El destino de Afganistán: ¿socialismo o barbarie?

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CMI

Las fuerzas de la OTAN dirigidas por EEUU en Afganistán están librando una guerra imposible de ganar. Esta realidad comienza a calar en la conciencia de millones de personas en Occidente que ahora se oponen a la guerra. Pero también en Afganistán hay síntomas de que la gente corriente está cansada tanto de las fuerzas de ocupación imperialistas como de los Talibán. La única alternativa a la barbarie actual es la lucha por una federación socialista del Sur de Asia, que incluiría a un Afganistán socialista.

Las fuerzas de la OTAN dirigidas por EEUU en Afganistán están librando una guerra imposible de ganar. Esta realidad comienza a calar en la conciencia de millones de personas en Occidente que ahora se oponen a la guerra. Pero también en Afganistán hay síntomas de que la gente corriente está cansada tanto de las fuerzas de ocupación imperialistas como de los Talibán. La única alternativa a la barbarie actual es la lucha por una federación socialista del Sur de Asia, que incluiría a un Afganistán socialista.

Desde hace innumerables generaciones las masas de este país sin litoral, conocido en el mundo como Afganistán, han sufrido terriblemente. Insurgencias, guerras y guerras de rapiña, invasiones y ocupaciones que han hecho estragos en las masas. También han existido período de relativa estabilidad, acontecimientos progresistas y un alto nivel cultural. Hubo una época en que el arte, la cultura, la arquitectura, la música y la liberación social de la mujer eran un motivo de envidia para las regiones adyacentes. En los años setenta Kabul era conocido como el París de Oriente. Las ruinas de la ciudad son una memoria dolorosa de aquella época dichosa. Desgraciadamente, aparte de estos cortos períodos de crecimiento y desarrollo, la agitación, la turbulencia, la violencia y el derramamiento de sangre han sido las características dominantes de la accidentada historia afgana. Pero la invasión encabezada por las fuerzas de la OTAN y EEUU después de 2001 ha traído consigo la muerte y la devastación pero a una escala sin precedentes incluso para los niveles afganos.

Han pasado ocho años desde el inicio de esta invasión y no han conseguido ninguno de sus objetivos. El impulso de la democracia, los derechos humanos, la modernidad, la liberación de la mujer, la libertad, el desarrollo, etc., son sólo un insulto al dolor que padecen las masas que habitan este desafortunado territorio. Los imperialistas impusieron la democracia como una tragedia y al mismo tiempo como una farsa. Hamid Karzai, instalado en el poder después de la invasión por el virrey norteamericano en la región, Zalme Jalilzad, ha demostrado ser uno de los peores títeres que ha tenido el imperialismo en un país atrasado. La paradoja es que en las últimas elecciones no era el favorito de los estrategas norteamericanos en la Casa Blanca y el Pentágono. Pero ha sido capaz de amañar las elecciones en sus mismas narices, contra su voluntad, utilizando un aparato estatal vacilante, asediado y extremadamente corrupto. En el turbulento sur y este de Afganistán, principalmente habitado por la étnica pastún, han podido introducir muchas papeletas electorales que votaban unánimemente a uno de los 36 candidatos y por supuesto ése era Karzai. Su explicación es directa y simple: “En cualquier democracia joven es inevitable un poco de fraude, pero Afganistán es una sociedad tribal donde la gente vota colectivamente, así que a nadie debe extrañar que una circunscripción electoral sólo se me vote a mí”. (The Economist. 12/9/09).

Sin embargo, la verdadera razón se encuentra en el trato de los talibanes contra aquellos que se han atrevido a votar. Han impuesto una participación tan baja que los funcionarios corruptos han dispuesto de todo el tiempo del mundo para aderezar unos resultados increíbles. Durante el proceso electoral en más de 700 colegios electorales para mujeres no se votó porque las funcionarias se negaron a asistir a dichos colegios por las amenazas que habían recibido. En Kandahar los talibán cortaron los dedos a dos mujeres porque estaban manchados de tinta.

El papel de los imperialistas fue aún más patético. Según The Economist: “Incluso en un mundo semi-perfecto la respuesta natural a unas elecciones amañadas sería la celebración de otras nuevas elecciones, realmente fue EEUU quien primero pidió a Karzai que recontara las papeletas porque había ganado con menos del 50 por ciento y por lo menos debía conceder una segunda ronda más justa. Lamentablemente, Afganistán está muy lejos de ser un mundo semi-perfecto, no es ni siquiera Irán. Otra vuelta habría resultado muy cara, peligrosa y divisiva… nadie tiene un censo decente del país. En la práctica a occidente no le queda otra que hacer de Karzai y mejor gobernante…”. (Ibíd.,)

Una confesión poco común por parte de uno de los ideólogos más influyentes del capitalismo mundial. Esta derrota política se refleja aún más intensamente en la agresión militar que ahora se enfrenta a una resistencia más importante. El gobierno de Karzai está lleno de barones de la droga y señores de la guerra. Incluso su propio hermano, Ahmed Wali Karzai, fue acusado por el general Musharraf de dirigir uno de los mayores cárteles de la droga. Según investigadores norteamericanos tiene vínculos muy amplios con el comercio de opio. Iba a ser juzgado en EEUU pero finalmente no se hizo y los medios de comunicación lo ocultaron.

Uno de los señores de la guerra a quien se ganó Karzai para dividir la Alianza del Norte del ex ministro de exteriores y su principal rival, Abdulá Abdulá, fue al general Wasim Fahim. Éste último fue ministro de defensa y un famoso señor de la guerra implicado en crímenes como el tráfico de drogas, secuestro, rescates y genocidio.

La pobreza asola esta región. La gran mayoría de los afganos oprimidos están sometidos a bombardeos feroces, a lo que se conoce como “daño colateral”, la extorsión y la muerte a manos de los fundamentalistas islámicos, la pobreza, miseria, enfermedad, falta de educación y de otras necesidades básicas que sólo disfrutan una ínfima elite privilegiada. Estos títeres del imperialismo disfrutan de una vida de lujo en lujosas residencias en Kabul y otras ciudades. Los imperialistas han inundado Afganistán con bombas, cohetes y armamento moderno que cuestan diez veces más que la ayuda prometida en la Conferencia de Bonn para la reconstrucción y desarrollo de Afganistán.

Este uso a gran escala de armas de destrucción masiva está apoyado por el gobierno norteamericano que no ha dudado en rescatar al Complejo Militar Industrial. Paradójicamente, las empresas de mercenarios militares como Halliburton, Black Water y otros están consiguiendo unas tasas altísimas de beneficios.

Aunque el ejército pakistaní estuvo implicado en el embrollo afgano desde el principio de la insurgencia reaccionaria, ahora este conflicto se ha extendido al propio Pakistán. Una vez más las empresas que viven de la guerra han extendido sus negocios a zonas importantes de Pakistán.

En los últimos sesenta años, aparte de principios de los años setenta, Pakistán ha sido un estado satélite del imperialismo norteamericano y los imperialistas han arrastrado a este país a una guerra atroz, convirtiendo a Pakistán en un país aún más inestable y al borde de la guerra. La apariencia de soberanía ha quedado en nada después de la llegada al poder del nuevo régimen democrático encabezado por el PPP. Ahora más que una colonia norteamericana parece que ha regresado a los tiempos del Raj.

Los defensores del estado y nacionalismo pakistaníes están en una situación lamentable. Uno de los representantes más destacados del establishment, el anterior jefe del ISI y uno de los principales artífices de su política afgana, el teniente general Asad Durrani, en un artículo titulado: La ocupación de los corazones y las mentes, escribe lo siguiente, “Los afganos no son demasiado amables con la presencia de fuerzas extranjeras en su país, pero los pakistaníes tradicionalmente han sido más hospitalarios. Las elites, siempre llegan a un acuerdo que se puede conseguir incluso vendiendo tu alma al diablo… Todo parece preparado para la refriega final para los restos de Pakistán. Mientras que los parásitos dentro están desangrándose, es inevitable que los buitres vuelen alrededor de los cadáveres de los animales. Algunos de nosotros puede que no tengamos estómago para esta situación, pero que otra opción queda si aún hay gente alrededor con armas dispuesta a luchar”.

A pesar de que la guerra “contra el terrorismo” de la OTAN se ha intensificado, el resultado de la agresión imperialista cada vez es más sombrío. Lo único positivo para los capitalistas nos recuerda a las palabras de Lenin: “La guerra es terriblemente rentable”. Las condiciones se deterioran rápidamente, según los cálculos más optimistas, el analfabetismo en Afganistán aún es superior al 70 por ciento. Para las mujeres la situación es peor.

Por otro lado, la doctrina de Obama de construir un ejército “afgano” viable no arranca. La creación de un ejército de 400.000 hombres será una tarea ardua, por decir algo. Aparte de otras cosas, el coste anual será superior al 300 por ciento del PIB del país.

La mayoría de los generales británicos tienen una opinión muy pesimista sobre la guerra. Tienen un mejor conocimiento histórico y tradicional  de lo que sucede en el país. Los imperialistas y el régimen en Islamabad en realidad no han conseguido romper los vínculos que existen entre sectores del ISI y los talibán.

Los estrategas norteamericanos y europeos no son tampoco muy optimistas. Según un informe del nuevo comandante norteamericano en Afganistán, el general McCrystal, publico por The Washington Post: “La situación en Afganistán va de mal en peor; la insurgencia talibán es resistente y creciente; los afganos están experimentando una crisis de confianza y no confían ni en el régimen de Karzai ni en las fuerzas de la OTAN… Sin una inyección urgente de tropas la operación norteamericana se enfrenta al fracaso en Afganistán…”. (Citado en The News. Islamabad. 26/9/09).

Sin embargo, Obama, como en otras cuestiones políticas, está vacilando y cada vez es más reticente a enviar más tropas a esta sepultura de los imperios. The Washington Post resumía la situación: “Obama puede enviar más tropas y provocará un desastre y destruirá al Partido Demócrata. O puede no enviar más tropas y será un desastre y los republicanos dirán que perdió la guerra”.

Cada vez es mayor el resentimiento hacia la guerra en Afganistán dentro de EEUU y de los demás países de la OTAN. La revista Time publica una encuesta que revela que el 59 por ciento de los norteamericanos dudan que la guerra en Afganistán sea un éxito. Los números contra esta guerra son mayores en Europa. The Economist se lamenta: “¿Los votantes en occidente estarán de acuerdo en derramar más sangre y dinero en el Hindukush?” (The Economist. 5/9/09)

Ahora los talibán están abriendo nuevos frentes en regiones del norte como Kunduz, acorralando aún más a las fuerzas de la OTAN. Pero fue en las llanuras que rodean Kunduz donde los talibán se rindieron a finales de 2001. El día de las elecciones por primera vez se lanzaron cohetes contra la ciudad desde 2001. La vecina Baghlan también sufrió el mayor derramamiento de sangre del país.

The Economist va más allá: “Y en el norte, una región donde se deba por garantizada la seguridad, los avances talibán están atronando a las fuerzas extranjeras”. (Ibíd.,). En los próximos meses el movimiento de masas contra la guerra en EEUU y Europa puede incrementarse y llegar al mismo nivel que durante la guerra de Vietnam. La próxima derrota en Afganistán a manos de unos guerreros antediluvianos es otro ejemplo, después de Vietnam, del desquite de la historia a una superpotencia.

Algunos estrategas norteamericanos están barajando la “necesidad” de tener un diálogo con los talibán frente a una más que posible derrota. Intentan comprar, alquilar y contratar a los señores de la guerra pero terminaron con un mayor desastre. Los talibán tienen mejores mecanismos de financiación, principalmente a través del tráfico de drogas que ahora representa el 70 por ciento de los costes de su insurgencia. Ese fue el método que la CIA enseñó para financiar en primer lugar la insurgencia reaccionaria contra el gobierno de izquierdas del PDPA.

En el siglo XIX los colonialistas británicos instalaron a su protegido el Sha Shujah como gobernante de Afganistán. El enviado británico William McNaughton movía los hilos de este rey títere según dictaban las instrucciones de Buckingham Palace. En menos de dos años, el 24 de diciembre de 1841, McNaughton fue capturado y asesinado, su cabeza y cuerpo apareció desmembrado en el principal bazar de Kabul para que lo pudiese ver la población.

 El Sha Shujah perdió rápidamente su crédito. Karazai hoy es más corrupto, arrogante, astuto y débil. Los imperialistas británicos habían previsto otras medidas para derrotar a la resistencia armada local. Esto incluía seguir la línea del Tratado Durand de 1893, aparentemente negociado con el gobernante afgano el rey Amir Abdul Rehman y Lord Curzon, el virrey británico de la India. Así se trazó una frontera en los mapas que significó la división del pueblo pastún con el mismo lenguaje, historia, cultura y tradiciones. Aún existe esa frontera como un legado artificial imperialista para perpetuar el método de “divide y vencerás”.

En realidad la mayoría pastún nunca aceptó esta división. La Rusia zarista, los colonizadores británicos y los imperialistas norteamericanos recurrieron al Gran Juego para controlar este país estratégico desde un punto de vista militar y económico. La mayoría de los señores de la guerra y tribales afganos eran simples títeres. Algunos que intentaron desafiarle fueron eliminados a través de guerras de rapiña.

Sin embargo, en el último siglo el acontecimiento más significativo fue el derrocamiento de la monarquía y el posterior régimen burgués afgano de Daoud en 1978. Se hizo mediante lo que se conoce como el “Saur” o la revolución de primavera del 27 de abril de 1978.

Esta revolución adoptó la forma de un golpe militar sangriento. Obviamente no era una revolución marxista clásica o revolución bolchevique. Se desencadenó principalmente por el asesinato de Mir Alí Akbar Khyber, el líder de la fracción parcham del PDPA. El Partido Democrático Popular de Afganistán (Partido Comunista Afgano).

Una manifestación con 10.000 en Kabul contra este asesinato sacudió el débil régimen bonapartista burgués de Mohammad Daoud que estaba desesperado y planeaba asesinar a la mayoría de los dirigentes del PDPA, encarcelados en la prisión Pul-i-Charkhi cerca de Kabul. Entre estos dirigentes estaban tanto las fracciones Khalq como la parcham del PDPA.

No obstante, los principales oficiales que encabezaron el asalto a la prisión y atacaron el palacio presidencial como MIG, pertenecían principalmente a la fracción “Kahlq” (Popular). El plan del golpe se llevó a cabo por el impulso del momento.

Pero los planes se mantuvieron en secreto para los parachamitas debido a su estrecha relación con el Moscú estalinista. En aquel momento Daoud tenía una excelente relación con Moscú y recibía mucha ayuda de ellos. Daoud también mantenía relaciones con los norteamericanos y también sacaba mucha ayuda de ellos. Daoud tenía su propio juego.

Los tanques dirigidos por el general Qadir Aashna bombarderon las murallas de la cárcel de Charkhi y los oficiales de izquierdas pudieron liberar a sus compañeros y dirigentes, incluido Noor Muhammad Tarakai, que era el líder de la fracción Khalq. Mientras tanto Daoud fue asesinado en un bombardeo de su palacio.

El nuevo gobierno de izquierdas del PDPA se instaló y hubo varias jubilaciones, especialmente entre los estudiantes e intelectualidad en Kabul y en otras ciudades de Afganistán. El presidente Tarakai introdujo algunas  medidas muy radicales para la historia afgana. Entre ellas se prohibía la venta de mujeres y la usura, una gran reforma agraria, reformas en la sanidad y la educación, además de la expropiación del capital privado o extranjero en Afganistán.

El aspecto interesante de esta revolución fue que los khalqitas habían garantizo a la burocracia estalinista de Moscú debía seguir ignorando su planificación y ejecución. Tarakai escribió lo siguiente: “En el tercer mundo el apoyo ruso a los movimientos de liberación y revolucionarios terminaron no en la liberación sino en la imposición de los intereses de la burocracia soviética”. (Citado por Hameed Sherazmel en Class Struggle. 15/9/09).

En una entrevista con The Dawn (Karachi) después del acuerdo de Ginebra, Gennady Grassimov, el principal asesor político de Michael Gorbachov, dijo con claridad que en el momento del “golpe” de 1978 el embajador soviético en Kabul ni el Kremlin “tenían información o conocimiento, ni permitió ni apoyó el acto”.

Pero las medidas adoptadas por el gobierno Tarakai envió ondas sísmicas al imperialismo norteamericano y a sus títeres en la región. El clero y los mulás estaban rabiosos. Sus posesiones y otros privilegios se basaban en el oscurantismo y ahora estaban amenazados. Los imperialistas norteamericanos consideraron esta situación un gran revés estratégico. Por eso la CIA lanzó la mayor operación encubierta en forma de una yihad (una insurgencia basada en el fanatismo religioso) en Afganistán. Inicialmente se utilizó dinero saudí y el principal ejecutor de esta yihad fue el ISI (Servicios Secretos Pakistaníes).

La dirección del PDPA, que se había escindido y reunido antes de los años sesenta, se quedó aturdida por la avalancha de ataques económicos, sociales y militares del nuevo régimen. Su entrenamiento en la Rusia estalinista había inculcado el “nacionalismo” en las líneas de la teoría estalinista del socialismo en un solo país. Cuanta más presión recibían  más capitulaba. Los pastunes, tayikos, uzbekos, hazaríes y otras minorías nacionales se convirtieron en factores dominantes en el Comité Central sustituyendo el internacionalismo proletario de Lenin.

Esta situación provocó fricciones también dentro del régimen. En lugar de optar por una perspectiva internacionalista, la estrategia y métodos viraron hacia las supuestas culturas y tradiciones “indígenas”, que realmente representaban sobre todo el pasado más que al futuro. Eso llegó a una pugna sangrienta con el asesinato de Tarakai en septiembre de 1979, eso llevó a otro khalqita al poder, a Hafeezullah Amín.

La lucha fraccional entre los Khalq y los parcham empezó a ser abierta y sangrienta. Amín fue derrocado y asesinado a finales de diciembre en 1979 cuando los rusos intervinieron para defender sus propios intereses “nacionales”. Babrak Karmal llegó al poder y más tarde fue sustituido por Najibullah.

El análisis y perspectivas más prolíficas de la revolución Saur (primavera) afgana lo hizo Ted Grant unas semanas antes de los tormentosos acontecimientos. En el verano de 1978 Ted escribía:

En la Frontera Noroccidental de Pakistán y entre los baluchis ya se está cociendo una rebelión endémica y estos pueblos miran hacia la unidad con sus hermanos de Afganistán. El efecto alcanzará círculos más amplios y las repercusiones se dejarían sentir más allá de Irán y también en India.

Éste es el camino que tomará el “Partido Comunista”, que detenta el poder junto con los oficiales radicales. La oposición de las viejas fuerzas de Afganistán, igual que las de Etiopía, les impulsará con toda probabilidad en esta dirección.

Si tratan de ganar tiempo, posiblemente bajo la influencia del embajador y del régimen ruso, prepararán el camino para una contrarrevolución feroz basada en la amenazada nobleza y en los mulás. Si triunfa, la contrarrevolución restaurará el viejo régimen sobre los huesos de cientos de miles de campesinos, las masacres de los radicales oficiales y la casi exterminación de la élite culta. Por el momento -hasta que exista un movimiento de la única clase avanzada que puede traer una transición en dirección al socialismo en los países industrialmente desarrollados-, el desarrollo más progresista de Afganistán parece la instalación del bonapartismo proletario.

Mientras que no cerremos los ojos a las nuevas contradicciones que esto implicará, sobre la base de una economía de transición de un estado obrero, sin democracia obrera, los marxistas, de una manera seria, apoyaremos el surgimiento de este estado y del consiguiente debilitamiento, no sólo del imperialismo y del capitalismo, sino también de los regímenes que se basan en los remanentes del feudalismo en los países más atrasados”. (Ted Grant. La revolución colonial y los estados obreros deformados).

Cuando el autor del presente artículo mostró este documento a generales de la fuerza aérea y el ejército que habían encabezado la insurrección se quedaron pasmados. Algunos expresaron una profunda lamentación y remordimiento por no haber dispuesto de ese análisis en el momento en que estaban en el poder. La revolución había comenzando derrocando el latifundismo y el capitalismo, pero la supervivencia en un país como Afganistán basándose en el nacionalismo es una utopía. Cuanto más compromisos se alcanzaban con la reacción en nombre de Moscú, más se debilitaba el régimen.

Los rusos se retiraron en febrero de 1989. El régimen de Najibullah cayó en 1992. Pero después llegó el caos, la anarquía y la destrucción. Las fracciones muyahidines en guerra  pulverizaron Kabul y Afganistán. La ruina de la arquitectura y la brutalidad social, económica y cultural fue un desastre. Miles murieron, millones se trasladaron a campos de refugiados en Pakistán y algunos a Irán.

Los talibán provocaron una gran turbulencia y enfrentamiento, armados por el ISI en connivencia con la CIA y empresas norteamericanas. Robert Oakley, el vicesecretario de Estado y después asesor de petrolera estadounidense UNOCAL, pagó 30 millones d dólares en efectivo al mulá Omar para capturar Kabul. Los talibán tomaron Kabul a otras fracciones islámicas en 1996 con la guía y apoyo de ISI.

 El proceso de talibanización inicialmente contó con el apoyo del imperialismo como una fuente potencial de relativa estabilidad. Necesitaban el petróleo y el gas, además de otros objetivos del capitalismo.

Osama bin Laden fue reclutado para la 2yihad” por Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad nacional del presidente Carter en 1978. Al Qaeda estableció raíces pero principalmente pagada por el dinero petrolero saudí que llegó a los talibán para convertir Afganistán en su base de operaciones. Ahora el monstruo creado por la CIA se ha convertido en un monstruo de Frankestein. Después llegó el 11S y la invasión imperialista actual.

Hoy Afganistán está entre los diez países más pobres del mundo. Es el mayor productor y traficante de drogas, las últimas cifras sitúan el ingreso procedente de las drogas en 52.000 millones de dólares.

Las condiciones para las masas se han deteriorado aún más con el régimen de Karzai. Incluso se han aprobado medidas más draconianas mediante la fachada del supuesto parlamento llamado Loya Jirga. La sanidad, educación, agua potable y otros bienes básicos probablemente sean los peores del mundo.

Ahora en este gran juego hay nuevos participantes como China, India, Irán y Pakistán. Existe una aparente unidad nacional en Afganistán, pero sólo es eso, el 90 por ciento de los ingresos del país procedente de la ayuda de donantes y el “centro” en Kabul tiene el control de distribución.

Incluso si Abdulá participara en la coalición con Karzai apenas habría diferente. Los señores de la guerra en sus  terrenos tienen semi-autonomía. Continuarán con su política de extorsión, asesinato, secuestros, rescates, contrabando, saqueo y otros crímenes. No hay otra política posible en este sistema socio económico deteriorado.

Esta sociedad es una mezcolanza de tribalismo, feudalismo, capitalismo bajo el yugo imperialista. Los mulás continuarán con su yihad porque es una empresa muy rentable. Los que creían que la intervención de la ONU o la OTAN traerían algo de estabilidad pueden ver, si tienen ojos, los resultados catastróficos. Sólo elementos como Karzai pueden estar al timón, incluso aunque critique los ataques imperialistas contra civiles como una respuesta al intento de controla s policía gansteril y de corrupción.

Los medios de comunicación imperialistas constantemente intentan crear la fobia de al Qaeda y utiliza los clichés del fundamentalismo islámico para subyugar a la clase obrera siguiendo los duros ataques económicos en occidente. Películas como Slum dog Millionaire reciben óscar y un gran publicidad para demostrar a los trabajadores en occidente lo buenas que son sus vidas incluso aunque les obliguen a aceptar recortes de sus niveles de vida.

Sin embargo, esta situación no puede durar eternamente. La resistencia a la ocupación imperialista no sólo procede de los talibán y otros fanáticos religiosos. Ellos son odiados, igual que los norteamericanos. Su bestialidad no puede conseguir una base social. Existen grupos nacionalistas seculares, progresistas, grupos de izquierdas, restos del Partido Comunista, que también forman parte de la resistencia.

Sería un desastre para la propaganda imperialista si estos sectores de la resistencia fueran reconocidos, citados o mencionados por los medios de comunicación. Las bases sociales de los fundamentalistas islámicos durante estos últimos años se han debilitado en Afganistán, Oriente Medio y en los países del llamado mundo islámico. Sólo el imperialismo es quien los impulsa una y otra vez. Después de todo siempre hay dos caras de la misma moneda.

Sin embargo, con la situación regional actual, la solución a la miseria de Afganistán no se encuentra dentro de sus fronteras impuestas. Los acontecimientos en otras partes, especialmente en Pakistán e Irán, pueden tener un gran efecto.

En Kabul, Ghazni, Mazar-e-Sharif, Kandahar y otros lugares existen grupos de estudios marxistas. La historia y la experiencia de los últimos ocho años de ocupación y ayuda ha demostrado que el capitalismo no puede cumplir ni una sola de las tareas democráticas. La presunta “modernidad” fruto del capital imperialista sólo ha agravado y fortalecido el primitivismo y las fuerzas de la barbarie en Afganistán.

La revolución de abril de 1978, quizás de una manera caricaturizada, subrayó la validez de la teoría de la revolución permanente de Trotsky. Sin una revolución socialista Afganistán está condenado. Hay nuevas tendencias que ganan fuerzas en los países de esta región. Cualquier desarrollo de un partido revolucionario de masas o incluso una victoria socialista, tendrá un enorme impacto sobre los jóvenes y trabajadores de Afganistán. Después de todo fue el primer país en la región que se atrevió a emprender el camino del derrocamiento del capitalismo y el latifundismo. Sólo una victoria socialista puede cambiar el destino de Afganistán, aplastar la barbarie, romper las cadenas el imperialista, conseguir una ruptura decisiva con el oscurantismo y eliminar las fronteras que dividen a los pueblos a lo largo de la “Línea Durand”.

Será un salto del reino del primitivismo al reino de la libertad. Será parte de una federación socialista mundial, una versión más avanzada que la URSS y puede comenzar aquí, en el Sur de Asia.