Las previsiones ya apuntaban a que una DANA (depresión aislada en niveles altos) o gota fría llegaría a las zonas próximas al Mediterráneo, especialmente en el norte de Valencia y sur de Castellón. Ya el lunes 28 de octubre, la AEMET (Agencia Estatal de Meteorología) indicaba para ayer martes el nivel rojo de alerta en dichas zonas, así como nivel naranja en gran parte del País Valencià. Aun así, la alerta de Protección Civil –dependiente de la Generalitat valenciana– llegó a nuestros móviles poco después de las 20:00, cuando las lluvias torrenciales llevaban horas arrasando puentes, llevándose coches e inundando bajos, polígonos industriales y zonas comerciales. Lo peor de todo: en el momento de redactar este texto, son 70 las víctimas mortales confirmadas. [Las última cifra actualizada eleva los fallecidos a más de 100, NdE]
Según ha informado el Centro de Coordinación Operativa Integrada (CECOPI), 68 de los fallecidos fueron encontrados en la provincia de Valencia y los 2 restantes en Castilla-La Mancha (una en la provincia de Albacete y otra en la de Cuenca). En la provincia de Valencia continúa la búsqueda de 6 personas, mientras que se habla de decenas de desaparecidos. Además de las víctimas mortales, centenares de personas aún no han podido volver a sus casas, al permanecer atrapadas en carreteras afectadas y distintas zonas inundadas. Las lluvias torrenciales también han llegado a Andalucía, especialmente en Málaga y Almería (donde el granizo ha causado numerosos daños).
Muchas carreteras han quedado destrozadas. La circulación en trenes de Cercanías y Alta Velocidad ha sido suspendida, con daños que pueden tardar semanas en verse reparados. Muchas localidades se han quedado casi incomunicadas ante la caída de numerosos puentes. Los cortes en el suministro eléctrico han sido generalizados en las zonas más afectadas. Parece que todo esto era inevitable pero, ante la elevada cifra de muertos y el auténtico calvario que han sufrido (y siguen sufriendo) muchísimas personas, surge la pregunta: ¿no se podía haber hecho mejor?
La pésima gestión de la Generalitat
El President de la Generalitat, Carlos Mazón, no se dignó a declarar hasta pasadas las 21:00 horas del martes. Ante decenas de vídeos en Internet de puentes derrumbándose, carreteras cortadas, bajos inundados y huracanes al señor Mazón no se le ocurrió nada mejor que pedir a sus ciudadanos que permanecieran en sus casas (¡los que se encontraban en ella y no estaban en medio de la nada luchando por sus vidas!) porque “la noche va a ser larga”. Pedro Sánchez, por su parte, se ha dirigido a los afectados por la DANA diciendo que “no os vamos a dejar solos”. Basta con saber lo que ocurrió con el volcán de La Palma y otras catástrofes para detectar la hipocresía en esa frase.
Ya en la madrugada, Mazón insistió en que el 112 era el único número al que llamar, y que no había colapsado. Las decenas de peticiones de auxilio por redes sociales de personas atrapadas en sus casas o subidas en los tejados demuestran la desfachatez del Govern del PP (el más perfecto representante de empresarios y banqueros) y lo desconectados que se encuentran de la realidad o, más bien, cómo los sucesos a pie de calle demuestran la estrechez de sus discursos día tras día. La UME (Unidad Militar de Emergencias) ha desplegado más de 1.000 efectivos en las zonas afectadas, pero el impacto de la DANA ya era inevitable. La única solución hubiera sido anticiparse a los acontecimientos.
Es entonces cuando el actual gobierno queda en evidencia. Una de las primeras medidas de Mazón al ser elegido President fue eliminar la Unidad Valenciana de Emergencias, además llevar a cabo recortes en todo lo relacionado con los servicios de emergencias. ¿Qué objetivo perseguía? ¿Aumentar la dependencia del País Valencià con respecto a los organismos del Gobierno central? ¿Recortar en sectores que consideraba menos importantes? La gota fría es un fenómeno recurrente en el litoral valenciano. Recortar en los servicios de emergencias es un error manifiesto, pues son clave a la hora de salvar vidas en los rescates.
El engranaje del capital nunca se detiene
Creer que la mala gestión política es la única causante de esta tragedia es cómodo, pero incorrecto. El contexto en que se producen estas catástrofes, cada vez más frecuentes e imprevisibles por culpa del cambio climático, no es otro que el de la sociedad capitalista. Una sociedad que prima el beneficio por encima de todo. Pese a que no se puede saber con exactitud, es de suponer que la mayoría de personas que estaban fuera de casa durante los peores momentos de la gota fría se encontraban yendo o volviendo del trabajo, o incluso desarrollando la propia actividad laboral.
El martes amanecimos con las imágenes de un conductor en Alzira que quedó atrapado en una zona inundada y tuvo que ser rescatado por los servicios de emergencias. Se encontraba al mando de un camión verde perteneciente a una conocida cadena de supermercados: Mercadona. ¿Qué hicieron los medios de comunicación burgueses? Ocultar el logotipo en las imágenes que mostraban. Parece ser que todos recibieron una llamada al mismo tiempo. A Mercadona ni se le ocurrió detener su servicio de reparto ante las mayores lluvias en décadas. Y las consecuencias para la empresa: ninguna. Pero esto no fue un caso aislado. Se cuentan por decenas los vídeos de personas atrapadas en autovías plagadas de camiones que, cómo no, no detuvieron su actividad. La situación en el metro de Valencia ha sido lamentable: el servicio completamente colapsado, con trabajadores y viajeros que han permanecido en algunos trenes toda la noche, completamente aislados.
Ante la previsión de una alerta roja de cualquier tipo toda actividad laboral debería quedar suspendida. La insistencia de los representantes institucionales en aquello de “no salgan de sus casas” es un insulto a los trabajadores. Nadie contaba con ningún tipo de sustento legal para no acudir a trabajar, y no hacerlo hubiera puesto en peligro el puesto de trabajo de muchos de ellos. No podemos esperar ningún tipo de compasión por parte de la clase capitalista. Que nadie crea que el señor Juan Roig va a pagar de su bolsillo el rescate de uno de sus trabajadores. Muchas personas aún siguen atrapadas en polígonos industriales, centros comerciales e incluso colegios. Pese a la alerta emitida por Protección Civil a las 20:00 horas, muchas personas han tenido que continuar con sus turnos de tarde o noche.
Da igual que el cielo se caiga a pedazos: el capital debe seguir circulando. Algunos trabajadores quizá decidieron no ir a trabajar y así salvaron la vida. Otros lo hicieron porque no tenían alternativa. Algunos ni lo pensaron. A nadie se le ocurre detener la maquinaria del capital ni por un segundo. Y con los muertos aún bajo el agua, tenemos que escuchar aquello de la “vuelta a la normalidad” o, peor aún, que “no es momento de buscar culpables”. De aquí a unas semanas seguiremos enterrando trabajadores mientras el Estado subvenciona a los empresarios afectados. Dicen que el empresario es el que se arriesga. A ver si a la próxima toda el agua cae encima de sus despachos.
La única salida: acabar con el capitalismo
Pese a que el cambio climático es un hecho cuya existencia no depende de nosotros, la acción humana, especialmente desde la industrialización, ha afectado en gran medida a su desarrollo. Si el planeta, en circunstancias normales, tiene unos ciclos determinados, pero le añadimos enormes cantidades de gases en la atmósfera y residuos de todo tipo, es evidente que alteramos ese desarrollo. La consecuencia más evidente es el aumento de los fenómenos extremos, tanto en número como en el impacto que generan. Esta circunstancia plantea toda una serie de retos que no se pueden resolver en el contexto de la sociedad capitalista.
La clase política gestiona el aparato del Estado para que el capital siga circulando, los trabajadores obedezcan y el mercado satisfaga las necesidades ciegas de los capitalistas. Que ante fenómenos extremos de este calibre no se plantee tan siquiera algo como un estado de emergencia para evitar que la gente salga de sus casas es una buena prueba de que lo que tenemos ahora no es más que barbarie. Los trabajadores somos mercancía y, para nuestros propietarios, no valemos más que lo fácil que sea reemplazarnos.
La única salida es acabar con el capitalismo mediante la organización independiente de los trabajadores, con el objetivo de tomar los medios de producción y de vida para ponerlos a nuestro servicio. Solo entonces podremos romper con la lógica del capital, tomar el destino en nuestras manos y desarrollar todas las herramientas que necesitemos para hacer frente a las consecuencias del cambio climático. Como decía Marx: “El capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y los seres humanos”. Luchemos por una sociedad que garantice nuestro desarrollo como especie en consonancia con la naturaleza, gracias a ella y no a pesar de ella.