La Universidad es un fenómeno superestructural e histórico que no escapa a la lucha de clases. No es una isla sino criatura de la sociedad, moldeada por ésta y atravesada por sus distintos intereses. Hoy constatamos que los intereses de los trabajadores no están representados en su interior.
Señalamos con nitidez y firmeza que la construcción de una Universidad Nueva sólo se puede dar en la transformación radical de la sociedad actual, estructurada por los trabajadores en el poder.
Se suele afirmar que la Autonomía universitaria fue la principal conquista de la Reforma de 1918, entendida como la prescindencia de cualquier actor en los asuntos de la Universidad que no forme parte de la misma, particularmente el Estado y sus agencias de educación y represión (policía, Ejército, etc). Pero la Autonomía universitaria, que contiene aspectos y experiencias progresistas indudables, puede ser usada algunas veces en un sentido reaccionario. En la Autonomía se expresa la pugna entre las clases polares de la sociedad: la burguesía y la clase obrera. Dependiendo de la correlación de fuerzas entre las clases, ésta puede transformarse en su contrario.
Si, hipotéticamente, hubiera un gobierno que defendiera los intereses populares es posible que, dadas determinadas correlaciones de fuerza al interior de las universidades, camarillas de profesores, graduados, estudiantes y no docentes reaccionarios utilizaran sus posiciones dentro de la Universidad para intentar bloquear una transformación progresista amparándose en la Autonomía. En otro sentido, en manos de los gobiernos peronistas y radicales de los ’90 (primero con el menemismo y luego con el gobierno de la Alianza) la Autonomía sirvió a los intereses del Banco Mundial y a la liquidación de la educación pública. Si la Reforma del ’18 expresaba un liberalismo progresista, hoy sus sucesores travestidos en agrupamientos docentes y estudiantiles, prostituyen lo que en algún momento decían defender y han sacado del imaginario de la comunidad universitaria reivindicaciones democráticas elementales.
El radicalismo pretendió en los ‘80 encabezar y dirigir un movimiento nacional en defensa de los intereses del “pueblo” que resultó un fiasco para los miles de jóvenes y trabajadores. Ni hablar de docentes universitarios y estudiantes. La contradicción del Radicalismo y la Franja Morada se expresaba en querer satisfacer las necesidades de miles y por otro lado aplicar a pie juntillas los planes fondomonetaristas. El Radicalismo representa -teniendo en cuenta hoy su disgregación como fuerza política- a un sector de la burguesía argentina. Recordemos su papel en la represión sangrienta de los trabajadores de la Patagonia y el Chaco de décadas atrás, el Punto Final y la Obediencia Debida, Mayo del ’89 y los pucherazos, la represión ejercida a los sectores populares, el Pacto de Olivos acordado entre Menem y Alfonsín para sostener la gobernabilidad, etc. que expresan los verdaderos intereses que defienden en el ámbito universitario. Para el radicalismo, la Franja Morada o los travestidos de hoy, la universidad es el reducto de alianzas y de formación de sus cuadros que más tarde ingresarán en la vida política del país.
La década de los ’80 y ’90 representó un retroceso histórico en la educación en general y en la universidad en particular. Este cambio tan radical de la educación en la Argentina se debió a que la burguesía debió reconvertir el capitalismo a sus necesidades propias y a las de su socio más grande: el imperialismo. Este período se caracterizó por el abandono de la inversión productiva y la liquidación de gran parte del aparato industrial y su dedicación a la economía rentista Su imposición en el ámbito universitario representó en otras áreas del país la liquidación sin más de las empresas estatales. El menemismo fue el mejor gerente de la burguesía que comenzaba a transformarse en rentista. No solamente vendiendo a las multinacionales los recursos nacionales -y en esto las empresas- sino también las investigaciones del INTA sobre desarrollo de semillas, la transformación de los hospitales públicos en autogestionados, etc.
El carácter parasitario de la burguesía argentina es en extremo profundo y refleja en la superestructura universitaria los rasgos más retrógrados de esta clase.
Las Altas Casas de Estudio están atravesadas por diferentes interese de clases. El papel directriz de la burguesía en la sociedad hoy, comporta el desguace de la educación. Pero al mismo tiempo representa la necesidad de formación de técnicos -y no debemos olvidarlo- ligada siempre a la producción del país, a la nueva forma de acumulación.
La Autonomía en manos de la burguesía, junto con los recursos de la enseñanza, representa el mecanismo que utilizan las camarillas docentes reaccionarias y oportunistas para el logro de sus mezquinos intereses. Pero esto es simplemente enajenar la autonomía y ponerla al margen de los intereses de la mayoría estudiantil. Es la autonomía de los feudos empresariales universitarios, privados o públicos. Por lo tanto la Autonomía no es asexuada, tiene un claro contenido de clase.
El gobierno de la Universidad sigue invariablemente los rasgos generales del gobierno de turno y de esta manera subordina los intereses del estudiantado. La elección de los consejeros con el voto calificado en el marco de la democracia representativa expresa el mejor mecanismo para perpetuar los intereses de las minorías.
Tengamos en cuenta para que la Autonomía pueda restituirse y que siga una orientación revolucionaria es preciso que los sectores más dinámicos o radicalizados del estudiantado logren orientarla a los sectores obreros y populares. Para nuestra Corriente, la Autonomía significa capacidad de la comunidad universitaria para darse su propio gobierno, Autonomía ante el gobierno central, la burguesía y sus partidos. Entendemos que este objetivo es el que debe guiarnos en la lucha por transformar la universidad que hoy tenemos. Generar una Corriente en defensa de la Educación (que integre todos los claustros) que plantee la modificación de la organización del gobierno universitario, el control directo del presupuesto universitario por la mayoría de la comunidad y la eliminación de las ventas de recursos a terceros, así como también el ordenamiento y potencialización de los proyectos de investigación; son pasos elementales que debemos dar en el sentido de recuperar la Autonomía y la Democracia Universitaria. Sabemos que este objetivo aún se encuentra lejos de realizarse pero debe ser nuestra meta.