¡Fuera el imperialismo yanqui del Caribe y América Latina! ¡Manos fuera de Venezuela!

Desde el 15 de agosto, Estados Unidos despliega una importante fuerza militar en el mar Caribe, cerca de aguas territoriales venezolanas, con presencia de efectivos de marina y tropas anfibias, destructores armados con misiles guiados, un submarino de ataque y tecnología avanzada de vigilancia aérea y naval. El objetivo declarado por la administración Trump sobre dicha operación es el combate al narcotráfico y el terrorismo, y el desmantelamiento de bandas criminales que funcionarios de la Casa Blanca en todo momento han asociado con el gobierno de Nicolás Maduro. Este movimiento ha despertado preocupaciones regionales y un universo de especulaciones sobre una posible invasión a Venezuela. 

Con este operativo, el imperialismo estadounidense da cuenta de su vocación intervencionista, una vez más utilizando como excusa la lucha contra las drogas, en un intento de exportar las causas de su crisis interna en este terreno para fines geopolíticos. Desde Revolución Comunista, sección venezolana de la Internacional Comunista Revolucionaria, rechazamos de manera contundente la nueva maniobra de provocación militar, presión, intimidación y potencial agresión contra nuestro país. 

Un operativo militar de gran envergadura 

Concretamente, la operación militar incluye la movilización de más de 4.000 efectivos, principalmente infantes de Marina, apoyados por una avanzada dotación de tres buques principales: el USS Iwo Jima, un buque anfibio capaz de transportar tropas y helicópteros; el USS Fort Lauderdale y el USS San Antonio, así como naves auxiliares de desembarco con tecnología para operaciones en zonas costeras. El protagonismo de esta flota lo llevan tres destructores con misiles guiados clase Arleigh Burke, como el USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson, que ofrecen capacidad de defensa aérea, guerra antisubmarina y ataque con misiles de precisión desde el mar. 

Por si fuera poco, también se ha desplegado un submarino nuclear de ataque, proveyendo la capacidad de patrullaje sigiloso y la opción de acciones ofensivas muy precisas bajo el agua. En el aire, Estados Unidos ha movilizado aviones P-8 Poseidon, que sirven para el reconocimiento marítimo, equipados con radares sofisticados y sensores para detectar y rastrear embarcaciones y submarinos, además de contar con capacidad para lanzar torpedos y misiles antisubmarinos. Para efectos de mayor control y vigilancia aérea, la operación incluye el despliegue de aviones E-3 AWACS, con un radar giratorio que ofrece cobertura aérea extensiva, y los E-8 JSTARS, especializados en vigilancia terrestre y análisis estratégico en tiempo real. La flota aérea también incorpora helicópteros desplegados desde buques, destinados a misiones de reconocimiento, apoyo logístico y evacuación. 

Un movimiento de esta envergadura representa una amenaza considerable a la soberanía de Venezuela. La operación militar parece destinada a extenderse por meses, en una clara demostración de fuerza contra nuestro país, pero también a la opinión pública estadounidense sobre la supuesta disposición de su gobierno a luchar contra el narcotráfico. 

Lo que está detrás de la maniobra imperialista 

Este despliegue militar estadounidense se fundamenta en una autorización emitida el 8 de agosto de 2025 por Donald Trump, que facultó el uso de las fuerzas armadas para intervenir contra los carteles narcotraficantes latinoamericanos. Previamente, el llamado “Cartel de los Soles”, organización que según autoridades estadounidenses presenta vínculos estrechos con altos funcionarios venezolanos, fue declarado como grupo terrorista. En febrero, organizaciones criminales como el Cartel de Sinaloa de México y el Tren de Aragua de Venezuela también habían sido declaradas como terroristas. Fuera de toda duda, estas medidas representan peligrosos precedentes que abren la puerta a operaciones intervencionistas de la armada estadounidense en Latinoamérica y más allá. Suponen la extraterritorialización de la “justicia” yanqui, algo completamente inaceptable bajo cualquier contexto. 

En este marco, el 7 de agosto el gobierno estadounidense anunció un aumento en la recompensa por información que conduzca a la captura de Nicolás Maduro, fijando la suma en 50 millones de dólares, el doble de lo que se llegó a ofrecer por Osama Bin Laden. Pam Bondi, Fiscal General del país norteamericano, informó sin muchos detalles sobre la incautación de activos por un valor próximo a los 700 millones de dólares, que estarían vinculados a Nicolás Maduro y su entorno cercano. Marco Rubio, Secretario de Estado, ha reiterado en numerosas oportunidades que el Estado venezolano ha sido tomado por un grupo criminal, refiriéndose claramente al gobierno presidido por Maduro. Sin embargo, este mismo personaje ha comentado que el actual operativo militar en el Caribe no conlleva una invasión a Venezuela, lo que a nuestro entender no reduce la gravedad y el alto nivel de amenaza de la provocación imperialista. Estas declaraciones no nos pueden llevar a descartar de plano algún tipo de intervención que se pueda ejecutar en el futuro, como una invasión, un bloqueo naval o bombardeos selectivos, entre otras medidas, ante un despliegue militar tan importante previsto para varios meses. 

No es la primera vez que una administración Trump ordena un despliegue militar frente a aguas territoriales venezolanas. En abril de 2020 –durante el primer mandato de Trump–, Estados Unidos ejecutó una operación similar en el Caribe con un despliegue mucho más limitado. En aquella oportunidad, se movilizaron buques de guerra y aviones con capacidad para patrullaje y vigilancia, sin incluir grupos anfibios ni la amplia gama de plataformas aéreas especializadas que forman parte del operativo actual. En aquel momento, dicha maniobra formaba parte de la fracasada política de “máxima presión” contra Maduro, que contempló la autojuramentación de un gobierno paralelo, el reconocimiento de más de 50 países a esta falsa autoridad y la imposición de duras sanciones financieras. 

Este precedente invita a considerar como mayor probabilidad que dicha movilización militar responde a una estrategia política dirigida a introducir presión para que haya una ruptura en el régimen venezolano. El aumento de la recompensa por información incriminatoria contra Maduro se orienta a generar insubordinación de sectores militares aventureros y un golpe de Estado que derroque al actual gobierno venezolano. Pero una ruptura del régimen en el presente –dada la lealtad que mantiene de una capa importante de las Fuerzas Armadas y de grupos parapoliciales fuertemente armados–, supondría el comienzo de una guerra civil que desestabilizaría la región, como ya lo hemos dejado saber en numerosos análisis. Así lo advirtió el presidente de Colombia, Gustavo Petro, quien asumió que un conflicto de esta naturaleza arrastraría a Colombia. Nuevamente la torpeza intervencionista del imperialismo yanqui pretende derramar ríos de sangre en otro país para intentar posicionar sus nefastos intereses. 

Hipocresía y cortina de humo 

La hipocresía del imperialismo estadounidense, que una y otra vez recurre al discurso antidrogas para justificar su política de intervención, resulta inconmensurable. Bien es sabido que durante la guerra de Vietnam, la Fuerza Aérea norteamericana facilitaba aviones para operaciones vinculadas al narcotráfico que financiaban a Vietnam del Sur. En años más recientes, con la implementación del “Plan Colombia” –donde Estados Unidos y la DEA participaron activamente– se disparó la exportación de cocaína desde ese país hacia Norteamérica y el mundo. Tras la invasión imperialista de Afganistán, la producción y exportación de amapola para opio alcanzaron niveles sin precedentes. A esto se suma la inmensa cantidad de dinero sangriento generado por el narcotráfico y el lavado, entre otros turbios negocios, que circula a través del sistema financiero estadounidense. 

Estos ejemplos ilustran la estrecha conexión del imperialismo con este mundo sucio que provoca miles de muertes anualmente en los países productores y zonas de tránsito, mientras la demanda de drogas en Estados Unidos continúa creciendo sin freno. En relación a esto último, los camaradas de la sección estadounidense de la Internacional Comunista Revolucionaria han manifestado lo siguiente: 

“Trump está utilizando cínicamente la epidemia de drogas en Estados Unidos para justificar la agresión imperialista. Pero la causa fundamental de la epidemia de drogas no son los cárteles de la droga al sur de la frontera estadounidense, sino la pesadilla que supone vivir bajo el capitalismo. Durante los últimos 50 años, mientras los capitalistas se han enriquecido, las condiciones de vida de la clase trabajadora estadounidense han empeorado drásticamente. Esta es la verdadera razón tras el aumento de la adicción y las muertes por sobredosis. Han desaparecido los empleos, especialmente aquellos que pagan el salario medio. Esto ha empujado a capas más amplias de la población a la pobreza y al desempleo. Las grandes farmacéuticas han ganado miles de millones enganchando a los estadounidenses a los opioides, especialmente en las zonas del ‘cinturón industrial’, donde se han deslocalizado la mayoría de los empleos” (Revolutionary Communists of America, 21 de agosto, 2025: https://communistusa.org/abajo-con-la-agresion-imperialista-yanqui-manos-fuera-de-venezuela/).

Paralelamente, el amplio historial de la Casa Blanca en la promoción del terrorismo merece un repaso mínimo de hechos emblemáticos. Basta recordar su respaldo a los escuadrones de la muerte en Centroamérica durante los años 80, o el suministro de armamento y financiamiento a grupos afines a Al Qaeda, como el frente Al-Nusra, en el marco de la guerra en Siria. 

Como podemos ver, el imperialismo yanqui no tiene moral para hablar de narcotráfico y terrorismo, cuando a lo largo de su historia ha constituido la principal fuerza impulsora de estas lacras de la sociedad capitalista contra los pueblos del mundo. Tampoco, y mucho menos, tiene el derecho de pretender quitar o poner presidentes en cualquier país a conveniencia. Con toda nuestra fuerza, los trabajadores y revolucionarios del mundo debemos levantar la voz con la consigna ¡Basta de injerencias e intervencionismo imperialista! 

La invasión estadounidense a Panamá en diciembre de 1989, bajo el nombre de “Operación Causa Justa”, fue una demostración brutal del poderío imperialista estadounidense en su llamado “patio trasero”. Más de 24 mil soldados norteamericanos desplegaron una operación masiva contra el régimen del general Manuel Noriega, antiguo aliado de la CIA que cayó en desgracia no tanto por su implicación en crímenes y narcotráfico, sino por salirse de la línea de sus antiguos jefes en la Casa Blanca. La operación estuvo marcada por bombardeos indiscriminados que destruyeron el barrio de “El Chorrillo” de Ciudad de Panamá, causando cientos de muertes civiles y militares, y dejando heridas profundas en la sociedad panameña. El deber de todo revolucionario de entonces era oponerse sin ninguna reserva a esta invasión criminal, de la misma manera que hoy debemos oponernos a las pretensiones estadounidenses sobre Venezuela. 

Ante tal situación, debemos señalar con firmeza que los problemas de Venezuela solo tenemos derecho a resolverlos los trabajadores venezolanos. Miserables aquellos líderes de la derecha, como María Corina Machado, que, hundidos en su mediocridad, claman abiertamente por una invasión estadounidense. Estos parásitos aspiran a que miles o millones de inocentes ofrenden su sangre en pro de su coronación como gobernantes títeres a la cabeza del país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Todo nuestro repudio a la derecha proimperialista y sus cobardes y sucias pretensiones. 

Ante una agresión que pudiera llevar a cabo el imperialismo, los trabajadores, los revolucionarios e incluso los demócratas consecuentes solo tenemos un campo al cual formar parte: oponernos a la intervención yanqui armas en mano. El pueblo trabajador venezolano no tendría nada que ganar en caso de que se concrete una invasión militar, un bloqueo naval o el lanzamiento de ataques selectivos, donde las bombas, la destrucción de infraestructuras y la economía, así como la estela de muerte, no distinguirían entre maduristas, chavistas, opositores y derechistas. Nuestro campo claramente y sin equívocos es el de la defensa irrestricta de Venezuela. 

La respuesta de Maduro 

En un reciente discurso, Nicolás Maduro ha ordenado la ampliación de la Milicia Bolivariana a 4,5 millones de efectivos y a la entrega de armas a la población. Si esta medida se concretara, estaríamos de acuerdo. Pero debemos preguntarnos si cabe esperar tales acciones de un gobierno que ha asfixiado burocráticamente todas las instancias de participación popular, que proscribe la actividad sindical independiente, que hoy reprime de manera brutal al pueblo trabajador para mantenerse en el poder, que ha impuesto la austeridad más agresiva en la historia de Latinoamérica y que, por temer a la iniciativa de las masas, en pasados momentos de amenaza imperialista siempre se negó a implementar medidas como el armamento general de la población y la vigilancia obrera, popular y de soldados de base a los generales que hoy constituyen el principal soporte del régimen. Aunque tal anuncio pudiera apuntar en la dirección correcta, realmente supone verborrea barata de un gobierno totalmente de espaldas a las necesidades del pueblo trabajador. 

De ocurrir una repudiable invasión militar extranjera en nuestro país, el régimen de Maduro, lejos de armar y favorecer la iniciativa popular, mantendría en todo momento el orden y la obediencia social a los cuerpos militares, mientras pujaría por apoyo de parte de China y Rusia. En un escenario de este tipo, Venezuela estaría a merced de la negociación desde arriba entre las distintas potencias imperialistas, sin que el pueblo venezolano tenga voz y voto sobre su destino. 

En este sentido, no podemos creer en el discurso del mismo gobierno responsable de asesinar y enterrar a la Revolución Bolivariana, y que está corrompido hasta sus cimientos. Los trabajadores venezolanos no pueden confiar la defensa nacional a los mismos verdugos que hoy los oprimen. Solo la presión sistemática de los trabajadores desde abajo, orientada a tomar el control del país en sus manos, puede organizar una defensa coherente y acorde con los intereses de la mayoría. Asimismo, debemos decir que el imperialismo yanqui no tiene ningún derecho a juzgar y a deponer a nuestros verdugos, pues esa tarea solo le compete única y exclusivamente al pueblo trabajador venezolano. 

La revolución como verdadera defensa 

La auténtica lucha consecuente contra cualquier agresión imperialista y en defensa de la soberanía nacional requiere las mejores tradiciones que la experiencia histórica del proletariado mundial tiene para ofrecernos. Estas no son otras que el armamento general del pueblo, la vigilancia revolucionaria de los generales y jefes militares, y la transformación socialista de la sociedad. Maduro representa todo lo contrario a estas tradiciones, lo que supone mayores riesgos de que una eventual agresión imperialista tenga éxito. 

La auténtica defensa de la soberanía de Venezuela no puede quedar en manos de corruptos y contrarrevolucionarios consumados, prestos a cuidar las riquezas que han adquirido por encima de cualquier otra cosa. La única patria que conocen estos personajes son sus propiedades y abultadas cuentas bancarias. En lugar de absurdos e inocuos llamados a la paz, nosotros abogamos por un nuevo despertar revolucionario del pueblo trabajador venezolano. Una nueva revolución, donde los trabajadores de la ciudad y el campo organizados tomen las riendas de su destino, puede combatir y repeler de manera más eficiente toda amenaza externa, así como derrumbar todos los obstáculos burgueses que le niegan una vida digna. 

La movilización revolucionaria y desde abajo del pueblo debe tener como fin último el derrocamiento del atrasado y pestilente capitalismo venezolano, con la expropiación de los monopolios industriales, los latifundios, la banca y de las multinacionales imperialistas como Chevron, bajo control democrático de la clase obrera. Los trabajadores venezolanos deben, además, llamar a la solidaridad internacionalista de la clase obrera de toda América Latina, que también está amenazada con la política de extraterritorialización de la justicia estadounidense; y también de Estados Unidos, que no aprueba más aventuras militares de los imperialistas. En suma, una victoria contra el imperialismo no será posible sin la presión que puedan ejercer los trabajadores del continente y, sobre todo, los que viven en las entrañas de la bestia imperialista. 

Esta es la política que defendemos los comunistas revolucionarios de Venezuela. La revolución es la única garantía de defensa real del país, frente a la amenaza de intervención, el servilismo proimperialista de la derecha venezolana y la indefensión a la que nos conduce la política de Maduro y su corrupto gobierno. 

¡Manos fuera de Venezuela! 

¡Fuera tropas imperialistas del Caribe y América Latina! 

¡Por una política revolucionaria de defensa nacional! 

¡Trabajadores de Estados Unidos, Latinoamérica y Venezuela unidos contra el imperialismo!

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