El resultado de las elecciones catalanas del 21 de diciembre representa una bofetada a la estrategia del gobierno español de introducir su dominio directo en Catalunya para aplastar el movimiento independentista. El PP ha visto reducida su representación a 3 escaños en Catalunya y el bloque independentista ha obtenido una vez más una mayoría absoluta en el Parlament.
Estas elecciones tuvieron lugar en condiciones excepcionales, comenzando por el hecho de que habían sido convocadas por el gobierno central después de destituir al gobierno catalán y de disolver el Parlament, utilizando los poderes que emanan del artículo 155 de la Constitución. El objetivo declarado de los partidos que apoyaron este movimiento: el PP; su socio menor, Ciudadanos (Cs); y PSOE, era formar un ‘gobierno constitucional’ en Catalunya y demostrar que el bloque independentista no tenía mayoría.
Para lograr este objetivo, utilizaron todos los medios a su disposición. Ocho candidatos prominentes de los partidos independentistas están en la cárcel o en el exilio. Esto incluye al presidente catalán, Puigdemont, que fue candidato por Junts per Catalunya (JuntsxCat); al número dos en la lista de JuntsxCat, Jordi Sánchez, dirigente de la Asamblea Nacional Catalana, que está en prisión por cargos de sedición; y Oriol Junqueras, el líder y candidato de ERC, que también está detenido por cargos de rebelión y sedición. Todos ellos fueron impedidos de participar en la campaña y castigados por las autoridades penitenciarias por filtrar mensajes, que fueron leídos o reproducidos durante los actos electorales.
A esto debe sumarse una campaña despiadada de terrorismo económico de las burguesías catalana y española que llevó el pánico a miles de familias obreras, y todo el apoyo mediático y económico prestado por el régimen español a favor, fundamentalmente, de Ciudadanos y del PSC-PSOE.
La elevada polarización política produjo una participación récord del 81,94 por ciento. Esto es un récord no solo para las elecciones autonómicas catalanas, sino también para lo que es usual en unas elecciones legislativas en Catalunya y en el resto del Estado español.
Un golpe contra el régimen de 1978
A pesar de todas las mezquinas restricciones a los derechos democráticos impuestos durante la campaña y del hecho de que las instituciones catalanas están bajo el control directo de Madrid, el electorado catalán asestó un golpe severo al “bloque constitucional”, el régimen de 1978, que no logró sus objetivos .
El bloque proindependentista renovó su mayoría de escaños con 70 diputados y el mismo porcentaje de votos (47,5 por ciento) que en 2015, pero esta vez en base a una mayor participación. El bloque del artículo 155 logró 57 escaños con el 43,5 por ciento de los votos, un ligero aumento con respecto a sus resultados de 2015 (52 escaños con 41,62 por ciento de los votos si se incluye a la antigua Unió de Durán Lleida, que no obtuvo ningún escaño entonces). La suma de los votos de JuntsxCat, ERC y CUP superó los 2.060.000, aproximadamente 100.000 más que en 2015.
Ampliando un poco más el espectro de los resultados, los partidarios del derecho de autodeterminación de Catalunya (54,94%) derrotaron claramente a los partidarios del “status quo” constitucionalista, sin incluir a gran parte de los votantes del PSC que también están a favor del llamado “derecho a decidir”.
Dentro del bloque proindependentista, JuntsxCat logró obtener más votos (21,65 por ciento), por muy poco, que ERC (21,39 por ciento). Pero aun así fue el peor resultado de la lista, que representaba el legado de CDC: el partido histórico del nacionalismo burgués catalán.
ERC tuvo su mejor resultado, pero se vio amargado por el hecho de que todas las encuestas de opinión habían pronosticado que superaría holgadamente a sus ex socios de la coalición. No fue así. Puigdemont jugó sus cartas astutamente, abandonando su propio partido y estableciendo una “lista amplia”, que calificó como “la lista del President”. Utilizando un lenguaje más combativo y desafiante, y apelando a su legitimidad como presidente catalán que había sido destituido por el régimen español, logró remontar y vencer por poco a ERC.
La CUP tuvo un mal resultado: 4,45 por ciento de los votos y sólo 4 escaños. En comparación, tuvo el 8,21 por ciento y 10 escaños en las elecciones de 2015. Desarrolló una campaña muy buena y combativa, en la que insistió en la defensa de la República Catalana y en el mandato del referéndum del 1 de octubre, vinculándolos con la cuestión de conquistar y defender los derechos sociales, y hablando abiertamente del socialismo y del internacionalismo.
Pero estas fortalezas en la campaña de la CUP fueron compensadas por una serie de factores. En primer lugar, el factor del “voto útil” dentro del independentismo a favor las listas, como JxCat y ERC, con más posibilidades a priori de conseguir representación en el Parlament; en segundo lugar, el recuerdo de sus errores pasados en el apoyo a JxSí y su presupuesto de recortes. En tercer lugar, el hecho de que muchos de sus votos en 2015 fueron prestados por partidarios de ERC que no quisieron apoyar a JxSí y que ahora han regresado a ERC. En cuarto lugar, y quizás más importante, el hecho de que durante los acontecimientos cruciales del Octubre catalán, la CUP no fue vista lo suficientemente dispuesta a ofrecer una dirección alternativa.
El bloque del artículo 155
Dentro del bloque del artículo 155, el PP tuvo sus peores resultados en Catalunya, quedando el último de los siete partidos que obtuvieron representación parlamentaria, y obteniendo solo tres escaños, con apenas el 4 por ciento de los votos. Esto fue una debacle absoluta; después de las elecciones de 2015, el PP tenía 11 escaños con el 8,5 por ciento de los votos. El PP intentó apelar al voto nacionalista reaccionario español reivindicando la responsabilidad exclusiva de haber “decapitado a los partidos independentistas”, como lo expresó la vicepresidenta del gobierno español, Sáenz de Santamaría. Pero en este terreno, fue superado por su socio menor de la coalición de gobierno, Cs, que ahora exigirá para sí todos los honores.
Es preocupante el aumento del apoyo a los chovinistas españolistas de Cs en los antiguos baluartes izquierdistas y barrios y ciudades obreras del cinturón rojo de Barcelona y Tarragona. Ciudadanos quedó primero con el 25 por ciento de los votos y obtuvo 37 escaños (frente al 17,8 por ciento y 25 escaños en 2015) al quedarse con la mitad de los votos del PP y movilizar a una capa de gente que anteriormente no acudió a votar.
Cs ganó en tres de las cuatro capitales de provincia, así como en todas las principales ciudades de las comarcas del Barcelonès, Baix Llobregat, Vallès Occidental y Vallès Oriental (Barcelona, Hospitalet, Badalona, Santa Coloma, el Prat, Cornellà, Sant Boi, Rubí, Sabadell, Terrassa), que tienen una tradición de izquierda y están gobernados en muchos casos por la izquierda o el PSC.
En un contexto de polarización intensificada en líneas nacionales, Cs pudo combinar demagógicamente el nacionalismo español con llamamientos a las cuestiones sociales. Este fenómeno solo puede combatirse mediante una política de clase, que priorice los intereses de los trabajadores como clase.
El rechazo de estos sectores de la clase obrera a la república catalana implica que aún no la ven como una herramienta para defender sus intereses. A esta percepción contribuye decisivamente la hegemonía de los nacionalistas del JxCat y ERC en el movimiento independentista. Sólo ligando sólidamente la república a la conquista de derechos sociales y económicos, y vinculando el proceso de ruptura en Cataluña con la perspectiva de un cambio generalizado en el resto del Estado, podremos ensanchar la base social soberanista entre estos sectores. Lo que hay que explicar es que para lograr mejoras económicas y sociales es necesaria una lucha con el régimen del 78.
Sobre bases puramente nacionales, el independentismo difícilmente superará el umbral del 50% de los votos. Se genera una lógica de enfrentamiento de bloques peligrosa e indeseable. Y este problema no sólo es cuantitativo, es también cualitativo. Por su centralidad económica y su condición de explotada, la clase trabajadora es la clase fundamental de la sociedad capitalista y la única capaz de transformar la sociedad de manera genuina. Sin conquistar los sectores decisivos del proletariado nunca podremos alcanzar la república.
Finalmente, los resultados de CeC-PODEM de Xavi Domènech y Ada Colau fueron malos. La coalición electoral perdió 1,5 puntos porcentuales y tres escaños sobre un resultado ya deficiente en 2015. Su intento de permanecer neutral en el conflicto catalán culpando a ambas partes por igual significó que perdió votos a favor de ambos bandos.
Podemos y los Comunes están muy lejos de sus anteriores resultados de hace solo dos años, cuando se presentaban como representantes de una clara ruptura con el régimen de 1978 y las políticas de austeridad. Ahora lamentan la “ruptura del pacto de 1978” y apuntan a administrar el sistema dentro de los límites de lo que es posible. Su principal crítica del referéndum de independencia del 1 de octubre es que no tenía “garantías” y que era “unilateral”, pero dado que el bloque del 155 se niega resueltamente a pactar ningún referéndum de independencia, en los hechos CeC-Podem no ofrece ninguna alternativa.
El poder de las masas
La victoria del bloque proindependentista es un golpe para el gobierno de Rajoy y para el régimen español en general. Si se quiere saber quién perdió basta escuchar las palabras del líder del PP catalán, el odiado xenófobo García Albiol:
“Hoy es un mal día para el PP, pero también para el futuro de Catalunya. Estamos muy preocupados por el futuro político y social de Catalunya con una mayoría independentista en el Parlament”.
Eso no significa que los partidos proindependentistas tendrán una tarea fácil en la formación de un nuevo gobierno. Tanto JuntsxCat como ERC ya han abandonado cualquier idea de seguir una acción unilateral para avanzar hacia una República Catalana. Rajoy ya ha advertido que, si lo hacen, volverá a utilizar el artículo 155 (que, en cualquier caso, aún no se ha levantado).
El carácter totalmente excepcional de estas elecciones se demuestra por el hecho de que a menos que los diputados elegidos que todavía están en la cárcel o en el exilio (ocho en total) puedan tomar sus escaños, la mayoría independentista desaparecerá. El mismo día de las elecciones, las autoridades españolas anunciaron que la investigación sobre los cargos de sedición y rebelión se había ampliado para incluir a los responsables de las manifestaciones masivas de las Diadas de entre 2012 y 2017, así como a destacados políticos y parlamentarios catalanes, y otros que estuvieron presentes en la protesta del 20 de septiembre contra las redadas de la policía española. Esto incluye a dirigentes como Gabriel Rufián de ERC y Albano Dante (Ex-Podem).
La CUP tuvo una mala noche, debe avanzar conquistando el movimiento republicano con un mensaje socialista de independencia por el socialismo contra el régimen de 1978.
La CUP había dicho antes de las elecciones que no permitiría que sus votos se utilizaran para la formación de un gobierno que no estuviera totalmente comprometido con la proclamación de la República Catalana del 27 de octubre. Ahora estará bajo mucha presión para hacer concesiones y permitir que Puigdemont retorne como presidente. Debe resistir tales presiones y aprender de las lecciones de sus errores previos.
En el pasado, la CUP hizo concesiones a JxSí a cambio de la convocatoria de un referéndum sobre la independencia y el compromiso de respetar sus resultados. En el momento de la verdad, se hizo evidente que ni los políticos de ERC ni del PDECAT estaban completamente comprometidos con este objetivo. Fueron más allá de lo que originalmente pretendían, debido a la presión de las masas y al rotundo rechazo del Estado español a hacer concesiones.
De hecho, la principal lección de los acontecimientos del Octubre catalán es que los logros alcanzados fueron el resultado directo de la intervención de las masas. Todos los pasos atrás, las vacilaciones y la indecisión ocurrieron cuando a los políticos de JxS se les permitió tomar decisiones y trazar maniobras “inteligentes” a puertas cerradas.
Ahora que las elecciones han terminado, es necesario hacer un balance serio de los acontecimientos extraordinarios de los últimos meses. En nuestra opinión, la clara lección que se puede extraer es que la lucha por una República Catalana solo puede tener éxito si se aborda como una lucha revolucionaria contra el régimen de 1978, claramente vinculada a la lucha por el socialismo, y planteándola como un ariete para extender el movimiento en el resto del Estado.
Eso solo se puede llevar a cabo si la CUP se fija la tarea de ganar una mayoría en el movimiento republicano para tal perspectiva. Eso significa basarse firmemente en la clase obrera, en la lucha organizada de los CDR (los Comités de Defensa de la República) y desafiar abiertamente a los políticos burgueses y pequeño burgueses cuyas vacilaciones han impedido que el movimiento vaya más allá.
Asimismo, a la hora de tratar de conquistar la clase obrera de las grandes ciudades, nosotros dijimos durantetoda la campaña que cuanto menos nacionalista fuera el discurso de la CUP, mayor sería su capacidad de incidir en estos sectores. El internacionalismo no es sólo una cuestión de solidaridad. Tampoco es sencillamente una cuestión estratégica, para romper el aislamiento de una futura república catalana. Es también una cuestión táctica. Una parte muy importante de la clase obrera catalana tiene vínculos emocionales estrechos con el resto del Estado. Con los obreros y las obreras de otras zonas del Estado español no sólo les une su condición de clase trabajadora, también vínculos familiares y culturales muy fuertes. Plantear la república catalana como la chispa de la revolución ibérica, y enfatizar que una Cataluña libre buscaría relaciones fraternales y estrechas con el resto de pueblos del Estado, es pues una forma de entusiasmar a sectores que quizá no comparten el proyecto nacional de los países Catalanes, pero que están indignados y desean un cambio radical en la sociedad y que pueden ser ganados en una lucha contra el régimen del 78. Muchos candidatos y candidatas de la CUP hicieron declaraciones en este sentido, pero a menudo como un elemento secundario y, a veces, un poco abstracto. Además, pensamos que las apelaciones a la izquierda estatal y la agitación fuera de Cataluña deberían haber sido más intensas, para reforzar el vínculo entre la autodeterminación catalana y el cambio político en el resto del Estado, y también para minar al régimen desde dentro.
Vuelven tiempos de calle
Todo indica que la represión no amainará las próximas semanas. Al contrario, la difícil situación del PP hace muy posible una intensificación de su autoritarismo. Como decía muy correctamente Albano Dante, nuestra tarea es continuar organizando una respuesta desde abajo, construyendo los CDR, organizando a los barrios y centros de trabajo, y fortaleciendo la CUP a través del debate y la organización, para que la crisis revolucionaria catalana se decida en las calles.
Si se puede extraer una lección central de octubre catalán esta es que, como dijimos antes, los avances del movimiento siempre se han producido por la irrupción directa de las masas en la escena, y que, al contrario, los pasos atrás y las vacilaciones han venido de la dirección del procesismo.
En esta coyuntura, lo más sensato para la clase dominante española sería llegar a algún tipo de pacto con los sectores moderados de JxCat y ERC, pero los estrechos intereses partidistas del PP y de Ciudadanos, que compiten sobre la base del chovinismo desenfrenado, hacen esta perspectiva muy difícil. Los resultados plantean una dificultad legal inmediata, pues la mayoría independentista depende de ocho diputados que se encuentran en prisión o en el exilio, mientras el presidente hipotético, Puigdemont, no puede pisar solo español. Parece muy difícil que el PP cambie su actitud en este sentido. Nos parecería correcto organizar una gran manifestación para que los diputados exiliados y encarcelados volvieran a recoger sus actos, y organizarnos para recibir y proteger los exiliados.
La victoria contra el 155 en estas elecciones impuestas no agota la cuestión ni garantiza automáticamente la proclamación de la república. Para que ésta sea realidad habrá que ganar a la calle. Nuestra tarea es la de explicar pacientemente las condiciones necesarias para conseguirla.