El conflicto del campo ha sacado a la luz la inestabilidad social subyacente que pervive en nuestro país desde la erupción del Argentinazo. Pese al tiempo transcurrido, la sociedad sigue sin encontrar su punto de equilibrio. Es una paradoja que estosuceda justo cuando la Presidenta Cristina se pavonea diciendo que Argentina atraviesa el ciclo de crecimiento económico más importante de su existencia. El conflicto del campo ha sacado a la luz la inestabilidad social subyacente que pervive en nuestro país desde la erupción del Argentinazo. Pese al tiempo transcurrido, la sociedad sigue sin encontrar su punto de equilibrio.
La economía real
Es una paradoja que esto suceda justo cuando la Presidenta Cristina se pavonea diciendo que Argentina atraviesa el ciclo de crecimiento económico más importante de su existencia. En realidad, un ciclo de crecimiento económico prolongado que representa un avance REAL de las condiciones de vida de las masas y de la sociedad en su conjunto debería reducir al mínimo las tensiones sociales y no encresparlas ni agudizarlas, como hemos visto en estas semanas.
¿Cómo se explica entonces esta paradoja? La explicación es que el crecimiento económico no es tan profundo como las cifras indican ni está resolviendo los problemas básicos de la sociedad. Descansa en la sobreexplotación de la clase obrera, que no ve un avance sustancial en sus condiciones de vida, y en la acumulación de la riqueza en cada vez menos manos.
Aunque la riqueza creada, el PBI, acumuló un crecimiento del 45% desde el 2003, no debe soslayarse que durante la crisis de 1998-2002 se redujo un 25%. Esto quiere decir que, en 10 años (1998-2008), el PBI real del país sólo creció un 20%, lo que da una tasa promedio de crecimiento anual del 2%, una de las más bajas de Latinoamericana en este período.
Esto se ve acompañado por un nivel de inversiones empresariales insuficiente y la persistencia del parasitismo que caracteriza a la burguesía argentina, con su adicción a los subsidios estatales.
Un lastre especialmente pesado que sufre la economía argentina es el pago de la deuda externa, estimada en 144.000 millones de dólares, que succiona como un parásito el flujo vital de la sociedad, y obstaculiza la modernización de sus infraestructuras y la resolución de los graves problemas sociales.
Por eso, las variables de ajuste de esta política son los salarios bajos de los empleados públicos y la clase trabajadora en su conjunto, que sufre la degradación de los servicios sociales (salud, educación) y la carencia de infraestructuras desarrolladas en transporte, rutas, cloacas, etc.
Pero, además, el crecimiento económico es completamente anárquico, con un desarrollo hipertrofiado del sector agroexportador (estimulado por el aumento sin precedentes de los precios internacionales de las materias primas) que introduce enormes contradicciones: subas desbocadas de precios y faltante de alimentos, sojización del campo, etc., consecuencia de la codicia irrefrenable de los terratenientes y capitalistas agroindustriales, y de una amplia capa de medianos propietarios y contratistas, vinculada con aquéllos por la nueva división del trabajo operada en el campo (“pools” de siembra, alquileres de campos, subcontratación de actividades, etc.).
La clase trabajadora sufre la arrogancia patronal ante la inacción de los dirigentes sindicales que, en su degeneración extrema en el caso de la CGT, actúan la mayoría de las veces como agentes de los empresarios. Pero lo que más golpea a los trabajadores es la suba de precios que supone una confiscación del salario estimada en el 25% anual, que no va al limbo sino a los bolsillos de los empresarios, particularmente del sector de bienes de consumo. A esto se añade que son los trabajadores, no los ruralistas ni los empresarios, quienes soportan la mayor parte de los impuestos recaudados por el Estado (IVA, y otros).
Esta es la base del malestar social que afecta a las masas de la clase trabajadora, al que se adiciona la carestía de la vivienda y los alquileres, y el problema de la “inseguridad”.
El conflicto del campo
Es innegable que el lockout patronal del campo fue promovido por la burguesía agroindustrial y la derecha para defender sus ganancias e intereses políticos, manipulando para ello la bronca comprensible de pequeños productores por la caída en la rentabilidad de sus explotaciones.
No fue casual que los medios de comunicación burgueses jugaran un papel tan activo en agitar a favor de la protesta. Fue enternecedora la comprensión de los periodistas hacia los cortes de ruta de los “ruralistas”, mientras demandan cárcel y palo para las huelgas y los piquetes de obreros y desocupados.
Y esto fue así porque, pese a los intentos de Kirchner y Cristina de mostrar su lealtad al capitalismo y de ganar la confianza de la burguesía, ésta nunca consideró al kirchnerismo como “su” gobierno.
La pretensión del kirchnerismo de arbitrar entre las clases, su lenguaje “setentista” y sus intentos de “regular” la ganancia capitalista de los sectores más concentrados y parásitos de la economía (agroexportadores, bancos, servicios públicos privatizados) para tratar de amortiguar las profundas contradicciones sociales, siempre generó desagrado y desconfianza en la clase dominante, terrateniente e industrial. Por eso ésta no desaprovecha cada oportunidad que se le presenta para debilitarlo y apuntalar, hasta ahora sin éxito, una oposición creíble a su derecha.
Desde el punto de vista de los trabajadores, la protesta rural no podía apoyarse porque estuviera dirigida contra un gobierno burgués como el de Cristina. Los terratenientes y la derecha no atacaron al gobierno por sus políticas a favor del gran capital, sino por aquéllas que tratan de limitar, muy parcialmente, su rapacidad; más allá de que cometiera la torpeza inicial de no discriminar a favor de los pequeños productores la instauración del sistema de retenciones móviles para la soja y el girasol.
El conflicto del campo provocó una polarización enorme en la sociedad. Es verdad que, inicialmente, los “reclamos del campo” encontraran un cierto eco en los trabajadores (más acusado en el interior y en las ciudades próximas al entorno rural) porque el trabajador extrapolaba su propio malestar al del pequeño productor que, en su imaginario, aparecía asediado por la acción confiscatoria de un Estado depredador, imaginario que los medios de comunicación burgueses trataron de instalar en la población. Pero la presencia en este conflicto de los terratenientes y la Sociedad Rural, la aparición del desabastecimiento y el incremento adicional de los precios, más el apoyo explícito de la derecha a la protesta, despertó instintivamente en la mayoría de los trabajadores sospechas sobre el contenido real del conflicto. Fue sobre esta desconfianza de la mayoría de los trabajadores donde Cristina tuvo que apoyarse para recuperar una parte del apoyo social perdido, hasta inclinar finalmente la balanza de la opinión pública a su favor.
Lucha de clases
Por eso sólo puede causarnos gracia la afirmación de la presidenta Cristina de que ella no defiende la lucha de clases ni el odio del pobre contra el rico. Los trabajadores comprenden la realidad mucho mejor. Creen y participan en la lucha de clases, y odian a sus patrones, lo mismo que sienten sobre sí mismos el odio y el desprecio del enemigo de clase.
Pero ni siquiera Cristina pudo escapar a la lógica de la lucha de clases. Para conquistar una base de apoyo social en pleno conflicto del campo debió apelar en sus discursos al instinto de clase de los trabajadores, denunciar la codicia de los terratenientes, y refrescar la memoria popular contra la dictadura militar.
Uno de sus más firmes incondicionales, Luis D’Elía, tuvo que declarar que existían dos Argentinas, “la de los pobres y la de los ricos”, y afirmó enfáticamente: “Odio a la puta oligarquía argentina”, sentimiento que los socialistas revolucionarios compartimos junto a millones de trabajadores.
A quién pertenece la Argentina
Con todo, el conflicto del campo contiene aspectos positivos. Está estimulando el debate político y la reflexión de los trabajadores, que están recibiendo una clase magistral sobre el contenido real del concepto de “soberanía nacional”.
De pronto, descubrieron que su país no les pertenece, que el dueño de Argentina no es su pueblo, sino una minoría de multimillonarios parásitos que viven a costa del trabajo y del sacrificio ajeno. La mayor parte de la tierra cultivable pertenece a unos pocos miles de terratenientes. Lo mismo que la mayor parte del trigo, de las vacas, del aceite y, por supuesto, de la soja. Están dándose cuenta de que esta gente es la que retiene los alimentos y sube los precios a placer para mejor incrementar sus ganancias, no importa que las familias trabajadoras no puedan llegar a fin de mes o pasen necesidades.
Pero es lo mismo que pasa con la industria, el comercio, los bancos, el petróleo, el gas, la electricidad o el transporte.
La auténtica soberanía nacional pasa por recuperar Argentina para la mayoría del pueblo, que somos los trabajadores y nuestras familias. Y esto sólo puede hacerse expropiando a los grandes capitalistas, terratenientes y monopolios, nacionales y extranjeros, para que la riqueza nacional sea propiedad común del pueblo trabajador bajo su control democrático. De esta manera, podríamos planificar los recursos del país en interés de las necesidades de la mayoría y no, como ocurre ahora, que están para satisfacer los intereses egoístas de una minoría opulenta y parásita.
Qué alternativa política
El conflicto del campo también desnudó el armado artificial de la “Concertación” kirchnerista. Incluso antes de la asunción de Kirchner como presidente del “nuevo” PJ, éste está sufriendo divisiones y crisis importantes, con figurones a favor y en contra de las protestas del campo. El gobernador radical K de Catamarca, Brizuela del Moral, anunció su pase a la oposición. Esto nos indica que, mañana, cuando los conflictos sociales se disparen y la presión de la burguesía sobre el gobierno se redoble, la “Concertación” kirchnerista saltará por los aires.
Pero esta situación se complementa con la debilidad permanente de la oposición a la derecha de Kirchner, donde las distintas variantes de la derecha y del centroderecha (Carrió, UCR) siguen sin hacer pie en la sociedad.
Esto demuestra la enorme debilidad política, a medio plazo, que tiene la burguesía ante sí. Prueba que si surgiera una alternativa de clase, bien delimitada con el kirchnerismo pero arrebatándole a éste la bandera del combate a la derecha, podría encontrar rápidamente un gran eco popular.
¿Qué perspectivas se abren para arribar a este objetivo? De momento, la oposición a la izquierda del gobierno de Kirchner está muy desarticulada, lo cual es una tragedia porque hay decenas de miles de trabajadores y de jóvenes revolucionarios que están demandando una alternativa de izquierda y de masas para encauzar su anhelo de transformación social.
Así, en medio de un conflicto que agitó todo el andamiaje social, el sector mayoritario de la dirigencia de la CTA, supuestamente antikirchnerista (Lozano, Micheli, De Gennaro), permaneció prácticamente mudo. Lejos de impulsar una voz independiente a la izquierda del kirchnerismo, como llevan anunciando desde hace meses, aceptaron el chantaje del ala kirchnerista de la central (Depetris, D’Elía) de moderar su discurso antigubernamental “para no aparecer pegado a la derecha”. Por eso aplazaron, sin fecha a la vista, la Marcha Federal a Plaza de Mayo por la Paritaria Social prevista para el 22 de abril; que debería haber sido el pistoletazo de salida para el proceso de constitución del movimiento político de la CTA. Por otro lado, su anunciada oposición al Pacto Social que impulsan la dirección de la CGT, el gobierno y la patronal, tampoco se ha materializado en iniciativas concretas en la calle ni en las empresas.
A la izquierda de la CTA, se mantiene la fragmentación tradicional. La incapacidad de los diferentes grupos de izquierda para articular políticas de frente único estables, en el terreno político y sindical, repelen a miles de simpatizantes, militantes y luchadores. A lo que se suman las posiciones políticas lunáticas de muchos de ellos, que combinan en la misma medida ultraizquierdismo y oportunismo, en cada acontecimiento nacional e internacional importante. Así ocurrió durante el conflicto del campo, cuando algunos de estos grupos apoyaron crítica o acríticamente el lock-out patronal, o durante el referéndum venezolano, cuando su odio a Chávez llevó a muchos de ellos a alinearse en la misma vereda que el imperialismo y la burguesía, apoyando el voto no o la abstención. Por esta vía, no hay salida.
Desde la Corriente Socialista El Militante seguimos apelando a la máxima unidad del activismo de izquierda, tanto en el frente político como sindical, sin condicionamientos previos y sobre la base de un programa común acordado, y nos manifestamos a favor de confluir con todos aquellos que profesen el mismo objetivo. Esto es lo que demanda la militancia social de izquierda y cientos de miles de trabajadores y jóvenes que despertaron a la actividad política en los últimos años.
En lo que se refiere a organización política, como declaramos después de las elecciones de Octubre, apelamos a la izquierda socialista no sectaria, a Proyecto Sur y a los sectores de la CTA que delimitaron políticamente con el kirchnerismo a confluir en un espacio político común, de clase y de masas, para poner en pie la herramienta política que necesitamos los trabajadores y demás sectores populares oprimidos. No hay otra salida.