Sólo en lo que llevamos del año 2017, treinta y una mujeres y cinco menores han muerto por la violencia machista, prácticamente una víctima cada cinco días. Sólo en el fin de semana del 26 al 28 de mayo, han sido asesinadas tres mujeres en Madrid y en Murcia. La persistencia de esta lacra y la dejadez del Estado burgués a la hora de atajarla obligan a las organizaciones de la clase trabajadora a ponerse al frente de la lucha contra la violencia machista y a ofrecer una alternativa para acabar con esta lacra, inseparable del sistema de dominación capitalista.
“El grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general”
(Marx y Engels, La sagrada familia)
La violencia machista es una lacra de este sistema que se ceba fundamentalmente en las mujeres de la clase trabajadora y en situación económica más vulnerable. Se sostiene en el factor cultural y moral del patriarcado, inherente a toda sociedad dividida en clases sociales, que otorga al “hombre” una preeminencia sobre la “mujer”. El patriarcado llega a su culmen en el sistema capitalista, donde el derecho de propiedad alcanza su máximo valor moral y se extiende a la vida familiar, conyugal y social, donde la mujer pasa ser considerada como “propiedad” del hombre o subordinada al mismo.
Todo hecho de violencia machista es un acto bárbaro y cobarde, reflejo consciente o inconsciente de un desprecio a la dignidad del ser humano, sobre el que se ejerce una violencia abusando de la fuerza física o del sentimiento de “superioridad” moral que otorga esta sociedad patriarcal. Formas de violencia machista son por supuesto la violencia intrafamiliar (física y psicológica), pero también las violaciones y agresiones sexuales o el acoso sexual en el trabajo y el espacio público en general. Ha habido casos de mujeres asesinadas por compañeros de trabajo o estudios con los que no tenían relación de pareja. Por no hablar de los mil y un pequeños vejámenes cotidianos que una mujer trabajadora tiene que sufrir bajo este sistema. El machismo no son sólo actitudes personales, es una estructura de dominación social; el patriarcado oprime a las mujeres y envilece a los hombres, y debe ser combatido por las organizaciones de la clase obrera para elevar el nivel de conciencia y la unidad y solidaridad entre el conjunto de nuestra clase.
Violencia machista y capitalismo
Las cifras escalofriantes de la violencia machista son por supuesto intolerables para todas las personas decentes. Cada asesinato machista es respondido con concentraciones, minutos de silencio y declaraciones institucionales. Los representantes políticos de la burguesía emiten promesas solemnes de erradicar esta lacra. Sin embargo, esto se convierte en humo cuando vamos a los datos reales: entre 2010 y 2015, el presupuesto para la prevención de la violencia de género cayó un 26%, entre 2010 y 2014 se detrajeron trece millones de euros a la lucha contra la violencia machista, sin que en los presupuestos de 2016 y 2017 se hayan recuperado las cifras de 2010. Los juzgados de violencia de género están saturados e infradotados económicamente. Las condenas hipócritas y golpes de pecho no pueden ocultar la nula voluntad de los gobiernos de la derecha de terminar de una vez por todas con la violencia machista.
Nosotros repudiamos la indignación hipócrita y criminal de aquéllos que condenan de palabra la violencia machista mientras que avalan la violencia sobre el conjunto de los seres humanos, a través de la explotación laboral, los despidos, los desahucios, los recortes en el gasto social o en el acoso a los inmigrantes. Repudiamos las lágrimas de cocodrilo de los que recortan en prevención y en la protección a las víctimas de violencia de género. Son los mismos que apoyan y promueven guerras imperialistas que asesinan a miles de personas en interés del estilo de vida “occidental” (es decir, en interés de los bancos y multinacionales).
Es el mismo imperialismo de Occidente el que sostiene y se alía con los regímenes y grupos armados que practican las más atroces formas de violencia contra las mujeres. Los talibanes de Afganistán, Al Qaeda y el Daesh no se explican sin la intervención imperialista en Oriente Próximo y Asia Central desde hace décadas, ni sin la alianza estratégica del imperialismo con Arabia Saudí y las monarquías del Golfo, regímenes que niegan a la mujer los más elementales derechos democráticos. La hipocresía y criminal burguesía española no va a acabar con el machismo ni con la violencia que engendra.
Impotencia del Estado burgués
El Estado se muestra completamente ineficiente para atajar la violencia machista. Muchas veces son los jueces o la policía quienes desoyen las denuncias y quejas de las víctimas por sus prejuicios machistas y despectivos hacia las mujeres de clase trabajadora, inmigrantes o de bajos recursos. La mujer que denuncia la violencia machista carece muchas veces de sostén psicológico y se enfrenta en soledad a la incertidumbre de sus condiciones de vida, sin vivienda propia, a veces sin un trabajo que le permita una independencia económica, o abrumada por el miedo ante el destino de sus hijos.
Toda mujer víctima de maltrato físico y psicológico, sin independencia económica ni habitacional, debe tener garantizado por parte del Estado una vivienda y un puesto de trabajo remunerado de manera digna, con un complemento en el caso de hijos a su cargo, con plena atención en materia educativa, de salud, etc. O un subsidio indefinido a cargo del Estado hasta que encuentre un puesto de trabajo digno. El agresor, además de ser alejado del entorno familiar, debe ser atendido en centros de rehabilitación psicológica públicos de calidad y con profesionales bien preparados. Las leyes aprobadas por los sucesivos gobiernos son papel mojado que no han servido para cambiar drásticamente una situación que sólo puede variar con un aumento significativo de los recursos públicos para atender las necesidades que mencionamos y que los gobiernos de la derecha y del ajuste jamás aceptarán.
La esclavitud doméstica
Terminar con la violencia machista es una parte indisoluble de la lucha por terminar con la violencia social y la moralidad de clase producida por el sistema capitalista. Restituir el papel moral de la mujer a su auténtica altura pasa, en primer lugar, por tener garantizada la completa independencia económica. Tampoco se puede luchar contra la opresión general de la mujer sin reducir a su mínima expresión las llamadas “tareas del hogar” en el seno familiar. Esas tareas pesadas, rutinarias y embrutecedoras que desgastan física y moralmente, afectan mayormente a las mujeres de la clase trabajadora.
La única manera de liberar a la mujer trabajadora de estas tareas familiares pasa por socializar y transferir las mismas a la comunidad, como se ha hecho, en general, con la educación, la atención sanitaria, el transporte público, etc.
Una sociedad verdaderamente preocupada por la liberación de la mujer proveería de guarderías y escuelas infantiles públicas, suficientes y bien dotadas, en cada barrio y centro de trabajo, así como centros de ocio y culturales municipales para preadolescentes y adolescentes en los barrios; establecería grandes lavanderías públicas en cada calle y comedores públicos en cada centro de trabajo, barrio, escuela y universidad, donde se ofrecería una comida sana y variada. Y todo ello a precio de coste. Esto no puede ser competencia del sector privado, que sólo busca el lucro a costa de esquilmar los bolsillos de las familias trabajadoras, y que nos expone a servicios deficientes. Debe ser una competencia de los ayuntamientos, comunidades autónomas y del Estado central. Por supuesto, los gobiernos actuales y los grandes empresarios no quieren ni oír hablar de esto, rechazan claramente que el dinero público se destine a estas “menudencias”, porque para ellos es un despilfarro, no les genera ganancias. Por eso la derecha y los grandes empresarios son los más interesados en mantener esclavizadas a la mujer en las “tareas del hogar”, sean trabajadoras o “amas de casa”.
También hay una razón política y social que refuerza el interés de la clase dominante en el trabajo doméstico de la mujer trabajadora. Cargar sobre la unidad familiar toda la presión del sistema: alimentación, limpieza, cuidado de los hijos, cuidado de los mayores, entre otras, es una manera de levantar obstáculos poderosos que dificultan la lucha, la organización, la participación política y vecinal y el desarrollo cultural de las familias obreras.
Una lucha socialista
Es por todo ello que la verdadera lucha por la liberación de la mujer y contra la violencia machista, para que sea profunda y verdadera, debe formar parte de una lucha anticapitalista y socialista. Una lucha que debe empalmar con la eliminación del poder de la clase capitalista, con la expropiación de la banca, las grandes empresas y latifundios, bajo el control democrático de los trabajadores, a fin de planificar democráticamente la economía y resolver los acuciantes problemas sociales y culturales. Esta será la única manera de poner las bases de una sociedad auténticamente humana que barra, junto con la propiedad de los grandes medios de producción en manos de un puñado de parásitos, esa reliquia de un pasado bárbaro como es la sociedad patriarcal.
También la Revolución Rusa comenzó a abordar, tanto a nivel teórico como práctico, la lucha contra la opresión como parte integral de la lucha por el socialismo, argumentando que el partido revolucionario debe de ser la tribuna de los oprimidos. Lenin realizó la siguiente y sucinta explicación sobre cómo el objetivo de la toma de conciencia revolucionaria requiere de la voluntad de los trabajadores para defender los intereses de todos los oprimidos en la sociedad, como parte de la lucha por el socialismo:
”La conciencia de clase de los trabajadores no puede ser verdadera conciencia política si los obreros no están capacitados para responder a todo tipo de tiranía, opresión, violencia o abuso, no importa la clase que se vea afectada sí, además, se forman para responder desde un punto de vista Social-Demócrata [marxista] y no de otro”. (Clara Zetkin, Recuerdos de Lenin)
Esta formulación es extremadamente importante para entender el papel del movimiento socialista, no solo en la lucha de clases, sino también en la lucha contra toda forma de opresión. Y es particularmente relevante la aplicación de esta fórmula al tratamiento específico de la opresión de la mujer y lo que significa tanto en la teoría como en la práctica.
Si algo se puede destacar, desde el inicio de la tradición marxista en cuanto a la emancipación de la mujer trabajadora, es que el problema no ha sido nunca contemplado teóricamente como un asunto que concierne sólo a las mujeres, sino como un tema en el que se debe implicar el conjunto de los revolucionarios, tanto hombres como mujeres.
La corriente marxista Lucha de Clases está empeñada en esta tarea ¡Únete a nuestra lucha!