Thomas Piketty, un economista y académico francés, se ha convertido de la noche a la mañana en todo un fenómeno gracias a su libro “El capital en el siglo XXI”, un bestseller que ha avivado el debate de la desigualdad bajo el capitalismo, con entusiasmo y halagos desde la izquierda reformista y con horror y miedo desde la derecha del libre mercado.
Con su explicación clara y sencilla sobre las desigualdades del capitalismo, queda claro porqué Thomas Piketty se ha convertido en una “superestrella” de la economía. Apoyado por sus arduas y escrupulosas investigaciones de siglos de datos históricos sobre riqueza e ingresos en diversos países, Piketty llega a una conclusión inequívoca: que la creciente desigualdad entre ricos y pobres, entre los dueños del capital y el resto de la sociedad, es el estado normal de las cosas bajo el capitalismo; la bajada de la desigualdad en ciertos períodos, como en el boom de la postguerra, dice Piketty, son la excepción, no la regla.
Las condiciones determinan la conciencia
El éxito de Piketty, sin embargo, no se debe sencillamente a su rigor personal y a su ingenio, ni tampoco a su elocuencia o a la claridad de su prosa, sino que es un reflejo de los tiempos en los que vivimos, una época de profunda crisis del capitalismo en la que el estancamiento económico y una creciente desigualdad son la norma. Como señaló The Economist (3 de mayo de 2014):
“El éxito del libro se debe en gran medida a tratar el tema adecuado en el momento adecuado. La desigualdad se ha convertido en un asunto candente, sobre todo en EEUU… los estadounidenses, azotados por los excesos de Wall Street, están de repente hablando sobre los ricos y sobre la redistribución de la riqueza. Así se entiende el atractivo de un libro que argumenta que la creciente concentración de la riqueza es inherente al capitalismo y que recomienda un impuesto global sobre la riqueza como la solución progresista.”
Como Andrew Hussey comentaba en The Observer (13 de abril de 2014), “la singular importancia de este libro es que demuestra ‘científicamente’ que esta intuición es correcta… expresa lo que mucha gente ya estaba pensando.”
El propio autor ha admitido esto, reconociendo que “parte del éxito del libro” se debe “a la preocupación por la creciente desigualdad”:
“Hay un sentimiento de que la desigualdad y la riqueza en EEUU han estado hinchándose. La gente se pregunta si esto continuará siempre así. Cuando tienes un crecimiento relativamente bajo, 1%, 2%, la gente se preocupa por el futuro. La gente está pensando sobre la desigualdad”. (New Statesman, 6/5/2014)
Seis años de crisis capitalista en la que los banqueros y la patronal han continuado acumulando pingües beneficios mientras el resto de la población es forzada a pagar por la crisis a través de austeridad y recortes, han convencido a la mayoría de la sociedad de que claramente no estamos todos “en el mismo barco”. Esta creciente sensación de injusticia con respecto al capitalismo se ha visto reflejada de diversas maneras en el último período, desde los informes de la ONG Oxfam que desveló que 85 multimillonarios tienen tanta riqueza como el 50% más pobre de la población mundial, ha estudios que indican que la parte del PIB que va a los trabajadores a través de los salarios ha caído en todos los países en las últimas décadas. Otros estudios han tocado la creciente carrera de la humanidad contra las máquinas – la tecnología que la sociedad ha desarrollado dan lugar a una acumulación de beneficios por un lado y a salarios bajos y desempleo masivo por el otro.
Por encima de todo, este creciente entendimiento de que la desigualdad es inherente al capitalismo se ha visto expresada en los movimientos de masas que han estallado a lo largo y ancho del mundo, cuya consigna más conocida es “somos el 99%”. Que se hable sobre la desigualdad no es obre de Piketty, sino que es el zeitgeist de nuestro tiempo – una época de crisis y austeridad aparentemente permanentes.
¿Piketty el marxista?
Su idea de que las dinámicas internas del capitalismo desregulado darán lugar a más desigualdad, no ha menos, y, por supuesto, el título escogido para el libro, “El capital”, hacen que inevitablemente se haya comparado a Piketty con el autor del “Capital” del siglo XIX, Karl Marx.
El hincapié de Piketty sobre la cuestión del capital, es decir, sobre la propiedad de la riqueza acumulada, en vez de simplemente centrarse en los ingresos, como han hecho muchos estudios previos sobre la desigualdad, efectivamente es similar al análisis de Marx, como también lo es la conclusión del economista francés de que la desigualdad es un síntoma fundamental de las leyes del capitalismo, algo inherente al sistema, en vez de un accidente desafortunado y ocasional. Como Marx ya subrayó hace mucho tiempo en su magnum opus:
“De manera proporcional a la acumulación de capital, la situación del trabajador, sea su salario alto o bajo, empeora necesariamente… Hace la acumulación de la miseria una condición necesaria correspondiente a la acumulación de la riqueza. La acumulación de riqueza en uno de los polos y, al mismo tiempo, la acumulación de miseria, tormento en el trabajo, esclavitud, ignorancia, brutalización y degradación mental en el polo opuesto.”
Sin embargo, el parecido entre los dos autores acaba aquí.
La teoría de Piketty se basa fundamentalmente en la redistribución de la riqueza en la sociedad, que, según la hipótesis del autor, se reduce a dos variables: r, la tasa de rendimiento general del capital, es decir, la tasa media de beneficio; y g, que es que cuando la tasa de beneficio es superior a la tasa de crecimiento, el capital (la riqueza acumulada de los ricos) aumentará más rápido que la economía en su totalidad, lo cual significa que un pedazo cada vez más grande del pastel va a parar al capital mientras que la porción que va a las rentas del trabajo es cada vez menor, y así crece la desigualdad.
Según los estudios empíricos de Piketty, esta tendencia era la norma histórica en el siglo XIX en Gran Bretaña y Francia. Sólo con la destrucción de grandes cantidades de capital durante las dos guerras mundiales, con políticas firmes de impuestos y regulación, y con el período de crecimiento excepcional tras la segunda guerra mundial, se puso freno a esta rampante desigualdad en el siglo XX. Desde los años 70, sin embargo, con la desaceleración de la economía y el inexorable aumento de la tasa de beneficio, la desigualdad ha vuelto con saña.
No obstante, el marxismo no entiende la desigualdad como el resultado de la distribución de la riqueza, sino como el fruto inevitable de la producción de riqueza bajo el capitalismo. Toda riqueza es producto del trabajo, creada por el esfuerzo físico y mental de la clase trabajadora. Los beneficios, el rendimiento del capital, son, como explicaba Marx, nada más que el trabajo no remunerado de la clase obrera; la diferencia entre el valor de lo que se produce y el valor que se le devuelve a los trabajadores en forma de salario. Por lo tanto una tasa de beneficio al alza simplemente implica una creciente explotación de la clase trabajadora, que necesariamente significa que una porción más grande de la riqueza va a parar a las manos de los capitalistas, una pequeña minoría de explotadores.
Esta explotación, sin embargo, también es fruto de una contradicción inherente del capitalismo. Si los trabajadores no reciben el valor total de su producto, algo necesario en un sistema de propiedad privada y de producción por beneficio, entonces ¿cómo puede el obrero comprar todos los bienes que produce? Esta contradicción de la sobreproducción (que ha sido superada en ciertos períodos a través de las inversiones, el crédito, la expansión del comercio internacional etc.) es lo que da lugar a las crisis periódicas del capitalismo, incluyendo la profunda crisis orgánica que atravesamos hoy, en la que todas las contradicciones acumuladas del sistema se deshilachan delante de nuestras narices.
Marx, sin embargo, nunca entendió la economía capitalista como variables abstractas, sino como un sistema dialéctico de procesos contradictorios e interconectados, y en última instancia como una lucha entre fuerzas vivas – una lucha de clases entre los capitalistas y los obreros por los excedentes producidos en la sociedad. A través de los medios descritos anteriormente, los capitalistas pueden intentar aumentar sus beneficios en detrimento de la clase trabajadora; pero donde la clase obrera está organizada, unida y tiene voluntad de luchar, se pueden conquistar reformas y los trabajadores pueden aumentar su porción del pastel.
La diferencia entre Marx y Piketty, por lo tanto, no está sencillamente en sus conclusiones, sino también en su enfoque: la diferencia entre el materialismo dialéctico y el análisis revolucionario del capitalismo de Marx y la perspectiva empírica, académica y sosa de Piketty. Como decía Paul Mason en The Guardian (28/07/2014):
“¿Es Piketty el nuevo Karl Marx? Cualquiera que haya leído a éste último sabrá que no… Donde Marx veía relaciones sociales – entre trabajo y capital, los dueños de las fábricas y la aristocracia terrateniente – Piketty percibe sólo categorías sociales: riqueza e ingresos. La economía marxista vive en un mundo donde las tendencias internas del capitalismo son contradichas por su experiencia superficial. Piketty vive en un mundo donde sólo hay datos históricos. Así pues las acusaciones de ser un marxista ‘light’ están totalmente fuera de lugar.”
El “maná divino” del reformismo
Piketty, sin embargo, ha considerado necesario hacer grandes esfuerzos por demostrar que no es marxista, afirmando categóricamente que “necesitamos la propiedad privada y las instituciones del mercado, no sólo por la eficiencia económica sino por la libertad del individuo” (New York Times, 19/04/2014) y señalando que “soy un defensor del libre mercado y de la propiedad privada”, añadiendo, eso sí, el matiz socialdemócrata de que “hay límites a lo que puede conseguir el mercado” (The Guardian, 02/05/2014).
Al mismo tiempo, Piketty ha comentado en otras entrevistas que El Capital de Marx “no tuvo mucha influencia” sobre él, y que “nunca consiguió acabarlo”. Aun así nuestro erudito académico se ve en condiciones para criticar a Marx por su falta de datos empíricos, ¡a pesar de que El Capital está lleno de informes cualitativos y datos cuantitativos de toda una gama de fuentes!
Para la izquierda reformista, por lo tanto, Piketty es un regalo caído del cielo: un hombre que proporciona una explicación teórica sobre las causas de la desigualdad, así como una justificación académica para medidas de tono radical para aumentar los impuestos sobre la renta y la riqueza, separándose a sí mismo a su vez de las ideas revolucionarias del marxismo. Como observa Paul Mason (28/04/2014), Piketty ofrece un programa que, si bien parece radical, se sitúa firmemente dentro de las fronteras del capitalismo:
“El Capital de Piketty, a diferencia del Capital de Marx, ofrece soluciones sólo dentro del ámbito del capitalismo: el impuesto del 15% sobre el capital, el impuesto del 80% sobre altos ingresos, la transparencia obligatoria sobre todas las transacciones bancarias, el uso explícito de la inflación para redistribuir la riqueza hacia abajo.”
Len McCluskey, secretario de Unite the Union, el mayor sindicato británico, describió el aclamado libro de Piketty como un “maná caído del cielo”, mientras que Paul Krugman, economista ganador del premio Nobel y principal exponente del keynesianismo contemporáneo, ha descrito el Capital de Piketty como “toda una hazaña”, un “diagnóstico brillante” que ha “transformado nuestro discurso económico” dándonos “una teoría unificada de la desigualdad, una que integra el crecimiento económico, la distribución de la renta entre capital y trabajo, y la distribución de la riqueza y los ingresos entre individuos en un mismo marco”.
Como el resto de reformistas, Piketty no tiene confianza en el poder de la clase obrera para transformar la sociedad. Sin embargo, a diferencia de otros reformistas, no contempla una vuelta a la bonanza económica de la época de la postguerra ni a las políticas keynesianas. Como dice Mason, “para Piketty, un retorno de la era keynesiana es improbable: el movimiento obrero es demasiado débil, la innovación tecnológica demasiado lenta, el poder global del capital demasiado grande” (28/04/2014).
En esta cuestión Piketty está en lo cierto. El boom de la postguerra era ciertamente una anomalía del capitalismo; una excepción en la historia que sólo fue posible gracias a una conjunción de factores, como explicó Ted Grant en su estudio ¿Habrá una recesión?, que incluían la masiva destrucción de los medios de producción durante la segunda guerra mundial; el poderío sin precedentes de EEUU tras la guerra, así como su capacidad de presidir una vasta expansión en el comercio mundial; el desarrollo e implementación de nuevas tecnologías y técnicas productivas debido a la nacionalización de la investigación y a programas de desarrollo durante la guerra y las traiciones políticas de los estalinistas y los reformistas tras la contienda. Tamaño crecimiento está fuera de la mesa hoy en día, en vez de eso la única perspectiva actualmente es de recesión permanente, estancamiento secular y austeridad sin fin.
La solución para Piketty es, por lo tanto, hacer un llamamiento a los políticos para que traten de poner una tirita sobre la herida sangrante de la desigualdad que el capitalismo ha creado – parchear el sistema para que siga funcionando. En este sentido el problema para Piketty no es la desigualdad en sí misma, sino el hecho de que genera rabia e injusticia en la sociedad, amenazando así al sistema: “es difícil hacer que funcione un sistema democrático con tales niveles de desigualdad” (New York Times, 19/04/2014). Las preocupaciones de Piketty son repetidas por los dirigentes reformistas del movimiento obrero, como McCluskey, quien afirmó que “si el cisma entre los súper-ricos y el resto de la gente sigue aumentando traerá malestar social. Esto se podrá manifestar de diversas maneras, ninguna de ellas buena” (28/04/2014).
Lejos de llamar a la transformación socialista de la sociedad los reformistas, con su nuevo referente teórico, Thomas Piketty, se aferran al cadáver del capitalismo al mismo tiempo que éste sistema se cae a pedazos, avisando a las clases dominantes del peligro que supone una revolución si no se trata el asunto de la desigualdad.
Piketty, por lo tanto, no es un ideólogo con principios, sino otro economista liberal que intenta, como ya lo hizo John Maynard Keynes en su Teoría General, escrita durante la Gran Depresión, subrayar los peores excesos del capitalismo con la esperanza de que el sistema pueda volver a funcionar como antes. “No tengo ningún problema con la desigualdad”, ha dicho Piketty, “mientras esté al servicio del interés general” (New York Times, 19/04/2014).
¿Pragmático o utópico?
Como tantos otros en el ámbito académico, Piketty intenta presentarse como un observador neutro, al margen del mundillo de la política ordinaria. Ni anti-capitalista revolucionario, ni fundamentalista del libre mercado, Piketty trata de persuadir a los políticos del mundo que hagan caso a argumentos bien razonados y que se guíen por los hechos.
En primer lugar, sin embargo, si bien se considera a sí mismo como un individuo “pragmático” estudioso de la ciencia y la evidencia empírica, Piketty está claramente constreñido por las ideas de la clase dominante y los prejuicios de la sociedad burguesa. Como Keynes señaló correctamente en su Teoría General, “los hombres pragmáticos, quienes creen estar al margen de influencias intelectuales, suelen ser esclavos de algún economista muerto”. Irónicamente, Piketty es esclavo del propio Keynes, otro economista que pensó que podría reformar y regular el capitalismo para deshacerse de sus peores excesos permitiendo que el sistema en su totalidad sobreviva.
En segundo lugar, lejos de ser un “tipo pragmático”, Piketty es un ingenuo utopista. Hay que reconocerle que el propio Piketty haya descrito algunas de las medidas que recomienda como “utópicas”. Aun así, mantiene, como tantos otros reformistas, que lo que hace falta es “voluntad política”. “Si somos capaces de mandar un millón de tropas a Kuwait en unos meses para recuperar el petróleo”, reflexionaba Piketty, “estoy seguro de que podremos hacer algo sobre los paraísos fiscales” (New York Times, 19/04/2014).
No obstante, tal lógica pisotea la realidad política y confunde y mezcla a propósito los intereses de clase en la sociedad: las invasiones imperialistas de Kuwait, Irak o Afganistán fueron llevadas a cabo por la clase dominante en aras de aumentar los beneficios, expandir los mercados y las áreas de influencia, esto es, en beneficio de los capitalistas; el “hacer algo” sobre los paraísos fiscales, si es “algo” que ayude a reducir la desigualdad, sólo puede significar atentar contra los intereses del capital y socavar esos mismos beneficios. Como dice Paul Mason, “Piketty tacha algunas de sus propias recetas como utópicas, y tiene razón. Es más fácil imaginar el capitalismo colapsando que a la élite aceptando sus soluciones” (28/04/2014). Y como The Observer (13/04/2014) señala:
“Es difícil, prácticamente imposible, imaginar que las recetas que propone, impuestos y más impuestos, sean implementas en un mundo donde de Pekín a Moscú a Washington, el dinero, y aquellos que lo poseen en grandes cantidades, todavía cortan el bacalao”.
Como todos los dirigentes e intelectuales reformistas que le preceden, Piketty piensa que el Estado capitalista puede ser usado contra los intereses de los propios capitalistas. Si bien esta superestrella académica se puede regodear de usar datos históricos en sus pesquisas, ignora completamente las lecciones de la historia cuando se trata de la cuestión del Estado y del potencial para reformar el capitalismo.
Cuando se han conquistado reformas en el capitalismo, ha sido sobre la base de la lucha de clases y cuando los capitalistas se han visto amenazados con perder mucho más si no cedían. Piketty ha reconoció esto en parte en una entrevista con el Huffington Post (01/05/2014), donde explicó que el miedo a la revolución y el ejemplo de la economía planificada de la Unión Soviética ayudaron a convencer a los capitalistas a abandonar parte de sus ganancias:
“La existencia de un contra-modelo [la Unión Soviética] fue una de las razones por las cuales se implementaron una serie de reformas y políticas.
En Francia es chocante ver que en 1920, las fuerzas políticas mayoritarias aceptaron una subida de impuestos alta mente progresista. Justo los mismos políticos que aceptaron un impuesto del 2% a la renta en 1914. Entremedio estaba la revolución bolchevique, que les hizo sentir que, al fin y al cabo, los impuestos progresivos no son tan peligrosos como una revolución”.
“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”, explicaban Marx y Engels en El Manifiesto Comunista. Cuando dirigentes reformistas como Allende en Chile en 1973 han intentado una reforma gradual del sistema capitalista en interés de la mayoría social, siempre se han topado con resistencia, sabotaje e incluso violencia por parte de la clase dominante de capitalistas y terratenientes.
Uno no necesita remontarse a 1973 para sustanciar esto; podemos acercarnos al país de Piketty, a la Francia contemporánea, y observar el miserable ejemplo de François Hollande, el presidente “socialista” de Francia, que ganó una victoria arrolladora en mayo de 2012 con un programa que incluía subidas de impuestos a los ricos. Sin embargo, tras un año en el gobierno, el presidente Hollande vio cómo su propuesta estrella de un impuesto del 75% sobre las rentas más altas era tumbada por los tribunales franceses, esto es, por el Estado burgués. Ahora, dos años tras su victoria, Hollande ha abandonado todas sus promesas electorales y, bajo presión de las grandes empresas y sus amenazas de retirar sus inversiones del país, está llevando a cabo un programa de austeridad para “recuperar la competitividad” de la economía francesa, es decir, recortar salarios e incrementar los beneficios.
Lejos de ser un hombre práctico y “realista”, Piketty es, como el resto de dirigentes reformistas, un utopista de alto calibre. La única solución realista es la transformación socialista de la sociedad, poner fin al sistema capitalista y poner la riqueza y la tecnología de la sociedad al servicio de un sistema racional y democrático de producción.
Miedo en la derecha
Más interesante que la fascinación de la izquierda reformista con Piketty es la ira de los más fervientes defensores del capitalismo los cuales están aterrorizados ante la popularidad de un libro que llama al aumento de impuestos a los ricos. A pesar de dejar patente su oposición a ideas revolucionarias, los forofos del libre mercado entienden que Piketty, al presentar una crítica teórica al sistema capitalista, poniendo el énfasis en la cuestión de la desigualdad, y reavivando el debate sobre los logros del análisis de Marx, han abierto una caja de Pandora en potencia, la de la radicalización de las masas.
Los voceros del capitalismo tranquilamente (y con razón) sacan a relucir los problemas de las propuestas reformistas de Picketty: “más impuestos sobre la renta y la riqueza desincentivan a los emprendedores y la toma de riesgos” (The Economist, 03/05/2014) – en otras palabras, los impuestos a los ricos dan lugar a una huelga de inversiones y a una fuga de capitales. No obstante, el problema al que se enfrentan los apologistas del capitalismo es que el análisis empírico e histórico que hace Piketty es en gran medida indiscutible.
El resultado es la incapacidad de los fanáticos del libre mercado de responder a las críticas de Piketty con ningún análisis sólido por su parte; en vez de eso se limitan a tacharle de “marxista”. Mientras que está claro que su método y sus explicaciones teóricas no son marxistas, y mientras pueden tildar sus recomendaciones como “utópicas” (que lo son), los más firmes defensores del sistema capitalista están teniendo dificultades a la hora de encontrar argumentos contra los datos que aporta Piketty en su magnum opus.
El economista keynesiano Paul Krugman se regodea de que “la derecha parece incapaz de lanzar ningún contrataque sólido contra las tesis del señor Piketty” (New York Times, 24/04/2014), señalando la preocupación de los ideólogos de la burguesía:
“El señor Piketty no es ni mucho menos el primer economista en resaltar que estamos experimentando una aguda subida de la desigualdad, o incluso en subrayar el contraste entre la lentitud del crecimiento entre las rentas de la mayor parte de la población y los ingresos desorbitados de los de arriba. Es cierto que el señor Piketty y sus compañeros han añadido una gran profundidad de análisis histórico, demostrando que realmente vivimos una ‘Gilded Age’ (edad de oro). Pero eso ya lo sabíamos desde hacía tiempo.
Ahora bien, lo nuevo del Capital es la forma en la que desmonta los más queridos mitos de los conservadores, la insistencia de que vivimos en una meritocracia en la que la riqueza se gana y es bien merecida.
En las últimas décadas, la respuesta conservadora a los intentos de politizar los disparatados ingresos de las élites ha seguido dos líneas de defensa: la primera, el rechazo de que a los ricos les esté yendo tan bien realmente y al resto tan mal, pero cuando esto ya no se puede negar se dice que esas tremendas rentas son una justa retribución por los servicios proveídos. No les llames el 1% o los ricos: llámales ‘creadores de puestos de trabajo’.
¿Pero cómo se puede defender eso si los ricos ganan muchos de sus ingresos no del trabajo que realizan sino de los activos que poseen? ¿Y qué pasa si las grandes riquezas vienen cada vez más de herencias en vez del emprendimiento?
El capitalismo, y la clase dominante que lo defiende, se basan en gran medida en el peso acumulado de los prejuicios del pasado, la “opinión pública” y el “sentido común”, que ayudan a propagar y consolidar a través de su control del Estado, los medios, el sistema educativo etc. Pero las condiciones determinan la conciencia, y los hechos pueden ser bastante cabezotas. Sobre la base de los grandes acontecimientos, y a través de su propia experiencia, las masas se dan cuenta perfectamente de las injusticias y desigualdades que existen en la sociedad, que a su vez da lugar a un cuestionamiento que antes no estaba ahí, allanando el terreno para que ideas radicales arraiguen en las mentes de las masas.
Ergo la preocupación de la burguesía hoy día, que se siente intensamente amenazada por un académico que cuestiona su antaño sacrosanto sistema y que hace que sientan como su control y autoridad intelectual se les escapan de las manos. Comentando el trabajo de Piketty y su similitud con la Teoría General de Keynes, que proveyó el marco académico para el “consenso” reformista de la postguerra de políticas económicas keynesianas y de gestión de la demanda, James Pethokoukis, escribiendo para la National Review Online, implora a los economistas pro-capitalistas de hoy en día a que encuentren un argumento más convincente a favor del libre mercado:
“El marxismo blando de Piketty, si no se le pone freno, se propagará entre la intelectualidad y transformará el panorama de la economía política en el que se librarán las luchas del futuro. Ya nos conocemos está película… ¿Quién llevará a cabo la defensa intelectual de la libertad económica hoy día?
Allister Heath, editor del City AM, el vocero de los banqueros de Londres, que el año pasado ya recordaba a sus correligionarios capitalistas que “lamentablemente hay apoyo masivo a nacionalizaciones y controles de precios”, y que “los defensores de la economía de mercado tienen un gran problema. A no ser que traten las preocupaciones de la gente serán eliminados”, ahora expresa honestamente su profunda inquietud por la caída en la popularidad del sistema explotador que él defiende:
“Por último, los defensores del capitalismo tienen que reaccionar. Están siendo masacrados en el plano intelectual por contrincantes que están encontrando nuevas y atractivas justificaciones para sus viejos argumentos. Necesitamos nuevas y mejoradas defensas del sistema de la libre empresa, y las necesitamos ahora.” (Allister Heath, The Telegraph, 29/04/2014)
Estas palabras expresan adecuadamente la preocupación de la clase dominante que entiende que años de crisis y de recortes están teniendo un enorme impacto en la conciencia de las masas, y que ven que la retórica anticapitalista y las ideas radicales se están haciendo cada vez más populares entre los jóvenes y los trabajadores. Como Larry Elliott observó en The Guardian (02/05/2014):
“El Capital de Piketty habla al movimiento Occupy; habla a los menores de 25 años en Gran Bretaña cuyos sueldos son un 15% más bajos que a finales de los 90; habla a la generación de las facturas.”
Pero Elliott señala la contradicción del asunto:
“Admirar el análisis es una cosa; otra bien distinta es aceptar los recomendaciones que se hacen. El Partido Laborista se apartará de algunas de las propuestas más radicales de Piketty.”
En otras palabras, mientras que el llamamiento a aumentar los impuestos a los ricos son enormemente populares, los dirigentes del movimiento obrero se niegan a llevarlas a cabo y en vez de eso prometen sólo una continuación del programa conservador de austeridad. Como siempre, “la crisis de la humanidad”, decía Trotsky, “se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria”.
Las propuestas de Piketty de tasar a los ricos son efectivamente un sueño utópico en un mundo capitalista globalizado donde el capital es fluido y dinámico. Aun así, las reacciones a su libro – entusiasmo por parte de aquellos que buscan una explicación y una solución ante el problema de la desigualdad en el capitalismo; horror y miedo por parte de aquellos que defienden el sistema capitalista senil y decadente – reflejando de manera fidedigna el creciente entendimiento en la sociedad de que el capitalismo ha llegado a un callejón sin salida, siendo incapaz de ofrecer un porvenir a la amplia mayoría de la sociedad que no sea “la acumulación de miseria, tormento en el trabajo, esclavitud, ignorancia, brutalización y degradación mental”.
Ha llegado la hora de poner fin a las desigualdades e injusticias del capitalismo. Es la hora de la transformación socialista revolucionaria de la sociedad que arrebate de las manos del 1% la enorme cantidad de riqueza que existe en la sociedad y la ponga al servicio de un plan racional y democrático de producción en interés del 99%. Ha llegado la hora de tirar este sistema decrépito a la basura, que es donde se merece estar.