A fines de febrero el Gobierno argentino decretó la expulsión del obispo católico Richard Williamson, integrante de la Fraternidad San Pío X fundada por el ya fallecido obispo filofascista francés Marcel Lefèbvre, después de que no se retractara de sus declaraciones negacionistas del Holocausto cometido por los nazis.
A fines de febrero el Gobierno argentino decretó la expulsión del obispo católico Richard Williamson, integrante de la Fraternidad San Pío X fundada por el ya fallecido obispo filofascista francés Marcel Lefèbvre, después de que no se retractara de sus declaraciones negacionistas del Holocausto cometido por los nazis.
En 2008 Williamson había dado una entrevista a un canal de televisión sueco en la que declaró que los judíos asesinados por el nazismo no fueron más de 300.000, y también cuestionó la existencia de las cámaras de gas. Estas declaraciones fueron emitidas pocos días antes de que el Vaticano readmitiera en la Iglesia a los seguidores de la Fraternidad San Pío X.
Lefèbvre salió a la palestra al renegar del Concilio Vaticano II en los años ’60, que tímida pero significativamente renovó algunos aspectos de la liturgia católica, impulsó una cierta apertura a otros cultos y de alguna manera intentó adaptar la Iglesia Católica a la nueva realidad mundial. Lefèbvre y sus seguidores perseveraron en sus posiciones atrabiliarias, desafiaron la autoridad del Papa y fueron finalmente excomulgados y expulsados de la Iglesia Católica en los años ’80.
En sí mismas las modificaciones introducidas por el Concilio Vaticano II fueron bastante modestas. En ningún momento se cuestionó el papel de la jerarquía eclesiástica como policía espiritual de las clases dominantes y menos se realizó una autocrítica por su historia criminal.
Recordemos que en esos años surgieron grupos de católicos comprometidos con las luchas sociales revolucionarias y que se cuestionaban el rol represor de la jerarquía eclesiástica. Al mismo tiempo, leían las obras de la tradición marxista e intentaron su lectura desde el cristianismo, lo que dio como resultado la Teología de la Liberación.
Posteriormente, los sectores reaccionarios de la Iglesia se plantearon combatir a los grupos progresistas y marginarlos.
Así, Juan Pablo II se destacó por su política ultrarreaccionaria al propiciar, entre otras cosas, la reconversión capitalista de los países de Europa del Este. Benedicto XVI acentúa ese giro reinstalando el latín como lengua de la misa y readmitiendo a los lefebvristas dentro de la Iglesia.
El Vaticano y la Iglesia, en general, están controlados por el ala ultraconservadora. Por eso no sorprende la readmisión de la Fraternidad San Pío X. Pero sí llama la atención que en la elección de Ratzinger como Papa primaron los intereses de la camarilla dominante del Vaticano sobre los intereses estratégicos de conjunto de la jerarquía eclesiástica.
Así, por ejemplo, un papa latinoamericano tras el fallecimiento de Juan Pablo II – aun alineado con el ala conservadora- con una cara y un discurso ‘amigables’ y menos repulsivos habría sido más útil para el imperialismo, en la nueva situación mundial, en su lucha contra los procesos revolucionarios, que un Papa como Benedicto XVI, un intelectual sin ningún carisma y alejado de las masas. Ahora, el affaire Williamson restó aún más credibilidad y autoridad al Papa, quien supuestamente es ‘infalible’.
Como marxistas estamos dispuestos a trabajar en conjunto con aquellos creyentes que consideren que es necesaria una transformación socialista en el mundo. El marxismo no sostiene la existencia de un ser superior trascendente al mundo tal cual es, pero respetamos a aquellos que sí creen y que intentan integrar su fe en la lucha social. En cambio, consideramos a las jerarquías eclesiásticas como sirvientes de los enemigos de clase a quienes debemos combatir.