El intento de un tirador de 20 años de asesinar a Donald Trump en un mitin en Pensilvania el sábado ha hundido a la democracia burguesa estadounidense aún más en la crisis.
Este no es el primer intento de asesinato de un presidente de EE.UU. -en este caso, un ex presidente que probablemente volverá a la Casa Blanca en noviembre-, pero es el primero que ocurre en la televisión en directo y en la era de las redes sociales. El último atentado contra la vida de un presidente fue el tiroteo contra Ronald Reagan en 1981. En las cuatro décadas transcurridas desde entonces, todas las instituciones políticas gobernantes han sufrido un declive en su legitimidad en casi todos los sentidos.
Incluso en las semanas previas a este suceso, no era exagerado decir que la política estadounidense ya se encontraba en «territorio de crisis». La desastrosa actuación de Joe Biden en el debate había sumido al Partido Demócrata en un estado de pánico total, provocando una oleada de llamamientos para que el actual candidato se retirara de la carrera o, de lo contrario, se arriesgara a dar a Trump una fácil victoria en noviembre. Los estrategas políticos liberales calificaron las consecuencias del debate de Biden como un escenario «DEFCON 1», un término que sugiere el nivel más urgente de alerta, que suele indicar un ataque inminente o un estado de guerra.
Parece que toda la palabrería sobre «DEFCON 1» llegó con un par de semanas de adelanto. El sábado, internet se inundó con las impactantes imágenes de una bala rozando la oreja de Trump en mitad de su discurso, mientras sonaban múltiples disparos que mataron al menos a una persona del público, hirieron a otras dos y provocaron gritos de horror entre la multitud.
Después de que los agentes del Servicio Secreto dispararan y mataran al tirador, que había disparado desde el tejado de una fábrica situada alrededor de 100 metros del mitin, retiraron a Trump del lugar, pero no sin antes hacerse una foto histórica. Sintiendo el valor político del momento para su campaña, Trump levantó su puño hacia la multitud, con sangre corriéndole por un lado de la cara, gritando «¡luchad!» varias veces antes de que el equipo de seguridad le escoltara fuera del escenario.
Por el momento, se ha publicado muy poca información sobre el francotirador, Thomas Matthew Crooks, o sus motivos. Los registros electorales estatales indican que estaba inscrito como republicano. Vivía en Bethel Park, Pensilvania, a una hora del lugar del mitin. Crooks se había graduado en el instituto en 2022 y trabajaba en la cocina de una residencia de ancianos. Cuando tenía 17 años, al parecer hizo una donación de 15 dólares a un grupo de campaña ActBlue, que apoya a demócratas liberales. La donación se hizo el 20 de enero de 2021, el día de la toma de posesión de Biden.
Sus antiguos compañeros de instituto lo describieron como un solitario que llevaba «atuendos de caza» a la escuela. El día del tiroteo llevaba una camiseta de Demolition Ranch, un popular canal de YouTube con contenidos sobre armas y explosivos. La policía encontró material para fabricar bombas en su casa y en su coche aparcado fuera del mitin. Aunque la investigación está en curso, el FBI cree actualmente que actuó solo, y su ráfaga dispersa de disparos contra la multitud ciertamente no refleja el entrenamiento de un francotirador profesional. No tenía conexiones militares.
Por qué los comunistas se oponen al terrorismo individual
Independientemente de los motivos del tirador, debemos tener claro que los comunistas nos oponemos al terrorismo individual. Nos oponemos a él no por motivos morales, ni por razones pacifistas, sino porque es contraproducente desde la perspectiva de la lucha de clases, y perjudicial para el desarrollo de la conciencia de clase proletaria.
Las bases de Trump ya estaban convencidas de que las elecciones de 2020 habían sido robadas a su candidato, y de que todas las instituciones gobernantes, incluidos los medios de comunicación de masas y el sistema judicial, estaban conspirando contra Trump. En un solo instante, esa mentalidad de asedio se ha multiplicado ahora por diez, sumiendo a millones de votantes de Trump en un estado de pánico y rabia cargado de adrenalina.
Casi inmediatamente, el aparato de Trump empezó a acusar a la «izquierda radical» de este ataque. Este es el lenguaje de la demagogia pura, que sólo servirá para aumentar la probabilidad de ataques violentos más frecuentes por parte de la derecha. Las palabras de un transeúnte que apoya a Trump dan una idea del sentimiento actual de gran parte de su base: «¡Ellos dispararon primero! Esto significa la puta guerra!».
No es difícil imaginar cuál habría sido la reacción de las bases de Trump si la bala del francotirador hubiera dado en el blanco. Probablemente habría encendido una explosión social de disturbios y alborotos violentos contra cualquiera al que vieran como del “otro bando».
Los comunistas se oponen naturalmente a Donald Trump. Pero está claro que cualquier resultado de un intento de asesinarlo resulta en un desarrollo completamente reaccionario -uno que no hace nada para aclarar la división de clases que recorre la sociedad, incluyendo el campo del propio trumpismo.
La mayoría de la base de apoyo de Trump consiste en trabajadores que han sido engañados temporalmente para que crean en su demagogia. Nuestra tarea es agudizar la línea de clase en la sociedad y poner en primer plano los intereses de toda la clase obrera, mostrando a los trabajadores que su enemigo común es la clase capitalista, no otro segmento de la clase obrera. Sobre esta base, la base de Trump podría dividirse en líneas de clase.
Este noviembre, se pide a los trabajadores que elijan, una vez más, entre demócratas y republicanos. Pero millones de personas sienten repulsión por Trump, Biden y el resto de los políticos e instituciones de la clase dominante. Ese odio de clase expresa el sano instinto de que todo el sistema está en manos de otra clase, cuyos intereses son completamente opuestos a los nuestros. La solución a este atolladero político reside en la acción de masas de la clase obrera, moviéndose consciente y colectivamente como clase, en su propio interés. Esto requiere que la conciencia de clase alcance un nivel muy avanzado, y nuestro trabajo como comunistas es ayudar a que esto ocurra.
Los actos de terror individual van intrínsecamente en contra de este proceso. Relegan a la masa de la clase obrera a la posición de espectadores indefensos, en lugar de dar a los trabajadores una sensación de fuerza y confianza en su propio poder colectivo para influir en los acontecimientos, como lo harían, por ejemplo, las huelgas o manifestaciones masivas. El terror individual también crea una atmósfera de miedo y pánico, en lugar de una disposición combativa para la lucha de masas. Incidentes como los intentos de asesinato sirven más para empujar a la acción a grupos de milicianos marginales y a vigilantes enloquecidos de clase media que para motivar a los trabajadores a unirse en una lucha contra la clase dominante.
Otro efecto político reaccionario del terror individual es que enmarca a los políticos individuales como el principal problema, sugiriendo que la mera eliminación de Trump -o Biden, Harris, Rubio, Vance, etc.- representará un paso adelante. Esto es falso, y desvía la atención del reconocimiento del sistema capitalista en su totalidad -junto con los partidos y las instituciones de toda la clase dominante– como la fuente de la opresión y el descontento de las masas.
Sólo si la clase obrera se ve a sí misma como una clase con intereses comunes opuestos a la serie de políticos capitalistas -incluidos Biden y Trump- podrá desarrollarse la guerra de clases en el camino hacia el establecimiento de un gobierno obrero, que es la única solución a los problemas a los que se enfrentan millones de personas.
La forma de socavar el fenómeno reaccionario del trumpismo es convencer al segmento obrero de su base de que sus sanos instintos de clase están siendo cínicamente manipulados por un miembro interesado de la clase dominante. Durante los cuatro años de la primera administración Trump, el 1% más rico estaba muy bien y sus intereses estaban bien representados en Washington. Si Trump vuelve al Despacho Oval, no aliviará en absoluto a los millones de trabajadores que se están deslizando rápidamente hacia unas condiciones de miseria nunca vistas en generaciones. El enemigo de los trabajadores estadounidenses es la clase capitalista estadounidense, no los inmigrantes ni los trabajadores de otros países.
El asesinato no ayuda a los trabajadores a sacar ninguna de estas conclusiones urgentes y, de hecho, hace retroceder la conciencia. El resultado de este intento de asesinato será crear aún más simpatía por Trump, y sólo impulsará su apoyo en las encuestas. Este intento reforzará varias teorías conspirativas de que Trump es realmente «anti-establishment» y que los tenebrosos «poderes fácticos», como el llamado «estado profundo», deben impedir que sea presidente.
Es cierto que una mayoría de la clase dominante se opone en gran medida a Trump, pero esto se debe al hecho de que es un individualista que va por libre y no mira por el bien del sistema en su conjunto. Ven que Trump ha aumentado la inestabilidad política en su moribundo sistema, y ha contribuido a desacreditar aún más las instituciones burguesas que son importantes para su continuación.
Marx llamó al ejecutivo del Estado moderno «un comité para la gestión de los asuntos comunes de toda la burguesía.» Puede que Biden sea incoherente e incompetente, pero Trump es impredecible, errático e interesado; no son precisamente cualidades que la clase dominante quiera en un jefe de Estado. Aparte de Elon Musk, que apoyó a Trump en X momentos después del tiroteo, ni un solo CEO de una empresa de Fortune 100 ha respaldado hasta ahora la campaña de Trump, en marcado contraste con todos los candidatos republicanos anteriores. En resumen, el «comité para la gestión de los asuntos comunes» del capitalismo estadounidense está en ruinas, y los próximos años no ofrecen ninguna señal de estabilidad.
El boomerang de la violencia capitalista estadounidense
Las bases de Trump señalan ahora con el dedo a los medios de comunicación y a la llamada «izquierda» por preparar el terreno para este intento de asesinato con toda su retórica alarmista. Biden y los demócratas, y el vasto aparato mediático que está de su lado, han estado llamando fascista a Trump y sugiriendo que su elección establecería una dictadura, como si el establecimiento de un estado policial militar fuera simplemente una cuestión de las intenciones de un presidente individual. El coro liberal del «mal menor» convirtió a Trump en la amenaza personificada para la democracia, descalificando siempre a su base como un bloque reaccionario de «deplorables».
Por el contrario, los marxistas han señalado que un segmento significativo de los votantes de Trump consiste en trabajadores con un grado de saludable descontento de clase que estaba siendo distorsionado y manipulado por la derecha gracias únicamente a la ausencia de una alternativa combativa de guerra de clases en la izquierda. Al ignorar esta realidad y tachar indiscriminadamente a todos los votantes de Trump de simpatizantes fascistas, los liberales y la izquierda «menos mala» han empujado a un segmento de trabajadores aún más hacia Trump, complicando el esfuerzo de ganarlos a una posición de clase. Ahora, muchos de los que de otro modo podrían haber estado abiertos a un diálogo sobre temas como la militancia sindical contra los patrones para luchar por salarios más altos, están siendo engañados para que piensen que están al borde de un conflicto armado con «la izquierda.»
Por supuesto, la culpa no es sólo de los liberales de la clase dominante. El propio Trump ha abogado abiertamente por la violencia política en múltiples ocasiones, incluyendo el llamamiento a sus partidarios a «darle una paliza» a los manifestantes contrarios en sus mítines, prometiendo pagar las facturas legales de aquellos que siguieran su sugerencia. También respondió violentamente a las protestas masivas de 2020, tuiteando: «Cuando empiezan los saqueos, empiezan los disparos.» Además de inspirar a los justicieros de derechas que se alzaron en armas contra las protestas de Black Lives Matter, Trump desplegó unidades de las fuerzas de seguridad federales sin distintivos para llevar a cabo represiones y secuestros, y se regodeó con el asesinato en 2020 de un «sospechoso antifa» en Portland.
Ahora, todo el espectro del establishment de Washington se ha unido en un coro para condenar la violencia política. En la declaración pública de Biden tras el tiroteo, dijo: «Miren, no hay lugar en Estados Unidos para este tipo de violencia. Es enfermizo… La idea de que exista este tipo de violencia política en Estados Unidos es inaudita. No es apropiado. Todo el mundo debe condenarlo».
A mucha gente se le revuelve el estómago ante esta hipocresía. Se fomenta la violencia en la guerra de Ucrania, donde recientemente se llevó a cabo un despiadado ataque contra civiles rusos en una playa de Crimea con armas estadounidenses. Mientras tanto, decenas de miles de trabajadores ucranianos han muerto en las trincheras luchando contra la guerra por poderes del imperialismo estadounidense contra Rusia. Biden abraza a Netanyahu y le da armas y municiones para matar a palestinos inocentes, cuyo número de muertos podría ascender ahora a 186.000.
¿O debemos fijarnos en la violencia dirigida contra las familias hambrientas y desesperadas apiñadas en la frontera? ¿O la violencia de los policías asesinos que aterrorizan y asesinan a los negros, y brutalizan a los manifestantes en las calles estadounidenses? ¿Debería sorprendernos que toda esta violencia no se mantenga dentro de los límites establecidos por la clase dominante? La hipócrita clase dominante no está en contra de la violencia; sólo quiere evitar que se utilice contra ellos mismos.
El sistema capitalista estadounidense nació chorreando sangre desde sus primeros días. El país imperialista más rico y poderoso del mundo descansa sobre los violentos cimientos de siglos de esclavitud, las guerras de exterminio contra la población nativa y la larga serie de brutales ataques contra la clase obrera cada vez que ésta intentaba luchar por sus intereses. El sangriento imperialismo estadounidense sometió a millones de personas en Asia y América Latina, apoderándose de sus recursos naturales, sumiéndolas en la desesperación y obligándoles a trabajar por unos centavos. Y después de que esas condiciones obligaran a un número cada vez mayor de personas a dejar atrás sus hogares y las vidas que conocían para intentar encontrar una vida mejor en el extranjero, la clase dominante los atacó con saña y los convirtió en chivos expiatorios. Trump lidera ahora la ofensiva antiinmigración con su campaña de alarmismo y división, un tema del que hablaba ayer en el momento en que empezaron a volar las balas.
Las ideas dominantes y la cultura de Estados Unidos son un producto de la clase capitalista dominante. Son la fuerza gobernante que establece la moral y muestra lo que constituye un comportamiento aceptable en la forma en que gobiernan la sociedad, aquí y en el extranjero. La clase capitalista exalta el individualismo rabioso y la mentalidad de «ganar a cualquier precio». Han creado una sociedad en la que la violencia forma parte de su modo de operar. Ellos establecen las reglas de su juego.
Al menos doce presidentes y candidatos presidenciales han sido objetivo de atentados. De los treinta presidentes que han ocupado el cargo desde Abraham Lincoln, cuatro de ellos -más del diez por ciento- han sido asesinados. Esto no refleja una anomalía. Refleja un sistema político y una cultura construidos sobre la violencia. Esta es la sociedad que ha producido el capital.
Un informe de investigación publicado por Reuters el año pasado bajo el título Political violence in polarized US at its worst since 1970s da cuenta de cientos de casos de violencia política, muchos de ellos mortales. Esta tendencia ha ido en aumento al compás de la polarización que ha caracterizado la política estadounidense, especialmente desde 2016. También es lo que está detrás de la creciente sensación de que Estados Unidos se dirige hacia otra guerra civil, un sentimiento que ahora comparte casi la mitad de la población. En nuestra era de decadencia capitalista, la estabilidad política de décadas anteriores se está deshaciendo más y más cada año.
La clase dominante nos entrega una sociedad invadida por la violencia que va mucho más allá de los asesinatos políticos. En 2023, unas 118 personas murieron cada día en tiroteos en EEUU. Los tiroteos masivos han aumentado bruscamente en la última década en particular. En 2022 se produjeron 647 asesinatos en masa y 656 en 2023. Esto supone más de uno al día. Hasta ahora, 2024 ha sido un año relativamente «tranquilo»: del 1 de enero al 2 de julio, en Estados Unidos se han producido 261 tiroteos masivos en 184 días. Esta no debería ser una forma normal de vivir para la gente, pero es nuestra normalidad bajo el capitalismo estadounidense.
El camino a seguir
Ser comunista es entender la falsedad de la ideología dominante de la sociedad. Marx explicó que «las ideas de la clase dominante son, en cualquier época, las ideas dominantes». Los libros de texto de ciencias políticas están llenos de referencias trilladas a «nuestras libertades«, «nuestra democracia» y «los controles y equilibrios constitucionales«. Los editores y periodistas de los principales medios de comunicación hacen pasar estas frases por neutrales, incontrovertibles, de sentido común. Nosotros no vemos la política de esa manera. En palabras de Lenin: «Es natural que un liberal hable de ‘democracia’ en general; pero un marxista nunca olvidará preguntar: ‘¿para qué clase?».
Los comunistas ven el mundo a través de una perspectiva de clase revolucionaria. Más allá de los titulares de los medios de comunicación burgueses, entre las líneas de su retórica y a través de sus «análisis», detectamos las marcas siempre presentes de la sociedad de clases. Reconocemos la línea divisoria fundamental que atraviesa nuestra sociedad. Un marxista entrenado captará con atención la definida perspectiva de clase y los sutiles intereses de clase que se disfrazan de comentarios «objetivos» y de «sentido común».
Cuando vemos titulares de pánico chillando que «nuestra democracia está en peligro», oímos la voz de un grupo de personas que, habiendo gobernado cómodamente durante generaciones, ahora se encuentran al timón de un barco que se hunde, totalmente impotentes para evitar su desaparición. La credibilidad de sus instituciones, antaño estables, se ha desmoronado. Su antes sólido control sobre sus partidos, sus tribunales y la opinión pública se les ha escapado de las manos. Mientras que sus predecesores de clase miraban con confianza al futuro de su sistema, la clase dirigente actual está atenazada por la alarma y el pesimismo.
Ante nuestros ojos, millones de personas están desechando las ilusiones en la farsa de la democracia burguesa, y los partidos y candidatos gobernantes se están convirtiendo en objeto del desprecio de la opinión pública. El impulso del trumpismo sólo puede atribuirse al vacío político que surge de la ausencia de un partido obrero combativo que dirija esta ira contra el sistema y sus instituciones gobernantes.
La verdad es que la mayor parte de la llamada «izquierda» ha fracasado miserablemente en leer la situación. La patética exhibición del «Escuadrón», apoyado por DSA, alineándose una vez más detrás de Biden lo dice todo. Hace sólo dos días, Bernie Sanders lo llamó «el presidente más eficaz en la historia moderna de nuestro país» y «el candidato más fuerte para derrotar al Sr. Trump.» Ilhan Omar aseguró al establishment del Partido Demócrata que «le cubre las espaldas» porque «ha sido el mejor presidente de [su] vida.» Su servilismo al capitalismo y a sus instituciones sólo sirvió para devolver la ira popular de izquierdas a los canales demócratas seguros.
Pero las encuestas muestran que existe un enorme potencial para una alternativa independiente de clase. Un porcentaje récord del 63% de los estadounidenses apoya la formación de un nuevo partido de masas. El 55% de los votantes registrados cree que el sistema político y económico necesita cambios importantes, y el 14% quiere derribarlo por completo. Vivimos en una época en la que las ideas revolucionarias pueden prosperar, si conseguimos llevarlas con suficiente fuerza al panorama político.
El declive del capitalismo estadounidense se está acelerando, y el grado de agitación social seguirá creciendo con él en los próximos meses y años. Los acontecimientos de ayer fueron un paso más -uno significativo- en la dirección que ya hemos estado tomando: la de la inestabilidad, las crisis políticas y la creciente violencia política. Esto refleja, en última instancia, el estancamiento histórico del sistema capitalista. Ni los demócratas ni los republicanos tienen solución o medio alguno para atajar este proceso. Esta es la perspectiva que debemos tener claramente a la vista. Como dijo León Trotsky en su clásico artículo de 1911, Por qué los marxistas nos oponemos al terrorismo individual:
“Si nos oponemos a los atentados terroristas es sólo porque la venganza individual no nos satisface. La cuenta que tenemos que saldar con el sistema capitalista es demasiado elevada como para presentársela a cualquier funcionario llamado ministro. Aprender a ver todos los crímenes contra la humanidad, todas las indignidades a las que se ve sometido el cuerpo y el espíritu humanos, como las excrecencias y expresiones deformadas del sistema social existente para concentrar todas nuestra energías en la lucha contra él. He aquí la dirección en que debe encontrar su más alta satisfacción moral ese ardiente deseo de venganza”.
Mientras nos dirigimos hacia lo que podrían ser las elecciones presidenciales más turbulentas en generaciones, necesitamos inyectar una perspectiva de guerra de clases de forma clara y audaz. Ahora, más que nunca, se necesita urgentemente un partido comunista de masas que reúna a las fuerzas que puedan mostrar cómo luchar tanto contra Biden como contra Trump, que una a la mayoría de la clase obrera en torno a su propio programa revolucionario y que dirija el vasto descontento de la sociedad contra su verdadera fuente: el propio sistema capitalista.