones de dólares, por la "pesificación" de los créditos.
La actividad económica en el 2002 volvió a descender bruscamente, el PBI descendió un 12%, después de 5 años consecutivos en recesión. El reanimamiento actual y temporal de algunos sectores de la economía nacional, en un contexto de crisis económica internacional, no cambiará fundamentalmente esta situación.
La aguda crisis del capitalismo argentino está siendo cargada sobre las espaldas de la clase obrera. Pero esto va a tener consecuencias muy profundas. Toda esta situación está acumulando frustación, apretar de dientes e indignación, preparando una explosión de la lucha de clases en un futuro cercano. Las recientes huelgas de los ferroviarios, trabajadores del subte, docentes y pasantes telefónicos son sólo los primeros síntomas del despertar de la clase. Los activistas deben estar preparados para una súbita recuperación de las luchas de la clase obrera, precisamente para no caer en la impaciencia ni en el pesimismo.