El Estado no es un problema nuevo, ni para la teoría política burguesa, ni para la crítica marxista. La pregunta es sencilla: si los individuos somos todos por definición libres e iguales, si sólo podemos relacionarnos a través de un acuerdo de voluntades, de un contrato, de un cambio, y si el cambio es por definición una operación que trata sobre equivalentes ¿cómo es posible que se den contradicciones que tengan que conducir a la constitución del Estado? ¿Cómo es posible que a partir del simple cambio de mercancías entre individuos con un mismo status jurídico puedan darse contradicciones que tienen que conducir a la constitución del Estado?
Si el cambio es un cambio de equivalentes y si el capitalista no tiene ningún poder sobre el trabajador asalariado ¿cómo puede el capitalista apropiarse de la plusvalía? El capital sólo puede relacionarse con el trabajo mediante el cambio, y mediante el cambio le es imposible valorizarse, es decir, obtener plusvalía. (Plusvalía: trabajo no pago al trabajador durante su jornada de trabajo ya que durante una parte de la misma el trabajador crea un valor que constituye su salario; pero otra parte de la jornada laboral trabaja gratis para el capitalista. Durante esta parte de la jornada laboral, el trabajador no recibe remuneración alguna. Todo el valor del producto del tiempo de trabajo no pagado al trabajador va directamente al bolsillo del capitalista.)
Karl Marx en El Capital señala: «La transformación del dinero en capital ha de investigarse sobre la base de las leyes inmanentes al cambio de mercancías, tomando, por tanto, como punto de partida el cambio de equivalentes», por ello, «el capital no puede brotar de la circulación, ni puede brotar tampoco fuera de ella. Tiene que brotar al mismo tiempo en ella y fuera de ella… Estas son las condiciones del problema».
El modo de producción capitalista sólo puede funcionar sobre la base de un cambio en el que formalmente son respetadas las reglas del “cambio entre equivalentes”, y en el que, sin embargo, materialmente se contradicen esas reglas, es decir, se cambian magnitudes no equivalentes.
La peculiar mercancía que el trabajador vende, fuerza de trabajo, sí se distingue de las demás mercancías, ya que mientras éstas en el proceso de trabajo simplemente conservan su valor en el producto en el que son transformadas, la fuerza de trabajo, en el proceso de producción, no sólo conserva su valor, sino que crea además un valor adicional que es el que se apropia el capitalista como plusvalía.
Marx ya señalaba en los Grundrisse que el capital no es sino «el poder de apropiarse trabajo ajeno sin cambio, sin equivalente, pero con la apariencia del cambio». El capital crea las condiciones para la obtención de más plusvalía, al mismo tiempo que se ve obligado a ello por la competencia como única forma de conservarse. La competencia, continúa Marx, «le fuerza a ampliar constantemente su capital para conservarlo, y sólo puede ampliarlo mediante la acumulación progresiva». Es por esto por lo que el proceso de producción del capital es y no puede dejar de ser un proceso de acumulación.
El capital, en nuestro país tienen nombre y apellido: Urquía, Vicentín y Navilli (aceites y harinas), Mastellone (lácteos), Ledesma (azúcar y derivados), Arcor (golosinas y alimentos), Roggio (construcción y servicios públicos), BGH (electrodomésticos y electrónica de consumo), OSDE (medicina prepaga), Braun (actividades comerciales), Sadesa (productor de cueros) y Pescarmona (maquinarias y grandes obras de infraestructura). Techint, Clarín y Madanes (Aluar), Fortabat, Bemberg, Acevedo, Peñaflor, Rohm, Garovaglio y Zorraquín, Macri, Cirigliano, Barracas, La Nación, Williner, Backchellian, Agrocom y Gualtieri, Pérez Companc, Eurnekian, Sancor, Temis Lostaló y Roemmers, ODS de Calcaterra, Caputo, José Cartellone e IRSA (construcción privada y pública), Pampa Holding, Electroingeniería e Indalo de Cristóbal López (sector energético y espacios privilegiados de acumulación como concesiones de obras de infraestructura y juegos de azar), Bagó e Insud (sector farmacéutico).
Por su parte los bancos argentinos obtienen la rentabilidad más elevada del mundo. Y los bancos privados de capital extranjero son los que mayores ganancias alcanzan, seguidos por los bancos privados de capital nacional y los bancos públicos.
Hay que tener en cuenta que, la plusvalía no se la apropia cada capitalista individual según lo que él mismo ha producido en su esfera de producción, sino que se lo apropia en la forma de una tasa media de beneficio para todos los capitalistas. Pero, sin embargo, sabemos que el proceso de acumulación es al mismo tiempo el proceso de crisis del capital, y que dicho proceso no se desarrolla mediante la capitalización uniforme de la plusvalía producida por todos los capitales que han contribuido a su creación, sino mediante la acumulación en mayor medida de unos capitalistas que en otros, mediante la concentración y centralización del capital, por un lado, y mediante la expulsión del mercado, por otro, de parte del capital.
Por eso Marx dice, que los capitalistas se reparten la plusvalía «como hermanos y como enemigos», como hermanos, porque para todos ellos es apropiación de trabajo no pagado, resultado de la explotación de la clase trabajadora; como enemigos, porque cada uno pretende apropiarse la mayor cantidad posible y arrojar al otro fuera del mercado.
El Estado
Así las cosas, la justificación del Estado no es necesario ir a buscarla en la naturaleza humana, como pretende la teoría burguesa clásica, sino que se encuentra en las relaciones de producción de una sociedad determinada.
Por un lado, el Estado media para garantizar los intereses de los capitalistas entre sí, pero sobretodo garantiza la dominación económica – ideológica sobre los explotados a fin de garantizar la perpetuidad del robo del trabajo no pago.
Como sostiene Marx en La Cuestión Judía “El Estado anula a su modo las diferencias de nacimiento, de estado social, de cultura y de ocupación al declarar el nacimiento, el estado social, la cultura y la ocupación del hombre como diferencias no políticas, al proclamar a todo miembro del pueblo, sin atender a estas diferencias, como copartícipe por igual de la soberanía popular, al tratar a todos los elementos de la vida real del pueblo desde el punto de vista del Estado. […] En efecto, sólo así, por encima de los elementos especiales, se constituye el Estado como generalidad.”
Y continúa “El Estado político acabado es, por su esencia, la vida genérica del hombre por oposición a su vida material. Todas las premisas de esta vida egoísta permanecen en pie al margen de la esfera del Estado, en la sociedad civil, pero como cualidades de ésta. Allí donde el Estado político ha alcanzado su verdadero desarrollo, lleva al hombre, no sólo en el pensamiento, en la conciencia, sino en la realidad, en la vida, una doble vida, una celestial y otra terrenal, la vida en comunidad política, en la que se considera como ser colectivo, y la vida en la sociedad civil, en la que actúa como particular; considera a los otros hombres como medios, se degrada a sí mismo como medio y se convierte en juguete de poderes extraños. […] en el Estado, donde el hombre es considerado como un ser genérico, es el miembro imaginario de una imaginaria soberanía, se halla despojado de su vida individual real y dotado de una generalidad irreal.”
El Estado, entonces, aparece como por encima de las clases; aparece como la tentativa de conciliar las clases y ésta es su contradicción fundamental. En las sociedades de clase el Estado es la emanación de una clase que domina y, en tanto que es esta emanación, tiene tendencia a hacerse autónomo para conciliar los antagonismos de clase; ahora bien, al mismo tiempo que pretende conciliar los antagonismos de clase, los agrava aún más y, por consiguiente, lejos de atenuar subraya la intensidad de la lucha de clases.
Partimos, del hecho concreto y actual de que el trabajador es más pobre cuanta más riqueza produce. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuanto más produce. Los individuos nacen libres, dentro de la libertad burguesa; sin embargo, nacen dentro de un régimen social que habrá de manejarlo como una especie de fantasma, como una abstracción. Es decir, la gran masa de estos individuos tienen que entrar en relación de dependencia con un patrón capitalista –con el mercado-. Los individuos son “trabajadores libres”, pero lo son sólo en un sentido y es que tienen libertad para ofrecer su fuerza de trabajo a distintos patrones, a distintos mercados que son parte del mercado mundial. Ya situados en ese mercado como trabajadores, serán objeto de explotación, como lo fueron los esclavos y los siervos. Pero el trabajador libre en el sistema capitalista sólo tiene su fuerza de trabajo, que apenas le alcanza para reproducirse.
Pareciera, entonces, que la libertad es mayor para los trabajadores en el sistema capitalista, ya que no se verían limitados por el dominio de otro individuo, sino que la limitación aparece en el orden material. Pero justamente, las condiciones de esas relaciones exteriores muestran la imposibilidad para un individuo aislado de superarla. Solamente podrán ser sobrepasadas si se suprime de conjunto las relaciones de producción que le han dado origen.
Como ya mencionamos, en el centro del análisis económico de Marx existe una categoría que tiene relevancia para la ideología: el concepto de valor de cambio. En El Capital, explica cómo dos mercancías con valor de uso diferentes pueden ser intercambiadas en condiciones de igualdad, bajo el principio de que ambas contienen la misma cantidad de trabajo abstracto. Pero así las diferencias específicas entre estos objetos son suprimidas ya que su valor de uso se subordina a su equivalencia abstracta.
Este principio que impera en la economía se refleja en el campo político de la sociedad burguesa: todos los hombres y mujeres son iguales de un modo abstracto, esta equivalencia teórica sirve para enmascarar una desigualdad concreta, como ya vimos en el concepto de libertad.
La ideología del mercado no es algo suplementario que pueda ser extraído del problema económico y diseccionado aisladamente. La ideología es la imagen derivada objetivamente necesaria del mercado; ambas dimensiones deben registrase juntas, tanto en su identidad como en su diferencia.
El Estado pretende haber sido creado como mito, perdiendo de esta manera su historicidad y sus fundamentos (la división de la sociedad en clases, la apropiación por parte de una minoría del excedente producido por la comunidad). Como mito pretende ser un modelo ideal, donde las diferencias quedan canceladas para ocultar la opresión de una clase sobre otra. El Estado a través de todos sus mecanismos (justicia, educación, cárceles, etc.) pretende ocultar la diferencia, de la misma manera que lo hace el capital cuando pretende mostrarse como el creador de la plusvalía.
Así, el Estado representa un nuevo obstáculo a la emancipación humana, una nueva forma de separación, de enajenación, ya que pone la libertad y la igualdad en un terreno formal -como dice Marx, “en el cielo de la política”-, dejando intactas la opresión y la desigualdad reales.
Lenin señala que “…difícilmente se encontrará otro problema en que deliberada e inconscientemente, hayan sembrado tanta confusión los representantes de la ciencia, la filosofía, la jurisprudencia, la economía política y el periodismo burgueses como en el problema del Estado. Todavía hoy es confundido muy a menudo con problemas religiosos; no sólo por los representantes de doctrinas religiosas (es completamente natural esperarlo de ellos), sino incluso personas que se consideran libres de prejuicios religiosos confunden muy a menudo la cuestión específica del Estado con problemas religiosos y tratan de elaborar una doctrina -con frecuencia muy compleja, con un enfoque y una argumentación ideológicos y filosóficos- que pretende que el Estado es algo divino, algo sobrenatural, cierta fuerza, en virtud de la cual ha vivido la humanidad, que confiere, o puede conferir a los hombres, o que contiene en sí algo que no es propio del hombre, sino que le es dado de fuera: una fuerza de origen divino.” Lenin, Sobre el Estado (Conferencia pronunciada en la Universidad Sverdlov) – 1919.
La concepción marxista del Estado, nuestra concepción, es fruto de una forma determinada de entender las relaciones de poder y aparece como producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, en palabras de Marx “la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política”.
Avanzar hacia el Socialismo
La tarea de los marxistas no es quejarse de las consecuencias inevitables de la decadencia capitalista. Dejamos ese tipo de cosas a los predicadores y pacifistas.
Como sostiene Marx, en La Cuestión Judía “No cabe duda de que la emancipación política representa un gran progreso y aunque no sea la forma última de la emancipación humana en general, sí es la forma última de la emancipación humana dentro del orden del mundo actual. Y claro está que aquí nos referimos a la emancipación real, a la emancipación práctica.”
Justamente, porque las reformas no resuelven el problema de raíz, nuestra tarea es trabajar incansablemente para señalar a los trabajadores y los jóvenes las causas reales de los horrores de la explotación y de la miseria obrera y de la juventud y explicar la forma en que el problema se puede erradicar de una vez por todas.
Eso sólo se puede lograr mediante una transformación de base de la sociedad. Problemas drásticos exigen soluciones drásticas. Sólo la revolución socialista puede resolver los problemas a los que se enfrenta la humanidad. Esa es la única causa por la que vale la pena luchar hoy día.
Sólo el avance del movimiento hacia una sociedad más justa, el Socialismo, donde los medios de producción sean propiedad de todos, puede terminar con las lacras de esta sociedad explotadora que necesita de la represión para perpetuar la desigualdad.
De lo que se trata es de organizarse políticamente para terminar con una sociedad que se basa en el robo y la explotación de una minoría de empresarios y capitalistas, en perjuicio de la inmensa mayoría de la población como lo somos los trabajadores.