Publicamos aquí el prólogo escrito por Alan Woods a la edición española de la Fundación Federico Engels de El Programa de Transición, uno de los escritos más importantes de León Trotsky y uno de los textos más importantes del marxismo. Alan Woods reexamina el texto de Trotsky y destaca su absoluta vigencia en el marco actual de crisis orgánica del sistema capitalista mundial
Confucio escribió: "Hay tres cosas que no se pueden ocultar: el sol, la luna y la verdad". La decisión de la Fundación Federico Engels de publicar El programa de transición de Trotsky no podría ser más oportuna. Han pasado veinte años desde la caída del Muro de Berlín y del subsiguiente colapso de la Unión Soviética. En aquel momento, mucha gente pensó que el Comunismo y el Socialismo habían muerto.
La burguesía estaba eufórica. Hablaba del "fin de la historia" y predijo un maravilloso futuro de paz y prosperidad sobre las bases de la "economía de libre mercado". Ahora, sólo dos décadas más tarde, todos los sueños de la burguesía y los defensores del capitalismo yacen en ruinas y las ideas del socialismo y del marxismo, una vez más, están en el orden del día.
Lo que falló en la Unión Soviética no fue el socialismo o el comunismo, sino una caricatura burocrática y totalitaria que surgió sobre las bases del aislamiento de la Revolución Rusa en condiciones de extremo atraso material y cultural. La degeneración burocrática de la Revolución Rusa provocó el ascenso de la monstruosa dictadura de Stalin. Como resultado, las genuinas ideas del marxismo revolucionario estuvieron marginadas en el seno del movimiento obrero durante décadas.
Ya en 1938 todos los colaboradores de Lenin habían sido asesinados tras los monstruosos juicios farsa organizados por Stalin y la burocracia, cuyos intereses él representaba. Como cualquier criminal, los usurpadores no querían dejar tras de sí ningún testigo. Sólo un hombre permaneció firme y levantó su valiente voz contra los crímenes de Stalin, en defensa de las tradiciones reales del leninismo y de la Revolución de Octubre: las tradiciones de la democracia obrera y el internacionalismo socialista.
Trotsky y sus seguidores de la Oposición de Izquierda, después de ser expulsados de la Unión Soviética, intentaron reformar los Partidos Comunistas y la Internacional Comunista y devolverles a las ideas y programa de Lenin. Trotsky esperaba que la victoria de Hitler en 1933 -el resultado directo de la política de Stalin- provocase un fermento en el seno de los Partidos Comunistas internacionalmente. Pero la degeneración estalinista de la Komintern había llegado ya demasiado lejos. Los estalinistas declararon que la victoria de los nazis sería breve y lanzaron la increíble consigna de "¡Después de Hitler, nuestro turno!". El Partido Comunista más grande del mundo fuera de la URSS fue aniquilado, e igual destino sufrieron los socialdemócratas y los sindicatos.
Después de la experiencia alemana, Trotsky llegó a la conclusión de que la Internacional Comunista había seguido el camino de la Segunda Internacional (socialista) y que estaba acabada como herramienta para la transformación revolucionaria de la sociedad. Consciente de que una nueva guerra mundial era inevitable, Trotsky proclamó la necesidad de una nueva bandera, un nuevo programa y una nueva Internacional. Escribió El programa de transición como el programa para el Congreso Fundacional de la Cuarta Internacional dos años antes del estallido de la guerra.
En aquel contexto, las fuerzas de los trotskistas (bolcheviques leninistas) eran minúsculas, aisladas y sometidas a la persecución más feroz. En Alemania sus seguidores estaban en las prisiones de la Gestapo, en la URSS en los campos de concentración de Stalin y en el Estado español en las cárceles de la GPU. El objetivo primordial de Trotsky en El programa de transición fue superar el aislamiento de las fuerzas de la joven organización y construir un puente hacia los trabajadores en lucha. Las reivindicaciones elaboradas por Trotsky no caían del cielo, hundían sus raíces en el programa y la política de Lenin y del Partido Bolchevique, y son la esencia destilada de los documentos programáticos de los primeros cuatro congresos de la Internacional Comunista, muchos de los cuales fueron escritos por el mismo Trotsky. Aquí tenemos el resumen de las ideas, programa y método del socialismo científico, elaborados en primer lugar por Marx y Engels hace más de 150 años en El Manifiesto Comunista.
Existe una clara línea de continuidad en estas ideas. Puede que haya cambiado uno u otro detalle, pero en esencia las ideas del marxismo hoy son tan válidas como en 1938 o 1848. Por contraste, los economistas y políticos burgueses se avergonzarían de publicar hoy de nuevo lo que escribieron hace dieciocho meses.
Intensificación de la explotación
Durante décadas los economistas burgueses han sostenido que Marx falló en sus pronósticos y análisis y que las crisis eran algo del pasado. Pero los acontecimientos han demostrado la falsedad de las predicciones de los economistas burgueses. Ahora la crisis económica mundial plantea a quemarropa la cuestión del socialismo, mientras la clase dominante se desliza hacia la catástrofe con los ojos cerrados. El prolongado boom en EEUU parecía ofrecer la posibilidad de soluciones individuales: trabajando duro, con horas extras, etc. Pero el comienzo de la recesión ha destruido esta burbuja y está empujando a la población a cuestionar el sistema existente. En realidad, este cuestionamiento del capitalismo ya ha comenzado. Se intensificará en el período turbulento que está por venir y cuando la clase obrera comience a moverse, el ambiente cambiará rápidamente.
En España y en otros países el boom económico no proporcionó beneficios reales para la mayoría de los trabajadores. Los niveles de vida subieron en términos relativos pero sólo sobre la base de una intensificación de la explotación, el trabajo precario, largas jornadas y horas extraordinarias. El aumento de la presión sobre todos los trabajadores, incluidos los trabajadores de cuello blanco, como los profesores, que en el pasado eran considerados capas privilegiadas, se extendió. En todas partes el endeudamiento aumentó enormemente. Así no es de extrañar que la proporción de los salarios en la renta nacional este en todos los países en su nivel más bajo de los últimos cuarenta años, mientras que la proporción dedicada a los beneficios ha alcanzado un nivel más alto.
Este hecho es particularmente cierto en el España donde la febril especulación inmobiliaria alcanzó niveles sin precedentes. El consiguiente boom del sector de la construcción estuvo acompañado de un horrible aumento de los accidentes de trabajo al tiempo que los beneficios de los empresarios se dispararon. Ahora todo ha colapsado dejando a la economía del España más expuesta que en cualquier otro país en Europa. Dialécticamente, todo se ha vuelto en su contrario. Este acontecimiento tendrá un gran impacto en la conciencia de la clase obrera en el próximo período.
Los economistas burgueses consideran el ciclo comercial como la expresión de la expansión y la contracción del crédito. Constantemente hablan de la "sequía del crédito". Sin embargo, la escasez de crédito en realidad es sólo otro síntoma del ciclo boom-recesión, no su causa. La causa real de la crisis es la rebelión de las fuerzas productivas contra la propiedad privada y el Estado nacional, que constituyen las verdaderas barreras que impiden el desarrollo del progreso humano.
Después de todos los discursos desafiantes sobre la superioridad de la economía de mercado, la realidad es que para la raza humana el capitalismo ha fracasado. A pesar de todos los avances de la ciencia y la tecnología, en la primera década del siglo XXI, la mayoría de la humanidad vive al borde del hambre. Millones de personas tiene escaso o ningún acceso a los servicios públicos, como el suministro de agua potable, carreteras, sanidad y educación. Y, no obstante, sólo con el dinero gastado en el rescate de los bancos sería suficiente para resolver el problema de la pobreza mundial durante cincuenta años.
La pobreza no se limita a lo que con frecuencia se conoce como el "Tercer Mundo". Con una población de 301 millones de personas, EEUU es el país más rico del mundo. Pero en este país 28 millones de personas (un 9,3 por ciento de la población total) depende de los cupones de comida para alimentarse ellos y sus familias, es decir, sólo para sobrevivir. El programa de cupones de comida fue introducido en la década de los años sesenta y nunca había alcanzado el nivel actual. El número real de receptores de cupones de comida ha aumentado respecto a los 26,5 millones que había en 2007.La tasa total de desempleo en EEUU supera ya el seis por ciento. Muchos norteamericanos corrientes están perdiendo sus empleos, el ritmo de destrucción de empleo se está acelerando y todo esto va acompañado de un incremento rápido de los precios. Además, esta situación se produce antes de que la crisis realmente haya comenzado a golpear. Como escribía alguien recientemente, las cosas están mal en Wall Street, pero están aún peor en cada una de las calles habitadas por la clase obrera estadounidense.
Tomemos como ejemplo el estado de Michigan. Durante los últimos años este estado ha vivido el colapso de su base industrial, en particular la producción de automóviles, con el resultado de que uno de cada ocho habitantes de ese estado depende de los cupones de comida. ¡Esta cifra es dos veces más alta que la que existía en el año 2000! En otros cuarenta estados han aumentado las solicitudes de cupones.
La crisis del capitalismo significa que, en todas partes, la burguesía quiere situar toda la carga de la misma sobre los hombros de la gente que menos puede permitirse pagarla: los trabajadores, la clase media, los parados, los ancianos y los enfermos. El programa de transición adquiere, por tanto, una relevancia extraordinaria en la situación actual.
La lucha por las reformas
Nuestra tarea es conquistar el poder. Pero antes de que conquistemos el poder primero es necesario conquistar a las masas. Durante ese largo período de trabajo preparatorio y de organización es necesaria la propaganda, la formación y la agitación. La construcción del partido revolucionario sería una tarea sencilla si bastase sólo con su proclamación. Para llegar a las masas con nuestras ideas debemos explicar la situación tal como es, no como nos gustaría que fuese. Nuestro punto de partida debe ser el nivel real de la conciencia de los trabajadores, que no es revolucionaria en todos los momentos y lugares.
Debemos construir un puente hacia las masas, basándonos en sus preocupaciones y aspiraciones reales. El problema central es: ¿cómo relacionar el programa acabado y científico del marxismo con el movimiento necesariamente inacabado y poco claro de los trabajadores? A menos que seamos capaces de responder a esta pregunta nos pondremos al nivel de una secta. Trotsky en El programa de transición elaboró parte de la solución de este problema. En él encontramos una propuesta concreta de reivindicaciones socialistas que ofrecen una alternativa práctica al programa del reformismo.
La diferencia entre los revolucionarios y los reformistas no es que los primeros no luchen por las reformas. Todo lo contrario, los marxistas siempre han estado en primera línea de la lucha por las reformas y mejoras de los niveles de vida, los salarios y condiciones de las masas. La revolución socialista sería impensable sin la lucha cotidiana para avanzar bajo el capitalismo. Sólo a través de estas luchas las masas pueden adquirir la experiencia, cohesión y organización necesarias para cambiar la sociedad.
Nuestra crítica a los reformistas no es que luchen por las reformas sino que no luchan con la suficiente determinación y energía. De hecho, en las condiciones modernas, el reformismo no significa reformas sino, al contrario, representa contrarreformas. En cada país todos los gobiernos, ya sean socialdemócratas o conservadores, de "izquierda" o derecha, están aplicando la misma política de recortes y reducciones de los niveles de vida.
La razón de esto no es la incompetencia o mala fe de los políticos individuales. Es una ley. O aplicas una política socialista y defiendes los intereses de los trabajadores, campesinos y pobres, o aceptas el sistema capitalista, en cuyo caso estarás obligado a llevar a cabo una política en interés de los terratenientes, banqueros y capitalistas. No hay un camino intermedio.
Nacionalizaciones
En el pasado los socialdemócratas representaban las reformas. En los períodos de avance del capitalismo europeo (por ejemplo los períodos anteriores a la Primera Guerra Mundial y después de la Segunda Guerra Mundial), la burguesía podía permitirse ciertas concesiones. Pero ahora habrá que luchar duramente por cada reforma. La burguesía sólo estará dispuesta a conceder reformas significativas cuanto tema perderlo todo. En este sentido, en el período actual, las reformas sólo son un subproducto de la lucha revolucionaria por el cambio de sociedad. Al mismo tiempo la lucha por las reformas actúa como una escuela preparatoria de la revolución.
La lucha contra el desempleo, contra los cierres de fábricas, por mejores salarios y condiciones de vida, inevitablemente traerá a la mente de los trabajadores la pregunta central: ¿quién controla la sociedad? En las condiciones actuales, cada lucha por reformas, si se persigue consistentemente, llevará inevitablemente a desafiar la sociedad existente y las relaciones de propiedad actuales.
En las últimas tres décadas (el denominado período neoliberal) existió una tendencia hacia la privatización, pero ahora todo oscila hacia la estatalización. Resulta irónico que suceda esto cuando los dirigentes de la socialdemocracia y los antiguos comunistas han abandonado la nacionalización. Ahora incluso George Bush se ha visto obligado a nacionalizar bancos. Este detalle pone en evidencia la mentalidad retrógrada de los dirigentes reformistas que han olvidado todo y no han aprendido nada.
Naturalmente este tipo de nacionalización no tiene nada en común con la nacionalización socialista. Es una especie de capitalismo de estado diseñado para proteger los intereses de los banqueros y capitalistas. Nosotros defendemos la expropiación de la tierra, los bancos y las grandes empresas bajo el control y administración democrática de la clase obrera. La cuestión de la compensación no es una cuestión de principios, pero estamos radicalmente en contra de que el Estado pague sumas exorbitantes ya sea en concepto de rescate o para comprar bancos y empresas arruinadas por sus propietarios. En el mejor de los casos estaríamos dispuestos a considerar una compensación limitada para los pequeños inversiones (pensionistas y demás) sólo sobre la base de la necesidad comprobada. A menudo se ha objetado que la nacionalización enajenaría a la clase media. Esto es totalmente falso. Los bancos y los grandes monopolios son los que están arruinando a la clase media. Los bancos se niegan a dar crédito o dinero a las pequeñas empresas ni conceden hipotecas a los compradores de viviendas. Los grandes monopolios de la alimentación exprimen a los campesinos y ofrecen precios ridículos por sus productos. Debemos señalar a la clase media que la nacionalización de los bancos, los monopolios, bajo el control de la clase trabajadora, y la eliminación de toda una serie de intermediarios, significarán crédito barato y costes más bajos.
En última instancia, sólo será posible resolver las contradicciones más apremiantes de la sociedad mediante la introducción de una economía socialista planificada donde los medios de producción sean propiedad común de la sociedad y todas las decisiones clave que afectan a las vidas de las personas se tomen de una manera democrática, en interés de la sociedad en general y no para el beneficio insultante de unos pocos ricos.
Los sindicatos
Diferentes países tienen distintas tradiciones que afectan a la forma en que se mueven los trabajadores. En los países del norte de Europa los trabajadores en general se movilizan más lentamente que en el sur, pero tienen una organización más fuerte. Los trabajadores latinos tienen una tradición insurreccional y se mueven más rápido, pero no tienen las mismas tradiciones organizativas que sus hermanos y hermanas del norte de Europa.
Aunque los sindicatos en el España tienen una larga historia, las actuales organizaciones sindicales (UGT y CCOO) surgieron de la lucha revolucionaria contra la dictadura de Franco. Esta tradición revolucionaria nunca debe olvidarse: los trabajadores hicieron sacrificios extraordinarios para crear sus organizaciones de masas y no las abandonarán fácilmente. Pero en el período decisivo de la lucha de los años setenta, los dirigentes tanto de los sindicatos como de los partidos políticos de los trabajadores (PSOE y PCE) no tenían la perspectiva de derrocar el capitalismo. Utilizaron toda su autoridad e influencia para desviar la lucha revolucionaria de las masas hacia el camino "democrático". El resultado fue el aborto de la llamada Transición, el fraude del siglo.
La aparente inercia y apatía de los trabajadores en el último período en gran parte fue el resultado de este fraude. Una causa fundamental del problema de las tres décadas pasadas ha sido la conducta de los dirigentes sindicales, tanto de UGT como de CCOO, que desmoralizaron a una parte importante de los viejos activistas. No obstante, cuando han proporcionado incluso un amago de dirección, una referencia de lucha, los trabajadores han respondido. Cada vez que los dirigentes sindicales, debido a la presión desde abajo, han convocado huelgas generales y manifestaciones, los trabajadores han participado de manera entusiasta. Pero los dirigentes ven estas demostraciones como una forma de soltar vapor o, en el mejor de los casos, como un medio de presión. Una vez han pasado las huelgas y manifestaciones, regresan a su política de colaboración de clase.
La máquina burocrática de los sindicatos aún funciona y es un arma poderosa en manos de los dirigentes sindicales reformistas. Estos últimos no quieren huelgas ni alborotos. Quieren lo que todos los burócratas quieren: una vida tranquila. Pero en las condiciones actuales no tendrán garantizada una vida tranquila. Temporalmente, pueden tener éxito en contener a las masas. Después de todo, esa es la función que les ha asignado la clase dominante y los tolera en la medida que ellos cumplen ese papel. Pero no pueden contener a las masas para siempre y, cuanto más lo hagan, más violenta será la explosión cuando ésta llegue. Y llegará.
En la actualidad el número de huelgas no es grande. Eso es lógico. El rápido aumento del desempleo crea un ambiente de temor e incertidumbre. Los dirigentes sindicales no ofrecen una alternativa. Pero esta situación no durará eternamente. Entre los trabajadores se extenderá la idea: "Esto es intolerable. Debemos hacer algo". El movimiento puede comenzar con pequeñas huelgas que escapen al control del aparato burocrático. Los trabajadores tratarán de contactar con trabajadores de otras zonas. Crecerá el movimiento desde la base. Ya lo vimos en los años ochenta con la extensión de la denominada "indisciplina sindical". Puede darse un movimiento hacia las ocupaciones de fábrica para evitar los cierres.
Allí donde los sindicatos se convierten en obstáculos en el camino de los trabajadores, pueden florecer todo tipo de comités de base con fines específicos. Debemos participar en ellos y, donde sea posible, tomar la iniciativa de crearlos. Pero siempre es necesario vincularlos con los propios sindicatos. Bajo ninguna circunstancia estas organizaciones para fines específicos pueden sustituir a los sindicatos o actuar como un sustituto de ellos. Los esfuerzos de las sectas de contraponer los comités de base a los sindicatos siempre han llevado al desastre. Lucharemos por la transformación de los sindicatos en genuinos órganos de combate de la clase trabajadora, mientras se toman iniciativas para la creación de comités de lucha y control obrero. Vincularemos esto, a su vez, a la reivindicación de la expropiación de los bancos y las grandes industrias.
A largo plazo no hay sustituto para luchar por la transformación de los sindicatos. El ambiente cambiará de manera gradual, creando las condiciones para una oposición seria dentro de los sindicatos, incluso en los más burocráticos y derechistas. Nos oponemos implacablemente a la escisión de los sindicatos o creación de sindicatos "revolucionarios" minúsculos y aislados de la clase trabajadora. Al principio el ambiente de oposición no se verá en los congresos sindicales oficiales, que están manipulados por la burocracia y no son una expresión fiel del ambiente en las fábricas. Pero tarde o temprano, cuando la clase entre en acción, el ambiente de oposición crecerá y encontrará una expresión.
La idea tan querida por los dirigentes sindicales reformistas, de un sindicalismo no combativo, no político y de colaboración de clases, basado en los "servicios", ahora es totalmente inadecuada para satisfacer las necesidades de la situación. Las condiciones no permiten a los trabajadores quedarse sentados con los brazos cruzados. En el pasado era posible obtener concesiones sin luchar. Pero hoy no es así. Habrá que luchar por cada reivindicación, no importa lo modesta que sea.
Los dirigentes sindicales pensaban que si moderaban sus reivindicaciones obtendrían concesiones. Esto era incorrecto incluso antes de la crisis ya que toda la experiencia pasada demuestra que la debilidad invita a la agresión. Pero con la llegada de la crisis ahora es totalmente imposible. Sobre la mesa no hay concesiones y los sindicatos sólo pueden defender los niveles de vida a través de una lucha seria. Los dirigentes se resistirán a esto en la medida de lo posible. Pero les será imposible convencer a sus militantes de que modifiquen sus objetivos o contenerles durante mucho tiempo. Se preparará el escenario para el fermento y las crisis dentro de los sindicatos.
Debemos tener en cuenta que las cosas siempre se mueven de una manera contradictoria, de manera dialéctica, no en línea recta. En una crisis los trabajadores más atrasados y "apolíticos" algunas veces pueden saltar sobre la cabeza de las capas más avanzadas. Con mucha frecuencia se puede ver esta situación en las huelgas. Puede haber muchas sorpresas. Durante la huelga general revolucionaria de 1968 en Francia, la CFDT, el sindicato derechista cristiano, estuvo más a la izquierda que la CGT. En el Estado español podrían desarrollarse acontecimientos similares.
Ahora existe una actitud más seria, según los trabajadores comienzan a comprender el alcance real de la crisis. En el período pasado nadamos contra la corriente. Ahora comenzamos a nadar a favor de la marea de la historia. Podemos esperar cambios bruscos y repentinos en la situación. En estas condiciones, incluso un pequeño grupo de sindicalistas revolucionarios que saben lo que quieren y cómo conseguirlo, puede tener un efecto mucho mayor de lo que sugiere su número real de militantes. Es necesario ser audaces, pero sin denuncias estridentes ni tácticas ultraizquierdistas que sólo sirven para granjearse la antipatía del activista sindical corriente.
Nuestra tarea es explicar pacientemente, mientras participamos activamente en cada lucha de los trabajadores. Los días del sindicalismo no político se han terminado. En condiciones de crisis capitalista, cada lucha seria plantea cuestiones políticas: la actitud del gobierno, la ley, el comportamiento de la policía, los derechos de los trabajadores, etc. Utilizando hábilmente los métodos y un lenguaje que los trabajadores puedan comprender, debemos explicar los fundamentos del programa socialista -la política- en las discusiones que se produzcan en el centro de trabajo. Apoyándonos en las condiciones existentes de comprensión, debemos ayudar a la clase a sacar las conclusiones correctas y elevar su conciencia al nivel planteado por la historia.
Reivindicaciones democráticas
La burguesía española siempre ha sido una clase dominante particularmente violenta y reaccionaria. Mientras vivía con temor al movimiento revolucionario de los trabajadores, se vio obligada a ocultar sus características repulsivas debajo de la máscara de la pseudodemocracia. Incluso esta "democracia" tiene un carácter limitado y distorsionado. Y según se profundice la crisis y desarrolle la lucha de clases habrá nuevos ataques a los derechos democráticos.
Los marxistas siempre defendemos cada una de las reivindicaciones democráticas en la medida que aún tienen un contenido progresista. El comienzo de la crisis significa que aquellos derechos democráticos que fueron conquistados por la clase obrera en el pasado están amenazados. No es casualidad que incluso antes del inicio de la crisis, partidos de derechas como el Partido Popular, que aún tiene en sus filas a no pocos viejos miembros de la Falange fascista, comenzase a utilizar un lenguaje de la época de Franco en sus ataques contra la izquierda.
El jefe del Estado, el rey, nunca ha sido elegido sino que fue nombrado por el dictador Franco sobre la base de un juramento de lealtad a los principios fascistas del Movimiento. Dejamos a los reformistas que nos expliquen de qué manera esto es compatible con la verdadera democracia. Nosotros defendemos la abolición de la monarquía. No obstante, la lucha por una república democrática, si es seria, significa una lucha contra toda la basura acumulada del pasado, incluyendo los repugnantes privilegios de la Iglesia Católica. Esta, a su vez, está inseparablemente unida al Capital.
Los capitalistas, terratenientes y banqueros españoles forman un bloque reaccionario que busca apoyo en la Monarquía, la Iglesia, el ejército, la policía y la guardia civil, en resumen, en la totalidad del viejo aparato de Estado que fue heredado de Franco. Es imposible tocar una parte de este edificio sin amenazar con acabar con toda la estructura. Por eso en España la consigna de una república burguesa no tiene la más mínima base.
Una lucha seria contra la Monarquía sólo puede realizarse a través de la abolición de la dictadura de los bancos y los grandes monopolios. Una República sólo puede realizarse como un subproducto de la lucha por el socialismo. Los trabajadores en el Estado español nunca deben de olvidar que el intento de los reformistas y estalinistas de limitar la revolución a la defensa de la República burguesa llevó a una terrible derrota y 40 años de dictadura franquista. Nuestra bandera no es la tricolor de la República burguesa, sino la bandera roja de la Revolución Socialista. Nuestra consigna no es la República burguesa, tan querida por la pequeña burguesía radical y por los impotentes nostálgicos, sino una República Obrera en la que la tierra, los bancos y las industrias estarán en las manos de los obreros y los campesinos pobres.
La Iglesia Católica, a la que aún se la permite ejercer un dominio completo en las escuelas privadas, al tiempo que vergonzosamente se llena los bolsillos con el dinero del Estado, está llevando a cabo una campaña reaccionaria, con manifestaciones masivas contra el gobierno socialista bajo la bandera de grupos de presión "pro vida", contra el aborto, los derechos de los homosexuales, etc. En ningún otro lugar es tan urgente como en el Estado español la reivindicación democrática de la separación total de la Iglesia y el Estado.
Pero la separación de la Iglesia y el Estado no es suficiente. La propiedad de la Iglesia, que es una parte importante del Capital en el Estado español, y que ha sido pagado con las donaciones generosas del contribuyente, debería ser expropiada y utilizada para ayudar a los pobres a construir nuevas casas, escuelas y hospitales. Esta medida está totalmente de acuerdo con la filosofía original del fundador de la Cristiandad. No significa la prohibición de la religión o la limitación del derecho a rendir culto (o el derecho a no rendir culto), sólo que aquellos que deseen inculcar nociones religiosas en las cabezas de sus hijos deben hacerlo fuera de las escuelas y exclusivamente con el dinero pagado por los donativos voluntarios de los fieles.
Socialismo utópico
El carácter fundamental del período actual es su inestabilidad extrema y universal. Este se expresa más claramente en la enorme volatilidad y la inquietud de la pequeña burguesía, especialmente la juventud de clase media. Para nosotros esto es muy importante, por supuesto, pero su importancia es sintomática, más que cualquier otra cosa. Los fenómenos que parecen no tener relación y en efecto son contradictorios expresan realmente una y la misma cosa.
El movimiento antiglobalización que asumió un carácter de masas hace unos años es uno de estos fenómenos. Los giros violentos de la opinión pública vistos en las recientes elecciones en Francia y Holanda, el dramático giro total en EEUU, son otros. ¿Qué tienen estos acontecimientos en común? Sólo una cosa, todos manifiestan (aunque en formas distintas y contradictorias) el mismo fenómeno: el creciente fermento de descontento en la sociedad en general y en la juventud de clase media en particular.
Desafortunadamente, una gran parte de la izquierda (incluidos algunos de los que se autodenominan marxistas) han caído en la trampa. Hacen referencia, no a la lucha contra el capitalismo, sino a la lucha contra el llamado neoliberalismo. Es decir, no proponen una lucha para eliminar el capitalismo sino sólo un cambio de modelo. Dicen, en tantas palabras, "no queremos este capitalismo desagradable; queremos otro más bueno, un capitalismo más humano". Este coro con frecuencia es repetido por grupos reformistas como Attac e intelectuales de "izquierda" como Toni Negri y Heinz Dieterich.
Ocultos detrás de una verborrea pseudoizquierdista extienden de manera sistemática confusión y desorientación, mientras proponen un programa puramente reformista, es decir, antirrevolucionario. ¿Qué es lo que propone esta gente? Sólo esto: que los ricos son demasiado ricos y los pobres demasiado pobres. Por lo tanto, los ricos deberían aceptar dar una parte de sus riquezas para que los pobres puedan ser menos pobres y todo el mundo estaría feliz. Los empresarios seguirán siendo empresarios y los obreros seguirán siendo esclavos asalariados, pero serán esclavos asalariados más felices y por tanto menos inclinados a rebelarse.
Todas estas ideas no son nuevas ni realistas. Sólo es una nueva variación de un tema muy viejo: la colaboración de clase. Es, en esencia, el mismo procedimiento que utilizaban los socialistas utópicos premarxistas que pasaron toda su vida intentado persuadir a los capitalistas con el argumento racional de que sería mejor para sus propios intereses dar algo de sus beneficios para mejorar la vida de los trabajadores. Los reformistas no comprenden que es imposible reconciliar intereses de clase antagónicos. Es imposible reconciliar los intereses del trabajo asalariado y el Capital. Si no comprendes esta idea, nunca entenderás nada.
La sociedad está dividida en clases antagónicas. Un socialista irlandés lo planteó de la siguiente manera: hay dos clases, las que producen todo y poseen nada y los que no producen nada y poseen todo. Esto es una ligera simplificación, por supuesto, porque también hay capas intermedias, la clase media (a la que inevitablemente pertenecen los teóricos del reformismo). Sin embargo, describe con acierto las dos principales clases de la sociedad: el proletariado y la burguesía.
Que sectores de la intelectualidad pequeño burguesa estén adoptando posiciones radicales e incluso semirrevolucionarias es una fuente de satisfacción para los marxistas. No obstante, debemos ser cuidadosos y no aceptar acríticamente las ideas y la filosofía de esta capa, incluso cuando parecen tener un contenido progresista. Mientras que los dirigentes de Izquierda Unida en el Estado español y de Rifondazione Comunista en Italia mantienen una actitud acrítica hacia estos movimientos "alternativos" y capitulan ante ellos, debemos ver que este tipo de movimientos también tienen una cara negativa. El primer deber de un marxista es defender las ideas del marxismo.
No es posible reconciliar los intereses del proletariado con los de la burguesía. Se pueden apoyar los intereses de la clase obrera, que es la gran mayoría de la sociedad, o se pueden apoyar los intereses de la minoría de parásitos ricos: los banqueros, terratenientes y capitalistas. Pero no se puede apoyar a ambos. Al intentar reconciliar intereses de clase irreconciliables los reformistas al final inevitablemente apoyan a la clase dominante frente a la clase obrera.
Esto no satisfará a nadie. Las políticas del reformismo son demasiado poco para las masas y excesivas para la clase dominante. Vuelven imposible el funcionamiento normal del capitalismo y conducen a la inflación e, incluso, a crisis más profundas. Esto enfurece a las clases medias.
Esto no satisfará a nadie. Las políticas del reformismo son demasiado poco para las masas y excesivas para la clase dominante. Vuelven imposible el funcionamiento normal del capitalismo y conducen a la inflación e, incluso, a crisis más profundas. Esto enfurece a las clases medias y las arroja a los brazos de la reacción. Así, las políticas del reformismo siempre producen resultados diametralmente opuestos a los que se pretendían.
Contra el sectarismo
En 1938 Trotsky escribió que en diez años no quedaría piedra sobre piedra de los viejos partidos obreros, la socialdemocracia y los estalinistas. Este pronóstico fue falsificado por la historia. La Segunda Guerra Mundial se desarrolló de una manera que Trotsky no podía prever, ni tampoco Hitler, Stalin, Churchill o Roosevelt. En cualquier caso, la guerra provocó finalmente una oleada revolucionaria, que comenzó en 1943, y las direcciones estalinistas y socialdemócratas la abortaron. Esto sentó las bases para la recuperación del capitalismo y un nuevo auge económico que duró décadas.
Cuando Trotsky fue asesinado por un agente estalinista en 1940, el movimiento fue privado de su líder y teórico más importante en un momento decisivo. Desgraciadamente, los dirigentes de la Cuarta Internacional no fueron capaces de elevarse al nivel exigido por la historia. Cometieron un desatino tras otro, oscilando del ultraizquierdismo al oportunismo y vuelta otra vez. En una guerra, cuando el ejército está avanzando, los buenos generales son importantes. Pero cuando el ejército se ve forzado a una retirada, aquellos son cien veces más importantes. Con buenos generales el ejército puede retirarse en un buen orden, conservando sus cuadros para un futuro avance cuando las condiciones lo permitan. Los malos generales convertirán la retirada en una derrota aplastante, que es lo que le ocurrió a la Cuarta Internacional.
Lenin y Trotsky con frecuencia castigaron a esos sectarios ultraizquierdistas que se encuentran en los márgenes del movimiento obrero y que ignoran a las organizaciones reformistas de masas. Trotsky escribió lo siguiente sobre ellos: "Permanecen indiferentes ante la lucha interna de las organizaciones reformistas. ¡Cómo si se pudiera conquistar a las masas sin intervenir en esa lucha! Rehúsan hacer en la práctica una diferencia entre la democracia burguesa y el fascismo. ¡Cómo si las masas no sintieran esa diferencia a cada paso!" (León Trotsky, El programa de transición).Las organizaciones de masas tienen grandes reservas de apoyo en la clase obrera. Cuando los trabajadores comienzan a luchar siempre se expresan primero a través de sus organizaciones tradicionales de masas. Las pondrán a prueba muchas veces y sólo después de pasar por toda una serie de experiencias, con muchos flujos y reflujos, crisis y escisiones, buscarán una alternativa. Esta idea es un libro sellado con siete llaves para las sectas ignorantes. Todas estas ideas confusas serán barridas a un lado tan pronto como las masas entren en la lucha. En una etapa determinada las organizaciones de masas de la clase obrera se verán afectadas por la crisis. En el período reciente ha habido huelgas y huelgas generales en Grecia, Bélgica, Francia, Italia y Portugal. Se están preparando explosiones y los martillazos de los acontecimientos llevarán a una transformación completa de la conciencia de los trabajadores.
A pesar de tener ideas correctas, durante todo un período histórico, las fuerzas del genuino marxismo estuvieron aisladas y condenadas a nadar contra la corriente. Pero ahora, con más de medio siglo de retraso, se han creado las condiciones para una crisis en cada una de las organizaciones de masas reformistas. A primera vista podría parecer que los poderosos aparatos burocráticos de los viejos partidos son capaces de sofocar cualquier oposición. Pero es una ilusión. Toda la historia demuestra que ningún aparato, no importa lo poderoso que sea, puede impedir el movimiento de las masas una vez éste comienza. Cuando los trabajadores inicien su marcha el control de la burocracia se hará añicos.
Un movimiento rápido hacia la reacción o la revolución está descartado. Por lo tanto, el período revolucionario no durará meses sino algunos años, porque no es posible resolver la crisis de una forma u otra. Habrá grandes victorias, pero también grandes derrotas: períodos de avance y también períodos de cansancio, e incluso de desmoralización y reacción. Una cosa es segura: con ritmos y velocidades diferentes los trabajadores se moverán. Pero si triunfan o no depende de su dirección.
La crisis de la dirección
Objetivamente, la posición de la burguesía es mucho más débil que en el pasado. Cuando Trotsky escribió El programa de transición, la clase dominante tenía reservas poderosas en el campesinado, pero eso ya no existe. En aquel momento la mayoría de los estudiantes procedían de familias ricas y apoyaban el fascismo. Ahora la aplastante mayoría son de izquierdas, anticapitalistas e inclinados a ser revolucionarios. Incluso en EEUU, sectores importantes de la clase media, aplastados por la crisis, han comenzado a cuestionar el capitalismo. El voto a Obama fue un voto por un cambio radical en la sociedad. Obama no les dará lo que ellos quieren, pero esa es otra cuestión.
Las únicas reservas que la burguesía tiene ahora son los dirigentes de la socialdemocracia, los antiguos estalinistas y los sindicatos. Estos son los elementos más conservadores de la sociedad. Las bases objetivas para la degeneración de la dirección de los partidos comunistas y socialdemócratas fue el largo período de auge del capitalismo mundial, que tiene muchas similitudes a la degeneración nacional-reformista de la socialdemocracia durante el prolongado período de auge previo a 1914.Sin embargo, el grado de degeneración es mucho mayor ahora que en cualquier otro momento del pasado. Todos estos dirigentes "inteligentes", "realistas" están ciegos ante los procesos de la sociedad. Alegremente arrojaron el socialismo al cubo de basura y se adaptaron al mercado. Ahora, con el comienzo de una profunda crisis del capitalismo mundial, muestran una impotencia absoluta. Los dirigentes del ala de derechas de los partidos obreros y sindicatos en Europa, el producto de décadas de degeneración reformista, han estado conteniendo el movimiento. Pero en el próximo período estas organizaciones se sacudirán de arriba abajo. En determinado momento surgirán alas y tendencias de izquierdas, que se moverán en dirección al marxismo. Habrá todo tipo de cambios, crisis y escisiones. ¡Debemos prepararnos!
Es difícil ver quién ha degenerado más, los estalinistas o los socialdemócratas. Los dirigentes del PSOE hace mucho abandonaron toda pretensión de defender el socialismo. Eso está claro. Pero los dirigentes del Partido Comunista han seguido el mismo camino. Hace mucho que dejaron de defender un programa comunista. Como resultado han perdido su identidad y su razón de ser. El colapso del estalinismo significa que ya no tienen la misma autoridad que tenían antes. En el pasado la vieja dirección estalinista al menos tenía algún parecido a las tradiciones del bolchevismo. IU hoy no es ni la sombra de lo que fue el PCE en el pasado.
En última instancia, el éxito o fracaso del movimiento depende de la capacidad de los marxistas para llegar a los trabajadores avanzados y ganarles a las ideas del marxismo. Los acontecimientos se pueden suceder más rápidamente de lo que esperamos. La Internacional Comunista pasó de ser prácticamente nada a estar formada por partidos de masas sobre la base de la experiencia de la Revolución Rusa. Pero en cada uno de los casos las fuerzas de masas de los partidos comunistas surgieron de las crisis y escisiones que se dieron en los viejos partidos de la Segunda Internacional.
En las palabras de Trotsky, la crisis de la humanidad se puede reducir a la crisis de la dirección del proletariado. Estas líneas son hoy más válidas que nunca. En todos los países se está abriendo un abismo absoluto entre las clases, pero los dirigentes obreros y sindicales han ido demasiado a la derecha. No obstante, este proceso también tiene sus límites. Cuando comience a soplar la brisa fresca de la lucha de clases, habrá un cambio en la psicología de la clase obrera.
Esto no significa que la revolución vaya a suceder el próximo lunes a las nueve de la mañana. La situación objetiva aún es contradictoria. Y esta naturaleza contradictoria expresa que nos encontramos ante una etapa transicional entre un período y otro. La contradicción principal es que los grandes batallones del proletariado en los países capitalistas industrializados apenas acaban de comenzar a moverse. Como un atleta que ha estado inactivo, el proletariado necesita un poco de tiempo para calentar sus músculos.
El período 1917-1939 fue de profunda crisis social. Incluso entonces hubo booms, con frecuencia acompañados de una intensa lucha de la clase obrera para recuperar lo que le habían arrebatado. Esto tuvo un efecto en las organizaciones de masas del proletariado. En España, Gran Bretaña, Francia, Alemania, etc., se dio el surgimiento de corrientes centristas, crisis y escisiones. Este proceso afectó a la socialdemocracia pero no a los partidos comunistas, que eran totalmente monolíticos, reflejando la autoridad colosal de la URSS. Todo esto ha colapsado ahora. Los partidos comunistas han abandonado, incluso, cualquier pretensión de una perspectiva socialista revolucionaria y han degenerado totalmente en partidos reformistas. Por lo tanto, se verán afectados por la crisis general del capitalismo y el reformismo. Esto no contradice que, debido a la bancarrota de la socialdemocracia que en muchos países ha gobernado o está gobernando, los partidos comunistas en la oposición pudieran recuperar algo de apoyo simplemente porque tienen el nombre de "partido comunista" y esto les da una aureola de "izquierda" ante un sector de la juventud y trabajadores radicalizados. La profundización de la crisis se dejará sentir no sólo en los sindicatos y partidos socialdemócratas, sino también en los partidos comunistas. La creación del Partido de la Izquierda en Alemania es una primera señal de esta tendencia.
La situación mundial no presenta un cuadro bonito y tranquilo. Todo lo contrario, en todas partes existe una situación explosiva. La clase dominante está paralizada. Los reformistas están en crisis. Los trabajadores y la juventud están más abiertos que nunca a las ideas revolucionarias. Esto nos da oportunidades que no existían en el pasado. Las nuevas condiciones son más similares a las de los años veinte y treinta del siglo pasado que al último período. La cuestión no es si la clase obrera se moverá o no, sino que cuando lo haga, ¿seremos capaces de aprovechar el cambio de condiciones para encontrar un camino hacia las masas y proporcionar la dirección necesaria al movimiento? La tarea decisiva es incrementar las fuerzas de los marxistas revolucionarios, de la Corriente Marxista Internacional, doblar y cuadruplicar el número de cuadros en el menor tiempo posible. ¡No es el momento del escepticismo ni de la rutina! Se abren enormes oportunidades a escala mundial para la corriente marxista. Podemos avanzar con absoluta confianza sobre la base de las ideas que han demostrado una y otra vez ser correctas. Debemos hacerlo con un sentido de urgencia, plena confianza en las ideas del marxismo, en la clase obrera, en nuestra corriente internacional y en nosotros mismos.
Tenemos una tarea que realizar. ¡Procedamos a ella!