Las elecciones del 28 de abril tienen una enorme transcendencia. Existe una gran preocupación por la posibilidad del retorno de la derecha al gobierno, reforzado por la ultraderecha de Vox, y es la obligación de los militantes y votantes de izquierdas poner todo de nuestra parte para impedirlo.
Los trabajadores, la juventud, las mujeres obreras y los trabajadores inmigrantes sólo pueden esperar más ataques a sus condiciones de vida por parte de un gobierno respaldado por la patronal, la Iglesia y un aparato de Estado neofranquista cada más separado de la sociedad. La derecha en el gobierno agravaría el conflicto catalán para cegar los ojos de las familias obreras con su nacionalismo español franquista, y reforzaría la represión en todas partes contra nuestros derechos de expresión, reunión y manifestación.
Con todo, un sector de la burguesía es consciente de que un “trifachito” –sólo posible con una abstención elevada– incrementaría la inestabilidad social con sus políticas ultrarreaccionarias y represivas y radicalizaría hacia la izquierda a millones de trabajadores y jóvenes. Preferirían un gobierno “más amable” del tipo PSOE-Ciudadanos, pero este último ya ha mostrado su disposición a pactar con PP-Vox. Así pues, los sectores más inteligentes de la clase dominante miran con igual preocupación el 28A, como millones de trabajadores, pero desde su propio punto de vista de clase.
Cómo derrotar al “trifachito”
Sí, debemos votar masivamente para cerrar el paso a la derecha. Pero para arrancar de la rutina y del escepticismo a millones de trabajadores y jóvenes que dudan en votar, no bastan ruegos morales, deben ser galvanizados con un programa radical claro que dé alternativas a sus problemas y les haga ver la utilidad de votar.
Puede haber un cierre de filas en torno al PSOE, al ser visto por muchos como la manera más fácil de derrotar a la derecha. Pero otros muchos millones no lo votarán o se quedarán en casa, porque no han visto cambios sustanciales con un gobierno que ha pasado sin pena ni gloria durante sus 9 meses de duración. Es imposible cambiar las condiciones laborales sin derogar, como mínimo, la reforma laboral del PP, de la que no han tocado ni una coma. Nada ha cambiado en la política represiva del Estado. La Ley Mordaza, con 20.000 sancionados hasta la fecha, se mantiene intacta. Los alquileres y el precio de la luz siguen tan altos como hace 9 meses, o más. Se alcanzó un acuerdo agónico para mantener el poder adquisitivo de las pensiones en 2019 por única vez, pero voces del interior del PSOE proponen, como la derecha, elevar todavía más la edad de jubilación. Sánchez dice que aceptará la cifra de déficit público fijada por Bruselas y mantener el gasto público en el 40% del PIB, por debajo incluso del 41% bajo Rajoy, y lejos del 47% de la UE. Esto significa que se mantendrán los ajustes en el gasto social, y no se revertirán todos los recortes practicados por los gobiernos de Zapatero y Rajoy. Las 110 medidas de su programa electoral son meras buenas intenciones, con un compromiso vago de cumplimiento “gradual”, sin comprometerse a derogar ninguna de las leyes reaccionarias aprobadas por Rajoy, sólo retocarlas.
Sánchez es coherente en su compromiso con los intereses del capitalismo español. En medio del estancamiento económico y la elevada deuda pública, no hay margen para grandes concesiones a favor de las familias trabajadoras, salvo desafiando fuertemente los intereses de los ricos y grandes empresarios. Y Sánchez no lo va a hacer. Por eso fue bastante grave que los dirigentes de Unidos Podemos (UP) depositaran tantas esperanzas en el gobierno del PSOE durante meses, en el que pidieron insistentemente entrar.
No al cretinismo parlamentario
Los dirigentes de UP cayeron estos meses en cierto cretinismo parlamentario. Pensaban que podían introducir cambios sustanciales en las condiciones de vida de las familias trabajadoras sin basarse en la fuerza organizada de la clase obrera. No entendieron que la movilización social era esencial, no sólo para presionar a Sánchez y arrinconar socialmente al bloque de la derecha en el parlamento, sino para ganar la simpatía de las capas bajas de la pequeña burguesía y de trabajadores atrasados, que constituyen la base electoral fundamental de la derecha, y que sólo pueden ser atraídas por quien demuestre más fuerza en la calle.
Lamentablemente, UP no ha tomado ninguna iniciativa en el movimiento obrero para movilizar contra la precariedad laboral, ni para exigir la nacionalización del sector eléctrico, o a favor de expropiar los cientos de miles de pisos vacíos en manos de fondos buitre para que sean destinados a alquiler social, o para movilizar a la juventud estudiantil por la gratuidad de la Universidad Pública.
No hubo respuestas a las provocaciones de la derecha franquista contra la salida de la momia de Franco del infame “Valle de los Caídos”. Se podría haber organizado una marcha estatal masiva a Madrid para reforzar la decisión del gobierno y exigir la recuperación de todos nuestros muertos que permanecen en las cunetas. Tampoco se ha promovido una plataforma estatal contra la represión que coordine y unifique la lucha de todos los afectados por la Ley Mordaza, y casos como los de Alsasua, e incluso contra la represión del republicanismo catalán.
Y había condiciones. Bastó que se expresaran masivamente los magníficos movimientos de los jubilados y de la mujer, aun bajo el gobierno de Rajoy, para que se transformara el escenario que condujo a la caída del gobierno del PP ¿En qué situación estaríamos hoy si se hubieran impulsado movimientos similares sobre los aspectos anteriormente citados, en el último año y medio, y que tienen un potencial movilizador explosivo?
La falta de alternativa programática y de lucha en la calle explica la falta de motivación electoral que hemos visto estos meses. UP no debe ser un mero aparato electoral, temeroso de las acciones de masas en la calle que puedan adquirir un carácter masivo y radical, debe actuar como la palanca que organice y desarrolle tales movimientos.
UP debe cambiar de rumbo
UP atraviesa una situación delicada. Podemos está pagando el precio de su giro a la derecha y al institucionalismo que ha reducido su militancia drásticamente. Con un vago progresismo como ideología, ha dejado de entusiasmar a amplios sectores de la clase trabajadora. El ala derecha de Podemos, encabezada por Íñigo Errejón, responsable más que nadie de esta situación, ha iniciado su marcha de Podemos para lanzar su propio movimiento tras el 28A, como en Madrid capital y región, donde el espacio de UP se presentará fracturado a las elecciones de mayo en sus alas izquierda y derecha. Entre la militancia de IU, donde la dirección ha aceptado sin rechistar todos los zig-zags de los dirigentes de Podemos, existe una desafección cada vez mayor hacia la coalición electoral, como lo demuestra la caída del apoyo en las consultas internas a la militancia, del 84,5% en 2016 al 61,5% ahora. La confluencia misma se ha escindido en Galicia, Catalunya, Navarra, Asturias y País Valenciano, por intereses de aparato. También nos parece desacertada la elección del nombre Unidas Podemos, una cabriola lingüística ajena al habla común de mujeres y hombres, que da munición a los reaccionarios y no aporta nada a la lucha contra la opresión de la mujer. Correctamente, el compañero Pablo Iglesias está radicalizando su discurso y propuestas en esta campaña electoral, para diferenciarse de Sánchez, acusándolo de cobarde, pero ¿porqué no se hizo esto a lo largo de estos 10 meses? UP hubiera ganado en coherencia y estaría más fortalecida.
No nos equivocamos de bando. Lucha de Clases llama a votar masivamente a UP, como lo harán millones que no ven una alternativa en el PSOE. Pero si UP quiere recuperar el apoyo perdido y volver entusiasmar a millones debe cambiar radicalmente de rumbo y programa, y esta campaña electoral ofrece una oportunidad única.
Votar no basta
UP no debe proponerse como acompañante del PSOE en un gobierno limitado a conceder algunas migajas, sino ofrecer una alternativa propia de gobierno a favor de las familias trabajadoras. Como proponemos en otro artículo de esta revista, debe dotarse de un programa que abarque desde las demandas más inmediatas hasta la más generales, que pongan las principales palancas de la economía (grandes empresas, bancos y latifundios) al servicio del pueblo, como propiedad colectiva para planificar la economía en interés de la mayoría; debemos demoler el régimen y el viejo aparato de Estado neofranquista, al servicio de las 200 familias de la oligarquía, para construir una República democrática, socialista, que ofrezca al conjunto de pueblos del Estado español una unión voluntaria en pie de igualdad, y que sería la antesala de un movimiento revolucionario y socialista en el resto de Europa y el mundo entero.
Estas ideas y programa galvanizarían a millones que por fin encontrarían un gran ideal por el qué luchar y mostrarían la manera concreta en que podemos transformar realmente esta sociedad para terminar con el capitalismo caduco y bárbaro.