En 1989, hace 29 años, se desarrolló la última gran ofensiva de la guerrilla salvadoreña denominada “Hasta el tope y punto” o “Fuera los fascistas” pero también conocida dentro del movimiento sindical como “Febe Elizabeth Velázquez muerte a los fascistas”, nombre que adoptaría luego que el 31 de octubre de 1989 un atentado terrorista contra el movimiento sindical cobrara la vida de unas de las líderes sindicales más representativas del movimiento obrero revolucionario.
Las décadas de los años 70 y 80 fueron un hervidero de la lucha de clases en El Salvador, la opresión contra la clase trabajadora y el campesinado era totalmente insoportable. El descontento y la rabia acumulada de años de represión, pobreza y manipulación de las elecciones estalló en una cruenta guerra civil, que buscaba por la vía de las armas una salida al impase de la sociedad.
Desde mediados del siglo XX la oligarquía cafetalera era incapaz de mantener el orden en la sociedad, la dominación solo podía mantenerse bajo una dictadura militar de carácter reaccionaria, esta dictadura militar duró más de 5 décadas casi ininterrumpidamente, desde Maximiliano Hernández Martínez hasta Carlos Humberto Romero, quien fue derrocado por un grupo de jóvenes militares, que se sentían comprometidos con las luchas del pueblo. El derrocamiento de este militar le daría un impulso colosal al movimiento de masas en los años siguientes.
A inicios de los años 80 una Junta Revolucionaria gobernaba el país, esta Junta era una coalición de los socialdemócratas y los burgueses liberales con representantes de las Fuerzas Armadas. El poder de esta Junta era limitado y no conducía a nada, pues esta instancia no solventaba el principal antagonismo entre las clases y su base social era totalmente inexistente. Se tambaleaba entre el poder revolucionario que se levantaba en el movimiento obrero y el dominio de las 14 familias que conformaban la oligarquía, las masas estaban demasiado animadas como para aceptar reformas a medias como las que ofrecía la Junta.
Estos cambios por arriba no eran más que la expresión del enorme fermento de la lucha de clases por abajo, la expresión más grande de este fermento fue la creación de la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM) el 22 de enero de 1980. La unificación de las organizaciones de masas denotaba el carácter revolucionario del pueblo en ese momento. La primera marcha que convocó esta Coordinadora fue una gran demostración de fuerza, más de 100 mil personas en las calles de San Salvador. ¡La movilización más grande conocida en El Salvador hasta nuestros días!
Unos meses después, el efecto secundario de la unificación de las organizaciones de masas, obligó a las principales facciones guerrilleras a avanzar hacia la unidad en un solo ejército guerrillero. Así surge el FMLN el 10 de octubre de 1980, formado principalmente por cinco organizaciones independientes: Las Fuerzas Populares de Liberación Nacional Farabundo Martí (FPL), Resistencia Nacional (RN) el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP), Partido Comunista Salvadoreño (PCS) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC).
Para estos años, la situación en El Salvador era claramente prerrevolucionaria, el gobierno estaba acosado por la derecha y por la izquierda al mismo tiempo. La clase dominante estaba profundamente desmoralizada, la pequeña burguesía estaba descontenta con la gran burguesía, el ejército estaba dividido, muchos oficiales y sub oficiales simpatizaban con la revolución, el mismo imperio norteamericano estaba tambaleante con su política intervencionista y las masas habían logrado la unidad.
Este momento fue clave para la revolución salvadoreña, el carácter insurreccional que tomó este movimiento no lo volvimos a ver a ese nivel en los años venideros, fue una oportunidad única que hubiese permitido la toma del poder. Sin embargo, esta oportunidad se desperdició, el llamado a una insurrección armada acompañado de la consigna de la creación de soviets o consejos para la gestión del poder hubiese calado rápidamente en la conciencia de la clase trabajadora. La clase obrera en este periodo se lanzó en una serie de huelgas generales, sin embargo, la perspectiva de la dirección del movimiento se subordinó a la táctica de la guerrilla y no a la preparación del pueblo para la insurrección que tuviese como gran objetivo la instauración de un Estado obrero. Los principales dirigentes hablaban de un “Estado popular” de manera poco clara, pero solo a condición del triunfo de la guerrilla. La Junta en ese año dio ciertas concesiones como la nacionalización de la banca, incluidos los bancos extranjeros y del crédito. Esta era una clara expresión del miedo y la desesperación de la clase dominante que se enfrentaba al movimiento revolucionario de las masas.
Por varias décadas la burguesía liberal había sido incapaz de ponerse al frente del desarrollo de las fuerzas productivas, de llevar al país por la vía del desarrollo y el pleno empleo como los países capitalistas desarrollados, El Salvador era como hoy uno de los países más atrasados de Latinoamérica, con altos niveles de pobreza y precariedad. La burguesía criolla había llegado tarde a la escena histórica que le correspondía, sin embargo, los dirigentes guerrilleros ante su falta de confianza en la capacidad del proletariado, que aunque era muy poco está muy bien concentrado sobre todo en la capital y había demostrado ser muy revolucionario, depositaron la confianza en los representantes de una parte de la burguesía, su decisión fue no optar por un programa con independencia de clase y en su lugar adoptaron uno basado en la conciliación de clases, entre el proletariado y la burguesía “progresista”.
El primer programa del movimiento incluía: “un gobierno revolucionario democrático, basado en la nacionalización de los medios de producción, la banca y el crédito, el comercio exterior, creación de un nuevo ejército y la investigación de los desaparecidos”, algo sumamente revolucionario para la época; pero luego de una serie de acercamientos con la burguesía liberal y la concesión de algunas libertades democráticas, a la táctica guerrillera se le añadió un nuevo programa de conformación, así el primer programa se cambió por “un gobierno revolucionario democrático” representando una “amplia coalición de fuerzas”, con representantes nombrados por la organización guerrillera, el FMLN, y su expresión política, el FDR. Así en lugar del programa anterior que contemplaba la nacionalización de los medios de producción, el programa del gobierno revolucionario democrático consistía en: paz, soberanía nacional e independencia; una política exterior de no alineación; creación de un ejército basado en la fuerzas del FMLN y de “oficiales honrados y soldados del actual ejército”; representación democrática de “todos los sectores populares”, democráticos y revolucionarios que contribuyan al derrocamiento de la dictadura militar y “apoyo a todos los hombres de negocios privados que colaboren y promuevan el desarrollo económico del país y el programa del gobierno revolucionario”.[1] La búsqueda de alianzas entre el sector liberal burgués y pequeño burgués de la sociedad por parte de los guerrilleros terminó matizando el programa revolucionario que se habían planteado, y como resultado terminaron planteando un programa de conciliación de clases, lo cual fue una claudicación total a los intereses de la burguesía y por lo tanto una traición a los intereses de clase del proletariado.
Trotsky en su teoría de la Revolución Permanente ya planteaba algo -lo cual fue claramente comprobado por la practica en la Revolución Bolchevique de 1917 en Rusia- que en los países donde la burguesía nacional había sido incapaz de ponerse al frente de su revolución burguesa y establecer una sociedad con todos los derechos democráticos siguiendo la línea del desarrollo capitalista, los obreros alzados en una revolución no tenían que esperar que la burguesía cumpliera con su tarea, sino que debían tomar el poder, resolver las tareas pendientes de la revolución burguesa y dar paso transitoriamente a la revolución socialista, en un solo proceso dialéctico donde una revolución le sucediera a la otra, encabezado por el proletariado.
¿Qué significaba esto? Que en una revolución donde desde los consejos obreros o “soviets” como se les conocieron en Rusia, se controlara y se decidiera el rumbo de la sociedad; el proceso revolucionario no tendría porque detenerse únicamente en las tareas democráticas, como la reforma agraria entre los campesinos y establecer las libertades democráticas para formar una república burguesa clásica, sino que habiendo realizado todas esas tareas propias de una revolución burguesa, la clase trabajadora -arrastrando tras de sí al campesinado pobre cumpliéndole sus demandas con el reparto de la tierra- debía pasar inmediatamente a la socialización de las grandes palancas de la producción, la tierra, la industria y la banca para que fuese controlada por los trabajadores y campesinos, poniendo así todos los recursos del país en beneficios de todas las capas oprimidas de la sociedad, bajo una economía planificada desde los consejos de trabajadores y campesinos, es decir, debía dar paso a medidas propiamente socialistas. Claro que desde la visión de Lenin y Trotsky, la revolución en un país determinado es tan solo el primer episodio de la revolución mundial, una revolución triunfante en El Salvador tenía que hacer inmediatamente extensivo el llamado a la revolución en toda la región centroamericana y latinoamericana.
Sin embargo, la dirección del movimiento no discutía la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky, sino oscilaban entre la teoría de las dos etapas, que consiste en confiar en la burguesía “progresista” que pudiera cumplir con su tarea histórica para luego en un futuro lejano desarrollar la revolución socialista, o simplemente luchaban por la liberación nacional del imperio gringo, algo progresista pero que al final no conduciría a nada, y lo que es peor no resolvería los problemas fundamentales de las masas, pues estos devienen de las relaciones de producción en el sistema capitalista.
Los estalinistas y guerrilleros maoístas o castrista justifican su política con la idea de que el proletariado es muy débil en los países excoloniales y que por lo tanto la unificación del proletariado con otras clases ajenas, como la supuesta burguesía progresista, es necesaria para la revolución. La misma idea que tenían los mencheviques en Rusia y que fue duramente combatida por Lenin y Trotsky en su momento, no hacen más que repetir los viejos errores del pasado en el movimiento obrero. Esta táctica de conciliación de clases ha demostrado su carácter reaccionario en una gran cantidad de países, China, Argentina, Bolivia, etc., y solo ha preparado las condiciones para la reacción más sangrienta. Esto refleja la incapacidad teórica de las direcciones y su oportunismo pequeño burgués hacia la clase trabajadora, que por su papel en las relaciones de producción es la única con la capacidad de protagonizar y llevar a buen termino la revolución socialista.
La ofensiva de 1980
En el año de 1981 se lanzó la gran “Ofensiva Final” u “Ofensiva General” —una ofensiva guerrillera— la cual no tuvo el impacto que se esperaba, pues el movimiento de masas había sufrido un total desgaste desde el año de 1980, a través de luchas constantes que no condujeron al objetivo de la toma del poder. Aunque el FMLN demostró un poderío excepcional en cuestión de estrategia militar, no consiguió su objetivo principal, pero sí logró la liberación de una serie de zonas. Esta ofensiva fue muy costosa en vidas y no logró infligir una derrota decisiva a las fuerzas del régimen. Así empezó la “guerra popular” una guerra que se desarrollo en el campo, bajo la táctica guerrillera, priorizando al campesino como sujeto de la revolución, y no a la clase trabajadora de la ciudad.
Muchos de los mejores cuadros se quedaron en la ciudad construyendo y luchando con las organizaciones sindicales en las fábricas, pero otros optaron por las montañas, fragmentando y segregando de esta manera el movimiento que había soñado con tomar el rumbo de la sociedad en sus manos y acabar con la barbarie capitalista. El movimiento guerrillero continuó con su fermento e inspiración, la emulación de la guerrilla nicaragüense y la cubana estaban muy presentes en la juventud, muchos jóvenes estudiantes y campesinos fueron ganados a las filas de la guerrilla. En varios departamentos alejados de San Salvador parecía que la lucha lograba la liberación de los pueblos, el ejército nacional sufrió muchas bajas y la economía se desestabilizaba por una serie de ataques a los cultivos y a la infraestructura.
La separación de los mejores cuadros del movimiento obrero fue algo crucial para el debilitamiento de las fuerzas revolucionarias en los centros urbanos, lejos de aplicarse una táctica para debilitar al régimen a través de la movilización de las masas en las ciudades, se abandonó por completo al movimiento a merced de la incertidumbre y la desesperanza. El movimiento se encontró en un punto muerto sin dirección alguna, a expensas muchas veces de lo que hicieran los comandantes de la guerrilla. Esto indudablemente fortalecía al régimen que lograba controlar las principales ciudades. El movimiento obrero se diezmaba con el paso del tiempo sin encontrar una salida a la crisis. Aun después de la primera gran ola revolucionaria de 1980, el movimiento de los trabajadores en la ciudad levantó cabeza en las zonas industriales en la mitad de la década de los 80, una ola de huelgas y movilizaciones se desarrollaron en este periodo; sin embargo, al no haber una dirección clara con un programa radical, capaz de organizar al proletariado con el objetivo de la construcción del poder obrero, el movimiento se disipaba rápidamente, dejando tras de sí un largo rastro de sangre. Miles de jóvenes abnegados y entregados a la causa fueron torturados y asesinados durante estos años.
Para estos años toda Centro América se encontraba en un auge revolucionario, una de las principales inspiraciones que animó el alzamiento guerrillero, era la victoria de la Revolución Sandinista en 1979 por la vía de las armas, esto animó no sólo a la guerrilla salvadoreña, sino también al proletariado de países como Honduras, Guatemala, e incluso en Panamá donde se desarrollaban luchas obreras en los mismo años.
Los Estado Unidos, que se encontraban alarmados por el avance de las guerrillas en los países centroamericanos, empezaron a desarrollar un plan para poder doblegar las manos de estos grupos insurgentes en la región. A todo este plan se le denominó “guerra de baja intensidad”, que consistía en la falsa idea pública de la búsqueda de la paz. El FMLN que estaba sufriendo un aislamiento y un desgaste militar, entró en la negociación de la paz en el año de 1984 con la primera reunión en La Palma, Chalatenango. Bajo la presidencia de Napoleón Duarte se dieron una serie de negociaciones, sin embargo, esta era la política de la zanahoria y el garrote, mientras el gobierno y otros organismos internacionales mostraban alegremente la zanahoria, tras de sí escondían el garrote, así el financiamiento de EE.UU. al gobierno de El Salvador se estima en 3 mil millones de dólares durante todo el periodo de la guerra. Era lógico que el imperio no toleraría otro triunfo “comunista” en Centro América. Ya para los años de 1987-89 el desgaste era bastante visible tanto en la guerrilla como en el gobierno, era necesario por lo tanto negociar una salida.
La pregunta era qué negociar y qué tipo de salida. La dirección de la guerrilla había abandonado la preparación fundamental de una insurrección obrera que tomara el poder, la dirección del PC que jugó un papel fundamental en la dirección del FMLN apostó siempre a la salida negociada, la típica táctica estalinista de la conciliación de clases; las demás direcciones de los frentes guerrilleros fueron incapaces de hacerle frente a la presión estalinista y terminaron sucumbiendo antes las presiones internas y externas del contexto, pues la guerra popular prolongada tampoco ofrecía una victoria clara para el movimiento. Lo único que se podía aproximar era más sangre para el pueblo, esto suponía una presión para la dirección del movimiento guerrillero.
El plan de Esquipulas I y II jugaron un papel fundamental para debilitar el movimiento guerrillero que se desarrollaba en toda Centroamérica, el objetivo principal era debilitar al sandinismo, aislarlo a través de un gran pacto entre los gobiernos burgueses de Guatemala, Honduras y El Salvador de la mano de los imperialistas yanquis. El Plan Arias surgido de las negociaciones de Esquipulas obligaba a los gobiernos de Honduras, Guatemala y El Salvador a firmar acuerdos para conformar comisiones que lograran la pacificación de los países, también incluía el acuerdo de coexistencia pacífica con el gobierno de Nicaragua, con los gobiernos burgueses de los demás países y la “democratización” de Nicaragua, dándole mayores concesiones a la oposición, y debilitando la ayuda a las guerrillas de El Salvador y Guatemala; fortaleciendo a los ejércitos reaccionarios de los países en conflicto. La firma del Plan Arias en Esquipulas II por parte de Daniel Ortega en conjunto con los demás presidentes burgueses del Triángulo Norte, impuso sobre la revolución centroamericana el sello de la derrota y en el caso particular de Nicaragua, la victoria de la contrarrevolución por parte de la oposición reaccionaria.
Lejos de que Nicaragua sirviera como un centro neurálgico de la revolución centroamericana que se encontraba en efervescencia, después de firmar el Plan Arias, se impuso como freno para la revolución centroamericana. Esta es una de las principales características nefastas de la política llevada a cabo por las direcciones estalinistas. Para los marxistas es preciso que si en un país determinado se llega al poder ya sea por la vía de las elecciones o por la vía de las armas, el siguiente paso a plantearse es la revolución internacional, la victoria de una revolución a nacional es solo el primer paso para la victoria de la revolución socialista internacional. Sin embargo, desde el guerrillerismo mezclado con estalinismo esto no es así, hay que aclarar que para Stalin en su momento y para todas las direcciones guerrilleras y comunistas de esa época el socialismo podía darse en un solo país sin extenderse a los demás países de la región, es decir, bastaba con la liberación nacional. A lo que conduce realmente esa visión es a la derrota reaccionaria y sangrienta de la revolución y en algunos casos excepcionales a la construcción de un régimen nacional democrático burgués bajo la dirección de los comandantes guerrilleros. Resulta ser entonces lo contrario de la política leninista surgida en la revolución Rusa de 1917, que se planteaba la revolución internacional, ante la incapacidad clara de desarrollarse el socialismo en los estrechos límites nacionales y la construcción de un régimen democrático a través de consejos obreros.
Aunque al parecer el Plan Arias no tuvo el agrado del presidente Reagan, no cabe duda que fue una estrategia inteligente por parte del imperio para dar un golpe a los grupos insurgentes. Dejar que los mandatarios resolvieran por ellos mismos de manera “independiente” sus conflictos, dando así la idea de madurez por parte de los jefes de Estado, que respondían de manera hipócrita a los intereses del imperio. Si a esto le sumamos la crisis política de la URSS, que terminaría con el colapso del mal llamado bloque socialista en Europa, vemos que la situación era sumamente complicada, lejos de claudicar ante estas condiciones la situación exigía una política revolucionaria y auténticamente socialista. La guerrilla en El Salvador a raíz de esto se inclinaba más a favor de la negociación de paz, abandonando el objetivo de la toma del poder para poner como objetivo principal constituirse como un partido político más dentro de la democracia burguesa.
La Ofensiva “Hasta El Tope”
Los años de alejamiento en el campo por parte de los grupos guerrilleros habían minado a las organizaciones de masas en la ciudad. La Ofensiva “Hasta El Tope” fue llevada a cabo en estas condiciones, no con el objetivo de la toma del poder, sino con el objetivo de acelerar las negociaciones y buscar una salida favorable al conflicto.
La ofensiva se planificó durante dos años antes para el 11 de noviembre de 1989, el nuevo escenario de las negociaciones de Esquipulas y las elecciones ganadas por Cristiani le daban condiciones hasta cierto punto favorables para las aspiraciones de las masas. A los ataques del nuevo gobierno de echarle la culpa al FMLN de no aceptar las negociaciones y mantener el caos en el país, la Comandancia General respondió con la Ofensiva que invadió toda la capital. Unos días antes el local de la Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS), sufrió un atentado con una bomba de alta intensidad, por parte de escuadrones de la muerte, donde moriría la heroica compañera Febe Elizabeth, esto condicionó el carácter de la Ofensiva. Existía un malestar y un sentimiento de venganza de clase dentro de los combatientes, que se encendió rápidamente.
Teóricamente la ofensiva tenía como objetivo incursionar en la capital y tomarse los cuarteles del ejército para demostrar el poder de las fuerzas guerrilleras y mediante esto mostrar a nivel internacional el poder beligerante que el FMLN tenia, así como también doblegar al régimen para llegar a un acuerdo favorable en las negociaciones.
La guerrilla salvadoreña demostró una capacidad militar digna de admirar, reconocida como una de las mejores gestas guerrilleras de Latinoamérica, capaz de enfrentar a un ejército regular que solo en San Salvador reunió a más de 19,000 hombres[2]. La Ofensiva tuvo presencia en diversos puntos del país: Mejicanos, Ciudad Delgado, Soyapango, Cerro San Jacinto, Zacatecoluca, San Miguel, Santa Ana y Usulután. Muchas de las principales colonias donde residían funcionarios y parte de la burguesía fueron atacadas, así como también la casa del presidente Cristiani, la del presidente de la Asamblea Legislativa y algunos edificios del Estado.
El gobierno respondió con un Estado de sitio que significaba la censura de la prensa nacional e internacional, el Ejército salió a combatir a la guerrilla con bombas, aviones y artillería pesada. El FMLN no esperaba este tipo de respuesta, en un primer momento, mucha gente de los barrios populares combatió contra estos ataques, sin embargo, el poderío militar pesó sobre esto y la gente buscó refugio, esto contuvo la Ofensiva.
La Ofensiva de 1989 logró aumentar la presión para buscar una salida negociada a favor del FMLN, después de esta Ofensiva el poderío militar de la guerrilla fue reconocido, las falsas ideas del gobierno de la debilidad de la guerrilla quedaron desmentidas.
Lo que debilitó la imagen del gobierno a nivel internacional aún más fue la masacre de la UCA. El 16 de noviembre fueron asesinados el padre Ignacio Ellacuría, Ignacio Martin Baró, Segundo Montes, Armando López, Joaquín López y López, Juan Ramón Moreno, la señora Julia Elba Ramos y su hija Celina Ramos, en la UCA por parte de los escuadrones de la muerte, dejando así al descubierto el carácter reaccionario y asesino del régimen, comandado en ese entonces por Alfredo Cristiani.
La Ofensiva dilató intensamente casi diez días, causando serias bajas en el movimiento guerrillero pero a pesar de esto, la ingeniosa y heroica Ofensiva logró su cometido, obligar al gobierno a disponerse al dialogo para acabar con el enfrentamiento militar.
Unos meses después de la ofensiva, Joaquín Villalobos diría: “Solamente hay tres opciones: que desaparezcan los dos ejércitos, que existan y se institucionalicen ambos, o que uno desarme al otro. Las dos primeras son opciones políticas, la segunda más difícil que la primera y la última solo es posible militarmente. Lo más razonable y sensato es la desaparición de los dos ejércitos y la victoria total de la sociedad civil, es entonces ridículo pretender lograr en la negociación que el FMLN se desarme y la Fuerza Armada gubernamental se quede”[3]. Lo que demostraría el fracaso total de la táctica guerrillera, la cual era contraria a la utilización de las masas obreras para la toma del poder a través de las huelgas, movilizaciones, la toma de los medios de producción (industria, banca, tierra) a través de la insurrección armada de todo el pueblo, es decir, abandonar la lucha junto al pueblo organizado en las calles y en su lugar confiar en las “negociaciones” por encima de la mesa. Esta es por tanto una las principales lecciones del proceso de guerra en El Salvador, no hay atajos, se necesita la construcción de un partido marxista revolucionario, capaz de guiar a las masas a la toma del poder, la sustitución del marxismo por todo tipo de ideas pequeño burguesas, ajenas al movimiento obrero son una receta acabada para el fracaso del proletariado y las capas oprimidas de la sociedad en la lucha por su liberación.
A un coste muy grande de 75,000 muertos y miles de desaparecidos, la sangrienta Ofensiva y toda la guerra en sí, lograría al final la libre participación del FMLN en elecciones nacionales entre otras libertades para la clase trabajadora. Se culminó con el periodo de las dictaduras militares y dejó la que fue por muchos años, sobre todo de los 90 y principios de los 2000, una enorme herramienta política a la clase trabajadora llamada: FMLN. La experiencia de la guerra en El Salvador debe nutrir nuestro conocimiento político dentro de cada uno de los militantes jóvenes y veteranos. Hay muchos objetivos que han quedado pendientes y las condiciones de existencia de la clase trabajadora siguen en atraso total.
¿Por qué no se tomó el poder?
Haciendo un balance de lo que fue la ofensiva “Hasta El Tope” y toda la guerra civil, creemos necesario enfatizar el punto de las formas de luchas. El marxismo no descarta ninguna forma de lucha, siempre está abierto a la experimentación de las posibles nuevas formas en cada periodo revolucionario. Sin embargo, hay dos consideraciones teóricas que se deben destacar para hacer una valoración de las formas de lucha que Lenin recalca muy bien: en primer lugar, el marxismo se distingue de todas las formas primitivas del socialismo, pues no liga el movimiento a una sola forma determinada de lucha, y en segundo lugar, el marxismo exige que la cuestión de las formas de lucha sea enfocada históricamente, que sea a partir de la apreciación teórica del contexto económico, político e incluso cultural, cómo se adopte o se descarte una forma de lucha.
Creemos que uno de los errores fundamentales de la guerra civil de El Salvador, muy a pesar de todo el heroísmo que esta tuvo, fue que se careció siempre de un método adecuado para llevar a cabo una revolución triunfante. El factor fundamental que no permitió el triunfo de la revolución en El Salvador fue la ausencia de un partido ligado ampliamente con las masas y construido desde sus cimientos. La adopción de la táctica de la guerra de guerrillas lejos de ayudar a las masas a la toma del poder sirvió como un freno, la adopción de la guerra popular en las montañas dejó a miles de trabajadores en la ciudad a merced de la reacción.
Las principales debilidades de esta táctica residen en la creación de una brecha entre el movimiento obrero de masas, debido al alejamiento de los frentes de guerra con las huelgas y las movilizaciones en la ciudad. La esperanza de creer que un ejército reducido de combatientes abnegados tomarán el poder para las masas es totalmente falsa. De darse la oportunidad de tomar el poder por estos métodos no significaría concretamente el poder para las masas, porque los ejércitos guerrilleros no surgen ni se someten a la democracia proletaria que debe ser, desde una visión marxista revolucionaria, bajo el método del centralismo democrático, contrario a esto la guerrilla se debe más al centralismo burocrático de la disciplina militar que a la democracia como tal, por tanto, la toma del poder por parte de las guerrillas siempre desembocará en un régimen burocrático centralizado de los comandantes, en sustitución de la organización del pueblo a través de los consejos obreros. La guerrilla lejos de armar al pueblo para la defensa de sus intereses, se opone al armamento general del pueblo, sustituyendo esto o reduciéndolo a pequeños grupos armados, bajo este método la insurrección es obra de la provocación de los grupos armados y no obra del despertar de la conciencia de las masas, lo cual es contrario a la construcción del socialismo. La emancipación de la clase trabajadora debe ser obra consciente de la clase obrera misma y no de un ejército aislado.
La revolución en El Salvador hubiese podido triunfar si se hubiese tenido un partido preparado, que naciera de todos los movimientos de masas, que a través de la agitación de las ideas lograra la agitación en el movimiento de la necesidad de derrocar al régimen para sustituirlo por un régimen democrático donde quienes estuviesen al mando fuera la organización consciente del pueblo. Y que con la movilización constante desarrollase huelgas políticas, planificara desde sus bases la insurrección armada para la toma del poder, estableciendo comités de fábricas o consejos en cada uno de los centros de trabajo, luchando por el armamento del pueblo en defensa de su programa. Aunque esto último estuvo presente incluso de manera espontánea y sin la orientación del partido en la década de los 80 fue ignorado por la táctica pequeño burguesa del guerrillerismo.
La guerra de guerrillas no es descartable en la revolución, pero hay condiciones concretas que la hacen necesaria, como diría Lenin: “La lucha de guerrillas es una forma inevitable de lucha en un momento en que el movimiento de masas ha llegado ya realmente a la insurrección y en que se producen intervalos más o menos considerables entre ‘grandes batallas’ de la guerra civil”[4].
Un breve repaso del proceso salvadoreño nos refleja que la concepción de Lenin sobre las guerrillas fue aplicada a la inversa, el objetivo de la guerrilla en sus inicios era provocar un movimiento insurreccional a través de la provocación con actos aislados de ataques a puntos estratégicos. La guerrilla no nació de las condiciones concretas de una determinada fase del desarrollo de la lucha, al contrario, surgió por la ausencia de un partido revolucionario de los trabajadores. ¿A qué ente democrático de los trabajadores debían obedecer los comandantes de la guerrilla? Las declaraciones a favor del pueblo resultan vacías si en la práctica no hay un órgano que le dé el poder de decidir a los trabajadores sobre los grupos armados, si esto pasó en el proceso de lucha era claro que no había formas democráticas para la gestión de la toma del poder por parte de la guerrilla. Realmente el método de la guerrilla no puede ser un método adecuado para la construcción del socialismo en ningún país, las guerrillas solo pueden ser auxiliares del movimiento revolucionario en momentos determinados. Fue esto principalmente lo que alejo al movimiento de la toma del poder. La revolución socialista necesita de la democracia tanto como el humano necesita del agua para vivir, sin esta condición es imposible siquiera pensar en el socialismo como un sistema alternativo al capitalismo, el único que puede cambiar cualitativamente la vida de las masas trabajadoras.
29 años después de la ofensiva, lecciones para la juventud revolucionaria
Casi tres décadas después de que se diera la Ofensiva seguimos teniendo las principales contradicciones en la sociedad, las condiciones esenciales no han cambiado, sigue existiendo un sistema de explotación voraz bajo el mando del poder económico del imperio norteamericano y la burguesía nacional, el proletariado y la juventud siguen sumergidos en la pobreza y la degradación. El mejor homenaje que se le puede hacer a nuestros mártires y héroes que dieron su vida luchando por una sociedad justa e igualitaria, es tomando todas las lecciones del pasado para luchar por la construcción de un partido marxista revolucionario que nos conduzca a la superación revolucionaria del capitalismo y nos guíe al socialismo, si en el pasado la condición del partido fue un elemento clave en la revolución, ahora será todavía más fundamental que en aquel entonces.
Marx expresa en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte que: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”. Es nuestro deber como revolucionarios de un país que luchó por la liberación de su pueblo, en medio de balas, bombas, torturas y asesinatos llevar adelante las principales reivindicaciones y anhelos a las que aspiraron como nobles sueños y objetivos revolucionarios los y las combatientes más abnegados de los años 70 y 80. Puede que en la actualidad varias de las reivindicaciones sean una realidad; sin embargo, nos negamos a creer que en las mentes de nuestros camaradas la sociedad que soñaron esté hoy más cerca que en su tiempo. 29 años después de esta gran ofensiva inspirada por la conquista de una sociedad más justa e igualitaria, está más vigente que nunca y es, por lo tanto, una necesidad hoy mucho más urgente que en el pasado. Hoy casi tres décadas después las condiciones objetivas son mucho más favorables que en sus tiempos.
En la actualidad la sociedad salvadoreña tiene un proletariado más numeroso y homogéneo, el nivel de concentración a través de la industria es más alto cualitativa y cuantitativamente que en el siglo pasado, la experiencia de la guerra de guerrillas, el análisis profundo del programa, de los métodos y tácticas de este proceso y de procesos internacionales nos dan un arsenal inigualable, esto junto a la experiencia adquirida en las luchas de los últimos 30 años que deben enriquecer la capacidad política de la clase obrera salvadoreña.
La juventud actual que se encuentra en la total miseria y exclusión, es sin duda potencialmente revolucionaría y es deber primordial de los revolucionarios socialistas atraer todo el descontento de la juventud y darle una perspectiva y orientación revolucionaria. Lenin no se equivocaba cuando decía que quien posee la juventud, posee el futuro. Los revolucionarios de hoy no podemos escatimar los esfuerzos para lograr compactar y aglutinar una capa de cuadros jóvenes que puedan jugar un papel fundamental en la conducción de la revolución socialista en nuestro país. Si la guerra civil y sobre todo la Ofensiva “Hasta El Tope” sacrificó en aras de nuestro futuro a miles de jóvenes revolucionarios, la juventud actual debe rendir homenaje a estos héroes aumentando su capacidad política y organizativa, construyendo un partido revolucionario y socialista para acabar con la barbarie y conquistar los sueños de nuestros combatientes de la guerra civil.
Hoy nuestras trincheras han cambiado, gracias a nuestros mártires y luchadores de esta guerra sangrienta. Nuestras trincheras son las calles, plazas, escuelas, universidades y centros de trabajo donde debemos defender y agitar los objetivos socialistas entre las masas explotadas y excluidas por el sistema capitalista. Desde el periodo de la guerrilla el método de lucha ha cambiado, sin embargo, lo que ha permanecido a través del tiempo, son los objetivos generales inconclusos de la guerra: la conquista de una sociedad socialista, justa e igualitaria, nuestros enemigo sigue siendo la gran propiedad privada, la burguesía, el Estado burgués y el sistema capitalista que también se han mantenido.
La generación de jóvenes de hoy somos los hijos legítimos de la revolución de los años 70 y 80, estos hijos que ahora están en sus años de madurez deben dotarse con la teoría y la práctica, para cumplir con los objetivos trazados por la generación que nos antecedió y que dio la vida por nosotros en los campos de batalla. Debemos construir un instrumento de lucha, capaz de aglutinar a la juventud, a las mujeres, a los campesinos, a la clase trabajadora y a todas las clases explotadas, para luchar juntos en un solo partido por un programa socialista y revolucionario construido desde sus bases de manera democrática y revolucionaria. Estamos seguros como jóvenes revolucionarios, que este es el mejor homenaje a nuestros combatientes caídos en la Ofensiva del 89 y en los demás combates de la guerra. Como Bloque Popular Juvenil, sección Salvadoreña de la Corriente Marxista Internacional, lucharemos incansablemente por aportar a la construcción de la herramienta adecuada de los trabajadores y explotados para la consecución del socialismo. Por la construcción del socialismo en Centroamérica y en el mundo, su sacrificio y legado no será desperdiciado.
NOTAS:
[1] Revolución Salvadoreña: A 30 años de la movilización del 22 de enero de 1980, Alan Woods, www.marxist.com
[2] Los años de plomo en El Salvador (1981-1992), Iosu Perales, Ocean Sur
[3] Joaquín Villalobos, El FMLN ante la negociación, https://www.marxists.org
[4] V. I. Lenin, LA GUERRA DE GUERRILLAS, www.marxists.org