La Transición española: el fraude del siglo

0
173

Al calor del debate de investidura de Rajoy con el apoyo implícito del grupo parlamentario socialista, ha resurgido una vez más el papel de la llamada Transición española y de los dirigentes de la izquierda, como Santiago Carrillo, en aquella época. Aprovechamos la ocasión para publicar un extracto del prólogo del marxista británico Alan Woods al libro de Félix Morrow sobre la revolución española de los años 30 (“Revolución y contrarrevolución en España”), donde aborda el papel de la Transición y, en particular, la responsabilidad en la misma de la entonces dirección del Partido Comunista de España.

Contrarrevolución bajo un disfraz democrático

La clase obrera española pagó un precio terrible por las políticas falsas, la cobardía y la completa traición de sus dirigentes [en la guerra civil española]. Los fascistas se tomaron una venganza terrible sobre los trabajadores. Hasta un millón de personas murieron en la propia Guerra Civil. Decenas de miles más fueron asesinadas en el período inmediatamente posterior a la derrota. El mundo entero pagó también un precio terrible. Esa derrota de los trabajadores españoles eliminó el último obstáculo para una nueva guerra mundial que terminó con la muerte de 55 millones de personas.

Tomó mucho tiempo antes de que el proletariado español pudiera recuperarse del trauma. Pero a pesar de las duras y peligrosas condiciones, los trabajadores españoles recuperaron gradualmente su espíritu de lucha. En la década de 1960 las primeras huelgas de los mineros de Asturias anunciaron la re-emergencia del proletariado como fuerza revolucionaria. Y durante todo el período que le siguió, fue la clase obrera quien encabezó la lucha contra la dictadura con extraordinaria valentía y determinación.

Cuando Franco murió finalmente el 20 de noviembre de 1975, España estaba una vez más atrapada en las garras de un levantamiento revolucionario. Los trabajadores más avanzados comprendían instintivamente que no bastaría con derrocar la dictadura de Franco, sino que más bien lo que se requería era destruir sus raíces. El movimiento tuvo un carácter claramente anticapitalista. La huelga general de Vitoria en marzo de 1976, con la aparición de elementos de doble poder, fue el punto culminante de este magnífico movimiento. La masacre de los trabajadores de Vitoria en marzo podría haber sido la señal para una huelga general indefinida. Pero una vez más, los dirigentes del PCE se pusieron primero a buscar un pacto con la burguesía.

En enero de 1977, el brutal asesinato de cinco abogados de Comisiones Obreras en el barrio de Atocha de Madrid, por un grupo de pistoleros fascistas, provocó un sentimiento de furia en la clase obrera. El ambiente, como muy bien recuerdo, estaba al rojo vivo. Pero una vez más los dirigentes del PCE pusieron los frenos. El funeral de los abogados se convirtió en una manifestación masiva que paralizó Madrid. Todo el país habría respondido a una convocatoria de huelga general, o incluso a un levantamiento. Pero el servicio de orden del PC silenció cualquier consigna o cántico, e impidió que se desplegara cualquier bandera o pancarta. Los trabajadores se vieron obligados a marchar en silencio, ahogándose en su rabia.

Los dirigentes del PCE estaban ansiosos por demostrar a la burguesía que podían ser confiables para mantener a las masas bajo control. Lo que querían no era la revolución, sino un acuerdo con la burguesía. Habían puesto en marcha la “Junta Democrática”, que incluía a ex fascistas. Para no quedarse fuera de juego, los dirigentes del Partido Socialista (PSOE) lanzaron su propio Frente Popular, la “Plataforma Democrática”. A espaldas de la clase obrera y de las bases del PCE, Carrillo llegó a un acuerdo con Adolfo Suárez, el líder del fascista Movimiento Nacional – el partido único franquista – que fue nombrado por el rey Juan Carlos como presidente del gobierno.

Con el fin de cerrar el acuerdo, los dirigentes obreros no sólo accedieron a renunciar a la lucha contra el capitalismo. Incluso abandonaron las reivindicaciones democráticas más elementales, como la abolición de la monarquía. Todo esto era un anatema para la inmensa mayoría de los trabajadores, tanto socialistas como comunistas, que durante años habían estado arriesgando sus vidas en la lucha contra el régimen de Franco.

La “Transición” – el fraude del siglo

Pactos, acuerdos, consenso, coaliciones con la burguesía: todo esto se había convertido en el pan de cada día de los estalinistas durante décadas. Por supuesto, estamos hablando aquí de los dirigentes. Las bases comunistas nunca habían abandonado su lealtad a la lucha de clases y al socialismo. Aceptaron con los dientes apretados los dictados de los Líderes, consolándose con que estas claudicaciones eran meramente “tácticas”, que fueron dictadas por necesidad, y que en el futuro el Partido saldría con sus verdaderos colores. Pero nunca lo hizo. Este oportunismo sin principios no era táctico sino orgánico.

Cuando Santiago Carrillo murió, la prensa liberal burguesa publicó los tributos más elogiosos para el hombre que los salvó. Un agradecido Juan Carlos fue a visitar su lecho de muerte sólo dos horas después de su fallecimiento, diciendo que el ex secretario general del PCE había jugado un “papel fundamental” en el establecimiento de la democracia en España. Esa es la pura verdad. Carrillo y los otros dirigentes del PCE jugaron un papel clave en el debilitamiento del movimiento revolucionario de la clase obrera y en ayudar a la burguesía a restaurar su control cada vez que se le escapaba de las manos. Por supuesto, los dirigentes del PSOE no eran ni una pizca mejores, pero no comandaban el tipo de apoyo que estaba en manos del PCE y de Comisiones Obreras y que controlaban en ese momento.

El resultado de estas intrigas palaciegas fue ese aborto abominable bautizado como la “Transición Democrática”. Este fue el fraude del siglo. La llamada Transición Democrática fue una traición a todo por lo que los trabajadores españoles habían estado luchando. El viejo régimen se mantuvo prácticamente intacto, aunque ahora ungido con un poco de aceite “democrático”. Los viejos cuerpos represivos se mantuvieron como estaban. La Guardia Civil continuó disparando a los manifestantes, torturando y asesinando a los presos en las cárceles. Los privilegios monstruosos de la Iglesia Católica Romana, ese baluarte de la contrarrevolución fascista, se dejaron intactos, una carga intolerable sobre el pueblo español. Los vastos ejércitos de monjas y sacerdotes permanecieron a cargo de sus escuelas, y sus sueldos pagados por el contribuyente.

Ni una sola persona fue castigada por los crímenes, asesinatos y atrocidades de la dictadura. Los asesinos y torturadores caminaban libremente por las calles donde podían reírse en la cara de sus víctimas. Se suponía que el pueblo español debía simplemente olvidar el millón que murió en la Guerra Civil. Los libros de historia fueron reescritos de tal manera que se suponía que nada de esto había sucedido. Las fosas comunes, donde miles de cadáveres sin nombre yacían debajo de olivares y puertos de montaña, fueron dejadas tranquilas para no impedir que los turistas admiraran la vista del paisaje.

Lo más difícil de aceptar para todos los trabajadores fue el reconocimiento de la Monarquía. Hubo un sentimiento de amarga decepción. Miles de activistas que habían sacrificado tanto, arriesgado sus vidas, perdido su trabajo, sufrido encarcelamiento, palizas y torturas, renunciaron a los partidos socialista y comunista con indignación. Esto preparó el camino para un reflujo prolongado en el movimiento obrero, que ha durado hasta hace muy poco.

La venganza de la historia

Santiago Carrillo y los otros dirigentes del PCE defendieron un “compromiso histórico” entre conservadores y comunistas. En realidad, fueron los primeros quienes ganaron todo, mientras que los comunistas lo perdieron todo. El PCE pagó el precio por el oportunismo de sus dirigentes. Su voto se redujo drásticamente, mientras que el del Partido Socialista aumentó ¡Por supuesto! Si hay dos partidos obreros, uno grande y uno pequeño, con políticas y programas similares, los trabajadores votarán por el mayor de los dos. En los años que siguieron, el PCE vio declinar su influencia; su militancia y su voto se hundieron. Se ha convertido en una sombra de lo que fue. Este partido una vez poderoso ha sido disuelto prácticamente en Izquierda Unida. Se trata de un destino trágico para un partido que fue construido a través del heroísmo y del sacrificio de una generación de militantes obreros que arriesgaron sus vidas en la lucha clandestina contra la dictadura de Franco.

Sin embargo, al calor de la actual crisis económica y social en España, tanto el Partido Comunista como Izquierda Unida están experimentando una recuperación. Eso es bastante natural. Los trabajadores y la juventud radicalizada están buscando una manera de salir del callejón sin salida del capitalismo. Están buscando la bandera del comunismo – la bandera de la revolución socialista. El Partido Comunista hoy sigue siendo, con mucho, el mayor contingente dentro de Izquierda Unida, y ha mostrado recientemente signos de moverse hacia la izquierda, lo cual tiene que ser celebrado. Las bases comunistas están volviéndose cada vez más críticas con su propio pasado, en particular con la llamada transición democrática.

Sienten instintivamente que la posición privilegiada de la Iglesia y de la Monarquía es una violación intolerable de los derechos democráticos básicos, y tratan de regresar a las genuinas tradiciones del comunismo, a las ideas de Marx y de Lenin. Están diciendo: “El régimen de 1978 está acabado” ¡Sí! Pero lo que se necesita es un debate profundo y honesto sobre el pasado y un análisis de los errores que se cometieron. Es necesario romper totalmente con las políticas del “consenso”, de pactos y alianzas con la burguesía. El Partido Comunista debe defender una política comunista, una política leninista basada en la completa independencia de clase y en una lucha contra todas las formas de privilegio, de opresión y de dominación de clase. El Partido Comunista debe luchar por el socialismo, no en palabras sino en los hechos, no en un futuro oscuro y lejano, sino aquí y ahora.

Más de tres décadas después de la traición de la Transición, España se mueve de nuevo hacia un levantamiento revolucionario. El país se enfrenta ahora a un enorme desempleo y a la crisis económica más profunda desde hace décadas. Después de un largo período de relativa quietud, hay claros signos de un resurgimiento de la lucha de clases. En 2011 tuvimos el impresionante movimiento de la juventud revolucionaria, con cientos de miles de indignados que ocuparon las principales plazas de las ciudades españolas. Más de seis millones de personas, de acuerdo con una encuesta de opinión de IPSOS, dijeron que habían participado de un modo u otro en el movimiento.

Ha habido protestas masivas contra las medidas de austeridad del gobierno de Rajoy, huelgas generales y el impresionante movimiento de los mineros, que recordaba las tradiciones de la década de 1930. Sólo en 2012, hubo dos huelgas generales de 24 horas. También ha habido movimientos masivos contra los recortes en educación, un movimiento exitoso contra la privatización de la sanidad en Madrid, grandes manifestaciones y acciones directas para resistir los desahucios y embargos, el movimiento victorioso en el barrio de Gamonal (Burgos) contra la especulación urbanística, las huelgas indefinidas de los maestros de Baleares, de los trabajadores de Panrico, de la limpieza de Madrid, de Coca Cola, etc.

Sin embargo, para tener éxito estos movimientos requieren una expresión política organizada.  La nueva generación de activistas está buscando ideas, una bandera y una organización. Pero los dirigentes de los principales partidos obreros no han aprendido nada y lo han olvidado todo. Por lo tanto, no es de extrañar que la juventud despliegue desconfianza y escepticismo hacia los dirigentes y partidos que no ofrecen una alternativa clara a la injusticia, el caos y la criminalidad del capitalismo. Y están buscando respuestas a las muchas preguntas sin respuesta que quedan del pasado. La erupción repentina de PODEMOS en la escena fue una expresión gráfica de este hecho. Ha proporcionado un canal para la expresión de toda la ira y la frustración que se han ido acumulando en la sociedad española durante décadas.

El rápido ascenso de PODEMOS es un reflejo de la incapacidad de las viejas direcciones de presentar un programa revolucionario que pueda atraer a los jóvenes y trabajadores. Ha atraído a muchas de las capas más activas y enérgicas de la sociedad. Ha despertado grandes esperanzas. Pero carece de muchas cosas: una organización democrática debidamente estructurada y un programa socialista claro y sin ambigüedades. Hay un debate en curso, que puede resolver estas deficiencias. Pero la condición previa para esto es un análisis serio, honesto y crítico de los errores del pasado. El único camino para que los trabajadores españoles aseguren su victoria futura es aprender las lecciones de la revolución española de 1931-1937 y de la guerra civil. Sin esta comprensión estarían condenados a cometer errores similares y a sufrir el destino de sus padres y abuelos

Todos los intentos de enterrar el pasado han fracasado. En su búsqueda de la “memoria histórica”, la nueva generación está excavando las tumbas, y rescatando los restos mortales de las víctimas del fascismo. Al hacerlo, no sólo están luchando por la justicia. También están luchando para recuperar las genuinas tradiciones de las generaciones pasadas. Después de todo, ¿qué esperanza hay para un país que ha perdido su pasado? Cuando un hombre o una mujer sufren de amnesia, van a un médico para recibir tratamiento. Cuando todo un pueblo sufre de amnesia colectiva es necesario suministrarle el tratamiento más drástico. Los poderosos intereses creados desean mantener el pasado de España cerrado y bajo llave. Pero la clase obrera y todas las fuerzas vivas del Estado español exigen la verdad y no estarán satisfechas con menos que eso.

En el orden del día está planteado un retorno a las décadas de 1930 y 1970, pero a un nivel cualitativamente superior. Después de décadas de vivir una mentira, la gente está cuestionando la propia naturaleza de la infame “Transición a la Democracia”. Las banderas republicanas están ondeando de nuevo desafiantes en las manifestaciones. Son vistas por muchos en el movimiento comunista y en Izquierda Unida como un símbolo de la lucha contra un régimen reaccionario y en bancarrota que se impuso al pueblo como parte de una estafa “democrática”. Y tienen bastante razón. Ningún progreso será posible hasta que esta estafa quede desacreditada y sea derribada.

Hoy la Revolución Española sigue siendo una fuente de inspiración inmensa. Trotsky dijo que la clase obrera española pudo hacer no una, sino diez revoluciones. Ésta desplegó un tremendo coraje, iniciativa y energía. Pero al final fracasó, y el pueblo español pagó un precio terrible por ese fracaso. Por tanto, es esencial que la nueva generación preste mucha atención a las razones de esa derrota. Y no hay mejor manera de entender las lecciones de la década de 1930 que leer este libro.

Es la tarea de los marxistas españoles llevar las lecciones del pasado a la clase obrera y a la juventud. Los dirigentes reformistas ya no tienen el mismo dominio férreo sobre la clase obrera que tenían en el pasado, mientras que el anarquismo en España es una mera sombra de lo que fue. La crisis mundial del capitalismo coloca de nuevo en el orden del día la transformación socialista de la sociedad. Es el deber de todos los trabajadores conscientes estudiar las lecciones de la revolución española, y el libro de Félix Morrow proporciona la clave comprender que es una precondición necesaria llevar la lucha a una conclusión victoriosa. En palabras de George Santayana: “El que no aprende de la historia siempre estará condenado a repetirla”.

Londres, 1º de septiembre de 2014