El descrédito del régimen monárquico nunca ha sido tan grande. Cada vez resulta más evidente que nada puede cambiar siguiendo los trámites convencionales marcados desde arriba. Nos dicen: esperad y confiad en las próximas elecciones, esperad y confiad en la justicia, esperad y confiad en los empresarios para conseguir un trabajo digno, esperad y confiad en el Rey… “Esperad, esperad, y confiad”. Este es el falso consejo de los que no quieren que cambie nada, de los que se lucran y benefician con que nada cambie.
La farsa de la “democracia”
La democracia burguesa es una farsa. Votamos cada cuatro años las opciones que están disponibles para que luego, gente que nadie ha elegido, disponga de nosotros a voluntad. En una democracia auténtica, el pueblo debería opinar y decidir cotidianamente sobre sus vidas, y ejercer un control directo sobre sus representantes; éstos deberían dar cuenta de su actuación en asambleas públicas y deberíamos tener la capacidad de revocarlos en cualquier momento.
Nos gobierna un mecanismo que nos es ajeno. Diputados, ministros, secretarios, subsecretarios… tienen miles de vínculos con los grandes negocios y estamentos privilegiados. Se aprueban leyes y decretos que favorecen siempre a los mismos. Grandes y pequeños oligarcas súper-ricos deciden el destino de millones: quién trabaja y quién no, si llegas o no a fin de mes… Oscuros funcionarios deciden las tasas universitarias y la concesión de becas que permitirán estudiar o no a miles de estudiantes de familias obreras. No hay dinero para pensiones porque, dicen, hay muchos jubilados y faltan trabajadores, ¡pero desperdician el trabajo de 3,7 millones de desempleados indispensables para crear riqueza en el país!
Las castas judicial y del aparato represivo están plagadas de hijos y nietos de jueces, fiscales y mandos represivos del franquismo, que heredaron sus puestos a través de un mecanismo de filtro por el que sólo ellos y los miembros de las clases altas acceden a dichos puestos de máxima responsabilidad, incorporando su ideología reaccionaria y opresora.
La sentencia de La Manada es una prueba palmaria del desprecio que esta gente siente por las hijas del “pueblo llano”. Mandan a la cárcel a tuiteros, artistas y gente común de izquierdas que gritan su indignación en las redes sociales o en canciones. Políticos catalanes son enviados a prisión por organizar una votación. Este aparato judicial implacable no puede ser elegido ni revocado por el pueblo. Sus decisiones son inapelables. Los altos tribunales (Constitucional, Supremo, Audiencia Nacional) son elegidos por los políticos del régimen y sus organizaciones corporativas, y pueden derogar cualquier acuerdo del parlamento que disguste a los poderosos.
La “democracia” burguesa simplemente encubre la dictadura del capital, que convierte en sufrimiento y amargura las vidas de millones de trabajadores, jóvenes, mujeres, desempleados y pensionistas.
Un sistema irracional
Vivimos en un sistema irracional. El ser humano ha acumulado una capacidad productiva, tecnológica y cultural colosal. Podría haber viviendas para todos, se podría repartir el trabajo para terminar con el desempleo, y se podrían crear millones de empleos para proveer las necesidades sociales insatisfechas. Se podría reducir la jornada laboral a 5 horas e incrementar el ocio, el acceso a la cultura, ampliar la vida familiar, y participar en el control y la gestión de la sociedad. Se puede terminar con la devastación medioambiental, desarrollando la tecnología ya existente para eliminar la contaminación industrial y los combustibles de origen fósil.
Sólo lo impide la sed de lucro de los propietarios de las grandes empresas, bancos y latifundios, y el látigo de sus policías y jueces. Ellos tienen el monopolio para producir pan, techo, electricidad y ropa. Y producen, no para satisfacer las necesidades sociales, sino para conseguir cuantiosos beneficios. Es “su” propiedad. Si no tienen beneficios para sostener su vida de lujos y privilegios no hay pan, techo, luz ni ropa decente para nosotros. Nos quedamos sin trabajo, nos precarizan el empleo, nos alargan la jornada laboral o nos bajan el salario. El derecho a la vida de millones, que sufren y trabajan, está en manos de este puñado de explotadores. Pero todo esto es producido por los trabajadores mismos, y debería estar en nuestras manos para utilizar esos recursos fabulosos en interés de todos. Las familias obreras somos el 80% de la población, ellos el 1%.Podríamos construir una sociedad maravillosa, gestionada democráticamente entre todos, fraternalmente, convirtiendo todos estos recursos en propiedad colectiva de la sociedad. Y deberían ser los dirigentes de la izquierda y sindicales quienes explicaran a millones de trabajadores y jóvenes estas ideas sencillas, claras como el agua –las más racionales que pueden existir en este mundo bárbaro e irracional– como lo hicieron en su día con ellas quienes fundaron el PSOE, el PCE, CCOO, UGT y CNT, y los convirtieron en organizaciones de masas.
Fermento revolucionario
Existe un fermento revolucionario pugnando por salir, una rebelión contenida contra el orden existente que engloba a todos, mayores y jóvenes. Ahí tenemos la inspiradora lucha de los jubilados, las extraordinarias movilizaciones de las mujeres contra la opresión laboral, las agresiones machistas y el estamento judicial. Sin dirección ni consignas, el movimiento obrero comienza a levantar cabeza tras años de retirada.
Hemos visto la maravillosa lucha del pueblo catalán por el “derecho a decidir” y la república, desbordando las instituciones burguesas con la desobediencia civil de masas, desoyendo las resoluciones antidemocráticas de los tribunales del régimen, y organizando un referéndum prohibido, ante los ojos de la policía y de la guardia civil, con más de 2 millones de personas autoorganizadas y movilizadas que desafiaron las porras policiales. Han creado los Comités de Defensa de la República (CDR) para organizar la lucha contra este régimen monárquico injusto y rapaz. Estas son actitudes revolucionarias y muestran el mecanismo que ha seguido siempre toda lucha verdaderamente profunda para transformar la sociedad. Son el ejemplo y la inspiración de lo que hay que hacer.
Necesitamos una revolución que saque al pueblo a la calle, encabezado por la clase trabajadora, que barra y limpie toda la sociedad de la podredumbre, injusticia, corrupción, opresión y violencia de la clase dominante y de sus secuaces en el aparato del Estado.
Ciertamente, una revolución no puede hacerse por el esfuerzo voluntarista de un grupo de individuos, ni siquiera de miles de activistas de vanguardia. Se necesita la participación activa y consciente de millones.
Las condiciones de vida no siempre reflejan automáticamente en la conciencia la situación de opresión, ni la claridad de las tareas a acometer. El chantaje ante el riesgo de caer en la miseria, de perder el puesto de trabajo, y la incertidumbre ante el futuro, es un poderoso agente disciplinante. En esto reside la fuerza, aparente, de la clase dominante. Además, las direcciones oficiales de la izquierda y de los sindicatos rehúsan agitar por un programa socialista de transformación de la sociedad, desarrollar la conciencia política y revolucionaria de la clase trabajadora, e infundirle confianza en sus propias fuerzas y capacidad de lucha. Lamentablemente, los dirigentes de Podemos e IU han oscurecido y contenido los elementos revolucionarios implícitos en la situación, desaprovechando una situación excepcionalmente favorable para agitar por la república, desenmascarar el carácter de clase del Estado, denunciar la dictadura del IBEX35 y de las grandes empresas y explicar la necesidad de una sociedad socialista. Este es el precio a pagar por el posibilismo, la falta de claridad política, la desconfianza en “los de abajo”, y el interés de una capa de arribistas por ocupar poltronas en el Estado.Pero la dialéctica de la historia nos enseña que la acumulación de rabia, indignación, malestar y sufrimiento tarde o temprano alcanza un punto en que estalla de manera brusca e inesperada. El 15M y la ola de protestas populares que le siguió fueron una anticipación del porvenir.
Las tareas inmediatas
La tarea inmediata no es llamar a la clase trabajadora a la acción revolucionaria – ésta deberá atravesar todavía una experiencia para moverse en esa dirección– sino agrupar a la capa avanzada de los trabajadores y de la juventud alrededor de un programa socialista y de una corriente marxista que la organice y marque una perspectiva correcta. Se trata de tener una comprensión lo más exacta posible de la situación y de las tareas, que mañana adquirirán una audiencia de masas: imposibilidad de reformar el sistema capitalista a favor de nuestros intereses, una alternativa programática que incluya las demandas más básicas por empleo, salarios y vivienda, y las más generales como la nacionalización de los bancos, grandes empresas y latifundios bajo control obrero, y su gestión y control democrático por toda la sociedad; el establecimiento de organismos de poder obrero en las empresas y barrios como alternativa al aparato del Estado burgués, y una visión internacionalista de la extensión de la revolución. La corriente marxista Lucha de Clases-Corriente Marxista Internacional está comprometida en esta tarea ¡Únete a nosotros para hacerla realidad! ¡Únete a la lucha por la revolución!