La banca en la sombra: una bomba de tiempo bajo la economía estadounidense

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Durante meses, hemos sido testigos de una situación de lo más peculiar. Por un lado, el capitalismo global ha entrado claramente en una fase prolongada de crisis que se manifiesta en todos los niveles. Por otro lado, el mercado bursátil estadounidense está en auge.

La economía mundial se encuentra sumida en unos niveles de inversión históricamente bajos y se enfrenta a las consecuencias de que todo el tejido del comercio internacional se haya visto desgarrado por los aranceles y las guerras comerciales de Trump. La confrontación actual entre Estados Unidos y China se está descontrolando con medidas proteccionistas de represalia.

Dos conflictos importantes, la guerra de Ucrania y la crisis en Oriente Medio, están lejos de resolverse, mientras que Trump está provocando una nueva crisis en el Caribe, que podría afectar a toda América Latina. Mientras tanto, los Estados se están ahogando en niveles de deuda sin precedentes, incluidos China y todos los países capitalistas avanzados. Así, la principal herramienta de intervención estatal que dio al sistema una salida a crisis anteriores —como la de 2008 o, más recientemente, la pandemia de COVID-19— ha perdido ahora su eficacia.

La capacidad del Estado para acudir al rescate y evitar el colapso del sistema, abriendo las arcas públicas para rescatar a los sospechosos habituales o subvencionando la salida de las convulsiones sociales, se ve socavada por los niveles actuales de deuda estatal. Esto se resume en el cierre del Gobierno de Estados Unidos el 1 de octubre, y no se vislumbra el fin de la parálisis actual.

A diferencia de hace 17 años, hay que añadir a esto la experiencia de una combinación prolongada y tóxica de austeridad para la gran mayoría y niveles obscenos de riqueza concentrada en manos de unos pocos ricos. Esto ha producido un resentimiento endémico y creciente entre las masas, y una profunda desconfianza hacia todas las instituciones del dominio burgués, tanto nacionales como internacionales.

La crisis del capitalismo, incluso antes de llegar al punto de una recesión mundial, ha ido deteriorando las condiciones de vida de la gran mayoría, alimentando la inestabilidad social y política y una ola revolucionaria global.

Alarma entre los estrategas del capital

Mientras tanto, como si nada de lo anterior estuviera sucediendo, el auge del mercado bursátil estadounidense bate un récord tras otro en una marcha triunfal. Como un agujero negro, está absorbiendo los ahorros de la clase media estadounidense y el capital ocioso del mundo en una estafa de prometidos, pero inverosímiles, altísimos rendimientos en el sector de la inteligencia artificial.

Al igual que la orquesta del Titanic que se hundía, los comentaristas y asesores económicos siguen alabando las maravillas de los mercados «alcistas». Por ejemplo, Goldman Sachs se esforzó por explicar que esta situación es muy diferente de las burbujas del pasado, porque, según ellos, las tasas de beneficio son altas y los balances de las empresas son buenos.

Sin embargo, la melodía está adquiriendo ahora un tono más siniestro. El espectáculo debe continuar, porque la pena por no alimentar más la burbuja será su desaparición repentina, con consecuencias catastróficas.

Sin embargo, hay notas disonantes. En las últimas semanas, varios estrategas del capital internacional han hecho una serie de declaraciones alarmantes. Todos coinciden en lo siguiente:

  1. El auge actual de los mercados bursátiles estadounidenses es insostenible.
  2. Una «corrección» grave (léase: caída) no solo es probable, sino que puede ser inminente.
  3. El nivel sin precedentes de exposición de los ahorros de las familias estadounidenses al mercado bursátil hará que dicha «corrección» sea extremadamente dolorosa.
  4. Es dudoso que el impacto de dicha «corrección» pueda minimizarse como en la crisis de las puntocom de 2001, o salvarse con un rescate como en 2008; y,
  5. finalmente, cualquier cosa que ocurra en Estados Unidos tendrá profundas repercusiones a nivel mundial.

La atención se centra en la reciente quiebra de dos empresas estadounidenses, Tricolor y First Brands. Lo más notable es que no estamos hablando aquí de la quiebra de nada comparable a Tesla, Alphabet o un gran banco. Estas dos empresas eran de tamaño considerable (First Brands empleaba a 26 000 trabajadores), pero relativamente desconocidas.

Una de ellas, Tricolor, ofrecía préstamos de alto riesgo a personas sin acceso a préstamos bancarios para el mercado de coches usados. La segunda, First Brands, era un gran proveedor de repuestos sin marca para automóviles. Su quiebra ha dejado un agujero de muchos miles de millones de dólares, pero no es la magnitud de las pérdidas lo que más preocupa.

La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, admitió que la preocupación por los sectores de capital privado y crédito privado de Estados Unidos era «la cuestión que me quita el sueño de vez en cuando».

Reflexionemos sobre ello. ¿Qué son el capital privado y el crédito privado? ¿Y por qué debería perturbar el sueño de la directora del FMI?

Si lo analizamos más detenidamente, lo que surge es una conexión problemática entre el sistema financiero estadounidense y la banca en la sombra no regulada (crédito privado), que ha surgido en EE. UU. para eludir las regulaciones introducidas tras la crisis de 2008. Este sector parece haber crecido significativamente desde la pandemia, lo que alimenta la preocupación de que ahora pueda afectar gravemente a todo el sistema financiero estadounidense.

Esto es una prueba más de lo que hemos estado diciendo todo este tiempo: el capitalismo nunca puede ser regulado; al final, la búsqueda del máximo beneficio encuentra la manera de eludir incluso las normas y reglamentos más probados y bien concebidos, por no hablar de los improvisados y de mala calidad.

El problema es que nadie parece tener una idea clara de la magnitud del problema, y de ahí la pérdida de sueño en ciertos círculos.

Crédito privado y banca «paralela»

El colapso de Tricolor, y especialmente de First Brands, reveló la omnipresencia del sistema bancario en la sombra de Estados Unidos. Este sector, cuyo valor se estima ahora en unos 4 billones de dólares, no está regulado y ha crecido hasta alcanzar un tamaño que lo convierte en una amenaza sistémica.

En 2008, tras dar un paso atrás desde el precipicio, los capitalistas prometieron «nunca más», mientras se embolsaban enormes rescates con dinero público. Sus pérdidas fueron nacionalizadas y, en la práctica, convertidas en deuda pública. La factura se presentó a la clase trabajadora en forma de recortes en el gasto público social y austeridad.

Por otra parte, se introdujeron regulaciones más estrictas, que obligaban a los bancos a aumentar significativamente la cantidad de capital que mantenían en relación con la cantidad que prestaban, y se introdujeron criterios más estrictos para la concesión de préstamos. Estas medidas limitaron el acceso al crédito de las empresas más arriesgadas, dejando un vacío que fue llenado por la banca en la sombra.

First Brands se está convirtiendo en un caso de estudio. En los últimos años, llevó a cabo una serie de adquisiciones financiadas con deuda para alcanzar una posición dominante en el mercado de repuestos de Estados Unidos. A primera vista, puede parecer que un plan de expansión demasiado ambicioso ha fracasado. Sin embargo, hay una otra capa.

«Hasta hace poco, la empresa contaba con un colchón de efectivo considerable, pero utilizaba deuda privada o «banca en la sombra» para obtener préstamos contra facturas, lo que en la práctica le permitía mantener la deuda fuera de su balance y convertir una empresa con 26 000 empleados en una empresa financiera más que en un proveedor de piezas de automóvil.» (El énfasis es nuestro).

Entre los que alertan sobre las implicaciones de estas quiebras se encuentra el gobernador del Banco de Inglaterra (BoE), Andrew Bailey. Comparó el colapso de Tricolor y First Brands con la crisis de las hipotecas subprime que precedió a la crisis financiera de 2008.

En su comparecencia ante la Comisión de Regulación de los Servicios Financieros de la Cámara de los Lores, Bailey explicó que la gran pregunta que se plantea hoy en día es si estas dos quiebras son casos aislados o si son «el canario en la mina de carbón».

«No quiero parecer demasiado pesimista, pero la razón adicional por la que esta cuestión es importante es que, si nos remontamos a antes de la crisis financiera, cuando se debatía sobre las hipotecas subprime en Estados Unidos, la gente nos decía: «No, es demasiado pequeño para ser sistémico; es idiosincrásico». Esa fue una decisión errónea».

Bailey continúa: «Sin duda, estamos empezando a ver, por ejemplo, lo que antes se llamaba «trocear y dividir» y «tranchar» las estructuras de los préstamos, y si se estuvo involucrado antes y durante la crisis financiera, las alarmas empiezan a sonar en ese momento».

La vicegobernadora del Banco de Inglaterra, Sarah Breeden, reforzó este análisis:

«Se trata de un alto apalancamiento, de opacidad, de complejidad y de normas de suscripción débiles. Son cosas de las que hablábamos en abstracto como fuente de vulnerabilidad en esta parte del sistema financiero, y que parecen haber estado en juego en el contexto de estos dos impagos».

En otras palabras, Breeden está diciendo: «Sospechábamos que algo muy inquietante estaba ocurriendo a gran escala en el sector del crédito privado, que es opaco y no rinde cuentas. Ahora tenemos pruebas concretas».

A ellos se suman otras voces. Jamie Dimon, director de JPMorgan Chase, un banco que se enfrenta a una pérdida de 170 millones de dólares por la quiebra de Tricolor, dijo: «Mi antena se activa cuando suceden cosas así. Probablemente no debería decir esto, pero cuando ves una cucaracha, es probable que haya más».

La «antena» del Sr. Dimon ha detectado acertadamente la magnitud del problema. Volviendo a la calidad (o falta de ella) del sueño del director del FMI, la clave para resolver el rompecabezas la proporciona una reciente investigación del FMI, que estima que los bancos estadounidenses y europeos han prestado 4,5 billones de dólares a empresas de crédito privado, fondos de cobertura y otros prestamistas no bancarios.

Esto significa, según The Economist, «que lo que ocurre en el crédito privado es más importante para los bancos, y viceversa. Ninguno de los dos sería inmune a una recesión general de la economía o al aumento de las quiebras. En privado, tanto los inversores como los banqueros se preocupan por que los criterios de concesión de préstamos hayan sido demasiado laxos últimamente». (El énfasis es nuestro)

Otro comentario del gobernador del Banco de Inglaterra, Bailey, revela lo desconectados que están los principales actores del sector del capital privado de los peligros que plantea la situación actual: «Hace unos meses participé en una reunión con personas del mundo del capital privado y el crédito privado que, por supuesto, me dijeron que todo iba bien en su mundo, salvo por el papel de las agencias de calificación, y yo les respondí: «No vamos a volver a repetir esa película, ¿verdad?»».

Así que los responsables del Banco de Inglaterra creen que estamos repitiendo lo que ocurrió antes de 2008. ¿Qué podría salir mal?

¿Cómo se compararía una caída de la bolsa estadounidense hoy en día con crisis anteriores?

Gita Gopinath, antigua directora gerente adjunta del FMI, escribió un interesante artículo de opinión para The Economist en el que explicaba por qué una crisis en el mercado bursátil estadounidense tendría consecuencias a nivel mundial. Gopinath señala:

«… hay buenas razones para temer que el repunte actual pueda estar preparando el terreno para otra dolorosa corrección del mercado. Sin embargo, las consecuencias de tal caída podrían ser mucho más graves y de alcance más global que las que se sintieron hace un cuarto de siglo.

En el centro de esta preocupación se encuentra la enorme exposición, tanto nacional como internacional, a las acciones estadounidenses».

La burbuja está atrayendo a todo el mundo. Los hogares estadounidenses han aumentado considerablemente sus participaciones en el mercado bursátil estadounidense. Los inversores extranjeros —especialmente de la UE—, los fondos de cobertura y los fondos de pensiones han invertido capital en acciones estadounidenses.

«Esta creciente interconexión significa que cualquier caída brusca de los mercados estadounidenses tendrá repercusiones en todo el mundo».

Lo más interesante del artículo de la Sra. Gopinath es que intenta cuantificar sus estimaciones.

«Para poner en perspectiva el impacto potencial, calculo que una corrección del mercado de la misma magnitud que la caída de las puntocom podría acabar con más de 20 billones de dólares en riqueza para los hogares estadounidenses, lo que equivale aproximadamente al 70 % del PIB estadounidense en 2024. Esto es varias veces mayor que las pérdidas sufridas durante la crisis de principios de la década de 2000.

Los inversores extranjeros podrían enfrentarse a pérdidas patrimoniales superiores a 15 billones de dólares, es decir, alrededor del 20 % del PIB del resto del mundo. A modo de comparación, el estallido de la burbuja puntocom provocó pérdidas extranjeras de alrededor de 2 billones de dólares, lo que equivale aproximadamente a 4 billones de dólares actuales y menos del 10 % del PIB del resto del mundo en ese momento.

En resumen, es poco probable que una crisis bursátil actual provoque una recesión económica breve y relativamente benigna como la que siguió al estallido de la burbuja puntocom. Ahora hay mucho más patrimonio en juego y mucho menos margen político para suavizar el impacto de una corrección. Las vulnerabilidades estructurales y el contexto macroeconómico son más peligrosos. Debemos prepararnos para consecuencias globales más graves».

Hay indicios claros de que la burbuja especulativa está a punto de estallar. Uno de ellos es el aumento de la «deuda marginal», los préstamos que los inversores solicitan a los corredores de bolsa para comprar acciones. Es el equivalente a pedir un préstamo al casino para apostar más en ese casino. Cuando se pierde la apuesta, se acaba perdiendo el dinero y teniendo que pagar la deuda al propietario del casino.

La Sra. Gopinath nos informa de que la deuda de margen entre los inversores se ha disparado un 32 % hasta alcanzar los 1,3 billones de dólares entre mayo y septiembre de este año. Las únicas ocasiones en las que la deuda de margen ha aumentado a un ritmo más rápido en un periodo de cinco meses han sido durante la pandemia de COVID-19 en 2020, cuando aumentó un 35 %, y a principios de 2000, justo antes de que estallara la burbuja puntocom.

De hecho, estas cifras cuentan una historia. El mercado se está sobrecalentando. Cada vez más personas se endeudan para maximizar sus rendimientos esperados. En otras palabras, esto significa que están apostando por ganancias más altas. Si ocurriera algo que desestabilizara el mercado —y es cuestión de cuándo, más que de si—, las consecuencias serían aún más catastróficas.

Esto no afectará solo a la banca «en la sombra». Como explicamos anteriormente, existe una superposición cada vez mayor, del orden de varios billones de dólares prestados a los operadores bancarios «en la sombra» por el sector bancario estadounidense y europeo.

¿Cómo reaccionarán los estrategas globales del capitalismo ante la perspectiva de una nueva crisis? Lo más probable es que intenten recurrir una vez más a la intervención estatal, tanto aumentando el gasto público como inyectando liquidez en el sistema por parte de los bancos centrales. Sin embargo, incluso antes de que se produzca una crisis de este tipo, las finanzas estatales ya se están agotando.

La deuda pública bruta como porcentaje del PIB en las economías avanzadas es actualmente de casi el 110 %, cerca de su máximo histórico. El aumento de los tipos de interés desde 2022, iniciado por los bancos centrales para controlar la inflación, causada en parte por los anteriores aumentos de la deuda, ha hecho que esta sea mucho más onerosa.

Los países ricos gastan ahora en intereses la mitad de lo que gastan en defensa nacional. Y siguen pidiendo préstamos. Este año, el déficit medio de las economías avanzadas superará el 4 % del PIB; en Estados Unidos, la cifra supera el 6 % del PIB. La deuda pública estadounidense acaba de superar el nivel histórico de 38 billones de dólares (un aumento de 1 billón de dólares en solo dos meses).

Cualquier intento de utilizar las finanzas estatales para soportar el impacto de la crisis planteará inmediatamente, una vez más, la pregunta: «¿quién paga la factura?». Diecisiete años después de la crisis de 2008, toda una generación solo ha experimentado una caída del nivel de vida y se le niega un futuro por este sistema en decadencia, el capitalismo. El próximo período será una prueba de resistencia para la estabilidad del dominio capitalista a escala mundial.

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